La historia del universo. George Mason University.
En octubre de 1988, hace veinte años, salió a la venta la primera edición castellana de un libro muy esperado: Historia del Tiempo. Del big bang a los agujeros negros del físico en Cambridge, Stephen Hawking. El libro venía precedido por las polémicas surgidas en los países anglosajones por su audacia conceptual. En tres meses se editaron seis ediciones en castellano. Se vendieron más de diez millones de ejemplares en todo el mundo (no sabemos si todos lo leyeron y lo entendieron) y en España se editaron 250.000 copias. Muchos lo tacharon de ateo. Nos llega ahora un libro que pretende aportar una visión positiva del mismo: Lo divino y lo humano en el Universo de Stephen Hawking (Francisco José Soler Gil, Ediciones Cristiandad, Madrid, 2008). Presentamos sus ideas fundamentales.
La Historia del Tiempo de Stephen Hawking (nacido en 1942) suscitó ríos de tinta hace veinte años. Con anterioridad (1985), John Boslough, profesor de Historia de la Ciencia en la Universidad de Princeton, había publicado el ensayo El Universo de Stephen Hawking (William Morrow, New York, y traducido al castellano en 1986 en la Biblioteca Científica Salvat, Barcelona).
Boslough había publicado ya en 1981 una semblanza de Hawking en la revista Science. En este ensayo se anticipan algunas de las intuiciones revolucionarias de genial profesor de la Cátedra Lucasiana de Matemáticas que ocupó en el su tiempo sir Isaac Newton, en la universidad de Cambridge.
En el año 2001, Hawking nos volvió a sorprender con otro libro, profusamente ilustrado, que pretendía llevar al gran público sus ideas. La traducción castellana no se hizo esperar: en 2002 se publicó con el título El Universo en una cáscara de Nuez (aludiendo a una frase de William Shakespeare) [Editorial Crítica, Barcelona].
En este ensayo, Hawking nos incita a acompañarle en un colosal viaje por el espacio-tiempo, hacia un increíble país de las maravillas en que las partículas, membranas y cuerdas danzan en once dimensiones, donde los agujeros negros se evaporan y desaparecen llevándose consigo su secreto, y donde habita la pequeña nuez –la semilla cósmica originaria– de la que surgió nuestro universo. Últimamente (2005) ha aparecido en castellano su Brevísima historia del Tiempo.
Hace unas semanas, el 24 de septiembre de 2008, el mismo Hawking ha vuelto a sorprendernos con unas declaraciones al diario El País en las que afirma que “la ciencia no deja mucho espacio ni para los milagros ni para Dios”. Esta frase ha sido interpretada en clave ateística por algunos, mientras otros han querido ver una afirmación de la autonomía de la ciencia y la religión.
¿Una creación sin Creador?
En el texto de la solapa delantera de la edición castellana de la Historia del Tiempo se lanzaban algunas preguntas para guiar la lectura: “¿Hubo un principio en el tiempo? ¿Habrá un final? ¿Es infinito el universo? ¿O tiene límites? (...) ¿Cuál es la naturaleza del tiempo? Al colapsarse un universo en expansión, ¿viaja el tiempo hacia atrás? ¿Por qué recordamos el pasado y no el futuro? ¿Puede ser el universo un continuum sin principio ni fronteras? Si así fuera, el universo estaría completamente autocontenido y no se vería afectado por nada que estuviese fuera de él. No sería ni creado ni destruido, simplemente sería. ¿Qué lugar queda entonces para un Creador?”
Y en las últimas páginas de la Historia del Tiempo leemos esta frase que a algunos parece un tanto sarcástica como conclusión (pág. 223-224): “No obstante, si descubrimos una teoría completa, con el tiempo habrá de ser, en sus líneas maestras, comprensible para todos y no únicamente para unos pocos científicos. Entonces todos, filósofos, científicos y la gente corriente, seremos capaces de tomar parte en la discusión de por qué existe el universo y por qué existimos nosotros. Si encontrásemos una respuesta a esto, sería el triunfo definitivo de la razón humana, porque entonces conoceríamos el pensamiento de Dios”.
La Historia del Tiempo estaba precedida por un breve y provocador prólogo del divulgador científico Carl Sagan, muy conocido del gran público por su serie Cosmos, que finaliza de esta manera: “...También se trata de un libro acerca de Dios... o quizás acerca de la ausencia de Dios. La palabra Dios llena estas páginas. Hawking se embarca en una búsqueda de la respuesta a la famosa pregunta de Einstein sobre si Dios tuvo alguna posibilidad de elegir al crear el universo. Hawking intenta, como él mismo señala, comprender el pensamiento de Dios. Y esto hace que sea totalmente inesperada la conclusión de su esfuerzo, al menos hasta ahora: un universo sin un borde espacial, sin principio ni final en el tiempo y sin lugar para un Creador” (pág. 14-15).
Las referencias a Dios, al Creador, a la Divinidad salpican el libro dejando un sabor escéptico. Para algunos, el éxito de Hawking –amplificado por los medios de comunicación y la explotación de la imagen física del científico arrumbado en una silla de ruedas- no fue sino un mero producto de las técnicas de publicidad que determinan hoy en día las modas intelectuales.
Las preguntas abiertas de la Historia del Tiempo
Para el autor de este nuevo libro, Francisco José Soler Gil, el fenómeno Hawking, veinte años más tarde, no es sólo un producto mediático. Hay preguntas que hay que plantearse: en primer lugar está la cuestión del valor del modelo cosmológico de Hawking desde el punto de vista de la física. Y, en segundo lugar, está la cuestión del valor de las incursiones filosóficas y teológicas de Hawking en su libro y en otros textos que han ido apareciendo posteriormente.
El profesor Francisco José Soler Gil (nacido en 1969) ha realizado estudios de Física en la Universidad de Granada y de Filosofía. Es doctor en Filosofía por la Universidad de Bremen y es miembro del grupo de investigación de Filosofía de la Física de dicha universidad alemana. Entre sus obras de divulgación se encuentran Aristóteles en el mundo cuántico (Granada, Editorial Comares, 2003), coautor y editor del libro Dios y las Cosmologías modernas (Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 2005), y autor, junto con Martín López Corredoira, del libro ¿Dios o la materia? (Barcelona, Áltera, 2008), un debate sobre cosmología, ciencia y religión.
La tesis de Lo divino y lo humano en el Universo de Stephen Hawking de Francisco José Soler Gil (Madrid, Cristiandad, 2008) es que, “a pesar de todos los posible errores y deficiencias que puedan contener los planteamientos cosmológico-filosóficos de Stephen Hawking, merece la pena entrar en un diálogo con su obra” (pág. 13).
Los dos primeros apartados de la introducción se dedican a discutir por encima las ideas cosmológicas y filosóficas de Hawking. El tercer apartado de la introducción está dedicado a presentar brevemente los objetivos concretos y la estructura de este ensayo: “proseguir el diálogo fronterizo entre la cosmología y la filosofía iniciado por Stephen Hawking en Historia del Tiempo, estudiando algunas de las posibles consecuencias ontológicas de la descripción del universo propuesta por este autor” (pág. 24-25). Por ello, el cuarto apartado de la introducción tiene por objeto “exponer algunas de las conclusiones generales sobre el modelo cosmológico de Hawking y sus implicaciones filosóficas, a las que el autor de estas líneas ha llegado al término de su estudio. Conclusiones que, claro está, no tendrán por qué coincidir con las que el lector extraiga por su cuenta” (pág. 14).
Cosmología, Teología natural y Antropología
Lo divino y lo humano en el universo de Hawking de Francisco José Soler Ruiz “trata de proseguir el diálogo fronterizo entre la cosmología y la filosofía iniciado por Stephen Hawking en Historia del Tiempo, estudiando algunas de las posibles consecuencias ontológicas de la descripción del universo propuestas por el autor” (pág. 24-25). Para concretar este objetivo, el autor sugiere que “nos ocupemos de lo divino y lo humano en el universo de Stephen Hawking. Lo divino, sintetizado en la pregunta acerca de cómo se relaciona este universo con la idea de un Dios creador del cosmos. Y lo humano, sintetizado en la pregunta acerca de cómo encaja la experiencia humana de la temporalidad en semejante marco físico” (pág. 25).
El ensayo se estructura en tres partes: en la primera (“La cosmología de Hawking”) se presentan las grandes líneas del modelo cosmológico de Hawking –o mejor dicho, a la cosmología de James Hartle y Stephen Hawking, ya que en realidad, ha sido desarrollada de manera conjunta por estos dos autores, aunque divulgada luego sobre todo por el segundo-, que ha sido tratada en trabajos técnicos rigurosos y más tarde en obras divulgativas (Historia del Tiempo, El universo en una cáscara de nuez, Brevísima historia del Tiempo). Por eso el autor – de formación física – presenta el modelo cosmológico de Hartle y Hawking lo suficientemente detallado como para servir a las reflexiones posteriores, pero lo suficientemente sencilla como para que resulte accesible a cualquier lector de formación media.
La segunda parte (“El universo de Hawking y la Teología natural”) intenta responder a la pregunta sobre si queda un lugar para el Creador en ese universo. Es el desafío de Hawking a la Teología natural. Para facilitar la comprensión se estructura en tres capítulos: el primero de ellos está destinado a exponer las consecuencias para la concepción de Dios como Creador y del universo como creación que Hawking ha deducido de su modelo cosmológico. El segundo capítulo de esta sección resume las respuestas más destacadas a los planteamientos llamemos anti-teológicos de Hawking, de entre las opiniones ofrecidas por algunos especialistas en teología natural a lo largo de estos veinte años transcurridos desde la publicación de Historia del Tiempo. Entre estos autores están el físico sudafricano Georg F. R. Ellis, John Polkinhorne, Ian G. Barbour y R. J. Russell.
En el tercer capítulo de esta segunda parte, el autor trata de justificar su convencimiento de que “el escenario cosmológico propuesto por Hartle y Hawking, no sólo no conlleva ningún reto para la teología, sino que podría ser empleado para presentar algunas vías cosmológicas de acceso a la existencia de Dios con más claridad incluso que las derivadas de usar el modelo cosmológico estándar” (pág. 27-28).
La tercera parte (“El lugar del hombre en el universo de Hawking”) tiene varios objetivos. El primero de ellos es orientar nuestra atención hacia una serie de rasgos básicos de la experiencia humana de la temporalidad, así como introducir las principales concepciones del tiempo que han tratado de dar cuenta de dichos rasgos.
Hecho esto, el autor se ocupará de ofrecer algunos de los argumentos más destacados a favor y en contra de las distintas concepciones del tiempo mencionadas anteriormente. Tratará de mostrar que hay una teoría del tiempo –la teoría denominada del “universo bloque” – que ha de enfrentarse a problemas mucho mayores que las otras para poder ofrecer una explicación verosímil de la temporalidad humana.
Sentadas estas precisiones, el autor argumenta que la teoría problemática constituye precisamente la única concepción del tiempo compatible con el escenario cosmológico de Hartle y Hawking, lo cual implica consecuencias muy importantes para la aceptación del modelo referido.
Después de estas exposiciones, el autor resume sus conclusiones en el epílogo al que sigue una extensa bibliografía. El autor de este ensayo apunta que no pretende sustituir el dictamen del lector, el cual, desde su perspectiva, tal vez juzgue de un modo diferente el peso de los argumentos presentados aquí, o incluso, llegue a darse cuenta de posibilidades que el autor no había logrado percibir.
La Historia del Tiempo de Stephen Hawking (nacido en 1942) suscitó ríos de tinta hace veinte años. Con anterioridad (1985), John Boslough, profesor de Historia de la Ciencia en la Universidad de Princeton, había publicado el ensayo El Universo de Stephen Hawking (William Morrow, New York, y traducido al castellano en 1986 en la Biblioteca Científica Salvat, Barcelona).
Boslough había publicado ya en 1981 una semblanza de Hawking en la revista Science. En este ensayo se anticipan algunas de las intuiciones revolucionarias de genial profesor de la Cátedra Lucasiana de Matemáticas que ocupó en el su tiempo sir Isaac Newton, en la universidad de Cambridge.
En el año 2001, Hawking nos volvió a sorprender con otro libro, profusamente ilustrado, que pretendía llevar al gran público sus ideas. La traducción castellana no se hizo esperar: en 2002 se publicó con el título El Universo en una cáscara de Nuez (aludiendo a una frase de William Shakespeare) [Editorial Crítica, Barcelona].
En este ensayo, Hawking nos incita a acompañarle en un colosal viaje por el espacio-tiempo, hacia un increíble país de las maravillas en que las partículas, membranas y cuerdas danzan en once dimensiones, donde los agujeros negros se evaporan y desaparecen llevándose consigo su secreto, y donde habita la pequeña nuez –la semilla cósmica originaria– de la que surgió nuestro universo. Últimamente (2005) ha aparecido en castellano su Brevísima historia del Tiempo.
Hace unas semanas, el 24 de septiembre de 2008, el mismo Hawking ha vuelto a sorprendernos con unas declaraciones al diario El País en las que afirma que “la ciencia no deja mucho espacio ni para los milagros ni para Dios”. Esta frase ha sido interpretada en clave ateística por algunos, mientras otros han querido ver una afirmación de la autonomía de la ciencia y la religión.
¿Una creación sin Creador?
En el texto de la solapa delantera de la edición castellana de la Historia del Tiempo se lanzaban algunas preguntas para guiar la lectura: “¿Hubo un principio en el tiempo? ¿Habrá un final? ¿Es infinito el universo? ¿O tiene límites? (...) ¿Cuál es la naturaleza del tiempo? Al colapsarse un universo en expansión, ¿viaja el tiempo hacia atrás? ¿Por qué recordamos el pasado y no el futuro? ¿Puede ser el universo un continuum sin principio ni fronteras? Si así fuera, el universo estaría completamente autocontenido y no se vería afectado por nada que estuviese fuera de él. No sería ni creado ni destruido, simplemente sería. ¿Qué lugar queda entonces para un Creador?”
Y en las últimas páginas de la Historia del Tiempo leemos esta frase que a algunos parece un tanto sarcástica como conclusión (pág. 223-224): “No obstante, si descubrimos una teoría completa, con el tiempo habrá de ser, en sus líneas maestras, comprensible para todos y no únicamente para unos pocos científicos. Entonces todos, filósofos, científicos y la gente corriente, seremos capaces de tomar parte en la discusión de por qué existe el universo y por qué existimos nosotros. Si encontrásemos una respuesta a esto, sería el triunfo definitivo de la razón humana, porque entonces conoceríamos el pensamiento de Dios”.
La Historia del Tiempo estaba precedida por un breve y provocador prólogo del divulgador científico Carl Sagan, muy conocido del gran público por su serie Cosmos, que finaliza de esta manera: “...También se trata de un libro acerca de Dios... o quizás acerca de la ausencia de Dios. La palabra Dios llena estas páginas. Hawking se embarca en una búsqueda de la respuesta a la famosa pregunta de Einstein sobre si Dios tuvo alguna posibilidad de elegir al crear el universo. Hawking intenta, como él mismo señala, comprender el pensamiento de Dios. Y esto hace que sea totalmente inesperada la conclusión de su esfuerzo, al menos hasta ahora: un universo sin un borde espacial, sin principio ni final en el tiempo y sin lugar para un Creador” (pág. 14-15).
Las referencias a Dios, al Creador, a la Divinidad salpican el libro dejando un sabor escéptico. Para algunos, el éxito de Hawking –amplificado por los medios de comunicación y la explotación de la imagen física del científico arrumbado en una silla de ruedas- no fue sino un mero producto de las técnicas de publicidad que determinan hoy en día las modas intelectuales.
Las preguntas abiertas de la Historia del Tiempo
Para el autor de este nuevo libro, Francisco José Soler Gil, el fenómeno Hawking, veinte años más tarde, no es sólo un producto mediático. Hay preguntas que hay que plantearse: en primer lugar está la cuestión del valor del modelo cosmológico de Hawking desde el punto de vista de la física. Y, en segundo lugar, está la cuestión del valor de las incursiones filosóficas y teológicas de Hawking en su libro y en otros textos que han ido apareciendo posteriormente.
El profesor Francisco José Soler Gil (nacido en 1969) ha realizado estudios de Física en la Universidad de Granada y de Filosofía. Es doctor en Filosofía por la Universidad de Bremen y es miembro del grupo de investigación de Filosofía de la Física de dicha universidad alemana. Entre sus obras de divulgación se encuentran Aristóteles en el mundo cuántico (Granada, Editorial Comares, 2003), coautor y editor del libro Dios y las Cosmologías modernas (Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 2005), y autor, junto con Martín López Corredoira, del libro ¿Dios o la materia? (Barcelona, Áltera, 2008), un debate sobre cosmología, ciencia y religión.
La tesis de Lo divino y lo humano en el Universo de Stephen Hawking de Francisco José Soler Gil (Madrid, Cristiandad, 2008) es que, “a pesar de todos los posible errores y deficiencias que puedan contener los planteamientos cosmológico-filosóficos de Stephen Hawking, merece la pena entrar en un diálogo con su obra” (pág. 13).
Los dos primeros apartados de la introducción se dedican a discutir por encima las ideas cosmológicas y filosóficas de Hawking. El tercer apartado de la introducción está dedicado a presentar brevemente los objetivos concretos y la estructura de este ensayo: “proseguir el diálogo fronterizo entre la cosmología y la filosofía iniciado por Stephen Hawking en Historia del Tiempo, estudiando algunas de las posibles consecuencias ontológicas de la descripción del universo propuesta por este autor” (pág. 24-25). Por ello, el cuarto apartado de la introducción tiene por objeto “exponer algunas de las conclusiones generales sobre el modelo cosmológico de Hawking y sus implicaciones filosóficas, a las que el autor de estas líneas ha llegado al término de su estudio. Conclusiones que, claro está, no tendrán por qué coincidir con las que el lector extraiga por su cuenta” (pág. 14).
Cosmología, Teología natural y Antropología
Lo divino y lo humano en el universo de Hawking de Francisco José Soler Ruiz “trata de proseguir el diálogo fronterizo entre la cosmología y la filosofía iniciado por Stephen Hawking en Historia del Tiempo, estudiando algunas de las posibles consecuencias ontológicas de la descripción del universo propuestas por el autor” (pág. 24-25). Para concretar este objetivo, el autor sugiere que “nos ocupemos de lo divino y lo humano en el universo de Stephen Hawking. Lo divino, sintetizado en la pregunta acerca de cómo se relaciona este universo con la idea de un Dios creador del cosmos. Y lo humano, sintetizado en la pregunta acerca de cómo encaja la experiencia humana de la temporalidad en semejante marco físico” (pág. 25).
El ensayo se estructura en tres partes: en la primera (“La cosmología de Hawking”) se presentan las grandes líneas del modelo cosmológico de Hawking –o mejor dicho, a la cosmología de James Hartle y Stephen Hawking, ya que en realidad, ha sido desarrollada de manera conjunta por estos dos autores, aunque divulgada luego sobre todo por el segundo-, que ha sido tratada en trabajos técnicos rigurosos y más tarde en obras divulgativas (Historia del Tiempo, El universo en una cáscara de nuez, Brevísima historia del Tiempo). Por eso el autor – de formación física – presenta el modelo cosmológico de Hartle y Hawking lo suficientemente detallado como para servir a las reflexiones posteriores, pero lo suficientemente sencilla como para que resulte accesible a cualquier lector de formación media.
La segunda parte (“El universo de Hawking y la Teología natural”) intenta responder a la pregunta sobre si queda un lugar para el Creador en ese universo. Es el desafío de Hawking a la Teología natural. Para facilitar la comprensión se estructura en tres capítulos: el primero de ellos está destinado a exponer las consecuencias para la concepción de Dios como Creador y del universo como creación que Hawking ha deducido de su modelo cosmológico. El segundo capítulo de esta sección resume las respuestas más destacadas a los planteamientos llamemos anti-teológicos de Hawking, de entre las opiniones ofrecidas por algunos especialistas en teología natural a lo largo de estos veinte años transcurridos desde la publicación de Historia del Tiempo. Entre estos autores están el físico sudafricano Georg F. R. Ellis, John Polkinhorne, Ian G. Barbour y R. J. Russell.
En el tercer capítulo de esta segunda parte, el autor trata de justificar su convencimiento de que “el escenario cosmológico propuesto por Hartle y Hawking, no sólo no conlleva ningún reto para la teología, sino que podría ser empleado para presentar algunas vías cosmológicas de acceso a la existencia de Dios con más claridad incluso que las derivadas de usar el modelo cosmológico estándar” (pág. 27-28).
La tercera parte (“El lugar del hombre en el universo de Hawking”) tiene varios objetivos. El primero de ellos es orientar nuestra atención hacia una serie de rasgos básicos de la experiencia humana de la temporalidad, así como introducir las principales concepciones del tiempo que han tratado de dar cuenta de dichos rasgos.
Hecho esto, el autor se ocupará de ofrecer algunos de los argumentos más destacados a favor y en contra de las distintas concepciones del tiempo mencionadas anteriormente. Tratará de mostrar que hay una teoría del tiempo –la teoría denominada del “universo bloque” – que ha de enfrentarse a problemas mucho mayores que las otras para poder ofrecer una explicación verosímil de la temporalidad humana.
Sentadas estas precisiones, el autor argumenta que la teoría problemática constituye precisamente la única concepción del tiempo compatible con el escenario cosmológico de Hartle y Hawking, lo cual implica consecuencias muy importantes para la aceptación del modelo referido.
Después de estas exposiciones, el autor resume sus conclusiones en el epílogo al que sigue una extensa bibliografía. El autor de este ensayo apunta que no pretende sustituir el dictamen del lector, el cual, desde su perspectiva, tal vez juzgue de un modo diferente el peso de los argumentos presentados aquí, o incluso, llegue a darse cuenta de posibilidades que el autor no había logrado percibir.
BigBang History.
La cosmología de Hawking
Hace 20 años, al publicarse Historia del Tiempo, muchos creyeron ver la inminente llegada de la “teoría final”, la “teoría del todo”, o como quiera llamarse a la descripción unificada de todas las interacciones físicas en un marco cuántico. Pero en la actualidad –escribe el Dr. Soler Gil – el escepticismo acerca, no sólo de las propuestas cosmológicas de Hawking, sino de todo el programa de investigación en el que ésta se enmarca, es incomparablemente mayor. A fecha de hoy, la cosmología cuántica sigue sin realizar predicciones concretas, comprobables, y que nos permitan decidir entre cualquiera de sus modelos y el escenario cosmológico estándar.
Pero hay un segundo motivo para tener en cuenta el modelo cosmológico de Hawking: presenta rasgos de gran interés para la reflexión filosófica de la realidad natural y para la teología. Escribe el físico Michael Heller, premio Templeton 2008: “Un modelo matemático podrá tener cierta importancia para los análisis teológicos o filosóficos aunque no esté verificado empíricamente e, incluso, aunque no vaya a estarlo nunca. Cualquier modelo matemático, estipulando que esté construido correctamente, muestra que el conjunto de supuestos en el que está basado no es contradictorio y así puede que falsee [en sentido popperiano] o corrobore alguna idea filosófica”.
“Resulta fácil entresacar de las páginas de Historia del Tiempo –como también de otros textos divulgativos de Hawking- ejemplos de la deficiente formación filosófica de su autor. Uno de ellos, que ha sido puesto de relieve por numerosos críticos, es la mezcla incoherente de una comprensión instrumentalista y una comprensión realista de la actividad científica en general, y de su modelo cosmológico en particular” (Soler Gil, pág. 19).
Hay textos en los que sugiere que el tiempo imaginario es sólo una herramienta matemática útil, refiriéndose al instrumentalismo, y en otros textos se dice que el tiempo imaginario determina ontológicamente la estructura real del universo [realismo]. Y si Hawking insiste en que sus modelos cosmológicos no son más que construcciones matemáticas para dar cuenta de fenómenos (algo así como las justificaciones de Osiander en el de Revolutionibus de Copérnico), ¿a qué viene entonces preguntar, por ejemplo, qué lugar queda en el universo para un Creador?
El universo de Stephen Hawking y el lugar del Creador
En un breve artículo publicado en internet por el autor, Francisco José Soler Gil, se aborda la problemática general del ensayo que aquí comentamos así como su posición como científico, filósofo y teólogo. En opinión de su autor, “el problema no es la ciencia. El problema es que los materialistas intentan vendernos como ciencia lo que no es sino su pobre lectura de la misma. Una lectura que oscurece y vela el hecho de la creación, y despoja a la naturaleza de las huellas de sentido que ciertamente contiene”.
Y continúa: “Imagine el lector que este artículo comenzara afirmando que el cosmos de Aristóteles no dejaba ningún lugar para un Creador. ¿Cómo reaccionaría usted ante una tesis semejante? Supongo que inmediatamente le vendría a la cabeza el dato de que fue justo el marco aristotélico el que empleó, sin ir más lejos, Santo Tomás de Aquino, para formular algunos de los argumentos más clásicos de la existencia de Dios. De manera que, teniendo eso en cuenta, su reacción natural sería la de encogerse de hombros y pensar que el autor de estas líneas debería dedicar algún tiempo a refrescar sus conocimientos de historia de la filosofía”.
“Supongamos, en cambio, que este artículo hubiera comenzado afirmando que el universo de Stephen Hawking no deja ningún lugar para un Creador. Ante esa tesis, sospecho que más de un lector no tendría nada que oponer. Si el lector es ateo, o agnóstico, asentiría con satisfacción, y tal vez pensando que la refutación de Dios está a la vuelta de la esquina. Y si es creyente, quizás se consolaría pensando que, después de todo, la cosmología de Hawking es muy especulativa, y sigue sin haber recibido ningún tipo de soporte empírico”.
“Sin embargo, lo razonable, en este segundo caso, hubiera sido extraer la misma moraleja que en el primero, a saber: la deficiente formación filosófica del declarante. Y esto por un motivo muy sencillo: Porque basta analizar los rasgos generales del escenario cosmológico que nos propone Hawking para caer en la cuenta de que, de entre todas las hipótesis acerca del universo que se manejan en la física actual, es precisamente ésta la que presenta mayores analogías con el cosmos aristotélico que sirvió de base a la teología natural durante siglos”.
“Evidentemente, no se trata de escenarios idénticos. (Pues, por ejemplo, el universo de Hawking carece de la dimensión finalista que hallamos en el marco aristotélico). Pero, aún así, las coincidencias resultan más que llamativas. Para empezar, en ambos casos nos hallamos ante un universo que posee todos los rasgos de un objeto físico: un universo que es algo determinado, y no la inmensidad informe e inconcebible del cosmos materialista. Un universo pesado y medido, y dotado de una cuidadosa estructura, a la manera del instrumento musical que San Gregorio Nacianceno proponía como metáfora de la creación”.
“Y luego, se trata de un cosmos plenamente racional. Un aspecto, en el que el modelo de Hawking, con su eliminación de la singularidad inicial, le saca incluso ventaja ―desde un punto de vista teológico― al modelo ordinario de la Gran Explosión, y muestra mejor que él la firma del Logos como fundamento de la realidad. Las esferas celestes que imprimen y determinan el movimiento del cosmos aristotélico han desaparecido. Pero, a cambio, el mundo de Hawking cuenta con el conjunto de historias en el tiempo imaginario, que ejercen un papel de determinantes completamente análogo. Y así podríamos seguir (...)”.
“Ahora bien, si el escenario cosmológico que nos propone este autor se asemeja de tal modo a la imagen del universo que mejores servicios ha prestado a la teología, ¿de dónde procede la convicción común de que se da un conflicto entre ambos planteamientos? ¿Acaso todo se debe a un malentendido, por parte del público? Sí y no.
Desde luego, los lectores de Historia del tiempo no se han inventado el conflicto entre la teología natural y la cosmología de Hawking, sino que se han encontrado con muchos pasajes de la obra, que incitan a pensar en esa dirección. Además del prólogo de Carl Sagan, que también va por ahí. Y además de las declaraciones públicas de Hawking, como las que acaba de regalarnos con ocasión de su visita a Santiago de Compostela.
El error ―a mi modo de ver, y si es que hay que llamarlo así― ha consistido en no percibir que las conclusiones filosóficas que Hawking y Sagan pretendían derivar de esa cosmología, no se siguen de ella, sino que son un añadido ideológico, motivado por el pensamiento materialista de estos autores”.
“Y lo cierto es que, en los últimos tiempos, estamos asistiendo una y otra vez al mismo fenómeno, posiblemente debido a la difusión del materialismo ateo en los ambientes universitarios de nuestro cada vez más viejo continente. Da igual que se trate de cosmología o de neurología; de ingeniería genética o de física de partículas. Los nuevos avances se nos presentan siempre envueltos en una lectura sesgada, fuertemente interpretados desde una perspectiva materialista. El caso del universo de Hawking ―donde el choque entre sus características reales y su interpretación estándar es tan nítido― posee, en este sentido, la virtud de la ejemplaridad”.
“De ahí que merezca la pena demorarse a analizar la hipótesis cosmológica de Hawking, comparando los indicios de la existencia de Dios que se pueden obtener sobre la base de dicha hipótesis con lo que el propio Hawking deduce de ella. Es un ejercicio muy ilustrativo, y que entraña una lección que los creyentes no deberíamos olvidar. A saber: que no es la ciencia la que se enfrenta a la fe en Dios. No. El problema no es la ciencia. El problema es que los materialistas intentan vendernos como ciencia lo que no es sino su pobre lectura de la misma. Una lectura que oscurece y vela el hecho de la creación, y despoja a la naturaleza de las huellas de sentido que ciertamente contiene. La despoja a ella, y nos despoja a nosotros”.
Hasta aquí el texto publicado en internet.
Dejamos abierta a la consideración del lector los argumentos del Dr. Francisco José Soler Gil. En un momento tan importante para la historia del diálogo ciencia-religión es necesario integrar todas las posturas para abrir espacios interdisciplinares.
Leandro Sequeiros es Catedrático de Paleontología, Facultad de Teología de Granada.
Hace 20 años, al publicarse Historia del Tiempo, muchos creyeron ver la inminente llegada de la “teoría final”, la “teoría del todo”, o como quiera llamarse a la descripción unificada de todas las interacciones físicas en un marco cuántico. Pero en la actualidad –escribe el Dr. Soler Gil – el escepticismo acerca, no sólo de las propuestas cosmológicas de Hawking, sino de todo el programa de investigación en el que ésta se enmarca, es incomparablemente mayor. A fecha de hoy, la cosmología cuántica sigue sin realizar predicciones concretas, comprobables, y que nos permitan decidir entre cualquiera de sus modelos y el escenario cosmológico estándar.
Pero hay un segundo motivo para tener en cuenta el modelo cosmológico de Hawking: presenta rasgos de gran interés para la reflexión filosófica de la realidad natural y para la teología. Escribe el físico Michael Heller, premio Templeton 2008: “Un modelo matemático podrá tener cierta importancia para los análisis teológicos o filosóficos aunque no esté verificado empíricamente e, incluso, aunque no vaya a estarlo nunca. Cualquier modelo matemático, estipulando que esté construido correctamente, muestra que el conjunto de supuestos en el que está basado no es contradictorio y así puede que falsee [en sentido popperiano] o corrobore alguna idea filosófica”.
“Resulta fácil entresacar de las páginas de Historia del Tiempo –como también de otros textos divulgativos de Hawking- ejemplos de la deficiente formación filosófica de su autor. Uno de ellos, que ha sido puesto de relieve por numerosos críticos, es la mezcla incoherente de una comprensión instrumentalista y una comprensión realista de la actividad científica en general, y de su modelo cosmológico en particular” (Soler Gil, pág. 19).
Hay textos en los que sugiere que el tiempo imaginario es sólo una herramienta matemática útil, refiriéndose al instrumentalismo, y en otros textos se dice que el tiempo imaginario determina ontológicamente la estructura real del universo [realismo]. Y si Hawking insiste en que sus modelos cosmológicos no son más que construcciones matemáticas para dar cuenta de fenómenos (algo así como las justificaciones de Osiander en el de Revolutionibus de Copérnico), ¿a qué viene entonces preguntar, por ejemplo, qué lugar queda en el universo para un Creador?
El universo de Stephen Hawking y el lugar del Creador
En un breve artículo publicado en internet por el autor, Francisco José Soler Gil, se aborda la problemática general del ensayo que aquí comentamos así como su posición como científico, filósofo y teólogo. En opinión de su autor, “el problema no es la ciencia. El problema es que los materialistas intentan vendernos como ciencia lo que no es sino su pobre lectura de la misma. Una lectura que oscurece y vela el hecho de la creación, y despoja a la naturaleza de las huellas de sentido que ciertamente contiene”.
Y continúa: “Imagine el lector que este artículo comenzara afirmando que el cosmos de Aristóteles no dejaba ningún lugar para un Creador. ¿Cómo reaccionaría usted ante una tesis semejante? Supongo que inmediatamente le vendría a la cabeza el dato de que fue justo el marco aristotélico el que empleó, sin ir más lejos, Santo Tomás de Aquino, para formular algunos de los argumentos más clásicos de la existencia de Dios. De manera que, teniendo eso en cuenta, su reacción natural sería la de encogerse de hombros y pensar que el autor de estas líneas debería dedicar algún tiempo a refrescar sus conocimientos de historia de la filosofía”.
“Supongamos, en cambio, que este artículo hubiera comenzado afirmando que el universo de Stephen Hawking no deja ningún lugar para un Creador. Ante esa tesis, sospecho que más de un lector no tendría nada que oponer. Si el lector es ateo, o agnóstico, asentiría con satisfacción, y tal vez pensando que la refutación de Dios está a la vuelta de la esquina. Y si es creyente, quizás se consolaría pensando que, después de todo, la cosmología de Hawking es muy especulativa, y sigue sin haber recibido ningún tipo de soporte empírico”.
“Sin embargo, lo razonable, en este segundo caso, hubiera sido extraer la misma moraleja que en el primero, a saber: la deficiente formación filosófica del declarante. Y esto por un motivo muy sencillo: Porque basta analizar los rasgos generales del escenario cosmológico que nos propone Hawking para caer en la cuenta de que, de entre todas las hipótesis acerca del universo que se manejan en la física actual, es precisamente ésta la que presenta mayores analogías con el cosmos aristotélico que sirvió de base a la teología natural durante siglos”.
“Evidentemente, no se trata de escenarios idénticos. (Pues, por ejemplo, el universo de Hawking carece de la dimensión finalista que hallamos en el marco aristotélico). Pero, aún así, las coincidencias resultan más que llamativas. Para empezar, en ambos casos nos hallamos ante un universo que posee todos los rasgos de un objeto físico: un universo que es algo determinado, y no la inmensidad informe e inconcebible del cosmos materialista. Un universo pesado y medido, y dotado de una cuidadosa estructura, a la manera del instrumento musical que San Gregorio Nacianceno proponía como metáfora de la creación”.
“Y luego, se trata de un cosmos plenamente racional. Un aspecto, en el que el modelo de Hawking, con su eliminación de la singularidad inicial, le saca incluso ventaja ―desde un punto de vista teológico― al modelo ordinario de la Gran Explosión, y muestra mejor que él la firma del Logos como fundamento de la realidad. Las esferas celestes que imprimen y determinan el movimiento del cosmos aristotélico han desaparecido. Pero, a cambio, el mundo de Hawking cuenta con el conjunto de historias en el tiempo imaginario, que ejercen un papel de determinantes completamente análogo. Y así podríamos seguir (...)”.
“Ahora bien, si el escenario cosmológico que nos propone este autor se asemeja de tal modo a la imagen del universo que mejores servicios ha prestado a la teología, ¿de dónde procede la convicción común de que se da un conflicto entre ambos planteamientos? ¿Acaso todo se debe a un malentendido, por parte del público? Sí y no.
Desde luego, los lectores de Historia del tiempo no se han inventado el conflicto entre la teología natural y la cosmología de Hawking, sino que se han encontrado con muchos pasajes de la obra, que incitan a pensar en esa dirección. Además del prólogo de Carl Sagan, que también va por ahí. Y además de las declaraciones públicas de Hawking, como las que acaba de regalarnos con ocasión de su visita a Santiago de Compostela.
El error ―a mi modo de ver, y si es que hay que llamarlo así― ha consistido en no percibir que las conclusiones filosóficas que Hawking y Sagan pretendían derivar de esa cosmología, no se siguen de ella, sino que son un añadido ideológico, motivado por el pensamiento materialista de estos autores”.
“Y lo cierto es que, en los últimos tiempos, estamos asistiendo una y otra vez al mismo fenómeno, posiblemente debido a la difusión del materialismo ateo en los ambientes universitarios de nuestro cada vez más viejo continente. Da igual que se trate de cosmología o de neurología; de ingeniería genética o de física de partículas. Los nuevos avances se nos presentan siempre envueltos en una lectura sesgada, fuertemente interpretados desde una perspectiva materialista. El caso del universo de Hawking ―donde el choque entre sus características reales y su interpretación estándar es tan nítido― posee, en este sentido, la virtud de la ejemplaridad”.
“De ahí que merezca la pena demorarse a analizar la hipótesis cosmológica de Hawking, comparando los indicios de la existencia de Dios que se pueden obtener sobre la base de dicha hipótesis con lo que el propio Hawking deduce de ella. Es un ejercicio muy ilustrativo, y que entraña una lección que los creyentes no deberíamos olvidar. A saber: que no es la ciencia la que se enfrenta a la fe en Dios. No. El problema no es la ciencia. El problema es que los materialistas intentan vendernos como ciencia lo que no es sino su pobre lectura de la misma. Una lectura que oscurece y vela el hecho de la creación, y despoja a la naturaleza de las huellas de sentido que ciertamente contiene. La despoja a ella, y nos despoja a nosotros”.
Hasta aquí el texto publicado en internet.
Dejamos abierta a la consideración del lector los argumentos del Dr. Francisco José Soler Gil. En un momento tan importante para la historia del diálogo ciencia-religión es necesario integrar todas las posturas para abrir espacios interdisciplinares.
Leandro Sequeiros es Catedrático de Paleontología, Facultad de Teología de Granada.