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El paludismo llegó a América en los barcos de los esclavos  29/03/2012


El parásito del paludismo más virulento, Plasmodium falciparum, está presente en la actualidad en todos los continentes de la zona intertropical. Cada año, mata a más de 650 000 personas, en su mayoría en África, pero también en América Latina, Oriente Medio, Asia y Oceanía. Recientes estudios lo han descubierto en los monos africanos, demostrando que estos últimos son los causantes de la enfermedad.

Pero aún se cuestiona el modo en que ha conquistado el planeta entero, especialmente el Nuevo Mundo. ¿Llegó desde Asia, a través del estrecho de Bering, con la población humana hace unos 15 000 años? ¿O bien ha llegado más recientemente, directamente de África?

El patógeno que surcó los mares

Un amplio estudio internacional, publicado recientemente en PNAS por investigadores de la Universidad de Montpellier en Francia y sus socios(2), acaba de sacar a la luz que P. falciparum atravesó el océano a bordo de los barcos negreros que surcaron el Atlántico del siglo XVI al XIX, es decir, hace entre 200 y 500 años. El equipo de investigación acaba de demostrar, efectivamente, el origen africano de los parásitos que hoy se encuentran en América.

Gracias a una colaboración científica mundial, los biólogos han reunido varios cientos de muestras de sangre humana infectada, procedente de 17 países que abarcan toda la zona de propagación del parásito: de África, América Latina, Oriente Medio, Oceanía y Asia. Es uno de los juegos de datos genéticos más importantes sobre P. falciparum que jamás se hayan recogido. El análisis del material genético extraído de estas muestras ha permitido a los investigadores sacar varias conclusiones.

En primer lugar, los patógenos americanos están alejados genéticamente de sus primos de Asia, lo cual excluye un origen asiático. Sin embargo, se parecen a los parásitos africanos.

Otra conclusión a raíz de este estudio es que P. falciparum colonizó América a través de dos vías de introducción independientes. De hecho, los biólogos han identificado dos grupos genéticamente distintos en América Latina: uno en el norte y otro más al sur.

Cada una de estas dos entidades es más parecida genéticamente a la cuna africana que entre sí. Separadas por la barrera geográfica formada por los Andes, han evolucionado de forma independiente entre sí a lo largo de la historia.

Ambos grupos genéticos proceden de las diferentes rutas del comercio de esclavos. A raíz de la colonización europea, el Nuevo Mundo quedó repartido entre las fuerzas coloniales: el Imperio español y el Imperio portugués. Ambos importaron sus esclavos de África occidental. No obstante, el primero los condujo hacia el Caribe, América central o la actual Colombia, mientras que el segundo los conducía más al sur, hacia el actual Brasil. Un 40% aproximadamente de los africanos deportados al otro lado del Atlántico desembarcaron en Brasil, lo que equivale a cerca de 5 millones en trescientos años, básicamente en los dos principales puertos negreros de Río de Janeiro y Bahía.

En América, los campos siguen afectados

Si bien el 80% de los casos de paludismo se producen en África, el continente latinoamericano no se salva. La enfermedad también es endémica en la zona intertropical, básicamente en la cuenca amazónica –que representa más del 90% de las infecciones–, en América central y al sur de México.

Aunque el riesgo es relativamente bajo en las grandes ciudades, no lo es tanto en las zonas rurales de Bolivia, Colombia, Ecuador, Perú y Venezuela, y es mayor en toda la zona amazónica. Cada año, 2,7 millones de personas resultan infectadas en América Latina, de las cuales, cerca de la mitad en Brasil.

No obstante, la proporción de estas infecciones debidas a P. falciparum alcanza como máximo un 50% en la zona guyanesa. Otra especie, Plasmodium vivax, no mortal pero con riesgo de recurrencia, es responsable del 75% de los casos latinoamericanos.

Estos estudios ponen de manifiesto que la contaminación del Nuevo Mundo por el paludismo ha sido reciente y fulgurante. Una conclusión que refleja la gran capacidad invasiva de P. falciparum, gracias, en particular, a la capacidad de reproducción explosiva de los mosquitos vectores, los anofeles, a los cuales deben tener en cuenta los programas de lucha.

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Redacción

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