Niños de cinco años. Fuente: Stock Photo.
Jesse Bering es un psicólogo que dirige el Institute of Cognition & Culture de la Universidad Queens de Belfast (Irlanda del Norte) y que está especializado en ciencias cognitivas de la religión, es decir, en el estudio del pensamiento y el comportamiento religiosos desde la perspectiva de las ciencias cognitivas.
La revista de la NPR de Estados Unidos, ha publicado recientemente un artículo en el que se analiza el esfuerzo de Bering por encontrar una explicación de la existencia de Dios desde la perspectiva de la evolución.
Bajo el título, ¿Es la creencia en Dios una ventaja evolutiva?, dicho artículo vuelve sobre la idea que, en la última década, ha manejado un pequeño grupo de académicos: Dios y los elementos sobrenaturales presentes en todas las culturas humanas y en todos los momentos de la historia han servido a nuestra especie como herramienta de supervivencia.
Según los científicos, dado que el comportamiento religioso humano es universal (a pesar de las diferencias y matices hallados en las múltiples culturas y tiempos de nuestra especie) dicho comportamiento podría ser fruto de una adaptación evolutiva.
Actitudes condicionadas
En uno de los experimentos realizados por Bering tratando de constatar dicha idea, se reveló, en concreto, que cualquier agente sobrenatural puede modificar el comportamiento humano.
El experimento consistió en pedir a niños de entre cinco y nueve años que lanzaran una pelota y unos dardos de velcro hacia una diana. Si conseguían acertar, se les daría un “premio especial”. El juego, sin embargo, tenía unas reglas especiales: los niños debían tirar de espaldas sin ver la diana; y lanzar con la zurda, si eran diestros, y con la mano derecha si eran zurdos.
Los niños participantes fueron divididos en tres grupos: al primer grupo se le dejó sólo y se le pidió que lo hicieran lo mejor posible. Al segundo grupo se les dijo lo mismo, pero con una diferencia. A estos niños, se les contó que alguien muy especial los observaría durante el juego: una bella mujer de la que se les enseñó una imagen, llamada Princesa Alice.
La Princesa Alice tenía un poder mágico: podía hacerse invisible. En ese estado de invisibilidad permanecería observando el juego de los niños, desde una silla aparentemente vacía, en la que estaría sentada.
En el caso del tercer grupo de niños, los investigadores permanecieron vigilando el juego.
El resultado de este experimento demostró lo siguiente: el primer grupo de niños –que jugó sin vigilancia alguna- fue el que más trampas hizo durante el juego. Sin embargo, los niños “vigilados” bien por la Princesa Alice bien por los investigadores, hicieron muchas menos trampas.
Fomento de la cooperación
Esto significa, según los investigadores, que una presencia sobrenatural puede tener el mismo efecto en la actitud de autocontrol humana que la presencia de un ser real. Otro experimento realizado por Bering con adultos demostró los mismos resultados: también ellos fueron mucho menos propicios a hacer trampas cuando se pensaban observados por una presencia sobrenatural.
La revista de la NPR de Estados Unidos, ha publicado recientemente un artículo en el que se analiza el esfuerzo de Bering por encontrar una explicación de la existencia de Dios desde la perspectiva de la evolución.
Bajo el título, ¿Es la creencia en Dios una ventaja evolutiva?, dicho artículo vuelve sobre la idea que, en la última década, ha manejado un pequeño grupo de académicos: Dios y los elementos sobrenaturales presentes en todas las culturas humanas y en todos los momentos de la historia han servido a nuestra especie como herramienta de supervivencia.
Según los científicos, dado que el comportamiento religioso humano es universal (a pesar de las diferencias y matices hallados en las múltiples culturas y tiempos de nuestra especie) dicho comportamiento podría ser fruto de una adaptación evolutiva.
Actitudes condicionadas
En uno de los experimentos realizados por Bering tratando de constatar dicha idea, se reveló, en concreto, que cualquier agente sobrenatural puede modificar el comportamiento humano.
El experimento consistió en pedir a niños de entre cinco y nueve años que lanzaran una pelota y unos dardos de velcro hacia una diana. Si conseguían acertar, se les daría un “premio especial”. El juego, sin embargo, tenía unas reglas especiales: los niños debían tirar de espaldas sin ver la diana; y lanzar con la zurda, si eran diestros, y con la mano derecha si eran zurdos.
Los niños participantes fueron divididos en tres grupos: al primer grupo se le dejó sólo y se le pidió que lo hicieran lo mejor posible. Al segundo grupo se les dijo lo mismo, pero con una diferencia. A estos niños, se les contó que alguien muy especial los observaría durante el juego: una bella mujer de la que se les enseñó una imagen, llamada Princesa Alice.
La Princesa Alice tenía un poder mágico: podía hacerse invisible. En ese estado de invisibilidad permanecería observando el juego de los niños, desde una silla aparentemente vacía, en la que estaría sentada.
En el caso del tercer grupo de niños, los investigadores permanecieron vigilando el juego.
El resultado de este experimento demostró lo siguiente: el primer grupo de niños –que jugó sin vigilancia alguna- fue el que más trampas hizo durante el juego. Sin embargo, los niños “vigilados” bien por la Princesa Alice bien por los investigadores, hicieron muchas menos trampas.
Fomento de la cooperación
Esto significa, según los investigadores, que una presencia sobrenatural puede tener el mismo efecto en la actitud de autocontrol humana que la presencia de un ser real. Otro experimento realizado por Bering con adultos demostró los mismos resultados: también ellos fueron mucho menos propicios a hacer trampas cuando se pensaban observados por una presencia sobrenatural.
Según Bering, todos los individuos experimentan la ilusión de que Dios – o cualquier tipo de agente sobrenatural- los vigila o se preocupa de lo que hacen en las acciones morales de sus vidas cotidianas.
Estos agentes sobrenaturales pueden tener diversos nombres: Dios, karma, antepasado, etc., pero siempre ejercen el mismo tipo de influencia en nuestro comportamiento.
Estas “presencias” son universales, porque el cerebro humano ha evolucionado para funcionar de una manera particular, que además sirve a un propósito muy importante: promover el bien común.
Beneficio evolutivo
Para otro investigador especializado en este mismo tema, el profesor de la Universidad de Edimburgo Dominic Johnson, este valor evolutivo de la religión y de los agentes sobrenaturales se extiende hasta nuestros días.
En la actualidad, somos profundamente cooperativos, a pesar de las tensiones existentes entre los intereses individuales y los colectivos. Johnson afirma que pagamos impuestos, nos arriesgamos a morir por otros en una guerra o intentamos reducir la contaminación que producimos, por nuestras creencias en agentes sobrenaturales de diverso tipo.
Nuestros ancestros se extendieron por el mundo en grupos que se mantenían unidos para asegurarse el alimento y la protección. Aquellos grupos con sistemas de creencias religiosas sobrevivieron mejor que otros, porque trabajaron juntos gracias a ellas. Este beneficio evolutivo de la religión está integrado en el ser humano moderno, en el que sigue funcionando, señalan los investigadores.
Otros estudios
La religiosidad humana ha sido en los últimos años analizada por diversos investigadores, desde la perspectiva de la evolución para la cooperación. Por ejemplo, un estudio realizado en 2008 por científicos de la University of British Columbia de Canadá, demostró que la religión hace que la gente se muestre más prosocial, con comportamientos altruistas y generosos, pero sólo bajo dos condiciones: que dichos comportamientos aumenten la reputación individual o que exista la creencia en un Dios que controla las acciones individuales.
Por otro lado, el psicólogo Michael E. Price, de la Universidad Brunel, en el Reino Unido, afirma que el cristianismo puede explicarse desde la teoría de la evolución de Darwin, dado que se puede considerar que los grupos religiosos son sistemas culturales que permiten a sus miembros maximizar el potencial de sus instintos cooperativos, para la producción de bienes públicos y para la propagación genética.
Por último, el filósofo y periodista norteamericano Roger Scruton considera, como René Girard, que la vivencia de lo sagrado nace del esfuerzo humano por superar el conflicto y la violencia entre los humanos, que serían antropológicamente anteriores a la religión.
Estos agentes sobrenaturales pueden tener diversos nombres: Dios, karma, antepasado, etc., pero siempre ejercen el mismo tipo de influencia en nuestro comportamiento.
Estas “presencias” son universales, porque el cerebro humano ha evolucionado para funcionar de una manera particular, que además sirve a un propósito muy importante: promover el bien común.
Beneficio evolutivo
Para otro investigador especializado en este mismo tema, el profesor de la Universidad de Edimburgo Dominic Johnson, este valor evolutivo de la religión y de los agentes sobrenaturales se extiende hasta nuestros días.
En la actualidad, somos profundamente cooperativos, a pesar de las tensiones existentes entre los intereses individuales y los colectivos. Johnson afirma que pagamos impuestos, nos arriesgamos a morir por otros en una guerra o intentamos reducir la contaminación que producimos, por nuestras creencias en agentes sobrenaturales de diverso tipo.
Nuestros ancestros se extendieron por el mundo en grupos que se mantenían unidos para asegurarse el alimento y la protección. Aquellos grupos con sistemas de creencias religiosas sobrevivieron mejor que otros, porque trabajaron juntos gracias a ellas. Este beneficio evolutivo de la religión está integrado en el ser humano moderno, en el que sigue funcionando, señalan los investigadores.
Otros estudios
La religiosidad humana ha sido en los últimos años analizada por diversos investigadores, desde la perspectiva de la evolución para la cooperación. Por ejemplo, un estudio realizado en 2008 por científicos de la University of British Columbia de Canadá, demostró que la religión hace que la gente se muestre más prosocial, con comportamientos altruistas y generosos, pero sólo bajo dos condiciones: que dichos comportamientos aumenten la reputación individual o que exista la creencia en un Dios que controla las acciones individuales.
Por otro lado, el psicólogo Michael E. Price, de la Universidad Brunel, en el Reino Unido, afirma que el cristianismo puede explicarse desde la teoría de la evolución de Darwin, dado que se puede considerar que los grupos religiosos son sistemas culturales que permiten a sus miembros maximizar el potencial de sus instintos cooperativos, para la producción de bienes públicos y para la propagación genética.
Por último, el filósofo y periodista norteamericano Roger Scruton considera, como René Girard, que la vivencia de lo sagrado nace del esfuerzo humano por superar el conflicto y la violencia entre los humanos, que serían antropológicamente anteriores a la religión.