Somos números. Los poderes fácticos nos contemplan como entes inanimados que conforman meras estadísticas.
Desde arriba, allá en las atalayas de la ineptitud, no existen personas en las cifras de paro, en los sin techo, en los desahuciados, en los que sobreviven muy por debajo de los umbrales de pobreza, en los que afrontan sus últimos años de existencia sorteando incontables obstáculos.
Tenemos claro que nuestra vejez será extremadamente dura. Algunos trabajaremos hasta el día en que nos caigamos muertos, otros no obtendrán la justa recompensa a sus muchos años de contribución al equilibrio social. Sólo los privilegiados podrán vivir de una pensión digna -si es que la dignidad se puede cuantificar- y otros tantos de sus ahorros.
Ser viejo -obsérvese que huyo del eufemismo- nunca ha sido fácil. Lo malo es cuando se ha luchado toda una vida por llegar a fin de mes y se nos escatima la justa recompensa. La injusticia nunca ha sido ajena a nuestra civilización, porque ser occidental significa, entre otras cosas, acatar un reparto desigual de bienes.
Y en estos tiempos esa desigualdad ha sobrepasado los límites de la desmesura y va camino de convertirse en los cimientos de un sistema criminal de proporciones inauditas.
Producto de la insensata austeridad, de aplicar la tijera por abajo, eso que tanto gusta a los banqueros centroeuropeos, es el trío de jubilados que protagonizan la obra que nos ocupa, y que afrontan sus días negándose a la resignación.
Tres viejos anónimos, como la mayoría de los que nos preceden, abren la puerta de sus sueños y contemplan como el muro de la realidad se interpone entre el deseo y el efímero gozo de su consecución.
Nunca dejaremos de soñar. El deseo es ese combustible que hace posible que el motor de la vida continúe en marcha. Seguiremos soñando con utopías aunque el exceso de realismo nos impida atisbarlas en el horizonte. Las convenciones sociales existen para impedirnos ser libres de facto, pero nunca, jamás de los jamases, podrán impedirnos soñar.
La vejez de nuestros protagonistas oscila entre dos bancos: el del parque donde antes se lanzaban migajas a las palomas y ahora se apuran como el mejor de los manjares, y el otro banco que nos roba lo que es nuestro para convertirlo en pasto de sus ejecutivos.
Las migajas de pan que ya no llegan a las palomas y los portales donde duermen los sin techo constituyen el mayor éxito de la obra social del sistema financiero.
Desde arriba, allá en las atalayas de la ineptitud, no existen personas en las cifras de paro, en los sin techo, en los desahuciados, en los que sobreviven muy por debajo de los umbrales de pobreza, en los que afrontan sus últimos años de existencia sorteando incontables obstáculos.
Tenemos claro que nuestra vejez será extremadamente dura. Algunos trabajaremos hasta el día en que nos caigamos muertos, otros no obtendrán la justa recompensa a sus muchos años de contribución al equilibrio social. Sólo los privilegiados podrán vivir de una pensión digna -si es que la dignidad se puede cuantificar- y otros tantos de sus ahorros.
Ser viejo -obsérvese que huyo del eufemismo- nunca ha sido fácil. Lo malo es cuando se ha luchado toda una vida por llegar a fin de mes y se nos escatima la justa recompensa. La injusticia nunca ha sido ajena a nuestra civilización, porque ser occidental significa, entre otras cosas, acatar un reparto desigual de bienes.
Y en estos tiempos esa desigualdad ha sobrepasado los límites de la desmesura y va camino de convertirse en los cimientos de un sistema criminal de proporciones inauditas.
Producto de la insensata austeridad, de aplicar la tijera por abajo, eso que tanto gusta a los banqueros centroeuropeos, es el trío de jubilados que protagonizan la obra que nos ocupa, y que afrontan sus días negándose a la resignación.
Tres viejos anónimos, como la mayoría de los que nos preceden, abren la puerta de sus sueños y contemplan como el muro de la realidad se interpone entre el deseo y el efímero gozo de su consecución.
Nunca dejaremos de soñar. El deseo es ese combustible que hace posible que el motor de la vida continúe en marcha. Seguiremos soñando con utopías aunque el exceso de realismo nos impida atisbarlas en el horizonte. Las convenciones sociales existen para impedirnos ser libres de facto, pero nunca, jamás de los jamases, podrán impedirnos soñar.
La vejez de nuestros protagonistas oscila entre dos bancos: el del parque donde antes se lanzaban migajas a las palomas y ahora se apuran como el mejor de los manjares, y el otro banco que nos roba lo que es nuestro para convertirlo en pasto de sus ejecutivos.
Las migajas de pan que ya no llegan a las palomas y los portales donde duermen los sin techo constituyen el mayor éxito de la obra social del sistema financiero.
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Comparado con el terror que están sembrando los mercados, el empeño de nuestros tres héroes en reventar un cajero automático, es una chiquillada. Y sería un juego de niños, si no fuera porque ciertos delitos se cometen desde la extrema necesidad.
Son esos delitos penados con no menos extrema inclemencia, a diferencia de aquellos otros en los que se privatiza el dinero público, y que rara vez acaban en condenas proporcionales a la cantidad de lo distraído. Y esta afirmación no es una opinión, es ya un clamor que desborda el vaso de la paciencia.
Entre la necesidad y la codicia hay una gruesa línea roja que divide a la humanidad. Mientras la necesidad nos une, la codicia distingue y separa a amigos y enemigos.
Pues todo esto, tan sencillo de contar con simples palabras, ha sido narrado y bien narrado obviando el rostro y las voces de los actores. El lenguaje del teatro, tan extenso y lleno de posibilidades, se enmarca aquí, en el último trabajo de la compañía de teatro Vagalume, bajo el inocente aspecto de la caricatura enmascarada, para llamar la atención del espectador y mostrarle la gran distancia que separa lo particular de lo general.
Nuestra condición humana nunca estuvo tan bien explicada, porque la mímica es el vehículo ideal para superar las barreras del lenguaje hablado. La palabra está en nuestro interior para reinterpretar la música de fondo de una vida que afronta la recta final. Porque la vejez es algo que no se puede comprender hasta que se experimenta, se agradecen oportunidades como esta para practicar la empatía.
Y de esa manera, escondidos tras el velo de una inocente comedia sin palabras, estos tres viejos nos hacen reír con la terrible verdad que nos espera. Así es la vida, una dura paradoja que necesita de las contradicciones para despertar las conciencias.
Son esos delitos penados con no menos extrema inclemencia, a diferencia de aquellos otros en los que se privatiza el dinero público, y que rara vez acaban en condenas proporcionales a la cantidad de lo distraído. Y esta afirmación no es una opinión, es ya un clamor que desborda el vaso de la paciencia.
Entre la necesidad y la codicia hay una gruesa línea roja que divide a la humanidad. Mientras la necesidad nos une, la codicia distingue y separa a amigos y enemigos.
Pues todo esto, tan sencillo de contar con simples palabras, ha sido narrado y bien narrado obviando el rostro y las voces de los actores. El lenguaje del teatro, tan extenso y lleno de posibilidades, se enmarca aquí, en el último trabajo de la compañía de teatro Vagalume, bajo el inocente aspecto de la caricatura enmascarada, para llamar la atención del espectador y mostrarle la gran distancia que separa lo particular de lo general.
Nuestra condición humana nunca estuvo tan bien explicada, porque la mímica es el vehículo ideal para superar las barreras del lenguaje hablado. La palabra está en nuestro interior para reinterpretar la música de fondo de una vida que afronta la recta final. Porque la vejez es algo que no se puede comprender hasta que se experimenta, se agradecen oportunidades como esta para practicar la empatía.
Y de esa manera, escondidos tras el velo de una inocente comedia sin palabras, estos tres viejos nos hacen reír con la terrible verdad que nos espera. Así es la vida, una dura paradoja que necesita de las contradicciones para despertar las conciencias.
Referencia:
Obra: Agitación Genil.
Compañía: Vagalume Teatro.
Próxima representación: Miércoles, 3 de julio en los Jardines Reina Victoria de Palma del Río (Córdoba), a las 23.30 horas.
Obra: Agitación Genil.
Compañía: Vagalume Teatro.
Próxima representación: Miércoles, 3 de julio en los Jardines Reina Victoria de Palma del Río (Córdoba), a las 23.30 horas.