Antony Flew. Imagen: NNBD. Fuente: Wikimedia Commons.
Me he referido en otros artículos de Tendencias21 de las Religiones a lo que se ha venido en llamar en la última década el Nuevo Ateísmo, representado por Richard Dawkins, Daniel Dennett, Sam Harris y Christopher Hitchens. Stephen Hawking no pertenece a este grupo, pero sus ideas han sido comentadas con frecuencia en relación a la cuestión de Dios. Por ello, hemos abordado también una discusión de su idea del universo y su referencia a Dios. El Nuevo Ateísmo da por supuesto que la ciencia moderna excluye taxativamente la existencia de Dios.
Sin embargo, estos no son los únicos ateos. Tanto desde el campo de la ciencia (vg. Steven Weinberg, Carl Sagan, el mismo Roger Penrose), como igualmente desde el campo de la filosofía, en los últimos siglos y en la actualidad, numerosos pensadores han llenado las filas del ateísmo.
Antony Flew es un autor clásico y maestro del ateísmo en el siglo XX, un autor que defendió durante cincuenta años el ateísmo desde la perspectiva de la Escuela de Filosofía Analítica (que seguidamente explicamos). Sin embargo, en sus últimos años se produjo una sorprendente conversión al teísmo que dejó sin palabras a muchos de los ateos más sobresalientes, entre ellos a Richard Dawkins.
En este primer artículo estudiamos primero el ateísmo clásico de Flew, mantenido a lo largo de su vida y del que fue considerado el gran maestro. En otro artículo expondremos y valoraremos su cambio de perspectiva a favor del teísmo.
El ateísmo en la filosofía clásica
La filosofía clásica de la modernidad dogmática fue atea en gran parte; de ahí la dificultad, mantenida durante siglos, de que se entablase un diálogo entre el teísmo cristiano antiguo y aquel ateísmo dogmático de la modernidad.
David Hume estuvo cercano al ateísmo. Fue claramente atea gran parte de la ilustración francesa enciclopedista del XVIII. Schopenhauer fue ateo y la izquierda hegeliana estuvo militando ya con toda claridad en el ateísmo, como Ludwig Feuerbach y Karl Marx. El ateísmo de Marx-Engels estuvo en la esencia de la filosofía marxista, que alcanzó un inmenso influjo hasta llegar al ateísmo oficial de la Unión Soviética. La filosofía del XIX estuvo influida por la idea reduccionista del universo y de la vida que ofrecía la ciencia de aquel tiempo. Marx, Nietzsche y Freud fueron los tres grandes padres del ateísmo filosófico moderno.
Otros muchos filósofos del siglo XX fueron también ateos, o al menos agnósticos: así Bertrand Russell, Alfred Ayer, Jean-Paul Sartre, Albert Camus y Martin Heidegger. W.V.O. Quine, Gilbert Ryle o Rudolf Carnap militaron también en las posiciones ateas. Al igual que autores como Richard Rorty o Jacques Derrida. Podríamos enumerar otros muchos nombres de la filosofía internacional que se han manifestado abiertamente en el ateísmo. No digamos en el mundo de la cultura y de las artes. Aunque hemos mencionado este ateísmo filosófico clásico, no me he querido entretener en él porque es muy conocido y sus posiciones han sido radicalizadas en el Nuevo Ateísmo que está hoy más en el candelero.
La estructura de la crítica de la religión es muy sencilla. Primero se argumenta que el universo, al ser conocido por la razón, científica y filosófica, no ofrece justificación alguna a la consideración de que algo así como lo que llamamos Dios pudiera ser real y existente (son los argumentos cosmológicos básicos, de lo que todo depende).
Pero, además, resulta que, si observamos el universo como escenario de la vida humana, tampoco hallamos ningún rastro de que Dios esté interviniendo en el mundo. El Mal producido para el hombre en un universo ciego es incompatible con Dios. La perversidad humana, en especial la perversidad de las religiones, tampoco permiten pensar que haya un Dios que inspire o mueva a los hombres a vivir con dignidad y bondad. Por tanto, no hay rastro de Dios ni en el universo, ni en el escenario de la vida humana. En consecuencia, Dios no existe.
Ahora bien, si es un hecho que no es racional considerar a Dios como existente, ¿por qué razón los hombres se han empeñado en ser religiosos y siguen siéndolo aún en la actualidad? La respuesta la ha construido el ateísmo clásico en las teorías de la alienación: teorías que explican por qué los hombres, aun sin tener razones para ello, se han alienado en la idea de Dios, es decir, han perdido su dignidad humana, se han hecho algo “extraño” a lo que realmente son (se han alienado, es decir, se han “extrañado” a sí mismos, convirtiéndose en “otros”).
El marxismo vio en la indigencia del hombre, pobre y necesitado, la razón de consolarse en la idea de un Dios salvador; idea que, además, fue utilizada en las sociedades como ideología útil para el dominio de unas clases sociales sobre otras. El psicoanálisis de Freud vio también en la precariedad psicológica del hombre y su angustia el impulso a crear la imagen ilusoria de un Super-Yo divino que sirviera de consuelo en la frustración.
Nietzsche y el vitalismo vieron en Dios una necesidad de los débiles, incapaces de afrontar la vida en toda su fuerza.
El neopositivismo lógico, y su derivación a la llamada filosofía analítica, aportaron también ideas para explicar cuáles habían sido los fallos lógicos y las trasposiciones del lenguaje, y de sus significados, para que, bajo la presión de las emociones, los hombres hubieran creado el concepto de Dios y lo hubieran introducido en los sistemas semánticos del lenguaje. La posición filosófica de Antony Flew debe situarse en la crítica de la religión aparecida en el marco de la filosofía analítica y durante años fue uno de sus representantes más importantes.
Sin embargo, estos no son los únicos ateos. Tanto desde el campo de la ciencia (vg. Steven Weinberg, Carl Sagan, el mismo Roger Penrose), como igualmente desde el campo de la filosofía, en los últimos siglos y en la actualidad, numerosos pensadores han llenado las filas del ateísmo.
Antony Flew es un autor clásico y maestro del ateísmo en el siglo XX, un autor que defendió durante cincuenta años el ateísmo desde la perspectiva de la Escuela de Filosofía Analítica (que seguidamente explicamos). Sin embargo, en sus últimos años se produjo una sorprendente conversión al teísmo que dejó sin palabras a muchos de los ateos más sobresalientes, entre ellos a Richard Dawkins.
En este primer artículo estudiamos primero el ateísmo clásico de Flew, mantenido a lo largo de su vida y del que fue considerado el gran maestro. En otro artículo expondremos y valoraremos su cambio de perspectiva a favor del teísmo.
El ateísmo en la filosofía clásica
La filosofía clásica de la modernidad dogmática fue atea en gran parte; de ahí la dificultad, mantenida durante siglos, de que se entablase un diálogo entre el teísmo cristiano antiguo y aquel ateísmo dogmático de la modernidad.
David Hume estuvo cercano al ateísmo. Fue claramente atea gran parte de la ilustración francesa enciclopedista del XVIII. Schopenhauer fue ateo y la izquierda hegeliana estuvo militando ya con toda claridad en el ateísmo, como Ludwig Feuerbach y Karl Marx. El ateísmo de Marx-Engels estuvo en la esencia de la filosofía marxista, que alcanzó un inmenso influjo hasta llegar al ateísmo oficial de la Unión Soviética. La filosofía del XIX estuvo influida por la idea reduccionista del universo y de la vida que ofrecía la ciencia de aquel tiempo. Marx, Nietzsche y Freud fueron los tres grandes padres del ateísmo filosófico moderno.
Otros muchos filósofos del siglo XX fueron también ateos, o al menos agnósticos: así Bertrand Russell, Alfred Ayer, Jean-Paul Sartre, Albert Camus y Martin Heidegger. W.V.O. Quine, Gilbert Ryle o Rudolf Carnap militaron también en las posiciones ateas. Al igual que autores como Richard Rorty o Jacques Derrida. Podríamos enumerar otros muchos nombres de la filosofía internacional que se han manifestado abiertamente en el ateísmo. No digamos en el mundo de la cultura y de las artes. Aunque hemos mencionado este ateísmo filosófico clásico, no me he querido entretener en él porque es muy conocido y sus posiciones han sido radicalizadas en el Nuevo Ateísmo que está hoy más en el candelero.
La estructura de la crítica de la religión es muy sencilla. Primero se argumenta que el universo, al ser conocido por la razón, científica y filosófica, no ofrece justificación alguna a la consideración de que algo así como lo que llamamos Dios pudiera ser real y existente (son los argumentos cosmológicos básicos, de lo que todo depende).
Pero, además, resulta que, si observamos el universo como escenario de la vida humana, tampoco hallamos ningún rastro de que Dios esté interviniendo en el mundo. El Mal producido para el hombre en un universo ciego es incompatible con Dios. La perversidad humana, en especial la perversidad de las religiones, tampoco permiten pensar que haya un Dios que inspire o mueva a los hombres a vivir con dignidad y bondad. Por tanto, no hay rastro de Dios ni en el universo, ni en el escenario de la vida humana. En consecuencia, Dios no existe.
Ahora bien, si es un hecho que no es racional considerar a Dios como existente, ¿por qué razón los hombres se han empeñado en ser religiosos y siguen siéndolo aún en la actualidad? La respuesta la ha construido el ateísmo clásico en las teorías de la alienación: teorías que explican por qué los hombres, aun sin tener razones para ello, se han alienado en la idea de Dios, es decir, han perdido su dignidad humana, se han hecho algo “extraño” a lo que realmente son (se han alienado, es decir, se han “extrañado” a sí mismos, convirtiéndose en “otros”).
El marxismo vio en la indigencia del hombre, pobre y necesitado, la razón de consolarse en la idea de un Dios salvador; idea que, además, fue utilizada en las sociedades como ideología útil para el dominio de unas clases sociales sobre otras. El psicoanálisis de Freud vio también en la precariedad psicológica del hombre y su angustia el impulso a crear la imagen ilusoria de un Super-Yo divino que sirviera de consuelo en la frustración.
Nietzsche y el vitalismo vieron en Dios una necesidad de los débiles, incapaces de afrontar la vida en toda su fuerza.
El neopositivismo lógico, y su derivación a la llamada filosofía analítica, aportaron también ideas para explicar cuáles habían sido los fallos lógicos y las trasposiciones del lenguaje, y de sus significados, para que, bajo la presión de las emociones, los hombres hubieran creado el concepto de Dios y lo hubieran introducido en los sistemas semánticos del lenguaje. La posición filosófica de Antony Flew debe situarse en la crítica de la religión aparecida en el marco de la filosofía analítica y durante años fue uno de sus representantes más importantes.
Antony Flew y la filosofía analítica
Siguiendo las huellas de la forma de pensar que habían inaugurado los sensismos del siglo XVI, los empirismos del XVII-XVIII y el asociacionismo del XVIII-XIX, el siglo XIX desarrollo diversas epistemologías o teorías de la ciencia que se conocen como positivismo. Después de diversos autores, etapas y escuelas, el neopositivismo lógico representa su forma más moderna (todavía hoy existen autores que son bien positivistas o neopositivistas lógicos).
El punto de vista fundamental de esta forma de pensar consiste en un principio que parece claro y que yo no me atrevería a poner en cuestión: que todo el contenido de la mente humana, y todo aquello que en alguna manera puede ser considerado por el hombre como real, debe estar fundado, o referido a, la experiencia, las sensaciones (incluso la “experiencia de Dios” es, decimos en perspectiva religiosa, una sensación interior, psíquica, aunque sea extraña, mística, misteriosa, y no podamos fijarla como un hecho objetivo incuestionable).
A esta referencia básica de la ciencia a lo empírico, sin embargo, debemos hacerle algunas matizaciones. Es verdad que todo se funda en “lo positivo” (en alemán, das Gegebene, para los neopositivistas del Círculo de Viena). Pero lo “dado” se muestra de manera tal que la razón humana infiere que es sólo fenómeno: no manifiesta o contiene toda la realidad y apunta a una dimensión de la realidad desbordante, en el espacio y en el tiempo, que desconocemos (Kant en su momento histórico habló del noumeno, que hoy llamaríamos la esencia profunda de las cosas, es decir, de la materia, del universo, de la vida y del hombre).
Por ello, desde la experiencia, desde los hechos, la razón humana especula (razona) para inferir cuál es la esencia profunda del universo. La ciencia no es sólo experimentación, hechos, base empírica (que no puede faltar), ya que la ciencia es también legítimamente teoría construida por el uso critico de la razón, en forma abierta y no dogmática (por esto la escuela de Popper se denomina racionalismo crítico).
En este contexto, el Círculo de Viena, por ejemplo Rudolf Carnap, concibió que para hacer ciencia correctamente había siempre que dar dos pasos: primero describir bien los hechos (teoría de la base empírica) y segundo someter estos hechos a un sistema de deducciones bien construido que no los falseara (teoría de los sistemas formales lógicos). Así, un enunciado es científico cuando o bien él mismo es un enunciado protocolario (que describe directamente los hechos) o bien puede retrotraerse por análisis lógico a sus fundamentos de experiencia, que deben ser ciertos enunciados protocolarios.
Si no puede verse de qué manera un enunciado puede retrotraerse a la experiencia (no se ve que, en efecto, es una derivación de la experiencia), entonces ese enunciado no puede formar parte de la ciencia, e incluso no puede pensarse que sea una descripción del mundo real. Así nació el análisis lógico dentro del positivismo. Además, poco después, apareció una derivación filosófica del positivismo que se conoce como la filosofía analítica.
Su objetivo era una aplicación de las ideas del neopositivismo: analizar los sistemas semánticos de lenguaje en las sociedades humanas para mostrar cómo y hasta dónde sus contenidos estaban fundados en la experiencia. Esto suponía, en último término, comprobar si los lenguajes humanos, y sus contenidos semánticos, estaban enraizados en la realidad. Fueron objeto de análisis lógico, por ejemplo, las normas morales (muchos profesores de ética eran analistas lógicos) y, sobre todo, los enunciados religiosos.
Aquí es donde introducimos, con toda claridad, el protagonismo de Antony Flew en la crítica de la religión construida por la filosofía analítica. Flew analizó los sistemas de lenguaje de las sociedades humanas, principalmente las sociedades desarrolladas actuales, para mostrar de diversas formas y perspectivas, que los términos religiosos, ante todo la idea de Dios, no responden al mundo empírico que es el único que puede dar carta de legitimidad a nuestro lenguaje y a sus pretensiones semánticas (de estar en correspondencia con la realidad).
El lenguaje religioso no es significativo (no está fundado en la realidad) y, por tanto, no tiene sentido para el hombre (no lo instala moralmente en la realidad, sino que lo saca de ella, lo aliena y le hace vivir en una realidad ilusoria). Pero, entonces, si no es significativo y no tiene sentido, ¿por qué los hombres se han empeñado, contra viento y marea, en ser religiosos?
La respuesta de Flew se enmarca en el contexto de las teorías de la alienación: porque existen fuertes razones emocionales que impelen al hombre a entregarse a la ilusión de que Dios existe y esta presión emocional es la que ha inducido a construir las tretas que llevan a introducir en falso los términos religiosos en el lenguaje ordinario. Estos fallos lógicos son precisamente los que descubre la filosofía analítica, tal como Flew contribuyó a denunciar. La popularización de la llamada parábola del jardinero invisible dio a Flew un especial protagonismo.
Esta es la parábola del jardinero invisible de Antony Flew. Dos exploradores encuentran en el claro de un bosque unas cuantas flores y arbustos. Uno de ellos dice que eso es obra de un jardinero; el otro lo niega. Para ver quién tiene razón plantan una tienda en ese lugar y lo vigilan estrechamente. Pero no ven nada. El creyente emite entonces la hipótesis de que el jardinero es invisible. Patrullan el lugar con sabuesos que olfateen al presunto jardinero invisible, pero no ocurre nada.
El creyente dice entonces que el jardinero, además de invisible, es inodoro. Ponen cercas electrificadas para ver si con ellas detectan al jardinero, pero nada ocurre. El creyente dice entonces que el jardinero es intangible e insensible a los choques eléctricos. Finalmente el escéptico dice: ¿qué queda de tu afirmación original? ¿En qué se diferencia lo que tú llamas un jardinero invisible, intangible, eternamente elusivo, de un jardinero imaginario o aun de ningún jardinero?
El jardín con flores y arbustos es el universo. El creyente postula que existe un jardinero que no vemos, invisible. Los dos exploradores se concentran por ello en detectar sus huellas. Pero no hay rastro alguno de la presencia del jardinero invisible. Esto se traduce en establecer el hecho de que el universo no tiene rastro de Dios porque puede ser explicado de forma puramente mundana, sin Dios.
Además, podría pensar que su rastro puede detectarse en las circunstancias de la vida humana, en la historia. Pero en un escenario de la vida dominado por el Mal ciego y el drama de la historia, tampoco se haya huella alguna de la presencia de Dios. Por tanto, no hay rastros de Dios o del jardinero invisible, ¿qué significación y sentido tiene entonces creer en la existencia de un jardinero invisible o de un Dios creador?
Durante cuarenta años Antony Flew fue uno de los grandes maestros de la crítica de la religión en la filosofía analítica. Expuso sus ideas en primeros artículos que, a lo largo de los años, dieron lugar a libros, conferencias, participación en seminarios y congresos, docencia universitaria, siempre con un protagonismo estelar. Flew fue durante décadas el gran maestro que ponía coto, mediante análisis certeros del lenguaje, a las pretensiones de que el mundo de lo religioso pudiera reclamar una conexión justificable con la realidad.
La idea de Dios, por tanto, surgía sólo de las emociones y, además, la misma idea de Dios en sí misma contenía contradicciones denunciables. Flew se convirtió en el gran patriarca del ateísmo filosófico moderno que defendía sus ideas con solvencia en todos los foros de discusión intelectual de altura.
Por ello, cuando, ya en la vejez, Antony Flew dio un sorprendente giro intelectual en su vida, abandonó el ateísmo y defendió la viabilidad del teísmo, no por causas emocionales sino como aceptación de que debía inclinarse a argumentos racionales, científicos y filosóficos, objetivos, se produjo una profunda conmoción en el mundo de ateísmo. Fue mucho peor que si un obispo dejara los hábitos y se fuera por sorpresa con una mujer. Fue algo así (los términos de la comparación no son míos) como si un papa declarara de pronto que Dios no existe. Una conmoción similar causó que el que para muchos era el “papa del ateísmo” declarara de pronto que Dios existe.
Siguiendo las huellas de la forma de pensar que habían inaugurado los sensismos del siglo XVI, los empirismos del XVII-XVIII y el asociacionismo del XVIII-XIX, el siglo XIX desarrollo diversas epistemologías o teorías de la ciencia que se conocen como positivismo. Después de diversos autores, etapas y escuelas, el neopositivismo lógico representa su forma más moderna (todavía hoy existen autores que son bien positivistas o neopositivistas lógicos).
El punto de vista fundamental de esta forma de pensar consiste en un principio que parece claro y que yo no me atrevería a poner en cuestión: que todo el contenido de la mente humana, y todo aquello que en alguna manera puede ser considerado por el hombre como real, debe estar fundado, o referido a, la experiencia, las sensaciones (incluso la “experiencia de Dios” es, decimos en perspectiva religiosa, una sensación interior, psíquica, aunque sea extraña, mística, misteriosa, y no podamos fijarla como un hecho objetivo incuestionable).
A esta referencia básica de la ciencia a lo empírico, sin embargo, debemos hacerle algunas matizaciones. Es verdad que todo se funda en “lo positivo” (en alemán, das Gegebene, para los neopositivistas del Círculo de Viena). Pero lo “dado” se muestra de manera tal que la razón humana infiere que es sólo fenómeno: no manifiesta o contiene toda la realidad y apunta a una dimensión de la realidad desbordante, en el espacio y en el tiempo, que desconocemos (Kant en su momento histórico habló del noumeno, que hoy llamaríamos la esencia profunda de las cosas, es decir, de la materia, del universo, de la vida y del hombre).
Por ello, desde la experiencia, desde los hechos, la razón humana especula (razona) para inferir cuál es la esencia profunda del universo. La ciencia no es sólo experimentación, hechos, base empírica (que no puede faltar), ya que la ciencia es también legítimamente teoría construida por el uso critico de la razón, en forma abierta y no dogmática (por esto la escuela de Popper se denomina racionalismo crítico).
En este contexto, el Círculo de Viena, por ejemplo Rudolf Carnap, concibió que para hacer ciencia correctamente había siempre que dar dos pasos: primero describir bien los hechos (teoría de la base empírica) y segundo someter estos hechos a un sistema de deducciones bien construido que no los falseara (teoría de los sistemas formales lógicos). Así, un enunciado es científico cuando o bien él mismo es un enunciado protocolario (que describe directamente los hechos) o bien puede retrotraerse por análisis lógico a sus fundamentos de experiencia, que deben ser ciertos enunciados protocolarios.
Si no puede verse de qué manera un enunciado puede retrotraerse a la experiencia (no se ve que, en efecto, es una derivación de la experiencia), entonces ese enunciado no puede formar parte de la ciencia, e incluso no puede pensarse que sea una descripción del mundo real. Así nació el análisis lógico dentro del positivismo. Además, poco después, apareció una derivación filosófica del positivismo que se conoce como la filosofía analítica.
Su objetivo era una aplicación de las ideas del neopositivismo: analizar los sistemas semánticos de lenguaje en las sociedades humanas para mostrar cómo y hasta dónde sus contenidos estaban fundados en la experiencia. Esto suponía, en último término, comprobar si los lenguajes humanos, y sus contenidos semánticos, estaban enraizados en la realidad. Fueron objeto de análisis lógico, por ejemplo, las normas morales (muchos profesores de ética eran analistas lógicos) y, sobre todo, los enunciados religiosos.
Aquí es donde introducimos, con toda claridad, el protagonismo de Antony Flew en la crítica de la religión construida por la filosofía analítica. Flew analizó los sistemas de lenguaje de las sociedades humanas, principalmente las sociedades desarrolladas actuales, para mostrar de diversas formas y perspectivas, que los términos religiosos, ante todo la idea de Dios, no responden al mundo empírico que es el único que puede dar carta de legitimidad a nuestro lenguaje y a sus pretensiones semánticas (de estar en correspondencia con la realidad).
El lenguaje religioso no es significativo (no está fundado en la realidad) y, por tanto, no tiene sentido para el hombre (no lo instala moralmente en la realidad, sino que lo saca de ella, lo aliena y le hace vivir en una realidad ilusoria). Pero, entonces, si no es significativo y no tiene sentido, ¿por qué los hombres se han empeñado, contra viento y marea, en ser religiosos?
La respuesta de Flew se enmarca en el contexto de las teorías de la alienación: porque existen fuertes razones emocionales que impelen al hombre a entregarse a la ilusión de que Dios existe y esta presión emocional es la que ha inducido a construir las tretas que llevan a introducir en falso los términos religiosos en el lenguaje ordinario. Estos fallos lógicos son precisamente los que descubre la filosofía analítica, tal como Flew contribuyó a denunciar. La popularización de la llamada parábola del jardinero invisible dio a Flew un especial protagonismo.
Esta es la parábola del jardinero invisible de Antony Flew. Dos exploradores encuentran en el claro de un bosque unas cuantas flores y arbustos. Uno de ellos dice que eso es obra de un jardinero; el otro lo niega. Para ver quién tiene razón plantan una tienda en ese lugar y lo vigilan estrechamente. Pero no ven nada. El creyente emite entonces la hipótesis de que el jardinero es invisible. Patrullan el lugar con sabuesos que olfateen al presunto jardinero invisible, pero no ocurre nada.
El creyente dice entonces que el jardinero, además de invisible, es inodoro. Ponen cercas electrificadas para ver si con ellas detectan al jardinero, pero nada ocurre. El creyente dice entonces que el jardinero es intangible e insensible a los choques eléctricos. Finalmente el escéptico dice: ¿qué queda de tu afirmación original? ¿En qué se diferencia lo que tú llamas un jardinero invisible, intangible, eternamente elusivo, de un jardinero imaginario o aun de ningún jardinero?
El jardín con flores y arbustos es el universo. El creyente postula que existe un jardinero que no vemos, invisible. Los dos exploradores se concentran por ello en detectar sus huellas. Pero no hay rastro alguno de la presencia del jardinero invisible. Esto se traduce en establecer el hecho de que el universo no tiene rastro de Dios porque puede ser explicado de forma puramente mundana, sin Dios.
Además, podría pensar que su rastro puede detectarse en las circunstancias de la vida humana, en la historia. Pero en un escenario de la vida dominado por el Mal ciego y el drama de la historia, tampoco se haya huella alguna de la presencia de Dios. Por tanto, no hay rastros de Dios o del jardinero invisible, ¿qué significación y sentido tiene entonces creer en la existencia de un jardinero invisible o de un Dios creador?
Durante cuarenta años Antony Flew fue uno de los grandes maestros de la crítica de la religión en la filosofía analítica. Expuso sus ideas en primeros artículos que, a lo largo de los años, dieron lugar a libros, conferencias, participación en seminarios y congresos, docencia universitaria, siempre con un protagonismo estelar. Flew fue durante décadas el gran maestro que ponía coto, mediante análisis certeros del lenguaje, a las pretensiones de que el mundo de lo religioso pudiera reclamar una conexión justificable con la realidad.
La idea de Dios, por tanto, surgía sólo de las emociones y, además, la misma idea de Dios en sí misma contenía contradicciones denunciables. Flew se convirtió en el gran patriarca del ateísmo filosófico moderno que defendía sus ideas con solvencia en todos los foros de discusión intelectual de altura.
Por ello, cuando, ya en la vejez, Antony Flew dio un sorprendente giro intelectual en su vida, abandonó el ateísmo y defendió la viabilidad del teísmo, no por causas emocionales sino como aceptación de que debía inclinarse a argumentos racionales, científicos y filosóficos, objetivos, se produjo una profunda conmoción en el mundo de ateísmo. Fue mucho peor que si un obispo dejara los hábitos y se fuera por sorpresa con una mujer. Fue algo así (los términos de la comparación no son míos) como si un papa declarara de pronto que Dios no existe. Una conmoción similar causó que el que para muchos era el “papa del ateísmo” declarara de pronto que Dios existe.
Roy Abraham Varghese
Tras algunas sospechas y desmentidos de que Flew había aceptado el teísmo, ya desde 2001, la edición a fines de 2004 de una entrevista en video confirmó lo que ya se venía sospechando con imprecisión, a saber, que Flew abandonaba el ateísmo y abrazaba un pensamiento teísta, por él calificado como deísmo, término propio de la ilustración. El mismo Flew describió su deísmo con una referencia al deísmo de Thomas Jefferson, centrando su creencia en Dios en los argumentos del diseño natural y no en revelaciones de ese Dios o en eventuales relaciones de Dios con los seres humanos.
Flew creía en un Dios inactivo, inofensivo. Parece que se abrió a un Dios al que quiso “proteger” (como ya había hecho a su manera Alfred N. Whitehead en la filosofía del proceso) del caos de la historia, difícilmente atribuible a Dios. No se debe exagerar, por tanto, el alcance de la “conversión” de Flew al deísmo, y mucho menos a religiones o al cristianismo. Cree en un Dios que funda la racionalidad del universo, pero sus creencias no llegan a establecer la forma de la relación de Dios con los hombres, o la pervivencia más allá de la muerte y, mucho menos, a la aceptación de los contenidos propios de las religiones establecidas, entre ellas, el cristianismo, obviamente la religión culturalmente más cercana a Flew, incluso por su misma tradición familiar.
Flew fue un temperamento extraordinariamente analítico por su misma tradición filosófica. Su análisis le llevó con todo rigor a persuadirse del deísmo, de la existencia de un Dios diseñador de la racionalidad del universo, pero su análisis no llegó de hecho más lejos. No sabemos hasta dónde hubiera llegado, si hubiera podido disponer de más años. Pero, en todo caso, su conversión al deísmo, que llegó hasta donde llegó y no a más, merece ser reseñada aquí (es lo que haremos en otro artículo en relación con éste). Al fin y a cabo, frente al ateísmo, la posición fundamental es afirmar la existencia de Dios.
La edición de la entrevista en internet tuvo un efecto enorme en las redes sociales. No parecía verosímil que el “padre del ateísmo” se hubiera pasado al teísmo. Las reacciones no fueron cordiales o comprensivas. Todo lo contrario, se lo tachó de deshonesto e incluso de que, por su edad, chocheaba y no estaba en uso de sus facultades normales. Fue precisamente la desabrida reacción de quienes hasta hacía poco eran sus correligionarios en el ateísmo, la que movió a Flew a poner por escrito las razones de su posición intelectual.
La entrevista fue hecha por Gary Habermas, pero en sus preparativos y realización intervino Roy Abraham Varghese. Varghese era un escritor, ya de edad en 2044, que durante años se había dedicado al diálogo ciencia-religión. Había publicado diversos libros, siempre desde una posición creyente, y había organizado también en las últimas décadas conferencias y seminarios que habían reunido a lo más selecto del diálogo ciencia-religión en la cultura anglosajona.
Por ello, Varghese conocía desde hacía años a Flew, que había participado en conferencias organizadas por Varghese, aunque militaba en el bando contrario, el de la creencia religiosa. La relación con Flew creció tras el video y, cuando Flew decidió escribir su libro There is a God. How the world´s most notorious atheist changes his mind (2007), parece que Varghese estuvo a su lado y le ayudó en la composición. También lo ayudaron con su conversación Richard Swinburne y Brian Lewftow, como el mismo Flew confiesa. Cuando estalló la polémica tras la entrevista y el libro se publicó, hubo incluso quienes dijeron que el libro lo había escrito Varghese.
Es difícil admitir que una cosa así fuera aceptada por Flew, quien rechazó explícitamente estas acusaciones. Varghese escribió de hecho, y firmó, el Prefacio de Dios existe y el apéndice A en que se comenta el Nuevo Ateísmo. Es obvio que entre Varghese y Flew hubo una complicidad, pero el libro fue firmado exclusivamente por Antony Flew. Sin embargo, antes de referirnos a las razones expuestas por Flew, tiene interés recoger aquí algunas de las consideraciones previas de Varghese en el Prefacio.
“La reacción de los correligionarios ateos de Flew a la noticia de la Associated Press rayó en la histeria… Los insultos necios y las caricaturas grotescas sobre Flew abundaron en la blogosfera librepensadora. Las mismas personas que solían quejarse de la Inquisición y de la quema de brujas, se entregaban ahora a su propia caza de herejes. Los defensores de la tolerancia resultaban no ser demasiado tolerantes. Según parece, los fanáticos religiosos no tienen el monopolio del dogmatismo, la incivilidad, el sectarismo y la paranoia. Pero las turbas furiosas no pueden reescribir la historia. Y la posición de Flew en la historia del ateísmo supera todo lo que los ateos actuales puedan ofrecer” (Dios existe, p. 24).
Para Varghese la obra de Flew permitió superar el simplismo positivista de la cuestión de Dios, fundado en la simple aseveración de que Dios, por las buenas, no es objeto de experiencia y no responde al principio de verificación. Flew introdujo el enfoque analítico que profundizaba con respeto en el lenguaje sobre Dios para descubrir con precisión cómo y por qué no reflejaba el mundo de experiencia real, al que el hombre estaba vinculado.
Bajo la influencia del estilo analítico de Flew no pocos filósofos analíticos comenzaron a abordar con gran precisión “problemas como la significatividad de las afirmaciones sobre Dios, la coherencia lógica de los atributos divinos y la cuestión de si la creencia en Dios es básica: es decir, precisamente los problemas planteados por Flew en el debate que buscó generar” (Dios existe, p. 28).
Varghese, en el Prefacio, reacciona con vehemencia emocional ante el Nuevo Ateísmo que, cuando se produjo la entrevista de Flew (2004) y cuando apareció su libro Dios existe (2007), estaba en su momento de eclosión, como consecuencia emocional del atentado de 2001. La razón de la reacción defensiva de Varghese es obvia porque fueron los nuevos ateos quienes reaccionaron primero con vehemencia emocional para descalificar el hecho de que Flew hubiera cambiado de posición desde el ateísmo al teísmo, poniendo incluso en duda el uso de sus facultades mentales o su honestidad personal.
“El blanco principal de los ataques contenidos en esos libros (del Nuevo Ateísmo) es, sin duda, la religión organizada de cualquier tipo, tiempo y lugar. Paradójicamente, los propios libros suenan como sermones fundamentalistas. Loa autores, en su mayor parte, parecen predicadores incendiarios que nos amenazan con duros castigos, incluso con el apocalipsis, si no abandonamos nuestras creencias extraviadas y las prácticas asociadas a ellas. No hay espacio en ellos para la ambigüedad o la sutileza. Todo es blanco o negro. O estamos con ellos, o estamos con el enemigo. Incluso algunos pensadores eminentes que expresan un mínimo de empatía con la parte contraria, son denunciados como traidores. Y los propios evangelistas (del ateísmo) se ven a sí mismos como espíritus valientes que intentan transmitir urgentemente su mensaje, ante el martirio inminente” (Dios existe, p. 28).
Se refiere también Varghese a que Richard Dawkins quiso desprestigiar a Flew comparándolo con Bertrad Russell (en The God Delusion). Nos dice Varghese que “después de escribir (Dawkins) que Bertrand Russell “era un ateo extremadamente ecuánime, más que dispuesto a dejarse convencer si la lógica parecía exigirlo”, añade en una nota al pie: “Podríamos estar viendo algo similar en la sobrepublicitada tergiversación del filósofo Antony Flew, que ha anunciado en su ancianidad que se había convertido a la creencia a algún tipo de deidad (desencadenando un frenesí de repetición ávida en todo internet). Russell, en cambio, era un gran filósofo. Russell ganó el Premio Nobel” (hasta aquí la cita que Varghese hace de Dawkins). La petulacia pueril –prosigue Varghese– con que despectivamente compara al gran filósofo Russell con un Flew en la ancianidad es típica del tono de las epístolas de Dawkins a los ilustrados. Pero lo que resulta interesante aquí son las palabras que escoge Dawkins; palabras que delatan inconscientemente como funciona su mente. “Tergiversación” significa –en el sentido que le quiere dar Dawkins– “apostasía”. Así, el pecado principal de Flew estriba en haber apostatado de la fe atea de sus mayores” (Dios existe, p. 30).
Dawkins ha insistido siempre en que Russell fue su gran maestro, un hombre fiel al ateísmo sin fisuras. Por ello de un nivel de calidad humana muy superior al de Flew, con su razón perturbada en la ancianidad. Sin embargo, Varghese aprovecha para aportar algunos datos que podrían poner en duda el ateísmo sin fisuras de Russell, aportando algunos textos de la obra de la hija de Russell, Katherine Tait, My Father, Bertrand Russell (New York, 1975). Para Katherine su padre no sólo rechazó la religión por argumentos intelectuales, sino que se hallaba repelido por el comportamiento y el estilo de las religiones y de los creyentes religiosos que encontró en su vida.
“Me hubiera gustado convencer a mi padre de que yo había encontrado lo que él había estado buscando, ese inefable “algo” que había añorado toda su vida. Me hubiera gustado persuadirle de que la búsqueda de Dios no está condenada a ser vana. Pero no había nada que hacer. Había conocido a demasiados cristianos ciegos, moralistas tristes que extirpaban toda alegría de la vida y perseguían a sus oponentes; él nunca habría sido capaz de ver la verdad que, pese a todo, albergaban” (Dios existe, p. 31). Tait cree, sin embargo, que la vida de Russell fue una búsqueda de Dios, tal como Varghese relata.
“En algún lugar, en el fondo de la mente de mi padre, en las profundidades de su alma, había un hueco que había sido llenado alguna vez por Dios, y nunca encontró otra cosa que pudiera ocupar su lugar”. “Tenía, prosigue Varghese citando a Tait, el “sentimiento espectral del desarraigo, del no tener un hogar en este mundo” (Dios existe, p. 32). Finalmente recuerda Varghese un poderoso pasaje de Russell en su Autobiografía cuando dice que: “nada puede llenar el corazón humano, si no es la intensidad más alta del tipo de amor que predicaron los maestros religiosos” (Dios existe, p. 32). Por tanto, como Varghese intenta sugerir, no sería descabellado pensar que Russell estuvo más cerca del criticismo honesto y abierto de Flew, que del radicalismo dogmático de Dawkins.
Quiero concluir esta referencia al Prefacio de Varghese citando una referencia suya a Stephen Hawking, de indudable interés. “Cuando se preguntó a Stephen Hawking, durante una visita a Jerusalén, si creía en la existencia de Dios, el famoso físico contestó que, afectivamente “creo en la existencia de Dios, pero también creo que esa fuerza divina, una vez estableció las leyes físicas de la naturaleza, ya no interviene en el mundo ni lo controla” (Dios existe, p. 33).
La negación de lo divino en Antony Flew
Esta ha sido, en efecto, la posición que mantuvo Flew durante seis décadas, convirtiéndole en uno de los grandes maestros del ateísmo. Pero, ciertamente, no fue nunca un ateo al estilo radical de Dawkins, Harris o Hitchens. Su estilo analítico le hizo defender la posición de que era a los teístas a quienes correspondía la responsabilidad de aportar pruebas o argumentos que hicieran aceptable la existencia de Dios. El ateísmo era la posición que, por defecto, debía siempre ser asumida. Flew se mantuvo en esta tesis que fue combatida por los teístas coetáneos ingleses como Plantinga. Para éste, lo obvio social e históricamente es Dios, y es el ateísmo el que debe aportar pruebas.
A mi entender, entiendo que lo obvio no es ni el ateísmo (Flew) ni el teísmo (Plantinga) sino el enigma del universo y la incertidumbre metafísica. Ni ateísmo ni teísmo son obvios, ya que dependen de una toma de posición humana ante el enigma. El teísta debe ponderar los argumentos del ateo, y viceversa.
Antony Flew aplicó el método analítico para ponderar los argumentos a favor de la existencia de Dios que venían siendo esgrimidos por el teísmo de su tiempo. El resultado fue que durante años y años el fino análisis de Flew fue mostrando la insuficiencia de los argumentos teístas. Por una parte, consideró que los argumentos tradicionales (los metafísico-ontológicos, los teleológicos o de la finalidad-racionalidad del universo, y los derivados de la historia de las religiones) no tenían una corrección lógica que los hiciera aceptables.
Pero, por otra parte, consideró también que la misma idea de Dios que ofrecía el pensamiento teísta no era aceptable porque mostraba un contenido que no era defendible ante la razón por ser incongruente con nuestra idea de la realidad (así criticó Flew la idea de Dios, su relación con el mundo, y los atributos divinos). Pero la actitud de Flew fue siempre respetuosa y abierta. Decía lo que con honestidad creía que podía decir por el uso de la razón, científica y filosófica. Pero estuvo siempre abierto a considerar de nuevo las cosas, hallar nuevos argumentos y cambiar.
Flew caracterizaba su actitud como la de dejarse llevar con honestidad… hasta donde nos lleve la evidencia. Y con toda honestidad se dejó llevar, al final de sus días, hasta dónde las evidencias le llevaban, es decir, al tránsito desde su ateísmo ancestral a una nueva posición teísta. El libro de Flew en 2007, Dios existe, muestra a las claras que sabe perfectamente lo que dice, tiene la información pertinente y razona con gran precisión y agudeza. No se ve ni por asomo el “desvarío de la ancianidad” que ha pretendido atribuirle Dawkins malévolamente.
La primera parte del libro está dedicada a explicar sus años de ateísmo: cómo llegó a ser ateo y cuáles fueron los argumentos en que fundaba su opinión. Es, más o menos, la contextualización que ya hemos hecho aquí en lo anterior y que no tenemos intención de presentar en detalle. Flew aporta sus experiencias familiares, informa sobre sus estudios, sus contactos con personas y profesores, sus relaciones con grandes autores de su tiempo, su ingreso en la universidad como docente hasta el final de su carrera académica.
Refiere igualmente el contenido de sus obras y los pasos que fue dando en ellas, siempre en orden a defender la posición atea en el marco del pensamiento analítico. El lector interesado leerá estos capítulos de Flew con provecho.
Pero quiero reseñar aquí, sacándolo de la biografía intelectual que Flew nos expone, su mención de la forma en que el problema del Mal influyó en su ateísmo de juventud. “Las razones por las que abracé el ateísmo a la edad de quince años eran claramente inadecuadas. Se basaban en lo que describí más tarde como dos “obsesiones juveniles”: 1) que el problema del mal constituía una refutación decisiva de la existencia de un Dios infinitamente bueno y omnipotente; 2) que el recurso a la libertad del hombre no eximía al Creador de su responsabilidad por los manifiestos defectos de la creación” (Dios existe, p. 59).
“Si decimos que Dios nos ama, debemos preguntar qué fenómenos excluye dicha afirmación. Obviamente, la existencia del dolor y el sufrimiento aparece como un problema para la tesis en cuestión. Los teístas nos dicen que, con las apropiadas cualificaciones, estos fenómenos pueden ser reconciliados con la existencia y el amor de Dios. Pero entonces surge la cuestión de por qué no deberíamos simplemente concluir que Dios no nos ama. Los teístas, según parece, no permiten que ningún fenómeno pueda contar como incompatible con la tesis de que Dios nos ama. Esto significaría que nada puede contar a su favor tampoco. Se convierte de hecho en una afirmación vacía. Concluía que una hipótesis presuntuosa puede así ser muerta poco a poco: se le inflige la muerte de las mil cualificaciones” (Dios existe, p. 60). El problema del Mal, sin embargo, no será abordado en su obra de 2004, reducida a considerar el teísmo como una exigencia de la razón cosmológica.
Tras algunas sospechas y desmentidos de que Flew había aceptado el teísmo, ya desde 2001, la edición a fines de 2004 de una entrevista en video confirmó lo que ya se venía sospechando con imprecisión, a saber, que Flew abandonaba el ateísmo y abrazaba un pensamiento teísta, por él calificado como deísmo, término propio de la ilustración. El mismo Flew describió su deísmo con una referencia al deísmo de Thomas Jefferson, centrando su creencia en Dios en los argumentos del diseño natural y no en revelaciones de ese Dios o en eventuales relaciones de Dios con los seres humanos.
Flew creía en un Dios inactivo, inofensivo. Parece que se abrió a un Dios al que quiso “proteger” (como ya había hecho a su manera Alfred N. Whitehead en la filosofía del proceso) del caos de la historia, difícilmente atribuible a Dios. No se debe exagerar, por tanto, el alcance de la “conversión” de Flew al deísmo, y mucho menos a religiones o al cristianismo. Cree en un Dios que funda la racionalidad del universo, pero sus creencias no llegan a establecer la forma de la relación de Dios con los hombres, o la pervivencia más allá de la muerte y, mucho menos, a la aceptación de los contenidos propios de las religiones establecidas, entre ellas, el cristianismo, obviamente la religión culturalmente más cercana a Flew, incluso por su misma tradición familiar.
Flew fue un temperamento extraordinariamente analítico por su misma tradición filosófica. Su análisis le llevó con todo rigor a persuadirse del deísmo, de la existencia de un Dios diseñador de la racionalidad del universo, pero su análisis no llegó de hecho más lejos. No sabemos hasta dónde hubiera llegado, si hubiera podido disponer de más años. Pero, en todo caso, su conversión al deísmo, que llegó hasta donde llegó y no a más, merece ser reseñada aquí (es lo que haremos en otro artículo en relación con éste). Al fin y a cabo, frente al ateísmo, la posición fundamental es afirmar la existencia de Dios.
La edición de la entrevista en internet tuvo un efecto enorme en las redes sociales. No parecía verosímil que el “padre del ateísmo” se hubiera pasado al teísmo. Las reacciones no fueron cordiales o comprensivas. Todo lo contrario, se lo tachó de deshonesto e incluso de que, por su edad, chocheaba y no estaba en uso de sus facultades normales. Fue precisamente la desabrida reacción de quienes hasta hacía poco eran sus correligionarios en el ateísmo, la que movió a Flew a poner por escrito las razones de su posición intelectual.
La entrevista fue hecha por Gary Habermas, pero en sus preparativos y realización intervino Roy Abraham Varghese. Varghese era un escritor, ya de edad en 2044, que durante años se había dedicado al diálogo ciencia-religión. Había publicado diversos libros, siempre desde una posición creyente, y había organizado también en las últimas décadas conferencias y seminarios que habían reunido a lo más selecto del diálogo ciencia-religión en la cultura anglosajona.
Por ello, Varghese conocía desde hacía años a Flew, que había participado en conferencias organizadas por Varghese, aunque militaba en el bando contrario, el de la creencia religiosa. La relación con Flew creció tras el video y, cuando Flew decidió escribir su libro There is a God. How the world´s most notorious atheist changes his mind (2007), parece que Varghese estuvo a su lado y le ayudó en la composición. También lo ayudaron con su conversación Richard Swinburne y Brian Lewftow, como el mismo Flew confiesa. Cuando estalló la polémica tras la entrevista y el libro se publicó, hubo incluso quienes dijeron que el libro lo había escrito Varghese.
Es difícil admitir que una cosa así fuera aceptada por Flew, quien rechazó explícitamente estas acusaciones. Varghese escribió de hecho, y firmó, el Prefacio de Dios existe y el apéndice A en que se comenta el Nuevo Ateísmo. Es obvio que entre Varghese y Flew hubo una complicidad, pero el libro fue firmado exclusivamente por Antony Flew. Sin embargo, antes de referirnos a las razones expuestas por Flew, tiene interés recoger aquí algunas de las consideraciones previas de Varghese en el Prefacio.
“La reacción de los correligionarios ateos de Flew a la noticia de la Associated Press rayó en la histeria… Los insultos necios y las caricaturas grotescas sobre Flew abundaron en la blogosfera librepensadora. Las mismas personas que solían quejarse de la Inquisición y de la quema de brujas, se entregaban ahora a su propia caza de herejes. Los defensores de la tolerancia resultaban no ser demasiado tolerantes. Según parece, los fanáticos religiosos no tienen el monopolio del dogmatismo, la incivilidad, el sectarismo y la paranoia. Pero las turbas furiosas no pueden reescribir la historia. Y la posición de Flew en la historia del ateísmo supera todo lo que los ateos actuales puedan ofrecer” (Dios existe, p. 24).
Para Varghese la obra de Flew permitió superar el simplismo positivista de la cuestión de Dios, fundado en la simple aseveración de que Dios, por las buenas, no es objeto de experiencia y no responde al principio de verificación. Flew introdujo el enfoque analítico que profundizaba con respeto en el lenguaje sobre Dios para descubrir con precisión cómo y por qué no reflejaba el mundo de experiencia real, al que el hombre estaba vinculado.
Bajo la influencia del estilo analítico de Flew no pocos filósofos analíticos comenzaron a abordar con gran precisión “problemas como la significatividad de las afirmaciones sobre Dios, la coherencia lógica de los atributos divinos y la cuestión de si la creencia en Dios es básica: es decir, precisamente los problemas planteados por Flew en el debate que buscó generar” (Dios existe, p. 28).
Varghese, en el Prefacio, reacciona con vehemencia emocional ante el Nuevo Ateísmo que, cuando se produjo la entrevista de Flew (2004) y cuando apareció su libro Dios existe (2007), estaba en su momento de eclosión, como consecuencia emocional del atentado de 2001. La razón de la reacción defensiva de Varghese es obvia porque fueron los nuevos ateos quienes reaccionaron primero con vehemencia emocional para descalificar el hecho de que Flew hubiera cambiado de posición desde el ateísmo al teísmo, poniendo incluso en duda el uso de sus facultades mentales o su honestidad personal.
“El blanco principal de los ataques contenidos en esos libros (del Nuevo Ateísmo) es, sin duda, la religión organizada de cualquier tipo, tiempo y lugar. Paradójicamente, los propios libros suenan como sermones fundamentalistas. Loa autores, en su mayor parte, parecen predicadores incendiarios que nos amenazan con duros castigos, incluso con el apocalipsis, si no abandonamos nuestras creencias extraviadas y las prácticas asociadas a ellas. No hay espacio en ellos para la ambigüedad o la sutileza. Todo es blanco o negro. O estamos con ellos, o estamos con el enemigo. Incluso algunos pensadores eminentes que expresan un mínimo de empatía con la parte contraria, son denunciados como traidores. Y los propios evangelistas (del ateísmo) se ven a sí mismos como espíritus valientes que intentan transmitir urgentemente su mensaje, ante el martirio inminente” (Dios existe, p. 28).
Se refiere también Varghese a que Richard Dawkins quiso desprestigiar a Flew comparándolo con Bertrad Russell (en The God Delusion). Nos dice Varghese que “después de escribir (Dawkins) que Bertrand Russell “era un ateo extremadamente ecuánime, más que dispuesto a dejarse convencer si la lógica parecía exigirlo”, añade en una nota al pie: “Podríamos estar viendo algo similar en la sobrepublicitada tergiversación del filósofo Antony Flew, que ha anunciado en su ancianidad que se había convertido a la creencia a algún tipo de deidad (desencadenando un frenesí de repetición ávida en todo internet). Russell, en cambio, era un gran filósofo. Russell ganó el Premio Nobel” (hasta aquí la cita que Varghese hace de Dawkins). La petulacia pueril –prosigue Varghese– con que despectivamente compara al gran filósofo Russell con un Flew en la ancianidad es típica del tono de las epístolas de Dawkins a los ilustrados. Pero lo que resulta interesante aquí son las palabras que escoge Dawkins; palabras que delatan inconscientemente como funciona su mente. “Tergiversación” significa –en el sentido que le quiere dar Dawkins– “apostasía”. Así, el pecado principal de Flew estriba en haber apostatado de la fe atea de sus mayores” (Dios existe, p. 30).
Dawkins ha insistido siempre en que Russell fue su gran maestro, un hombre fiel al ateísmo sin fisuras. Por ello de un nivel de calidad humana muy superior al de Flew, con su razón perturbada en la ancianidad. Sin embargo, Varghese aprovecha para aportar algunos datos que podrían poner en duda el ateísmo sin fisuras de Russell, aportando algunos textos de la obra de la hija de Russell, Katherine Tait, My Father, Bertrand Russell (New York, 1975). Para Katherine su padre no sólo rechazó la religión por argumentos intelectuales, sino que se hallaba repelido por el comportamiento y el estilo de las religiones y de los creyentes religiosos que encontró en su vida.
“Me hubiera gustado convencer a mi padre de que yo había encontrado lo que él había estado buscando, ese inefable “algo” que había añorado toda su vida. Me hubiera gustado persuadirle de que la búsqueda de Dios no está condenada a ser vana. Pero no había nada que hacer. Había conocido a demasiados cristianos ciegos, moralistas tristes que extirpaban toda alegría de la vida y perseguían a sus oponentes; él nunca habría sido capaz de ver la verdad que, pese a todo, albergaban” (Dios existe, p. 31). Tait cree, sin embargo, que la vida de Russell fue una búsqueda de Dios, tal como Varghese relata.
“En algún lugar, en el fondo de la mente de mi padre, en las profundidades de su alma, había un hueco que había sido llenado alguna vez por Dios, y nunca encontró otra cosa que pudiera ocupar su lugar”. “Tenía, prosigue Varghese citando a Tait, el “sentimiento espectral del desarraigo, del no tener un hogar en este mundo” (Dios existe, p. 32). Finalmente recuerda Varghese un poderoso pasaje de Russell en su Autobiografía cuando dice que: “nada puede llenar el corazón humano, si no es la intensidad más alta del tipo de amor que predicaron los maestros religiosos” (Dios existe, p. 32). Por tanto, como Varghese intenta sugerir, no sería descabellado pensar que Russell estuvo más cerca del criticismo honesto y abierto de Flew, que del radicalismo dogmático de Dawkins.
Quiero concluir esta referencia al Prefacio de Varghese citando una referencia suya a Stephen Hawking, de indudable interés. “Cuando se preguntó a Stephen Hawking, durante una visita a Jerusalén, si creía en la existencia de Dios, el famoso físico contestó que, afectivamente “creo en la existencia de Dios, pero también creo que esa fuerza divina, una vez estableció las leyes físicas de la naturaleza, ya no interviene en el mundo ni lo controla” (Dios existe, p. 33).
La negación de lo divino en Antony Flew
Esta ha sido, en efecto, la posición que mantuvo Flew durante seis décadas, convirtiéndole en uno de los grandes maestros del ateísmo. Pero, ciertamente, no fue nunca un ateo al estilo radical de Dawkins, Harris o Hitchens. Su estilo analítico le hizo defender la posición de que era a los teístas a quienes correspondía la responsabilidad de aportar pruebas o argumentos que hicieran aceptable la existencia de Dios. El ateísmo era la posición que, por defecto, debía siempre ser asumida. Flew se mantuvo en esta tesis que fue combatida por los teístas coetáneos ingleses como Plantinga. Para éste, lo obvio social e históricamente es Dios, y es el ateísmo el que debe aportar pruebas.
A mi entender, entiendo que lo obvio no es ni el ateísmo (Flew) ni el teísmo (Plantinga) sino el enigma del universo y la incertidumbre metafísica. Ni ateísmo ni teísmo son obvios, ya que dependen de una toma de posición humana ante el enigma. El teísta debe ponderar los argumentos del ateo, y viceversa.
Antony Flew aplicó el método analítico para ponderar los argumentos a favor de la existencia de Dios que venían siendo esgrimidos por el teísmo de su tiempo. El resultado fue que durante años y años el fino análisis de Flew fue mostrando la insuficiencia de los argumentos teístas. Por una parte, consideró que los argumentos tradicionales (los metafísico-ontológicos, los teleológicos o de la finalidad-racionalidad del universo, y los derivados de la historia de las religiones) no tenían una corrección lógica que los hiciera aceptables.
Pero, por otra parte, consideró también que la misma idea de Dios que ofrecía el pensamiento teísta no era aceptable porque mostraba un contenido que no era defendible ante la razón por ser incongruente con nuestra idea de la realidad (así criticó Flew la idea de Dios, su relación con el mundo, y los atributos divinos). Pero la actitud de Flew fue siempre respetuosa y abierta. Decía lo que con honestidad creía que podía decir por el uso de la razón, científica y filosófica. Pero estuvo siempre abierto a considerar de nuevo las cosas, hallar nuevos argumentos y cambiar.
Flew caracterizaba su actitud como la de dejarse llevar con honestidad… hasta donde nos lleve la evidencia. Y con toda honestidad se dejó llevar, al final de sus días, hasta dónde las evidencias le llevaban, es decir, al tránsito desde su ateísmo ancestral a una nueva posición teísta. El libro de Flew en 2007, Dios existe, muestra a las claras que sabe perfectamente lo que dice, tiene la información pertinente y razona con gran precisión y agudeza. No se ve ni por asomo el “desvarío de la ancianidad” que ha pretendido atribuirle Dawkins malévolamente.
La primera parte del libro está dedicada a explicar sus años de ateísmo: cómo llegó a ser ateo y cuáles fueron los argumentos en que fundaba su opinión. Es, más o menos, la contextualización que ya hemos hecho aquí en lo anterior y que no tenemos intención de presentar en detalle. Flew aporta sus experiencias familiares, informa sobre sus estudios, sus contactos con personas y profesores, sus relaciones con grandes autores de su tiempo, su ingreso en la universidad como docente hasta el final de su carrera académica.
Refiere igualmente el contenido de sus obras y los pasos que fue dando en ellas, siempre en orden a defender la posición atea en el marco del pensamiento analítico. El lector interesado leerá estos capítulos de Flew con provecho.
Pero quiero reseñar aquí, sacándolo de la biografía intelectual que Flew nos expone, su mención de la forma en que el problema del Mal influyó en su ateísmo de juventud. “Las razones por las que abracé el ateísmo a la edad de quince años eran claramente inadecuadas. Se basaban en lo que describí más tarde como dos “obsesiones juveniles”: 1) que el problema del mal constituía una refutación decisiva de la existencia de un Dios infinitamente bueno y omnipotente; 2) que el recurso a la libertad del hombre no eximía al Creador de su responsabilidad por los manifiestos defectos de la creación” (Dios existe, p. 59).
“Si decimos que Dios nos ama, debemos preguntar qué fenómenos excluye dicha afirmación. Obviamente, la existencia del dolor y el sufrimiento aparece como un problema para la tesis en cuestión. Los teístas nos dicen que, con las apropiadas cualificaciones, estos fenómenos pueden ser reconciliados con la existencia y el amor de Dios. Pero entonces surge la cuestión de por qué no deberíamos simplemente concluir que Dios no nos ama. Los teístas, según parece, no permiten que ningún fenómeno pueda contar como incompatible con la tesis de que Dios nos ama. Esto significaría que nada puede contar a su favor tampoco. Se convierte de hecho en una afirmación vacía. Concluía que una hipótesis presuntuosa puede así ser muerta poco a poco: se le inflige la muerte de las mil cualificaciones” (Dios existe, p. 60). El problema del Mal, sin embargo, no será abordado en su obra de 2004, reducida a considerar el teísmo como una exigencia de la razón cosmológica.
Conclusión
Ciertamente, el contenido de la obra de Flew que supone su conversión final al teísmo es, ante todo una argumentación cosmológica. En detalle valoraremos su análisis en un próximo artículo sobre su descubrimiento de lo divino.
Como explicaré, su nuevo teísmo y los argumentos que esgrime para defenderlo tienen un indudable interés. Sin embargo, en mi opinión, no creo que estén construidos con toda precisión y en conformidad con lo que permite hoy decir la ciencia moderna.
No es que estemos en disconformidad con el nuevo teísmo de Flew, pero sí creemos que sus argumentos deben ser revisados y no pueden ser aceptados sin más. Lo explicaremos en el siguiente artículo que completará nuestro análisis del pensamiento de este gran maestro del ateísmo/teísmo, es decir, del problema del ateísmo y del teísmo en el siglo XX.
Ciertamente, el contenido de la obra de Flew que supone su conversión final al teísmo es, ante todo una argumentación cosmológica. En detalle valoraremos su análisis en un próximo artículo sobre su descubrimiento de lo divino.
Como explicaré, su nuevo teísmo y los argumentos que esgrime para defenderlo tienen un indudable interés. Sin embargo, en mi opinión, no creo que estén construidos con toda precisión y en conformidad con lo que permite hoy decir la ciencia moderna.
No es que estemos en disconformidad con el nuevo teísmo de Flew, pero sí creemos que sus argumentos deben ser revisados y no pueden ser aceptados sin más. Lo explicaremos en el siguiente artículo que completará nuestro análisis del pensamiento de este gran maestro del ateísmo/teísmo, es decir, del problema del ateísmo y del teísmo en el siglo XX.