El periodista y analista político estadounidense Daniel Lazare, autor de libros como The Velvet Coup: The Constitution, the Supreme Court, and the Decline of American Democracy, analiza en un artículo publicado en la revista The Nation las posibilidades de que el pasado nos sirva para solucionar los conflictos religiosos actuales, que se han visto agravados por el resurgimiento de los fanatismos.
Según Lazare, la mayoría de la gente está de acuerdo con que el fanatismo religioso está fuera de control y que debería ser refrenado. Pero la cuestión es cómo hacerlo.
En un extremo del debate están los duros, señala Lazare, los ateos militantes que argumentan que el problema no es sólo la discordia religiosa sino la religión en sí. Por otro lado, están los moderados, que afirman que la religión es tolerable siempre que no se use como justificación para acosar al prójimo o condenarlo al infierno por minúsculas diferencias teológicas.
Sobrevaloración de la Ilustración
El periodista hace referencia a otro autor, Benjamin Kaplan, que en su obra Divided by Faith, da cuenta de las elaboradas medidas que pequeños grupos de católicos y protestantes tomaron para mantener la paz durante las guerras de religión de los siglos XVI y XVII, y evitar así matarse unos a otros en el nombre de un Cristo que amaba la paz.
Por ejemplo, dado que señores y caballeros de la Austria del siglo XVI tenían derecho a que los protestantes les prestaran servicios en sus residencias, estos últimos tenían a su vez permiso para caminar por las calles de la Viena católica cada domingo por la mañana, hacia las haciendas de nobles protestantes, en las que podían realizar sus cultos libremente. Nadie los mataba ni los arrestaba por ello, a pesar de que los protestantes alemanes y los católicos de Habsburgo batallaban entre sí en los Países Bajos al mismo tiempo.
Bajo una política conocida como “simultaneum”, por otro lado, en las ciudades con religiosidad dual, católicos y protestantes llegaron incluso a compartir las mismas iglesias. Imaginemos lo que sucedería hoy si un rabino fanático y un Imán agitador debieran compartir la misma sinagoga o mezquita, afirma Lazare.
Por tanto, claramente, algunos ajustes en las prácticas religiosas permitieron durante cierto tiempo prevenir los enfrentamientos religiosos, en épocas anteriores a la Ilustración, y cuando el secularismo aún no existía, señala Lazare.
Pero, una vez comenzado el periodo de la Ilustración -que abarca desde la aparición del Racionalismo y el Empirismo del siglo XVII y culmina con Revolución Industrial del siglo XVIII- siguieron produciéndose serios enfrentamientos, lo que para Kaplan significa que la Ilustración se ha sobrevalorado. Señala que la creencia en que la Ilustración supuso la llegada de un nuevo espíritu secular, que permitió salir de la oscuridad medieval, no es más que una construcción ideológica que perpetúa nuestra ignorancia. Un mito, en definitiva.
Mirar al pasado
De hecho, las ideas de la Ilustración no pasaron a las masas, según Kaplan, las iglesias siguieron estando tan llenas como siempre, y la religión siguió manteniendo la misma influencia aunque se produjeran en ella algunos cambios, como las transformaciones promovidas por José II de Habsburgo, que sentó las bases de la tolerancia religiosa al poner fin a las persecuciones de ortodoxos y protestantes.
Para Kaplan, señala Lazare, en la actualidad, en lugar de seguir la línea de la Ilustración (y considerar que la religión es el enemigo), deberíamos reconocer que la religión de “buena fe” se da en todas las formas y dimensiones, y que no todo es fanatismo e intolerancia.
Más que defender los mitos del siglo XVIII, deberíamos mirar hacia esos logros prácticos y pequeños del pasado, de los siglos XVI y XVII, para gestionar de manera adecuada la convivencia religiosa en el planeta, propone Kaplan.
Pero Lazare advierte al respecto que puede resultar quijotesco esperar que las fuerzas religiosas más fanáticas actúen pacíficamente (para intentar que reine la paz entre las diferentes comunidades religiosas), y que resulta imposible no apreciar una cierta coacción en la defensa que hace Kaplan de la religión de “buena fe” como posible agente productor de paz y cooperación.
Un nuevo marco
El término "buena fe" podría aludir de hecho sólo a aquellas religiones que cumplen con el estándar ecuménico del autor, pero ¿qué sucedería con las religiones más “irascibles” o con las legiones de ateos iracundos que también insisten en ser los únicos que tienen razón? ¿Tendrían todos espacio en el concordato propuesto por Kaplan?, se pregunta Lazare.
Según Lazare, "Divided by Faith" es una prueba de que las lecturas históricas mal hechas pueden llevar a fórmulas equivocadas sobre la política contemporánea. Una confusión que, señala el autor, es también evidente en otra obra, titulada God’s Crucible: Islam and the making of Europe 570-1215, del historiador David Levering Lewis.
Este libro repasa la historia de cinco siglos de enfrentamientos entre el imperio musulmán y Europa (entre el siglo VIII y el XIII), y consiste en una narración “educativa” que aporta una nueva interpretación de los hechos que alteraron el mundo y cuya influencia ha alcanzado nuestros días.
Según Lazare, en su libro Lewis acierta en mostrarse indignado con el tipo de arrogancia eurocéntrica que condujo a la degradación de los logros culturales musulmanes en el mundo. Pero, señala Lazare, un islamocentrismo sería igual de absurdo que el eurocentrismo.
En tanto que el objetivo sea reducir la brecha entre el Islam y Occidente, afirma el periodista, la verdadera tarea sería hacer surgir un marco de Ilustración revitalizado de referencia, que permita que esta división se convierta en irrelevante.
Según Lazare, la mayoría de la gente está de acuerdo con que el fanatismo religioso está fuera de control y que debería ser refrenado. Pero la cuestión es cómo hacerlo.
En un extremo del debate están los duros, señala Lazare, los ateos militantes que argumentan que el problema no es sólo la discordia religiosa sino la religión en sí. Por otro lado, están los moderados, que afirman que la religión es tolerable siempre que no se use como justificación para acosar al prójimo o condenarlo al infierno por minúsculas diferencias teológicas.
Sobrevaloración de la Ilustración
El periodista hace referencia a otro autor, Benjamin Kaplan, que en su obra Divided by Faith, da cuenta de las elaboradas medidas que pequeños grupos de católicos y protestantes tomaron para mantener la paz durante las guerras de religión de los siglos XVI y XVII, y evitar así matarse unos a otros en el nombre de un Cristo que amaba la paz.
Por ejemplo, dado que señores y caballeros de la Austria del siglo XVI tenían derecho a que los protestantes les prestaran servicios en sus residencias, estos últimos tenían a su vez permiso para caminar por las calles de la Viena católica cada domingo por la mañana, hacia las haciendas de nobles protestantes, en las que podían realizar sus cultos libremente. Nadie los mataba ni los arrestaba por ello, a pesar de que los protestantes alemanes y los católicos de Habsburgo batallaban entre sí en los Países Bajos al mismo tiempo.
Bajo una política conocida como “simultaneum”, por otro lado, en las ciudades con religiosidad dual, católicos y protestantes llegaron incluso a compartir las mismas iglesias. Imaginemos lo que sucedería hoy si un rabino fanático y un Imán agitador debieran compartir la misma sinagoga o mezquita, afirma Lazare.
Por tanto, claramente, algunos ajustes en las prácticas religiosas permitieron durante cierto tiempo prevenir los enfrentamientos religiosos, en épocas anteriores a la Ilustración, y cuando el secularismo aún no existía, señala Lazare.
Pero, una vez comenzado el periodo de la Ilustración -que abarca desde la aparición del Racionalismo y el Empirismo del siglo XVII y culmina con Revolución Industrial del siglo XVIII- siguieron produciéndose serios enfrentamientos, lo que para Kaplan significa que la Ilustración se ha sobrevalorado. Señala que la creencia en que la Ilustración supuso la llegada de un nuevo espíritu secular, que permitió salir de la oscuridad medieval, no es más que una construcción ideológica que perpetúa nuestra ignorancia. Un mito, en definitiva.
Mirar al pasado
De hecho, las ideas de la Ilustración no pasaron a las masas, según Kaplan, las iglesias siguieron estando tan llenas como siempre, y la religión siguió manteniendo la misma influencia aunque se produjeran en ella algunos cambios, como las transformaciones promovidas por José II de Habsburgo, que sentó las bases de la tolerancia religiosa al poner fin a las persecuciones de ortodoxos y protestantes.
Para Kaplan, señala Lazare, en la actualidad, en lugar de seguir la línea de la Ilustración (y considerar que la religión es el enemigo), deberíamos reconocer que la religión de “buena fe” se da en todas las formas y dimensiones, y que no todo es fanatismo e intolerancia.
Más que defender los mitos del siglo XVIII, deberíamos mirar hacia esos logros prácticos y pequeños del pasado, de los siglos XVI y XVII, para gestionar de manera adecuada la convivencia religiosa en el planeta, propone Kaplan.
Pero Lazare advierte al respecto que puede resultar quijotesco esperar que las fuerzas religiosas más fanáticas actúen pacíficamente (para intentar que reine la paz entre las diferentes comunidades religiosas), y que resulta imposible no apreciar una cierta coacción en la defensa que hace Kaplan de la religión de “buena fe” como posible agente productor de paz y cooperación.
Un nuevo marco
El término "buena fe" podría aludir de hecho sólo a aquellas religiones que cumplen con el estándar ecuménico del autor, pero ¿qué sucedería con las religiones más “irascibles” o con las legiones de ateos iracundos que también insisten en ser los únicos que tienen razón? ¿Tendrían todos espacio en el concordato propuesto por Kaplan?, se pregunta Lazare.
Según Lazare, "Divided by Faith" es una prueba de que las lecturas históricas mal hechas pueden llevar a fórmulas equivocadas sobre la política contemporánea. Una confusión que, señala el autor, es también evidente en otra obra, titulada God’s Crucible: Islam and the making of Europe 570-1215, del historiador David Levering Lewis.
Este libro repasa la historia de cinco siglos de enfrentamientos entre el imperio musulmán y Europa (entre el siglo VIII y el XIII), y consiste en una narración “educativa” que aporta una nueva interpretación de los hechos que alteraron el mundo y cuya influencia ha alcanzado nuestros días.
Según Lazare, en su libro Lewis acierta en mostrarse indignado con el tipo de arrogancia eurocéntrica que condujo a la degradación de los logros culturales musulmanes en el mundo. Pero, señala Lazare, un islamocentrismo sería igual de absurdo que el eurocentrismo.
En tanto que el objetivo sea reducir la brecha entre el Islam y Occidente, afirma el periodista, la verdadera tarea sería hacer surgir un marco de Ilustración revitalizado de referencia, que permita que esta división se convierta en irrelevante.