Busto de Platón del siglo IV d. C. Actualmente se encuentra en el Museo Pio-Clementino del Vaticano. Fuente: Wikipedia.
La verdad se entiende en
comparación con la mentira. Umberto Eco
La auténtica verdad os hará libres, es decir, os liberará. Y el sentido –que es la verdad encarnada- os librará de la verdad inauténtica, abstracta o desencarnada, inhumana o pura, purista o puritana. En consecuencia la mentira, la falsedad o el error lo son humanamente respecto a la verdad-sentido, que es la verdad humanada. La verdad dice logos (adecuación) y el sentido dice sensus o eros (amor): el amor a la verdad (filosofía) culmina en la verdad del amor, que es la auténtica sabiduría (sofofilía).
En “El nombre de la rosa”, el amor a la verdad (logos) está encarnado por el viejo franciscano Guillermo, mientras que la verdad del amor (eros o sensus) está encarnada por el joven novicio Adso. Para este último, que acaba siendo el primero o principal (protagonista), la verdad-sentido de la existencia radica en el amor (erotología).
1.-La tradición clásica ortodoxa
En la tradición clásica ortodoxa la verdad se identifica con el ente en su ser, esencia o sustancia, es decir, con el ser (ens et verum convertuntur). En esta tradición greco-latina que asume la Escolástica, la verdad es lo que es, la auténtica realidad, la trasparencia de las cosas. Una trasparencia que es tras-apariencia luminosa frente a la mera apariencia oscura o engañosa, propia del ente accidentado.
Se trata de una tradición de fondo platónico-aristotélico, en cuyo contexto la realidad en su re-alencia o esplendor dice verdad, y a su vez la verdad dice luz o luminosidad. Se da pues una adecuación entre el ser y la verdad, de modo que el ser es verdadero y la verdad es: esta es la visión clásica de fondo idealista que va de Platón a Hegel, proyectando una filosofía trascendentalista.
Ahora bien, esta visión tradicional ortodoxa del ser-ente como verdadero se topa con la vivencia ciega de la mentira y con la experiencia aciaga de la falsedad y la falsificación. La respuesta clásica es que la verdad es la sustancia de lo real, mientras que la mentira y lo falso es un mero accidente, algo accidentalmente negativo frente a la sustantiva positividad del ser-ente, la oscura excepción a la regla áurea o luminosa.
Pero esta es una salida débil y fundamentalista, que M.Heidegger intenta reformular distinguiendo más radicalmente el ser y el ente. El ser dice verdad, trascendiendo así a la mera realidad inmanente del ente o realidad dada entitativamente. Frente a lo meramente dado, el ser heidegeriano dice “dación” (es gibt), ya que simboliza el hecho trascendental de ser, así pues el ser versus los seres, la existencia abierta frente a las existencias en-cerradas, el activo existir versus el mero insistir, consistir o resistir del ente.
La diferencia heideggeriana entre ser y ente intenta señalar la diferencia entre el ser veritativo y el ente inveritativo, entre lo auténtico y lo inauténtico o derivado, entre lo arquetípico y lo típico. Pero a pesar del intento reaparece de nuevo la vieja perspectiva dualista de fondo platónico-aristotélico. En efecto, se diferencia el puro existir de las impuras existencias, resaltando el existir como positivo y la existencia común como mera resistencia negativa, desligando así el ser del ente, el existir y la resistencia, la apertura de la verdad del ser y la cerrazón falsaria del ente. Podríamos hablar de cierto dualismo “gnóstico” en M.Heidegger.
2.-La posición crítica contemporánea
En F. Nietzsche se da una violenta inversión del planteamiento clásico o tradicional, una revisión radical que arriba al nihilismo contemporáneo de J.P.Sartre y demás afirmadores del absurdo existencial. Se trata de una revisión herética, consistente en invertir la posición clásica o tradicional (ortodoxa) de la realidad como verdad, declarándola falsa o falsaria, mentirosa o falsificada.
Tal es la posición revolucionaria de F.Nietzsche quien, en su escrito “Verdad y mentira en sentido extramoral”, define la realidad como una inmensa falsificación por parte del hombre y su lenguaje mentiroso. En la versión nietzscheana el propio ser real carece de verdad o sentido, ya que se atiene a un “fatum” o hado que lo atraviesa inciertamente, mediante el fatídico eterno retorno de lo mismo, mismidad que se interpreta como voluntad de poder proyectada en el temible Superhombre.
Nos confrontamos así con un nuevo dualismo siquiera inverso o invertido. Así que tenemos por un lado, la ortodoxia platónica o idealista del ser como verdad y sentido; y por el otro, la herética materialista o nihilista del ser como inveritativo y sinsentido. Pero entre la ortodoxia clásica y la herejía o herética, cabe la mediación de una heterodoxia bien temperada, la cual se reclama de la evolución de lo real frente al involucionismo tradicional y al revolucionismo nietzscheano.
Una tal postura heterodoxa no identifica el ser del ente con el sentido y la verdad, pero tampoco con el sinsentido y la no-verdad. Se trata de una postura medial o mediadora que considera el ser del ente como verdadero y no-verdadero, sentido y sinsentido, positivo y negativo. Intrigantemente esta postura medial se reclama del cristianismo y su filosofía encarnacionista, según la cual el ser es el ser encarnado, la verdad humanada, el sentido crucificado. La Hermenéutica contemporánea de Gadamer y socios (Ricoeur, Vattimo, Beuchot y yo mismo) asume esta visión encarnatoria de inspiración cristiana, redefiniendo el ser como logos o lenguaje, es decir, como cópula o articulación de los contrarios.
En nuestra perspectiva hermenéutica el ser se concibe como el logos encarnado o humanado y, por tanto, como verdadero o falso: mejor dicho, como verdadero y falso, luminoso y opaco, divino y demónico, regido por una ambivalencia radical. Esta es la gran inspiración de la hermenéutica actual, la mediación del dualismo tradicional a través de su articulación lingüística o correlación de los contrarios, sea la verdad y la mentira o falsedad, sea el bien y el mal, como ha mostrado el hermeneuta Luis Garagalza en su última obra “El sentido de la hermenéutica”. Ahora la realidad es verdadera y falsa o mentirosa, porque la vieja trascendencia del ser se encarna inmanentemente en el lenguaje humano: el cual articula lo verdadero y lo falso, el sentido y el sinsentido, la verdad y la mentira, la falsedad o el error.
En la versión ortodoxa, purista o puritana se salvaguarda la verdad pura a expensas de la no-verdad considerada impura, pero al precio de recaer en un dualismo purista o puritano. Por su parte, en la otra versión herética o extrema se salvaguarda la no-verdad o sinsentido impuro a expensas de la verdad pura, pero al precio de recaer en un monismo materialista y finalmente nihilista. Sin embargo, en nuestra versión hermenéutica se salvaguarda la verdad y la no-verdad, el sentido y el sinsentido, lo positivo y lo negativo, precisamente porque el ser trascendental se encarna inmanentemente. Ahora la realidad es una mezcla de bien y mal, positivo y negativo, divino y demónico o diablesco. Dilucidemos a continuación las implicaciones de estas posturas fundamentales, para saber lo que ganamos y perdemos con ellas.
comparación con la mentira. Umberto Eco
La auténtica verdad os hará libres, es decir, os liberará. Y el sentido –que es la verdad encarnada- os librará de la verdad inauténtica, abstracta o desencarnada, inhumana o pura, purista o puritana. En consecuencia la mentira, la falsedad o el error lo son humanamente respecto a la verdad-sentido, que es la verdad humanada. La verdad dice logos (adecuación) y el sentido dice sensus o eros (amor): el amor a la verdad (filosofía) culmina en la verdad del amor, que es la auténtica sabiduría (sofofilía).
En “El nombre de la rosa”, el amor a la verdad (logos) está encarnado por el viejo franciscano Guillermo, mientras que la verdad del amor (eros o sensus) está encarnada por el joven novicio Adso. Para este último, que acaba siendo el primero o principal (protagonista), la verdad-sentido de la existencia radica en el amor (erotología).
1.-La tradición clásica ortodoxa
En la tradición clásica ortodoxa la verdad se identifica con el ente en su ser, esencia o sustancia, es decir, con el ser (ens et verum convertuntur). En esta tradición greco-latina que asume la Escolástica, la verdad es lo que es, la auténtica realidad, la trasparencia de las cosas. Una trasparencia que es tras-apariencia luminosa frente a la mera apariencia oscura o engañosa, propia del ente accidentado.
Se trata de una tradición de fondo platónico-aristotélico, en cuyo contexto la realidad en su re-alencia o esplendor dice verdad, y a su vez la verdad dice luz o luminosidad. Se da pues una adecuación entre el ser y la verdad, de modo que el ser es verdadero y la verdad es: esta es la visión clásica de fondo idealista que va de Platón a Hegel, proyectando una filosofía trascendentalista.
Ahora bien, esta visión tradicional ortodoxa del ser-ente como verdadero se topa con la vivencia ciega de la mentira y con la experiencia aciaga de la falsedad y la falsificación. La respuesta clásica es que la verdad es la sustancia de lo real, mientras que la mentira y lo falso es un mero accidente, algo accidentalmente negativo frente a la sustantiva positividad del ser-ente, la oscura excepción a la regla áurea o luminosa.
Pero esta es una salida débil y fundamentalista, que M.Heidegger intenta reformular distinguiendo más radicalmente el ser y el ente. El ser dice verdad, trascendiendo así a la mera realidad inmanente del ente o realidad dada entitativamente. Frente a lo meramente dado, el ser heidegeriano dice “dación” (es gibt), ya que simboliza el hecho trascendental de ser, así pues el ser versus los seres, la existencia abierta frente a las existencias en-cerradas, el activo existir versus el mero insistir, consistir o resistir del ente.
La diferencia heideggeriana entre ser y ente intenta señalar la diferencia entre el ser veritativo y el ente inveritativo, entre lo auténtico y lo inauténtico o derivado, entre lo arquetípico y lo típico. Pero a pesar del intento reaparece de nuevo la vieja perspectiva dualista de fondo platónico-aristotélico. En efecto, se diferencia el puro existir de las impuras existencias, resaltando el existir como positivo y la existencia común como mera resistencia negativa, desligando así el ser del ente, el existir y la resistencia, la apertura de la verdad del ser y la cerrazón falsaria del ente. Podríamos hablar de cierto dualismo “gnóstico” en M.Heidegger.
2.-La posición crítica contemporánea
En F. Nietzsche se da una violenta inversión del planteamiento clásico o tradicional, una revisión radical que arriba al nihilismo contemporáneo de J.P.Sartre y demás afirmadores del absurdo existencial. Se trata de una revisión herética, consistente en invertir la posición clásica o tradicional (ortodoxa) de la realidad como verdad, declarándola falsa o falsaria, mentirosa o falsificada.
Tal es la posición revolucionaria de F.Nietzsche quien, en su escrito “Verdad y mentira en sentido extramoral”, define la realidad como una inmensa falsificación por parte del hombre y su lenguaje mentiroso. En la versión nietzscheana el propio ser real carece de verdad o sentido, ya que se atiene a un “fatum” o hado que lo atraviesa inciertamente, mediante el fatídico eterno retorno de lo mismo, mismidad que se interpreta como voluntad de poder proyectada en el temible Superhombre.
Nos confrontamos así con un nuevo dualismo siquiera inverso o invertido. Así que tenemos por un lado, la ortodoxia platónica o idealista del ser como verdad y sentido; y por el otro, la herética materialista o nihilista del ser como inveritativo y sinsentido. Pero entre la ortodoxia clásica y la herejía o herética, cabe la mediación de una heterodoxia bien temperada, la cual se reclama de la evolución de lo real frente al involucionismo tradicional y al revolucionismo nietzscheano.
Una tal postura heterodoxa no identifica el ser del ente con el sentido y la verdad, pero tampoco con el sinsentido y la no-verdad. Se trata de una postura medial o mediadora que considera el ser del ente como verdadero y no-verdadero, sentido y sinsentido, positivo y negativo. Intrigantemente esta postura medial se reclama del cristianismo y su filosofía encarnacionista, según la cual el ser es el ser encarnado, la verdad humanada, el sentido crucificado. La Hermenéutica contemporánea de Gadamer y socios (Ricoeur, Vattimo, Beuchot y yo mismo) asume esta visión encarnatoria de inspiración cristiana, redefiniendo el ser como logos o lenguaje, es decir, como cópula o articulación de los contrarios.
En nuestra perspectiva hermenéutica el ser se concibe como el logos encarnado o humanado y, por tanto, como verdadero o falso: mejor dicho, como verdadero y falso, luminoso y opaco, divino y demónico, regido por una ambivalencia radical. Esta es la gran inspiración de la hermenéutica actual, la mediación del dualismo tradicional a través de su articulación lingüística o correlación de los contrarios, sea la verdad y la mentira o falsedad, sea el bien y el mal, como ha mostrado el hermeneuta Luis Garagalza en su última obra “El sentido de la hermenéutica”. Ahora la realidad es verdadera y falsa o mentirosa, porque la vieja trascendencia del ser se encarna inmanentemente en el lenguaje humano: el cual articula lo verdadero y lo falso, el sentido y el sinsentido, la verdad y la mentira, la falsedad o el error.
En la versión ortodoxa, purista o puritana se salvaguarda la verdad pura a expensas de la no-verdad considerada impura, pero al precio de recaer en un dualismo purista o puritano. Por su parte, en la otra versión herética o extrema se salvaguarda la no-verdad o sinsentido impuro a expensas de la verdad pura, pero al precio de recaer en un monismo materialista y finalmente nihilista. Sin embargo, en nuestra versión hermenéutica se salvaguarda la verdad y la no-verdad, el sentido y el sinsentido, lo positivo y lo negativo, precisamente porque el ser trascendental se encarna inmanentemente. Ahora la realidad es una mezcla de bien y mal, positivo y negativo, divino y demónico o diablesco. Dilucidemos a continuación las implicaciones de estas posturas fundamentales, para saber lo que ganamos y perdemos con ellas.
3.-Verdad y mentira
En la tradición clásica ortodoxa gana la verdad del ser trascendental, sea platónico, idealista o incluso heideggeriano: aunque en Heidegger se inicia ya el giro hermenéutico de inspiración cristiana; en esta tradición se gana el ser, pero se pierde el ente meramente inmanente, es decir, la realidad del mundo. Inversamente en la postura nietzscheana de signo materialista y nihilista, gana la falsía del ser por cuanto carente de verdad y vacío de sentido (materialismo nihilista), y pierde la verdad del ser.
Finalmente en nuestra posición hermenéutica de carácter medial, gana el ser y el ente o realidad, y por tanto la verdad y la no-verdad, la trascendencia y la inmanencia, la mediación de los contrarios a través de su relación de implicación simbólica.
La hermenéutica representa un realismo simbólico, frente al idealismo trascendental clásico y al realismo materialista o nihilista de signo inmanental. Este realismo hermenéutico mantiene la tensión trágica, como la llamaba E. Mounier, entre el ser y el ente real, la verdad y la no-verdad, el sentido y el sinsentido, a favor de su re-mediación simbólica y real; y esta re-mediación funciona como la asunción del negativo para su positivación. El hombre se sitúa así entre la pura verdad propia del Dios y la impura mentira propia del diablo: el mundo del hombre es el escenario de este diálogo polémico entre la verdad y la mentira, llámese falsedad o corrupción, pero también error o equivocación.
Pues bien, la filosofía cristiana de la encarnación no es la filosofía secular del héroe pseudodivino que mata o destruye al dragón diablesco, sino la del antihéroe que salva o redime al dragón a través del amor: el cual está simbolizado precisamente por la princesa, objeto-sujeto del litigio entre el héroe y el dragón. Si Dios es la verdad y el diablo la mentira, el hombre es el re-mediador de los contrarios, el portador de un “optimismo trágico”, cuyo prototipo es la persona de Jesús el Cristo. Se trata de intercalar una mediación entre el/lo Absoluto y lo relativo, a través de un relacionismo que no es absoluto ni relativo, sino precisamente correlacionista.
El propio Mounier habla de un afrontamiento religioso o religador, y no de un enfrentamiento irreligioso o irreligador. Por supuesto que en este afrontamiento de los contrarios, la verdad y la no-verdad, el baremo es la verdad encarnada y evolutiva o en evolución, o sea, la verdad-sentido en apertura: aquella que asume y redime, revela y trasfigura dinámicamente la mentira y la falsedad estáticas. Pero se trata de una verdad encarnada y no encaramada, de una verdad humanada como amor de caridad, a la búsqueda de una identidad que asume la diferencia y la disidencia, de una apertura existencial que abre toda cerrazón, de una trascendencia que asume la inmanencia para su trasfiguración.
Entonces tendríamos que revisar la verdad y la mentira o falsedad. Porque hay verdades mentirosas y mentiras verdaderas, luz que ciega y oscuridad que acoge, dioses malévolos y démones benévolos. El propio Jesús vino a salvar a pecadores y mentirosos, de ahí la verdad en correspondencia con la bondad que practica, y de ahí la positivación de lo negativo en san Agustín.
En el encarnacionismo cristiano el mundo y la carne es el quicio de la salvación (caro cardo salutis), y el propio pecado es el eje de la redención (o felix culpa), de modo que la mentira y la falsedad no constituyen el eje o vértice del mal, como quiere todo dualismo más o menos maniqueo, sino el vórtice u ocasión (kairós) siquiera turbulenta del bien y la verdad. En el Libro del buen amor, Juan Ruiz el arcipreste de Hita nos avisa de que cuidemos con la mentira, porque a veces dice la verdad:
“Do coidares que miente, dize mayor verdat”.
4.-Mentira y verdad
En la tradición clásica ortodoxa ganamos la verdad ideal o abstracta y perdemos el mundo real y concreto, despreciado como mentiroso y falso. En el otro extremo, Nietzsche y socios pierden la verdad y el sentido en nombre de un mundo inveritativo y fatalista, en-cerrado en sí mismo. Por nuestra parte, hemos adoptado una postura hermenéutica intermedia o intermediadora, de inspiración cristiana, en la que la verdad suprema se desploma sobre su propia realidad encarnada (kénosis): la consecuencia es el mundo humano de la verdad en polémica con la no-verdad.
Un mundo en el que accedemos a la certeza a través de la ambigüedad y a la plenitud del todo por la prueba de la nada, como decía pos-nietscheanamente Mounier. Por tanto un mundo en el que accedemos a la verdad por la falta de verdad, falta que se revela paradójicamente como el motor de la aspiración a la verdad, así pues como eros socrático de carácter sagrado.
Como afirma el propio Mounier, san Francisco no castraba sino que trasfiguraba. Ello quiere decir que la lucha de la verdad frente a la mentira y la falsedad no puede ser una lucha heroica sino antiheroica, ya que la pura o absoluta verdad desencarnada mata, mientras que a menudo una mentira piadosa nos salva. Significativamente el propio amor, clave de toda salvación religiosa o profana, resulta a la vez verdadero en su intimidad afectiva y falso o mentiroso en su eclosión sentimentaloide.
Así que en esta cuestión disputada de la verdad y la mentira estoy haciendo un poco de abogado del diablo. Precisamente porque Dios es la verdad del bien, pero el diablo es la verdad del mal: el cual debe precisamente tenerse en cuenta para su re-mediación humana (en cuanto sea posible y factible). La verdad siempre ha tenido una buena prensa, y la maldad una mala prensa. Pero deberíamos dudar no solo de la mala prensa, sino también de la buena prensa, en nombre de cierta ambivalencia generalizada. En efecto, hay verdades ciertas matemáticamente como 2+2=4 que resultan inciertas existencialmente, y hay falsedades de ficción que resultan verdades de cajón.
En la tradición cristiana (luterana) se afirma la mentira existencial del pecado como paso o tránsito a la gracia, de ahí el viejo eslogan provocativo “peca, pero cree”, correspondiente del agustiniano “haz lo que quieras, pero ama”. En este contexto existencial la verdad consiste en la asunción de la mentira de este mundo para su purificación, no engañándose respecto al engaño vital y mortal, como lo llamaba nuestro Unamuno, ni tampoco respecto a neustra cultura humana: la cual es una pseudonaturaleza. Martin Lutero hablaba de la corrupción de la naturaleza humana y su cultura.
En la tradición clásica ortodoxa gana la verdad del ser trascendental, sea platónico, idealista o incluso heideggeriano: aunque en Heidegger se inicia ya el giro hermenéutico de inspiración cristiana; en esta tradición se gana el ser, pero se pierde el ente meramente inmanente, es decir, la realidad del mundo. Inversamente en la postura nietzscheana de signo materialista y nihilista, gana la falsía del ser por cuanto carente de verdad y vacío de sentido (materialismo nihilista), y pierde la verdad del ser.
Finalmente en nuestra posición hermenéutica de carácter medial, gana el ser y el ente o realidad, y por tanto la verdad y la no-verdad, la trascendencia y la inmanencia, la mediación de los contrarios a través de su relación de implicación simbólica.
La hermenéutica representa un realismo simbólico, frente al idealismo trascendental clásico y al realismo materialista o nihilista de signo inmanental. Este realismo hermenéutico mantiene la tensión trágica, como la llamaba E. Mounier, entre el ser y el ente real, la verdad y la no-verdad, el sentido y el sinsentido, a favor de su re-mediación simbólica y real; y esta re-mediación funciona como la asunción del negativo para su positivación. El hombre se sitúa así entre la pura verdad propia del Dios y la impura mentira propia del diablo: el mundo del hombre es el escenario de este diálogo polémico entre la verdad y la mentira, llámese falsedad o corrupción, pero también error o equivocación.
Pues bien, la filosofía cristiana de la encarnación no es la filosofía secular del héroe pseudodivino que mata o destruye al dragón diablesco, sino la del antihéroe que salva o redime al dragón a través del amor: el cual está simbolizado precisamente por la princesa, objeto-sujeto del litigio entre el héroe y el dragón. Si Dios es la verdad y el diablo la mentira, el hombre es el re-mediador de los contrarios, el portador de un “optimismo trágico”, cuyo prototipo es la persona de Jesús el Cristo. Se trata de intercalar una mediación entre el/lo Absoluto y lo relativo, a través de un relacionismo que no es absoluto ni relativo, sino precisamente correlacionista.
El propio Mounier habla de un afrontamiento religioso o religador, y no de un enfrentamiento irreligioso o irreligador. Por supuesto que en este afrontamiento de los contrarios, la verdad y la no-verdad, el baremo es la verdad encarnada y evolutiva o en evolución, o sea, la verdad-sentido en apertura: aquella que asume y redime, revela y trasfigura dinámicamente la mentira y la falsedad estáticas. Pero se trata de una verdad encarnada y no encaramada, de una verdad humanada como amor de caridad, a la búsqueda de una identidad que asume la diferencia y la disidencia, de una apertura existencial que abre toda cerrazón, de una trascendencia que asume la inmanencia para su trasfiguración.
Entonces tendríamos que revisar la verdad y la mentira o falsedad. Porque hay verdades mentirosas y mentiras verdaderas, luz que ciega y oscuridad que acoge, dioses malévolos y démones benévolos. El propio Jesús vino a salvar a pecadores y mentirosos, de ahí la verdad en correspondencia con la bondad que practica, y de ahí la positivación de lo negativo en san Agustín.
En el encarnacionismo cristiano el mundo y la carne es el quicio de la salvación (caro cardo salutis), y el propio pecado es el eje de la redención (o felix culpa), de modo que la mentira y la falsedad no constituyen el eje o vértice del mal, como quiere todo dualismo más o menos maniqueo, sino el vórtice u ocasión (kairós) siquiera turbulenta del bien y la verdad. En el Libro del buen amor, Juan Ruiz el arcipreste de Hita nos avisa de que cuidemos con la mentira, porque a veces dice la verdad:
“Do coidares que miente, dize mayor verdat”.
4.-Mentira y verdad
En la tradición clásica ortodoxa ganamos la verdad ideal o abstracta y perdemos el mundo real y concreto, despreciado como mentiroso y falso. En el otro extremo, Nietzsche y socios pierden la verdad y el sentido en nombre de un mundo inveritativo y fatalista, en-cerrado en sí mismo. Por nuestra parte, hemos adoptado una postura hermenéutica intermedia o intermediadora, de inspiración cristiana, en la que la verdad suprema se desploma sobre su propia realidad encarnada (kénosis): la consecuencia es el mundo humano de la verdad en polémica con la no-verdad.
Un mundo en el que accedemos a la certeza a través de la ambigüedad y a la plenitud del todo por la prueba de la nada, como decía pos-nietscheanamente Mounier. Por tanto un mundo en el que accedemos a la verdad por la falta de verdad, falta que se revela paradójicamente como el motor de la aspiración a la verdad, así pues como eros socrático de carácter sagrado.
Como afirma el propio Mounier, san Francisco no castraba sino que trasfiguraba. Ello quiere decir que la lucha de la verdad frente a la mentira y la falsedad no puede ser una lucha heroica sino antiheroica, ya que la pura o absoluta verdad desencarnada mata, mientras que a menudo una mentira piadosa nos salva. Significativamente el propio amor, clave de toda salvación religiosa o profana, resulta a la vez verdadero en su intimidad afectiva y falso o mentiroso en su eclosión sentimentaloide.
Así que en esta cuestión disputada de la verdad y la mentira estoy haciendo un poco de abogado del diablo. Precisamente porque Dios es la verdad del bien, pero el diablo es la verdad del mal: el cual debe precisamente tenerse en cuenta para su re-mediación humana (en cuanto sea posible y factible). La verdad siempre ha tenido una buena prensa, y la maldad una mala prensa. Pero deberíamos dudar no solo de la mala prensa, sino también de la buena prensa, en nombre de cierta ambivalencia generalizada. En efecto, hay verdades ciertas matemáticamente como 2+2=4 que resultan inciertas existencialmente, y hay falsedades de ficción que resultan verdades de cajón.
En la tradición cristiana (luterana) se afirma la mentira existencial del pecado como paso o tránsito a la gracia, de ahí el viejo eslogan provocativo “peca, pero cree”, correspondiente del agustiniano “haz lo que quieras, pero ama”. En este contexto existencial la verdad consiste en la asunción de la mentira de este mundo para su purificación, no engañándose respecto al engaño vital y mortal, como lo llamaba nuestro Unamuno, ni tampoco respecto a neustra cultura humana: la cual es una pseudonaturaleza. Martin Lutero hablaba de la corrupción de la naturaleza humana y su cultura.
5. (Coimplicación)
Resumiría nuestra búsqueda sobre la verdad y la mentira en la siguiente ecuación: la verdad es a la mentira como la mentira es a la verdad. En donde la verdad afronta a la mentira como la mentira afronta a la verdad: cómplice o coimplicadamente, complementaria o comparativamente (como dice Umberto Eco).
Hay una especie de analogía perversa o corrosiva, heterodoxa, entre la verdad y la mentira o falsedad: pues la verdad lo es en relación a una mentira o falsedad que trasciende o traspasa, sublima o trasfigura; mientras que a su vez la mentira o falsedad lo es respecto a una verdad que inmanentiza o abaja contingentemente, relativizando su presunta absolutez. Esta correlación entre la trascendencia de la verdad y la inmanencia de la mentira o falsedad, expresa la correlación entre trascendencia e inmanencia, arriba y abajo, positivo y negativo.
Pero esta correlación no expone un nuevo dualismo sino una coimplicación, ya que no hay verdad sin mentira, ni mentira sin verdad. Su mutua complicidad evita el dualismo tanto tradicional como moderno, puesto que se exige unir y diferenciar los contrarios, una operación de carácter hermenéutico-lingüístico o simbólico. En efecto, donde no hay mentira no puede haber verdad, de modo que aniquilar fundamentalistamente la mentira sería aniquilar también la verdad. De aquí se sigue el correspondiente tratamiento de la verdad y de la mentira: abajando la verdad hasta su encarnación, y elevando la mentira o falsedad hasta su apertura.
Así que sin la contraposición del diablo no hay Dios, y viceversa. Sin el contrapunto de la mentira no hay verdad, y viceversa. Sin el contrapunto del pecado no hay redención, y viceversa. Y sin la muerte no hay vida, y viceversa. Este es el campo interrelacional de operaciones del hombre en el mundo, situado entre lo divino y lo diablesco, un campo de lucha dialéctica entre los opuestos en vistas a su re-mediación. La cual consiste en la tarea inacabable de inmanentizar o encarnar el bien, así como de trascender o sobrepasar el mal. El cual no puede superarse heroicamente, sino solo supurarse antiheroicamente; el método no consiste entonces en el aniquilamiento o denegación (imposible) del mal, la mentira o la falsedad, sino en la positivación de su negatividad, a través de una asunción crítica y traspositiva del mal, la mentira o la falsedad.
El caso es que una verdad pura exenta de toda impureza o mentira es la mayor de las mentiras y estafas, porque se piensa como absoluta o divina. Y una mentira impura exenta de toda verdad es una demonización que absolutiza paradójicamente la mera relatividad (como en Nietzsche). Así pues, la verdad sin mezcla de mentira no es humana sino sobrehumana, y la mentira sin mezcla de verdad no es humana sino infrahumana. Pero la auténtica vida humana es verdad y mentira, verdad mentirosa y mentira verdadera, dialéctica de verdad y mentira, coimplicación de luz y oscuridad, sentido y sinsentido, positividad y negatividad.
La solución a semejante dualidad no debe estar en la ortodoxia de una presunta o presuntuosa verdad encaramada frente a la mentira ajena, ni en la herética de una mentira escamada que se sitúa reactivamente contra la verdad; sino en la asunción crítica de su negatividad, pues la verdad es la verdad-encarnada humanamente. En donde se destaca como baremo de interpretación un humanismo radical que, en honor a Carlos Díaz y nuestra vieja terminología juvenil, podríamos denominar “anarco-humanismo”.
Digamos que hay una verdad de la mentira, la cual está en su exposición de la real contingencia. Y también hay una mentira de la verdad, la cual está en la exposición de nuestra incontingencia. Por ello asumir la mentira es tener en cuenta nuestra inmanencia y no engañarnos al respecto, así como afirmar la verdad es coafirmar la apertura radical o trascendental frente a toda cerrazón en falso o falsía. En este contexto, suele colocarse la verdad en la vida como apertura y la mentira en la muerte como oclusión: pero yo hablaría de dualéctica de los contrarios, ya que nuestra vida es perecedera y nuestra muerte nos abre paradójicamente a lo imperecedero.
Así que la verdad lo es respecto a la mentira, y la mentira lo es respecto a la verdad: coimplicación simbólica. De esta forma culmina mi discurso verdaderamente, aunque también falazmente, ya que comienza precisamente ahora que acaba –abiertamente. Parece una contradicción irresoluble, aunque es una contra-dicción soluble; por lo demás, si me contradigo es que aún estoy vivo; M.Proust afirmaba que ni la contradicción es indicio de falsedad, ni la falta de contradicción es indicio de verdad.
6. Verdad y sentido
En el film y texto de “El nombre de la rosa” de U.Eco, los que poseen la verdad ortodoxa son los más heréticos y mentirosos: el abad benedictino, el inquisidor dominico y el asesino Jorge de Burgos. Son los franciscanos desposeídos de la verdad, los que la descubren paradójicamente a través de las mentiras y falsedades de aquellos, encarnándose en las contingencias del hombre e incardinándose en el mundo; lo cual parece un guiño previo a la actual metodología franciscana del Papa Francisco.
El lema franciscano bien podría ser: per inveritatem ad veritatem (por la falta de verdad a la verdad). Pues como ha proclamado el mismo Pontífice, el problema no es el pecado sino la corrupción: el pecado es un acto que tiene absolución, pero la corrupción es una actitud o estado de pecado sin arrepentimiento ni remisión, de empecatamiento empedernido, de mentira y falsedad instituída.
Estoy escribiendo este apunte sobre la verdad y la mentira para proferirlo el día de Santiago en Burgos, ante los miembros de la Fratría Mounier, y es verdad que ahora mismo son las cinco en punto de la tarde de un día veraniego.
Pero ni siquiera esta humilde datación resulta verdadera sino verdaderamente falsa, por cuanto están trascurriendo unos segundos que la hacen inexacta. Y es que la verdad ortodoxa y tradicional es una verdad cerrada o encerrada en sí misma, la cual se corresponde con el viejo “Santiago y cierra España”. Por su parte, la verdad crítica y heterodoxa que propugnamos hermenéuticamente es una verdad abierta al sentido humano de la existencia, la cual se corresponde mejor con el lema ecuménico de “San Pablo y abre España”.
El propio Emmanuel Mounier propugnaba al respecto apertura (secular) y osadía (cristiana), una osadía que parece implícita en mi apellido rebautizado por V. Gómez Oliver como Ortiz-Osado. Pido excusas al respecto al respetable, y concluyo. Sin duda hay miedo a la verdad desde la cerrazón propia de la mentira, la falsedad y la corrupción; pero también hay miedo al mundo corruptible desde posiciones de presunta o presuntuosa dignidad o incorruptibilidad. Se trataría de establecer un diálogo humano (democrático) que re-medie entre la verdad suprahumana y la mentira o falsedad infrahumana: en nombre de la verdad-sentido, que es la verdad encarnada o humanada.
Pilatos plantea la pregunta romana por la verdad: la respuesta silente de Jesús es el amor de caridad (agape), el cual traduce la verdad bíblica como fidelidad interpersonal (emeth). Ahora la verdad es la bondad, la apertura trascendental e inmanental al otro, interpersonalismo: lo demás es mentira o falsedad.
La auténtica verdad dice entonces doble apertura: apertura trascendental al otro y apertura inmanental a lo otro (alétheia): apertura de lo real a su sentido (humano). Así que entre la verdad unívoca y la mentira equívoca se sitúa medialmente el sentido análógico o simbólico (humano).
Resumiría nuestra búsqueda sobre la verdad y la mentira en la siguiente ecuación: la verdad es a la mentira como la mentira es a la verdad. En donde la verdad afronta a la mentira como la mentira afronta a la verdad: cómplice o coimplicadamente, complementaria o comparativamente (como dice Umberto Eco).
Hay una especie de analogía perversa o corrosiva, heterodoxa, entre la verdad y la mentira o falsedad: pues la verdad lo es en relación a una mentira o falsedad que trasciende o traspasa, sublima o trasfigura; mientras que a su vez la mentira o falsedad lo es respecto a una verdad que inmanentiza o abaja contingentemente, relativizando su presunta absolutez. Esta correlación entre la trascendencia de la verdad y la inmanencia de la mentira o falsedad, expresa la correlación entre trascendencia e inmanencia, arriba y abajo, positivo y negativo.
Pero esta correlación no expone un nuevo dualismo sino una coimplicación, ya que no hay verdad sin mentira, ni mentira sin verdad. Su mutua complicidad evita el dualismo tanto tradicional como moderno, puesto que se exige unir y diferenciar los contrarios, una operación de carácter hermenéutico-lingüístico o simbólico. En efecto, donde no hay mentira no puede haber verdad, de modo que aniquilar fundamentalistamente la mentira sería aniquilar también la verdad. De aquí se sigue el correspondiente tratamiento de la verdad y de la mentira: abajando la verdad hasta su encarnación, y elevando la mentira o falsedad hasta su apertura.
Así que sin la contraposición del diablo no hay Dios, y viceversa. Sin el contrapunto de la mentira no hay verdad, y viceversa. Sin el contrapunto del pecado no hay redención, y viceversa. Y sin la muerte no hay vida, y viceversa. Este es el campo interrelacional de operaciones del hombre en el mundo, situado entre lo divino y lo diablesco, un campo de lucha dialéctica entre los opuestos en vistas a su re-mediación. La cual consiste en la tarea inacabable de inmanentizar o encarnar el bien, así como de trascender o sobrepasar el mal. El cual no puede superarse heroicamente, sino solo supurarse antiheroicamente; el método no consiste entonces en el aniquilamiento o denegación (imposible) del mal, la mentira o la falsedad, sino en la positivación de su negatividad, a través de una asunción crítica y traspositiva del mal, la mentira o la falsedad.
El caso es que una verdad pura exenta de toda impureza o mentira es la mayor de las mentiras y estafas, porque se piensa como absoluta o divina. Y una mentira impura exenta de toda verdad es una demonización que absolutiza paradójicamente la mera relatividad (como en Nietzsche). Así pues, la verdad sin mezcla de mentira no es humana sino sobrehumana, y la mentira sin mezcla de verdad no es humana sino infrahumana. Pero la auténtica vida humana es verdad y mentira, verdad mentirosa y mentira verdadera, dialéctica de verdad y mentira, coimplicación de luz y oscuridad, sentido y sinsentido, positividad y negatividad.
La solución a semejante dualidad no debe estar en la ortodoxia de una presunta o presuntuosa verdad encaramada frente a la mentira ajena, ni en la herética de una mentira escamada que se sitúa reactivamente contra la verdad; sino en la asunción crítica de su negatividad, pues la verdad es la verdad-encarnada humanamente. En donde se destaca como baremo de interpretación un humanismo radical que, en honor a Carlos Díaz y nuestra vieja terminología juvenil, podríamos denominar “anarco-humanismo”.
Digamos que hay una verdad de la mentira, la cual está en su exposición de la real contingencia. Y también hay una mentira de la verdad, la cual está en la exposición de nuestra incontingencia. Por ello asumir la mentira es tener en cuenta nuestra inmanencia y no engañarnos al respecto, así como afirmar la verdad es coafirmar la apertura radical o trascendental frente a toda cerrazón en falso o falsía. En este contexto, suele colocarse la verdad en la vida como apertura y la mentira en la muerte como oclusión: pero yo hablaría de dualéctica de los contrarios, ya que nuestra vida es perecedera y nuestra muerte nos abre paradójicamente a lo imperecedero.
Así que la verdad lo es respecto a la mentira, y la mentira lo es respecto a la verdad: coimplicación simbólica. De esta forma culmina mi discurso verdaderamente, aunque también falazmente, ya que comienza precisamente ahora que acaba –abiertamente. Parece una contradicción irresoluble, aunque es una contra-dicción soluble; por lo demás, si me contradigo es que aún estoy vivo; M.Proust afirmaba que ni la contradicción es indicio de falsedad, ni la falta de contradicción es indicio de verdad.
6. Verdad y sentido
En el film y texto de “El nombre de la rosa” de U.Eco, los que poseen la verdad ortodoxa son los más heréticos y mentirosos: el abad benedictino, el inquisidor dominico y el asesino Jorge de Burgos. Son los franciscanos desposeídos de la verdad, los que la descubren paradójicamente a través de las mentiras y falsedades de aquellos, encarnándose en las contingencias del hombre e incardinándose en el mundo; lo cual parece un guiño previo a la actual metodología franciscana del Papa Francisco.
El lema franciscano bien podría ser: per inveritatem ad veritatem (por la falta de verdad a la verdad). Pues como ha proclamado el mismo Pontífice, el problema no es el pecado sino la corrupción: el pecado es un acto que tiene absolución, pero la corrupción es una actitud o estado de pecado sin arrepentimiento ni remisión, de empecatamiento empedernido, de mentira y falsedad instituída.
Estoy escribiendo este apunte sobre la verdad y la mentira para proferirlo el día de Santiago en Burgos, ante los miembros de la Fratría Mounier, y es verdad que ahora mismo son las cinco en punto de la tarde de un día veraniego.
Pero ni siquiera esta humilde datación resulta verdadera sino verdaderamente falsa, por cuanto están trascurriendo unos segundos que la hacen inexacta. Y es que la verdad ortodoxa y tradicional es una verdad cerrada o encerrada en sí misma, la cual se corresponde con el viejo “Santiago y cierra España”. Por su parte, la verdad crítica y heterodoxa que propugnamos hermenéuticamente es una verdad abierta al sentido humano de la existencia, la cual se corresponde mejor con el lema ecuménico de “San Pablo y abre España”.
El propio Emmanuel Mounier propugnaba al respecto apertura (secular) y osadía (cristiana), una osadía que parece implícita en mi apellido rebautizado por V. Gómez Oliver como Ortiz-Osado. Pido excusas al respecto al respetable, y concluyo. Sin duda hay miedo a la verdad desde la cerrazón propia de la mentira, la falsedad y la corrupción; pero también hay miedo al mundo corruptible desde posiciones de presunta o presuntuosa dignidad o incorruptibilidad. Se trataría de establecer un diálogo humano (democrático) que re-medie entre la verdad suprahumana y la mentira o falsedad infrahumana: en nombre de la verdad-sentido, que es la verdad encarnada o humanada.
Pilatos plantea la pregunta romana por la verdad: la respuesta silente de Jesús es el amor de caridad (agape), el cual traduce la verdad bíblica como fidelidad interpersonal (emeth). Ahora la verdad es la bondad, la apertura trascendental e inmanental al otro, interpersonalismo: lo demás es mentira o falsedad.
La auténtica verdad dice entonces doble apertura: apertura trascendental al otro y apertura inmanental a lo otro (alétheia): apertura de lo real a su sentido (humano). Así que entre la verdad unívoca y la mentira equívoca se sitúa medialmente el sentido análógico o simbólico (humano).
7. (Criticismo)
Subyace al presente escrito la idea de que la verdad ha sido a menudo un verdugo que se ha cobrado demasiadas víctimas. Por eso preconizamos una verdad liberadora, la verdad evangélica que nos hace libres y no esclavos, una verdad-sentido (encarnado o humanado) que nos hace vivir y existir y no perecer.
La cuestión es que, como anotaba La Rochefoucault, la verdad no hace tanto bien en el mundo como el daño que hacen sus apariencias. Por eso la búsqueda de la verdad es interminable a través del ensayo y el error, como confirma la ciencia contemporánea.
Antonio Machado, gran defensor de la verdad, acaba considerando la verdad como una auténtica invención de la fantasía. Esta invención anímica expresa a menudo mejor que la seca o secante verdad lo que sucede en el alma, como dice M.Gorki. La propia mentira, considerada como una invención transveritativa, sirve según G. Porto-Eiche para suavizar las costumbres. Shakespeare llega a decir en Hamlet que con el cebo de una mentira se pesca una carpa de verdad.
De acuerdo con Marcel Proust mentimos toda la vida, especialmente a los que nos aman, precisamente porque deseamos su estima. Por su parte, Simone de Beauvoir testifica en sus Memorias que en su entorno se condenaba la mentira, pero se rehuía la verdad. Una renuncia o renuencia que alaba G. Senac de Meilhan por cuanto no hay verdad absoluta; en la misma línea se pronuncia A. Koestler cuando dice que verdad o falsedad se refieren a las ideas y no a los sentimientos, según él nunca engañosos.
G. Bernard Shaw afirmó que toda gran verdad comienza siendo una blasfemia, y La Rochefoucauld dejó escrito que la verdad se despeña en sus apariencias. Jean Rostand abandona la verdad mayúscula en nombre de la convicción, Picasso en nombre de las verdades plurales y J.Guéhenno en nombre de las verdades con minúscula.
Me parecen acertados M. Montaigne, D.Diderot y R. Rolland cuando buscan la verdad, pero no su posesión. Pues lo verdadero resulta demasiado simple, por eso hay que alcanzarlo a través de lo complejo, afirma George Sand. En efecto, ninguna generalización es totalmente verdadera, ni siquiera esta misma generalización, diría O.Wendell Holmes. Y es que como el amor, como la muerte, la verdad necesita los velos de la mentira para su realización (Claude Aveline).
Así que la verdad sin sentido es un error (convertible en terror): y la verdad sin libertad es un dogma (convertible en fundamentalismo).
8. Conclusiones
La auténtica verdad os hará libres, es decir, os liberará. Y el sentido –que es la verdad encarnada- os librará de la verdad inauténtica, abstracta o desencarnada, inhumana o pura, purista o puritana. En consecuencia la mentira, la falsedad o el error lo son humanamente respecto a la verdad-sentido, que es la verdad humanada.
Propugnamos una filosofía del sentido, definido como la sutura posible de la fisura real. En una tal filosofía del sentido no se trata de proponer el bien por encima del mal, ni la verdad por encima de la falsedad. Esta filosofía del sentido está presidida por una ética heterodoxa, cuya justicia afirma el coajuste de lo bueno y lo malo, lo verdadero y lo engañoso (incluido en lo verdadero). Si en el límite la verdad es la adecuación de lo real y lo ideal, el sentido (crítico) denuncia la inadeciación entre lo real y lo ideal.
En su trasfondo de nuestra propuesta anida una metafísica del ser y no-ser, de la contra-dicción a articular críticamente en un lenguaje dialógico o democrático. En la cúspide resplandece una revisión de Dios y el diablo como opuestos complementarios teológicamente. Y en el nivel medio se afirma una mediación política entre los buenos y los malos, los ricos y los pobres, lo verdadero y lo fementido.
Una filosofía del sentido revierte así en una filosofía del sinsentido en vistas a su remediación. Precisamente porque el sentido se define como la sutura posible del sinsentido instituido. Entre el héroe que es de Marte y el dragón que es de Saturno, elegimos a la Princesa cautiva por ambos porque es de Venus (eros, sensus, sentido). El baremos de la verdad dice entonces sentido, pues algo tiene verdad si contiene sentido, dice verdad si códice sentido, es verdadero si obtiene sentido: en donde la verdad con sentido es la verdad consentida (y no meramente consensuada). El valor de la verdad se reúne con el sentido como lo valioso humano.
(Colofón) La verdad dice logos (adecuación) y el sentido dice sensus o eros (amor): el amor a la verdad (filosofía) culmina en la verdad del amor, que es la auténtica sabiduría (sofofilía). En “El nombre de la rosa”, el amor a la verdad (logos) está encarnado por el viejo franciscano Guillermo, mientras que la verdad del amor (eros o sensus) está encarnada por el joven novicio Adso. Para este último, que acaba siendo el primero o principal (protagonista), la verdad-sentido de la existencia radica en el amor (erotología).
Subyace al presente escrito la idea de que la verdad ha sido a menudo un verdugo que se ha cobrado demasiadas víctimas. Por eso preconizamos una verdad liberadora, la verdad evangélica que nos hace libres y no esclavos, una verdad-sentido (encarnado o humanado) que nos hace vivir y existir y no perecer.
La cuestión es que, como anotaba La Rochefoucault, la verdad no hace tanto bien en el mundo como el daño que hacen sus apariencias. Por eso la búsqueda de la verdad es interminable a través del ensayo y el error, como confirma la ciencia contemporánea.
Antonio Machado, gran defensor de la verdad, acaba considerando la verdad como una auténtica invención de la fantasía. Esta invención anímica expresa a menudo mejor que la seca o secante verdad lo que sucede en el alma, como dice M.Gorki. La propia mentira, considerada como una invención transveritativa, sirve según G. Porto-Eiche para suavizar las costumbres. Shakespeare llega a decir en Hamlet que con el cebo de una mentira se pesca una carpa de verdad.
De acuerdo con Marcel Proust mentimos toda la vida, especialmente a los que nos aman, precisamente porque deseamos su estima. Por su parte, Simone de Beauvoir testifica en sus Memorias que en su entorno se condenaba la mentira, pero se rehuía la verdad. Una renuncia o renuencia que alaba G. Senac de Meilhan por cuanto no hay verdad absoluta; en la misma línea se pronuncia A. Koestler cuando dice que verdad o falsedad se refieren a las ideas y no a los sentimientos, según él nunca engañosos.
G. Bernard Shaw afirmó que toda gran verdad comienza siendo una blasfemia, y La Rochefoucauld dejó escrito que la verdad se despeña en sus apariencias. Jean Rostand abandona la verdad mayúscula en nombre de la convicción, Picasso en nombre de las verdades plurales y J.Guéhenno en nombre de las verdades con minúscula.
Me parecen acertados M. Montaigne, D.Diderot y R. Rolland cuando buscan la verdad, pero no su posesión. Pues lo verdadero resulta demasiado simple, por eso hay que alcanzarlo a través de lo complejo, afirma George Sand. En efecto, ninguna generalización es totalmente verdadera, ni siquiera esta misma generalización, diría O.Wendell Holmes. Y es que como el amor, como la muerte, la verdad necesita los velos de la mentira para su realización (Claude Aveline).
Así que la verdad sin sentido es un error (convertible en terror): y la verdad sin libertad es un dogma (convertible en fundamentalismo).
8. Conclusiones
La auténtica verdad os hará libres, es decir, os liberará. Y el sentido –que es la verdad encarnada- os librará de la verdad inauténtica, abstracta o desencarnada, inhumana o pura, purista o puritana. En consecuencia la mentira, la falsedad o el error lo son humanamente respecto a la verdad-sentido, que es la verdad humanada.
Propugnamos una filosofía del sentido, definido como la sutura posible de la fisura real. En una tal filosofía del sentido no se trata de proponer el bien por encima del mal, ni la verdad por encima de la falsedad. Esta filosofía del sentido está presidida por una ética heterodoxa, cuya justicia afirma el coajuste de lo bueno y lo malo, lo verdadero y lo engañoso (incluido en lo verdadero). Si en el límite la verdad es la adecuación de lo real y lo ideal, el sentido (crítico) denuncia la inadeciación entre lo real y lo ideal.
En su trasfondo de nuestra propuesta anida una metafísica del ser y no-ser, de la contra-dicción a articular críticamente en un lenguaje dialógico o democrático. En la cúspide resplandece una revisión de Dios y el diablo como opuestos complementarios teológicamente. Y en el nivel medio se afirma una mediación política entre los buenos y los malos, los ricos y los pobres, lo verdadero y lo fementido.
Una filosofía del sentido revierte así en una filosofía del sinsentido en vistas a su remediación. Precisamente porque el sentido se define como la sutura posible del sinsentido instituido. Entre el héroe que es de Marte y el dragón que es de Saturno, elegimos a la Princesa cautiva por ambos porque es de Venus (eros, sensus, sentido). El baremos de la verdad dice entonces sentido, pues algo tiene verdad si contiene sentido, dice verdad si códice sentido, es verdadero si obtiene sentido: en donde la verdad con sentido es la verdad consentida (y no meramente consensuada). El valor de la verdad se reúne con el sentido como lo valioso humano.
(Colofón) La verdad dice logos (adecuación) y el sentido dice sensus o eros (amor): el amor a la verdad (filosofía) culmina en la verdad del amor, que es la auténtica sabiduría (sofofilía). En “El nombre de la rosa”, el amor a la verdad (logos) está encarnado por el viejo franciscano Guillermo, mientras que la verdad del amor (eros o sensus) está encarnada por el joven novicio Adso. Para este último, que acaba siendo el primero o principal (protagonista), la verdad-sentido de la existencia radica en el amor (erotología).
Bibliografía mínima:
---Michel de Montaigne (Ensayos)
---La Rochefoucauld (Máximas)
---F. Nietzsche (Verdad y mentira en sentido extramoral)
---Emmanuel Mounier (El afrontamiento cristiano)
---Miguel de Unamuno (Del sentimiento trágico de la vida)
---A. Amor Ruibal (Los problemas fundamentales de la filosofía y del dogma)
---Carl-Gustav Jung (Mysterium coniunctionis)
---Martin Heidegger (Ser y tiempo, así como Tiempo y ser)
---Hans-Georg Gadamer (Verdad y método)
---Carlos Díaz (Testimonio y pensamiento)
---A.Ortiz-Osés (El Dios heterodoxo, así como Actitudes ante la vida)
---Patxi Lanceros (Verdades frágiles, mentiras útiles)
---Luis Garagalza (El sentido de la hermenéutica)
---Michel de Montaigne (Ensayos)
---La Rochefoucauld (Máximas)
---F. Nietzsche (Verdad y mentira en sentido extramoral)
---Emmanuel Mounier (El afrontamiento cristiano)
---Miguel de Unamuno (Del sentimiento trágico de la vida)
---A. Amor Ruibal (Los problemas fundamentales de la filosofía y del dogma)
---Carl-Gustav Jung (Mysterium coniunctionis)
---Martin Heidegger (Ser y tiempo, así como Tiempo y ser)
---Hans-Georg Gadamer (Verdad y método)
---Carlos Díaz (Testimonio y pensamiento)
---A.Ortiz-Osés (El Dios heterodoxo, así como Actitudes ante la vida)
---Patxi Lanceros (Verdades frágiles, mentiras útiles)
---Luis Garagalza (El sentido de la hermenéutica)
Artículo elaborado por Andrés Ortiz-Osés, Catedrático de Antropología Filosófica en la Universidad de Deusto, y colaborador de Tendencias21 de las Religiones.