Ccuadro pintado por John Cooke en 1915, conmemorativo al descubrimiento del hombre de Piltdown. Fuente: Wikimedia Commons.
En 1912, hace un siglo, se presentó en la Sociedad Geológica de Londres una comunicación sobre el hallazgo del “eslabón perdido” entre el hombre y los simios. El descubrimiento del llamado Hombre de Piltdown produjo gran estruendo en el mundo científico. Tan importante acontecimiento fue protagonizado por el profesor A. S. Woodward, del Museo Británico, y Charles Dawson, abogado especialista en antigüedades.
Pero, en 1953, se “descubre” el fraude del Eoanthropus, del Hombre de Piltdown. Algunos autores sospechan que el polémico y famoso paleontólogo y poeta místico Pierre Teilhard de Chardin (1882-1955) estuvo involucrado en el fraude, que sabía que era falso pero que colaboró para buscar notoriedad.
Es el caso del paleontólogo Stephen Jay Gould, que acusó a Teilhard de Chardin de ser cómplice – o lo que es peor – inductor del famoso fraude del hombre fósil de Piltdown .
¿Fue esto un ataque contra la religión? ¿Fue una broma pesada del jesuita al ingenuo Dawson? ¿Usó Teilhard el hallazgo de Piltdown para escalar puestos en su ambición científica? ¿Ha sido todo un montaje para desprestigiar el diálogo ciencia-religión? No hay respuestas concluyentes. Ahora, cuando se cumple un siglo de la presentación en la sociedad científica del Hombre de Piltdown, se reabre la polémica. Y la duda flota en el ambiente.
Dawson, Piltdown y sus fósiles humanos
Piltdown es un pueblo de la parroquia de Fletching, en Sussex, al norte de Newhaven, en Inglaterra. En 1908, se estaban realizando allí cerca trabajos de reparación de un camino y los agricultores del lugar sacaban piedras de una pequeña cantera cerca de Piltdown. En aquel entorno, Charles Dawson era un hombre conocido por sus aficiones.
Uno de los obreros encontró un fragmento de hueso que llevó a Charles Dawson (11 Julio de 1864 – 10 Agosto de 1916), que era abogado y en sus ratos libres se dedicaba a sus aficiones preferidas, la Geología, la Arqueología y la Paleontología.
Se trataba de un fragmento de parietal humano, de color ferruginoso oscuro. Más tarde, el propio Dawson recogió en el mismo lugar otro fragmento mayor que el primero, perteneciente a un frontal.
El conjunto hallado lo formaban – según Dawson - varios fósiles de mamíferos extinguidos, herramientas primitivas de piedra y restos de un cráneo con morfología humana, junto a una mandíbula de aspecto simiesco.
Por esto, claramente, era un ser a medio camino entre el simio y el hombre, con una cultura prehumana y cuya edad se dató en unos 500.000 años. A ese eslabón perdido se lo denominó Eoanthropus dawsoni, hombre del alba de Dawson, por ser el abogado quien lo descubrió.
Pero, en 1953, se “descubre” el fraude del Eoanthropus, del Hombre de Piltdown. Algunos autores sospechan que el polémico y famoso paleontólogo y poeta místico Pierre Teilhard de Chardin (1882-1955) estuvo involucrado en el fraude, que sabía que era falso pero que colaboró para buscar notoriedad.
Es el caso del paleontólogo Stephen Jay Gould, que acusó a Teilhard de Chardin de ser cómplice – o lo que es peor – inductor del famoso fraude del hombre fósil de Piltdown .
¿Fue esto un ataque contra la religión? ¿Fue una broma pesada del jesuita al ingenuo Dawson? ¿Usó Teilhard el hallazgo de Piltdown para escalar puestos en su ambición científica? ¿Ha sido todo un montaje para desprestigiar el diálogo ciencia-religión? No hay respuestas concluyentes. Ahora, cuando se cumple un siglo de la presentación en la sociedad científica del Hombre de Piltdown, se reabre la polémica. Y la duda flota en el ambiente.
Dawson, Piltdown y sus fósiles humanos
Piltdown es un pueblo de la parroquia de Fletching, en Sussex, al norte de Newhaven, en Inglaterra. En 1908, se estaban realizando allí cerca trabajos de reparación de un camino y los agricultores del lugar sacaban piedras de una pequeña cantera cerca de Piltdown. En aquel entorno, Charles Dawson era un hombre conocido por sus aficiones.
Uno de los obreros encontró un fragmento de hueso que llevó a Charles Dawson (11 Julio de 1864 – 10 Agosto de 1916), que era abogado y en sus ratos libres se dedicaba a sus aficiones preferidas, la Geología, la Arqueología y la Paleontología.
Se trataba de un fragmento de parietal humano, de color ferruginoso oscuro. Más tarde, el propio Dawson recogió en el mismo lugar otro fragmento mayor que el primero, perteneciente a un frontal.
El conjunto hallado lo formaban – según Dawson - varios fósiles de mamíferos extinguidos, herramientas primitivas de piedra y restos de un cráneo con morfología humana, junto a una mandíbula de aspecto simiesco.
Por esto, claramente, era un ser a medio camino entre el simio y el hombre, con una cultura prehumana y cuya edad se dató en unos 500.000 años. A ese eslabón perdido se lo denominó Eoanthropus dawsoni, hombre del alba de Dawson, por ser el abogado quien lo descubrió.
La historia de un fraude
Para entender bien el alcance del fraude, será necesario recordar algunas fechas que sitúan el estado de la cuestión del descubrimiento de humanos fósiles.
1856 – Se descubre el llamado hombre de Neanderthal en una cantera en Alemania
1856 – Descubrimiento del que fue descrito como Dryopithecus.
1859 – Publicación de Sobre el Origen de las Especies por la Selección Natural, de Charles Robert Darwin (1809-1884)
1869 –Descubrimiento del llamado hombre de Cro-Magnon.
1871 – Publicación de The Descent of Man (El linaje humano), de Charles Robert Darwin.
1890 – Descubrimiento del Hombre de Java.
1903 – Se halla el primer molar del Hombre de Pekín.
1907 – Descubrimiento del Hombre de Heidelberg.
1908 -- Dawson (1908-1911) reconoce los primeros fragmentos de Piltdown.
1909 – Primeros contactos entre Dawson y Teilhard de Chardin.
1912 -- Febrero: Dawson contacta con Woodward para tratar de los primeros fragmentos del cráneo.
1912 -- Junio: Dawson, Woodward y Teilhard forman un equipo de investigadores.
1912 -- Junio: el equipo encuentra un molar de elefante y fragmentos de un cráneo.
1912 -- Junio: se descubren huesos del parietal derecho y huesos de la mandíbula.
1912 --Verano: Barlow, Pycraft, G.E. Smith y Lankester se añaden al equipo.
1912 -- Noviembre: la prensa popular se hace ecos del descubrimiento.
1912 -- Diciembre: presentación oficial del Hombre de Piltdown.
1913 -- Agosto: Teilhard encuentra un diente canino de simio.
1914 – Se encuentran herramientas fabricadas de huesos de elefante.
1914 – Se encuentra el llamado Hombre de Talgai (Australia), considerado como una prueba a favor de Piltdown.
1915 – Dawson (junto con Woodward) encuentran el Hombre de Piltdown II.
1916 – Fallecimiento de Dawson.
1917 -- Woodward anuncia el descubrimiento de Piltdown II.
1921 -- Osborn y Gregory "se convierten" al conocer Piltdown II.
1921 – Se descubre el Hombre de Rodesia.
1923 -- Teilhard llega a China.
1924 -- Dart hace el descubrimiento del primer Australopithecus.
1925 – Edmonds publica que Piltdown tiene un error geológico. El informe es ignorado.
1929 – Se encuentra el primer cráneo del Hombre de Pekín.
1934 – Se descubre el que fue llamado Ramapithecus.
1935 – Se encuentra un grupo de fósiles pertenecientes a 38 individuos de Hombre de Pekin.
1935 – Se descubre el auténtico Hombre de Swanscombe.
1937 -- Marston ataca la estimación de edad dada al Hombre de Piltdown, y cita el informe de Edmonds.
1941 – Los restos del Hombre de Pekín durante una acción militar.
1943 – Por vez primera, se propone estudiar el contenido en Fluorita de los restos de Piltdown.
1948 -- Woodward publica The Earliest Englishman (El primer inglés).
1949 – El contenido de Fluorita establece que el Hombre de Piltdown es relativamente reciente.
1953 -- Weiner, Le Gros Clark, y Oakley demuestran que el Hombre de Piltdown es un fraude.
Para entender bien el alcance del fraude, será necesario recordar algunas fechas que sitúan el estado de la cuestión del descubrimiento de humanos fósiles.
1856 – Se descubre el llamado hombre de Neanderthal en una cantera en Alemania
1856 – Descubrimiento del que fue descrito como Dryopithecus.
1859 – Publicación de Sobre el Origen de las Especies por la Selección Natural, de Charles Robert Darwin (1809-1884)
1869 –Descubrimiento del llamado hombre de Cro-Magnon.
1871 – Publicación de The Descent of Man (El linaje humano), de Charles Robert Darwin.
1890 – Descubrimiento del Hombre de Java.
1903 – Se halla el primer molar del Hombre de Pekín.
1907 – Descubrimiento del Hombre de Heidelberg.
1908 -- Dawson (1908-1911) reconoce los primeros fragmentos de Piltdown.
1909 – Primeros contactos entre Dawson y Teilhard de Chardin.
1912 -- Febrero: Dawson contacta con Woodward para tratar de los primeros fragmentos del cráneo.
1912 -- Junio: Dawson, Woodward y Teilhard forman un equipo de investigadores.
1912 -- Junio: el equipo encuentra un molar de elefante y fragmentos de un cráneo.
1912 -- Junio: se descubren huesos del parietal derecho y huesos de la mandíbula.
1912 --Verano: Barlow, Pycraft, G.E. Smith y Lankester se añaden al equipo.
1912 -- Noviembre: la prensa popular se hace ecos del descubrimiento.
1912 -- Diciembre: presentación oficial del Hombre de Piltdown.
1913 -- Agosto: Teilhard encuentra un diente canino de simio.
1914 – Se encuentran herramientas fabricadas de huesos de elefante.
1914 – Se encuentra el llamado Hombre de Talgai (Australia), considerado como una prueba a favor de Piltdown.
1915 – Dawson (junto con Woodward) encuentran el Hombre de Piltdown II.
1916 – Fallecimiento de Dawson.
1917 -- Woodward anuncia el descubrimiento de Piltdown II.
1921 -- Osborn y Gregory "se convierten" al conocer Piltdown II.
1921 – Se descubre el Hombre de Rodesia.
1923 -- Teilhard llega a China.
1924 -- Dart hace el descubrimiento del primer Australopithecus.
1925 – Edmonds publica que Piltdown tiene un error geológico. El informe es ignorado.
1929 – Se encuentra el primer cráneo del Hombre de Pekín.
1934 – Se descubre el que fue llamado Ramapithecus.
1935 – Se encuentra un grupo de fósiles pertenecientes a 38 individuos de Hombre de Pekin.
1935 – Se descubre el auténtico Hombre de Swanscombe.
1937 -- Marston ataca la estimación de edad dada al Hombre de Piltdown, y cita el informe de Edmonds.
1941 – Los restos del Hombre de Pekín durante una acción militar.
1943 – Por vez primera, se propone estudiar el contenido en Fluorita de los restos de Piltdown.
1948 -- Woodward publica The Earliest Englishman (El primer inglés).
1949 – El contenido de Fluorita establece que el Hombre de Piltdown es relativamente reciente.
1953 -- Weiner, Le Gros Clark, y Oakley demuestran que el Hombre de Piltdown es un fraude.
Un poco de historia
En 1908, se encuentra un primer resto humano enterrado en una cantera en el condado de Sussex, en un lugar llamado Piltdown. Se lo entregan a Charles Dawson, arqueólogo aficionado. El 31 de mayo de 1909, el joven jesuita francés Pierre Teilhard de Chardin (que entonces estudiaba Teología en Ore Place, no muy lejos de allí), conoce a Charles Dawson. Los dos eran aficionados a los fósiles y tras este primer encuentro tuvieron luego contactos esporádicos para buscar fósiles. ¿De qué hablarían los dos aficionados? ¿Qué hipótesis elaboraron de los huesos de Piltdown? No lo sabemos.
Años más tarde, en 1912, Charles Dawson, envió al Museo de Historia Natural de Londres, remitidas a Sir Arthur Smith-Woodward, conservador del Museo de Paleontología del British Museum, una serie de muestras. Entre ellas había fragmentos de robustos huesos craneanos humanos, de color chocolate; también había dientes de hipopótamo y de elefantes fósiles. También se encontraron restos de herramientas de sílex. Según Dawson, habían sido encontrados en 1908 por unos obreros que se dedicaban a extraer grava en una cantera en Barkham Manon, en Piltdown, no lejos de Uckfield en Sussex. Estas gravas se interpretaban geológicamente como depósitos debidos al arrastre del río.
Smith-Woodward le respondió aceptando sumarse a Dawson para iniciar unas excavaciones en dicho lugar a fin de buscar más restos. Pareció que los días finales de mayo y el mes de junio de ese año de 1912 podría ser una buena fecha. El resultado fue el hallazgo de nuevos restos fósiles, entre ellos un fragmento de mandíbula de tipo claramente simiesco y provisto de dos dientes. También había otros fragmentos de cráneo, abundantes dientes y osamentas de mamíferos fósiles, fragmentos de sílex y algunos posibles útiles de hueso. En esos días, Dawson llevó a Smith-Woodward a Ore Place para que conociese a Teilhard y viese sus fósiles.
El 18 de diciembre de 1912, la polémica llega a la Sociedad Geológica de Londres. Los restos son acogidos con reservas cuando no con reticencias. Dawson insiste y lo denomina como Eoanthropus. En un artículo de 1913 cita a Teilhard como el que en junio de 1912 descubrió un diente de elefante y útiles in situ en la capa media del lecho de grava.
Posteriormente, Dawson, Smith-Woodward y Teilhard visitaron varias veces el yacimiento de Piltdown. Parece ser que en agosto de 1913, Teilhard volvió de Francia (donde ya estaba formándose en paleontología humana con Marcellin Boule). Junto con Dawson y Smith-Woodward, Teilhard dice que encontró un canino de tipo simiesco, pero cuyo desgaste recuerda a los dientes humanos y no a los antropoides modernos.
Los datos científicos
El estudio geológico de las graveras de Piltdown demostró que correspondían en su base a lo que los geólogos denominan un horizonte wealdense, base del Cretácico. Sobre este, descansan de rocas ferruginosas, de color parduzco, mezcladas con cuarcita. Se trataba de una formación aluvial formada en la época glaciar de las Islas Británicas. La fauna animal hallada comprendía dientes de mastodontes, elefantes, rinocerontes propios del Plioceno, y dientes de hipopótamos, castores y caballos. Los sílex eran del tipo eolitos y otras piezas no tenían talla alguna o sólo tenían entalladuras por una cara. Dawson las atribuyó al Período Achelense.
Basándose en todos aquellos hallazgos se podía decir que el yacimiento de Piltdown procedía de una época muy antigua del Pleistoceno. Todos los fósiles tenían un color ferruginoso oscuro, detalle del que debemos tomar nota para lo que más adelante veremos.
Las excavaciones continuaron en Piltdown. En 1915 Dawson halló en otra cantera cercana a la primera, más huesos craneales. Así se acallaron todas las dudas. Se había hallado el eslabón perdido, sus descubridores conocieron la celebridad durante muchos años y las excavaciones de Piltdown fueron declaradas monumento nacional en 1950.
Las piezas que permitieron reconstruir el cráneo fueron nueve fragmentos pertenecientes a la región frontal y parietal del lado izquierdo, y un temporal izquierdo casi completo y bien conservado. Al no tener ningún punto de contacto los de uno y otro lado del cráneo, la reconstrucción de la parte media creó problemas. Los huesos no presentaban ninguna huella patológica y la mineralización no los había deformado. Su espesor era notable (10-12 mm parietal y frontal), en lugar de los 5 a 8 mm que tiene el hombre actual.
Las impresiones vasculares meníngeas endocraneales eran muy profundas y los caracteres eran perfectamente humanos. Por lo que quedaba de las arcadas frontales se apreciaba que no estaban más desarrolladas que las del hombre moderno. La cresta temporal era muy saliente, así como la apófisis zigomática, lo que indicaba un fuerte aparato masticador. Las apófisis mastoides eran muy voluminosas Los huesos nasales estaban bien conservados.
La reconstrucción mostró un cráneo mesaticéfalo (índice=78) con la bóveda ligeramente aplanada (los libros de la época lo incluyen entre los braquicéfalos, pero el índice no corresponde a este grupo). El volumen que Smith-Woodward consideró de 1.070 centímetros cúbicos, se rectificó a 1.300 cc, es decir, como el de los bosquimanos, andamanes o australianos.
Pero lo más extraordinario era que la mandíbula hallada era mucho más simiesca que el cráneo. Los molares eran más simiescos que humanos, lo que daba un gran parecido a la mandíbula con la de un chimpancé. El paleontólogo francés Boule lo calificó de "asociación paradójica". Las discusiones sobre "El Hombre de Piltdown continuaron durante muchos años".
La polémica
A partir de 1915, se inician una serie de polémicas sobre la autenticidad y la interpretación del Eoanthropus. Smith-Woodward, defendía que se trataba de un individuo con cráneo humano y mandíbula simiesca; por su parte, Marcellin Boule separaba los dos elementos y afirmaba que se trataba de dos organismos diferentes.
En 1916 interviene en la polémica Sir Arthur Keit, uno de los más afamados anatomistas británicos, conservador del museo del Royal Collage of Súrgenos. Y escribió: “por fin parecía que la célebre criatura perdida, el eslabón que tanto habían buscado los primeros seguidores de Darwin, había sido realmente descubierto” (The antiquity of man). Keit, furibundo nacionalista, defendía que la antigüedad del hombre de Piltdown era de 5 millones de años y que la transición del mono al humano se había realizado en Inglaterra.
Pero en 1916, Charles Dawson fallecía de septicemia llevándose a la tumba el secreto del origen del Eoanthropus. Posteriormente, los descubrimientos de Java, de China y de África del Sur contribuyeron (y no sin motivo) a hacer que el Eoanthropus fuera más inclasificable.
Descubrimiento del fraude
En 1949, el antropólogo Kenneth P. Oakley aplica la prueba del flúor. El cráneo y la mandíbula son modernos. Y denuncia el posible fraude. Años más tarde, en 1953, Weiner, Le Gros Clark y Oakley muestran que es falso.
La mandíbula del Eoanthropus era de un orangután moderno, al que habían limado cuidadosamente los dientes y una tintura había coloreado el hueso. De igual modo, las piezas craneanas eran humanas y antiguas, pero también una mano anónima las había coloreado con óxido de hierro y las había enterrado allí.
No se remontaban más allá del neolítico. Oakley va más lejos y acusa a los descubridores de haber falsificado pruebas con el objeto de engañar a los científicos.
Interviene un dentista
Pero retrocedamos hasta el 29 de junio de 1935. Un un dentista y arqueólogo aficionado de Clapham, llamado Alvan T. Marston (1889-1971), excavando en unas terrazas del valle del Río Támesis de Swanscombe (condado de Kent), halló un occipital humano fósil asociado con una serie de instrumentos líticos de tipo Achelense (Paleolítico inferior).
Era un importante hallazgo paleontológico. Los doctores Keith y Woodward que eran amigos suyos fueron los primeros a quienes mostró aquella importante pieza. El fósil humano hallado por el dentista había vivido en el Pleistoceno medio inferior, entre las épocas interglaciares Mindel-Riss y RissWürm.
La opinión de aquellos investigadores es que se trataba de un Homo sapiens muy parecido al Hombre de Piltdown, aunque un poco más tardío. Woodward se inclinaba a creer que era una forma de Neanderthal y recomendó al dentista que presentase su hallazgo en la British Association de Norwich. Marston, sin embargo, siguió buscando en el mismo yacimiento encontrando un poco más tarde el parietal izquierdo del cráneo de Swanscombe.
Algún autor, como el paleontólogo Oakley, consideraba que Swanscombe era muy anterior a Piltdown y por ello, de alguna forma, su antepasado.
Durante los años 1935-1936, Marston se dedicó a estudiar a fondo cuanto se había escrito sobre el fósil de Piltdown, llevando a cabo repetidas visitas al Museo Británico de Historia Natural, donde estudió los materiales hallados por Dawson y Woordward. Y fue tras estos estudios cuando, en la primavera de 1936, llegó a la conclusión de que el canino de la mandíbula de Piltdown pertenecía a un mono. Se basaba en la forma de la raíz.
Mientras la raíz del canino humano es derecha, la de Piltdown era curva. Estudió también las mandíbulas del Hombre de ChouKouTien, homínido muy primitivo, y pudo ver que todas tenían las raíces rectas. Además la corona del canino de Piltdown estaba desviada, ladeada hacia afuera, hacia la mejilla, como ocurre en los monos antropoides. La abrasión excesiva del diente indicaba una dieta y una función propia de un mono. Marston consideró que se trataba de la mandíbula de un chimpancé. Ya anteriormente, Ales Hrdlicka había pensando que podía tratarse de la mandíbula de un mono driopitecino.
En julio de 1936, Marston publicaba en el British Dental Journal un artículo en el que afirmaba que aquella mandíbula que se había creído humana, no correspondía al Hombre de Piltdown, sino que era de un animal. Más tarde, el 23 de noviembre del mismo año, reiteraba su hipótesis en la Royal Society of Medicine y además publicaba en el Journal of the Royal Anthropological Institute un artículo de 67 páginas donde exponía sus hallazgos del Hombre de Swanscombe y otra vez su opinión de que la mandíbula de Piltdown no era humana sino de un chimpancé, por lo que no podía tratarse del mismo individuo.
Del descubrimiento hecho por Marston, el Dr. Keith tuvo que rectificar muchas cosas, como por ejemplo la reconstrucción que había hecho del cráneo de Piltdown, en la que consideró simétricas ambas mitades. La nueva reconstrucción la hizo considerando asimétricas ambas partes, lo que redujo la capacidad craneal en algo más de 100 cc.
Marston además llamó la atención sobre el color chocolate de la mandíbula de Piltdown, que atribuyó a que había sido tratada con una solución conservadora de bicromato y que el color original de aquel hueso había sido gris.
Como consecuencia de las indagaciones de Marston, el Dr. Oakley tuvo la idea de determinar el nivel de flúor en los huesos de Galley Hill y comparar los resultados, aplicando el método de Carnot, con los de Swanscombe. Los resultados fueron concluyentes. Los de Swanscombe contenían 2.0 por 100 de flúor y eran más antiguos que los de Galley Hill, que sólo contenían 0.2-0.4 por 100. Este resultado demostraba que el esqueleto de Galley Hill no era "indígena", sino un enterramiento intrusivo.
Más tarde, el año 1948, solicitó permiso para hacer la misma prueba con los restos óseos de Piltdown. El resultado fue también concluyente. Piltdown contenía sólo un 0.1-1.5 por 100 de flúor.
Otros autores, como el antropólogo surafricano Weiner y el anatómico británico Le Gros Clark, juntos con Oakley, y basándose en las informaciones de Marston, corroboraron que la mandíbula de Piltdown era un fraude.
El examen microscópico de la dentición de Piltdown reveló la presencia de finas marcas de raspado en los molares y caninos que sugerían la aplicación de un instrumento abrasivo. Más tarde se comprobó este hecho con el electromicroscopio de barrido. Aquella abrasión no correspondía con el movimiento de los dientes durante la masticación.
El grado de abrasión era idéntico en los molares de ambos lados, lo que era prácticamente imposible (el primer molar siempre está más desgastado que el segundo). Las marcas halladas en la superficie de la corona eran completamente artificiales. Además había una notable diferencia entre el contenido de flúor entre el cráneo y la mandíbula. La conclusión fue que la mandíbula era moderna y el cráneo mucho más antiguo.
Al perforar la mandíbula de Piltdown se vio que el color, que se había atribuido a la impregnación por hierro, era superficial y debido al bicromato potásico con que fue tratado artificialmente el hueso. El cráneo no presentaba estas características. La mandíbula era de un orangután y el canino (de otro mono), había sido añadido posteriormente. La aplicación de hierro y cromato había sido deliberadamente hecha para emparejar el color con el del cráneo.
Las conclusiones a las que llegaron Weiner, Oakley y Le Gros Clark fueron que "los distinguidos paleontólogos y arqueólogos que tomaron parte en las excavaciones de Piltdown fueron víctimas de un cuidadoso y bien elaborado fraude... como no tiene paralelo en la historia de los descubrimientos paleontológicos".
Así en 1953 el acertijo quedó en parte resuelto. El escándalo tuvo resonancia mundial. El Times llegó a escribir: "El hombre de Piltdown fue el primer ser humano que usó dientes postizos".
Las primeras sospechas serias sobre el caso surgieron por los problemas de datación en los análisis llevados a cabo en 1935. De estas pruebas se infería que, cada una de las muestras, pertenecía a épocas totalmente diferentes entre sí. Los resultados finales del análisis fueron publicados por el geólogo Kenneth Oakley en 1950.
Ante estos nuevos datos discordantes se realizaron nuevos e inapelables análisis que se publicaron en 1953. La conclusión final no dejaba lugar a dudas, los análisis químicos demostraban, sin posibilidad de error, que todo el asunto del hombre de Piltdown no era más que un monumental engaño. Se logró identificar cada uno de los fragmentos.
Muchos de los fósiles de mamíferos prehistóricos pertenecían a lugares de excavación en el Mediterráneo, desde Malta a Túnez. Los artefactos de piedra eran norteafricanos. Los restos de dientes habían sido limados, los huesos de cráneo eran totalmente humanos y la mandíbula era la de un simio.
Tras más de cuarenta años como joya nacional, el escandaloso hombre de Piltdown era ahora motivo de vergüenza para toda Gran Bretaña. Después de aquello se planteaban muchos interrogantes. ¿Quién fue el culpable, quién fue el autor o quiénes fueron los autores del fraude?
¿De dónde vinieron los huesos que se utilizaron? ¿Por qué fue "fabricado" el fraude? ¿Quién trató los huesos y los depositó en el yacimiento? Y así otras muchas más preguntas.
Las primeras sospechas sobre los autores del fraude
El debate sigue abierto. Muchos siguen pensando que se trató de una verdadera conspiración organizada por algunos científicos, para que fuese aceptada la idea de la evolución humana.
Nadie sabe quién cometió el fraude, y algunos lo atribuyen a los descubridores originales, señalando sobre todo a Dawson, motivado por el hecho de que en las islas británicas no había sido descubierto ningún fósil humano, mientras que en el resto de Europa y fundamentalmente en África sí.
Por mucho tiempo se acusó a Dawson de ser el único culpable en el engaño, pero Gould asegura que su investigación muestra que Teilhard, que acababa de ser ordenado sacerdote y que en ese entonces estaba estudiando paleontología, participó en la “conspiración de Piltdown.” Gould dice que algunos de los huesos que se encontraron en las fosas de Piltdown provenían de países en los cuales Teilhard había recogido especímenes en viajes anteriores. Además, en las cartas que Teilhard envió a uno de los científicos que descubrieron el engaño, Gould afirma que Teilhard mintió para ocultar su participación en el fraude.
Los candidatos a conspiradores
¿Quién o quiénes urdieron toda la trama? En esta tragicomedia de uno de los fraudes más sonados de la historia de la ciencia intervienen muy diversos canditatos a conspirador. Los presentamos por orden alfabético:
Lewis Abbot era un joyero en Hastings. Conocía a Dawson desde el año 1900 a través del museo de Hastings Era una autoridad en flora fósiles del Wealdense, el piso geológico del Cretácico continental y, en general, de la geología del sureste de Inglaterra.
Frank O. Barlow, en esa época pertenecía al personal del British Museum of Natural History. Barlow fue el que prepare los moldes del cráneo de Piltdown.
William Butterfield era conservador del museo de Hastings. Tenía un temperament tranquilo pero tuvo algunos roces con Dawson con ocasión de la propiedad de unos huesos de dinosaurio.
Raymond Dart tenía la cátedra de Anatomía de la Universidad de Witwatersrand, en Sudáfrica. Descubrió el Australopithecus (el niño de Taung) y fue el primer defensor del origen africano de la humanidad.
Charles Dawson era un arqueólogo, geólogo, anticuario y colector de fósiles aficionado y trabajaba para el Museo Británico. Ha sido siempre considerado como el sospechoso principal de este fraude.
Sir Arthur Conan Doyle era vecino de Dawson e interesado por la paleontología. Parece que también participó el esta conspiración de Piltdown y otros lo consideran una víctima. Doyle escribió The Lost World y otros relatos de misterios populares.
F. H. Edmonds era geólogo del Geological Survey de Inglaterra. Sus estudios publicados en 1925 y en 1951 ponían en duda la edad geológica de los yacimientos de Piltdown.
Stephen Jay Gould fue un paleontólogo de la Universidad de Harvard, fallecido en 2002. Gould es el autor de muchos ensayos de divulgación científica y defendió que Teilhard de Chardin conocía el fraude de Piltdown y sugiere que fue, incluso, el organizador.
Venus Hargreaves fue el obrero que ayudaba a Dawson, Woodward y Teilhard de Chardin en las excavaciones de Piltdown.
Martin A. C. Hinton fue miembro del círculo de paleontólogos de Sussex después del fraude y conservador de zoología en el British Museum en el momento del fraude. Era un bromista y le gustaba enterrar objetos en las graveras para engañar a los amigos.
Sir Arthur Keith fue un anatomista y paleontólogo, responsible de la colección de Hunter en Royal College of Surgeons, y president del Anthropological Institute. Mantenía que el primer humano debía haber sido británico.
L Harrison Matthews fue un eminente biólogo ingles que publicó una serie de artículos muy influyentes en la revista New Scientist en 1981, en los que postulaba que fueron Dawson, Hinton y Teilhard los autores del fraude.
Grafton Elliot Smith era miembro de la Royal Society, y en 1909 consiguió la cátedra de anatomía de la Universidad de Manchester. Smith había hecho un studio especial de los humanos fósiles. Fue uno de los asesores de la excavación de Piltdown.
W. J. Sollas era professor de Geología en Oxford. Era excéntrico y amargo enemigo de Woodward y de Keith.
Pierre Teilhard de Chardin era amigo de Dawson. Con posterioridad participó en el descubrimiento de hombre de Pekín. Algunos lo implican directamente en el fraude.
J. S. Weiner fue un eminente paleontólogo. En 1953 mostró que el fossil de Piltdown podia haber sido un fraude. Los científicos J. S. Weiner, Sir Kenneth Oakley y Sir Wilfrid Le Gros Clark mostraron que había sido fraudulento.
Sir Arthur Smith Woodward era el responsible de las colecciones del Departemento de Historia Natural del British Museum y era amigo de Dawson.
En 1908, se encuentra un primer resto humano enterrado en una cantera en el condado de Sussex, en un lugar llamado Piltdown. Se lo entregan a Charles Dawson, arqueólogo aficionado. El 31 de mayo de 1909, el joven jesuita francés Pierre Teilhard de Chardin (que entonces estudiaba Teología en Ore Place, no muy lejos de allí), conoce a Charles Dawson. Los dos eran aficionados a los fósiles y tras este primer encuentro tuvieron luego contactos esporádicos para buscar fósiles. ¿De qué hablarían los dos aficionados? ¿Qué hipótesis elaboraron de los huesos de Piltdown? No lo sabemos.
Años más tarde, en 1912, Charles Dawson, envió al Museo de Historia Natural de Londres, remitidas a Sir Arthur Smith-Woodward, conservador del Museo de Paleontología del British Museum, una serie de muestras. Entre ellas había fragmentos de robustos huesos craneanos humanos, de color chocolate; también había dientes de hipopótamo y de elefantes fósiles. También se encontraron restos de herramientas de sílex. Según Dawson, habían sido encontrados en 1908 por unos obreros que se dedicaban a extraer grava en una cantera en Barkham Manon, en Piltdown, no lejos de Uckfield en Sussex. Estas gravas se interpretaban geológicamente como depósitos debidos al arrastre del río.
Smith-Woodward le respondió aceptando sumarse a Dawson para iniciar unas excavaciones en dicho lugar a fin de buscar más restos. Pareció que los días finales de mayo y el mes de junio de ese año de 1912 podría ser una buena fecha. El resultado fue el hallazgo de nuevos restos fósiles, entre ellos un fragmento de mandíbula de tipo claramente simiesco y provisto de dos dientes. También había otros fragmentos de cráneo, abundantes dientes y osamentas de mamíferos fósiles, fragmentos de sílex y algunos posibles útiles de hueso. En esos días, Dawson llevó a Smith-Woodward a Ore Place para que conociese a Teilhard y viese sus fósiles.
El 18 de diciembre de 1912, la polémica llega a la Sociedad Geológica de Londres. Los restos son acogidos con reservas cuando no con reticencias. Dawson insiste y lo denomina como Eoanthropus. En un artículo de 1913 cita a Teilhard como el que en junio de 1912 descubrió un diente de elefante y útiles in situ en la capa media del lecho de grava.
Posteriormente, Dawson, Smith-Woodward y Teilhard visitaron varias veces el yacimiento de Piltdown. Parece ser que en agosto de 1913, Teilhard volvió de Francia (donde ya estaba formándose en paleontología humana con Marcellin Boule). Junto con Dawson y Smith-Woodward, Teilhard dice que encontró un canino de tipo simiesco, pero cuyo desgaste recuerda a los dientes humanos y no a los antropoides modernos.
Los datos científicos
El estudio geológico de las graveras de Piltdown demostró que correspondían en su base a lo que los geólogos denominan un horizonte wealdense, base del Cretácico. Sobre este, descansan de rocas ferruginosas, de color parduzco, mezcladas con cuarcita. Se trataba de una formación aluvial formada en la época glaciar de las Islas Británicas. La fauna animal hallada comprendía dientes de mastodontes, elefantes, rinocerontes propios del Plioceno, y dientes de hipopótamos, castores y caballos. Los sílex eran del tipo eolitos y otras piezas no tenían talla alguna o sólo tenían entalladuras por una cara. Dawson las atribuyó al Período Achelense.
Basándose en todos aquellos hallazgos se podía decir que el yacimiento de Piltdown procedía de una época muy antigua del Pleistoceno. Todos los fósiles tenían un color ferruginoso oscuro, detalle del que debemos tomar nota para lo que más adelante veremos.
Las excavaciones continuaron en Piltdown. En 1915 Dawson halló en otra cantera cercana a la primera, más huesos craneales. Así se acallaron todas las dudas. Se había hallado el eslabón perdido, sus descubridores conocieron la celebridad durante muchos años y las excavaciones de Piltdown fueron declaradas monumento nacional en 1950.
Las piezas que permitieron reconstruir el cráneo fueron nueve fragmentos pertenecientes a la región frontal y parietal del lado izquierdo, y un temporal izquierdo casi completo y bien conservado. Al no tener ningún punto de contacto los de uno y otro lado del cráneo, la reconstrucción de la parte media creó problemas. Los huesos no presentaban ninguna huella patológica y la mineralización no los había deformado. Su espesor era notable (10-12 mm parietal y frontal), en lugar de los 5 a 8 mm que tiene el hombre actual.
Las impresiones vasculares meníngeas endocraneales eran muy profundas y los caracteres eran perfectamente humanos. Por lo que quedaba de las arcadas frontales se apreciaba que no estaban más desarrolladas que las del hombre moderno. La cresta temporal era muy saliente, así como la apófisis zigomática, lo que indicaba un fuerte aparato masticador. Las apófisis mastoides eran muy voluminosas Los huesos nasales estaban bien conservados.
La reconstrucción mostró un cráneo mesaticéfalo (índice=78) con la bóveda ligeramente aplanada (los libros de la época lo incluyen entre los braquicéfalos, pero el índice no corresponde a este grupo). El volumen que Smith-Woodward consideró de 1.070 centímetros cúbicos, se rectificó a 1.300 cc, es decir, como el de los bosquimanos, andamanes o australianos.
Pero lo más extraordinario era que la mandíbula hallada era mucho más simiesca que el cráneo. Los molares eran más simiescos que humanos, lo que daba un gran parecido a la mandíbula con la de un chimpancé. El paleontólogo francés Boule lo calificó de "asociación paradójica". Las discusiones sobre "El Hombre de Piltdown continuaron durante muchos años".
La polémica
A partir de 1915, se inician una serie de polémicas sobre la autenticidad y la interpretación del Eoanthropus. Smith-Woodward, defendía que se trataba de un individuo con cráneo humano y mandíbula simiesca; por su parte, Marcellin Boule separaba los dos elementos y afirmaba que se trataba de dos organismos diferentes.
En 1916 interviene en la polémica Sir Arthur Keit, uno de los más afamados anatomistas británicos, conservador del museo del Royal Collage of Súrgenos. Y escribió: “por fin parecía que la célebre criatura perdida, el eslabón que tanto habían buscado los primeros seguidores de Darwin, había sido realmente descubierto” (The antiquity of man). Keit, furibundo nacionalista, defendía que la antigüedad del hombre de Piltdown era de 5 millones de años y que la transición del mono al humano se había realizado en Inglaterra.
Pero en 1916, Charles Dawson fallecía de septicemia llevándose a la tumba el secreto del origen del Eoanthropus. Posteriormente, los descubrimientos de Java, de China y de África del Sur contribuyeron (y no sin motivo) a hacer que el Eoanthropus fuera más inclasificable.
Descubrimiento del fraude
En 1949, el antropólogo Kenneth P. Oakley aplica la prueba del flúor. El cráneo y la mandíbula son modernos. Y denuncia el posible fraude. Años más tarde, en 1953, Weiner, Le Gros Clark y Oakley muestran que es falso.
La mandíbula del Eoanthropus era de un orangután moderno, al que habían limado cuidadosamente los dientes y una tintura había coloreado el hueso. De igual modo, las piezas craneanas eran humanas y antiguas, pero también una mano anónima las había coloreado con óxido de hierro y las había enterrado allí.
No se remontaban más allá del neolítico. Oakley va más lejos y acusa a los descubridores de haber falsificado pruebas con el objeto de engañar a los científicos.
Interviene un dentista
Pero retrocedamos hasta el 29 de junio de 1935. Un un dentista y arqueólogo aficionado de Clapham, llamado Alvan T. Marston (1889-1971), excavando en unas terrazas del valle del Río Támesis de Swanscombe (condado de Kent), halló un occipital humano fósil asociado con una serie de instrumentos líticos de tipo Achelense (Paleolítico inferior).
Era un importante hallazgo paleontológico. Los doctores Keith y Woodward que eran amigos suyos fueron los primeros a quienes mostró aquella importante pieza. El fósil humano hallado por el dentista había vivido en el Pleistoceno medio inferior, entre las épocas interglaciares Mindel-Riss y RissWürm.
La opinión de aquellos investigadores es que se trataba de un Homo sapiens muy parecido al Hombre de Piltdown, aunque un poco más tardío. Woodward se inclinaba a creer que era una forma de Neanderthal y recomendó al dentista que presentase su hallazgo en la British Association de Norwich. Marston, sin embargo, siguió buscando en el mismo yacimiento encontrando un poco más tarde el parietal izquierdo del cráneo de Swanscombe.
Algún autor, como el paleontólogo Oakley, consideraba que Swanscombe era muy anterior a Piltdown y por ello, de alguna forma, su antepasado.
Durante los años 1935-1936, Marston se dedicó a estudiar a fondo cuanto se había escrito sobre el fósil de Piltdown, llevando a cabo repetidas visitas al Museo Británico de Historia Natural, donde estudió los materiales hallados por Dawson y Woordward. Y fue tras estos estudios cuando, en la primavera de 1936, llegó a la conclusión de que el canino de la mandíbula de Piltdown pertenecía a un mono. Se basaba en la forma de la raíz.
Mientras la raíz del canino humano es derecha, la de Piltdown era curva. Estudió también las mandíbulas del Hombre de ChouKouTien, homínido muy primitivo, y pudo ver que todas tenían las raíces rectas. Además la corona del canino de Piltdown estaba desviada, ladeada hacia afuera, hacia la mejilla, como ocurre en los monos antropoides. La abrasión excesiva del diente indicaba una dieta y una función propia de un mono. Marston consideró que se trataba de la mandíbula de un chimpancé. Ya anteriormente, Ales Hrdlicka había pensando que podía tratarse de la mandíbula de un mono driopitecino.
En julio de 1936, Marston publicaba en el British Dental Journal un artículo en el que afirmaba que aquella mandíbula que se había creído humana, no correspondía al Hombre de Piltdown, sino que era de un animal. Más tarde, el 23 de noviembre del mismo año, reiteraba su hipótesis en la Royal Society of Medicine y además publicaba en el Journal of the Royal Anthropological Institute un artículo de 67 páginas donde exponía sus hallazgos del Hombre de Swanscombe y otra vez su opinión de que la mandíbula de Piltdown no era humana sino de un chimpancé, por lo que no podía tratarse del mismo individuo.
Del descubrimiento hecho por Marston, el Dr. Keith tuvo que rectificar muchas cosas, como por ejemplo la reconstrucción que había hecho del cráneo de Piltdown, en la que consideró simétricas ambas mitades. La nueva reconstrucción la hizo considerando asimétricas ambas partes, lo que redujo la capacidad craneal en algo más de 100 cc.
Marston además llamó la atención sobre el color chocolate de la mandíbula de Piltdown, que atribuyó a que había sido tratada con una solución conservadora de bicromato y que el color original de aquel hueso había sido gris.
Como consecuencia de las indagaciones de Marston, el Dr. Oakley tuvo la idea de determinar el nivel de flúor en los huesos de Galley Hill y comparar los resultados, aplicando el método de Carnot, con los de Swanscombe. Los resultados fueron concluyentes. Los de Swanscombe contenían 2.0 por 100 de flúor y eran más antiguos que los de Galley Hill, que sólo contenían 0.2-0.4 por 100. Este resultado demostraba que el esqueleto de Galley Hill no era "indígena", sino un enterramiento intrusivo.
Más tarde, el año 1948, solicitó permiso para hacer la misma prueba con los restos óseos de Piltdown. El resultado fue también concluyente. Piltdown contenía sólo un 0.1-1.5 por 100 de flúor.
Otros autores, como el antropólogo surafricano Weiner y el anatómico británico Le Gros Clark, juntos con Oakley, y basándose en las informaciones de Marston, corroboraron que la mandíbula de Piltdown era un fraude.
El examen microscópico de la dentición de Piltdown reveló la presencia de finas marcas de raspado en los molares y caninos que sugerían la aplicación de un instrumento abrasivo. Más tarde se comprobó este hecho con el electromicroscopio de barrido. Aquella abrasión no correspondía con el movimiento de los dientes durante la masticación.
El grado de abrasión era idéntico en los molares de ambos lados, lo que era prácticamente imposible (el primer molar siempre está más desgastado que el segundo). Las marcas halladas en la superficie de la corona eran completamente artificiales. Además había una notable diferencia entre el contenido de flúor entre el cráneo y la mandíbula. La conclusión fue que la mandíbula era moderna y el cráneo mucho más antiguo.
Al perforar la mandíbula de Piltdown se vio que el color, que se había atribuido a la impregnación por hierro, era superficial y debido al bicromato potásico con que fue tratado artificialmente el hueso. El cráneo no presentaba estas características. La mandíbula era de un orangután y el canino (de otro mono), había sido añadido posteriormente. La aplicación de hierro y cromato había sido deliberadamente hecha para emparejar el color con el del cráneo.
Las conclusiones a las que llegaron Weiner, Oakley y Le Gros Clark fueron que "los distinguidos paleontólogos y arqueólogos que tomaron parte en las excavaciones de Piltdown fueron víctimas de un cuidadoso y bien elaborado fraude... como no tiene paralelo en la historia de los descubrimientos paleontológicos".
Así en 1953 el acertijo quedó en parte resuelto. El escándalo tuvo resonancia mundial. El Times llegó a escribir: "El hombre de Piltdown fue el primer ser humano que usó dientes postizos".
Las primeras sospechas serias sobre el caso surgieron por los problemas de datación en los análisis llevados a cabo en 1935. De estas pruebas se infería que, cada una de las muestras, pertenecía a épocas totalmente diferentes entre sí. Los resultados finales del análisis fueron publicados por el geólogo Kenneth Oakley en 1950.
Ante estos nuevos datos discordantes se realizaron nuevos e inapelables análisis que se publicaron en 1953. La conclusión final no dejaba lugar a dudas, los análisis químicos demostraban, sin posibilidad de error, que todo el asunto del hombre de Piltdown no era más que un monumental engaño. Se logró identificar cada uno de los fragmentos.
Muchos de los fósiles de mamíferos prehistóricos pertenecían a lugares de excavación en el Mediterráneo, desde Malta a Túnez. Los artefactos de piedra eran norteafricanos. Los restos de dientes habían sido limados, los huesos de cráneo eran totalmente humanos y la mandíbula era la de un simio.
Tras más de cuarenta años como joya nacional, el escandaloso hombre de Piltdown era ahora motivo de vergüenza para toda Gran Bretaña. Después de aquello se planteaban muchos interrogantes. ¿Quién fue el culpable, quién fue el autor o quiénes fueron los autores del fraude?
¿De dónde vinieron los huesos que se utilizaron? ¿Por qué fue "fabricado" el fraude? ¿Quién trató los huesos y los depositó en el yacimiento? Y así otras muchas más preguntas.
Las primeras sospechas sobre los autores del fraude
El debate sigue abierto. Muchos siguen pensando que se trató de una verdadera conspiración organizada por algunos científicos, para que fuese aceptada la idea de la evolución humana.
Nadie sabe quién cometió el fraude, y algunos lo atribuyen a los descubridores originales, señalando sobre todo a Dawson, motivado por el hecho de que en las islas británicas no había sido descubierto ningún fósil humano, mientras que en el resto de Europa y fundamentalmente en África sí.
Por mucho tiempo se acusó a Dawson de ser el único culpable en el engaño, pero Gould asegura que su investigación muestra que Teilhard, que acababa de ser ordenado sacerdote y que en ese entonces estaba estudiando paleontología, participó en la “conspiración de Piltdown.” Gould dice que algunos de los huesos que se encontraron en las fosas de Piltdown provenían de países en los cuales Teilhard había recogido especímenes en viajes anteriores. Además, en las cartas que Teilhard envió a uno de los científicos que descubrieron el engaño, Gould afirma que Teilhard mintió para ocultar su participación en el fraude.
Los candidatos a conspiradores
¿Quién o quiénes urdieron toda la trama? En esta tragicomedia de uno de los fraudes más sonados de la historia de la ciencia intervienen muy diversos canditatos a conspirador. Los presentamos por orden alfabético:
Lewis Abbot era un joyero en Hastings. Conocía a Dawson desde el año 1900 a través del museo de Hastings Era una autoridad en flora fósiles del Wealdense, el piso geológico del Cretácico continental y, en general, de la geología del sureste de Inglaterra.
Frank O. Barlow, en esa época pertenecía al personal del British Museum of Natural History. Barlow fue el que prepare los moldes del cráneo de Piltdown.
William Butterfield era conservador del museo de Hastings. Tenía un temperament tranquilo pero tuvo algunos roces con Dawson con ocasión de la propiedad de unos huesos de dinosaurio.
Raymond Dart tenía la cátedra de Anatomía de la Universidad de Witwatersrand, en Sudáfrica. Descubrió el Australopithecus (el niño de Taung) y fue el primer defensor del origen africano de la humanidad.
Charles Dawson era un arqueólogo, geólogo, anticuario y colector de fósiles aficionado y trabajaba para el Museo Británico. Ha sido siempre considerado como el sospechoso principal de este fraude.
Sir Arthur Conan Doyle era vecino de Dawson e interesado por la paleontología. Parece que también participó el esta conspiración de Piltdown y otros lo consideran una víctima. Doyle escribió The Lost World y otros relatos de misterios populares.
F. H. Edmonds era geólogo del Geological Survey de Inglaterra. Sus estudios publicados en 1925 y en 1951 ponían en duda la edad geológica de los yacimientos de Piltdown.
Stephen Jay Gould fue un paleontólogo de la Universidad de Harvard, fallecido en 2002. Gould es el autor de muchos ensayos de divulgación científica y defendió que Teilhard de Chardin conocía el fraude de Piltdown y sugiere que fue, incluso, el organizador.
Venus Hargreaves fue el obrero que ayudaba a Dawson, Woodward y Teilhard de Chardin en las excavaciones de Piltdown.
Martin A. C. Hinton fue miembro del círculo de paleontólogos de Sussex después del fraude y conservador de zoología en el British Museum en el momento del fraude. Era un bromista y le gustaba enterrar objetos en las graveras para engañar a los amigos.
Sir Arthur Keith fue un anatomista y paleontólogo, responsible de la colección de Hunter en Royal College of Surgeons, y president del Anthropological Institute. Mantenía que el primer humano debía haber sido británico.
L Harrison Matthews fue un eminente biólogo ingles que publicó una serie de artículos muy influyentes en la revista New Scientist en 1981, en los que postulaba que fueron Dawson, Hinton y Teilhard los autores del fraude.
Grafton Elliot Smith era miembro de la Royal Society, y en 1909 consiguió la cátedra de anatomía de la Universidad de Manchester. Smith había hecho un studio especial de los humanos fósiles. Fue uno de los asesores de la excavación de Piltdown.
W. J. Sollas era professor de Geología en Oxford. Era excéntrico y amargo enemigo de Woodward y de Keith.
Pierre Teilhard de Chardin era amigo de Dawson. Con posterioridad participó en el descubrimiento de hombre de Pekín. Algunos lo implican directamente en el fraude.
J. S. Weiner fue un eminente paleontólogo. En 1953 mostró que el fossil de Piltdown podia haber sido un fraude. Los científicos J. S. Weiner, Sir Kenneth Oakley y Sir Wilfrid Le Gros Clark mostraron que había sido fraudulento.
Sir Arthur Smith Woodward era el responsible de las colecciones del Departemento de Historia Natural del British Museum y era amigo de Dawson.
Pierre Teilhard de Chardin. Fuente: Wikimedia Commons.
Las sospechas y los sospechosos
En el extenso estudio de Robert Parson encontramos datos interesantes. A final de los años setenta del siglo XX, Ian Langham, un historiador de la ciencia australiano, elaboró una reconstrucción plausible del fraude.
Inicialmente, se sintió atraído por la opinión citada de Ronald Millar que señalaba a Elliot Smith. Sin embargo, los argumentos lo fueron inclinando por señalar a Dawson y Keith como los conspiradores, ya que deseaban que la humanidad fuera inglesa.
Langham falleció en 1984 antes de revelar sus fuentes. Pero Frank Spencer, del Departamento de Antropología del Queens College de la Universidad de la Ciudad de New York, retomó la investigación de Langham. Spencer publicó sus conclusiones en Piltdown: A Scientific Forgery.
La piedra angular de los argumentos de Langham-Spencer fue un artículo anónimo que apareció en el British Medical Journal de 21 de diciembre de 1912, tres días antes del anuncio formal del descubrimiento del Hombre de Piltdown ante la Geological Society de Londres. Este artículo parece a primera vista un resumen breve de lo que se iba a presentar unos días más tarde. Pero contiene una información (referente al lugar exacto y a la historia del descubrimiento de Piltdown) que solo conocían Dawson y Keith. Langham demostró que el autor del artículo anónimo era Arthur Keith. En el diario de Keith se dice que el artículo lo escribió tres días antes de la sesión oficial. Keith no era amigo de Woodward, por lo que se infiere que fue Dawson quien le dio la información detallada.
Langham demuestra que Dawson y Keith estuvieron muy en contacto entre 1911 y 1912. Y parece ser que Keith destruyó toda la correspondencia que había tenido con Dawson esos años. Langham propone que Dawson llegó a urdir el fraude entre 1905 y 1910. En la primavera de 1911, Keith contactó con él, y durante el período 1911-12 Keith preparó los ejemplares y los enterró para que luego fueran excavados.
Sin embargo, las investigaciones de Walsh, exculpan a ambos del fraude.
¿Fue Arthur Smith Woodward el falsificador?
A comienzos de siglo XX la paleontología inglesa era poco más que inexistente. En la práctica totalidad de la Europa continental los restos humanos de épocas prehistóricas eran abundantes, repartidos por multitud de yacimientos. Del mismo modo, África y Asia contaban con importantes descubrimientos para la historia de la evolución humana, siendo los continentes favoritos a la hora de elegir el origen primigenio del hombre.
En las Islas Británicas, por el contrario, los yacimientos eran escasos y dudosos y, sin duda, irrelevantes comparados con sus vecinos continentales. Sin embargo, la historia de los orígenes del hombre dio un giro completamente inesperado en diciembre de 1912. Arthur Smith Woodward, encargado del departamento de geología del Museo Británico de Historia Natural, anunció a la Sociedad Geológica de Londres el descubrimiento del “eslabón perdido”, nuestro ancestro primero. Y no habían sido hallados sus restos en la lejana África sino en la campiña inglesa.
En una gravera cercana a Piltdown, Sussex, habían sido desenterrados los huesos del Eoanthropus dawsoni, literalmente “el hombre del amanecer de Dawson”, nada menos que el eslabón perdido entre el hombre y el mono.
Esta es la historia de uno de los mayores fraudes de la historia de la ciencia, superando tanto en fama como en consecuencias y duración, a cualquier otro de los relatados en este blog: el fraude del hombre de Piltdown.
Woodward había recibido, meses atrás, unos huesos que el abogado y coleccionista de antigüedades Charles Dawson había encontrado en una cantera donde algunos obreros extraían grava para hacer una carretera. Al parecer, según contaba Dawson, el primer hueso fue encontrado por un obrero en 1908. Posteriormente, en varias visitas se llegó a encontrar un cráneo y una mandíbula, así como útiles de piedra y huesos de animales que permitían fechar el descubrimiento nada menos que hace medio millón de años.
El cráneo del hombre de Piltdown era claramente humano, aunque algo más grueso que el del hombre moderno. La mandíbula, sin embargo pertenecía sin duda a un simio. El hallazgo resolvía de un plumazo un gran número de cuestiones para las que los paleontólogos buscaban respuesta desde hace tiempo. Establecía claramente una conexión directa entre el ser humano y sus parientes simiescos y situaba geográficamente el inicio de la humanidad en las Islas Británicas, nuestro ancestro no era un salvaje de la remota selva africana sino un gentleman inglés...
Por si esto fuera poco, el hombre de Piltdown resolvía las dudas sobre cuales habría sido el primer “rasgo humano” en evolucionar, ¿el bipedismo?, ¿la gran capacidad craneal?, ¿nuestra mandíbula?... El cráneo encontrado por Dawson dejaba claro que la capacidad craneal humana habría sido un rasgo temprano, presente ya junto a una mandíbula simiesca. Ésta era, oportunamente, la tesis defendida por Woodward.
¿Sabía Woodward que era una burda falsificación? ¿O fue un científico ingenuo que se vio sorprendido y halagado por el descubrimiento?
¿Fue Arthur Conan Doyle el falsificador?
El argumento que inculpa a Conan Doyle del fraude de Piltdown se publicó en un artículo en la revista Science en 1983 y está firmado por el antropólogo John Winslow.
En la primavera de 1996 se public en Pacific Discovery un excelente artículo de Robert Anderson sobre la autoría de Doyle. Este era vecino de Dawson, y también aficionado a recolectar huesos antiguos y participó brevemente en la excavación. Los argumentos principales para inculpar a Doyle son circunstanciales y literarios. En su relato The Lost World describe el fraude con términos velados. Anderson arguye que la localización exacta de los fósiles debe descifrarse como en un puzle.
El defensor más importante de la autoría de Doyle es Richard Milner, un historiador de la ciencia en el Museo Americano de Historia Natural. En un debate en la Sociedad Linneana de Londres en 1997 como parte de la Semana Nacional de la Ciencia, Milner inculpa a Doyle y defiende a Hinton. En su opinión, Doyle era un ferviente espiritista, seguidor de Henry Slade, uno de los físicos favoritos. Esto sugiere que Doyle deseaba desacreditar a la ciencia oficial frente a los científicos alternativos.
Nuevos argumentos contra Conan Doyle
En un extenso artículo de 2009, Mario Méndez Acosta propone que, tal vez, todo fue una broma de Conan Doyle En su opinión, la situación se complica ahora en .for¬ma por demás interesante, ya que otros prestigiados científicos, John Winslow, arqueólogo, investigador y museógrafo, junto con Alfred Meyer, editor de la revista Science 84, órgano de la Asociación Americana, para el Avance de la Ciencia (AAAS), han lanzado una espectacular denuncia que, aunque exime de toda culpa a Dawson y a Teilhard, involucra en el engaño nada ¬menos que a sir Arthur Conan Doyle, notable escritor británico creador de las aventuras del genial detective Sherlock Holmes.
Las evidencias que presentan Winslow y Meyer son, realmente de tipo circunstancial, aunque abundantes. Primeramente, el propio descubridor del fraude, J. S. Weiner, afirma en su libro La falsificación de Piltdown que “después de todo Dawson bien pudo haber sido implicado en una broma -quizá no de su invención-, que fue llevada demasiado lejos”.
Doyle tenía la preparación científica para realizar el engaño: era médico, experto en enfermedades de la, mandíbula -la parte esencial del falso hallazgo era una mandíbula de orangután, con los molares limados de manera que simularan una dentadura humana¬ además, Doyle tenía una especial preparación en las técnicas criminalísticas y poseía gran interés en la geología, la arqueología y las teorías evolucionistas. Le encantaban las tretas y engaños complicados o las bro¬mas pesadas.
Existió un antecedente a la falsificación de Piltdown. En 1825, Charles Waterton, otro naturalista in¬glés, aseguró haber encontrado un hombre mono en América del Sur y presentó una broma taxidérmica, conocida ahora como El Indescriptible. La intención de Waterton era totalmente festiva, y así lo anunció públicamente al poco tiempo. Lo curioso es que Conan ¬Doyle asistió a la misma escuela preparatoria de Waterton, y conoció desde luego este engaño.
Doyle vivía a ocho millas del sitio en la excavación de Piltdown, lo visitaba con frecuencia y, al poco del hallazgo, se ofreció feliz a conducir a Dawson a donde quisiera en su nuevo automóvil. Para tramar la falsificación, Doyle trabó amistad con la frenóloga Jessie Fowler, poseedora de una enorme colección de restos de cráneos de primates de todo el mundo. Fowler acos¬tumbraba vender o regalar algunos de los cráneos a sus amigos.
Junto con el cráneo falso se plantaron en el sitio de la excavación de Piltdown muchos otros fósiles provenientes de lugares muy lejanos. Gran parte de ellos de la zona del Mediterráneo. Sin embargo, Doyle conocía al arqueólogo Joseph Whitaker, poseedor de una gran colección de fósiles de Túnez y de la isla de Malta, incluyendo los restos de un hipopótamo… ¡En Piltdown yacía un diente de hipopótamo, originario de la misma cantera maltesa de los restos propiedad de Whitaker!
En el hallazgo de Piltdown había varias piedras talladas muy antiguas, cuyo origen se ha detectado en una cantera en Gafsa, Túnez. En 1910, Norman Douglas, coleccionista de restos paleolíticos y amigo tam¬bién de Doyle, visitó Gafsa y le llevó a su amigo Ar¬thur un buen cargamento de piezas talladas.
“El Mundo perdido”
En su novela El Mundo Perdido, publicada en 1912, Conan Doyle escribe algunas líneas bastante reveladoras. Uno de sus personajes señala que: “Si uno es listo y sabe su negocio, puede trucar un hueso tanto como una fotografía”. Esta broma seria “uno de los actos más elementales del ser humano”. Doyle ubica la acción en Sudamérica, exactamente donde, supuestamente, se descubrió el falso hombre mono conocido como El Indescriptible. La plataforma en donde se halla el mundo perdido es descrita como “del tamaño del condado de Sussex” y con una geografía similar. Piltdown se encuentra en Sussex, condado sureño de Inglaterra.
Quedan dos preguntas que intentan responder Winslow y Meyer: ¿Por qué se hizo el engaño?, y, ¿por qué Doyle nunca aclaró el asunto? Ya en plena especulación los fiscales de Doyle señalan que el novelista tramó el engaño para demostrar que los científicos y, sobre todo los naturalistas, que tanto habían criticado sus aficiones y creencias espiritistas, eran susceptibles de ser engañados como cualquier hijo de vecino.
A la segunda cuestión (por qué Conan Doyle nunca reveló el fraude), Winslow intenta responder señalando que Doyle dejó entre los supuestos hallazgos suficientes claves que podían fácilmente demostrar que todo era un timo. Ahí estaba, primeramente, un fémur de elefante tallado como un bate de cricket, el cual fue admitido sin chistar como una herramienta paleolítica, sin uso alguno imaginable. También, aunque la quijada de marras fue encontrada en un cierto depósito llamado Piltdown I, un molar y un trozo de la misma mandíbula fueron hallados en Piltdown II, a dos millas del primer depósito, lo que sin duda resultaba tan improbable como para considerarlo en verdad imposible. Los científicos no aprovecharon estas pistas. Doyle ha de haber aullado de risa.
¿Fue Martin Hinton el falsificador?
En el mes de mayo de 1996, la revista Nature presentó una nueva inculpación contra Martin A. C. Hinton, conservador de zoología en el Museo en la época del fraude. Puede que el fraude científico del siglo XX, no haya sido sino una broma que se escapó de las manos de su autor.
Resulta que se halló a mediados de los años setenta, en el desván del Museo de Historia Natural de Londres, un baúl que perteneció a Martin Alister Campbell Hinton (y que llevaba sus iniciales M.A.C.H.), conservador de la sección de zoología en la época en que se produjo el fraude.
En dicho baúl se encontraron huesos tallados y teñidos de la misma forma que los fósiles de Piltdown, lo cual demuestra inequívocamente que el falsificador pudo ser Hinton. Eran huesos de hipopótamos y elefantes prehistóricos, teñidos con manganeso. La misma sustancia que reveló el análisis de Brian Gardiner en 1953 en los huesos, que fue usada para darle un aspecto pardusco a los huesos, a fin de simular una antigüedad pleistocénica. Curiosamente, un artículo perdido de Hinton, trataba sobre el procedimiento de tintura con manganeso.
Antes de morir Martin A. C. Hinton confesó que cometió el fraude porque en esa época las autoridades del museo, Woodward entre ellos, no le daban las oportunidades ni le retribuían su trabajo como lo merecía. Pero a pesar de la confesión de Hinton, que aparece en un libro escrito después de su muerte, el autor pide que, con base a sus aportes a la ciencia, se olviden de su fraude. Por supuesto no menciona nada sobre el daño moral que le causo a Teilhard en vida y que continúa causándole a su memoria.
La pregunta es: ¿Por qué? Resulta que el tal Hinton había tenido una disputa con su jefe, el paleontólogo Arthur Smith Woodward, en 1910 por asuntos de dinero, de manera que es probable que haya cometido el fraude para vengarse y ridiculizar a Smith Woodward. Y de hecho lo logró... en parte.
Woodward proclamó a bombo y platillo la autenticidad del fósil; ya sea porque se ajustaba a las predicciones de la ciencia evolutiva, o por la odiosa cuestión del nacionalismo ("¡Lo de Heidelberg es nada comparado con esto!" exclamaba un entusiasta Dawson), el Eoantropus dawsoni pasó durante mucho tiempo como prueba de la hominización. Aún más, como prueba que la cuna de la humanidad había sido Inglaterra. Sin embargo, no contaba Hinton con que el fraude no sería sino desmentido hasta 1949, y que Woodward moriría en 1916.
Parece pues, haber sido una broma de muy mal gusto, urdida en los albores del siglo XX. De hecho parece tener sentido, porque si analizamos bien lo que pasó luego, no encontramos con que con Dawson nunca se benefició del todo con el hombre de Piltdown: aunque puso su nombre, no se hizo más conocido por eso ni conquistó el renombre que quería en su natal Essex.
Teilhard de Chardin casi ni mencionó al Eoanthropus en su ingente obra, sino que volvió los ojos al Sinanthropus pekinensis (el Homo erectus chino), por su trabajo en el yacimiento de ChouKouTien, junto con Henri Brauil. Conan Doyle por su parte, quedaría eximido por ser las pruebas que se presentan en su contra, muy inconsistentes.
Otro posible escenario es que Dawson hubiera trabajado codo a codo con Hinton, para ayudarle con su propósito. Así, Dawson obtendría el renombre que deseaba, y Hinton podría urdir su broma. Pero ello supondría que habrían arrebatado el molar de elefante a Teilhard, aunque de hecho nunca él echó de menos esa pieza en su colección, que resultó ser de un proboscídeo de Túnez, es decir, antiguo, pero no nativo del lugar.
Hoy en día, las modernas técnicas de análisis impiden que bromas como éstas lleguen muy lejos. El Archaeoraptor y otros casos de cuño reciente, nos muestran que en la paleontología, las mentiras tienen las patas muy cortas.
¿Fue el geólogo W. J. Sollas el falsificador?
En noviembre de 1978, Piltdown aparece otra vez en la prensa porque fue implicado otro científico. Poco antes de fallecer a los 93 años, J. A. Douglas, profesor emérito de geología de Oxford, acusó a su antecesor en el cargo, W. J. Sollas de ser el colaborador de Dawson en la falsificación. La razón podía ser la envidia que tenía a Smith-Woodward y su deseo de hundirlo.
W. J. Sollas fue un profesor de Geología en Oxford y acervo enemigo de Woodward. Fue acusado 1978 por su sucesor en la Cátedra, J. A. Douglas, de haber dejado una cinta magnetofónica en la que se confesaba autor del fraude de Piltdown. De esta manera, intentaba socavar el prestigio de Woodward.
La dificultad fundamental de esta teoría es explicar cómo Sollas pudo falsificar los fósiles y colocarlos en el yacimiento.
¿Fue Pierre Teilhard de Chardin el falsificador?
Teilhard, un joven estudiante de Teología y que luego destacaría en China como paleontólogo participó en las excavaciones por la confianza que le tenían tanto Dawson como Woodward.
Hay quienes piensan, como Pierre Thuillier (Thuillier, P. 1975. Jeux et enjeux de la science. Laffont, París), que todo comenzó como una broma urdida por Teilhard de Chardin. Pero que, debido al estallido de la guerra, a la que fue llamado a alistarse, así como a la muerte súbita de Dawson, el clérigo ya no la pudo detener.
Stephen Jay Gould (Gould, S. J. 1983. Teilhard y Piltdown, en Hen’steeth and horse’s toes. Norton, Nueva York), quien realizó exhaustivas pesquisas, sostiene que no se trató de una simple broma, sino de un montaje que apuntalaba la teoría que Theillard desarrolló sobre la evolución humana desde su óptica religiosa. Sin embargo, tal vez al igual que en una novela de Agatha Christie, los culpables fueron muchos: todos aquellos que, con una creencia profunda en cierta idea de la evolución humana, aceptaron con satisfacción la evidencia que se les presentaba para apoyarla.
Pero ¿quién era el culpable? Pierre Teilhard de Chardin fue eximido y fue considerado como una víctima más del engaño. Nadie sospechaba de Smith-Woodoward, hombre muy recto y que con 80 años y ciego había escrito en 1948 The earliest English. Dawson había fallecido, y sobre él se centraron todas las sospechas.
El prestigioso palentólogo fallecido en 2002, Stephen Jay Gould, sugiere que pudo ser el entonces joven y ambicioso jesuita, Pierre Teilhard de Chardin, quien estuviera involucrado en el fraude. Tal vez por hacer una broma o tal vez por escondida ambición, según Gould, Dawson y Teilhard pudieron urdir la trama. Pero al morir Dawson, Teilhard ya no tuvo fuerza para revelar el engaño.
En un ensayo publicado en The Panda's Thumb, Stephen Jay Gould da argumentos para inculpar a Teilhard de Chardin y a Dawson en el fraude del Hombre de Piltdown. En el capítulo 10, (“Nueva visita a Piltdown”. En: El pulgar del panda. 1983. Hermann Blume editores, Madrid, 113-129), Gould analiza el fraude. Evaluando la participación de los descubridores del cráneo, manifiesta su sospecha sobre la autoría del fraude por parte de Teilhard de Chardin y de la ingenuidad de Smith Woodward. Gould aporta algunas posibles pruebas, que parecen tener un peso escaso. La publicación de este artículo de Gould suscitó duras polémicas en la comunidad científica y paleontólogos de la talla de Pierre P. Grassé y Jean Piveteau salieron en defensa de Teilhard. Los argumentos de Gould son muy débiles. De todas formas, el problema sigue abierto.
Su teoría es que pudo ser una broma de estudiante (de cuando Teilhard de Chardin no era una eminencia, sino que era un joven despreocupado) que luego el autor no supo o no pudo aclarar sin que lo salpicara un escándalo que no deseaba.
También sugiere que Teilhard, recién ordenado sacerdote, tenía ambiciones científicas. Deseaba que sus superiores lo destinasen a estudiar Ciencias Naturales y Paleontología humana en París para ser ilustre profesor en la Universidad. Y este podía ser su ocasión de darse a conocer.
Por otra parte el fraude se prolongó durante mucho tiempo porque los restos originales eran conservados cuidadosamente en el museo y ni siquiera los especialistas podían verlos más que unos segundos, y no debían tocarlos.
Si querían analizarlos, tenían que examinar unas copias de yeso de esos huesos. El deseo de querer descubrir unos restos que confirmaran la teoría de un ancestro intermedio, un eslabón perdido entre el mono y el hombre, llevó a Woodward a cegarse ante los hechos, a no ver el fraude evidente.
No queda claro si Charles Dawson realmente encontró los restos, es decir que le pusieron unos restos falsos en donde buscaba. En ese caso sería tan inocente como Smith Woodward. Pero quizás también pudo ser el autor del fraude. En su libro Stephen Jay Gould da sus razones para dudar de ello.
Sobre la implicación de Teilhard de Chardin en el fraude de Piltdown, toda la culpa por el engaño fue lanzada sobre Dawson, sin embargo, Stephen Jay Gould, concluye que fue Teilhard el principal responsable. Más tarde, su nombre vuelve a estar ligado al del “Hombre de Pekín” cuyos restos “desaparecieron” en 1941, evitándose el amargo trago de la confrontación científica (Cfr. GUY VAN ESBROECK, “Pleine lumiére sur limposture de Piltdown”, “Les Éditions du Cèdre”, París, 1973; M. BOWDEN, “Los Hombres-simios ¿Realidad o ficción?”, Terrassa (Barcelona), Clie, 1984; STEPHEN JAY GOULD, «La Conjura de Piltdown», en “La gallina y sus dientes”, ed. Paz y tierra, São Paulo, 1992).
En defensa de Teilhard
En un documentado estudio, Piltdown: un fraude y una difamación, se aportan más datos. En 1908 Teilhard regresó del Cairo a Inglaterra, esta vez a terminar sus estudios de teología en Ore Place en Hastings. Hasta 1912 vivió la rigurosa disciplina de los escolásticos jesuitas, Sin embargo mantuvo una relación cercana con su familia; la muerte de su hermana mayor, dedicada también a la vida religiosa, ocurrida en 1911 en China, le dejó una profunda huella emocional.
En 1912, le ocurrió otra triste jugada del destino, esta vez en el ámbito de la paleontología. Charles Dawson, un arqueólogo y geólogo amateur, llegó al Museo de Historia Natural de Londres con cierto número de especímenes que entregó a Sir Arthur Smith-Woodward, entre ellos un hueso de cráneo humano, que habían sido encontrados en unos depósitos de grava dejados por un río desaparecido mucho tiempo atrás. Esto en Piltdown, no lejos de Uckfield, en Sussex.
Woodward se interesó y acompaño a Dawson en mayo y junio de ese año a realizar excavaciones en el sitio, lo que aportó un fragmento de mandíbula inferior, en apariencia de un simio, que tenía dos dientes. En agosto de 1913 se encontró un incisivo parecido al anterior pero con características asociadas a los seres humanos. Finalmente en 1915, se reportó que habían sido encontrados los restos de un segundo Hombre de Piltdown o Eoanthropus Dawsoni.
Teilhard de Chardin, aunque no estuvo presente cuando se encontró la famosa quijada trabajó en Piltdown con Dawson y con Smith-Woodward, y los acompañó cuando encontraron uno de los dientes.
Debido a la incoherencia de los restos de Piltdown se desató una gran controversia científica. Por una parte, Smith-Woodward mantenía que la quijada de simio y el cráneo humano, pertenecían a un mismo individuo, y Marcellin Boule insistía que eran partes de dos individuos y que la quijada simiesca era eso, una quijada de simio. En resumen, la clasificación de ese espécimen quedo siendo un problema. Teilhard de Chardin opinaba como Boule, pero en ese tiempo todavía no estaba graduado y su opinión no podía ser tan confiable como la de un eminente científico como Woodward.
Hacia 1950, con técnicas más modernas se resolvió el asunto. La mandíbula del Eoanthropus resulto ser una mandíbula de orangután moderno con el diente arreglado para que pareciera humano y coloreada adecuadamente para dar la apariencia de fósil.
Cuando Sir Kennett Oakley descubrió el fraude, Teilhard escribió:
“Lo felicito sinceramente por la solución al problema de Piltdown. Hablando anatómicamente, el Eoanthropus era una especie de monstruo. Y desde el punto de vista paleontológico era igualmente repulsivo que la aparición de un “hombre primitivo” pudiera haber ocurrido en Inglaterra, por lo tanto estoy fundamentalmente contento con sus conclusiones, a pesar del hecho de que, sentimentalmente hablando, desvalore una de mis primeras y más brillantes memorias paleontológicas”.
Sin embargo Martin A. C. Hinton, entonces un prestigioso científico del Museo de Historia Natural de Londres, declaró que en la época que se descubrió lo que se denominó Eoanthropus, el había visto una bolsa que pertenecía a Teilhard y que contenía un hueso de elefante que estaba coloreado para parecer fósil, así como instrumentos para trabajar huesos.
Esta declaración fue aprovechada por los enemigos de Teilhard (neodarwinistas), para lanzar una campaña de desprestigio contra Teilhard, campaña que hasta la fecha perdura aun cuando el verdadero autor del fraude haya declarado su culpabilidad.
Conclusiones
¿Fue Teilhard inocente o culpable del fraude de Piltdown? No hay argumentos convincentes y, además, tenemos otros sospechosos de más peso. Desde el punto de vista mediático, el artículo inculpatorio de Gould se ha extendido mucho. ¿Se trata de un conflicto ciencia y religión? ¿Fueron los noedarwinistas lo que querían hundir el prestigio de Teilhard? No tenemos hoy argumentos suficientes.
Sospechosos los ha habido, siendo el principal, Charles Dawson, abogado y arqueólogo aficionado, quien le puso su nombre al descubrimiento: Eoantropus dawsoni, y por estar su nombre en una etiqueta de un pedernal de Piltdown, con la siguiente leyenda "Teñida por C. Dawson con la intención de engañar al mundo"; también otro sospechoso es nada menos que Pierre Teilhard de Chardin, el famoso sacerdote jesuita que inició el movimiento conciliador entre la evolución y la Iglesia Católica; se dice que en una bolsa de papel que llevó a la casa de Dawson en una visita días antes del descubrimiento, había un diente de elefante prehistórico, que luego estaría incluido en el yacimiento, para darle visos de credibilidad al "hallazgo". Increíblemente, hasta Sir Arthur Conan Doyle también fue catalogado como sospechoso entre otras cosas, porque se ofreció a llevar a Dawson y compañía en su nuevo automóvil. Y claro, también por su amistad con Jessie Forwes, una frenóloga que solía regalar o vender cráneos de simios de su copiosa colección.
Sin embargo, puede que el fraude científico del siglo XX no haya sido sino una broma que se escapó de las manos de su autor. Resulta que se halló a mediados de los años setenta, en el desván del Museo de Historia Natural de Londres, un baúl que perteneció a Martin Alister Campbell Hinton (y que llevaba sus iniciales M.A.C.H.), conservador de la sección de zoología en la época en que se produjo el fraude.
Si existió algún tipo de polémica religiosa a partir del “descubrimiento” de los falsos fósiles humanos de Piltdown, debió quedar soterrada. Ya Darwin en el siglo XIX había escandalizado lo suficiente y las ciencias antropológicas y la teología no mantenían grandes discusiones.
La mayoría de los implicados en el descubrimiento y estudio inicial de los fósiles habían muerto cuando se descubrió el fraude. Así que fue difícil encontrar quiénes fueron los responsables reales de semejante estafa para todo el mundo de la ciencia.
Dawson, Woodward y Teilhard, además de muchos otros amigos y colaboradores, pasaron a ser los sospechosos principales. Es en Dawson sobre el que recaen la mayoría de las sospechas, sin embargo, el caso no ha sido aclarado nunca. Se han realizado tantas conjeturas que incluso se llegó a culpar a Sir Arthur Conan Doyle, padre literario de Sherlock Holmes, de estar detrás de todo el asunto.
La estafa del hombre de Piltdown ha sido la más importante de las conocidas dentro del mundo de la paleontología. Existen muchas otras, en diferentes partes del planeta, desde pinturas rupestres falsas o huevos de dinosaurio trucados. Todo parece valer a algunos desaprensivos con tal de hacer prevalecer sus pareceres, o para ganar fama, simplemente.
De todas formas, los evolucionistas pueden dormir tranquilos, la mayor parte de los fósiles encontrados hasta la fecha han superado los análisis más rigurosos y corroboran sin ninguna duda la veracidad de la evolución, por mucho que les pese a los creacionistas. Y, en los inicios del siglo XXI, las grandes religiones no presentan trabas a los descubrimientos científicos. Lo que sí parece claro es que los fraudes científicos se descubren al final.
En el extenso estudio de Robert Parson encontramos datos interesantes. A final de los años setenta del siglo XX, Ian Langham, un historiador de la ciencia australiano, elaboró una reconstrucción plausible del fraude.
Inicialmente, se sintió atraído por la opinión citada de Ronald Millar que señalaba a Elliot Smith. Sin embargo, los argumentos lo fueron inclinando por señalar a Dawson y Keith como los conspiradores, ya que deseaban que la humanidad fuera inglesa.
Langham falleció en 1984 antes de revelar sus fuentes. Pero Frank Spencer, del Departamento de Antropología del Queens College de la Universidad de la Ciudad de New York, retomó la investigación de Langham. Spencer publicó sus conclusiones en Piltdown: A Scientific Forgery.
La piedra angular de los argumentos de Langham-Spencer fue un artículo anónimo que apareció en el British Medical Journal de 21 de diciembre de 1912, tres días antes del anuncio formal del descubrimiento del Hombre de Piltdown ante la Geological Society de Londres. Este artículo parece a primera vista un resumen breve de lo que se iba a presentar unos días más tarde. Pero contiene una información (referente al lugar exacto y a la historia del descubrimiento de Piltdown) que solo conocían Dawson y Keith. Langham demostró que el autor del artículo anónimo era Arthur Keith. En el diario de Keith se dice que el artículo lo escribió tres días antes de la sesión oficial. Keith no era amigo de Woodward, por lo que se infiere que fue Dawson quien le dio la información detallada.
Langham demuestra que Dawson y Keith estuvieron muy en contacto entre 1911 y 1912. Y parece ser que Keith destruyó toda la correspondencia que había tenido con Dawson esos años. Langham propone que Dawson llegó a urdir el fraude entre 1905 y 1910. En la primavera de 1911, Keith contactó con él, y durante el período 1911-12 Keith preparó los ejemplares y los enterró para que luego fueran excavados.
Sin embargo, las investigaciones de Walsh, exculpan a ambos del fraude.
¿Fue Arthur Smith Woodward el falsificador?
A comienzos de siglo XX la paleontología inglesa era poco más que inexistente. En la práctica totalidad de la Europa continental los restos humanos de épocas prehistóricas eran abundantes, repartidos por multitud de yacimientos. Del mismo modo, África y Asia contaban con importantes descubrimientos para la historia de la evolución humana, siendo los continentes favoritos a la hora de elegir el origen primigenio del hombre.
En las Islas Británicas, por el contrario, los yacimientos eran escasos y dudosos y, sin duda, irrelevantes comparados con sus vecinos continentales. Sin embargo, la historia de los orígenes del hombre dio un giro completamente inesperado en diciembre de 1912. Arthur Smith Woodward, encargado del departamento de geología del Museo Británico de Historia Natural, anunció a la Sociedad Geológica de Londres el descubrimiento del “eslabón perdido”, nuestro ancestro primero. Y no habían sido hallados sus restos en la lejana África sino en la campiña inglesa.
En una gravera cercana a Piltdown, Sussex, habían sido desenterrados los huesos del Eoanthropus dawsoni, literalmente “el hombre del amanecer de Dawson”, nada menos que el eslabón perdido entre el hombre y el mono.
Esta es la historia de uno de los mayores fraudes de la historia de la ciencia, superando tanto en fama como en consecuencias y duración, a cualquier otro de los relatados en este blog: el fraude del hombre de Piltdown.
Woodward había recibido, meses atrás, unos huesos que el abogado y coleccionista de antigüedades Charles Dawson había encontrado en una cantera donde algunos obreros extraían grava para hacer una carretera. Al parecer, según contaba Dawson, el primer hueso fue encontrado por un obrero en 1908. Posteriormente, en varias visitas se llegó a encontrar un cráneo y una mandíbula, así como útiles de piedra y huesos de animales que permitían fechar el descubrimiento nada menos que hace medio millón de años.
El cráneo del hombre de Piltdown era claramente humano, aunque algo más grueso que el del hombre moderno. La mandíbula, sin embargo pertenecía sin duda a un simio. El hallazgo resolvía de un plumazo un gran número de cuestiones para las que los paleontólogos buscaban respuesta desde hace tiempo. Establecía claramente una conexión directa entre el ser humano y sus parientes simiescos y situaba geográficamente el inicio de la humanidad en las Islas Británicas, nuestro ancestro no era un salvaje de la remota selva africana sino un gentleman inglés...
Por si esto fuera poco, el hombre de Piltdown resolvía las dudas sobre cuales habría sido el primer “rasgo humano” en evolucionar, ¿el bipedismo?, ¿la gran capacidad craneal?, ¿nuestra mandíbula?... El cráneo encontrado por Dawson dejaba claro que la capacidad craneal humana habría sido un rasgo temprano, presente ya junto a una mandíbula simiesca. Ésta era, oportunamente, la tesis defendida por Woodward.
¿Sabía Woodward que era una burda falsificación? ¿O fue un científico ingenuo que se vio sorprendido y halagado por el descubrimiento?
¿Fue Arthur Conan Doyle el falsificador?
El argumento que inculpa a Conan Doyle del fraude de Piltdown se publicó en un artículo en la revista Science en 1983 y está firmado por el antropólogo John Winslow.
En la primavera de 1996 se public en Pacific Discovery un excelente artículo de Robert Anderson sobre la autoría de Doyle. Este era vecino de Dawson, y también aficionado a recolectar huesos antiguos y participó brevemente en la excavación. Los argumentos principales para inculpar a Doyle son circunstanciales y literarios. En su relato The Lost World describe el fraude con términos velados. Anderson arguye que la localización exacta de los fósiles debe descifrarse como en un puzle.
El defensor más importante de la autoría de Doyle es Richard Milner, un historiador de la ciencia en el Museo Americano de Historia Natural. En un debate en la Sociedad Linneana de Londres en 1997 como parte de la Semana Nacional de la Ciencia, Milner inculpa a Doyle y defiende a Hinton. En su opinión, Doyle era un ferviente espiritista, seguidor de Henry Slade, uno de los físicos favoritos. Esto sugiere que Doyle deseaba desacreditar a la ciencia oficial frente a los científicos alternativos.
Nuevos argumentos contra Conan Doyle
En un extenso artículo de 2009, Mario Méndez Acosta propone que, tal vez, todo fue una broma de Conan Doyle En su opinión, la situación se complica ahora en .for¬ma por demás interesante, ya que otros prestigiados científicos, John Winslow, arqueólogo, investigador y museógrafo, junto con Alfred Meyer, editor de la revista Science 84, órgano de la Asociación Americana, para el Avance de la Ciencia (AAAS), han lanzado una espectacular denuncia que, aunque exime de toda culpa a Dawson y a Teilhard, involucra en el engaño nada ¬menos que a sir Arthur Conan Doyle, notable escritor británico creador de las aventuras del genial detective Sherlock Holmes.
Las evidencias que presentan Winslow y Meyer son, realmente de tipo circunstancial, aunque abundantes. Primeramente, el propio descubridor del fraude, J. S. Weiner, afirma en su libro La falsificación de Piltdown que “después de todo Dawson bien pudo haber sido implicado en una broma -quizá no de su invención-, que fue llevada demasiado lejos”.
Doyle tenía la preparación científica para realizar el engaño: era médico, experto en enfermedades de la, mandíbula -la parte esencial del falso hallazgo era una mandíbula de orangután, con los molares limados de manera que simularan una dentadura humana¬ además, Doyle tenía una especial preparación en las técnicas criminalísticas y poseía gran interés en la geología, la arqueología y las teorías evolucionistas. Le encantaban las tretas y engaños complicados o las bro¬mas pesadas.
Existió un antecedente a la falsificación de Piltdown. En 1825, Charles Waterton, otro naturalista in¬glés, aseguró haber encontrado un hombre mono en América del Sur y presentó una broma taxidérmica, conocida ahora como El Indescriptible. La intención de Waterton era totalmente festiva, y así lo anunció públicamente al poco tiempo. Lo curioso es que Conan ¬Doyle asistió a la misma escuela preparatoria de Waterton, y conoció desde luego este engaño.
Doyle vivía a ocho millas del sitio en la excavación de Piltdown, lo visitaba con frecuencia y, al poco del hallazgo, se ofreció feliz a conducir a Dawson a donde quisiera en su nuevo automóvil. Para tramar la falsificación, Doyle trabó amistad con la frenóloga Jessie Fowler, poseedora de una enorme colección de restos de cráneos de primates de todo el mundo. Fowler acos¬tumbraba vender o regalar algunos de los cráneos a sus amigos.
Junto con el cráneo falso se plantaron en el sitio de la excavación de Piltdown muchos otros fósiles provenientes de lugares muy lejanos. Gran parte de ellos de la zona del Mediterráneo. Sin embargo, Doyle conocía al arqueólogo Joseph Whitaker, poseedor de una gran colección de fósiles de Túnez y de la isla de Malta, incluyendo los restos de un hipopótamo… ¡En Piltdown yacía un diente de hipopótamo, originario de la misma cantera maltesa de los restos propiedad de Whitaker!
En el hallazgo de Piltdown había varias piedras talladas muy antiguas, cuyo origen se ha detectado en una cantera en Gafsa, Túnez. En 1910, Norman Douglas, coleccionista de restos paleolíticos y amigo tam¬bién de Doyle, visitó Gafsa y le llevó a su amigo Ar¬thur un buen cargamento de piezas talladas.
“El Mundo perdido”
En su novela El Mundo Perdido, publicada en 1912, Conan Doyle escribe algunas líneas bastante reveladoras. Uno de sus personajes señala que: “Si uno es listo y sabe su negocio, puede trucar un hueso tanto como una fotografía”. Esta broma seria “uno de los actos más elementales del ser humano”. Doyle ubica la acción en Sudamérica, exactamente donde, supuestamente, se descubrió el falso hombre mono conocido como El Indescriptible. La plataforma en donde se halla el mundo perdido es descrita como “del tamaño del condado de Sussex” y con una geografía similar. Piltdown se encuentra en Sussex, condado sureño de Inglaterra.
Quedan dos preguntas que intentan responder Winslow y Meyer: ¿Por qué se hizo el engaño?, y, ¿por qué Doyle nunca aclaró el asunto? Ya en plena especulación los fiscales de Doyle señalan que el novelista tramó el engaño para demostrar que los científicos y, sobre todo los naturalistas, que tanto habían criticado sus aficiones y creencias espiritistas, eran susceptibles de ser engañados como cualquier hijo de vecino.
A la segunda cuestión (por qué Conan Doyle nunca reveló el fraude), Winslow intenta responder señalando que Doyle dejó entre los supuestos hallazgos suficientes claves que podían fácilmente demostrar que todo era un timo. Ahí estaba, primeramente, un fémur de elefante tallado como un bate de cricket, el cual fue admitido sin chistar como una herramienta paleolítica, sin uso alguno imaginable. También, aunque la quijada de marras fue encontrada en un cierto depósito llamado Piltdown I, un molar y un trozo de la misma mandíbula fueron hallados en Piltdown II, a dos millas del primer depósito, lo que sin duda resultaba tan improbable como para considerarlo en verdad imposible. Los científicos no aprovecharon estas pistas. Doyle ha de haber aullado de risa.
¿Fue Martin Hinton el falsificador?
En el mes de mayo de 1996, la revista Nature presentó una nueva inculpación contra Martin A. C. Hinton, conservador de zoología en el Museo en la época del fraude. Puede que el fraude científico del siglo XX, no haya sido sino una broma que se escapó de las manos de su autor.
Resulta que se halló a mediados de los años setenta, en el desván del Museo de Historia Natural de Londres, un baúl que perteneció a Martin Alister Campbell Hinton (y que llevaba sus iniciales M.A.C.H.), conservador de la sección de zoología en la época en que se produjo el fraude.
En dicho baúl se encontraron huesos tallados y teñidos de la misma forma que los fósiles de Piltdown, lo cual demuestra inequívocamente que el falsificador pudo ser Hinton. Eran huesos de hipopótamos y elefantes prehistóricos, teñidos con manganeso. La misma sustancia que reveló el análisis de Brian Gardiner en 1953 en los huesos, que fue usada para darle un aspecto pardusco a los huesos, a fin de simular una antigüedad pleistocénica. Curiosamente, un artículo perdido de Hinton, trataba sobre el procedimiento de tintura con manganeso.
Antes de morir Martin A. C. Hinton confesó que cometió el fraude porque en esa época las autoridades del museo, Woodward entre ellos, no le daban las oportunidades ni le retribuían su trabajo como lo merecía. Pero a pesar de la confesión de Hinton, que aparece en un libro escrito después de su muerte, el autor pide que, con base a sus aportes a la ciencia, se olviden de su fraude. Por supuesto no menciona nada sobre el daño moral que le causo a Teilhard en vida y que continúa causándole a su memoria.
La pregunta es: ¿Por qué? Resulta que el tal Hinton había tenido una disputa con su jefe, el paleontólogo Arthur Smith Woodward, en 1910 por asuntos de dinero, de manera que es probable que haya cometido el fraude para vengarse y ridiculizar a Smith Woodward. Y de hecho lo logró... en parte.
Woodward proclamó a bombo y platillo la autenticidad del fósil; ya sea porque se ajustaba a las predicciones de la ciencia evolutiva, o por la odiosa cuestión del nacionalismo ("¡Lo de Heidelberg es nada comparado con esto!" exclamaba un entusiasta Dawson), el Eoantropus dawsoni pasó durante mucho tiempo como prueba de la hominización. Aún más, como prueba que la cuna de la humanidad había sido Inglaterra. Sin embargo, no contaba Hinton con que el fraude no sería sino desmentido hasta 1949, y que Woodward moriría en 1916.
Parece pues, haber sido una broma de muy mal gusto, urdida en los albores del siglo XX. De hecho parece tener sentido, porque si analizamos bien lo que pasó luego, no encontramos con que con Dawson nunca se benefició del todo con el hombre de Piltdown: aunque puso su nombre, no se hizo más conocido por eso ni conquistó el renombre que quería en su natal Essex.
Teilhard de Chardin casi ni mencionó al Eoanthropus en su ingente obra, sino que volvió los ojos al Sinanthropus pekinensis (el Homo erectus chino), por su trabajo en el yacimiento de ChouKouTien, junto con Henri Brauil. Conan Doyle por su parte, quedaría eximido por ser las pruebas que se presentan en su contra, muy inconsistentes.
Otro posible escenario es que Dawson hubiera trabajado codo a codo con Hinton, para ayudarle con su propósito. Así, Dawson obtendría el renombre que deseaba, y Hinton podría urdir su broma. Pero ello supondría que habrían arrebatado el molar de elefante a Teilhard, aunque de hecho nunca él echó de menos esa pieza en su colección, que resultó ser de un proboscídeo de Túnez, es decir, antiguo, pero no nativo del lugar.
Hoy en día, las modernas técnicas de análisis impiden que bromas como éstas lleguen muy lejos. El Archaeoraptor y otros casos de cuño reciente, nos muestran que en la paleontología, las mentiras tienen las patas muy cortas.
¿Fue el geólogo W. J. Sollas el falsificador?
En noviembre de 1978, Piltdown aparece otra vez en la prensa porque fue implicado otro científico. Poco antes de fallecer a los 93 años, J. A. Douglas, profesor emérito de geología de Oxford, acusó a su antecesor en el cargo, W. J. Sollas de ser el colaborador de Dawson en la falsificación. La razón podía ser la envidia que tenía a Smith-Woodward y su deseo de hundirlo.
W. J. Sollas fue un profesor de Geología en Oxford y acervo enemigo de Woodward. Fue acusado 1978 por su sucesor en la Cátedra, J. A. Douglas, de haber dejado una cinta magnetofónica en la que se confesaba autor del fraude de Piltdown. De esta manera, intentaba socavar el prestigio de Woodward.
La dificultad fundamental de esta teoría es explicar cómo Sollas pudo falsificar los fósiles y colocarlos en el yacimiento.
¿Fue Pierre Teilhard de Chardin el falsificador?
Teilhard, un joven estudiante de Teología y que luego destacaría en China como paleontólogo participó en las excavaciones por la confianza que le tenían tanto Dawson como Woodward.
Hay quienes piensan, como Pierre Thuillier (Thuillier, P. 1975. Jeux et enjeux de la science. Laffont, París), que todo comenzó como una broma urdida por Teilhard de Chardin. Pero que, debido al estallido de la guerra, a la que fue llamado a alistarse, así como a la muerte súbita de Dawson, el clérigo ya no la pudo detener.
Stephen Jay Gould (Gould, S. J. 1983. Teilhard y Piltdown, en Hen’steeth and horse’s toes. Norton, Nueva York), quien realizó exhaustivas pesquisas, sostiene que no se trató de una simple broma, sino de un montaje que apuntalaba la teoría que Theillard desarrolló sobre la evolución humana desde su óptica religiosa. Sin embargo, tal vez al igual que en una novela de Agatha Christie, los culpables fueron muchos: todos aquellos que, con una creencia profunda en cierta idea de la evolución humana, aceptaron con satisfacción la evidencia que se les presentaba para apoyarla.
Pero ¿quién era el culpable? Pierre Teilhard de Chardin fue eximido y fue considerado como una víctima más del engaño. Nadie sospechaba de Smith-Woodoward, hombre muy recto y que con 80 años y ciego había escrito en 1948 The earliest English. Dawson había fallecido, y sobre él se centraron todas las sospechas.
El prestigioso palentólogo fallecido en 2002, Stephen Jay Gould, sugiere que pudo ser el entonces joven y ambicioso jesuita, Pierre Teilhard de Chardin, quien estuviera involucrado en el fraude. Tal vez por hacer una broma o tal vez por escondida ambición, según Gould, Dawson y Teilhard pudieron urdir la trama. Pero al morir Dawson, Teilhard ya no tuvo fuerza para revelar el engaño.
En un ensayo publicado en The Panda's Thumb, Stephen Jay Gould da argumentos para inculpar a Teilhard de Chardin y a Dawson en el fraude del Hombre de Piltdown. En el capítulo 10, (“Nueva visita a Piltdown”. En: El pulgar del panda. 1983. Hermann Blume editores, Madrid, 113-129), Gould analiza el fraude. Evaluando la participación de los descubridores del cráneo, manifiesta su sospecha sobre la autoría del fraude por parte de Teilhard de Chardin y de la ingenuidad de Smith Woodward. Gould aporta algunas posibles pruebas, que parecen tener un peso escaso. La publicación de este artículo de Gould suscitó duras polémicas en la comunidad científica y paleontólogos de la talla de Pierre P. Grassé y Jean Piveteau salieron en defensa de Teilhard. Los argumentos de Gould son muy débiles. De todas formas, el problema sigue abierto.
Su teoría es que pudo ser una broma de estudiante (de cuando Teilhard de Chardin no era una eminencia, sino que era un joven despreocupado) que luego el autor no supo o no pudo aclarar sin que lo salpicara un escándalo que no deseaba.
También sugiere que Teilhard, recién ordenado sacerdote, tenía ambiciones científicas. Deseaba que sus superiores lo destinasen a estudiar Ciencias Naturales y Paleontología humana en París para ser ilustre profesor en la Universidad. Y este podía ser su ocasión de darse a conocer.
Por otra parte el fraude se prolongó durante mucho tiempo porque los restos originales eran conservados cuidadosamente en el museo y ni siquiera los especialistas podían verlos más que unos segundos, y no debían tocarlos.
Si querían analizarlos, tenían que examinar unas copias de yeso de esos huesos. El deseo de querer descubrir unos restos que confirmaran la teoría de un ancestro intermedio, un eslabón perdido entre el mono y el hombre, llevó a Woodward a cegarse ante los hechos, a no ver el fraude evidente.
No queda claro si Charles Dawson realmente encontró los restos, es decir que le pusieron unos restos falsos en donde buscaba. En ese caso sería tan inocente como Smith Woodward. Pero quizás también pudo ser el autor del fraude. En su libro Stephen Jay Gould da sus razones para dudar de ello.
Sobre la implicación de Teilhard de Chardin en el fraude de Piltdown, toda la culpa por el engaño fue lanzada sobre Dawson, sin embargo, Stephen Jay Gould, concluye que fue Teilhard el principal responsable. Más tarde, su nombre vuelve a estar ligado al del “Hombre de Pekín” cuyos restos “desaparecieron” en 1941, evitándose el amargo trago de la confrontación científica (Cfr. GUY VAN ESBROECK, “Pleine lumiére sur limposture de Piltdown”, “Les Éditions du Cèdre”, París, 1973; M. BOWDEN, “Los Hombres-simios ¿Realidad o ficción?”, Terrassa (Barcelona), Clie, 1984; STEPHEN JAY GOULD, «La Conjura de Piltdown», en “La gallina y sus dientes”, ed. Paz y tierra, São Paulo, 1992).
En defensa de Teilhard
En un documentado estudio, Piltdown: un fraude y una difamación, se aportan más datos. En 1908 Teilhard regresó del Cairo a Inglaterra, esta vez a terminar sus estudios de teología en Ore Place en Hastings. Hasta 1912 vivió la rigurosa disciplina de los escolásticos jesuitas, Sin embargo mantuvo una relación cercana con su familia; la muerte de su hermana mayor, dedicada también a la vida religiosa, ocurrida en 1911 en China, le dejó una profunda huella emocional.
En 1912, le ocurrió otra triste jugada del destino, esta vez en el ámbito de la paleontología. Charles Dawson, un arqueólogo y geólogo amateur, llegó al Museo de Historia Natural de Londres con cierto número de especímenes que entregó a Sir Arthur Smith-Woodward, entre ellos un hueso de cráneo humano, que habían sido encontrados en unos depósitos de grava dejados por un río desaparecido mucho tiempo atrás. Esto en Piltdown, no lejos de Uckfield, en Sussex.
Woodward se interesó y acompaño a Dawson en mayo y junio de ese año a realizar excavaciones en el sitio, lo que aportó un fragmento de mandíbula inferior, en apariencia de un simio, que tenía dos dientes. En agosto de 1913 se encontró un incisivo parecido al anterior pero con características asociadas a los seres humanos. Finalmente en 1915, se reportó que habían sido encontrados los restos de un segundo Hombre de Piltdown o Eoanthropus Dawsoni.
Teilhard de Chardin, aunque no estuvo presente cuando se encontró la famosa quijada trabajó en Piltdown con Dawson y con Smith-Woodward, y los acompañó cuando encontraron uno de los dientes.
Debido a la incoherencia de los restos de Piltdown se desató una gran controversia científica. Por una parte, Smith-Woodward mantenía que la quijada de simio y el cráneo humano, pertenecían a un mismo individuo, y Marcellin Boule insistía que eran partes de dos individuos y que la quijada simiesca era eso, una quijada de simio. En resumen, la clasificación de ese espécimen quedo siendo un problema. Teilhard de Chardin opinaba como Boule, pero en ese tiempo todavía no estaba graduado y su opinión no podía ser tan confiable como la de un eminente científico como Woodward.
Hacia 1950, con técnicas más modernas se resolvió el asunto. La mandíbula del Eoanthropus resulto ser una mandíbula de orangután moderno con el diente arreglado para que pareciera humano y coloreada adecuadamente para dar la apariencia de fósil.
Cuando Sir Kennett Oakley descubrió el fraude, Teilhard escribió:
“Lo felicito sinceramente por la solución al problema de Piltdown. Hablando anatómicamente, el Eoanthropus era una especie de monstruo. Y desde el punto de vista paleontológico era igualmente repulsivo que la aparición de un “hombre primitivo” pudiera haber ocurrido en Inglaterra, por lo tanto estoy fundamentalmente contento con sus conclusiones, a pesar del hecho de que, sentimentalmente hablando, desvalore una de mis primeras y más brillantes memorias paleontológicas”.
Sin embargo Martin A. C. Hinton, entonces un prestigioso científico del Museo de Historia Natural de Londres, declaró que en la época que se descubrió lo que se denominó Eoanthropus, el había visto una bolsa que pertenecía a Teilhard y que contenía un hueso de elefante que estaba coloreado para parecer fósil, así como instrumentos para trabajar huesos.
Esta declaración fue aprovechada por los enemigos de Teilhard (neodarwinistas), para lanzar una campaña de desprestigio contra Teilhard, campaña que hasta la fecha perdura aun cuando el verdadero autor del fraude haya declarado su culpabilidad.
Conclusiones
¿Fue Teilhard inocente o culpable del fraude de Piltdown? No hay argumentos convincentes y, además, tenemos otros sospechosos de más peso. Desde el punto de vista mediático, el artículo inculpatorio de Gould se ha extendido mucho. ¿Se trata de un conflicto ciencia y religión? ¿Fueron los noedarwinistas lo que querían hundir el prestigio de Teilhard? No tenemos hoy argumentos suficientes.
Sospechosos los ha habido, siendo el principal, Charles Dawson, abogado y arqueólogo aficionado, quien le puso su nombre al descubrimiento: Eoantropus dawsoni, y por estar su nombre en una etiqueta de un pedernal de Piltdown, con la siguiente leyenda "Teñida por C. Dawson con la intención de engañar al mundo"; también otro sospechoso es nada menos que Pierre Teilhard de Chardin, el famoso sacerdote jesuita que inició el movimiento conciliador entre la evolución y la Iglesia Católica; se dice que en una bolsa de papel que llevó a la casa de Dawson en una visita días antes del descubrimiento, había un diente de elefante prehistórico, que luego estaría incluido en el yacimiento, para darle visos de credibilidad al "hallazgo". Increíblemente, hasta Sir Arthur Conan Doyle también fue catalogado como sospechoso entre otras cosas, porque se ofreció a llevar a Dawson y compañía en su nuevo automóvil. Y claro, también por su amistad con Jessie Forwes, una frenóloga que solía regalar o vender cráneos de simios de su copiosa colección.
Sin embargo, puede que el fraude científico del siglo XX no haya sido sino una broma que se escapó de las manos de su autor. Resulta que se halló a mediados de los años setenta, en el desván del Museo de Historia Natural de Londres, un baúl que perteneció a Martin Alister Campbell Hinton (y que llevaba sus iniciales M.A.C.H.), conservador de la sección de zoología en la época en que se produjo el fraude.
Si existió algún tipo de polémica religiosa a partir del “descubrimiento” de los falsos fósiles humanos de Piltdown, debió quedar soterrada. Ya Darwin en el siglo XIX había escandalizado lo suficiente y las ciencias antropológicas y la teología no mantenían grandes discusiones.
La mayoría de los implicados en el descubrimiento y estudio inicial de los fósiles habían muerto cuando se descubrió el fraude. Así que fue difícil encontrar quiénes fueron los responsables reales de semejante estafa para todo el mundo de la ciencia.
Dawson, Woodward y Teilhard, además de muchos otros amigos y colaboradores, pasaron a ser los sospechosos principales. Es en Dawson sobre el que recaen la mayoría de las sospechas, sin embargo, el caso no ha sido aclarado nunca. Se han realizado tantas conjeturas que incluso se llegó a culpar a Sir Arthur Conan Doyle, padre literario de Sherlock Holmes, de estar detrás de todo el asunto.
La estafa del hombre de Piltdown ha sido la más importante de las conocidas dentro del mundo de la paleontología. Existen muchas otras, en diferentes partes del planeta, desde pinturas rupestres falsas o huevos de dinosaurio trucados. Todo parece valer a algunos desaprensivos con tal de hacer prevalecer sus pareceres, o para ganar fama, simplemente.
De todas formas, los evolucionistas pueden dormir tranquilos, la mayor parte de los fósiles encontrados hasta la fecha han superado los análisis más rigurosos y corroboran sin ninguna duda la veracidad de la evolución, por mucho que les pese a los creacionistas. Y, en los inicios del siglo XXI, las grandes religiones no presentan trabas a los descubrimientos científicos. Lo que sí parece claro es que los fraudes científicos se descubren al final.
Referencias bibliográficas
Se puede encontrar una bibliografía muy completa en este link.
The Piltdown Inquest, C. Blinderman, Prometheus ,1986.
Betrayers of the Truth, Broad and Wade, Simon and Schuster, ISBN 0-671-44769-6, 1982.
The Panda's Thumb, Stephen Jay Gould, W.W.Norton and Company, New York, con el ensayo "Piltdown Revisited".
A Framework of Plausibility for an Anthropological Forgery: The Piltdown Case, Michael Hammond, Anthropology, Vol 3, No. 1&2, May-December, 1979.
The Antiquity of Man, Sir Arthur Keith,2nd edition, 2 vols., Williams and Northgate, London 1925.
New Discoveries Relating to the Antiquity of Man, Sir Arthur Keith, Williams and Northgate, London 1931.
Bones of contention: a creationist assessment of human fossils, M.L. Lubenow, Grand Rapids, MI, Baker Books, 1992.
Piltdown Man-The Missing Links, L. Harrison Matthews, serie de artículos aparecidos en New Scientist entre 30 abril de1981 y julio de 1981.
The Piltdown Men, Ronald Millar, St. Martin's Press, New York, Library of Congress No. 72-94380, 1972, 237 páginas.
Piltdown: a scientific forgery, Frank Spencer, Oxford University Press, London 1990, ISBN 0198585225, xxvi, 272 p. : ill., ports. ; 25 cm.
The Piltdown Papers, Frank Spencer, Oxford University Press, London 1990, ISBN 0198585233, xii, 282 p. : ill. ; 25 cm.
Unravelling Piltdown, John Evangelist Walsh, Random House, New York 1996, ISBN 0-679-44444-0, 219p.
The Piltdown Forgery, J. S. Weiner, Oxford University Press, London, 1980.
The Earliest Englishman, A. S. Woodward, Watts and Co. London, 1948.
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