El hecho de que se puedan crear máquinas pensantes es algo que despierta mucho interés. Cada vez que hay un enfrentamiento directo entre humanos y máquinas, es ya casi una tradición que aparezca señalado en los informativos de primer nivel. Todos tenemos en mente los míticos enfrentamientos en interminables partidas de ajedrez entre el mejor de los humanos y la mejor de las máquinas. Lo que antes era argumento para historias de ciencia-ficción, hoy en día parece estar al alcance de la tecnología.
La inteligencia artificial suspende en lo que nos hace humanos
Actualmente la inteligencia artificial funciona con distintos resultados en campos muy específicos. Muchos hemos podido experimentar cómo un PDA es capaz de reconocer letras manuscritas, o cómo un teléfono móvil puede marcar el número correcto sólo con decir el nombre de la persona correspondiente. Sin embargo, es sabido que hasta los más simples cerebros animales, incluso los de minúsculos insectos, son capaces de funciones que son imposibles de llevar a cabo actualmente por el más avanzado ordenador.
Las computadoras son buenas para dibujar con precisión, mantener bases de datos o hacer extensivos cálculos matemáticos. Pero tienen problemas para reconocer patrones simples, y muchos más si se trata de generalizar esos patrones del pasado para predecir o decidir acciones futuras. En general, la inteligencia artificial suspende en todo lo referente a la toma de decisiones en base a datos que no se rigen por reglas estrictas, o cuya interconexión no resulta tan evidente. En esta categoría entra el aprendizaje y reconocimiento de sentimientos básicos, así como la capacidad de relacionarse socialmente. Aquello que usualmente identificamos como lo que nos hace humanos.
Imitando el funcionamiento de la mente humana
Parece lógico pensar que conforme se vaya descifrando el funcionamiento de la mente, paralelamente se irán desarrollando sistemas de inteligencia artificial capaces de imitar ese funcionamiento. Y eso es lo que parece estar pasando a la luz de las investigaciones llevadas a cabo por científicos del Boston College. Ellos han se han inspirado en cómo el cerebro utiliza los ojos para reconocer objetos, para después escribir el software que imita ese método.
Hasta ahora la visión artificial se conseguía procesando las imágenes recibidas desde un sensor, como una cámara digital. Se procesaban al completo, píxel por píxel, hasta conseguir reconocer aquello que se buscaba. Esto es un proceso lento y costoso, y aún más si se aumenta la resolución de la imagen. Nuestro cerebro, en cambio, no procesa toda la información que recibe de los ojos. Si nos fijamos nos daremos cuenta de que la única parte de la imagen que procesamos con detalle es aquella parte que es de interés para nosotros.
Imitando este comportamiento, Hao Jiang y Stella X. Yu han desarrollado un software capaz de procesar la imágenes con el doble de precisión y hasta diez veces más rápido que con los métodos anteriores. Esto supone todo un salto en la evolución de los sistemas de visión artificial.
La inteligencia artificial suspende en lo que nos hace humanos
Actualmente la inteligencia artificial funciona con distintos resultados en campos muy específicos. Muchos hemos podido experimentar cómo un PDA es capaz de reconocer letras manuscritas, o cómo un teléfono móvil puede marcar el número correcto sólo con decir el nombre de la persona correspondiente. Sin embargo, es sabido que hasta los más simples cerebros animales, incluso los de minúsculos insectos, son capaces de funciones que son imposibles de llevar a cabo actualmente por el más avanzado ordenador.
Las computadoras son buenas para dibujar con precisión, mantener bases de datos o hacer extensivos cálculos matemáticos. Pero tienen problemas para reconocer patrones simples, y muchos más si se trata de generalizar esos patrones del pasado para predecir o decidir acciones futuras. En general, la inteligencia artificial suspende en todo lo referente a la toma de decisiones en base a datos que no se rigen por reglas estrictas, o cuya interconexión no resulta tan evidente. En esta categoría entra el aprendizaje y reconocimiento de sentimientos básicos, así como la capacidad de relacionarse socialmente. Aquello que usualmente identificamos como lo que nos hace humanos.
Imitando el funcionamiento de la mente humana
Parece lógico pensar que conforme se vaya descifrando el funcionamiento de la mente, paralelamente se irán desarrollando sistemas de inteligencia artificial capaces de imitar ese funcionamiento. Y eso es lo que parece estar pasando a la luz de las investigaciones llevadas a cabo por científicos del Boston College. Ellos han se han inspirado en cómo el cerebro utiliza los ojos para reconocer objetos, para después escribir el software que imita ese método.
Hasta ahora la visión artificial se conseguía procesando las imágenes recibidas desde un sensor, como una cámara digital. Se procesaban al completo, píxel por píxel, hasta conseguir reconocer aquello que se buscaba. Esto es un proceso lento y costoso, y aún más si se aumenta la resolución de la imagen. Nuestro cerebro, en cambio, no procesa toda la información que recibe de los ojos. Si nos fijamos nos daremos cuenta de que la única parte de la imagen que procesamos con detalle es aquella parte que es de interés para nosotros.
Imitando este comportamiento, Hao Jiang y Stella X. Yu han desarrollado un software capaz de procesar la imágenes con el doble de precisión y hasta diez veces más rápido que con los métodos anteriores. Esto supone todo un salto en la evolución de los sistemas de visión artificial.
No es un avance aislado
Pero esta impresionante mejora no es un hecho aislado. Se anuncian otros grandes avances en reconocimiento de rostros, de expresiones faciales, de lectura de labios, detección de mentiras, composición musical, incluso en el descubrimiento de ecuaciones fundamentales. Todo hecho por agentes inteligentes artificiales. A pesar de ser habilidades ciertamente humanas, se trata muchas veces de habilidades que sólo están al alcance de unos pocos humanos.
El reconocimiento de un rostro no parece algo sensacional. Nosotros lo hacemos sin siquiera pararnos a pensar. Casi instantáneamente reconocemos la cara de nuestra vecina, o del cartero. Caras que nos pueden parecer irrelevantes. Lo que sí resulta impresionante es pensar que un software es capaz de detectar e interpretar microexpresiones faciales que pasan inadvertidas a la mayoría de nosotros, detectando si alguien está mintiendo o no. O saber que un programa de ordenador puede leer los labios en una secuencia de vídeo, incluso en varios idiomas, transcribiendo lo que se está diciendo. Estos avances pueden hacernos ver la inteligencia artificial con otros ojos.
La psicología y la neurología van avanzando poco a poco hacia la comprensión de nuestra inteligencia, aunque desde perspectivas diferentes. Por una parte estudian la mente, es decir, el sistema de pensamientos. Por la otra parte estudian el cerebro, el soporte biológico de esos pensamientos. Esperan unirse en algún punto intermedio cuando comprendan cuál es exactamente la relación entre mente y cerebro. Hasta entonces, el núcleo mismo del funcionamiento de nuestra inteligencia será un misterio. Sin embargo, está generalizada entre los científicos la sensación de que con las herramientas actuales, como la resonancia magnética funcional, es sólo cuestión de tiempo desvelar ese misterio. Quizá entonces sea posible escribir un software capaz de hacer lo mismo que nuestro cerebro.
Pero esta impresionante mejora no es un hecho aislado. Se anuncian otros grandes avances en reconocimiento de rostros, de expresiones faciales, de lectura de labios, detección de mentiras, composición musical, incluso en el descubrimiento de ecuaciones fundamentales. Todo hecho por agentes inteligentes artificiales. A pesar de ser habilidades ciertamente humanas, se trata muchas veces de habilidades que sólo están al alcance de unos pocos humanos.
El reconocimiento de un rostro no parece algo sensacional. Nosotros lo hacemos sin siquiera pararnos a pensar. Casi instantáneamente reconocemos la cara de nuestra vecina, o del cartero. Caras que nos pueden parecer irrelevantes. Lo que sí resulta impresionante es pensar que un software es capaz de detectar e interpretar microexpresiones faciales que pasan inadvertidas a la mayoría de nosotros, detectando si alguien está mintiendo o no. O saber que un programa de ordenador puede leer los labios en una secuencia de vídeo, incluso en varios idiomas, transcribiendo lo que se está diciendo. Estos avances pueden hacernos ver la inteligencia artificial con otros ojos.
La psicología y la neurología van avanzando poco a poco hacia la comprensión de nuestra inteligencia, aunque desde perspectivas diferentes. Por una parte estudian la mente, es decir, el sistema de pensamientos. Por la otra parte estudian el cerebro, el soporte biológico de esos pensamientos. Esperan unirse en algún punto intermedio cuando comprendan cuál es exactamente la relación entre mente y cerebro. Hasta entonces, el núcleo mismo del funcionamiento de nuestra inteligencia será un misterio. Sin embargo, está generalizada entre los científicos la sensación de que con las herramientas actuales, como la resonancia magnética funcional, es sólo cuestión de tiempo desvelar ese misterio. Quizá entonces sea posible escribir un software capaz de hacer lo mismo que nuestro cerebro.