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Los empleados prefieren tener un jefe severo

Un nuevo estudio revela que los directivos generosos son percibidos como débiles por sus subordinados


Los resultados de una nueva investigación realizada por especialistas estadounidenses, sugieren que los directivos generosos y sacrificados son percibidos en la oficina como sumisos, en comparación con los jefes que se esfuerzan por maximizar sus ganancias personales y son egoístas. En tiempos de crisis y de mayor competencia, las personas que son menos caritativas son vistas como dominantes y encajan mejor en el perfil de líder que se está demandando. Por Iván Abreu Anaya.


17/10/2011

Una nueva investigación de la que se hace eco el digital Managament-Issues y que ha sido realizada, entre otros, por Robert Livingston, profesor de administración y organizaciones en la Escuela Kellogg de Illinois, en Estados Unidos, ha revelado que la generosidad en las oficinas y lugares de trabajo influye en la manera en que son percibidos los directivos en dos dimensiones fundamentales: el prestigio y el dominio.

"Las personas con alto prestigio por su generosidad son a menudo consideradas como santas, poseedoras de una calidad de auto-sacrificio y de fuertes valores morales", señala Livingston."Pero, aunque estos individuos estén dispuestos a dar todo por el grupo, no son percibidos como líderes".

El estudio sostiene que las personas con alto prestigio son percibidas como líderes deseables pero no competitivos, más bien son vistos como sumisos en comparación con los individuos que son más fríos y menos condescendientes. En tiempos de competencia permanente, las personas menos sacrificadas por el personal son más atractivas ante sus directivos como futuros líderes.

En tiempos duros, mano dura…

Los trabajadores preferirían a líderes bondadosos, comprensivos y sacrificados en tiempos de paz, pero en tiempos de crisis, cuando las cosas se ponen difíciles, quieren un líder con poder y dominante, señala la investigación, dirigida por Nir Halevy, profesor de comportamiento organizacional en The Stanford Graduate School of Business.

Para realizar el estudio, los investigadores llevaron a cabo tres experimentos, en los que se dio a los participantes la opción de mantener una dotación inicial para cada jefe (de 10 fichas de juego por un valor total de 20 dólares), para sí mismos o para contribuir a un fondo del grupo. Este fondo beneficiaría a otros miembros del grupo colaborador, y a miembros del otro grupo participante en el estudio.

Robert Livingston. Fuente: Escuela Kellogg.
Robert Livingston. Fuente: Escuela Kellogg.
Los resultados de los dos primeros experimentos señalaron que el egoísmo y la actitud de "salvar mi pellejo primero" aumentaron el dominio reflejado, pero disminuyeron el respeto y la admiración por las personas con ese comportamiento.

Por el contrario, quienes mostraron amor al prójimo y compartieron generosamente los recursos con los miembros del grupo obtuvieron un mayor respeto y admiración, pero redujeron la percepción de dominación en el grupo. Es decir, la actitud de benevolencia terminaba por generar rechazo.

El tercer experimento constató que el "universalismo", es decir, compartir los recursos tanto con los miembros del grupo A como con los del grupo B había resultado más grave aún para la imagen de cada líder. Los investigadores descubrieron que la generosidad universal disminuyó la percepción de prestigio y de dominio de las situaciones, en comparación con los casos en que los jugadores compartieron los recursos sólo con algunos miembros de su grupo.

En resumen, aquellos participantes en los experimentos que fueron egoístas o agresivos (innecesariamente dañando a los miembros de otro grupo) disminuyeron el respeto y la admiración que les tenían sus compañeros, pero aumentaron la percepción de dominación y poder que desplegaban.

Líder y “chico malo”

Parece increíble pensar que un líder severo, egoísta y poco condescendiente terminará por transmitir entre su propio grupo la sensación de seguridad, poder y dominio que conlleve que los empleados logren los resultados esperados para la empresa.

Aunque los investigadores no aportaron cifras exactas, ratifican que como consecuencia de este patrón de conducta colectivo, los individuos dominantes eran más propensos que las personas de prestigio a ser elegidos como representantes del grupo, en un simulacro de competencia con otro grupo. Por lo tanto, ser demasiado amable puede tener consecuencias negativas para el liderazgo.

"Ser demasiado generoso a menudo tiene un coste o personal alto para una posición de fuerza o poder", explicó Livingston. Según Halevy: "Los chicos buenos no llegan a la cima cuando su grupo necesita un líder dominante para guiarlos en un momento de conflicto".





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