Tendencias 21
   




¿Hay signos naturales de la existencia de Dios?

La tesis de C. Stephen Evans: un matiz en la teología natural clásica


C. Stephen Evans, filósofo y escritor norteamericano, profesor de la Universidad de Yale, publicó hace unos años un libro que lleva por título “Natural Signs and Knowledge of God. A New Look at Theistic Arguments”, en el que desarrolla su tesis fundamental: “Si hay un Dios como el aceptado por los cristianos, judíos y musulmanes, es verosímil un conocimiento natural de Dios, que será accesible a todos los seres humanos y, a la vez, fácil de refutar”. Por Pedro Rubal Pardeiro.


Pedro Rubal Pardeiro
22/09/2015

 El filósofo y escritor norteamericano C. Stephen Evans distingue entre argumentos y signos naturales de la existencia de Dios. Considera que los signos son accesibles a todos intuitivamente y, por ello, más importantes que los argumentos.

La reciente obra de Evans se mueve en el marco de la filosofía sobre Dios clásica o habitual en los autores teístas de este siglo, tanto en el mundo católico como protestante. Sin embargo, la obra de Evans tiene un matiz reseñable: interpreta los signos (y también los argumentos) no como evidentes, y necesariamente aceptables por todos, sino que reconoce que podrían ser refutables, o no tenidos en cuenta, por quienes dan una visión del mundo alternativa a la teísta.

Su libro Natural Signs and Knowledge of God. A New Look at Theistic Arguments (Oxford University Press, 2010) [1] consta de un prólogo y seis capítulos, con la correspondiente bibliografía y notas a pié de página. Al terminar de leerlo (no conozco traducción al español), pensé que podía aprovechar algunas ideas para preparar esta colaboración en Tendencias21 de las Religiones.

Pero no sólo para ofrecer a los lectores interesados una breve información de su contenido, sino también porque la aportación del autor tal vez sea provechosa en la deliberación humana para optar por el teísmo o el ateísmo, dado el estado de incertidumbre en que nos sume la ciencia y la misma metafísica.
Así que empezaré con una Introducción, en la que apunto unas ideas generales, para continuar con otros puntos cuyo contenido anticipo: 1) El concepto de signo natural,  2) Los argumentos cosmológicos: el asombro cósmico, 3) Los argumentos teleológicos: el orden beneficioso, 4) Los  argumentos morales: sus signos naturales. Finalmente sacaremos unas Conclusiones, apropiadas a nuestra exposición.
 
Introducción: el valor matizado de los argumentos teistas

Como pueden comprobar, se habla de “argumentos”, los tradicionales sobre la existencia de Dios, pese a que no son pruebas concluyentes, según afirma el mismo autor. Pero es necesario acudir a ellos para extraer los signos naturales sobre los que están construidos. Es que los signos tienen fuerza probatoria por sí mismos, como iremos viendo, y esto no lo ponen en duda muchos de los críticos de estos argumentos teistas.

Considero importante detenerme un poco en los dos principios que establece Evans ya en el Prólogo, porque su aplicación adecuada hace posible que la persona humana pueda hacer uso de la opción que considere más apropiada en su caso, por el teísmo o el ateísmo, puesto que el conocimiento natural de Dios es a la vez accesible y fácil de refutar [2].

No obstante, subyace en toda la obra la creencia de que existen fuertes razones para optar por el teísmo. Estos dos aspectos, accesibilidad y refutabilidad están formulados por Evans en dos principios. La accesibilidad está expresada en el Principio de amplia Accesibilidad (“Wide Accessibility Principle”), y la refutabilidad en el Principio de Fácil Resistibilidad  (“Easy Resistibility Principle”).

El problema que presenta la Teología Natural no incluye sólo los argumentos de la existencia de Dios, sino también justificar sus atributos. Sin embargo, Evans se centra únicamente en los de la existencia, que para él son indicadores, no pruebas. Por eso no concluyen cuando se quiere utilizarlos como prueba [3]. Los argumentos deben ser vistos, por tanto, como meras articulaciones racionales de los signos naturales.

Después de una exposición crítica de Hume y Kant, en relación a los argumentos teleológicos, con alusión al diseño inteligente, Evans razona que las evidencias de Dios no pueden ser indiscutibles, porque entonces la posible resistencia quedaría comprometida. No obstante, resalta que el aparente diseño experimentado en la naturaleza tiene fuerza natural. Aquí Evans se propone mantener la plausibilidad de los argumentos, si se ven como enraizados en signos naturales, porque éstos no tienen su fuerza agotada, puesto que poseen un poder fuera de los argumentos, incluso para aquellos que no los consideran probatorios.  
    
Concepto de signo natural

Es el contenido del capítulo 2. Afirma que algunos signos apuntan a la realidad de Dios y que estos signos naturales están situados en el corazón de los argumentos que tradicionalmente han sido dados para la existencia de Dios [4]. Por tanto, una cosa son los signos y otra los argumentos. Lo que entiende el autor por “signo natural” tiene historia. Tomó el término de Tomás Reid, quien se supone que, a su vez, incorporó el significado de Berkeley, que lo utiliza en “New Theory of Visión” para explicar la percepción de lo distante de la vista. No es extraño, por tanto, que Zubiri haya escrito que “todo modo de aprehensión de lo real, aunque no sea ni visual ni visualizable, es verdadera intelección, y lo aprehendido en ella tiene su propia inteligibilidad” [5]. Ya Berkeley había distinguido, en efecto, entre signo natural y artificial.

Sin embargo, Evans afirma que hay significantes diferencias entre su proyecto y la filosofía de Reid: este hace uso del término aplicado solo al conocimiento perceptual, pero no en filosofía de la religión, donde defiende los argumentos teísticos. Dejemos, pues, a Reid como mero inspirador de Evans, que refiere la percepción a una visión realista directa, mientras que nuestro autor la refiere más bien a la imagen mental de los objetos o cosas.
 
Para Reid las sensaciones no son objetos primarios del conocimiento perceptivo, sino que son previos “signos naturales”, que hacen posible el conocimiento perceptual. Son medios por los que percibimos los objetos reales. Pero tenemos aquí que dejar a nuestro autor con los análisis de Reid. No podemos detenernos. Lo importante para nosotros es saber qué concepto de signo natural va a utilizar para establecer sus argumentos.
 
Según él mismo afirma, lo fundamental aquí es la idea de un signo como algo que trae un objeto a nuestro conocimiento y produce una creencia en la realidad de este objeto. Por tanto, signo natural de Dios vendría a ser un medio mediante el cual una persona llega a saber de Dios, a tener conciencia de Él (becames aware of God). El signo natural teísta une hacia arriba (up-stream) a lo que el signo significa, y hacia abajo (down-stream) a una concepción de lo que es significado como una creencia en la realidad de lo significado. Dicho de otro modo: el signo natural para Dios debe ser algo conectado con Dios y con la humana disposición a concebirlo y creer en su realidad.

Entra así dentro del ámbito epistemológico considerar que una creencia en Dios puede ser “propiamente básica”, correcta, racional, razonable y propia para creer en Dios sin un argumento evidenciante en absoluto, como piensa Alvin Platinga. Pero aquí, según el autor, la evidencia va referida a la proposición, y no se puede prescindir de otras formas de evidencia no proposicional, pues los contenidos subjetivos de experiencias no-conceptuales no tienen carácter proposicional y sirven, no obstante, como evidencias en el sentido de ser premisas en los argumentos. Y esto no impide que algunos filósofos rechacen las evidencias no proposicionales.

Evans estudia minuciosamente toda esta problemática epistemológica, entrando en diálogo con otros estudiosos; pero lo esencial para nosotros es saber hasta que punto los signos naturales que apuntan a Dios constituyen evidencias proposicionales para la realidad de Dios. No queda excluida esta posibilidad. Sin embargo, en la epistemología de Reid, en la que, como vimos, se inspira Evans, los signos naturales hacen posible un conocimiento básico que no es necesariamente producto de una inferencia racional o un argumento, introduciendo así una evidencia no proposicional (que está lloviendo, por ejemplo).

Tampoco deja fuera de su análisis nuestro autor que los seres humanos estamos “programados” para creer en Dios (recuerden la dimensión teologal, en Zubiri), algo que aborda la misma ciencia cognitiva actual, y lo compara un poco con el sensus divinitatis, de Plantinga, ya que si existe un Dios tal y como lo conceptúa el creyente religioso, habrá una tendencia natural a creer en él, y esto no sería nada extraño si fundamos la creencia de Dios en signos naturales. Estos signos naturales, aun sin construir argumentos, habrían sido accesibles ya al hombre primitivo y esto habría ido construyendo una tendencia ancestral hacia lo religioso, como hoy parece haberse constatado en neurología (neuroteología).

Pienso que la extensa exposición de Evans, informando de las cuestiones epistemológicas de los signos naturales es fundamental, aunque no sea suficiente, para valorar el alcance de lo que viene a continuación expuesto por el autor en lo que sigue.

Argumentos cosmológicos: el asombro cósmico

Hace Evans en este lugar un sencillo bosquejo de los argumentos cosmológicos, con el fin de ir aislando y mostrando la plausibilidad del correspondiente signo natural, que “yace” en el núcleo de  los mismos. Recuerda las diversas formas y repara en aquello que tienen en común. Los agrupa en los que corresponden a una particularidad, de la que parten, o al todo.

Aborda a Santo Tomás y a Leibniz, y se detiene en los argumentos causales y de razón, temporales y no temporales; también se ocupa de los inductivos y deductivos. Daré solo una brevísima información general, porque los supongo conocidos de los lectores de esta sección de Tendencias21, y por razones de espacio.

Por supuesto, hace una referencia a las Cinco Vías de Santo Tomás, del que dice que no empieza con la existencia  del universo, sino con afirmaciones tales como las siguientes: “Es cierto, y evidente, para nuestros sentidos, que en el mundo algunas cosas están en movimiento”, “encontramos en la naturaleza cosas que son posibles de ser y no ser”, y hace un análisis de la estructura de sus argumentos.  Explica el principio de razón suficiente de Leibniz, con base en que debe haber una razón suficiente para todo lo que existe, porque todo lo que conocemos en la naturaleza es contingente, y exige una razón que explique su existencia. Aquí Zubiri diría que todo es contingente, menos la existencia de la contingencia que se presenta como necesaria. Mientras los argumentos de Leibniz parten del todo, los de Santo Tomás lo hacen de la parte, resalta Evans.

Los argumentos causales son de “primera causa” (first-cause), que dan razón de Dios como la causa originaria del universo, mientras los de razón (explicación) dan razón de Dios como recurso a una explicación última de los objetos contingentes en el universo considerado un todo. Insiste Evans, afirmando que “nosotros creemos que los eventos tienen causas precisamente porque creemos que ellos tienen explicaciones, y dar la causa de un evento es dar un tipo de explicación que se considera apropiada para los eventos en el mundo natural” [6].

Aborda, en el marco de lo afirmado como temporal o no temporal del universo, tanto su comienzo en el tiempo como su infinita vejez. La causa del comienzo de todo existir es, evidentemente, anterior a éste. El argumento que se funda en este elemental aserto parece que se llama Kalam, cuya denominación procede de los filósofos arábigos. Estos argumentos, según afirma Evans, los temporales y no temporales, tienen diferente fortaleza y debilidad: un argumento temporal requiere una forma débil de una causa principal. William Lane Craig, citado por el autor en este lugar, defiende la aseveración de que el universo tuvo un principio, en  estos dos supuestos:

1º.- Series infinitas actuales, como opuestas a series potencialmente infinitas, es imposible; pero el universo infinitamente viejo necesita la existencia de tales series infinitas.

2º.- Hay fundamentos empíricos, tales como la postulación de un “Big Bang” de la cosmología actual, para creer que el universo tuvo un comienzo.

Sin embargo, en cualquiera de los casos, y cualquiera que sea la vejez del universo, no se puede eludir una explicación, aún en la hipótesis de que siempre haya existido.

Restan los argumentos deductivos y los inductivos, sobre los cuales nos quedamos con las siguientes afirmaciones del autor: en los deductivos, las premisas vinculan a la conclusión, y si ellas son verdaderas también lo es ésta. Pero debe evitarse la equivocación de igualar la noción de argumento deductivo a favor de la existencia de Dios con la noción de prueba, puesto que un argumento no calificado como prueba puede tener aún gran valor epistémico [7]. Y Swinburne rechaza el argumento deductivo porque “parece coherente suponer que existe un universo físico complejo pero no Dios” [8]. ¿Implica esto que pueda ser una deducción no válida ir desde la existencia de tal universo a deducir la existencia de Dios? No parece correcta la implicación, puesto que un universo tan complejo, que ya tenemos, está exigiendo la explicación de su existencia, y ésta podría no necesitar a Dios.

Se pregunta el autor por qué los argumentos son inconcluyentes, universalmente, y se contesta que siempre pueden incluir algún elemento que sea rechazable, y no se trata aquí de que sean más convincentes para unas personas que para otras; es que fallan como pruebas conclusivas. Todos parten de premisas que parecen menos ciertas. Pongamos un ejemplo de Aquino: Que las cosas que se mueven necesitan una causa fuera de ellas mismas, pudiera ser un hecho bruto, y ante esta posibilidad hay que pensar que pudiera ser también hecho bruto que ciertas cosas cambien en el modo que ellas lo hacen.
   
La afirmación de Swinburne de que si el argumento aumenta la probabilidad de que Dios existe, pero sin explicar exactamente cuánto aumenta esa probabilidad, no es fácil determinar que sea más probable la existencia de Dios o su no existencia. Sin embargo, si pensamos que el argumento se apoya en un signo natural, teniendo en cuenta los Principios de Accesibilidad y Resistencia, aludidos más arriba, algo como la conclusión de Swinburne es exactamente lo que se espera en este contexto epistemológico.

Evans, después de todo esto, pasa a exponer algo sumamente interesante; yo diría que es lo fundamental en relación a su tesis. Como dejamos dicho, en el fondo de todos los argumentos, y los cosmológicos no son excepción, subyace una cierta experiencia del mundo o de los objetos en el mundo, en la que son percibidos como misteriosos o enigmáticos (as mysterious  or puzzling), lo que induce a pedir alguna explicación.

Es lo que llama asombro cósmico,  porque la complejidad del universo, y su misterio, la podemos percibir todos los humanos, más o menos, y cuando intentamos explicarlo nos encontramos con un enigma, con un universo sorprendente, y luego nos vamos haciendo con las características de ese universo como fundamento de la percepción, que es inmediata y primaria.

En esta situación, los argumentos cosmológicos vienen a ser intentos reflexivos de escoger (to pick out) esas características, que requieren una explicación. Para Aquino, una de esas características es que los objetos en el universo cambian o están en movimiento (Primera Vía), o son contingentes (Tercera Vía). El planteamiento de que el universo tiene un principio inspira relatos acerca de su origen.

En todo caso, para el autor lo esencial está implícito en ese “asombro cósmico”, porque el mundo es contingente y tiene que haber otra manera de existir, una realidad con un asidero más profundo y firme en la existencia que las cosas de nuestro alrededor. Y esto, en cuanto signo natural, debe conducir a la concepción de la cosa de la que es signo y, consiguientemente, a la creencia en la realidad de esa cosa [9].

Considerado el “asombro cósmico” un signo natural que lleva a Dios, viene a ser como una carta de llamada (calling card), que refleja el trabajo creativo del propio Dios. Y reparemos en que este signo no produce sólo la creencia en Dios, sino que hace esto porque Dios creó un universo contingente y dio a los humanos un  sentido natural para el asombro en su encuentro con ese universo. En cuanto tal signo que lleva a Dios, este asombro puede parecer vago y poco poderoso, y justamente por eso puede ser algo rechazado, también, aplicando el Principio de Fácil Resistibilidad. Filosóficamente, en todo caso, no se debe prescindir de nuestra experiencia del “asombro cósmico” como algo insignificante. Ya Aristóteles nos dejó dicho que la Filosofía empezaba por ahí, por la admiración.

Por supuesto, el autor parte siempre de que los signos naturales teístas no son irresistibles, son sujetos a modificación e, incluso, supresión, a la luz  de otras experiencias y otras creencias; pero si uno acepta la afirmación de que el universo físico tuvo un principio, y hay buenas razones empíricas para pensar esto así, entonces los argumentos temporales, como los de Craig, son interesantes.

Parece que hay filósofos que consideran que la pregunta acerca de “por qué hay algo y no más bien nada” es lo más profundo que puede ser preguntado, que podría ser inspirada por el mismo asombro cósmico, porque éste se ve como ocupando el fondo puro de que algo debe existir. Sin embargo, si esto fuese así, como afirman algunos críticos, cabe pensar que la existencia de Dios no tiene poder para resolver la cuestión, ya que Dios es un ser, es decir, una cosa más que debe ser explicada; pero Evans sale al paso de esta crítica arguyendo que el “ser” de Dios es “necesario”, y por eso su existencia no es sorprendente o misteriosa, del mismo modo que lo es lo finito. Y si Dios fuese esa Realidad Absolutamente Absoluta, de Zubiri, la crítica ya no podría plantearse, o, por lo menos, en estos términos. En definitiva, Dios existe precisamente porque su existencia es necesaria: en términos clásicos, su esencia conlleva su existencia.

Para este profesor el asombro cósmico es lo que motiva los argumentos cosmológicos y es la misma evidencia de que nuestra experiencia del universo natural como contingente, que es lo que conduce a las personas en la dirección de Dios, lleva a la opción teísta. Paul Williams, especializado en la filosofía budista, escribe Evans que, después de 20 años practicando Budismo, convertido al catolicismo, tiene una abertura exploratoria (an exploratory gap), por la que salió al encuentro de la pregunta “por qué hay algo más bien que nada”, y lo que encuentra es la existencia de un ser necesario, y compara la pregunta con lo que el Zen Budista llama kôan.

Omito en este lugar las referencias al teólogo Federico Schleiermachen, a J.C. Smart, que refuta el argumento cosmológico en su obra “Our Place in the Universe” y a Albert Camus.

C. Stephen Evans. Fuente: Universidad de Baylor.
C. Stephen Evans. Fuente: Universidad de Baylor.
Argumentos teleológicos: orden beneficioso

Corresponde al capítulo 4 de la obra que comento, y en él, su autor, aborda lo relativo al signo natural teísta, que, como sabemos, está en el núcleo de los argumentos denominados “teleológicos” o del “diseño”. La información que suministran estos argumentos, en opinión del autor, es más grande que la del asombro cósmico.

La Quinta Vía de Santo Tomás se incluye aquí: vemos cosas que carecen de conocimiento y actúan por un fin, obteniendo así el mejor resultado. Pero lo que carece de conocimiento no puede moverse por sí mismo hacia un fin, al menos que sea dirigido por un ser dotado de conocimiento. Este ser es Dios, que conduce todas las cosas a su fin. Aquino aquí no empieza tampoco por el universo, sino por objetos particulares en el mundo, insiste Evans.

El mundo natural nos ofrece un diseño ordenado, que viene a ser lo que hace posible un buen resultado. Estamos, pues, en presencia de un orden beneficioso. En el libro, este argumento está reducido al siguiente silogismo, para facilitar su análisis epistemológico:

1.-Hay muchos ejemplos de un orden beneficioso en la naturaleza.

2.-El orden beneficioso es el resultado de un diseñador inteligente.

3.-El mundo natural es (al menos parcialmente) el resultado de un  diseñador inteligente. La premisa (2) es atacada, y el autor la sustituyó por ésta:
 
4.- El designio es el resultado de un  propósito inteligente. Pero también se ataca la premisa (1), porque… ¿cómo sabemos que los ejemplos de orden beneficioso, que observamos en la naturaleza, son genuinos ejemplos de diseño?

Sin embargo, la segunda premisa puede ser protegida apelando a la experiencia de entidades análogas que manifiestan un orden beneficioso y que sabemos que es fruto del trabajo de un diseñador, o diseñadores, inteligente. La analogía está trabada entre los objetos de la naturaleza y los artefactos humanos. Es el caso del reloj de Paley.

Nos trae aquí el autor las críticas de Hume y Kant, de las que nos permitimos prescindir de su extensión y, además, porque suelen ser bastante bien conocidas por los teólogos y filósofos. Sin embargo, por el enfoque dirigido a la tesis del autor, marcan un cierto matiz.

Hume afirma algo que es relevante: que la analogía entre el universo y los artefactos es débil, y hace que una inferencia de que la causa del universo es semejante a la causa de los artefactos no es fiable [11]. Pero Evans matiza que este argumento no se apoya en la analogía entre el universo como un todo y los artefactos humanos, sino en la afirmación de que el orden observado en la naturaleza como beneficial es él mismo la inmediata evidencia de un diseño.

De tres opciones que se presentan para el proponente del diseño, la tercera es presentada como más fuerte: aceptar el darwinismo como la mejor explicación científica del desarrollo del orden beneficial, mas arguyendo que esta explicación es aún incompleta, y alegando que Dios escogió el proceso evolutivo para realizar los fines que se propuso, aunque la crítica al argumento contestaría que carecemos de evidencias de que eso fuese así.
 
Trae a la reflexión también Evans el famoso “argumento del ajuste fino” (fine-tuning).  Lo anuncia así: el orden del universo natural – sus leyes – es un hecho bruto, y si estas leyes y las constantes físicas que gobiernan el universo no fuesen así no habría sistemas de vida. He aquí el conocido Principio Antrópico: el universo parece apuntar al desarrollo de los humanos. Así este principio parece compatible con el argumento del diseño. Sin embargo, el no-creyente puede argüir que no estamos en presencia de ninguna sorpresa, pues el universo debe tener las características adecuadas para que nosotros estemos aquí y lo conozcamos.

Se pregunta, implícitamente, Evans si todo esto es suficiente para calmar nuestro sentido del misterio y la sorpresa de que el universo está finamente ajustado para la vida. Y afirma que si se trata de un signo natural teísta, la cosa cambia, porque éste debe ser algo accesible, algo que los humanos han observado a través de las culturas y de los tiempos, no sólo el resultado de un mero descubrimiento científico.

Toma presencia también el problema del mal, en el que el no-creyente puede apoyarse. El autor reconoce que la existencia del mal y del sufrimiento  proporciona evidencia contra la creencia en Dios y puede superar una evidencia positiva obtenida mediante signos naturales. Sin embargo, dice que esta posibilidad por sí misma no muestra que no haya signos naturales que conduzcan a la realidad de Dios [12].

Conviene señalar la importancia de que haya una disposición natural a hacerse consciente de esta realidad y a formar una creencia sobre ella, como funciones esenciales del signo natural teísta, añadiendo que si Dios no existe no puede haber una relación causal entre un Dios que no existe y el sufrimiento, ni tiene ningún sentido pensar y afirmar que  éste produce  no-creencia. 

Después de todos estos razonamientos, y muchos otros que no podemos traer a este trabajo, incluidas, de nuevo aquí, las críticas de Kant y Hume a los argumentos, no al asombro, con el que reconocen bien relacionada la creencia, y que por extenso vienen un poco más adelante, Evans se pregunta por qué tenemos que pensar que el orden beneficioso es, de hecho, un signo natural de Dios, y contesta que “quizá el argumento más fuerte que puede ser dado para esto es simplemente la apelación a la misma experiencia.

No es un accidente que la gente a menudo tenga un encuentro con el mundo natural que sea en algún modo “espiritual” y que estas experiencias del mundo natural frecuentemente parezcan producir, de manera perfectamente espontánea, una creencia de que alguna clase de propósito inteligente se halla más allá de la belleza y el orden que nosotros encontramos en la naturaleza” [13]. Y este orden benéfico tiene todas las características de un signo natural: Es accesible y, a la vez, resistible.

Por esto, no tiene que ser justamente el caso de un creyente religioso, sino también de un no-creyente. Precisamente en la cultura occidental contemporánea estas experiencias suelen tener cierta relevancia, con unas perspectivas penetrantes, aunque muchos intelectuales se libren de esa actitud y resistan, por más que sientan el impulso del signo con cierta evidencia. Trae aquí Evans el testimonio de Lewis Thomas, un distinguido físico que escribe movido por las ciencias y muchas otras cosas, y dice que no puede hacer la paz con la doctrina de la casualidad [14]. No puede este físico dejar de sentir que el mundo natural, lleno de organismos, que parecen perfectamente diseñados y unidos unos con otros en intrincados y maravillosos modos, no es nada accidental. Decir que tal mundo es el resultado de unas casualidades le parece absurdo, y aún no puede considerar de modo serio la clase de mundo religioso visto desde su experiencia.
  
Argumentos morales: sus signos naturales 

Divide Evans los argumentos morales en teóricos y prácticos. Los primeros, los teóricos, empiezan con una clase de hechos reputados, tales como afirmar que los humanos están moralmente obligados a actuar de cierto modo, lo que requiere una explicación que suministra Dios. Los prácticos tienen una estructura lógica diferente, como los de Kant, quien afirma que un agente moral racional apunta al “bien supremo”, un fin que estamos obligados a buscar practicando el deber en cuanto deber.

Los argumentos morales fueron defendidos por pensadores como el cardenal Newman, Hastings  Rashdall, A. E. Taylor, Austin, etc. El autor señala la obra “Mere Christianity”, muy popularizada y distribuida durante la Segunda Guerra Mundial y hace un interesante comentario de la novela de Dostoevsky, “Los Hermanos Karamanzov”. Explicita el argumento moral, dándole forma silogística, así:

1º.- Si hay deberes morales objetivamente obligatorios, entonces Dios existe.
 
2º.- Hay objetivamente deberes morales obligatorios.
 
3º.- (Probablemente) Dios existe.
 
Se pueden discutir las premisas; pero Evans no defiende el argumento moral, sino que, como en otros casos, lo único que pretende es hallar en él un signo natural teísta, que en estos argumentos considera de especial fortaleza. Se plantea si hay objetivamente acciones morales obligatorias, puesto que si no hay deberes morales obligatorios el silogismo falla. Cita a Nieztsche como un ejemplo de los filósofos que rechazan la premisa 2. Insiste en que nuestra experiencia moral nos sugiere que algunos actos están mal y otros realmente bien, y que, aunque esta experiencia está lejos de ser una prueba y que haya deberes objetivos pueda ser objeto de discusión, lo que está  claro es que se trata de una creencia muy razonable.

Los críticos pueden dudar de que esa afirmación de los deberes morales requiera a Dios como su fundamento, y lo pueden hacer de dos maneras: manteniendo que los deberes morales no requieren en absoluto ningún fundamento o aceptando que sí, requieren un fundamento que los explique, sin que sea necesariamente Dios.

Ciertamente los defensores no lo tienen fácil, porque deben empezar por defender que los deberes morales demandan alguna clase de explicación, y  se encuentran también con que las explicaciones no-teístas propuestas son inadecuadas, y, como son innumerables, la tarea es ardua. Analiza las tres posibilidades de explicación natural de los deberes morales: demostrar como los deberes naturales vinculados al ser humano pueden explicarse por la biología y la psicología, por un acuerdo social o contrato entre personas humanas y la estrategia kantiana como una clase de demanda que los humanos, como seres racionales, se hacen a sí mismos.

Por supuesto, no podemos seguir la extensa e interesante exposición. Y tampoco las teorías de la propia (auto)legislación, que, como es sabido, es la perspectiva de Kant, conocida, pero seguramente no tanto por el matiz que reciben en este trabajo de Evans. Cabe recordar la interesante aportación de Christine Korsgaard, quien afirma que nuestra identidad, esencialmente, como seres morales está más allá de nuestras identidades particulares prácticas, y este reconocimiento lo valora nuestro filósofo como un signo natural teísta.

Los argumentos morales no son prueba de la existencia de Dios; pero tienen una fuerza que “yace” en los signos naturales teístas, y se resaltan dos: Nuestra experiencia de nosotros mismos como seres responsables moralmente y nuestra percepción de una dignidad y valor especial de las persona humanas. El primer tipo exige una obligación que, si resulta ser una realidad objetiva, se puede argüir que este signo, como una expresión facial de Reid, es algo percibido como un signo de algo más. En cuanto al segundo tipo, piensa Evans que es plausible considerarlo como una percepción de una característica actual del mundo: seres humanos como poseyendo ciertas cualidades, y, en este sentido, nuestra conciencia de los humanos como portadores de este valor especial es el signo. La extensa dedicación del autor a estos dos signos, lamentablemente tampoco se puede traer aquí, pero sí dejar constancia de su relevante interés. 

Deborah Kelemen. Fuente: Universidad de Boston.
Deborah Kelemen. Fuente: Universidad de Boston.
Conclusiones

He de hacer constar que estas “conclusiones” no son las mías, sino las que Evans trae al capítulo sexto de su obra, y que titula así: Conclusiones: ¿Podemos Confiar en los Signos Naturales de un Dios “Oculto”? Como es evidente, un interesante colofón al que tampoco podré exponer en la extensión que desearía.

Los signos naturales teístas tratados aquí no agotan  ni mucho menos los que pueden descubrirse, incluso por ateos, en ese profundo sentimiento de agradecido reconocimiento por sus vidas, que incluyen amigos, familias, un mundo lleno de bellezas y cosas que inspiran terror. Pero esa gratitud requiere estar dirigida a alguien [15].

El Principio de Amplia Accesibilidad implica que los signos naturales se difundan relativamente a través del presente cultural, con tendencia a formar creencias. El de Fácil Resistibilidad permite que la tendencia pueda ser socavada. Pero la psicóloga Deborah Kelemen sostiene que los mismos niños suelen ser “teístas intuitivos”, con propensión a una “teología promiscua”.

Aborda aquí Evans la polémica entre internalistas y externalistas. Los primeros sostienen que lo que justifica a una persona en una creencia debe ser algo interno a su conciencia, algo a lo que tenga acceso mental y que conlleve una reflexión. Los segundos niegan que la justificación deba responder a algo accesible internamente, a un estado mental, porque lo que justifica una creencia (o lo que le confiere algún valor epistemológico) son los hechos acerca de la relación entre esa persona y el mundo exterior. Una clase de externalismo es el fiabilismo, en el que se sostiene que las creencias están justificadas o adquieren un status epistemológico cuando son producidas por prácticas fiables de formación de creencias.

La pregunta acerca de cómo determinamos que la evidencia para nuestras creencias básicas justificadas es buena evidencia, también la contestan de forma diferente unos y otros. Para los internalistas el foco natural de atención se dirigirá al aspecto del fundamento de la creencia básica a la que el sujeto tiene acceso mental. En cambio, para los externalistas ese foco de atención se dirige a algún hecho acerca de la manera de cómo la creencia fue formada.

Evans, a este respecto de la disputa entre unos y otros, considera que si los signos naturales operan de manera natural, produciendo creencias básicas en Dios, parece correcto pensar que tales creencias merecen confianza, del mismo modo que la puedan merecer las que dimanan de otras facultades naturales. Y desde una perspectiva internalista, la justificación de la creencia de un creyente está comprometida con la evidencia que él pueda tener. Pero desde ambas posturas, el autor defiende que de los signos teístas naturales se puede esperar una justificación débil para esa creencia en Dios.
 
Tal vez sería conveniente traer también aquí los comentarios entorno a J. L. Schellenger, quien piensa que si Dios existe no debería ocultarse y que el problema del mal viene a ser un escollo para la creencia en Él. Pero este libro está más bien enfocado a los signos naturales teístas, y no a los problemas del mal.

Por otra parte, al lado de la evidencia que puede ser desarrollada en los argumentos formales, existe la evidencia adicional de las experiencias de Dios. Hay un sentido legítimo en el que formamos una creencia en Dios –   viene a decirnos Evans – a través de un signo natural teísta, y que puede ser vista como un tipo de experiencia religiosa; pero se diferencia de las más directas clases de experiencias religiosas, en las que las personas sienten a Dios como un  ser presente a ellos: hablándoles, confortándoles, etc.  

Se ocupa también el autor de los impresionantes argumentos que han sido hechos por William Alston, Richard Swinburne, George Mavrodes y otros; pero considera más importante atender el  status epistemológico de la creencia en Dios como output de los signos naturales teístas, habida cuenta de que la amplia mayoría de los que creen en Dios no son “teístas filosóficos”, sino creyentes y participantes en la religión viviente.
Y desde el punto de vista de la religión viviente, la escasa salida de la información de los signos naturales teístas no puede ser un problema, sino algo bien venido. Las mismas limitaciones de la Teología Natural pueden ser un signo que deberíamos buscar como otra fuente del conocimiento acerca de Dios.

Pienso, y esta conclusión es mía, que el contenido de la obra que ofrezco aquí, brevemente, es un coadyuvante opcional, en la incertidumbre metafísica, a favor del teísmo, sin descartar la opción legítima hacia otras posturas. Y creo que subyace a todo esto de los signos naturales ese poder de la realidad zubiriano, que se impone enigmáticamente.

En todo caso, en el contenido del libro se vislumbra  un cierto esfuerzo por sacar provecho de los argumentos tradicionales “forzándolos” a suministrar elementos de juicio que sirvan para configurar otras categorías epistémicos que encajen en las corrientes de la filosofía de la religión del siglo XXI.

Notas y bibliografía:
 
[1]  C. Stepheen Evans, “Natural Sings and Knowledge of God. A New Look at Theistic Arguments”, Ed. Oxford University Press, Oxford 2.012.
[2]  “Another is that this Knowledge will have two characteristics: It will both widely available to humans and yet easy to resist”, p. VIII, en Preface.
[3]  “My task is neither to attack nor to defend the arguments as arguments”, p.26.
[4]  “My thesis is that some natural signs point to God`s reality, and that these signs lie at the core of many of the arguments that have traditionally been given for God`s existence. To develop this thesis let me first try to explain in some detail what I mean by a natural signs”, p. 26.
[5] X. Zubiri: “Inteligencia Sentiente”, Alianza Editorial, Madrid 1.981.
[6] En la obra de Evans se dice: “We relieve that events have causes precisely because we believe they have explanations, and to give the cause of an event is to give a type of explanation”, p. 52.
[7] “In that way an argument that is deductive in forma but falls short of a proof might still lead to an important result: it might show that belief that God exists is justified, or plausible, or more reasonable than its denial”, p.54.
[8] “It seems coherent to suppose that there exists a complex physical universe but no God”, p . 55.
[9] “A natural sign must do things: it must lead to the conception of the thing for which it is sign and it must naturally lead to believe in the reality of that thing”, p. 63.
[10]  “Hume argue that the analogy between the universe and something such as house or watch is faint, and therefore any inference that cause of the universe will as houses and watches will be highly uncertain”, p. 81.
[11] “Darwin made it possible to be an intellectually fulfilled atheist”, p.84.
[12]  “It must be conceded  that in  principle evil and suffering could provide evidence against belief in God that might outweigh any positive evidence provided by natural signs”, p. 94.
[13]  “Perhaps the strongest argument that can be given for this is simply to appeal to the experience itself. It is no accident that people often find an encounter with the natural world to be in some way “spiritual” and that experiences of the natural world frequently  seem to produce, in a perfectly spontaneous way, a belief that some kind or purposive intelligence lies behind the beauty and order we find in nature”, p. 98.
[14] “I cannot make my peace with the randomness doctrine”, p. 99-
[15]  “One is grateful to somebody for something. This kind of gratitude be yet another theistic natural sign”, p. 150.
 


 
Articulo elaborado por Pedro Rubal Pardeiro, doctor en filosofía, profesor de filosofía y colaborador de Tendencias21 de las Religiones.
 
 



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1.Publicado por Joaquín González Álvarez el 22/09/2015 17:42
Felicito al Dr. Rubal por su extraordinaria capacidad expositiva de los resultados de un profundo análisis de la problemática a tratar. Dado que no poseo ni remotamente la citada capacidad de mi amigo Pedro, me limitaré a exponer algunas de mis modestas opiniones. Los signos o símbolos no nos dan una certeza de la realidad sino de lo que nosotros "ponemos"en esa relidad.. Nacemos programados para creer en la existencia de dios o ente equivalente, producto de que naturalmente el hombre primitivo a ese ente atribuyó la causa de los fenómenos naturales que observaba. En definitiva creo que no hay manera de ni de afirmar ni negar la existencia de dios. Cualquier teoríia física o metafísica al respecto carece de valor dterminante pues según el criterio de Karl Popper no es fslsable.

2.Publicado por Alfonso Sáenz Lorenzo el 23/09/2015 19:40
Leyendo la excelente recensión de Pedro Rubal sobre el libro del filósofo americano C. Stephen Evans, que tan adecuada es para tratar en esta sección, y en base al resumen magnífico del mismo en la frase que inserta al principio del post: “Si hay un Dios como el aceptado por los cristianos, judíos y musulmanes, es verosímil un conocimiento natural de Dios, que será accesible a todos los seres humanos y, a la vez, fácil de refutar”, me viene a la memoria la célebre parábola filosófica de “El Jardinero”, de intención agnóstica.
Por si alguien no la conoce la transcribo: “Llegaron dos exploradores a un claro en medio de la selva virgen. Crecían allí muchas flores y también mucha maleza. Uno de los exploradores opinó: “Algún Jardinero debe cuidar esta parcela.» El otro discrepó: «No hay ningún Jardinero.»
Plantaron allí su tienda de campaña y montaron vigilancia. Pasó algún tiempo y no se dejó ver Jardinero alguno. «Acaso es un Jardinero invisible», insistía el primero de los exploradores. Acordándose del relato de Wells sobre El hombre invisible, que podía ser olido y palpado, aunque no visto, cercaron el terreno con alambre electrificado y patrullaron toda la zona con perros policías. Los sabuesos, sin embargo, jamás ladraron o manifestaron husmear alguna pista. Ningún chillido se escuchó de alguien que hubiera recibido una fuerte descarga eléctrica, ni tampoco el alambre mostró el más leve movimiento que delatara haber sido tocado.El explorador que había lanzado la hipótesis sobre algún cuidador del jardín continuaba en sus trece: «Pues sí, hay un Jardinero invisible, intangible, insensible a las descargas de electricidad, un Jardinero que no despide ningún aroma ni hace ruido alguno, pero que viene en secreto a cuidar este jardín de sus amores.».Su compañero, escéptico, impaciente ya por lo que parecía demasiada terquedad, replicó entonces: “Lo que tú llamas un jardinero invisible, intangible, eternamente elusivo, ¿en qué demonios difiere de un jardinero imaginario o incluso de ningún jardinero en absoluto?”
La parábola tiene, como ya he mencionado, intención agnóstica y tiene la virtud de exponer con sencillez y claridad las dos actitudes fundamentales del hombre ante el enigma de la naturaleza y la historia. El primer explorador representa el talante religioso, calificado de terco en la parábola, y el segundo el agnóstico o el ateo que es quien tiene en la parábola la última palabra.
Pero a mi entender la parábola podría haber continuado con la contestación del explorador creyente diciendo: “La diferencia entre el que haya jardinero o sea imaginario o inexistente es que, en el primer caso, el jardín es más seguro, habitable y se puede salir de él, pues el jardinero sigue cuidándolo, desde fuera y en silencio, y, en el segundo, el jardín, además de claustrofóbico y hermético, en cualquier momento puede marchitarse y desaparecer sin nadie seguro que lo cuide. Por eso, ante la duda, sigo creyendo en el jardinero, estoy menos inquieto, vivo mejor y espero poder entrar en un futuro en otro jardín con muchas más flores y sin maleza”. Su terquedad parecería de esta forma justificada.
Pedro Rubal, siguiendo la exposición del libro de Evans, escribe textualmente en el post: “Para los internalistas el foco natural de atención se dirigirá al aspecto del fundamento de la creencia básica a la que el sujeto tiene acceso mental. En cambio, para los externalistas ese foco de atención se dirige a algún hecho acerca de la manera de cómo la creencia fue formada.” En la parábola mencionada, el primer explorador sería internalista y el segundo externalista. En todo caso, está claro que ante la existencia de Dios, las dos posiciones son posibles y legítimas y que es cuestión de diferente sensibilidad personal el optar por una o por otra.
Animo a Pedro Rubal a seguir debatiendo sobre el tema.

3.Publicado por Pedro Rubal el 24/09/2015 11:19
Haciéndome presente con los amigos y compañeros Joaquín y Alfonso, no puedo menos que compartir el contenido de sus respectivos comentarios. Por tanto, directamente el debate queda neutralizado; pero, colateralmente (como los efectos de las medicinas), no deberíamos descartar otro espacio para alternativas más o menos enriquecedoras. Por supuesto, yo, dentro de mis limitaciones, siempre estaría dispuesto a ofrecer mis modestísimas opiniones.
Quiero elogiar, por una parte, la fidelidad que el amigo Joaquín siempre mantiene a su condición, principalmente, de científico, y, por otra parte, la oportunidad pedagógica de Alfonso con la explicación de la parábola de "El Jardinero", que encierra una profundidad ofrecida con sencillez y vale la pena releerla.
Y conste que lo que acabo de decir no responde a ninguna pretensión adulatoria, sino al hecho de que comentan el texto, y no hacen, como yo mismo a veces, que lo utilizo de pretexto, aunque me gusta ir "al grano" y no salirme por la "tangente".
Gracias, amigos.

4.Publicado por clean el 24/09/2015 20:43
Dios nuestro Padre Creador Vervo. Interactua con el hombre con todos los sentidos humanos y los signos universales forma la conciencia, el alma que es la luz y la Fe es
la llave hay que nacer del Amor.El corazón de los padre hacia los hijos.Mal 4:6 nota...?

5.Publicado por Beatriz BASENJI el 24/09/2015 23:10
"Tal vez sería conveniente traer también aquí los comentarios entorno a J. L. Schellenger, quien piensa que si Dios existe no debería ocultarse y que el problema del mal viene a ser un escollo para la creencia en Él." Me gustaría preguntar a J.L. Schellenger: ¿Podría con su moderno celular tomar una instantánea del Universo TODO ?No, verdad ? Ni siquiera es posible desde alguno de nuestros satélites artificiales tomar con una sola exposición la totalidad de los mares de nuestro Planeta. Los panteístas estamos viendo a la Divinidad en cada expresión de la Naturaleza.La Humanidad puede contemplar cada día la Obra de la Creación. Muchos de nosotros cuando oramos, nuestro cuerpo experimenta escalofríos. Y tan solo iniciamos las oraciones!

6.Publicado por Pedro Rubal el 26/09/2015 19:23
No quisera prodigarme aquí porque el post lleve mi firma; pero se me ocurre algo, colateralmente, en relación a la invitación de D. Alfonso de prolongar el debate, y voy a traer aquí lo que se me ha ocurrido, ya que tal vez aparezcan lectores que puedan ayudar a aclararnos. Veamos.
Me pregunto hasta donde la predisposición a utilizar el "principio de amplia accesibilidad" o el de "fácil resistibilidad", o dicho de otra manera, hasta donde la diferencia entre las personas que " ven" en los "signos naturales" un valor epistemológico para inclinarse por el "teísmo", o bien por el "ateismo", PUEDE TENER UNA EXPLICACIÓN EVOLUCIONISTA, A MODO DE UN "COMPROMISO" RESIDUAL MÁS VIGOROSO CON LOS INSTINTOS ORIGINARIOS, PRECEDENTES DE LA CONCIENCIA, LA INTELIGENCIA, LA RAZÓN...
Bastaría pensar que existen personas que, sin saberlo, ponen sus capacidades intelectivas al servicio de ciertas tendencias, y otras, en cambio, más imaginativas, se elevan y despegan en un cierto afán de transcendencia. ¡Pero no quiero que esto se entienda como una descalificación para unos u otros, ya que de esto no se sigue ninguna seguridad epistemológica: sólo se explicaría una cierta predisposición!.
No sé si logré explicarme. En todo caso estoy dispuesto a intentar hacerlo.
Saludos.

7.Publicado por Leandro Sequeiros el 28/09/2015 16:38
Esta semana he estado de viaje y no he podido leer en profundidad en artículo de Pedro Rubal. He estado en la reunión de ASINJA (Asociación Interdisciplinar José de Acosta) donde hemos hablado de Convergencias y Divergencias en períodos críticos de la humanidad, con ocasión de los 60 años de la muerte de Teilhard de Chardin. Pero aporto aquí este texto de Javier Monserrat en su artículo sobre su libro "El gran enigma" en Tendencias21 de hace unas semanas. Dice así: "El gran enigma, el enigma fundamental de la vida de todo hombre, es el enigma de la verdad metafísica última del universo. En último término, es el enigma de si el universo es últimamente Dios o un puro mundo sin Dios. El desconcierto y desorientación, que nace de la discusión social en torno a Lo último, hace que muchos aparquen la cuestión metafísica como algo irresoluble que está más allá de la capacidad de análisis del hombre normal. Aparece una gran indiferencia ante lo metafísico, tanto frente al teísmo como frente al ateísmo.
En mi libro de reciente aparición El gran enigma una guía de información y análisis, para ateos y creyentes, que, a pesar del enigma y la incertidumbre inevitable, pueda ayudar a vivir en autenticidad responsable ante la gran cuestión que se planteará con más y más fuerza a medida que se acerque el final.
La experiencia inmediata de la existencia humana instala a todo hombre en la apetencia de la Vida que une a los instintos animales asentados a la evolución. Frente al deseo de existir y conocer el universo para hallar en él el camino hacia la Vida, el universo en el que el hombre ha emergido y debe vivir su vida no le permite el acceso a conocer su verdad metafísica última.
El hombre queda por ello en una molesta incertidumbre sobre lo que puede esperar últimamente de la vida, porque esto dependería de esa verdad última que no es patente y es desconocida. Desde antiguo, enfrentado al enigma y a la incertidumbre, el hombre trató por su razón y por sus emociones de hacer conjeturas sobre esa enigmática verdad última. Nacieron las religiones y estas se transformaron poco a poco en un dogmatismo religioso que impuso su dominio social.
Sin embargo, en los últimos años se ha producido un cambio crucial en el pensamiento y en la cultura humana, un cambio que lleva consigo la superación del dogmatismo y la vuelta a la experiencia primordial de enigma y de incertidumbre. Este cambio crucial impone hoy, en la modernidad, una nueva manera de entender el teísmo, el ateísmo, así como la unidad y sentido del movimiento religioso universal. A esto nos hemos referido en El gran enigma, y a esto mismo nos referimos ahora en este artículo". Vale la pena leer el libro completo.-.

8.Publicado por clean el 28/09/2015 20:14
EXPLICACIÓN EVOLUCIONISTA, A MODO DE UN "COMPROMISO" RESIDUAL MÁS VIGOROSO CON LOS INSTINTOS ORIGINARIOS, PRECEDENTES DE LA CONCIENCIA, LA INTELIGENCIA, LA RAZÓN...Que nadie se lleve a engaño,Lo que se siembra se recoge.
Ejem. Cataluña.Se nace de nuevo. No os engañeis; Dios no puede ser burlado.(Jer 51:33;Gá 6:7;Nota).Los elegidos y nacidos del Amor desde el principio guiados y instruidos por el Espíritu...?

9.Publicado por Pedro Rubal el 28/09/2015 22:40
Gracias, Leandro!!!. Hace ya algunas semanas que terminé de leerlo. Creo que incluso hice alusión a él en algún comentario. La progresividad con que va ofreciendo los contenidos lo hacen muy asequible, aunque le obliga este recurso pedagógico a una cierta repetición, como es lógico. El libro es excelente y recoge, esencialmente, cuanto ya, más o menos, conocíamos del Dr. Monserrat; pero ahora está sistematizado. Muy importante, en mi opinión, la relación de sus escritos que nos ofrece en internet, en la pág. 439.

10.Publicado por Pedro Rubal el 28/09/2015 22:53
Perdón...!. En mi comentario anterior, donde escribo "asequible" quise decir, "inteligible". Saludos,

11.Publicado por Joaquín González Álvarez el 29/09/2015 18:30
ya lo dijo en el siglo XVIII Tomás de Iriarte en su fábula "La Ardilla y el Caballo", "Tantas idas y venidas, tantas vueltas y revueltas", y la traigo a colación para referirme a tantas vueltas que damos al tema de la existencia de Dios sin aceptar que es imposible llegar a una conclusión que nos diga con certeza cual es la verdad.

12.Publicado por Beatriz BASENJI el 29/09/2015 21:34
" PUEDE TENER UNA EXPLICACIÓN EVOLUCIONISTA, A MODO DE UN "COMPROMISO" RESIDUAL MÁS VIGOROSO CON LOS INSTINTOS ORIGINARIOS, PRECEDENTES DE LA CONCIENCIA, LA INTELIGENCIA, LA RAZÓN..." Voy a tratar de explicar lo que el Sentido me dicta:No podemos considerar minuciosamente el estado actual del Universo o los Multiversos, pero lo que sí podemos comprobar a través de lo que la misma Ciencia nos ha ido mostrando, la Naturaleza toda se encuentra en un plan de Evolución. Nosotros no podemos captar la Mente Divina, pero sí podemos apreciar inmensos aspectos de la Creación, y esta Creación se manifiesta a través de la Naturaleza. Vemos por doquier cómo los animales que son seres puros, no solo se brindan amor entre ellos, sino que nos lo brindan a nosotros los humanos. Y lo mismo sucede con las criaturas vegetales..Tenemos el caso de los delfines, que captan el peligro que algún humano u otro animal puedan atravesar y pareciera que, antes que el hecho ocurra, ya están ellos en el sitio justo para impedirlo. Es decir HAY una Mente que está actuando mas allá de nuestros propios y limitados sentidos .

13.Publicado por Carlos M. Palacios M. el 01/10/2015 23:44
Desde un punto de vista teológico probablemente sea bueno que no existan pruebas científicas de la existencia de Dios. En efecto, si se probase científicamente su existencia, sería probable que descienda el nivel espiritual de muchos seres humanos. Me explico. Tenemos grabada en nuestra mente la noción del bien y del mal, y los creyentes de las religiones monoteístas creemos que por una u otra vía fue puesta ahí por la Divinidad (por creación directa, por un proceso evolutivo del que emergió la consciencia, por mandatos básicos para la relación interpersonal transmitidos por enviados de Dios, etc). Esa es una postura teísta, sin perjuicio, claro está, de que los ateos, los agnósticos, así como quienes adhieren a una religión sin Dios (budistas) también tengan esa noción de bien y del mal grabada en sus mentes.

Ahora volvamos a la pregunta de qué pasaría si fuera posible probar científicamente la existencia de Dios. Creo que cabrían tres posibilidades: la primera, que no pasara absolutamente nada, cosa improbable, dada la inmensidad implicada en la prueba encontrada. La segunda, que ante semejante evidencia, el comportamiento de la gente en sus relaciones interpersonales mejorase ostensiblemente, cosa posible pero no muy probable, dado el comportamiento que han observado los pueblos altamente religiosos en el pasado. La tercera, que la humanidad o parte de ella continuase chapoteando en el fango del subdesarrollo espiritual.

Es a esta tercera y más probable posibilidad a la que me estoy refiriendo, más allá de que algunos, pocos o muchos, reaccionaren conforme a la primera o a la segunda. En efecto, en esta tercera posibilidad la especie humana no solo que seguiría sumida en sus errores, sino que descendería aún más en su nivel espiritual, porque la maldad de los malos sería más abominable, pues ella seguiría existiendo a despecho de haberse comprobado científicamente la existencia de un Ser Supremo que nos ha dado normas de comportamiento; y, a su vez, la bondad y el buen comportamiento de los buenos sería menos meritoria dada la certeza científica de la existencia de una Entidad divina que nos da una guía que nos encamina al bien, despejándonos de toda duda respecto a cuál es el camino a seguir. En otras palabras, el nivel general de espiritualidad de muchos seres humanos descendería con esta tercera posibilidad.

Ahora, permítaseme decir, esta vez desde una posición de intuición y fe, que tal vez el proyecto divino requiera, precisamente, que no haya prueba científica concluyente acerca de la existencia de Dios, a fin de dejar espacio a cierta cuota de merecimiento individual que su proyecto pudiera exigir.

14.Publicado por Pedro Rubal el 02/10/2015 11:10
Vuelvo a entrar aquí para agradecer al Dr. Palacios la explicación de las posibles alternativas en el conocimiento de Dios, que, contextualizadas desde nuestro tiempo, me parecen interesantes, sobre todo para vigorizar la justificación de la conclusión.
Me gustaría conocer su opinión respecto a la explicación de que haya personas bien dispuestads a descubrir en los signos naturales la posible existencia de Dios, mientras otras muestran actitudes más cautelosas, e incluso escépticas. ¿No contamos, acaso, con ciertas estructuras cerebrales "predisposicionales" que desencadenan un cierto empeño cognitivo de los productos de la mente humana (Mundo 3, en Popper) desde el mundo de las experiencias subjetivas (Mundo 2, en Popper), entre los que puede estar la denotación en el concepto de Dios?. ¿Estaría en este lugar la explicación de las actitudes teístas o ateístas, precisamente, ambas, justificadas por la dinámica evolucionista singularizada en las
personas?.
Gracias, Dr. Palacios.

15.Publicado por Carlos M. Palacios M. el 07/10/2015 00:21
Gracias Dr. Rubal por sus comentarios, en particular por lo acertado de la síntesis que consta en su primer párrafo. Voy a tomarme un tiempito (unos dos o tres días) en darle mi opinión sobre el tema solicitado, en razón de que tengo que atender ciertas obligaciones previas.

Cordial saludo

16.Publicado por Carlos M. Palacios M. el 08/10/2015 14:05
Con respecto a las preguntas del Dr. Rubal (comentario Nº 14), no tengo una respuesta concluyente para la primera, y solo una aproximación a la segunda, pero sí consideraciones básicas que creo pertinentes para entender la problemática de ambas.

PRIMERA. Así entiendo la pregunta: ¿Cómo explicar que ante los signos naturales, unos puedan inferir la existencia de Dios, no así otros que solo se quedan en el asombro, la cautela y el escepticismo?

Pienso que el ascenso en el nivel de consciencia y la libertad intrínseca del ser humano son consideraciones básicas que deben tomarse en cuenta en la búsqueda de una explicación a esta dualidad de actitudes. Creo que quienes inferimos la existencia de Dios nos basamos en nuestra experiencia de vida que nos dice que el cosmos, y nosotros mismos como parte de él, es un entramado de causas y efectos, y que por lo tanto es plausible pensar en una Causa primordial. En cambio hay quienes creen que esa inferencia no es necesaria, y por lo tanto la idea de Dios mismo no es necesaria, sin ofrecer argumentos fuertes que lo sustenten, limitándose a decir que por ahora no hay pruebas científicas de su existencia ni de su inexistencia. Dos posturas totalmente incompatibles, y que, sin embargo, se basan en una plataforma común: la consciencia y la libertad. Ahí, en lo más profundo de nuestro yo, están nuestra consciencia y nuestra libertad intrínseca: un territorio en el que nadie puede imponernos su voluntad, lo cual nos empodera para sacar nuestras propias y más íntimas conclusiones a partir de nuestra consciencia y de nuestra personal experiencia de vida.

¿Cuál de las dos posiciones es conforme a verdad? No hay árbitro humano que pueda dirimir. Los unos confiamos en que nuestra inferencia es válida… y los otros también. Pero ni los unos ni los otros tenemos pruebas concluyentes (científicas/empíricas) de nuestros asertos. Por lo tanto, el problema se ubica, más bien, en el ámbito de las creencias.

SEGUNDA. Así entiendo la pregunta: ¿Estarían las actitudes teístas y ateístas justificadas por la dinámica evolutiva singularizada en las personas? (en esta pregunta entiendo “justificadas” como sinónimo de “explicadas”).

Aquí otra vez entran en juego las consideraciones básicas sobre el nivel de consciencia y la libertad. Es claro que la evolución conlleva cierta dinámica en el nivel de consciencia, pero nuevamente es en el fondo de nuestro yo donde finalmente “cuaja” y se traduce en actitudes y acciones, y es también aquí donde nuestra libertad intrínseca hace de las suyas. Lo sabio es ser leales con nuestra consciencia, y hacer uso razonable de nuestra libertad de pensamiento, sin caer en el libertinaje. ¿Pero es que alguien puede definir qué es el uso razonable de nuestra libertad de pensamiento? Nadie fuera de nosotros mismos, y no por falta de buenas guías externas, como la de Jesús de Nazaret, sino por nuestra propia idiosincrasia. Cosa diferente es la libertad de acción, que ha de confrontarse con la disciplina que impone el ordenamiento social.

En resumen, las actitudes teístas, ateístas y agnósticas parecen, en efecto, explicare por la forma en cómo la dinámica evolutiva se singulariza en cada persona. Por supuesto que esto no excluye la influencia del pensamiento colectivo proveniente del entorno, pero finalmente es en el yo donde, luego de un filtrado, es o no acogida. Tampoco excluye el hecho de que tenemos grabada en nuestra consciencia la noción de Dios (sensus divinitatis), pero, otra vez, la consciencia y la libertad personal intrínseca es la que decide si la aceptamos como válida, como lo hacemos los creyentes, o la filtramos y la descartamos como un residuo de nuestro remoto pasado cultural, como hacen los ateístas.

Éstas, estimado Dr. Rubal, son las respuestas que, la complejidad del tema y mis cortas entendederas, me permiten ofrecer a sus difíciles pero inteligentes preguntas.

Saludos

17.Publicado por Pedro Rubal el 09/10/2015 10:29
Dr. Palacios: Me intersaba conocer su opinión al respecto, porque yo tengo escasos conocimientos en Teología y he leído algunos comentarios de usted que me llevan a pensar en sus correctas puntualizaciones. Perdone la molestia. Me gusta dinamizar los comentarios, pues pienso que, incluso, deberían ser más espaciados y objeto de diálogos entre nosotros. Por lo tanto, MUCHAS GRACIAS!!!.
Saludos.

Mi e-mail: pedrorubal@dciioptra.es

18.Publicado por Alfonso Sáenz Lorenzo el 09/10/2015 13:20
Aunque sea muy brevemente, pues el tema da para mucho más, quiero terciar en el dialogo establecido entre Pedro Rubal y Carlos Palacios, sumándome a la última apreciación de Carlos Palacios cuando dice: "Las actitudes teístas, ateístas y agnósticas parecen, en efecto, explicare por la forma en cómo la dinámica evolutiva se singulariza en cada persona. Por supuesto que esto no excluye la influencia del pensamiento colectivo proveniente del entorno, pero finalmente es en el yo donde, luego de un filtrado, es o no acogida". Y en mi opinión ese acogimiento no solo depende, que también, de nuestra consciencia y libertad personal sino de nuestro temperamento. Ha personas que por su forma de ser están más abiertas que otras a trascender el mundo sensible, y si el proceso evolutivo no ha primado unas sobre otras entiendo que se debe a que las dos sensibilidades son adaptativas si se dan en la misma colectividad social. Los dos perfiles son necesarios social y culturalmente. Sin los tendentes a trascender no tendríamos místicos, artistas, poetas, innovadores y aventureros, siempre abriendo caminos, sin los pegados a lo concreto no habría buenos administradores, tecnólogos y científicos, siempre más pegados al mundo empírico y tendríamos el gran peligro de terminar levitando, tanto personal como colectivamente. Los dos temperamentos se complementan y necesitan para el adecuado equilibrio social y cultural, y me atreverá a decir que también familiar, pues es muy frecuente que en el emparejamiento a nivel personal se tienda a compensar las dos polaridades, dando así a la unidad familiar el adecuado equilibrio entre los soñadores y los pragmáticos.
El tema es mucho más complejo pero no me he resistido a hacer mi breve comentario.

19.Publicado por Pedro Rubal el 09/10/2015 22:55
Creo que este diálogo entre todios nosotros es muy provechoso, y, por lo tanto, debemos fomentarlo. La buena disposición tanto de D. Alfonso como de D.Carlos abren, sin duda, espacios en esta temática y hacen mucho más jugosa nuestra intervención. Insisto, no es una cuestión que me incumba, pero creo que sería necesario dejar que los artículos estén más tiempo en primera plana para aprovecharse de ellos sin grandes apuros, aunque tampoco sin demora excesiva.
Si me disculpan, yo quisiera aclarar aquí con D. Carlos que utilicé el término "justificación" porque entendí que "explicar" por qué se opta por una postura u otra, es equivalente a "justificar" la opción, dando razones o "explicaciones" de ello, y me parece pertinente entenderlo así como lo hizo D.Carlos.
Mi e-mail, por si en algún momento es menester hacer uso de él, es el siguiente (veo que el que envié a D. Carlos tiene un error):
pedrorubal@dioptra.es
Cordiales y sendos saludos.
Pedro.

20.Publicado por Carlos M. Palacios M. el 09/10/2015 23:06
Sobre comentario 18.

En efecto, también depende de nuestro temperamento, de nuestro carácter, en suma, de nuestra idiosincrasia.

Saludos.

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