Vuelve Ramón Paso al Teatro Lara de Madrid, esta vez no con una obra propia sino con, ni más ni menos, el clásico de Oscar Wilde, la última obra que escribió, estrenada en 1895, en plena época victoriana.
Acudí a la representación el día del estreno (estará en cartelera hasta el próximo 1 de septiembre) y, a pesar de cierta hesitación, torpeza y algún trabado de lengua, el público que abarrotaba la sala acogió con una soberana ovación el buen hacer de este estupendo elenco de actores (actrices, sobre todo) y de su brillante director.
El cual no ha sucumbido en la tentación de “modernizar” la obra, lo que es de agradecer pues perdería todo encanto y la “maldad” de algunas réplicas sonarían ridículas o desfasadas. De hecho, la pequeña broma del móvil que sirve como diario funciona perfectamente.
El director ha prescindido de dos personajes de la obra original (un criado y la institutriz) que ha resuelto haciendo que el cura sirva el té, con sotana y todo, y recurriendo a un tercer “diario” para verificar el desenlace de la famosa maleta con asas que resuelve en carcajada final la mascarada sutil y divertida que urdiera Wilde hace más de un siglo.
Acudí a la representación el día del estreno (estará en cartelera hasta el próximo 1 de septiembre) y, a pesar de cierta hesitación, torpeza y algún trabado de lengua, el público que abarrotaba la sala acogió con una soberana ovación el buen hacer de este estupendo elenco de actores (actrices, sobre todo) y de su brillante director.
El cual no ha sucumbido en la tentación de “modernizar” la obra, lo que es de agradecer pues perdería todo encanto y la “maldad” de algunas réplicas sonarían ridículas o desfasadas. De hecho, la pequeña broma del móvil que sirve como diario funciona perfectamente.
El director ha prescindido de dos personajes de la obra original (un criado y la institutriz) que ha resuelto haciendo que el cura sirva el té, con sotana y todo, y recurriendo a un tercer “diario” para verificar el desenlace de la famosa maleta con asas que resuelve en carcajada final la mascarada sutil y divertida que urdiera Wilde hace más de un siglo.
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Imperecedero humor inglés
Hay que decir que el teatro Lara conserva un aroma decimonónico que lo hace perfecto para acoger una obra como esta. Creo que pocos planes mejoran este agosto en Madrid al de sumergirse en la castiza Corredera Baja y pasar una hora y media al calor de las ingeniosidades y pequeñas perversidades del gran dramaturgo irlandés.
Sobre todo si está tan dignamente vestido como en esta brillante y fiel adaptación. No se prodiga mucho Wilde en nuestros escenarios y muy raras veces se ha asomado su Honesto/Ernesto a nuestras tablas. Me dio la sensación de que buena parte del público no conocía la obra y se sorprendía con los giros dramáticos, además de reírle las maldades. Auguro una fortuna merecida a esta pieza imperecedera del “humor” en su sentido más inglés. Fina, malévola, venial.
Creo que hay que destacar la agilidad de las transiciones, con entradas y salidas de escena francamente brillantes, acaso un exceso de aspavientos (me refiero a los que no están teatralizados explícitamente, ya que esos funcionan muy bien) en algunos (como el cura) y un cierto hieratismo en tía Augusta, personaje memorable, representada con quizá excesiva contención por Paloma Paso, la nieta de Jardiel y madre del director.
Deseo subrayar y aplaudir el papel de las tres actrices jóvenes, a quienes ya conocemos de anteriores empresas, también en sus recursos de gestémica corporal en donde brilla la mano del director. Ana Azorín está impecable y sus mohines y caras de asombro, ira o sorpresa hacen las delicias del respetable.
En definitiva, una representación brillante, notable, diríase perfecta para estas noches de verano agosteño. Para disfrutar de la ironía impecable de Wilde, de su riqueza verbal, de su finura políticamente al margen de lo correcto o previsible, abandónense al deleite de esta enésima reescritura de la Comedia de las mentiras de Plauto y recuerden que el teatro es el arte total, el arte ciudadano por antonomasia, y que el tema de la comedia es siempre y solo la familia, la casa, lo doméstico. De lo político ya se encarga la tragedia.
Los de mi edad o mayores verían en 1968 un Estudio 1, aún en blanco y negro, en que se adaptó la obra con un joven Paco Valladares como protagonista en el papel de Ernest Worthing. No se lo van a creer, pero Valladares estaba sentado a mi derecha el día del estreno.
Hay que decir que el teatro Lara conserva un aroma decimonónico que lo hace perfecto para acoger una obra como esta. Creo que pocos planes mejoran este agosto en Madrid al de sumergirse en la castiza Corredera Baja y pasar una hora y media al calor de las ingeniosidades y pequeñas perversidades del gran dramaturgo irlandés.
Sobre todo si está tan dignamente vestido como en esta brillante y fiel adaptación. No se prodiga mucho Wilde en nuestros escenarios y muy raras veces se ha asomado su Honesto/Ernesto a nuestras tablas. Me dio la sensación de que buena parte del público no conocía la obra y se sorprendía con los giros dramáticos, además de reírle las maldades. Auguro una fortuna merecida a esta pieza imperecedera del “humor” en su sentido más inglés. Fina, malévola, venial.
Creo que hay que destacar la agilidad de las transiciones, con entradas y salidas de escena francamente brillantes, acaso un exceso de aspavientos (me refiero a los que no están teatralizados explícitamente, ya que esos funcionan muy bien) en algunos (como el cura) y un cierto hieratismo en tía Augusta, personaje memorable, representada con quizá excesiva contención por Paloma Paso, la nieta de Jardiel y madre del director.
Deseo subrayar y aplaudir el papel de las tres actrices jóvenes, a quienes ya conocemos de anteriores empresas, también en sus recursos de gestémica corporal en donde brilla la mano del director. Ana Azorín está impecable y sus mohines y caras de asombro, ira o sorpresa hacen las delicias del respetable.
En definitiva, una representación brillante, notable, diríase perfecta para estas noches de verano agosteño. Para disfrutar de la ironía impecable de Wilde, de su riqueza verbal, de su finura políticamente al margen de lo correcto o previsible, abandónense al deleite de esta enésima reescritura de la Comedia de las mentiras de Plauto y recuerden que el teatro es el arte total, el arte ciudadano por antonomasia, y que el tema de la comedia es siempre y solo la familia, la casa, lo doméstico. De lo político ya se encarga la tragedia.
Los de mi edad o mayores verían en 1968 un Estudio 1, aún en blanco y negro, en que se adaptó la obra con un joven Paco Valladares como protagonista en el papel de Ernest Worthing. No se lo van a creer, pero Valladares estaba sentado a mi derecha el día del estreno.
Referencia:
Obra: La importancia de llamarse Ernesto.
Autor: Oscar Wilde.
Reparto: Paloma Paso Jardiel, Ana Azorín, Inés Kerzan, Jordi Millán, David Degea, Ángela Peirat, Guillermo López-Acosta.
Versión y Dirección: Ramón Paso
Lugar y fechas de representación: Hasta el 1 de septiembre en el Teatro Lara de Madrid.
Obra: La importancia de llamarse Ernesto.
Autor: Oscar Wilde.
Reparto: Paloma Paso Jardiel, Ana Azorín, Inés Kerzan, Jordi Millán, David Degea, Ángela Peirat, Guillermo López-Acosta.
Versión y Dirección: Ramón Paso
Lugar y fechas de representación: Hasta el 1 de septiembre en el Teatro Lara de Madrid.