La sensibilidad popular actual busca soluciones viables y pragmáticas: reformar la modernidad para orientarla hacia la libertad y la solidaridad. Imagen: jeancliclac. Fuente: PhotoXpress.
Argumentábamos, en un artículo precedente, que quizá estuviera emergiendo en nuestro tiempo una nueva sensibilidad ético-utópica que recogiera lo mejor de la modernidad y lo mejor del comunitarismo.
Sin embargo, si esta sensibilidad emergente fuera real, ¿de qué forma impulsaría la transformación social en el siglo XXI? En otras palabras, ¿cuál sería el proyecto-de-acción-en-común, o nuevo orden internacional, que nacería de la lógica de esa nueva sensibilidad social y que la realizaría?
No se puede poner en duda que hoy se habla mucho de sociedad civil. ¿Hacia dónde camina la humanidad? Si estos ideales ético-utópicos de nuestro tiempo no encontraran el cauce de su realización a través del proyecto-de-acción-en-común que los hiciera posibles, no sería nunca viable la estabilidad sostenible de los sistemas socio-políticos. ¿Por qué es así? A continuación nos preguntamos por el nuevo orden internacional que podría darles realidad.
1. El nuevo orden internacional como nuevo proyecto-de-acción-en-común
La intuición de la gente apunta hoy, en efecto, al ideal de hacer posible, a la vez, la libertad creativa de la modernidad con la regulación estatal del comunitarismo, en orden a garantizar que la libertad haga posible la solidaridad y la justicia. Por tanto, esta nueva sensibilidad emergente, según su propia lógica, ¿qué proyecto de acción en común, o sea, qué forma de organización socio-política, debería promover?
A) Asumiría el sistema de principios humanísticos de la modernidad y la estructura formal de la democracia. B) Asumiría la soberanía de las grandes naciones emergidas en la modernidad. C) Asumiría que el gobierno de las naciones debería garantizar la libertad económica, pero, al mismo tiempo, hacer posible, por las regulaciones internacionales necesarias, el gasto social interno y el gasto social externo, es decir, debería hacer posible la financiación del gasto social y la financiación del gasto para el desarrollo internacional.
D) Asumiría que esto último no sería posible sino mediando grandes acuerdos internacionales, entre naciones soberanas, para mantener matizadamente principios, condiciones fiscales y financieras similares en todos los países, de tal manera que a todos les fuera posible mantener el gasto social interno y el gasto externo para la financiación compartida del desarrollo.
E) Asumiría que sólo esta nivelación financiera por acuerdo internacional, creando condiciones de igualdad compartida, haría por primera vez posible en la historia el ensayo de un estado internacional de liberalismo perfecto. Lo que la sensibilidad popular, por tanto, busca hoy son soluciones viables y pragmáticas: no busca derribar la modernidad, sino reformarla respetando la libertad y orientándola hacia la solidaridad. No busca “revoluciones imposibles”, sino cambios reformistas urgentes y pragmáticos que hagan posible inmediatamente ampliar la libertad y luchar solidariamente contra el sufrimiento evitable.
1.1) El nuevo orden social por confluencia de libertad y regulación internacional
El pragmatismo, apremiado por la urgencia, conduce hoy a seleccionar aquellas actuaciones que permiten una praxis inmediata y eficaz. Es el pragmatismo el que conduce a entender que no es posible pretender hoy poner el mundo patas arriba: hay que admitir la forma esencial de la sociedad democrático-liberal que hoy existe, no sólo porque sustituirla por otro diseño sería muy difícil, sino porque se ha mostrado indudablemente eficaz para fomentar la libertad, la creatividad, la responsabilidad, soberanía popular, participación social y la riqueza.
Recordemos que las revoluciones imposibles son la filosofía antipragmática por excelencia, que no conduce nunca a nada como la historia muestra. Pero situarse en la modernidad no es dejar de reconocer su fracaso en la solidaridad: por ello, se entiende que la modernidad debe abrirse a los grandes valores del comunitarismo, la solidaridad, la fraternidad, la justicia. El pragmatismo exige gestionar lo posible, y lo posible no puede olvidar ni la libertad ni la solidaridad.
¿Pero cómo llegar a esta integración de modernidad y comunitarismo? El supuesto ideal-horizonte ético-utópico de la solidaridad civil resulta, pues, de una confluencia complementaria de modernidad y comunitarismo y lo mismo sucede lógicamente con el proyecto-de-acción-en-común derivado.
Responde, al mismo tiempo, a una intuición del sentido común de la gente: no es posible poner patas arriba el orden de la modernidad liberal que, además, tiene importantes valores asumibles (modernidad); pero, por otra parte, los poderes públicos deben intervenir regulando la actividad liberal y creando, por acuerdos internacionales, las condiciones objetivas para que la actividad social creativa se encamine hacia una lucha eficaz contra el sufrimiento y a favor del desarrollo (comunitarismo).
El nuevo proyecto-de-acción-en-común es, por tanto, confluencia de modernidad y comunitarismo. Pudiéramos llamarlo también el nuevo orden internacional que exige la sensibilidad de nuestro tiempo.
En el fondo se trata de la intuición de que, desde la base de la modernidad aceptada, la regulación internacional acordada por los estados no sólo permitiría financiar el desarrollo interno y externo de las naciones, sino que, además, sería la única forma de combatir la irracionalidad de las condiciones objetivas para el desarrollo económico y la creación por primera vez en la historia de las condiciones que permitirían el primer gran experimento de lo que en Hacia un Nuevo Mundo hemos llamado el liberalismo perfecto.
La nueva sensibilidad civil y el proyecto que implica aceptan el orden socio-económico de la modernidad pero asumen un principio político fuerte de la tradición comunitarista, y en especial del socialismo-marxista: que el estado, dentro de un orden liberal básico, debe intervenir y regular la actividad económica para dirigirla con precisión hacia sus objetivos humanísticos. La libertad no está reñida con la ordenación racional que, además, sólo siendo internacional, sería viable.
1.2) El proyecto universal de desarrollo solidario
Esta es la denominación (proyecto UDS) del nuevo proyecto-de-acción-en-común (factor 2) derivado de la nueva sensibilidad del ideal ético-utópico de la solidaridad civil (factor 1) emergente en nuestro tiempo. A su explicación detallada hemos dedicado el capítulo cuarto de Hacia un Nuevo Mundo, titulado El desarrollo universal solidario como proyecto de acción en común para la sociedad civil.
El proyecto UDS constituye el desarrollo lógico del ideal-horizonte ético-utópico hoy en emergencia global. De la misma manera que el ideal ético-utópico está en estado de emergencia y no tiene una presencia social inequívoca, clara y definida, así está también intuido de forma difusa, y todavía no tiene una presencia social inequívoca, el proyecto-de-acción-en-común que lo realizaría.
El objetivo y función social de la filosofía política consiste precisamente en proponer una formulación explícita de aquello que ya está siendo sentido, intuido, alumbrado germinalmente, por la sensibilidad ético-utópica de nuestro tiempo. La obra convergente de muchos intelectuales en el trazado de los perfiles reflexivos de este proyecto deberá contribuir a su nacimiento y consolidación social estable.
En Hacia un Nuevo Mundo hemos ensayado una declaración formal explícita de lo que debería ser este proyecto UDS. Se trata simplemente del trazado coherente de las líneas generales de un perfil esencial que debería prolongarse, obviamente, con estudios técnicos multidisciplinares más precisos.
El nuevo proyecto deberá ser complicado en su desarrollo completo –que, además, nunca estará cerrado sino abierto a su reformulación–, pero deberá ser sencillo en orden a poder ser entendido popularmente.
Pero, ¿en qué consiste el proyecto UDS? Su presentación debe ser, y así lo hacemos en Hacia un Nuevo Mundo, el estudio de sus propiedades generales de forma, en cuanto directamente derivado del ideal-horizonte que le da sentido.
En concreto, en mi libro he presentado las siguientes propiedades generales de forma: proyecto viable y pragmático; innovador y creativo; reformista; con parsimonia de medios; convergente y conciliador; ético y liberador; con solidaridad social y desarrollo; regulado internacionalmente; democrático-liberal; participativo, personalista y nacionalista; principial y directivo; abierto y crítico.
Pero quiero insistir en que se trata de un proyecto de acción en común (proyecto UDS), desarrollo lógico de la nueva sensibilidad emergente, que no es revolucionario, no rompe nada sino que diseña posibilidades viables de actuación dentro del orden establecido.
Precisamente por ello es ante todo un proyecto pragmático que, a nuestro entender, sería la formulación competente (por pragmática y posible) del hoy tantas veces invocado “nuevo orden internacional”, aunque de forma vacía y sin que sepamos con precisión a qué se están refiriendo [1] .
Sin embargo, si esta sensibilidad emergente fuera real, ¿de qué forma impulsaría la transformación social en el siglo XXI? En otras palabras, ¿cuál sería el proyecto-de-acción-en-común, o nuevo orden internacional, que nacería de la lógica de esa nueva sensibilidad social y que la realizaría?
No se puede poner en duda que hoy se habla mucho de sociedad civil. ¿Hacia dónde camina la humanidad? Si estos ideales ético-utópicos de nuestro tiempo no encontraran el cauce de su realización a través del proyecto-de-acción-en-común que los hiciera posibles, no sería nunca viable la estabilidad sostenible de los sistemas socio-políticos. ¿Por qué es así? A continuación nos preguntamos por el nuevo orden internacional que podría darles realidad.
1. El nuevo orden internacional como nuevo proyecto-de-acción-en-común
La intuición de la gente apunta hoy, en efecto, al ideal de hacer posible, a la vez, la libertad creativa de la modernidad con la regulación estatal del comunitarismo, en orden a garantizar que la libertad haga posible la solidaridad y la justicia. Por tanto, esta nueva sensibilidad emergente, según su propia lógica, ¿qué proyecto de acción en común, o sea, qué forma de organización socio-política, debería promover?
A) Asumiría el sistema de principios humanísticos de la modernidad y la estructura formal de la democracia. B) Asumiría la soberanía de las grandes naciones emergidas en la modernidad. C) Asumiría que el gobierno de las naciones debería garantizar la libertad económica, pero, al mismo tiempo, hacer posible, por las regulaciones internacionales necesarias, el gasto social interno y el gasto social externo, es decir, debería hacer posible la financiación del gasto social y la financiación del gasto para el desarrollo internacional.
D) Asumiría que esto último no sería posible sino mediando grandes acuerdos internacionales, entre naciones soberanas, para mantener matizadamente principios, condiciones fiscales y financieras similares en todos los países, de tal manera que a todos les fuera posible mantener el gasto social interno y el gasto externo para la financiación compartida del desarrollo.
E) Asumiría que sólo esta nivelación financiera por acuerdo internacional, creando condiciones de igualdad compartida, haría por primera vez posible en la historia el ensayo de un estado internacional de liberalismo perfecto. Lo que la sensibilidad popular, por tanto, busca hoy son soluciones viables y pragmáticas: no busca derribar la modernidad, sino reformarla respetando la libertad y orientándola hacia la solidaridad. No busca “revoluciones imposibles”, sino cambios reformistas urgentes y pragmáticos que hagan posible inmediatamente ampliar la libertad y luchar solidariamente contra el sufrimiento evitable.
1.1) El nuevo orden social por confluencia de libertad y regulación internacional
El pragmatismo, apremiado por la urgencia, conduce hoy a seleccionar aquellas actuaciones que permiten una praxis inmediata y eficaz. Es el pragmatismo el que conduce a entender que no es posible pretender hoy poner el mundo patas arriba: hay que admitir la forma esencial de la sociedad democrático-liberal que hoy existe, no sólo porque sustituirla por otro diseño sería muy difícil, sino porque se ha mostrado indudablemente eficaz para fomentar la libertad, la creatividad, la responsabilidad, soberanía popular, participación social y la riqueza.
Recordemos que las revoluciones imposibles son la filosofía antipragmática por excelencia, que no conduce nunca a nada como la historia muestra. Pero situarse en la modernidad no es dejar de reconocer su fracaso en la solidaridad: por ello, se entiende que la modernidad debe abrirse a los grandes valores del comunitarismo, la solidaridad, la fraternidad, la justicia. El pragmatismo exige gestionar lo posible, y lo posible no puede olvidar ni la libertad ni la solidaridad.
¿Pero cómo llegar a esta integración de modernidad y comunitarismo? El supuesto ideal-horizonte ético-utópico de la solidaridad civil resulta, pues, de una confluencia complementaria de modernidad y comunitarismo y lo mismo sucede lógicamente con el proyecto-de-acción-en-común derivado.
Responde, al mismo tiempo, a una intuición del sentido común de la gente: no es posible poner patas arriba el orden de la modernidad liberal que, además, tiene importantes valores asumibles (modernidad); pero, por otra parte, los poderes públicos deben intervenir regulando la actividad liberal y creando, por acuerdos internacionales, las condiciones objetivas para que la actividad social creativa se encamine hacia una lucha eficaz contra el sufrimiento y a favor del desarrollo (comunitarismo).
El nuevo proyecto-de-acción-en-común es, por tanto, confluencia de modernidad y comunitarismo. Pudiéramos llamarlo también el nuevo orden internacional que exige la sensibilidad de nuestro tiempo.
En el fondo se trata de la intuición de que, desde la base de la modernidad aceptada, la regulación internacional acordada por los estados no sólo permitiría financiar el desarrollo interno y externo de las naciones, sino que, además, sería la única forma de combatir la irracionalidad de las condiciones objetivas para el desarrollo económico y la creación por primera vez en la historia de las condiciones que permitirían el primer gran experimento de lo que en Hacia un Nuevo Mundo hemos llamado el liberalismo perfecto.
La nueva sensibilidad civil y el proyecto que implica aceptan el orden socio-económico de la modernidad pero asumen un principio político fuerte de la tradición comunitarista, y en especial del socialismo-marxista: que el estado, dentro de un orden liberal básico, debe intervenir y regular la actividad económica para dirigirla con precisión hacia sus objetivos humanísticos. La libertad no está reñida con la ordenación racional que, además, sólo siendo internacional, sería viable.
1.2) El proyecto universal de desarrollo solidario
Esta es la denominación (proyecto UDS) del nuevo proyecto-de-acción-en-común (factor 2) derivado de la nueva sensibilidad del ideal ético-utópico de la solidaridad civil (factor 1) emergente en nuestro tiempo. A su explicación detallada hemos dedicado el capítulo cuarto de Hacia un Nuevo Mundo, titulado El desarrollo universal solidario como proyecto de acción en común para la sociedad civil.
El proyecto UDS constituye el desarrollo lógico del ideal-horizonte ético-utópico hoy en emergencia global. De la misma manera que el ideal ético-utópico está en estado de emergencia y no tiene una presencia social inequívoca, clara y definida, así está también intuido de forma difusa, y todavía no tiene una presencia social inequívoca, el proyecto-de-acción-en-común que lo realizaría.
El objetivo y función social de la filosofía política consiste precisamente en proponer una formulación explícita de aquello que ya está siendo sentido, intuido, alumbrado germinalmente, por la sensibilidad ético-utópica de nuestro tiempo. La obra convergente de muchos intelectuales en el trazado de los perfiles reflexivos de este proyecto deberá contribuir a su nacimiento y consolidación social estable.
En Hacia un Nuevo Mundo hemos ensayado una declaración formal explícita de lo que debería ser este proyecto UDS. Se trata simplemente del trazado coherente de las líneas generales de un perfil esencial que debería prolongarse, obviamente, con estudios técnicos multidisciplinares más precisos.
El nuevo proyecto deberá ser complicado en su desarrollo completo –que, además, nunca estará cerrado sino abierto a su reformulación–, pero deberá ser sencillo en orden a poder ser entendido popularmente.
Pero, ¿en qué consiste el proyecto UDS? Su presentación debe ser, y así lo hacemos en Hacia un Nuevo Mundo, el estudio de sus propiedades generales de forma, en cuanto directamente derivado del ideal-horizonte que le da sentido.
En concreto, en mi libro he presentado las siguientes propiedades generales de forma: proyecto viable y pragmático; innovador y creativo; reformista; con parsimonia de medios; convergente y conciliador; ético y liberador; con solidaridad social y desarrollo; regulado internacionalmente; democrático-liberal; participativo, personalista y nacionalista; principial y directivo; abierto y crítico.
Pero quiero insistir en que se trata de un proyecto de acción en común (proyecto UDS), desarrollo lógico de la nueva sensibilidad emergente, que no es revolucionario, no rompe nada sino que diseña posibilidades viables de actuación dentro del orden establecido.
Precisamente por ello es ante todo un proyecto pragmático que, a nuestro entender, sería la formulación competente (por pragmática y posible) del hoy tantas veces invocado “nuevo orden internacional”, aunque de forma vacía y sin que sepamos con precisión a qué se están refiriendo [1] .
1.3) Las dimensiones del proyecto UDS
Pero, con mayor precisión, la organización real en el concierto de las naciones del proyecto UDS, ¿en qué debería consistir? Supondría un conjunto de pactos y proyectos estratégicos definidos que deben exponerse en sus perfiles básicos. Primero el pacto político internacional establecería sus objetivos e instrumentos políticos, autonomía, liderazgo y miembros asociados.
Segundo el pacto de financiación y desarrollo del proyecto para la financiación interna y externa, con referencia a los contenidos del pacto de financiación, las instituciones monetarias, la política de planificación y créditos, etc. Tercero el pacto de “liberalismo perfecto” que, a través del estudio de la política impositiva, de inversión y empresa privada, de regulación política y racionalidad competitiva, de expansión y crecimiento, etc., mostraría por qué el proyecto UDS ofrecería por primera vez en la historia las condiciones internacionales objetivas, iguales para todos, que posibilitarían el primer ensayo histórico de “liberalismo perfecto”.
Los otros pactos del proyecto UDS serían el pacto de desarrollo sostenible, el pacto para el gobierno del proyecto UDS, el pacto intercultural y educativo, y el pacto jurídico internacional.
Es evidente que este gran acuerdo internacional supondría la creación de un nuevo orden internacional. No sería la negación total ni de la modernidad ni del comunitarismo, pero supondría la aparición de un nuevo orden internacional por su síntesis complementaria.
He propuesto que este nuevo orden pudiera llamarse proyecto universal de desarrollo solidario (proyecto UDS). Según lo dicho, debería consistir primero en un gran pacto internacional para promover el proyecto UDS. Segundo un pacto derivado de financiación y desarrollo.
Tercero el pacto de liberalismo perfecto. Otros pactos que deberían acompañar el proceso serían: el pacto de desarrollo sostenible, el pacto de gobierno del proyecto UDS, el pacto intercultural y educativo y, finalmente, el pacto jurídico internacional. Las regulaciones internacionales que se contendrían en este conjunto de pactos, lejos de impedir el liberalismo en la actividad económica, establecerían el marco común que haría factible por primera vez un ensayo de liberalismo perfecto y se crearían las condiciones de una gran prosperidad para todos.
Las empresas, reguladas por acuerdos internacionales comunes para todos, trabajarían por primera vez en la historia en un marco de constricciones universal y común para todos, de tal manera que compitieran realmente en la creatividad y en la eficiencia, liberadas de su servidumbre a un orden financiero y productivo irracional (en el fondo un marco que habría estado haciendo imposible el mismo liberalismo).
Las empresas trabajarían por primera vez en un verdadero marco de globalización que, sin embargo, no sería injusto porque estaría regulado por los controles internacionales que encauzarían la actividad libre de las empresas hacia un desarrollo justo de las naciones.
Además, estos pactos no supondrían un gobierno mundial (que no sería pragmático y realizable), sino un gobierno de gestión del proyecto UDS, controlado por naciones soberanas de acuerdo con los pactos convenidos, en el marco reformado de las Naciones Unidas, del FMI y del Banco Mundial, según los principios de pragmatismo político, viabilidad y parsimonia de medios.
Es evidente que no podemos ahora entrar en una explicación con mayor detalle del contenido de todos estos pactos que constituirían la esencia del proyecto UDS. El lector interesado deberá dirigirse al capítulo cuarto de Hacia un Nuevo Mundo.
Pero, ¿por qué decimos que se trata de una propuesta pragmática y posible? El proyecto UDS es, en efecto, a nuestro entender, la única forma viable del demandado nuevo orden internacional, tantas veces aludido y tan pocas veces explicado para que podamos entender en qué consiste [2] .
El proyecto UDS representa un diseño de actuación que no supone cambiar el marco político hoy existente y que podría construirse sobre él. El nuevo orden no es una revolución que trate de colar aquellas revoluciones comunitaristas, como el marxismo, que no fueron posibles, que fracasaron y que siguen hoy siendo imposibles. Supone pactos internacionales, pero no crea un gobierno mundial que sustituyera la soberanía de las naciones actualmente existentes.
Una “gobernanza mundial” sería inviable y, en la práctica imposible. No podría responder a la urgencia y al pragmatismo que exige la lucha inmediata contra el sufrimiento. Por ello, creemos que el proyecto UDS debería salvaguardar la existencia de la soberanía de las grandes naciones de la modernidad y construirse por pactos internacionales que no suprimirían la soberanía de las naciones. Además, el proyecto UDS podría construirse sobre las instituciones internacionales hoy existentes, las Naciones Unidas, sus Agencias, así como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, aplicando el principio formal de la parsimonia de medios.
Sería un proyecto universal de coordinación y coparticipación a favor del desarrollo interno y externo de las naciones mucho más complejo que la Comunidad Económica Europea; pero la existencia de ésta es un argumento a favor de que el proyecto UDS podría ser también factible.
El proyecto UDS tendría una virtualidad de diseño que a todos beneficiaría y que a nadie perjudicaría. Sería la expresión actual del pragmatismo en filosofía política. Jugaría a favor de todos y de la historia común de las naciones. Esto es muy importante puesto que la esencia de la sensibilidad actual mueve hacia proyectos pragmáticos y posibles.
En otras palabras, los proyectos políticos de conciliación acaban siendo posibles; los proyectos agresivos, de unos contra otros, acaban siendo siempre inviables. Las revoluciones imposibles acaban en nada y en ocasiones produciendo inmensas cantidades de sangre y de sufrimiento añadido.
2. La acción civil como medio hacia el nuevo orden internacional
Por tanto, nuestra hipótesis básica (ya que sólo es hipótesis o conjetura, en último término, aunque fundada en numerosos indicios y argumentos construidos en filosofía política) es que se está produciendo la emergencia de una nueva sensibilidad ético-utópica en la sociedad civil (factor 1).
Esta, a su vez, conduciría por su propia naturaleza a un nuevo proyecto-de-acción-en-común que hemos perfilado con la denominación de proyecto UDS (factor 2). Estamos, pues, en condiciones de introducir ya el tercer factor de análisis de la dinámica histórica: la estrategia de acción política; en nuestro caso, la estrategia de acción que debería conducir a hacer posible y dar realidad al proyecto UDS (factor 3).
La dinámica de la historia supone siempre, en efecto, un tercer y cuarto factor sobre las estrategias de acción política, y los protagonismos o liderazgos derivados, para promover el ideal ético-utópico de cada época y de su correspondiente proyecto-de-acción-en-común. Por tanto, la pregunta que lo anterior exige es: ¿cómo pasar de la situación actual, en las vías estériles remanentes de la modernidad y del comunitarismo clásicos, a promover la toma de conciencia social explícita del nuevo ideal ético-utópico y la constitución del proyecto UDS? ¿Qué protagonismos políticos o liderazgos civiles pueden conducirnos al proyecto UDS? Existen en realidad diversos candidatos. Uno de ellos podrían ser los mismos partidos políticos.
Pero, en nuestra opinión, aunque el proyecto UDS debería ser necesariamente gestionado finalmente por los partidos políticos al cargo del gobierno de las naciones, sin embargo, el impulso urgente y pragmático debería darse en una organización autónoma de la sociedad civil que asumiría así un protagonismo nuevo o liderazgo socio-político, no dado en otros momentos de la historia.
Consideramos que el análisis estratégico contenido en Hacia un Nuevo Mundo constituye quizá el aspecto más importante del ensayo. Es lo que da sentido al subtítulo de la obra: filosofía política del protagonismo histórico emergente de la sociedad civil.
Nuestra tesis es precisamente que la actual coyuntura histórica acabará forzando la emergencia de una nueva forma de organización de la sociedad civil para controlar la gestión política de la historia.
Hasta ahora, en los últimos quince años, la sociedad civil ha cobrado un nuevo y sorprendente protagonismo para resolver los problemas humanos hacia el respeto a la persona y el compromiso por la solidaridad: hablamos de todo tipo de asociacionismo civil, movimientos ciudadanos, grupos religiosos o de intervención política y de las numerosas ONG. Esta enorme actividad civil, antes insólita, muestra que efectivamente se está produciendo el despertar de algo nuevo.
A mi entender el próximo paso en el movimiento ciudadano se dará cuando la misma sociedad civil descubra que puede tomar en sus manos el rumbo de la historia mediante un control eficaz del poder político.
Sería, pues, una conjetura probable contemplar que en los próximos tiempos la sociedad civil diera un salto cualitativo y pasara de la acción asistencial (lo que hasta ahora vemos en las ONGs y movimientos ciudadanos) a la acción política desde organizaciones de alta calidad funcional.
A esta próxima novedad responde precisamente la propuesta relevante hecha en el capítulo sexto de Hacia un Nuevo Mundo: el análisis de la forma de organización de un movimiento de acción civil que llamamos Nuevo Mundo, no para convertirse en un partido político más, sino para controlar la política desde fuera.
Nuevo Mundo no sería para conseguir el poder político directo sino para controlarlo éticamente desde la sociedad civil de una forma eficaz. Los ciudadanos que constituyen la sociedad civil tienen en sus manos el poder político porque ellos son los que votan y deciden quién y cómo gobierna.
Una organización civil que decide negociar el voto, no en un país, sino en una dimensión internacional, en función de unos principios humanísticos podría acabar doblegando las estrategias de dominación urdidas para neutralizar el ejercicio real de la soberanía popular.
2.1) Las vías estériles
Por tanto, ¿qué estrategia conduciría entonces a realizar el proyecto UDS? A responder esta pregunta están precisamente dedicados dos capítulos de Hacia un Nuevo Mundo.
Uno para analizar las vías estériles que difícilmente conducirán por sí mismas hacia un nuevo orden ético internacional como el que demandaría la nueva sensibilidad social (es el capítulo quinto).
Además, otro capítulo para estudiar lo que en nuestra filosofía política se considera la vía eficiente, perfectamente posible y de organización inmediata, que podría conducir hacia el proyecto UDS con urgencia y pragmatismo: a saber, la organización de la sociedad en el movimiento de acción civil que denominamos Nuevo Mundo (capítulo sexto).
La nueva sensibilidad y su proyecto, en la hipótesis de nuestra filosofía política, supone un cambio; es pasar a algo nuevo. Lo nuevo no rechaza en su totalidad el pasado: asume parte de la modernidad y parte del comunitarismo.
Sin embargo, bidireccionalmente, es abrirse a la modernidad desde el comunitarismo y desde éste a la modernidad. Es, pues, abrirse a lo que hasta ahora ha sido el oponente histórico que se ha combatido.
Es comprensible, pues, que la actualidad esté caracterizada todavía por los residuos del pasado que, aunque desmoronándose, están ahí; las personas se sienten apegadas a ellos porque esa ha sido, en definitiva, su vida. El estudio de la situación actual puede abordarse desde la perspectiva de “las vías estériles en la deriva de la modernidad” y las “vías estériles en la deriva del comunitarismo”.
Hoy en día se hacen, en efecto, muchas cosas que responden a los fantasmas del pasado y que, en último término, no llevan al futuro. En este sentido son “vías estériles” que entretienen la historia y pueden frenar el proceso emergente de la nueva sensibilidad. Pretender que la modernidad liberal pueda seguir caminando en los próximos años en un “más de lo mismo”, no tiene sentido y producirá graves tensiones sociales e inestabilidad de todo tipo.
Los comunitarismos radicales, de un signo u otro, que quieren recuperar lo que no fue posible en su momento, cuando todo les era favorable, transitan también una vía estéril. ¿Cuántos siglos se necesitan para reconstituir una revolución marxista fracasada? ¿Otros cien años? ¿Otros cien años de enfrentamiento que bloquearían todo avance urgente y pragmático hacia la verdadera y eficaz lucha contra el sufrimiento?
Reflexionar sobre estas vías sin futuro es importante porque sólo por medio del contraste podemos abrirnos con fundamento al entendimiento de lo que significa la vía eficaz que podría posibilitar la emergencia de la nueva sensibilidad y de su proyecto UDS [3] .
2.2) El movimiento de acción civil Nuevo Mundo
La tesis central que defendemos está, pues, centrada en argumentar la propuesta estratégica emergente de Nuevo Mundo como movimiento de acción civil orientado a promover la realización del proyecto UDS.
Hemos usado la manida expresión nuevo mundo porque, a pesar de estar repetida constantemente, expresa por ello mismo algo así como una aspiración ancestral de la modernidad que llevó a muchos ciudadanos al “nuevo mundo” (América) en que muchos soñaron que podía hacerse realidad la nueva sociedad de ciudadanos, dueños de su soberanía.
Pero la opinión de la necesidad de crear el movimiento de acción ciudadana Nuevo Mundo no es en principio obvia, ya que podría pensarse quizá en otras vías de actuación política alternativas; por ejemplo, que fueran los partidos políticos quienes promocionaran socialmente el proyecto UDS; o que Nuevo Mundo no fuera un movimiento de pura acción civil (como nosotros proponemos), sino un partido político nuevo en disputa con los otros ya existentes.
Somos conscientes de que la existencia del nuevo ideal ético-utópico de la solidaridad civil es de momento sólo un sentimiento difuso, una intuición que no ha llegado a ser claramente reflexionada por los mismos ciudadanos que la poseen.
Lo mismo pasa, con mayor razón, en relación al proyecto-de-acción-en-común que podría dar realidad a ese ideal. Por tanto, la pregunta que debe plantearse la filosofía política es cómo pasar del estado actual de intuición presentida, sin presencia social inequívoca, tanto del nuevo ideal-horizonte como del proyecto UDS que lo realizaría, a lo que llamaríamos la plataforma fundacional del proyecto UDS (es decir, el momento en que se constituyera el pacto internacional que permitiera comenzar su aplicación).
Debería, pues, recorrerse un camino fundacional. A la plataforma fundacional debería llegarse por medio de una estrategia de acción política (factor 3) que gestionara eficazmente cómo llegar hasta él.
Pero esta pregunta apunta, a su vez, a otra pregunta conectada: quiénes deberían ser los protagonistas del cambio, los líderes que condujeran la historia a la plataforma fundacional del proyecto UDS. La filosofía política que reflexiona sobre estos extremos debería exponer con suficiente precisión la discusión básica en torno a los candidatos iniciales a ser protagonistas del cambio (el principal candidato, aunque a nuestro entender inapropiado, serían los partidos políticos).
Pero nuestra argumentación permite llegar a la conclusión de que el candidato idóneo sería hoy la organización autónoma, frente al poder político, de un movimiento de acción civil, al que damos el nombre de Nuevo Mundo. Por ello, el siglo XXI se caracterizaría por la emergencia de un nuevo protagonismo histórico (factor 4) no dado hasta ahora: la organización internacional autónoma de la sociedad civil en orden a controlar el poder político.
Ahora bien, supuesto que la historia estuviera forzando el nacimiento de este nuevo protagonismo de la sociedad civil, ¿cuáles deberían ser entonces las características formales de diseño para el nacimiento, organización y acción social de la organización civil Nuevo Mundo? Es claro que no podría nacer sin que hubiera líderes políticos decididos y comprometidos, que tuvieran un proyecto claro e inteligible de lo que debe hacerse, y que tuvieran un diseño pragmático y eficaz de cómo debe gestionarse la acción civil que llegara a hacerlo realidad.
Es claro, además, que los eventuales líderes deberían tener un cierto respaldo que potenciara su acción y que deberían disponer de la teoría socio-política y económica previamente elaborada por los intelectuales.
En relación al posible nacimiento y organización real del movimiento de acción civil Nuevo Mundo que en principio respondiera a estas características, ¿qué hipótesis y propuestas podrían hacerse sobre su nacimiento desde la sociedad, dada la situación social y las dificultades obvias que se encontrarían?
Una vez constituido el movimiento civil, ¿cómo debería ser su organización interna y su forma de actuación social para encaminarse a sus objetivos, a saber, la promoción del proyecto UDS? ¿Cómo debería promoverse su extensión internacional? ¿Cuándo y cómo debería comenzar actuar?
Estas preguntas, y otras, son objeto de análisis preciso en Hacia un Nuevo Mundo, en el capítulo sexto, hasta el punto de presentar algo así como una teoría fundacional de Nuevo Mundo. Aun sin entrar en detalle hagamos, al menos, alguna consideración general sobre el sentido de Nuevo Mundo. Nos referimos a que no debería ser un partido político y a la necesidad de comenzar a actuar cuando se hubiera alcanzado una necesaria extensión internacional.
Pero, con mayor precisión, la organización real en el concierto de las naciones del proyecto UDS, ¿en qué debería consistir? Supondría un conjunto de pactos y proyectos estratégicos definidos que deben exponerse en sus perfiles básicos. Primero el pacto político internacional establecería sus objetivos e instrumentos políticos, autonomía, liderazgo y miembros asociados.
Segundo el pacto de financiación y desarrollo del proyecto para la financiación interna y externa, con referencia a los contenidos del pacto de financiación, las instituciones monetarias, la política de planificación y créditos, etc. Tercero el pacto de “liberalismo perfecto” que, a través del estudio de la política impositiva, de inversión y empresa privada, de regulación política y racionalidad competitiva, de expansión y crecimiento, etc., mostraría por qué el proyecto UDS ofrecería por primera vez en la historia las condiciones internacionales objetivas, iguales para todos, que posibilitarían el primer ensayo histórico de “liberalismo perfecto”.
Los otros pactos del proyecto UDS serían el pacto de desarrollo sostenible, el pacto para el gobierno del proyecto UDS, el pacto intercultural y educativo, y el pacto jurídico internacional.
Es evidente que este gran acuerdo internacional supondría la creación de un nuevo orden internacional. No sería la negación total ni de la modernidad ni del comunitarismo, pero supondría la aparición de un nuevo orden internacional por su síntesis complementaria.
He propuesto que este nuevo orden pudiera llamarse proyecto universal de desarrollo solidario (proyecto UDS). Según lo dicho, debería consistir primero en un gran pacto internacional para promover el proyecto UDS. Segundo un pacto derivado de financiación y desarrollo.
Tercero el pacto de liberalismo perfecto. Otros pactos que deberían acompañar el proceso serían: el pacto de desarrollo sostenible, el pacto de gobierno del proyecto UDS, el pacto intercultural y educativo y, finalmente, el pacto jurídico internacional. Las regulaciones internacionales que se contendrían en este conjunto de pactos, lejos de impedir el liberalismo en la actividad económica, establecerían el marco común que haría factible por primera vez un ensayo de liberalismo perfecto y se crearían las condiciones de una gran prosperidad para todos.
Las empresas, reguladas por acuerdos internacionales comunes para todos, trabajarían por primera vez en la historia en un marco de constricciones universal y común para todos, de tal manera que compitieran realmente en la creatividad y en la eficiencia, liberadas de su servidumbre a un orden financiero y productivo irracional (en el fondo un marco que habría estado haciendo imposible el mismo liberalismo).
Las empresas trabajarían por primera vez en un verdadero marco de globalización que, sin embargo, no sería injusto porque estaría regulado por los controles internacionales que encauzarían la actividad libre de las empresas hacia un desarrollo justo de las naciones.
Además, estos pactos no supondrían un gobierno mundial (que no sería pragmático y realizable), sino un gobierno de gestión del proyecto UDS, controlado por naciones soberanas de acuerdo con los pactos convenidos, en el marco reformado de las Naciones Unidas, del FMI y del Banco Mundial, según los principios de pragmatismo político, viabilidad y parsimonia de medios.
Es evidente que no podemos ahora entrar en una explicación con mayor detalle del contenido de todos estos pactos que constituirían la esencia del proyecto UDS. El lector interesado deberá dirigirse al capítulo cuarto de Hacia un Nuevo Mundo.
Pero, ¿por qué decimos que se trata de una propuesta pragmática y posible? El proyecto UDS es, en efecto, a nuestro entender, la única forma viable del demandado nuevo orden internacional, tantas veces aludido y tan pocas veces explicado para que podamos entender en qué consiste [2] .
El proyecto UDS representa un diseño de actuación que no supone cambiar el marco político hoy existente y que podría construirse sobre él. El nuevo orden no es una revolución que trate de colar aquellas revoluciones comunitaristas, como el marxismo, que no fueron posibles, que fracasaron y que siguen hoy siendo imposibles. Supone pactos internacionales, pero no crea un gobierno mundial que sustituyera la soberanía de las naciones actualmente existentes.
Una “gobernanza mundial” sería inviable y, en la práctica imposible. No podría responder a la urgencia y al pragmatismo que exige la lucha inmediata contra el sufrimiento. Por ello, creemos que el proyecto UDS debería salvaguardar la existencia de la soberanía de las grandes naciones de la modernidad y construirse por pactos internacionales que no suprimirían la soberanía de las naciones. Además, el proyecto UDS podría construirse sobre las instituciones internacionales hoy existentes, las Naciones Unidas, sus Agencias, así como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, aplicando el principio formal de la parsimonia de medios.
Sería un proyecto universal de coordinación y coparticipación a favor del desarrollo interno y externo de las naciones mucho más complejo que la Comunidad Económica Europea; pero la existencia de ésta es un argumento a favor de que el proyecto UDS podría ser también factible.
El proyecto UDS tendría una virtualidad de diseño que a todos beneficiaría y que a nadie perjudicaría. Sería la expresión actual del pragmatismo en filosofía política. Jugaría a favor de todos y de la historia común de las naciones. Esto es muy importante puesto que la esencia de la sensibilidad actual mueve hacia proyectos pragmáticos y posibles.
En otras palabras, los proyectos políticos de conciliación acaban siendo posibles; los proyectos agresivos, de unos contra otros, acaban siendo siempre inviables. Las revoluciones imposibles acaban en nada y en ocasiones produciendo inmensas cantidades de sangre y de sufrimiento añadido.
2. La acción civil como medio hacia el nuevo orden internacional
Por tanto, nuestra hipótesis básica (ya que sólo es hipótesis o conjetura, en último término, aunque fundada en numerosos indicios y argumentos construidos en filosofía política) es que se está produciendo la emergencia de una nueva sensibilidad ético-utópica en la sociedad civil (factor 1).
Esta, a su vez, conduciría por su propia naturaleza a un nuevo proyecto-de-acción-en-común que hemos perfilado con la denominación de proyecto UDS (factor 2). Estamos, pues, en condiciones de introducir ya el tercer factor de análisis de la dinámica histórica: la estrategia de acción política; en nuestro caso, la estrategia de acción que debería conducir a hacer posible y dar realidad al proyecto UDS (factor 3).
La dinámica de la historia supone siempre, en efecto, un tercer y cuarto factor sobre las estrategias de acción política, y los protagonismos o liderazgos derivados, para promover el ideal ético-utópico de cada época y de su correspondiente proyecto-de-acción-en-común. Por tanto, la pregunta que lo anterior exige es: ¿cómo pasar de la situación actual, en las vías estériles remanentes de la modernidad y del comunitarismo clásicos, a promover la toma de conciencia social explícita del nuevo ideal ético-utópico y la constitución del proyecto UDS? ¿Qué protagonismos políticos o liderazgos civiles pueden conducirnos al proyecto UDS? Existen en realidad diversos candidatos. Uno de ellos podrían ser los mismos partidos políticos.
Pero, en nuestra opinión, aunque el proyecto UDS debería ser necesariamente gestionado finalmente por los partidos políticos al cargo del gobierno de las naciones, sin embargo, el impulso urgente y pragmático debería darse en una organización autónoma de la sociedad civil que asumiría así un protagonismo nuevo o liderazgo socio-político, no dado en otros momentos de la historia.
Consideramos que el análisis estratégico contenido en Hacia un Nuevo Mundo constituye quizá el aspecto más importante del ensayo. Es lo que da sentido al subtítulo de la obra: filosofía política del protagonismo histórico emergente de la sociedad civil.
Nuestra tesis es precisamente que la actual coyuntura histórica acabará forzando la emergencia de una nueva forma de organización de la sociedad civil para controlar la gestión política de la historia.
Hasta ahora, en los últimos quince años, la sociedad civil ha cobrado un nuevo y sorprendente protagonismo para resolver los problemas humanos hacia el respeto a la persona y el compromiso por la solidaridad: hablamos de todo tipo de asociacionismo civil, movimientos ciudadanos, grupos religiosos o de intervención política y de las numerosas ONG. Esta enorme actividad civil, antes insólita, muestra que efectivamente se está produciendo el despertar de algo nuevo.
A mi entender el próximo paso en el movimiento ciudadano se dará cuando la misma sociedad civil descubra que puede tomar en sus manos el rumbo de la historia mediante un control eficaz del poder político.
Sería, pues, una conjetura probable contemplar que en los próximos tiempos la sociedad civil diera un salto cualitativo y pasara de la acción asistencial (lo que hasta ahora vemos en las ONGs y movimientos ciudadanos) a la acción política desde organizaciones de alta calidad funcional.
A esta próxima novedad responde precisamente la propuesta relevante hecha en el capítulo sexto de Hacia un Nuevo Mundo: el análisis de la forma de organización de un movimiento de acción civil que llamamos Nuevo Mundo, no para convertirse en un partido político más, sino para controlar la política desde fuera.
Nuevo Mundo no sería para conseguir el poder político directo sino para controlarlo éticamente desde la sociedad civil de una forma eficaz. Los ciudadanos que constituyen la sociedad civil tienen en sus manos el poder político porque ellos son los que votan y deciden quién y cómo gobierna.
Una organización civil que decide negociar el voto, no en un país, sino en una dimensión internacional, en función de unos principios humanísticos podría acabar doblegando las estrategias de dominación urdidas para neutralizar el ejercicio real de la soberanía popular.
2.1) Las vías estériles
Por tanto, ¿qué estrategia conduciría entonces a realizar el proyecto UDS? A responder esta pregunta están precisamente dedicados dos capítulos de Hacia un Nuevo Mundo.
Uno para analizar las vías estériles que difícilmente conducirán por sí mismas hacia un nuevo orden ético internacional como el que demandaría la nueva sensibilidad social (es el capítulo quinto).
Además, otro capítulo para estudiar lo que en nuestra filosofía política se considera la vía eficiente, perfectamente posible y de organización inmediata, que podría conducir hacia el proyecto UDS con urgencia y pragmatismo: a saber, la organización de la sociedad en el movimiento de acción civil que denominamos Nuevo Mundo (capítulo sexto).
La nueva sensibilidad y su proyecto, en la hipótesis de nuestra filosofía política, supone un cambio; es pasar a algo nuevo. Lo nuevo no rechaza en su totalidad el pasado: asume parte de la modernidad y parte del comunitarismo.
Sin embargo, bidireccionalmente, es abrirse a la modernidad desde el comunitarismo y desde éste a la modernidad. Es, pues, abrirse a lo que hasta ahora ha sido el oponente histórico que se ha combatido.
Es comprensible, pues, que la actualidad esté caracterizada todavía por los residuos del pasado que, aunque desmoronándose, están ahí; las personas se sienten apegadas a ellos porque esa ha sido, en definitiva, su vida. El estudio de la situación actual puede abordarse desde la perspectiva de “las vías estériles en la deriva de la modernidad” y las “vías estériles en la deriva del comunitarismo”.
Hoy en día se hacen, en efecto, muchas cosas que responden a los fantasmas del pasado y que, en último término, no llevan al futuro. En este sentido son “vías estériles” que entretienen la historia y pueden frenar el proceso emergente de la nueva sensibilidad. Pretender que la modernidad liberal pueda seguir caminando en los próximos años en un “más de lo mismo”, no tiene sentido y producirá graves tensiones sociales e inestabilidad de todo tipo.
Los comunitarismos radicales, de un signo u otro, que quieren recuperar lo que no fue posible en su momento, cuando todo les era favorable, transitan también una vía estéril. ¿Cuántos siglos se necesitan para reconstituir una revolución marxista fracasada? ¿Otros cien años? ¿Otros cien años de enfrentamiento que bloquearían todo avance urgente y pragmático hacia la verdadera y eficaz lucha contra el sufrimiento?
Reflexionar sobre estas vías sin futuro es importante porque sólo por medio del contraste podemos abrirnos con fundamento al entendimiento de lo que significa la vía eficaz que podría posibilitar la emergencia de la nueva sensibilidad y de su proyecto UDS [3] .
2.2) El movimiento de acción civil Nuevo Mundo
La tesis central que defendemos está, pues, centrada en argumentar la propuesta estratégica emergente de Nuevo Mundo como movimiento de acción civil orientado a promover la realización del proyecto UDS.
Hemos usado la manida expresión nuevo mundo porque, a pesar de estar repetida constantemente, expresa por ello mismo algo así como una aspiración ancestral de la modernidad que llevó a muchos ciudadanos al “nuevo mundo” (América) en que muchos soñaron que podía hacerse realidad la nueva sociedad de ciudadanos, dueños de su soberanía.
Pero la opinión de la necesidad de crear el movimiento de acción ciudadana Nuevo Mundo no es en principio obvia, ya que podría pensarse quizá en otras vías de actuación política alternativas; por ejemplo, que fueran los partidos políticos quienes promocionaran socialmente el proyecto UDS; o que Nuevo Mundo no fuera un movimiento de pura acción civil (como nosotros proponemos), sino un partido político nuevo en disputa con los otros ya existentes.
Somos conscientes de que la existencia del nuevo ideal ético-utópico de la solidaridad civil es de momento sólo un sentimiento difuso, una intuición que no ha llegado a ser claramente reflexionada por los mismos ciudadanos que la poseen.
Lo mismo pasa, con mayor razón, en relación al proyecto-de-acción-en-común que podría dar realidad a ese ideal. Por tanto, la pregunta que debe plantearse la filosofía política es cómo pasar del estado actual de intuición presentida, sin presencia social inequívoca, tanto del nuevo ideal-horizonte como del proyecto UDS que lo realizaría, a lo que llamaríamos la plataforma fundacional del proyecto UDS (es decir, el momento en que se constituyera el pacto internacional que permitiera comenzar su aplicación).
Debería, pues, recorrerse un camino fundacional. A la plataforma fundacional debería llegarse por medio de una estrategia de acción política (factor 3) que gestionara eficazmente cómo llegar hasta él.
Pero esta pregunta apunta, a su vez, a otra pregunta conectada: quiénes deberían ser los protagonistas del cambio, los líderes que condujeran la historia a la plataforma fundacional del proyecto UDS. La filosofía política que reflexiona sobre estos extremos debería exponer con suficiente precisión la discusión básica en torno a los candidatos iniciales a ser protagonistas del cambio (el principal candidato, aunque a nuestro entender inapropiado, serían los partidos políticos).
Pero nuestra argumentación permite llegar a la conclusión de que el candidato idóneo sería hoy la organización autónoma, frente al poder político, de un movimiento de acción civil, al que damos el nombre de Nuevo Mundo. Por ello, el siglo XXI se caracterizaría por la emergencia de un nuevo protagonismo histórico (factor 4) no dado hasta ahora: la organización internacional autónoma de la sociedad civil en orden a controlar el poder político.
Ahora bien, supuesto que la historia estuviera forzando el nacimiento de este nuevo protagonismo de la sociedad civil, ¿cuáles deberían ser entonces las características formales de diseño para el nacimiento, organización y acción social de la organización civil Nuevo Mundo? Es claro que no podría nacer sin que hubiera líderes políticos decididos y comprometidos, que tuvieran un proyecto claro e inteligible de lo que debe hacerse, y que tuvieran un diseño pragmático y eficaz de cómo debe gestionarse la acción civil que llegara a hacerlo realidad.
Es claro, además, que los eventuales líderes deberían tener un cierto respaldo que potenciara su acción y que deberían disponer de la teoría socio-política y económica previamente elaborada por los intelectuales.
En relación al posible nacimiento y organización real del movimiento de acción civil Nuevo Mundo que en principio respondiera a estas características, ¿qué hipótesis y propuestas podrían hacerse sobre su nacimiento desde la sociedad, dada la situación social y las dificultades obvias que se encontrarían?
Una vez constituido el movimiento civil, ¿cómo debería ser su organización interna y su forma de actuación social para encaminarse a sus objetivos, a saber, la promoción del proyecto UDS? ¿Cómo debería promoverse su extensión internacional? ¿Cuándo y cómo debería comenzar actuar?
Estas preguntas, y otras, son objeto de análisis preciso en Hacia un Nuevo Mundo, en el capítulo sexto, hasta el punto de presentar algo así como una teoría fundacional de Nuevo Mundo. Aun sin entrar en detalle hagamos, al menos, alguna consideración general sobre el sentido de Nuevo Mundo. Nos referimos a que no debería ser un partido político y a la necesidad de comenzar a actuar cuando se hubiera alcanzado una necesaria extensión internacional.
“Es muy posible que políticos profesionales, movidos por propósitos decididamente éticos, entendieran la nueva sensibilidad“. Imagen: Aliaksandr Zabudzko. Fuente: PhotoXpress.
2.3) Acción política y acción civil
Quiero dejar constancia de que la filosofía política que defiendo no establece rivalidad o contradicción entre acción civil y acción política. El mundo debe seguir gobernado por políticos y, en último término, son ellos quienes deberán constituir la plataforma fundacional del proyecto UDS.
Es muy posible que políticos profesionales, movidos por propósitos decididamente éticos, entendieran la nueva sensibilidad y lo que significa el proyecto UDS. Incluso que se comprometieran en su promoción de forma personal.
Sin embargo, el análisis de nuestra filosofía política considera que la naturaleza institucional de los partidos políticos y su enredo en las densas tramas de dominación urdidas desde dentro de la modernidad, no nos los presentan como el lugar idóneo, por muchas razones que se analizan en Hacia un Nuevo Mundo, para asumir el protagonismo de la promoción pragmática y urgente del proyecto UDS.
Por ello, sólo la organización y presión externa de la organización civil podría dar ocasión a los mismos políticos a realizar lo que ellos mismos entienden, en el fondo, que deberían hacer pero que son incapaces de emprender por las densas tramas de dominación que los dominan.
A nuestro entender, si debiéramos confiar en los partidos políticos al uso, sin la presión exterior organizada desde la sociedad civil que nosotros proponemos, la historia humana podría avanzar otros cien años sin que se resolvieran los problemas de fondo, al mismo tiempo que seguiríamos cayendo por una pendiente de progresivo agravamiento de nuestras enfermedades sociales.
La acción civil debería ser, pues, una fuerza autónoma, independiente, exterior, que presionara sobre el poder político, para forzar lo que la ideología de muchos partidos (y muchos políticos honestos), tanto de la modernidad como del comunitarismo, en el fondo desearían y querrían hallarse en las condiciones de poder realizar.
Internacionalismo de la acción civil de Nuevo Mundo. El proyecto UDS, que es el nuevo orden internacional que pide el idealismo de nuestro tiempo, es esencialmente internacionalista. Su organización debería pasar pronto de unos países a otros hasta convertirse en un movimiento civil de alcance internacional, e incluso intercultural (aunque en este artículo no tenga ocasión de entrar en el análisis de la interculturalidad).
La presión internacional de Nuevo Mundo (mediante el arma estratégica determinante del condicionamiento y control del voto popular en los sistemas democráticos) es lo que acabaría por conducir al acuerdo internacional para la plataforma fundacional del proyecto UDS.
Esta debería asociar a las naciones más importantes; nos referimos a Estados Unidos, a la Unión Europea, a Rusia, a Japón, China y a otra serie interminable de países. Un movimiento de acción civil bien diseñado en su ideología, independiente de los partidos (que suelen ser diferentes en cada país, con su historia y peculiaridades), debería ser apto para traspasar las fronteras y difundirse de un país a otro, de una cultura a otra.
Esta exigencia de internacionalismo, para la gestión del proyecto UDS, es uno de los argumentos esenciales para entender que Nuevo Mundo no debiera ser un partido político, ni confundirse con alguno de los partidos ya existentes, sino organizarse como un movimiento civil autónomo frente al poder político, con capacidad para dialogar con todos ellos y establecer puentes interculturales.
La identificación de Nuevo Mundo con algún partido político concreto produciría, en nuestra opinión, la oposición de los demás y el probable bloqueo del proceso expansivo universal de Nuevo Mundo. Sólo cuando la extensión internacional de Nuevo Mundo llegara al grado de madurez requerido, podría pensarse en comenzar su actuación en orden al control de la situación política [4] .
3. Condiciones de un futuro socio-políticamente sostenible
Por tanto, ¿es sostenible la situación socio-política actual como fundamento sobre el que construir una sostenibilidad en el bienestar y en el progreso dependientes de los factores jurídicos, financieros, económicos y productivos? En nuestra opinión la respuesta sería matizada.
En la conjetura de la nueva sensibilidad ético-utópica emergente los ideales humanos no se cumplirían ni con la modernidad-liberal ni con los comunitarismos clásicos. Sería necesario un nuevo proyecto de acción en común, un nuevo orden socio-político, que aunara la libertad con la solidaridad, y ello exigiría un nuevo orden concertado por pactos entre naciones soberanas. La movilización de la sociedad civil, de una forma nueva diseñada en filosofía política, podría promover el proyecto UDS y de esta manera el concierto socio-político internacional podría avanzar hacia una sostenibilidad creciente.
La historia muestra que los sistemas socio-políticos han sido derribados y sustituidos por otros. No han sido sostenibles y la historia se ha transformado y evolucionado. Así pues, existe de hecho una dinámica de la historia. ¿Qué causas han producido esta dinámica transformativa?
Hemos argumentado una hipótesis en filosofía política: a saber, que la sostenibilidad/insostenibilidad de los sistemas socio-políticos se produce (se causa) por la adecuación (sostenibilidad) o la inadecuación (insostenibilidad) entre el ideal ético-utópico de una determinada sociedad en un momento histórico y su sistema sociopolítico.
La modernidad fue derribando los sistemas de gobierno unipersonal (monárquico) del mundo antiguo para instaurar nuevas monarquías constitucionales o repúblicas. El comunitarismo trató de derribar las democracias formales de la burguesía individualista para instaurar el estado socialista, el estado historicista o la sociedad asamblearia del anarquismo.
Todo ello ha producido siglos de convulsiones revolucionarias, tensiones de todo tipo, enfrentamientos, sangre, dolor, y obstáculos al progreso social. Que a pesar de todo haya habido progreso (cosa que es evidente) no debe hacernos olvidar que el progreso se ha hecho por encima de los entorpecimientos y que, en otras circunstancias más favorables, quizá hubiera podido ser mayor.
3.1) Cómo llegar a la sostenibilidad socio-política
¿Es sostenible socio-políticamente el mundo en que vivimos? No, porque la pura modernidad liberal y los comunitarismos históricos responden a ideales ético-utópicos que han sido abandonados por la sensibilidad social del presente. No, porque no satisface las aspiraciones socio-políticas del ideal ético-utópico postmoderno que complementa modernidad (libertad, democracia) con comunitarismo (solidaridad, regulación estatal).
No, porque el sistema socio-político existente (que viene de la pura modernidad liberal) no hace posible, sin reformas, abordar los cambios económicos y jurídicos que, aprovechando los medios científico-tecnológicos, nos acerque a una sociedad sostenible, es decir, libre, solidaria y justa (es decir, al proyecto UDS que, en el fondo, representaría un nuevo orden internacional).
Si el mundo actual no cambia, caminará lentamente a la resolución de los problemas. No queremos decir que no vaya a haber progreso social, pero hallará mucha resistencia social y crecerá la insatisfacción que llevará a incrementar su insostenibilidad [5] .
En consecuencia, ¿cómo debería transformarse el mundo en que vivimos para hacerse socio-políticamente sostenible? En nuestra opinión, apoyados en los argumentos que hemos expuesto, consideramos que la sociedad debería mantener los principios básicos de la modernidad: derechos humanos, libertad, creatividad y democracia.
La soberanía debería pertenecer a los estados modernos soberanos que acordarían los pactos políticos internacionales que, con una parsimonia de medios, establecieran el gobierno de las regulaciones estatales que hagan posible el desarrollo solidario de las naciones.
Creemos que el pacto entre naciones soberanas para promover el proyecto UDS, en el marco parsimonioso de las instituciones ya existentes que podrían reformarse (Naciones Unidas, Banco Mundial, FMI, etc.) sería viable. No así la pretensión de un Gobierno mundial que rompiera la soberanía nacional existente, ya que esto sería no pragmático y podría entorpecer el avance urgente de la historia hacia soluciones realistas y viables por décadas y décadas.
Pero el gobierno del Proyecto Universal de Desarrollo Solidario no sólo haría posible el progreso universal sino que, al mismo tiempo establecería, por primera vez en la historia, las condiciones de un liberalismo perfecto. La lógica que impulsa hacia el proyecto UDS nace del ideal ético-utópico postmoderno. Pero el gobierno de las naciones y el gobierno del Proyecto UDS dependerá de los políticos. La organización de la sociedad civil aceleraría la presión sobre la política hacia el Proyecto UDS.
3.2) El compromiso civil de las religiones
Que la sociedad civil pudiera llegar a asumir el protagonismo que la lógica de la historia parece contemplar –en la reflexión de la Filosofía Política– depende de que haya un proyecto convincente (intelectuales) que pueda llevarse a la práctica (líderes civiles).
Ahora bien, ¿dónde podrían hallarse los líderes civiles? No es fácil hallarlos. La opinión que he defendido en Hacia un Nuevo Mundo, y en otros escritos, es que las religiones constituyen el nicho social más apto y más potente (aunque en principio no sería el único posible) para que aparecieran los líderes del proceso de organización emergente de la sociedad civil. No es que las religiones debieran liderar, en cuanto “religiones”, el proceso civil.
Esto no tendría sentido porque el proyecto de acción civil Nuevo Mundo debería ser laico, abierto a todas las filosofías y metafísicas, creyentes y no creyentes, y por descontado también interconfesional.
Por ello, aunque la organización civil naciera desde el humus de las religiones, sería emprendida sólo por “ciudadanos” y su diseño sería laico (todos los creyentes son legítimamente, por derecho propio, ciudadanos y como tales podrían actuar, en solidaridad con cualquier otro ciudadano, en iniciativas sociales y políticas) [6] .
Las religiones, y el cristianismo, siguen pretendiendo hoy contribuir a crear una sociedad más humana que elimine al máximo el drama de la historia. La iglesia católica se compromete por la caridad y ofrece doctrina a la sociedad para que esta llegue a sus objetivos.
Pero ya no estamos en los tiempos del teocratismo y la sociedad civil laica apenas percibe lo que la iglesia dice y no se deja influir por su doctrina. Sin embargo, si la iglesia católica se integrara en el logos del mundo moderno, se sentarían en consecuencia los nuevos principios de la filosofía política cristiana y, al mismo tiempo, se haría posible un marco intelectual potente para la convergencia interconfesional cristiana e interreligiosa.
Todas las religiones deberían actuar unidas para combatir el sufrimiento humano. Al entender, en efecto, que el compromiso socio-político del cristianismo y de las religiones en la lucha contra el sufrimiento debería darse a través de la acción puramente laica de los ciudadanos se crearía un extraordinario marco de convergencia para unir a todas las religiones, a través de sus ciudadanos desde su condición puramente laica, en un proyecto común de organización de la sociedad civil internacional que, según lo dicho, pudiera liderar la lucha contra el sufrimiento.
Frente a esta propuesta, que surge de la lógica de la historia, habrá pesimistas que, como siempre, procederán con exclamaciones que no son sino descalificaciones emocionales: ¡no es posible! ¡Es pura utopía! ¡No se puede llegar al grado de organización que sería necesario! Sin embargo, reiteramos que no existe ninguna objeción ni teórica ni práctica a la posible organización de la sociedad civil. Las ideas ya están ahí y, quizá, la historia hiciera surgir los líderes audaces con capacidad de emprender uno de los proyectos más esperanzadores para transformar la historia.
Que los grupos religiosos, y cristianos, en lugar de hacer lo que debieran hacer, tal como la historia hace hoy posible vislumbrar y atreverse incluso a ensayar con creatividad, se dediquen a insignificancias operativas que hoy vemos es lamentable.
Están defraudando al inmenso mar de sufrimiento universal que sigue ahí pidiendo respuestas urgentes y pragmáticas. No es retórica. Perderse en la palabrería y en diseños de acción mal concebidos, pobres e inoperantes no sólo es un error, sino un error dramático porque dramático es el sufrimiento. El drama de la historia no es retórica sino una realidad agobiante para la inmensa mayoría de la humanidad.
Por ello, el compromiso con la iglesia de los pobres, del que hoy tanto se habla, no es encerrarse en la cuasi-inoperancia histórica, como hasta ahora, sino afrontar con responsabilidad la tarea de repensar filosóficamente los nuevos condicionamientos para el compromiso religioso por el hombre y afrontar las decisiones que pueden llevar con urgencia y pragmatismo a transformar la historia real.
Quiero dejar constancia de que la filosofía política que defiendo no establece rivalidad o contradicción entre acción civil y acción política. El mundo debe seguir gobernado por políticos y, en último término, son ellos quienes deberán constituir la plataforma fundacional del proyecto UDS.
Es muy posible que políticos profesionales, movidos por propósitos decididamente éticos, entendieran la nueva sensibilidad y lo que significa el proyecto UDS. Incluso que se comprometieran en su promoción de forma personal.
Sin embargo, el análisis de nuestra filosofía política considera que la naturaleza institucional de los partidos políticos y su enredo en las densas tramas de dominación urdidas desde dentro de la modernidad, no nos los presentan como el lugar idóneo, por muchas razones que se analizan en Hacia un Nuevo Mundo, para asumir el protagonismo de la promoción pragmática y urgente del proyecto UDS.
Por ello, sólo la organización y presión externa de la organización civil podría dar ocasión a los mismos políticos a realizar lo que ellos mismos entienden, en el fondo, que deberían hacer pero que son incapaces de emprender por las densas tramas de dominación que los dominan.
A nuestro entender, si debiéramos confiar en los partidos políticos al uso, sin la presión exterior organizada desde la sociedad civil que nosotros proponemos, la historia humana podría avanzar otros cien años sin que se resolvieran los problemas de fondo, al mismo tiempo que seguiríamos cayendo por una pendiente de progresivo agravamiento de nuestras enfermedades sociales.
La acción civil debería ser, pues, una fuerza autónoma, independiente, exterior, que presionara sobre el poder político, para forzar lo que la ideología de muchos partidos (y muchos políticos honestos), tanto de la modernidad como del comunitarismo, en el fondo desearían y querrían hallarse en las condiciones de poder realizar.
Internacionalismo de la acción civil de Nuevo Mundo. El proyecto UDS, que es el nuevo orden internacional que pide el idealismo de nuestro tiempo, es esencialmente internacionalista. Su organización debería pasar pronto de unos países a otros hasta convertirse en un movimiento civil de alcance internacional, e incluso intercultural (aunque en este artículo no tenga ocasión de entrar en el análisis de la interculturalidad).
La presión internacional de Nuevo Mundo (mediante el arma estratégica determinante del condicionamiento y control del voto popular en los sistemas democráticos) es lo que acabaría por conducir al acuerdo internacional para la plataforma fundacional del proyecto UDS.
Esta debería asociar a las naciones más importantes; nos referimos a Estados Unidos, a la Unión Europea, a Rusia, a Japón, China y a otra serie interminable de países. Un movimiento de acción civil bien diseñado en su ideología, independiente de los partidos (que suelen ser diferentes en cada país, con su historia y peculiaridades), debería ser apto para traspasar las fronteras y difundirse de un país a otro, de una cultura a otra.
Esta exigencia de internacionalismo, para la gestión del proyecto UDS, es uno de los argumentos esenciales para entender que Nuevo Mundo no debiera ser un partido político, ni confundirse con alguno de los partidos ya existentes, sino organizarse como un movimiento civil autónomo frente al poder político, con capacidad para dialogar con todos ellos y establecer puentes interculturales.
La identificación de Nuevo Mundo con algún partido político concreto produciría, en nuestra opinión, la oposición de los demás y el probable bloqueo del proceso expansivo universal de Nuevo Mundo. Sólo cuando la extensión internacional de Nuevo Mundo llegara al grado de madurez requerido, podría pensarse en comenzar su actuación en orden al control de la situación política [4] .
3. Condiciones de un futuro socio-políticamente sostenible
Por tanto, ¿es sostenible la situación socio-política actual como fundamento sobre el que construir una sostenibilidad en el bienestar y en el progreso dependientes de los factores jurídicos, financieros, económicos y productivos? En nuestra opinión la respuesta sería matizada.
En la conjetura de la nueva sensibilidad ético-utópica emergente los ideales humanos no se cumplirían ni con la modernidad-liberal ni con los comunitarismos clásicos. Sería necesario un nuevo proyecto de acción en común, un nuevo orden socio-político, que aunara la libertad con la solidaridad, y ello exigiría un nuevo orden concertado por pactos entre naciones soberanas. La movilización de la sociedad civil, de una forma nueva diseñada en filosofía política, podría promover el proyecto UDS y de esta manera el concierto socio-político internacional podría avanzar hacia una sostenibilidad creciente.
La historia muestra que los sistemas socio-políticos han sido derribados y sustituidos por otros. No han sido sostenibles y la historia se ha transformado y evolucionado. Así pues, existe de hecho una dinámica de la historia. ¿Qué causas han producido esta dinámica transformativa?
Hemos argumentado una hipótesis en filosofía política: a saber, que la sostenibilidad/insostenibilidad de los sistemas socio-políticos se produce (se causa) por la adecuación (sostenibilidad) o la inadecuación (insostenibilidad) entre el ideal ético-utópico de una determinada sociedad en un momento histórico y su sistema sociopolítico.
La modernidad fue derribando los sistemas de gobierno unipersonal (monárquico) del mundo antiguo para instaurar nuevas monarquías constitucionales o repúblicas. El comunitarismo trató de derribar las democracias formales de la burguesía individualista para instaurar el estado socialista, el estado historicista o la sociedad asamblearia del anarquismo.
Todo ello ha producido siglos de convulsiones revolucionarias, tensiones de todo tipo, enfrentamientos, sangre, dolor, y obstáculos al progreso social. Que a pesar de todo haya habido progreso (cosa que es evidente) no debe hacernos olvidar que el progreso se ha hecho por encima de los entorpecimientos y que, en otras circunstancias más favorables, quizá hubiera podido ser mayor.
3.1) Cómo llegar a la sostenibilidad socio-política
¿Es sostenible socio-políticamente el mundo en que vivimos? No, porque la pura modernidad liberal y los comunitarismos históricos responden a ideales ético-utópicos que han sido abandonados por la sensibilidad social del presente. No, porque no satisface las aspiraciones socio-políticas del ideal ético-utópico postmoderno que complementa modernidad (libertad, democracia) con comunitarismo (solidaridad, regulación estatal).
No, porque el sistema socio-político existente (que viene de la pura modernidad liberal) no hace posible, sin reformas, abordar los cambios económicos y jurídicos que, aprovechando los medios científico-tecnológicos, nos acerque a una sociedad sostenible, es decir, libre, solidaria y justa (es decir, al proyecto UDS que, en el fondo, representaría un nuevo orden internacional).
Si el mundo actual no cambia, caminará lentamente a la resolución de los problemas. No queremos decir que no vaya a haber progreso social, pero hallará mucha resistencia social y crecerá la insatisfacción que llevará a incrementar su insostenibilidad [5] .
En consecuencia, ¿cómo debería transformarse el mundo en que vivimos para hacerse socio-políticamente sostenible? En nuestra opinión, apoyados en los argumentos que hemos expuesto, consideramos que la sociedad debería mantener los principios básicos de la modernidad: derechos humanos, libertad, creatividad y democracia.
La soberanía debería pertenecer a los estados modernos soberanos que acordarían los pactos políticos internacionales que, con una parsimonia de medios, establecieran el gobierno de las regulaciones estatales que hagan posible el desarrollo solidario de las naciones.
Creemos que el pacto entre naciones soberanas para promover el proyecto UDS, en el marco parsimonioso de las instituciones ya existentes que podrían reformarse (Naciones Unidas, Banco Mundial, FMI, etc.) sería viable. No así la pretensión de un Gobierno mundial que rompiera la soberanía nacional existente, ya que esto sería no pragmático y podría entorpecer el avance urgente de la historia hacia soluciones realistas y viables por décadas y décadas.
Pero el gobierno del Proyecto Universal de Desarrollo Solidario no sólo haría posible el progreso universal sino que, al mismo tiempo establecería, por primera vez en la historia, las condiciones de un liberalismo perfecto. La lógica que impulsa hacia el proyecto UDS nace del ideal ético-utópico postmoderno. Pero el gobierno de las naciones y el gobierno del Proyecto UDS dependerá de los políticos. La organización de la sociedad civil aceleraría la presión sobre la política hacia el Proyecto UDS.
3.2) El compromiso civil de las religiones
Que la sociedad civil pudiera llegar a asumir el protagonismo que la lógica de la historia parece contemplar –en la reflexión de la Filosofía Política– depende de que haya un proyecto convincente (intelectuales) que pueda llevarse a la práctica (líderes civiles).
Ahora bien, ¿dónde podrían hallarse los líderes civiles? No es fácil hallarlos. La opinión que he defendido en Hacia un Nuevo Mundo, y en otros escritos, es que las religiones constituyen el nicho social más apto y más potente (aunque en principio no sería el único posible) para que aparecieran los líderes del proceso de organización emergente de la sociedad civil. No es que las religiones debieran liderar, en cuanto “religiones”, el proceso civil.
Esto no tendría sentido porque el proyecto de acción civil Nuevo Mundo debería ser laico, abierto a todas las filosofías y metafísicas, creyentes y no creyentes, y por descontado también interconfesional.
Por ello, aunque la organización civil naciera desde el humus de las religiones, sería emprendida sólo por “ciudadanos” y su diseño sería laico (todos los creyentes son legítimamente, por derecho propio, ciudadanos y como tales podrían actuar, en solidaridad con cualquier otro ciudadano, en iniciativas sociales y políticas) [6] .
Las religiones, y el cristianismo, siguen pretendiendo hoy contribuir a crear una sociedad más humana que elimine al máximo el drama de la historia. La iglesia católica se compromete por la caridad y ofrece doctrina a la sociedad para que esta llegue a sus objetivos.
Pero ya no estamos en los tiempos del teocratismo y la sociedad civil laica apenas percibe lo que la iglesia dice y no se deja influir por su doctrina. Sin embargo, si la iglesia católica se integrara en el logos del mundo moderno, se sentarían en consecuencia los nuevos principios de la filosofía política cristiana y, al mismo tiempo, se haría posible un marco intelectual potente para la convergencia interconfesional cristiana e interreligiosa.
Todas las religiones deberían actuar unidas para combatir el sufrimiento humano. Al entender, en efecto, que el compromiso socio-político del cristianismo y de las religiones en la lucha contra el sufrimiento debería darse a través de la acción puramente laica de los ciudadanos se crearía un extraordinario marco de convergencia para unir a todas las religiones, a través de sus ciudadanos desde su condición puramente laica, en un proyecto común de organización de la sociedad civil internacional que, según lo dicho, pudiera liderar la lucha contra el sufrimiento.
Frente a esta propuesta, que surge de la lógica de la historia, habrá pesimistas que, como siempre, procederán con exclamaciones que no son sino descalificaciones emocionales: ¡no es posible! ¡Es pura utopía! ¡No se puede llegar al grado de organización que sería necesario! Sin embargo, reiteramos que no existe ninguna objeción ni teórica ni práctica a la posible organización de la sociedad civil. Las ideas ya están ahí y, quizá, la historia hiciera surgir los líderes audaces con capacidad de emprender uno de los proyectos más esperanzadores para transformar la historia.
Que los grupos religiosos, y cristianos, en lugar de hacer lo que debieran hacer, tal como la historia hace hoy posible vislumbrar y atreverse incluso a ensayar con creatividad, se dediquen a insignificancias operativas que hoy vemos es lamentable.
Están defraudando al inmenso mar de sufrimiento universal que sigue ahí pidiendo respuestas urgentes y pragmáticas. No es retórica. Perderse en la palabrería y en diseños de acción mal concebidos, pobres e inoperantes no sólo es un error, sino un error dramático porque dramático es el sufrimiento. El drama de la historia no es retórica sino una realidad agobiante para la inmensa mayoría de la humanidad.
Por ello, el compromiso con la iglesia de los pobres, del que hoy tanto se habla, no es encerrarse en la cuasi-inoperancia histórica, como hasta ahora, sino afrontar con responsabilidad la tarea de repensar filosóficamente los nuevos condicionamientos para el compromiso religioso por el hombre y afrontar las decisiones que pueden llevar con urgencia y pragmatismo a transformar la historia real.
Notas:
[1] Monserrat, J., ibídem, capítulo cuarto. En este capítulo se explica lo que constituiría el proyecto-de-acción-en-común correspondiente al emergente ideal ético utópico de nuestro tiempo, en la confluencia de modernidad y de comunitarismo. El Proyecto Universal de Desarrollo Solidario (proyecto UDS) es, en efecto, una confluencia de los principios de la modernidad (libertad) y del estatalismo regulador del comunitarismo (solidaridad). Por ello, la lógica de nuestro tiempo mueve a mantener la libertad, que es la gran herencia de la modernidad, pero en confluencia con la regulación estatal gestionada por el poder político, controlado por la sociedad civil, de tal manera que la gestión social de la libertad se oriente siempre hacia la promoción solidaria del bien de todos los ciudadanos, pueblos y naciones.
[2] La idea de un nuevo orden (económico) internacional nació en torno a las Naciones Unidas en los años 70 como propuesta que pusiera límites a la explotación del Tercer Mundo que había nacido de los pactos de Bretton Woods tras la segunda guerra mundial. Esta idea tomó nueva fuerza cuando, después de los años 90, la caída del comunismo, el dominio global del neoliberalismo y la globalización, tuvieron como consecuencia el beneficio de los países ricos en perjuicio de los países en desarrollo. Uno de los grandes problemas ha sido la injusticia del comercio internacional y por ello gran parte de las medidas que se proponían para construir un orden más justo tenían que ver con las garantías comerciales, los derechos de los países pobres, el derecho a expropiar, a tomar las medidas incluso militares para garantizar los propios derechos, la asociación internacional legítima para hacer frente a los países ricos (como la OPEC), etc. El concepto de nuevo orden económico iniciado en los años 70 en ningún momento fue más allá de estas medidas coyunturales. En años recientes, los movimientos de reacción frente al neoliberalismo y a la globalización injusta, así como muchos economistas y filósofos políticos, han usado el concepto de nuevo orden para aludir vaga y borrosamente al nuevo orden justo que debiera sustituir las injusticias actuales. Ahora bien, ¿en qué consiste ese nuevo orden? ¿Cuáles son sus propiedades precisas? Nadie lo sabe, a no ser el vacío recordatorio de las medidas anticapitalistas (anti-modernidad) que fueron defendidas a favor de las propuestas comunitaristas (especialmente socialistas-marxistas), y que hoy difícilmente son re-vivibles. Frente a las vagas referencias a ese confuso nuevo orden, las propuestas que hemos hecho en Hacia un Nuevo Mundo son precisas y no son remiendos (o garantías comerciales) dentro de un orden que no se cuestiona. Son realmente un nuevo orden ético-utópico que lleva consigo un nuevo orden socio-económico fundado en los pactos de harían posible el proyecto UDS.
[3] Monserrat, J., Hacia un Nuevo Mundo, o.c., capítulo quinto.
[4] Monserrat, J., ibídem, capítulo sexto.
[5] El Club de Roma lleva décadas proponiendo lo que podríamos llamar “anticipaciones simuladas” sobre el futuro de la humanidad y, en gran parte, sus predicciones han tratado sobre la insostenibilidad del crecimiento sin control y sin dirección política. Tuvo una gran importancia en informe dirigido al Club de Roma, titulado Los Límites del Crecimiento, en 1972, elaborado por Donella Meadows, Denis Meadows, Jorgen Randers, y William Behrens III, investigadores del MIT. Este informe alertaba sobre el agotamiento de los recursos mundiales, la crisis medioambiental y la pérdida de valores en la sociedad. Años más tarde, el estudio de Meadows Más allá de los límites del crecimiento insistía en las mismas conclusiones argumentadas desde nuevas variables. En mayo de 2012 se presentó un nuevo informe, elaborado por Jorgen Randers, titulado A Global Forecast for the Next Forty Years. El informe constata la enorme resistencia al cambio del sistema socio-político actual que sólo cambia cuando la sociedad explota. Para Randers las instituciones políticas actúan con lentitud exasperante y sólo son capaces de afrontar propuestas a corto plazo, sin planes globales y eficaces para el futuro. Estos estudios han indicado siempre que el futuro no será sostenible sin que los principios socio-políticos respondan a las expectativas de la gente: es decir, la sostenibilidad de sentir que se está en un orden socio-político que entiende los problemas reales de la gente y los soluciona. Esto supone una reconversión democrática y económica. Sin embargo, no deja de sorprenderme que el Club de Roma no haya advertido suficientemente la emergencia de una variable quizá decisiva: a saber, que en el futuro podría jugar un papel determinante la organización de la sociedad civil. Por ejemplo, en los términos que nosotros proponemos que, sin duda, deberían ser tenidos en cuenta. La insistencia del informe de 2012 en la patente resistencia al cambio del orden actual muestra que la transformación urgente y pragmática sólo podría ser promovida por una instancia no política como sería la sociedad civil.
[6] Para valorar el papel de las religiones en la transformación de la sociedad me refiero a mi libro: Monserrat, J., Hacia el Nuevo Concilio, El paradigma de la modernidad en la Era de la Ciencia, Editorial San Pablo, Madrid 2010, capítulos sexto y séptimo.
[1] Monserrat, J., ibídem, capítulo cuarto. En este capítulo se explica lo que constituiría el proyecto-de-acción-en-común correspondiente al emergente ideal ético utópico de nuestro tiempo, en la confluencia de modernidad y de comunitarismo. El Proyecto Universal de Desarrollo Solidario (proyecto UDS) es, en efecto, una confluencia de los principios de la modernidad (libertad) y del estatalismo regulador del comunitarismo (solidaridad). Por ello, la lógica de nuestro tiempo mueve a mantener la libertad, que es la gran herencia de la modernidad, pero en confluencia con la regulación estatal gestionada por el poder político, controlado por la sociedad civil, de tal manera que la gestión social de la libertad se oriente siempre hacia la promoción solidaria del bien de todos los ciudadanos, pueblos y naciones.
[2] La idea de un nuevo orden (económico) internacional nació en torno a las Naciones Unidas en los años 70 como propuesta que pusiera límites a la explotación del Tercer Mundo que había nacido de los pactos de Bretton Woods tras la segunda guerra mundial. Esta idea tomó nueva fuerza cuando, después de los años 90, la caída del comunismo, el dominio global del neoliberalismo y la globalización, tuvieron como consecuencia el beneficio de los países ricos en perjuicio de los países en desarrollo. Uno de los grandes problemas ha sido la injusticia del comercio internacional y por ello gran parte de las medidas que se proponían para construir un orden más justo tenían que ver con las garantías comerciales, los derechos de los países pobres, el derecho a expropiar, a tomar las medidas incluso militares para garantizar los propios derechos, la asociación internacional legítima para hacer frente a los países ricos (como la OPEC), etc. El concepto de nuevo orden económico iniciado en los años 70 en ningún momento fue más allá de estas medidas coyunturales. En años recientes, los movimientos de reacción frente al neoliberalismo y a la globalización injusta, así como muchos economistas y filósofos políticos, han usado el concepto de nuevo orden para aludir vaga y borrosamente al nuevo orden justo que debiera sustituir las injusticias actuales. Ahora bien, ¿en qué consiste ese nuevo orden? ¿Cuáles son sus propiedades precisas? Nadie lo sabe, a no ser el vacío recordatorio de las medidas anticapitalistas (anti-modernidad) que fueron defendidas a favor de las propuestas comunitaristas (especialmente socialistas-marxistas), y que hoy difícilmente son re-vivibles. Frente a las vagas referencias a ese confuso nuevo orden, las propuestas que hemos hecho en Hacia un Nuevo Mundo son precisas y no son remiendos (o garantías comerciales) dentro de un orden que no se cuestiona. Son realmente un nuevo orden ético-utópico que lleva consigo un nuevo orden socio-económico fundado en los pactos de harían posible el proyecto UDS.
[3] Monserrat, J., Hacia un Nuevo Mundo, o.c., capítulo quinto.
[4] Monserrat, J., ibídem, capítulo sexto.
[5] El Club de Roma lleva décadas proponiendo lo que podríamos llamar “anticipaciones simuladas” sobre el futuro de la humanidad y, en gran parte, sus predicciones han tratado sobre la insostenibilidad del crecimiento sin control y sin dirección política. Tuvo una gran importancia en informe dirigido al Club de Roma, titulado Los Límites del Crecimiento, en 1972, elaborado por Donella Meadows, Denis Meadows, Jorgen Randers, y William Behrens III, investigadores del MIT. Este informe alertaba sobre el agotamiento de los recursos mundiales, la crisis medioambiental y la pérdida de valores en la sociedad. Años más tarde, el estudio de Meadows Más allá de los límites del crecimiento insistía en las mismas conclusiones argumentadas desde nuevas variables. En mayo de 2012 se presentó un nuevo informe, elaborado por Jorgen Randers, titulado A Global Forecast for the Next Forty Years. El informe constata la enorme resistencia al cambio del sistema socio-político actual que sólo cambia cuando la sociedad explota. Para Randers las instituciones políticas actúan con lentitud exasperante y sólo son capaces de afrontar propuestas a corto plazo, sin planes globales y eficaces para el futuro. Estos estudios han indicado siempre que el futuro no será sostenible sin que los principios socio-políticos respondan a las expectativas de la gente: es decir, la sostenibilidad de sentir que se está en un orden socio-político que entiende los problemas reales de la gente y los soluciona. Esto supone una reconversión democrática y económica. Sin embargo, no deja de sorprenderme que el Club de Roma no haya advertido suficientemente la emergencia de una variable quizá decisiva: a saber, que en el futuro podría jugar un papel determinante la organización de la sociedad civil. Por ejemplo, en los términos que nosotros proponemos que, sin duda, deberían ser tenidos en cuenta. La insistencia del informe de 2012 en la patente resistencia al cambio del orden actual muestra que la transformación urgente y pragmática sólo podría ser promovida por una instancia no política como sería la sociedad civil.
[6] Para valorar el papel de las religiones en la transformación de la sociedad me refiero a mi libro: Monserrat, J., Hacia el Nuevo Concilio, El paradigma de la modernidad en la Era de la Ciencia, Editorial San Pablo, Madrid 2010, capítulos sexto y séptimo.
Artículo elaborado por Javier Monserrat, Universidad Autónoma de Madrid, miembro de la Cátedra CTR y co-editor de Tendencias21/Religiones.