Un mundo donde los indios se hacen servir por esclavos españoles, donde las palabras son la mercancía más codiciada de un rey que cree poseer los países cuyos nombres ha comprado.
Un mundo sin tiempo o el mundo de todos los tiempos donde una reina desanda por los años un camino que le lleve a la niñez de su amado. Donde una yegua vieja y desdentada devuelve al pasado a quien la cabalga. Donde Aquiles huye de Aquiles, prefiere el anonimato a la gloria.
Un mundo donde nos volvemos espectadores del enigma de nuestra Historia y se nos recuerda que, a veces, y esto contiene toda una teoría del arte y del hombre, repetir mucho una mentira es hacerla verdad.
Juan Gómez Bárcena (Santander, 1984) es una de las recientes aportaciones que la editorial Salto de Página regala al lector atento y curioso. Apartarse de las corrientes menos mainstream suele ser una apuesta incierta, pero cuando se hace de este riesgo un criterio ético y profesional, no queda más que aplaudir en silencio estos tesoros decididamente enterrados y el mapa que se nos pone en las manos.
El lector que se acerca a Los que duermen no ha de saber nada de antemano. No necesita advertencias ni guías de lectura. Presenciará la construcción de universos reconocibles por donde, a través de una desbordada imaginación, se van colando las paradojas de nuestra propia historia y que acabarán levantando espacios tan mullidos que podremos habitarlos.
Habitarnos también. Convertirnos en cómplices improvisados de esa Literatura que Nabokov puso fecha de nacimiento con aquel ¡Que viene el lobo! Juan Gómez Bárcena, entre parodias imperialistas y sus utopías del lenguaje, da vida al mito.
Lo rescata con gran eficacia imaginativa al servicio de unas mínimas tramas que hacen las delicias de quienes sienten ese malestar por la expropiación del tiempo mítico y su degradación en salas de cine, escaparates o en los rutinarios discursos políticos. La Literatura se escribe con mayúscula cuando deviene propuesta de una ética mejor. Cuando nos reconcilia con lo que éramos.
Un mundo sin tiempo o el mundo de todos los tiempos donde una reina desanda por los años un camino que le lleve a la niñez de su amado. Donde una yegua vieja y desdentada devuelve al pasado a quien la cabalga. Donde Aquiles huye de Aquiles, prefiere el anonimato a la gloria.
Un mundo donde nos volvemos espectadores del enigma de nuestra Historia y se nos recuerda que, a veces, y esto contiene toda una teoría del arte y del hombre, repetir mucho una mentira es hacerla verdad.
Juan Gómez Bárcena (Santander, 1984) es una de las recientes aportaciones que la editorial Salto de Página regala al lector atento y curioso. Apartarse de las corrientes menos mainstream suele ser una apuesta incierta, pero cuando se hace de este riesgo un criterio ético y profesional, no queda más que aplaudir en silencio estos tesoros decididamente enterrados y el mapa que se nos pone en las manos.
El lector que se acerca a Los que duermen no ha de saber nada de antemano. No necesita advertencias ni guías de lectura. Presenciará la construcción de universos reconocibles por donde, a través de una desbordada imaginación, se van colando las paradojas de nuestra propia historia y que acabarán levantando espacios tan mullidos que podremos habitarlos.
Habitarnos también. Convertirnos en cómplices improvisados de esa Literatura que Nabokov puso fecha de nacimiento con aquel ¡Que viene el lobo! Juan Gómez Bárcena, entre parodias imperialistas y sus utopías del lenguaje, da vida al mito.
Lo rescata con gran eficacia imaginativa al servicio de unas mínimas tramas que hacen las delicias de quienes sienten ese malestar por la expropiación del tiempo mítico y su degradación en salas de cine, escaparates o en los rutinarios discursos políticos. La Literatura se escribe con mayúscula cuando deviene propuesta de una ética mejor. Cuando nos reconcilia con lo que éramos.
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Y qué lugar mejor para reencontrarnos que este banquete festivo frente al epitafio de la humanidad. La estrategia es que el sentido de la existencia llegará mientras nos cuenten historias. Y que, cuando llegue, estaremos tan adentro de esas historias que ya no nos importará. No lo necesitaremos. Esta empresa quijotesca que es la literatura se construye sobre una gran sugestión. Damos vida a dioses y viajamos en el tiempo porque creemos que es posible, y será posible mientras no dejemos de creer. Hay aquí un saludable alegato por la literatura y, después de todo, por el hombre. Los dioses éramos nosotros.
Esa enseñanza contiene toda la grandeza y la miseria imaginable. Pues no se puede volver del conocimiento y, como Aquiles abandonando Troya en busca de la vida larga y tranquila que los dioses no le dieron, cualquier intento por ir más allá de lo que nos es dado provocará nuestra desintegración. Ahí están otra vez los dioses castigándonos.
Nuestros modernos dioses, dinero, imagen, poder, ciencia, progreso, ofreciéndonos una existencia diferida, inyectándonos un deseo diferido. Y la sospecha de si somos receptores secundarios de unas emociones prediseñadas antes de que las sintamos. A la osadía le sigue la culpa y la búsqueda de la inocencia perdida. Aquiles arrepentido y nosotros sin darnos cuenta de que ya viajamos en el tiempo. La vida, para quien sabe mirarla, es el más fascinante viaje en el tiempo.
Entre las miserias rescatadas está la de Hitler en algunos relatos magistrales. El elemento fantástico y los escenarios exóticos dejan paso al drama burgués de nuestro tiempo contemporáneo. Nuestra historia es también una repetición abominable. Algo humano, constitutivo, nos empuja a lo desconocido, al crimen, nos condena a repetirnos. La naturaleza humana bajo el punto de mira. A veces hacemos hablar al mito y el mito apabulla: todos los sentidos están aquí, en el mito y en la barbarie de la especie.
Este libro “horriblemente bello”, según Matías Candeira, nos recuerda que lo sobrenatural está en nosotros. Nuestra mirada obra la creación a cada instante. Es un buceo onírico en la oscuridad donde nuestros sueños y el tiempo oscilan bajo el faro intermitente que activamos al abrir y cerrar los ojos. Juan Gómez Bárcena traza un bosque y un camino. Recorrerlo es trabajo del lector.
Un trabajo gozoso que le dará un espejo y una invitación a mirar al otro lado. Eso es lo que hace de este libro muchos libros, uno para cada uno de sus lectores. Alguien debe velar mientras todos dormimos, alguien que sabe que la verdad es a veces más difícil de aceptar que la mentira. Alguien consciente de la inutilidad de una vida mal contada.
Esa enseñanza contiene toda la grandeza y la miseria imaginable. Pues no se puede volver del conocimiento y, como Aquiles abandonando Troya en busca de la vida larga y tranquila que los dioses no le dieron, cualquier intento por ir más allá de lo que nos es dado provocará nuestra desintegración. Ahí están otra vez los dioses castigándonos.
Nuestros modernos dioses, dinero, imagen, poder, ciencia, progreso, ofreciéndonos una existencia diferida, inyectándonos un deseo diferido. Y la sospecha de si somos receptores secundarios de unas emociones prediseñadas antes de que las sintamos. A la osadía le sigue la culpa y la búsqueda de la inocencia perdida. Aquiles arrepentido y nosotros sin darnos cuenta de que ya viajamos en el tiempo. La vida, para quien sabe mirarla, es el más fascinante viaje en el tiempo.
Entre las miserias rescatadas está la de Hitler en algunos relatos magistrales. El elemento fantástico y los escenarios exóticos dejan paso al drama burgués de nuestro tiempo contemporáneo. Nuestra historia es también una repetición abominable. Algo humano, constitutivo, nos empuja a lo desconocido, al crimen, nos condena a repetirnos. La naturaleza humana bajo el punto de mira. A veces hacemos hablar al mito y el mito apabulla: todos los sentidos están aquí, en el mito y en la barbarie de la especie.
Este libro “horriblemente bello”, según Matías Candeira, nos recuerda que lo sobrenatural está en nosotros. Nuestra mirada obra la creación a cada instante. Es un buceo onírico en la oscuridad donde nuestros sueños y el tiempo oscilan bajo el faro intermitente que activamos al abrir y cerrar los ojos. Juan Gómez Bárcena traza un bosque y un camino. Recorrerlo es trabajo del lector.
Un trabajo gozoso que le dará un espejo y una invitación a mirar al otro lado. Eso es lo que hace de este libro muchos libros, uno para cada uno de sus lectores. Alguien debe velar mientras todos dormimos, alguien que sabe que la verdad es a veces más difícil de aceptar que la mentira. Alguien consciente de la inutilidad de una vida mal contada.