Parábola del Buen Samaritano. Fuente: Wikimedia Commons.
La compasión es un valor profundo e importante para las tradiciones religiosas, pero también es un aspecto de la psicología humana estudiado desde el punto de vista científico.
Actualmente, uno de los principales investigadores de la compasión desde esta óptica es el científico de la Universidad Northeastern de Estados Unidos, David DeSteno.
DeSteno es director del Social Emotions Lab de dicha Universidad, y además ha sido co-autor, junto al investigador del Moral Emotions and Trust Lab (MEATlab) del Claremont McKenna College, Piercarlo Valdesolo, de un libro titulado “Out of Character: Surprising Truths About the Liar, Cheat, Sinner (and Saint) Lurking in All of Us” (Más allá del carácter: verdades asombrosas sobre el embustero, el tramposo, el pecador -y el santo- escondido en todos nosotros”).
En una entrevista reciente, publicada en el blog Sinai and Synapses de Rabbi Mitelman, DeSteno ha explicado algunas de las conclusiones sobre la compasión alcanzadas por la ciencia en los últimos años.
Sobre la relación entre religión y compasión, el investigador comienza explicando que la habilidad más recientemente adquirida por la mente humana de implicarse en el razonamiento abstracto ha abierto vías opcionales de adopción (o elusión) de algunas acciones éticas.
Como resultado de esta evolución, nuestra especie ha desarrollado “dos mentes”, una intuitiva y otra deliberativa, que trabajan por resolver el mismo problema: conducirse en el entorno social de manera óptima.
Compasión y religiosidad
Estas dos mentes entrarían en juego cuando sentimos compasión, una actitud considerada por la mayoría de las religiones como positiva, ya que implica ayudar a otras personas cuando lo necesitan.
A un nivel consciente (esto es, para una de nuestras dos mentes), las religiones sí incrementarían la tendencia a ayudar a otros.
Sin embargo, las religiones también pueden funcionar como establecedoras de una categoría social, y en este sentido propiciar la división entre “nosotros” y los “otros” (para la “otra” mente).
Según DeSteno: “Lo que sabemos a partir de nuestras investigaciones es que, al menos en un nivel intuitivo, el grado de compasión que sentimos por otros está vinculado directamente con hasta qué punto vemos a esos otros como similares a nosotros mismos”.
En consecuencia, “debemos ser conscientes de que, aunque nuestras creencias religiosas nos exijan actuar de manera compasiva, nuestras identidades religiosas pueden introducir una asimetría en nuestras acciones”. De este modo, “podemos sentir el dolor de nuestros hermanos más que el dolor de otras personas menos cercanas”, señala el investigador.
En este sentido, un hecho interesante es el observado en algunas tradiciones de meditación budista, en las que una técnica básica de meditación en la compasión es darse cuenta de que todos los seres son básicamente similares.
“Esta técnica es coherente con nuestros descubrimientos”, afirma DeSteno: “Cuanto más dispuesta esté la mente a darse cuenta automáticamente de que todos los seres son iguales, más dispuesta está a sentir compasión del mismo modo hacia todos los que sufren”.
Actualmente, uno de los principales investigadores de la compasión desde esta óptica es el científico de la Universidad Northeastern de Estados Unidos, David DeSteno.
DeSteno es director del Social Emotions Lab de dicha Universidad, y además ha sido co-autor, junto al investigador del Moral Emotions and Trust Lab (MEATlab) del Claremont McKenna College, Piercarlo Valdesolo, de un libro titulado “Out of Character: Surprising Truths About the Liar, Cheat, Sinner (and Saint) Lurking in All of Us” (Más allá del carácter: verdades asombrosas sobre el embustero, el tramposo, el pecador -y el santo- escondido en todos nosotros”).
En una entrevista reciente, publicada en el blog Sinai and Synapses de Rabbi Mitelman, DeSteno ha explicado algunas de las conclusiones sobre la compasión alcanzadas por la ciencia en los últimos años.
Sobre la relación entre religión y compasión, el investigador comienza explicando que la habilidad más recientemente adquirida por la mente humana de implicarse en el razonamiento abstracto ha abierto vías opcionales de adopción (o elusión) de algunas acciones éticas.
Como resultado de esta evolución, nuestra especie ha desarrollado “dos mentes”, una intuitiva y otra deliberativa, que trabajan por resolver el mismo problema: conducirse en el entorno social de manera óptima.
Compasión y religiosidad
Estas dos mentes entrarían en juego cuando sentimos compasión, una actitud considerada por la mayoría de las religiones como positiva, ya que implica ayudar a otras personas cuando lo necesitan.
A un nivel consciente (esto es, para una de nuestras dos mentes), las religiones sí incrementarían la tendencia a ayudar a otros.
Sin embargo, las religiones también pueden funcionar como establecedoras de una categoría social, y en este sentido propiciar la división entre “nosotros” y los “otros” (para la “otra” mente).
Según DeSteno: “Lo que sabemos a partir de nuestras investigaciones es que, al menos en un nivel intuitivo, el grado de compasión que sentimos por otros está vinculado directamente con hasta qué punto vemos a esos otros como similares a nosotros mismos”.
En consecuencia, “debemos ser conscientes de que, aunque nuestras creencias religiosas nos exijan actuar de manera compasiva, nuestras identidades religiosas pueden introducir una asimetría en nuestras acciones”. De este modo, “podemos sentir el dolor de nuestros hermanos más que el dolor de otras personas menos cercanas”, señala el investigador.
En este sentido, un hecho interesante es el observado en algunas tradiciones de meditación budista, en las que una técnica básica de meditación en la compasión es darse cuenta de que todos los seres son básicamente similares.
“Esta técnica es coherente con nuestros descubrimientos”, afirma DeSteno: “Cuanto más dispuesta esté la mente a darse cuenta automáticamente de que todos los seres son iguales, más dispuesta está a sentir compasión del mismo modo hacia todos los que sufren”.
Explicación biológica de los matices de la compasión
DeSteno explica que el hecho de que el nivel de compasión que sentimos por otros esté muy influenciado por como vemos a esos otros tiene un enorme sentido desde el punto de vista biológico.
“Sentir compasión normalmente hace que actuemos para ayudar a otras personas, a menudo a costa de nosotros mismos. Si cualquier individuo se siente movido a la compasión a cada momento, esto podría paralizarlo. Esa persona experimentaría un pesar constante y utilizaría todos sus recursos en ayudar a los demás. Esta actitud, aunque pueda parecer un noble objetivo, en términos de lógica evolutiva sería una abominación”, señala el experto.
Por esa razón, la mente intuitiva nos hace sentir más compasión por aquellos con los que compartimos alguna afiliación, como la familia o las personas con las que compartimos determinadas identidades grupales.
Por otra parte, el relativismo de nuestra compasión estaría relacionado con el nivel de ayuda que podríamos obtener en un futuro de la persona a la que vamos a ayudar, asegura el investigador.
En cuanto a la relación entre la compasión y las acciones éticas, DeSteno afirma que la compasión es un estado emocional que sirve como motor de acciones, al igual que otras emociones. Una vez que sentimos compasión, por tanto, aumenta nuestra propensión a implicarnos en ciertos comportamientos o, al menos, se nos hace más difícil no actuar en consecuencia.
Vicio y virtud en entornos controlados
En el libro antes mencionado, DeSteno y Valdesolo tratan también otros aspectos de la personalidad humana, sobre los que han investigado.
Por ejemplo, los autores han analizado el vicio y la virtud en experimentos realizados en entornos controlados. Según explicó al respecto DeSteno, en otra entrevista aparecida en 2011 en Usatoday, en dichos entornos se han manipulado ciertas características ambientales para comprobar si éstas tienen un efecto en las decisiones y el comportamiento humanos.
De esta forma, los científicos comprobaron que el medio (por ejemplo, situaciones como cambios de tiempo para tomar una decisión o el hecho de pensar que una decisión será anónima) puede influir en el tipo de acciones de los individuos.
DeSteno señala que, básicamente, existe una tensión inherente en nuestra mente, en los niveles consciente e inconsciente, entre el deseo de alcanzar objetivos a corto plazo y el de alcanzar objetivos a largo plazo. Es en la lucha por equilibrar el deseo de conseguir un tipo de objetivo u otro donde se forjaría el carácter de cada persona, concluye el investigador.
DeSteno explica que el hecho de que el nivel de compasión que sentimos por otros esté muy influenciado por como vemos a esos otros tiene un enorme sentido desde el punto de vista biológico.
“Sentir compasión normalmente hace que actuemos para ayudar a otras personas, a menudo a costa de nosotros mismos. Si cualquier individuo se siente movido a la compasión a cada momento, esto podría paralizarlo. Esa persona experimentaría un pesar constante y utilizaría todos sus recursos en ayudar a los demás. Esta actitud, aunque pueda parecer un noble objetivo, en términos de lógica evolutiva sería una abominación”, señala el experto.
Por esa razón, la mente intuitiva nos hace sentir más compasión por aquellos con los que compartimos alguna afiliación, como la familia o las personas con las que compartimos determinadas identidades grupales.
Por otra parte, el relativismo de nuestra compasión estaría relacionado con el nivel de ayuda que podríamos obtener en un futuro de la persona a la que vamos a ayudar, asegura el investigador.
En cuanto a la relación entre la compasión y las acciones éticas, DeSteno afirma que la compasión es un estado emocional que sirve como motor de acciones, al igual que otras emociones. Una vez que sentimos compasión, por tanto, aumenta nuestra propensión a implicarnos en ciertos comportamientos o, al menos, se nos hace más difícil no actuar en consecuencia.
Vicio y virtud en entornos controlados
En el libro antes mencionado, DeSteno y Valdesolo tratan también otros aspectos de la personalidad humana, sobre los que han investigado.
Por ejemplo, los autores han analizado el vicio y la virtud en experimentos realizados en entornos controlados. Según explicó al respecto DeSteno, en otra entrevista aparecida en 2011 en Usatoday, en dichos entornos se han manipulado ciertas características ambientales para comprobar si éstas tienen un efecto en las decisiones y el comportamiento humanos.
De esta forma, los científicos comprobaron que el medio (por ejemplo, situaciones como cambios de tiempo para tomar una decisión o el hecho de pensar que una decisión será anónima) puede influir en el tipo de acciones de los individuos.
DeSteno señala que, básicamente, existe una tensión inherente en nuestra mente, en los niveles consciente e inconsciente, entre el deseo de alcanzar objetivos a corto plazo y el de alcanzar objetivos a largo plazo. Es en la lucha por equilibrar el deseo de conseguir un tipo de objetivo u otro donde se forjaría el carácter de cada persona, concluye el investigador.