“El yo terminal”, nos dice Tamara Kamenszain en el prólogo a la Obra completa de Héctor Viel Temperley (Buenos Aires, 1933-1987). Con ello se refiere al hablante del último poemario del bonaerense, Hospital Británico (1986), un libro que ha hecho de su autor, que vivió apartado voluntariamente de los círculos literarios de Argentina, un referente de la poesía en nuestra lengua, especialmente de una modalidad poco transitada en el siglo XX a ambos lados del Atlántico, el de la poesía mística.
Las circunstancias que rodeaban al poeta cuando surgió Hospital Británico eran las de un hombre internado en un hospital para ser operado de la cabeza, “ser trepanado”, que además tenía a su madre en el lecho de muerte: “Mi madre es la risa, la libertad, el verano. / A veinte cuadras de aquí yace muriéndose.”
Pero, paradójicamente, el hablante ―ese “yo terminal”― se encuentra en paz, como “sacado del mundo”. Por ello, Hospital Británico (el lugar y el poema) supone en sí mismo un estado de excepción, el lugar y el tiempo en el que poder respirar. En sus propias palabras: “Tengo la cabeza vendada. Permanezco en el pecho de la Luz horas y horas. Soy feliz. Me han sacado del mundo”.
Y además, ahí se encuentra enfrentado a su escritura pasada, que va apareciendo segmentada en partes del libro (desde 1969 hasta 1986), fechadas para asignar un contexto anterior al de la experiencia hospitalaria y que funciona de alguna manera como premoniciones de esta, como pasos hacia este estado beatífico (“Soy el lugar donde el Señor tiende la Luz que Él es”) en que se encuentra el sujeto terminal.
Este vislumbra su fin terrenal y suponemos que también (y más importante) su principio en “una vida más alta”, suspendido del mundo (“No quiero que me toque la muchacha, ni el rufián, ni el ojo del poder, ni la ciencia del mundo”), pero también dependiente de un contexto espaciotemporal preciso: “Yo estuve en el Británico. Caí enfermo cuando vi a mamá que quería morirse, y murió cuatro días después de que a mí me trepanaran”.
Las circunstancias que rodeaban al poeta cuando surgió Hospital Británico eran las de un hombre internado en un hospital para ser operado de la cabeza, “ser trepanado”, que además tenía a su madre en el lecho de muerte: “Mi madre es la risa, la libertad, el verano. / A veinte cuadras de aquí yace muriéndose.”
Pero, paradójicamente, el hablante ―ese “yo terminal”― se encuentra en paz, como “sacado del mundo”. Por ello, Hospital Británico (el lugar y el poema) supone en sí mismo un estado de excepción, el lugar y el tiempo en el que poder respirar. En sus propias palabras: “Tengo la cabeza vendada. Permanezco en el pecho de la Luz horas y horas. Soy feliz. Me han sacado del mundo”.
Y además, ahí se encuentra enfrentado a su escritura pasada, que va apareciendo segmentada en partes del libro (desde 1969 hasta 1986), fechadas para asignar un contexto anterior al de la experiencia hospitalaria y que funciona de alguna manera como premoniciones de esta, como pasos hacia este estado beatífico (“Soy el lugar donde el Señor tiende la Luz que Él es”) en que se encuentra el sujeto terminal.
Este vislumbra su fin terrenal y suponemos que también (y más importante) su principio en “una vida más alta”, suspendido del mundo (“No quiero que me toque la muchacha, ni el rufián, ni el ojo del poder, ni la ciencia del mundo”), pero también dependiente de un contexto espaciotemporal preciso: “Yo estuve en el Británico. Caí enfermo cuando vi a mamá que quería morirse, y murió cuatro días después de que a mí me trepanaran”.
También profundamente carnal
En la única entrevista que dio en vida, de la que procede esta última cita y que se llama ilustrativamente “Viel Temperley: Estado de comunión”, el autor dijo sobre el libro: “¿Quién carajo armó todo eso? No tengo idea. (...) No soy el autor de eso... (...) Hospital Británico es algo que estaba en el aire. Yo no hice más que encontrarlo”; como si el poema hubiera sido un dictado en general, algo venido no se sabe de dónde, y también por esa condición de collage de su obra anterior y del primer fragmento del propio libro, reproducido aquí, que salta en pedazos y reaparece segmentado a lo largo de todo el libro en forma de títulos de los fragmentos que lo van formando: “Larga esquina de verano”, “Tu Rostro”, “Tengo la cabeza vendada”, “Me han sacado del mundo”, “La libertad, el verano”... El propio Viel Temperley las llamó “esquirlas” en esa misma entrevista: “Se me ocurrió la solución de las esquirlas, lo ordené, escribí lo que habla de la muerte de mamá...”.
Y aunque el “relato” comienza con una imagen más o menos “beatífica”, ese sujeto en paz; progresivamente se va enturbiando, adensando, oscureciendo..., como si toda esa claridad (“el pecho de la luz” que lo alberga) llegase a ser insoportable: “¿Toda la arena de esta playa quiere llenar mi boca?”.
E incluso la violencia física se hace presente en muchos puntos del libro: “Tengo las toses de los viejos fusiles de un Tiro Federal en los ojos. Mi vida es un desierto entre dos guerras. Necesito estar a oscuras. Necesito dormir, pero el sol me despierta”.
Poética mística y también profundamente carnal, del cuerpo doliente: “Voy hacia lo que menos conocí en mi vida: voy hacia mi cuerpo”. En su tesis doctoral inédita Poesía en exilio: en los límites de la comunicación, Arturo Borra habla de “erosión” al referirse al tratamiento dado por Viel Temperley a los materiales con los que compuso el libro; tanto de nueva creación como reutilizados y reubicados de sus obras anteriores.
Escritura excéntrica donde las haya, fuera de los círculos literarios, como decíamos, y lejos, muy lejos de la desacralización característica del discurso artístico y poético de la segunda mitad del siglo XX, es excéntrica también, en el caso de Hospital Británico, en su condición de testimonio de un enfermo hospitalizado, sacado del mundo. Es así una escritura liminar, fronteriza, al límite de la vida, casi ya del otro lado: “Mi madre vino al cielo a visitarme”.
Gracias a la labor de escritores como Rodolfo Fogwill, en Argentina, o Eduardo Milán, en México, la obra de Héctor Viel Temperley salió del círculo reducido en el que se encontraba por su escasa difusión.
En 2013, la Colección Transatlántica/Portbou, de Ediciones Amargord, tuvo el valor y el acierto de publicar su Obra completa, siguiendo para ello la edición argentina de Ediciones del Dock, de 2003. Así, el lector español puede acceder, entre otros poemarios del argentino, a ese turbador testimonio “casi del más allá”, esa “intuición de lo Absoluto” que representa Hospital Británico, en palabras de Enrique Molina, un libro que ha ido creciendo en lectores entusiastas con los años.
Este artículo fue publicado originalmente en la sección Versos para el Adiós del número 113 de Adiós Cultural. Se reproduce con autorización.
En la única entrevista que dio en vida, de la que procede esta última cita y que se llama ilustrativamente “Viel Temperley: Estado de comunión”, el autor dijo sobre el libro: “¿Quién carajo armó todo eso? No tengo idea. (...) No soy el autor de eso... (...) Hospital Británico es algo que estaba en el aire. Yo no hice más que encontrarlo”; como si el poema hubiera sido un dictado en general, algo venido no se sabe de dónde, y también por esa condición de collage de su obra anterior y del primer fragmento del propio libro, reproducido aquí, que salta en pedazos y reaparece segmentado a lo largo de todo el libro en forma de títulos de los fragmentos que lo van formando: “Larga esquina de verano”, “Tu Rostro”, “Tengo la cabeza vendada”, “Me han sacado del mundo”, “La libertad, el verano”... El propio Viel Temperley las llamó “esquirlas” en esa misma entrevista: “Se me ocurrió la solución de las esquirlas, lo ordené, escribí lo que habla de la muerte de mamá...”.
Y aunque el “relato” comienza con una imagen más o menos “beatífica”, ese sujeto en paz; progresivamente se va enturbiando, adensando, oscureciendo..., como si toda esa claridad (“el pecho de la luz” que lo alberga) llegase a ser insoportable: “¿Toda la arena de esta playa quiere llenar mi boca?”.
E incluso la violencia física se hace presente en muchos puntos del libro: “Tengo las toses de los viejos fusiles de un Tiro Federal en los ojos. Mi vida es un desierto entre dos guerras. Necesito estar a oscuras. Necesito dormir, pero el sol me despierta”.
Poética mística y también profundamente carnal, del cuerpo doliente: “Voy hacia lo que menos conocí en mi vida: voy hacia mi cuerpo”. En su tesis doctoral inédita Poesía en exilio: en los límites de la comunicación, Arturo Borra habla de “erosión” al referirse al tratamiento dado por Viel Temperley a los materiales con los que compuso el libro; tanto de nueva creación como reutilizados y reubicados de sus obras anteriores.
Escritura excéntrica donde las haya, fuera de los círculos literarios, como decíamos, y lejos, muy lejos de la desacralización característica del discurso artístico y poético de la segunda mitad del siglo XX, es excéntrica también, en el caso de Hospital Británico, en su condición de testimonio de un enfermo hospitalizado, sacado del mundo. Es así una escritura liminar, fronteriza, al límite de la vida, casi ya del otro lado: “Mi madre vino al cielo a visitarme”.
Gracias a la labor de escritores como Rodolfo Fogwill, en Argentina, o Eduardo Milán, en México, la obra de Héctor Viel Temperley salió del círculo reducido en el que se encontraba por su escasa difusión.
En 2013, la Colección Transatlántica/Portbou, de Ediciones Amargord, tuvo el valor y el acierto de publicar su Obra completa, siguiendo para ello la edición argentina de Ediciones del Dock, de 2003. Así, el lector español puede acceder, entre otros poemarios del argentino, a ese turbador testimonio “casi del más allá”, esa “intuición de lo Absoluto” que representa Hospital Británico, en palabras de Enrique Molina, un libro que ha ido creciendo en lectores entusiastas con los años.
Este artículo fue publicado originalmente en la sección Versos para el Adiós del número 113 de Adiós Cultural. Se reproduce con autorización.