El significado de la palabra lo dice, el trabajo es el esfuerzo humano en la producción de la riqueza. Con esta idea, trabajar sin jefes podría parecer una labor de tontos, sin embargo, nuevos estudios plantean la posibilidad de que esta tendencia se propague en el futuro.
Según difunde esta semana el digital especializado Knowledge@Wharton la sociedad comienza ya a exaltar los beneficios de las oficinas sin jefes y sin títulos en sus cargos, donde los empleados deciden en que proyectos trabajar, a quién contratar y despedir, donde cada uno decide su salario, los aumentos de sueldo y los períodos vacacionales de los que gozará.
Las reacciones ante la idea son variadas. Incluso los partidarios de la oficina sin jefe admiten que las decisiones pueden tardar más de lo debido cuando no hay jerarquía. Además, la naturaleza humana sugiere que alguien acabará poniéndose al frente del grupo e, incluso sin contar con un título que le otorgue el derecho, ese individuo asumirá el papel del líder, con resultados no siempre positivos.
Pero los defensores de la idea afirman que en una empresa sin jerarquías los empleados trabajan de manera más creativa, más productiva e independiente, y se sienten más responsables del éxito de su compañía.
Según difunde esta semana el digital especializado Knowledge@Wharton la sociedad comienza ya a exaltar los beneficios de las oficinas sin jefes y sin títulos en sus cargos, donde los empleados deciden en que proyectos trabajar, a quién contratar y despedir, donde cada uno decide su salario, los aumentos de sueldo y los períodos vacacionales de los que gozará.
Las reacciones ante la idea son variadas. Incluso los partidarios de la oficina sin jefe admiten que las decisiones pueden tardar más de lo debido cuando no hay jerarquía. Además, la naturaleza humana sugiere que alguien acabará poniéndose al frente del grupo e, incluso sin contar con un título que le otorgue el derecho, ese individuo asumirá el papel del líder, con resultados no siempre positivos.
Pero los defensores de la idea afirman que en una empresa sin jerarquías los empleados trabajan de manera más creativa, más productiva e independiente, y se sienten más responsables del éxito de su compañía.
La oficina democrática
Así lo señala el experto en el área Adam Cobb: “Una oficina sin jefe es una forma muy democrática de pensar en el trabajo".
Según el estudioso, el método es funcional: "Todos participan en las decisiones trascendentales de la empresa, no vienen simplemente de arriba hacia abajo. La idea parte del principio de que la persona encargada de hacer el trabajo probablemente tiene una perspectiva mejor de cómo hacer las cosas que el propio jefe y es tan o más responsable que su superior. Es una cuestión de distribuir la experiencia y el conocimiento allá donde se encuentra".
Pero la teoría de contar con el supuesto de la responsabilidad en todos los empleados hace frágil el supuesto éxito de esta modalidad. El estudioso acepta también que en una oficina donde no hay un jefe o un gerente que supervise el flujo de trabajo puede ser un desastre.
En su argumentación, Cobb cita un estudio académico de hace algunos años que analizaba el destino de una pequeña empresa cuyos propietarios decidieron intentar salvarla de la suspensión de pagos transfiriendo el control a los empleados: "Con el tiempo, los trabajadores acabaron más oprimidos que cuando sus jefes los dirigían", dice el experto. "Todos los empleados se volvieron controladores y verificaban de forma constante el desempeño de sus compañeros. Llegaron incluso a montar un consejo para controlar la hora en que las personas llegaban y se marchaban del trabajo".
En la práctica absolutamente todos necesitamos controlar. Y sincerándonos, la mayoría desea ser jefe alguna vez aunque sea un cargo tan prejuzgado. Una vez llegados al ascenso, hasta el más imparcial y democrático de los obreros se vuelve controlador y en muchos casos la falta de preparación para cumplir con el rol lo convierte en peor jefe que sus gerentes.
El investigador dice que los jefes aportan, al menos, un factor importante: "Los jefes son un enemigo común. Los empleados reconocen su posición unificada en contra de los jefes. Cuando los empleados se gestionan a sí mismos, es difícil decir si todos están trabajando juntos o en contra de alguno".
Es decir, no es tan sencillo determinar responsabilidades y atribuírselas a alguien en concreto, ya no existe “un jefe” responsable de todas las desgracias del obrero.
Así lo señala el experto en el área Adam Cobb: “Una oficina sin jefe es una forma muy democrática de pensar en el trabajo".
Según el estudioso, el método es funcional: "Todos participan en las decisiones trascendentales de la empresa, no vienen simplemente de arriba hacia abajo. La idea parte del principio de que la persona encargada de hacer el trabajo probablemente tiene una perspectiva mejor de cómo hacer las cosas que el propio jefe y es tan o más responsable que su superior. Es una cuestión de distribuir la experiencia y el conocimiento allá donde se encuentra".
Pero la teoría de contar con el supuesto de la responsabilidad en todos los empleados hace frágil el supuesto éxito de esta modalidad. El estudioso acepta también que en una oficina donde no hay un jefe o un gerente que supervise el flujo de trabajo puede ser un desastre.
En su argumentación, Cobb cita un estudio académico de hace algunos años que analizaba el destino de una pequeña empresa cuyos propietarios decidieron intentar salvarla de la suspensión de pagos transfiriendo el control a los empleados: "Con el tiempo, los trabajadores acabaron más oprimidos que cuando sus jefes los dirigían", dice el experto. "Todos los empleados se volvieron controladores y verificaban de forma constante el desempeño de sus compañeros. Llegaron incluso a montar un consejo para controlar la hora en que las personas llegaban y se marchaban del trabajo".
En la práctica absolutamente todos necesitamos controlar. Y sincerándonos, la mayoría desea ser jefe alguna vez aunque sea un cargo tan prejuzgado. Una vez llegados al ascenso, hasta el más imparcial y democrático de los obreros se vuelve controlador y en muchos casos la falta de preparación para cumplir con el rol lo convierte en peor jefe que sus gerentes.
El investigador dice que los jefes aportan, al menos, un factor importante: "Los jefes son un enemigo común. Los empleados reconocen su posición unificada en contra de los jefes. Cuando los empleados se gestionan a sí mismos, es difícil decir si todos están trabajando juntos o en contra de alguno".
Es decir, no es tan sencillo determinar responsabilidades y atribuírselas a alguien en concreto, ya no existe “un jefe” responsable de todas las desgracias del obrero.
Falta de consenso
Adoptar una postura o tomar una decisión puede llegar a ser difícil tarea para las futuras oficinas sin jefes. Llegar a consenso en un grupo donde cada uno proyecta algo diferente y cada quien percibe una salida distinta ante las situaciones que como directores deberán solventar por el buen desarrollo de la empresa es mucho más difícil aún si no existen jerarquías o la figura de esa persona que tendrá siempre “la última palabra”.
El gran desafío de una empresa sin jefe, dice otra experta investigadora, Nancy Rothbard, es la forma en que se toman las decisiones: "La rapidez de la toma de decisiones es aún menor si hay necesidad de consenso". Si la decisión fuera obvia, compartir valores comunes ayudará el grupo a llegar a la decisión correcta; de lo contrario, alguien acabará dando un paso al frente. "Habrá un momento en que alguien tendrá que intervenir y tomar las riendas", añade Rothbard.
Por tanto, ese concepto de oficina sin jefe parece imposible de ponerse en práctica en la realidad. La sociedad funciona gracias a normas y reglas preestablecidas por líderes a quienes las masas siguen. Es la forma en que se concibe el mundo e implantar un modelo así parece obviar la diferencia de criterios de cada ser humano.
"Una de las ventajas de la jerarquía es que facilita la coordinación eficiente", asegura Adam Grant profesor de en la Universidad de Wharton en Pensilvania. "Cuando las personas saben quiénes están al frente, es mucho más fácil atribuir papeles y delegar tareas. En una oficina sin jefe, las personas se sienten inseguras respecto a quien tiene la autoridad, estatus o responsabilidad en relación a un determinado proyecto".
La investigación realizada por los expertos muestra que, frente a la incertidumbre, "las personas tienden a exponer los rasgos naturales de su personalidad", añade Grant.
"Con eso, existe el riesgo de que los extrovertidos se vuelvan dominantes y asertivos, mientras que los introvertidos se limiten a papeles más discretos y reservados. La desventaja, está clara, es que la organización sin autoridad acabará desperdiciando ideas y contribuciones importantes que los introvertidos pueden ofrecer". Y aunque sin cargos sigue existiendo la imagen de un superior a bordo, asegura el experto.
Es un modelo de gerencia innovador sin duda, pero que pone en riesgo el buen hacer de los empleados y los objetivos de la empresa. Sacar del lenguaje del equipo la frase “jefe” no significa que deje de haber un líder y existe un enorme peligro, que ante la falta de una voz que dirija el equipo se formen sub grupos que lejos de beneficiar desestabilicen al resto lo que propagaría la anarquía dentro de la empresa y los resultados sin duda serían perjudiciales.
Adoptar una postura o tomar una decisión puede llegar a ser difícil tarea para las futuras oficinas sin jefes. Llegar a consenso en un grupo donde cada uno proyecta algo diferente y cada quien percibe una salida distinta ante las situaciones que como directores deberán solventar por el buen desarrollo de la empresa es mucho más difícil aún si no existen jerarquías o la figura de esa persona que tendrá siempre “la última palabra”.
El gran desafío de una empresa sin jefe, dice otra experta investigadora, Nancy Rothbard, es la forma en que se toman las decisiones: "La rapidez de la toma de decisiones es aún menor si hay necesidad de consenso". Si la decisión fuera obvia, compartir valores comunes ayudará el grupo a llegar a la decisión correcta; de lo contrario, alguien acabará dando un paso al frente. "Habrá un momento en que alguien tendrá que intervenir y tomar las riendas", añade Rothbard.
Por tanto, ese concepto de oficina sin jefe parece imposible de ponerse en práctica en la realidad. La sociedad funciona gracias a normas y reglas preestablecidas por líderes a quienes las masas siguen. Es la forma en que se concibe el mundo e implantar un modelo así parece obviar la diferencia de criterios de cada ser humano.
"Una de las ventajas de la jerarquía es que facilita la coordinación eficiente", asegura Adam Grant profesor de en la Universidad de Wharton en Pensilvania. "Cuando las personas saben quiénes están al frente, es mucho más fácil atribuir papeles y delegar tareas. En una oficina sin jefe, las personas se sienten inseguras respecto a quien tiene la autoridad, estatus o responsabilidad en relación a un determinado proyecto".
La investigación realizada por los expertos muestra que, frente a la incertidumbre, "las personas tienden a exponer los rasgos naturales de su personalidad", añade Grant.
"Con eso, existe el riesgo de que los extrovertidos se vuelvan dominantes y asertivos, mientras que los introvertidos se limiten a papeles más discretos y reservados. La desventaja, está clara, es que la organización sin autoridad acabará desperdiciando ideas y contribuciones importantes que los introvertidos pueden ofrecer". Y aunque sin cargos sigue existiendo la imagen de un superior a bordo, asegura el experto.
Es un modelo de gerencia innovador sin duda, pero que pone en riesgo el buen hacer de los empleados y los objetivos de la empresa. Sacar del lenguaje del equipo la frase “jefe” no significa que deje de haber un líder y existe un enorme peligro, que ante la falta de una voz que dirija el equipo se formen sub grupos que lejos de beneficiar desestabilicen al resto lo que propagaría la anarquía dentro de la empresa y los resultados sin duda serían perjudiciales.