La tendencia actual, ampliamente extendida en el mundo occidental, a valorar el interés por lo espiritual diferenciándolo claramente del interés religioso. Este movimiento se consolida con éxito en nuestras áreas culturales, y muestra de ello pueden ser las innumerables ofertas orientadas a introducir a las personas interesadas, en variadas corrientes de espiritualidad no religiosa provenientes en su mayoría del mundo oriental. Algunas reflexiones, inspiradas en la neurociencia antropológica, pueden iluminar el fenómeno de la relación entre neurociencias, espiritualidades, psicologías y religiones.
El mundo interior
Con la aparición de las especies humanas, se da en el mundo animal una manifestación espectacular de lo que llamamos mundo interior. Algunos comentan que, con los humanos, hemos pasado de los humanos de las cavernas a las cavernas de los humanos. Quizás el mundo interior pueda denominarse caverna en la medida en que su complejidad y sus múltiples aspectos recónditos, pueden evocar estos espacios oscuros y algo enigmáticos ocupados como refugios de fortuna por nuestros ancestros más lejanos. Precisamente los claroscuros que caracterizan los espacios interiores justifican el renovado interés de todas las culturas para intentar poner orden y algo de luz en los ámbitos de la interioridad.
El mundo interior humano es complejo y frágil, y puede ser fácilmente desestabilizado. Se trata del resultado de un cambio neurofisiológico del cerebro y el correspondiente cambio de estado de la mente animal, en virtud del cual aparecen unas lujosas e inquietantes posibilidades mentales como la conciencia reflexiva, el pensamiento lógico, la experiencia de un yo biográfico, la inquietud por el futuro, el vértigo de la libertad y la responsabilidad moral, el amor empático, las inquietudes trascendentes etc. La multiplicidad de perspectivas a las que abre la interioridad humana exige una atención delicada a su cuidado si se quiere realizar con éxito la singladura que cada uno tiene en perspectiva a lo largo del proceso vital en el que le ha colocado la existencia.
Así como existe una normal preocupación por el entrenamiento del organismo en sus dimensiones corporales, resulta lógico que se formule una preocupación paralela por el mantenimiento de la dimensión mental. Las habituales atenciones en orden a la prevención de la enfermedad y su curación que establecemos en relación con la biología humana a través de la medicina, deben tenerse presentes también respecto del mundo mental. Ello es ya un hecho establecido en el campo de la salud mental a través de las ciencias psicológicas o psiquiátricas, y se está ampliando a las dimensiones espirituales, sean o no tributarias de un interés religioso. La relación entre el mundo de la psicología, la espiritualidad y las religiones es el objeto de este comentario, que intenta observar cómo se produce la relación entre estas grandes dimensiones de la neurofisiología humana, en nuestra cultura occidental.
Cerebro y mente
Es obligada una primera alusión a la base neurofisiológica de la mente humana. Los intereses más centrales del vivir humano responden a necesidades mentales que resultan de la integrada influencia de pulsiones vitales, mundo emocional y capacidad de raciocinio. Esta es la naturaleza del entusiasmo por el amor, el arte, la ética, la política, el saber o cualquiera otra de las grandes y brillantes realizaciones de los humanos. Las espiritualidades y las religiones constituyen aportaciones nucleares a esta cultura humana. Desde la época axial (Karl Jaspers estudió atentamente el fenómeno), se han conformado como los grandes horizontes del vivir, y aún hoy siguen jugando este papel para la inmensa mayoría de la humanidad. Espiritualidades y religiones son productos mentales complejos de alta calidad en los que confluyen las pulsiones de vida junto con las más profundas emociones y razonamientos.
La neurofisiología moderna ilustrada en este punto por A. Damasio, autoridad poco discutible en el tema, y confirmada por los estudios más fiables y prestigiosos, ha llegado a la conclusión de que no existe en el cerebro humano una red neural racional independiente de las redes emocionales, de manera que no es posible una racionalidad pura independiente de la emocionalidad. No existe una supuesta racionalidad pura hacia la que deban converger todas las racionalidades humanas. Es más, según Damasio, la racionalidad no funciona correctamente si no es asistida por la emocionalidad, lo que sugiere la complejidad y multiplicidad del abordaje racional de las realidades. Religiones i espiritualidades, productos emblemáticos de síntesis de aspectos pulsionales, emocionales y racionales, juegan pues la imprescindible función de responder humanamente, al lado de las ciencias o las aproximaciones éticas o estéticas, a los grandes enigmas y urgencias del mundo mental humano, simbolizando en relatos los estados mentales y las conductas con que los humanos intentamos ordenar nuestra existencia ante el Misterio, como sugería Einstein.
El mundo interior
Con la aparición de las especies humanas, se da en el mundo animal una manifestación espectacular de lo que llamamos mundo interior. Algunos comentan que, con los humanos, hemos pasado de los humanos de las cavernas a las cavernas de los humanos. Quizás el mundo interior pueda denominarse caverna en la medida en que su complejidad y sus múltiples aspectos recónditos, pueden evocar estos espacios oscuros y algo enigmáticos ocupados como refugios de fortuna por nuestros ancestros más lejanos. Precisamente los claroscuros que caracterizan los espacios interiores justifican el renovado interés de todas las culturas para intentar poner orden y algo de luz en los ámbitos de la interioridad.
El mundo interior humano es complejo y frágil, y puede ser fácilmente desestabilizado. Se trata del resultado de un cambio neurofisiológico del cerebro y el correspondiente cambio de estado de la mente animal, en virtud del cual aparecen unas lujosas e inquietantes posibilidades mentales como la conciencia reflexiva, el pensamiento lógico, la experiencia de un yo biográfico, la inquietud por el futuro, el vértigo de la libertad y la responsabilidad moral, el amor empático, las inquietudes trascendentes etc. La multiplicidad de perspectivas a las que abre la interioridad humana exige una atención delicada a su cuidado si se quiere realizar con éxito la singladura que cada uno tiene en perspectiva a lo largo del proceso vital en el que le ha colocado la existencia.
Así como existe una normal preocupación por el entrenamiento del organismo en sus dimensiones corporales, resulta lógico que se formule una preocupación paralela por el mantenimiento de la dimensión mental. Las habituales atenciones en orden a la prevención de la enfermedad y su curación que establecemos en relación con la biología humana a través de la medicina, deben tenerse presentes también respecto del mundo mental. Ello es ya un hecho establecido en el campo de la salud mental a través de las ciencias psicológicas o psiquiátricas, y se está ampliando a las dimensiones espirituales, sean o no tributarias de un interés religioso. La relación entre el mundo de la psicología, la espiritualidad y las religiones es el objeto de este comentario, que intenta observar cómo se produce la relación entre estas grandes dimensiones de la neurofisiología humana, en nuestra cultura occidental.
Cerebro y mente
Es obligada una primera alusión a la base neurofisiológica de la mente humana. Los intereses más centrales del vivir humano responden a necesidades mentales que resultan de la integrada influencia de pulsiones vitales, mundo emocional y capacidad de raciocinio. Esta es la naturaleza del entusiasmo por el amor, el arte, la ética, la política, el saber o cualquiera otra de las grandes y brillantes realizaciones de los humanos. Las espiritualidades y las religiones constituyen aportaciones nucleares a esta cultura humana. Desde la época axial (Karl Jaspers estudió atentamente el fenómeno), se han conformado como los grandes horizontes del vivir, y aún hoy siguen jugando este papel para la inmensa mayoría de la humanidad. Espiritualidades y religiones son productos mentales complejos de alta calidad en los que confluyen las pulsiones de vida junto con las más profundas emociones y razonamientos.
La neurofisiología moderna ilustrada en este punto por A. Damasio, autoridad poco discutible en el tema, y confirmada por los estudios más fiables y prestigiosos, ha llegado a la conclusión de que no existe en el cerebro humano una red neural racional independiente de las redes emocionales, de manera que no es posible una racionalidad pura independiente de la emocionalidad. No existe una supuesta racionalidad pura hacia la que deban converger todas las racionalidades humanas. Es más, según Damasio, la racionalidad no funciona correctamente si no es asistida por la emocionalidad, lo que sugiere la complejidad y multiplicidad del abordaje racional de las realidades. Religiones i espiritualidades, productos emblemáticos de síntesis de aspectos pulsionales, emocionales y racionales, juegan pues la imprescindible función de responder humanamente, al lado de las ciencias o las aproximaciones éticas o estéticas, a los grandes enigmas y urgencias del mundo mental humano, simbolizando en relatos los estados mentales y las conductas con que los humanos intentamos ordenar nuestra existencia ante el Misterio, como sugería Einstein.
Dimensiones en juego
La Psicología, constituida como ciencia autónoma en sus muchas versiones (multiplicidad que la sitúa como ciencia todavía poco estable y consensuada), intenta poner orden en el mundo interior a partir de los datos que se consideran fiables desde cada una de las diversas perspectivas que las ciencias psicológicas contemplan. Abordajes más o menos dinámicos, conductistas, organicistas etc, se dan cita en esta interesante aventura de estructurar una normalidad aceptable que acompañe la larga maduración del mundo interior humano. El trabajo psicológico atiende sobre todo a la corrección estructural. Se trata de que pulsiones, emociones y razones puedan coordinarse en la edificación de un yo protagonista, y a la vez propicien la superación de aquellos aspectos u orientaciones que podrían generar un yo excesivamente egocentrado o egoísta. Las diversas corrientes psicológicas contemplan una perspectiva terapéutica que apunta a una progresiva maduración mental del individuo o eventualmente una compensación de algunos excesivos desequilibrios mentales que se puedan producir.
Las espiritualidades, profundamente connaturales con todas las culturas, y especialmente florecientes a partir de aproximadamente 2600 años BP, se proponen una profundización en el interior humano que va mucho más allá de las preocupaciones terapéuticas, aunque no las desconoce. La búsqueda de profundización y calidad preside las variadas iniciativas espirituales de todo signo. La corriente espiritual más primitiva se centra principalmente en descubrir la mejor ubicación del ser humano en medio de las fuerzas de la naturaleza. Unas corrientes espirituales más avanzadas y de alta calidad se centran en la interiorización, es decir, en una búsqueda rigurosa en los orígenes personales de la experiencia mental, para descubrir qué orientación hay que dar al mundo pulsional y emotivo que forma el zócalo psicológico humano y sobre el que danzan más o menos coordinadas las razones del vivir. En el buceo interior que caracteriza las espiritualidades interiorizadoras destacan las grandes tradiciones orientales hindúes (Yoga, Budismo) o chinas (Confucianismo, Taoísmo). Otro amplio grupo de inquietudes espirituales, que podríamos caracterizar como proféticas, orientan la preocupación del espíritu humano hacia la consecución de un orden justo y fraternal, y a este fin, dinamizan la persona hacia una acción social potente que luche por la verdad, la justicia y la igualdad.
Estas orientaciones espirituales han caracterizado especialmente tanto la reflexión de la filosofía griega como la potente dinámica espiritual del mundo judío y su derivación cristiana. La insistencia de cada una de estas dos grandes orientaciones espirituales no excluye la otra que se convierte en su correspondiente complementaria. Las espiritualidades deben asumir los objetivos de la psicología acerca de la salud mental humana, pero aportan elementos nuevos de profundidad y dirección al mundo mental. De ahí que, en la cultura avanzada de las sociedades abiertas y tecnificadas, las espiritualidades estén renaciendo con éxito en la propuesta de calidad y profundidad para enriquecer y equilibrar el mundo interior.
Las religiones son potentes creaciones humanas que se atreven con las dimensiones trascendentes. Se enfrentan sin remilgos al reto de pasar del agnosticismo a la propuesta, simbolizando a través de sus relatos aquella realidad a la que todos denominan Dios (Tomás de Aquino dixit!). Dios se convierte así en un genérico, que será propuesto, impuesto, proclamado, sugerido, amado, desconocido, deformado, objeto de proyecciones, funcionalizado en favor del poder, cuidador o culpabilizador de la conciencia, liberador u opresor de personas y pueblos, punto focal de los mejores deseos y de las más evidentes fantasías, referencia de alienaciones, motivo o excusa para iniciar y mantener guerras de invasión o liberación, ocasión de todo tipo de idolatrías y de las más generosas dedicaciones. Las religiones se centran en la trascendencia y sus posibles simbolizaciones.
Esta función simbolizadora es importante y generalmente imprescindible, porque los intentos de acceder al mundo trascendente solamente son viables en la mayoría de humanos a través de la concreción simbólica. Aquí los relatos juegan un papel importante y no merecen mucho crédito antropológico los intentos de generalizar una propuesta de transcendencia que no disponga de algún tipo de concreción simbólica. La mente humana es así constitucionalmente. Solamente las minorías místicas acceden ocasionalmente a una transcendencia sin mediaciones simbólicas. La condición para que los relatos puedan ejercer su función, es que sean presentados como tales relatos simbólicos, es decir que expresan verdades que no pueden expresarse de forma descriptiva (p.ej el amor profundo se expresa mejor simbólicamente que en forma descriptiva). La tragedia de muchas religiones es su empecinamiento en considerar hoy como descripciones o crónicas lo que son textos ejemplares que señalan formas de vivir.
La Psicología, constituida como ciencia autónoma en sus muchas versiones (multiplicidad que la sitúa como ciencia todavía poco estable y consensuada), intenta poner orden en el mundo interior a partir de los datos que se consideran fiables desde cada una de las diversas perspectivas que las ciencias psicológicas contemplan. Abordajes más o menos dinámicos, conductistas, organicistas etc, se dan cita en esta interesante aventura de estructurar una normalidad aceptable que acompañe la larga maduración del mundo interior humano. El trabajo psicológico atiende sobre todo a la corrección estructural. Se trata de que pulsiones, emociones y razones puedan coordinarse en la edificación de un yo protagonista, y a la vez propicien la superación de aquellos aspectos u orientaciones que podrían generar un yo excesivamente egocentrado o egoísta. Las diversas corrientes psicológicas contemplan una perspectiva terapéutica que apunta a una progresiva maduración mental del individuo o eventualmente una compensación de algunos excesivos desequilibrios mentales que se puedan producir.
Las espiritualidades, profundamente connaturales con todas las culturas, y especialmente florecientes a partir de aproximadamente 2600 años BP, se proponen una profundización en el interior humano que va mucho más allá de las preocupaciones terapéuticas, aunque no las desconoce. La búsqueda de profundización y calidad preside las variadas iniciativas espirituales de todo signo. La corriente espiritual más primitiva se centra principalmente en descubrir la mejor ubicación del ser humano en medio de las fuerzas de la naturaleza. Unas corrientes espirituales más avanzadas y de alta calidad se centran en la interiorización, es decir, en una búsqueda rigurosa en los orígenes personales de la experiencia mental, para descubrir qué orientación hay que dar al mundo pulsional y emotivo que forma el zócalo psicológico humano y sobre el que danzan más o menos coordinadas las razones del vivir. En el buceo interior que caracteriza las espiritualidades interiorizadoras destacan las grandes tradiciones orientales hindúes (Yoga, Budismo) o chinas (Confucianismo, Taoísmo). Otro amplio grupo de inquietudes espirituales, que podríamos caracterizar como proféticas, orientan la preocupación del espíritu humano hacia la consecución de un orden justo y fraternal, y a este fin, dinamizan la persona hacia una acción social potente que luche por la verdad, la justicia y la igualdad.
Estas orientaciones espirituales han caracterizado especialmente tanto la reflexión de la filosofía griega como la potente dinámica espiritual del mundo judío y su derivación cristiana. La insistencia de cada una de estas dos grandes orientaciones espirituales no excluye la otra que se convierte en su correspondiente complementaria. Las espiritualidades deben asumir los objetivos de la psicología acerca de la salud mental humana, pero aportan elementos nuevos de profundidad y dirección al mundo mental. De ahí que, en la cultura avanzada de las sociedades abiertas y tecnificadas, las espiritualidades estén renaciendo con éxito en la propuesta de calidad y profundidad para enriquecer y equilibrar el mundo interior.
Las religiones son potentes creaciones humanas que se atreven con las dimensiones trascendentes. Se enfrentan sin remilgos al reto de pasar del agnosticismo a la propuesta, simbolizando a través de sus relatos aquella realidad a la que todos denominan Dios (Tomás de Aquino dixit!). Dios se convierte así en un genérico, que será propuesto, impuesto, proclamado, sugerido, amado, desconocido, deformado, objeto de proyecciones, funcionalizado en favor del poder, cuidador o culpabilizador de la conciencia, liberador u opresor de personas y pueblos, punto focal de los mejores deseos y de las más evidentes fantasías, referencia de alienaciones, motivo o excusa para iniciar y mantener guerras de invasión o liberación, ocasión de todo tipo de idolatrías y de las más generosas dedicaciones. Las religiones se centran en la trascendencia y sus posibles simbolizaciones.
Esta función simbolizadora es importante y generalmente imprescindible, porque los intentos de acceder al mundo trascendente solamente son viables en la mayoría de humanos a través de la concreción simbólica. Aquí los relatos juegan un papel importante y no merecen mucho crédito antropológico los intentos de generalizar una propuesta de transcendencia que no disponga de algún tipo de concreción simbólica. La mente humana es así constitucionalmente. Solamente las minorías místicas acceden ocasionalmente a una transcendencia sin mediaciones simbólicas. La condición para que los relatos puedan ejercer su función, es que sean presentados como tales relatos simbólicos, es decir que expresan verdades que no pueden expresarse de forma descriptiva (p.ej el amor profundo se expresa mejor simbólicamente que en forma descriptiva). La tragedia de muchas religiones es su empecinamiento en considerar hoy como descripciones o crónicas lo que son textos ejemplares que señalan formas de vivir.
El problema de Dios
Las religiones merecen un reconocimiento cultural de primer orden por haber dado respuesta a la incoercible necesidad de enfrentarse en algún momento a los enigmas centrales de la existencia con algún tipo de respuesta integradora y “salvadora”. La gran dificultad de esta propuesta “salvadora” está en la imposibilidad de dar al tema de Dios algo más (y no es poco si es de calidad), que la confianza que denominamos fe. La existencia de Dios está en estricto “empate técnico” entre los que la afirman y los que la niegan, y solamente la confianza permite dar el salto hacia una afirmación de Dios de la que inevitablemente se siente distanciados los que no logran experimentar tal confianza. Existe un acuerdo general sobre el gran interés que lo religioso ha despertado en todas las culturas de todas las épocas, lo que lleva a muchísimos a opinar que estamos programados para creer (es decir, confiar)
Las imágenes de Dios quedan sujetas a la limitación de sus procesos de generación. Efectivamente solamente desde las coordenadas que las estructuras neuromentales humanas autorizan, podemos generar imágenes divinas. Incluso las tradiciones que invocan una revelación son tributarias de esta dependencia, ya que lo que denominamos revelación es, como dice Torres Queiruga en una acertada definición, un “caer en la cuenta” que nos devela una profundidad insospechada a la que nos aboca el estímulo que revela. ¿Cuáles son estos procesos limitantes que condicionan la elaboración de imágenes divinas? Me permitiría hablar de cuatro “pozos” desde los que inevitablemente contemplamos el pequeño cono de luz que la profundidad del pozo autoriza, y que constituye el único acceso a la realidad, que es mucho más amplia que lo que nuestra limitada a capacidad permite consignar.
El primer pozo es el de nuestra condición neurofisiológica. Tenemos una visión de la realidad que es solamente una (seguramente la más completa), de entre los muchos millones de visiones de la realidad a los que la naturaleza ha dado lugar a través de los millones de especies de cerebros que la captan parcialmente. De ahí que nuestra visión de Dios sea inevitablemente humana (es decir producida por cerebros humanos) y además tienda a ser antropomorfa. Pero Dios, por definición, no es humano, y solamente a través de los conocidos procesos de analogía, eminencia y negación, decimos algo de lo que nos parece posible atribuir a Dios. Estos procesos son muy complejos y exigen operaciones mentales tan difíciles como las de atribuir a Dios características personales diferenciándolas de los procesos de antropomorfización que sabemos que hay que evitar. ¿Cómo imaginar una persona no humana, si no conocemos otra personalidad que la humana?
El segundo pozo depende de la cosmología básica. Nuestro Universo solamente lo concebimos dentro de las condicionantes coordenadas del espacio-tiempo. Nada nos resulta imaginable si lo desproveemos del ensamblaje constitutivo de lo espacio-temporal. Pero Dios no es una “pieza” del Universo ni se mueve en el tiempo. Dios no es localizable ni “vino” ni “vendrá”. Solamente es un “ES” absolutamente ajeno a la temporalidad y a cualquier tipo de dimensionalidad. La palabra religiosa solamente nos puede sugerir “quien” (sic!) pueda ser esta realidad a la que llamamos Dios, pero no nos lo puede definir ni poner al alcance de nuestros sistemas de localización. Las religiones no son los GPS (Global Positioning System) para identificar a Dios.
El tercer pozo es el mal. Opaco, excesivo, absurdo, injusto, cuasi obsceno... así denominamos al conjunto de eventos adversos completamente naturales y lógicos, que jalonan la existencia humana como consecuencia constitutiva de su naturaleza viviente. ¿A qué viene tanto escándalo ante la normalidad vital? Alguna protesta muy honda resuena en nuestro mundo interior que se revela ante la dura realidad, siempre difícil de aceptar. Una figura tan excepcional como Buda solamente acertó a intentar desactiva el impacto del mal a través de una reflexión sin fin y la negación del deseo, y alguien tan excepcional como Jesús de Nazaret, invocando a Dios, situó la paradoja del mal en la ignominia salvadora de un patíbulo injusto que anunciaba nueva vida.
El cuarto pozo es la insultante utilización de Dios que tan frecuentemente han exhibido las instituciones que han reclamado monopolios de la divinidad. Las instituciones son inevitables y necesarias, pero las religiosas, por la profundidad del tema del que se ocupan, asumen el riesgo de colonizar conciencias y sociedades en sus estratos más profundos, lo que, asociado a la tentación del poder, puede ser devastador y pervertir una imagen de Dios que debería ser liberadora. De hecho en todas las culturas y sociedades de Occidente y Oriente las grandes religiones y cosmovisiones han sido parcialmente secuestradas a través de sus instituciones (iglesias, clérigos…) por el poder, con la intención de ponerlas a su servicio.
Esto vale para el Confucianismo, el Judaísmo, la Religión del Imperio Romano, el Hinduismo, el Cristianismo, el Islam, el Sintoismo, el Budismo… Todos han sido ocasionalmente sometidos por el poder político a favor de sus justificaciones, lo que ha supuesto una losa muy pesada gravitando sobre las imágenes de Dios. Las tradiciones monoteístas han sido en este punto singularmente señaladas como proclives a este maridaje espurio entre Dios y la imposición violenta, el patriarcalismo misógino y otros derroteros muy poco edificantes. No es pues sorprendente que, especialmente en el ámbito de la anomalía religiosa europea, Dios haya pasado a ser un “problema”. Solamente los místicos de todo pelaje han salvado el tesoro religioso.
Las religiones merecen un reconocimiento cultural de primer orden por haber dado respuesta a la incoercible necesidad de enfrentarse en algún momento a los enigmas centrales de la existencia con algún tipo de respuesta integradora y “salvadora”. La gran dificultad de esta propuesta “salvadora” está en la imposibilidad de dar al tema de Dios algo más (y no es poco si es de calidad), que la confianza que denominamos fe. La existencia de Dios está en estricto “empate técnico” entre los que la afirman y los que la niegan, y solamente la confianza permite dar el salto hacia una afirmación de Dios de la que inevitablemente se siente distanciados los que no logran experimentar tal confianza. Existe un acuerdo general sobre el gran interés que lo religioso ha despertado en todas las culturas de todas las épocas, lo que lleva a muchísimos a opinar que estamos programados para creer (es decir, confiar)
Las imágenes de Dios quedan sujetas a la limitación de sus procesos de generación. Efectivamente solamente desde las coordenadas que las estructuras neuromentales humanas autorizan, podemos generar imágenes divinas. Incluso las tradiciones que invocan una revelación son tributarias de esta dependencia, ya que lo que denominamos revelación es, como dice Torres Queiruga en una acertada definición, un “caer en la cuenta” que nos devela una profundidad insospechada a la que nos aboca el estímulo que revela. ¿Cuáles son estos procesos limitantes que condicionan la elaboración de imágenes divinas? Me permitiría hablar de cuatro “pozos” desde los que inevitablemente contemplamos el pequeño cono de luz que la profundidad del pozo autoriza, y que constituye el único acceso a la realidad, que es mucho más amplia que lo que nuestra limitada a capacidad permite consignar.
El primer pozo es el de nuestra condición neurofisiológica. Tenemos una visión de la realidad que es solamente una (seguramente la más completa), de entre los muchos millones de visiones de la realidad a los que la naturaleza ha dado lugar a través de los millones de especies de cerebros que la captan parcialmente. De ahí que nuestra visión de Dios sea inevitablemente humana (es decir producida por cerebros humanos) y además tienda a ser antropomorfa. Pero Dios, por definición, no es humano, y solamente a través de los conocidos procesos de analogía, eminencia y negación, decimos algo de lo que nos parece posible atribuir a Dios. Estos procesos son muy complejos y exigen operaciones mentales tan difíciles como las de atribuir a Dios características personales diferenciándolas de los procesos de antropomorfización que sabemos que hay que evitar. ¿Cómo imaginar una persona no humana, si no conocemos otra personalidad que la humana?
El segundo pozo depende de la cosmología básica. Nuestro Universo solamente lo concebimos dentro de las condicionantes coordenadas del espacio-tiempo. Nada nos resulta imaginable si lo desproveemos del ensamblaje constitutivo de lo espacio-temporal. Pero Dios no es una “pieza” del Universo ni se mueve en el tiempo. Dios no es localizable ni “vino” ni “vendrá”. Solamente es un “ES” absolutamente ajeno a la temporalidad y a cualquier tipo de dimensionalidad. La palabra religiosa solamente nos puede sugerir “quien” (sic!) pueda ser esta realidad a la que llamamos Dios, pero no nos lo puede definir ni poner al alcance de nuestros sistemas de localización. Las religiones no son los GPS (Global Positioning System) para identificar a Dios.
El tercer pozo es el mal. Opaco, excesivo, absurdo, injusto, cuasi obsceno... así denominamos al conjunto de eventos adversos completamente naturales y lógicos, que jalonan la existencia humana como consecuencia constitutiva de su naturaleza viviente. ¿A qué viene tanto escándalo ante la normalidad vital? Alguna protesta muy honda resuena en nuestro mundo interior que se revela ante la dura realidad, siempre difícil de aceptar. Una figura tan excepcional como Buda solamente acertó a intentar desactiva el impacto del mal a través de una reflexión sin fin y la negación del deseo, y alguien tan excepcional como Jesús de Nazaret, invocando a Dios, situó la paradoja del mal en la ignominia salvadora de un patíbulo injusto que anunciaba nueva vida.
El cuarto pozo es la insultante utilización de Dios que tan frecuentemente han exhibido las instituciones que han reclamado monopolios de la divinidad. Las instituciones son inevitables y necesarias, pero las religiosas, por la profundidad del tema del que se ocupan, asumen el riesgo de colonizar conciencias y sociedades en sus estratos más profundos, lo que, asociado a la tentación del poder, puede ser devastador y pervertir una imagen de Dios que debería ser liberadora. De hecho en todas las culturas y sociedades de Occidente y Oriente las grandes religiones y cosmovisiones han sido parcialmente secuestradas a través de sus instituciones (iglesias, clérigos…) por el poder, con la intención de ponerlas a su servicio.
Esto vale para el Confucianismo, el Judaísmo, la Religión del Imperio Romano, el Hinduismo, el Cristianismo, el Islam, el Sintoismo, el Budismo… Todos han sido ocasionalmente sometidos por el poder político a favor de sus justificaciones, lo que ha supuesto una losa muy pesada gravitando sobre las imágenes de Dios. Las tradiciones monoteístas han sido en este punto singularmente señaladas como proclives a este maridaje espurio entre Dios y la imposición violenta, el patriarcalismo misógino y otros derroteros muy poco edificantes. No es pues sorprendente que, especialmente en el ámbito de la anomalía religiosa europea, Dios haya pasado a ser un “problema”. Solamente los místicos de todo pelaje han salvado el tesoro religioso.
Panorama espiritual y religioso
Huérfanos de nuestras raíces religiosas (judeocristianas y griegas) y de la espiritualidad que estas raíces cuasi monopolizaron, y después de establecer un tabú sobre la presencia social de la religiosidad, nuestras sociedades europeas se han abocado a una espiritualidad de corte oriental y de origen asiático.
Cuando en cualquier revista occidental se alude a la espiritualidad, casi con toda seguridad se encontrarán referencias taoístas, budistas, vedanta, jainitas, confucianas etc. pero difícilmente se hallarán alusiones a tradiciones espirituales cristianas. Se consideraría poco serio o interesante. Esto es naturalmente un sesgo arbitrario y ridículo, aun respetando profundamente el interés espiritual de las tradiciones orientales, cuajadas de altas cualidades. Lo religioso, por otra parte, queda reducido a jalear pequeñas idolatrías paganas para el consumo doméstico, aquellas que tanto costaron de elaborar hacia religiosidades más profundas.
Este panorama exige un cuidadoso trabajo de discernimiento entre tradiciones y propuestas. No todo vale igual, ni todo merece atención u ofrece calidad. Este trabajo de discernimiento no resulta fácil en ausencia de indicaciones institucionales que susciten credibilidad, como sucede en nuestra cultura.
En términos generales, por ejemplo, es significativa la diferencia entre corrientes espirituales que tienen la interiorización como objetivo central y solamente como tema adjetivo la exhortación a la benevolencia, o corrientes que se centran en la reivindicación profética de la justicia en su más amplia expresión. Esta diferencia modula de forma muy clara la orientación de toda la dinámica espiritual, diferenciando estructuras personales y sociales en orden a la construcción de las relaciones humanas. Algo de este tipo de planteamientos ha marcado profundamente los estilos sociales y los planteamientos colectivos de Occidente y Oriente.
En cuanto a las referencias que las tradiciones espirituales o religiosas pueden hacer a sus orígenes fundacionales para aquilatar su fidelidad, las diferencias son también muy significativas. Valga como ejemplo y sin ánimo polémico, pero dentro de un contexto de actualidad, la comparación de la tradición cristiana y la musulmana. Por lo que se refiere al fundador, Jesús fue un profeta itinerante no violento, víctima de los poderes establecidos; Mahoma fue un profeta religioso que extendió su poder espiritual a través de por lo menos tres campañas militares dirigidas por él mismo contra sus enemigos (“infieles”). Se trata pues de perfiles muy distintos y estilos muy opuestos. Si comparamos algunas de las exhortaciones de sus textos de referencia, mientras que el Evangelio declara abolida la ley del Talión (Mt. 5,38) y exhorta a amar a los enemigos y rogar por los perseguidores (Mt. 5,44), el Corán confirma la ley del Talión (II, 194) y ordena la muerte de los enemigos infieles (II, 191 y IX, 123). Se trata pues de planteamientos opuestos.
Todo ello nos exige un preciso y riguroso trabajo de discernimiento que sea respetuoso con la pluralidad, pero que supere un buenismo facilón que tiende a cerrar los ojos a las dificultades hermenéuticas y promueva un irenismo acrítico que no favorece la seriedad que deben merecer las propuesta espirituales o religiosas que pretenden suscitar adhesiones centrales en la vida de las personas. La falta de crítica hecha con lucidez suscita la desconfianza en cualquiera que pueda interesarse seriamente con una propuesta espiritual o religiosa.
Huérfanos de nuestras raíces religiosas (judeocristianas y griegas) y de la espiritualidad que estas raíces cuasi monopolizaron, y después de establecer un tabú sobre la presencia social de la religiosidad, nuestras sociedades europeas se han abocado a una espiritualidad de corte oriental y de origen asiático.
Cuando en cualquier revista occidental se alude a la espiritualidad, casi con toda seguridad se encontrarán referencias taoístas, budistas, vedanta, jainitas, confucianas etc. pero difícilmente se hallarán alusiones a tradiciones espirituales cristianas. Se consideraría poco serio o interesante. Esto es naturalmente un sesgo arbitrario y ridículo, aun respetando profundamente el interés espiritual de las tradiciones orientales, cuajadas de altas cualidades. Lo religioso, por otra parte, queda reducido a jalear pequeñas idolatrías paganas para el consumo doméstico, aquellas que tanto costaron de elaborar hacia religiosidades más profundas.
Este panorama exige un cuidadoso trabajo de discernimiento entre tradiciones y propuestas. No todo vale igual, ni todo merece atención u ofrece calidad. Este trabajo de discernimiento no resulta fácil en ausencia de indicaciones institucionales que susciten credibilidad, como sucede en nuestra cultura.
En términos generales, por ejemplo, es significativa la diferencia entre corrientes espirituales que tienen la interiorización como objetivo central y solamente como tema adjetivo la exhortación a la benevolencia, o corrientes que se centran en la reivindicación profética de la justicia en su más amplia expresión. Esta diferencia modula de forma muy clara la orientación de toda la dinámica espiritual, diferenciando estructuras personales y sociales en orden a la construcción de las relaciones humanas. Algo de este tipo de planteamientos ha marcado profundamente los estilos sociales y los planteamientos colectivos de Occidente y Oriente.
En cuanto a las referencias que las tradiciones espirituales o religiosas pueden hacer a sus orígenes fundacionales para aquilatar su fidelidad, las diferencias son también muy significativas. Valga como ejemplo y sin ánimo polémico, pero dentro de un contexto de actualidad, la comparación de la tradición cristiana y la musulmana. Por lo que se refiere al fundador, Jesús fue un profeta itinerante no violento, víctima de los poderes establecidos; Mahoma fue un profeta religioso que extendió su poder espiritual a través de por lo menos tres campañas militares dirigidas por él mismo contra sus enemigos (“infieles”). Se trata pues de perfiles muy distintos y estilos muy opuestos. Si comparamos algunas de las exhortaciones de sus textos de referencia, mientras que el Evangelio declara abolida la ley del Talión (Mt. 5,38) y exhorta a amar a los enemigos y rogar por los perseguidores (Mt. 5,44), el Corán confirma la ley del Talión (II, 194) y ordena la muerte de los enemigos infieles (II, 191 y IX, 123). Se trata pues de planteamientos opuestos.
Todo ello nos exige un preciso y riguroso trabajo de discernimiento que sea respetuoso con la pluralidad, pero que supere un buenismo facilón que tiende a cerrar los ojos a las dificultades hermenéuticas y promueva un irenismo acrítico que no favorece la seriedad que deben merecer las propuesta espirituales o religiosas que pretenden suscitar adhesiones centrales en la vida de las personas. La falta de crítica hecha con lucidez suscita la desconfianza en cualquiera que pueda interesarse seriamente con una propuesta espiritual o religiosa.
(*) El profesor Ramón María Nogués (Barcelona, 1937) acaba de publicar un libro en la Editorial Sal Terrae dirigida por la Cátedra CTR con el título Neurociencia, espiritualidades y religiones . El investigador ha cursado estudios de Pedagogía, Filosofía y Teología en Zaragoza, Navarra y Salamanca; fue Doctorado en Biología en Barcelona y es Catedrático EU de la Unidad de Antropología Biológica de la Universidad Autónoma de Barcelona.
Asimismo, Nogués ha investigado en genética de poblaciones humanas aisladas (Península Ibérica, zona magrebí, contacto magrebí-subsahariano, pueblos autóctonos sudamericanos), y en incidencia de alteraciones de ADN en patologías neurológicas; y ha hecho estudios en neurobiología evolutiva en el grupo primates-humanos. Tiene además colaboraciones en estudio de la conducta humana con psicólogos y psiquiatras en la Fundació Vidal i Barraquer, especialmente en relación con el comportamiento religioso; y ha participado en programas y comisiones de bioética en la Fundació Borja de Bioética y en Comisiones oficiales de la Generalitat de Catalunya y del Ministerio de Sanidad y Consumo (Comisión Nacional para la Reproducción Humana Asistida), con seminarios sobre estos temas en diversos países.
Por último, ha publicado numerosos artículos relativos a su especialidad, así como diversos libros entre los que cabe citar los últimos publicados: Sexo, cerebro y género (Paidos, 2003) y Dioses, creencias y neuronas (Fragmenta, 2011), La evolución darwiniana de las religiones “verdaderas" (PPC, 2010) y Cerebro y trascendencia (Fragmenta, 2013).
Asimismo, Nogués ha investigado en genética de poblaciones humanas aisladas (Península Ibérica, zona magrebí, contacto magrebí-subsahariano, pueblos autóctonos sudamericanos), y en incidencia de alteraciones de ADN en patologías neurológicas; y ha hecho estudios en neurobiología evolutiva en el grupo primates-humanos. Tiene además colaboraciones en estudio de la conducta humana con psicólogos y psiquiatras en la Fundació Vidal i Barraquer, especialmente en relación con el comportamiento religioso; y ha participado en programas y comisiones de bioética en la Fundació Borja de Bioética y en Comisiones oficiales de la Generalitat de Catalunya y del Ministerio de Sanidad y Consumo (Comisión Nacional para la Reproducción Humana Asistida), con seminarios sobre estos temas en diversos países.
Por último, ha publicado numerosos artículos relativos a su especialidad, así como diversos libros entre los que cabe citar los últimos publicados: Sexo, cerebro y género (Paidos, 2003) y Dioses, creencias y neuronas (Fragmenta, 2011), La evolución darwiniana de las religiones “verdaderas" (PPC, 2010) y Cerebro y trascendencia (Fragmenta, 2013).