Albert Einstein junto al matemático estadounidense Richard C. Tolman en el Caltech en 1932. Fuente: Wikimedia Commons.
La búsqueda humana del fundamento del que brota el poder de lo real ha sido una constante de la historia humana. Tal y como analizamos en un artículo anterior de Tendencias21, este fundamento se halla en la inquietud de los grandes científicos que, de una u otra forma, se han preguntado por la profundidad metafísica de lo real.
Es difícil hallar un gran científico que, como teísta o como ateo, no se haya planteado la cuestión de lo real en el sentido en que el filósofo español Xavier Zubiri lo describe. Lo mismo podemos decir de los grandes filósofos. La ciencia y la filosofía han estado abiertas a la incógnita del fundamento del poder de lo real. También el siglo XXI deberá replantearse las mismas inquietudes.
En el presente artículo, siguiendo a Fernández Rañada y otros autores, hacemos un breve recorrido, que nos permitirá constatar cómo ha estado presente la cuestión del fundamento metafísico en los grandes científicos.
En los siglos XVI y XVII los pioneros de las ciencias fueron muy respetuosos con lo religioso. Ellos mismos eran creyentes, y esto les hacía, por lo menos a la mayoría, sentirse como investigadores de la obra de Dios en el mundo.
Postularon un Dios creador, ordenador y providente del mundo, del Universo. Tal es el caso de Nicolás Copérnico (1473-1543), astrónomo polaco; Juan Kepler (1571-1630), astrónomo alemán; Isaac Newton (1642-1727), físico y matemático inglés, que descubrió el cálculo diferencial e integral, al mismo tiempo que Godofredo Guillermo Leibniz (1647-1716), que, además, formuló la ley de la gravitación y abordó cuestiones teológicas: su Dios era más bien bíblico que racional; Leibniz se ocupó asimismo de teología y trató de unir las iglesias cristianas.
Roberto Boyle (1626-1691), por último, físico y químico inglés, que utilizó el método experimental y, sin embargo, pensaba que la ciencia era el mejor método para conocer a Dios, y, por lo tanto, parece que, desde la realidad física, postuló su existencia.
Pero fue en el siglo XVIII, con la Ilustración –al independizarse la ciencia de lo religioso, de Dios, y secularizarse–, cuando se manifiesta una nueva tendencia: El empleo de nuevos métodos para entender la divinidad, basados en la razón. E incluso los mismos científicos creyentes piensan que no es necesario acudir a nada transcendente a la realidad física para explicarla científicamente. Paradójicamente, no parece desacertado establecer que fue en este período histórico cuando muchos pensadores acusaron ese zubiriano poder de la realidad, planteándose el problema de Dios, si se quiere, incluso, con cierto grado de inconsciencia.
Aunque volveremos a la Ilustración, dejemos que el siglo XIX aparezca aquí con su progreso científico y la consiguiente euforia, que abre el filósofo francés, Augusto Comte (1798-1857), considerado el fundador del positivismo, con su gran influencia en la ciencia, la filosofía y la sociología, denominación que él dio por primera vez a lo que llamaba “física social”.
Es la época de la mecánica celeste de Laplace (1749-1827) y del evolucionismo de Carlos Roberto Darwin (1809-1882), naturalista inglés. La confrontación entre ciencia y religión, lo científico y lo religioso, está servida, y una nueva tendencia no se deja esperar.
Se abre un nuevo siglo, el siglo XX, y con él el gran impulso experimentado por las ciencias en sus principios teóricos y sus aplicaciones técnicas. Pero, al mismo tiempo, se produce un sentimiento generalizado de inseguridades, porque el indeterminismo en la física cuántica introduce, como es bien sabido, una incertidumbre en el conocimiento del mundo en sí mismo: la incapacidad para conocerlo parece evidente y esto debilita, claro está, la creencia de que nada se escapa a la razón.
Sin embargo, surge un balón de oxígeno con los avances en el campo de la biología molecular, referidos, principalmente, al desciframiento de la clave de la herencia, la doble hélice del ADN, que parece culminar el proceso iniciado por Darwin. Aquí se vigoriza la creencia de que “nada se escapa a la razón”; pero, no obstante, también se ve apaleada por el hecho de que todo esto aplicado a la realidad personal del hombre se muestra, cuando menos, muy poco eficaz.
En mi modesta opinión, estamos en este siglo situados en un campo “vectorializado” por dos tendencias, que muy bien pueden complementarse: Una, capitaneada por la estricta racionalidad, y la otra, por la razonabilidad. Tendré ocasión de volver a referirme a esto.
Pero pulsemos, brevemente, algunas afirmaciones de científicos relevantes, de uno y otro siglo, para constatar, implícita o explícitamente, lo que postulan de esa realidad absolutamente absoluta a la que se sienten impelidos por el poder de lo real y sobre la que deben concebir “esbozos racionales” sobre su naturaleza. Este recorrido nos permitirá intuir algo sobre la tendencia a esa mayor racionalidad científica y mejor razonabilidad filosófica sobre lo religioso que deberá caracterizar al siglo XXI.
Siglos XVII y XVIII: teísmo y ateísmo en la ciencia ilustrada
Empecemos por Blas Pascal (1623-1662), teólogo, filósofo y matemático francés, para quien sólo la vía de la sutileza es la adecuada para acercarse a Dios, porque “es el corazón el que siente a Dios y no la razón”, pues las razones del “espíritu geométrico” son frías y operan mediante inferencias lógicas.
Dionisio Diderot (1713-1784), otro filósofo francés, al que su padre quería llevar por el camino de la teología, se ocupó de filosofía, física y matemáticas; pero no quedó aquí, sino que atacó las creencias religiosas de su época y fue un colaborador de la Enciclopedia y propagador del materialismo ateo, aunque sus ataques iban más bien dirigidos a la iglesia institucional.
También hay que hacer resaltar las actitudes antirreligiosas de los deístas, ateos y agnósticos: Los primeros creían en Dios, pero no en el de la revelación cristiana, y propugnaban una religión natural. Es el caso de Francisco María Arouet, Voltaire, escritor francés, que vivió en el período 1694-1778, quien no se recató en escribir lo siguiente: “La afirmación ´hay un Dios` es la más probablemente cierta que se pueda imaginar (…), pues la contraria es una de las más absurdas”; también “cuando la razón, libre de sus cadenas, enseñe a las gentes que hay un solo Dios (…), los hombres serán mejores y menos supersticiosos”, (165, C y D, citado por Antonio-Fernández Rañada).
Leibniz sostuvo que la vis viva (energía) era como una evidencia del compromiso de Dios de conservar la creación. Por lo tanto, además de una postulación de un Dios creador y providente, hay una aceptación del Dios bíblico; pero no puede descartarse el poder de lo real, manifestado como energía, al que, por una parte, lo considera necesario y fontanal para conservar la creación, y por otra parte, como un compromiso de Dios con todo lo creado.
Alessandro Volta (1647-1716), físico italiano, era católico e incluso escribió una obra que tituló “Confesión de fe” contra el cientificismo. Esto evidencia que muchos científicos de esta época no estaban por el ateísmo, aunque sus creencias fuesen más matizadas, como ocurre con Benjamín Franklin (1706-1790), un gran científico americano, que era deísta.
El matemático suizo, Leonard Euler (1707-1783), perfeccionó el cálculo infinitesimal, que aplicó a la Mecánica, Astronomía y Física, y escribió la famosa ecuación que relaciona la fuerza con la masa y la aceleración. Era creyente y estaba convencido de que juzgar, razonar, reflexionar… eran, cualitativamente, facultades incompatibles con la naturaleza de los cuerpos. Pensaba que sólo en las almas y los espíritus podían tener asiento, y que, por supuesto, Dios las tenía en grado sumo.
Fue Hans Christian Oersted (1777-1851), físico danés, quien defendió una cosmovisión en la que el papel de Dios es decisivo para que el hombre y la naturaleza participen en la Razón divina, pues sólo así es posible explicarse la congruencia del hombre con la Mente divina y la posibilidad de construir la leyes de la naturaleza. Por tanto, la realidad evidenciada en sus leyes estructurales, le remite a la postulación de un Dios ordenador del mundo.
En Inglaterra, surge la teología natural, cuyo objetivo es alcanzar un conocimiento de Dios atendiendo a la complejidad de lo creado, no a sus actos. Los seres vivos sensibles eran entendidos como animales-máquina, una concepción que prevaleció hasta el siglo XIX. La obra de Julien Offroy de la Mettrie (1709-1751), médico y filósofo francés, materialista, que publicó “El hombre máquina”, conmovió las conciencias y desencadenó una corriente intelectual vinculada al materialismo y al ateísmo. Como el ambiente estaba propicio a estas posturas, los sentimientos antirreligiosos salieron a flote. Pero, en todo caso, lo religioso estaba ahí, aunque sólo fuera para criticarlo negativamente.
Es difícil hallar un gran científico que, como teísta o como ateo, no se haya planteado la cuestión de lo real en el sentido en que el filósofo español Xavier Zubiri lo describe. Lo mismo podemos decir de los grandes filósofos. La ciencia y la filosofía han estado abiertas a la incógnita del fundamento del poder de lo real. También el siglo XXI deberá replantearse las mismas inquietudes.
En el presente artículo, siguiendo a Fernández Rañada y otros autores, hacemos un breve recorrido, que nos permitirá constatar cómo ha estado presente la cuestión del fundamento metafísico en los grandes científicos.
En los siglos XVI y XVII los pioneros de las ciencias fueron muy respetuosos con lo religioso. Ellos mismos eran creyentes, y esto les hacía, por lo menos a la mayoría, sentirse como investigadores de la obra de Dios en el mundo.
Postularon un Dios creador, ordenador y providente del mundo, del Universo. Tal es el caso de Nicolás Copérnico (1473-1543), astrónomo polaco; Juan Kepler (1571-1630), astrónomo alemán; Isaac Newton (1642-1727), físico y matemático inglés, que descubrió el cálculo diferencial e integral, al mismo tiempo que Godofredo Guillermo Leibniz (1647-1716), que, además, formuló la ley de la gravitación y abordó cuestiones teológicas: su Dios era más bien bíblico que racional; Leibniz se ocupó asimismo de teología y trató de unir las iglesias cristianas.
Roberto Boyle (1626-1691), por último, físico y químico inglés, que utilizó el método experimental y, sin embargo, pensaba que la ciencia era el mejor método para conocer a Dios, y, por lo tanto, parece que, desde la realidad física, postuló su existencia.
Pero fue en el siglo XVIII, con la Ilustración –al independizarse la ciencia de lo religioso, de Dios, y secularizarse–, cuando se manifiesta una nueva tendencia: El empleo de nuevos métodos para entender la divinidad, basados en la razón. E incluso los mismos científicos creyentes piensan que no es necesario acudir a nada transcendente a la realidad física para explicarla científicamente. Paradójicamente, no parece desacertado establecer que fue en este período histórico cuando muchos pensadores acusaron ese zubiriano poder de la realidad, planteándose el problema de Dios, si se quiere, incluso, con cierto grado de inconsciencia.
Aunque volveremos a la Ilustración, dejemos que el siglo XIX aparezca aquí con su progreso científico y la consiguiente euforia, que abre el filósofo francés, Augusto Comte (1798-1857), considerado el fundador del positivismo, con su gran influencia en la ciencia, la filosofía y la sociología, denominación que él dio por primera vez a lo que llamaba “física social”.
Es la época de la mecánica celeste de Laplace (1749-1827) y del evolucionismo de Carlos Roberto Darwin (1809-1882), naturalista inglés. La confrontación entre ciencia y religión, lo científico y lo religioso, está servida, y una nueva tendencia no se deja esperar.
Se abre un nuevo siglo, el siglo XX, y con él el gran impulso experimentado por las ciencias en sus principios teóricos y sus aplicaciones técnicas. Pero, al mismo tiempo, se produce un sentimiento generalizado de inseguridades, porque el indeterminismo en la física cuántica introduce, como es bien sabido, una incertidumbre en el conocimiento del mundo en sí mismo: la incapacidad para conocerlo parece evidente y esto debilita, claro está, la creencia de que nada se escapa a la razón.
Sin embargo, surge un balón de oxígeno con los avances en el campo de la biología molecular, referidos, principalmente, al desciframiento de la clave de la herencia, la doble hélice del ADN, que parece culminar el proceso iniciado por Darwin. Aquí se vigoriza la creencia de que “nada se escapa a la razón”; pero, no obstante, también se ve apaleada por el hecho de que todo esto aplicado a la realidad personal del hombre se muestra, cuando menos, muy poco eficaz.
En mi modesta opinión, estamos en este siglo situados en un campo “vectorializado” por dos tendencias, que muy bien pueden complementarse: Una, capitaneada por la estricta racionalidad, y la otra, por la razonabilidad. Tendré ocasión de volver a referirme a esto.
Pero pulsemos, brevemente, algunas afirmaciones de científicos relevantes, de uno y otro siglo, para constatar, implícita o explícitamente, lo que postulan de esa realidad absolutamente absoluta a la que se sienten impelidos por el poder de lo real y sobre la que deben concebir “esbozos racionales” sobre su naturaleza. Este recorrido nos permitirá intuir algo sobre la tendencia a esa mayor racionalidad científica y mejor razonabilidad filosófica sobre lo religioso que deberá caracterizar al siglo XXI.
Siglos XVII y XVIII: teísmo y ateísmo en la ciencia ilustrada
Empecemos por Blas Pascal (1623-1662), teólogo, filósofo y matemático francés, para quien sólo la vía de la sutileza es la adecuada para acercarse a Dios, porque “es el corazón el que siente a Dios y no la razón”, pues las razones del “espíritu geométrico” son frías y operan mediante inferencias lógicas.
Dionisio Diderot (1713-1784), otro filósofo francés, al que su padre quería llevar por el camino de la teología, se ocupó de filosofía, física y matemáticas; pero no quedó aquí, sino que atacó las creencias religiosas de su época y fue un colaborador de la Enciclopedia y propagador del materialismo ateo, aunque sus ataques iban más bien dirigidos a la iglesia institucional.
También hay que hacer resaltar las actitudes antirreligiosas de los deístas, ateos y agnósticos: Los primeros creían en Dios, pero no en el de la revelación cristiana, y propugnaban una religión natural. Es el caso de Francisco María Arouet, Voltaire, escritor francés, que vivió en el período 1694-1778, quien no se recató en escribir lo siguiente: “La afirmación ´hay un Dios` es la más probablemente cierta que se pueda imaginar (…), pues la contraria es una de las más absurdas”; también “cuando la razón, libre de sus cadenas, enseñe a las gentes que hay un solo Dios (…), los hombres serán mejores y menos supersticiosos”, (165, C y D, citado por Antonio-Fernández Rañada).
Leibniz sostuvo que la vis viva (energía) era como una evidencia del compromiso de Dios de conservar la creación. Por lo tanto, además de una postulación de un Dios creador y providente, hay una aceptación del Dios bíblico; pero no puede descartarse el poder de lo real, manifestado como energía, al que, por una parte, lo considera necesario y fontanal para conservar la creación, y por otra parte, como un compromiso de Dios con todo lo creado.
Alessandro Volta (1647-1716), físico italiano, era católico e incluso escribió una obra que tituló “Confesión de fe” contra el cientificismo. Esto evidencia que muchos científicos de esta época no estaban por el ateísmo, aunque sus creencias fuesen más matizadas, como ocurre con Benjamín Franklin (1706-1790), un gran científico americano, que era deísta.
El matemático suizo, Leonard Euler (1707-1783), perfeccionó el cálculo infinitesimal, que aplicó a la Mecánica, Astronomía y Física, y escribió la famosa ecuación que relaciona la fuerza con la masa y la aceleración. Era creyente y estaba convencido de que juzgar, razonar, reflexionar… eran, cualitativamente, facultades incompatibles con la naturaleza de los cuerpos. Pensaba que sólo en las almas y los espíritus podían tener asiento, y que, por supuesto, Dios las tenía en grado sumo.
Fue Hans Christian Oersted (1777-1851), físico danés, quien defendió una cosmovisión en la que el papel de Dios es decisivo para que el hombre y la naturaleza participen en la Razón divina, pues sólo así es posible explicarse la congruencia del hombre con la Mente divina y la posibilidad de construir la leyes de la naturaleza. Por tanto, la realidad evidenciada en sus leyes estructurales, le remite a la postulación de un Dios ordenador del mundo.
En Inglaterra, surge la teología natural, cuyo objetivo es alcanzar un conocimiento de Dios atendiendo a la complejidad de lo creado, no a sus actos. Los seres vivos sensibles eran entendidos como animales-máquina, una concepción que prevaleció hasta el siglo XIX. La obra de Julien Offroy de la Mettrie (1709-1751), médico y filósofo francés, materialista, que publicó “El hombre máquina”, conmovió las conciencias y desencadenó una corriente intelectual vinculada al materialismo y al ateísmo. Como el ambiente estaba propicio a estas posturas, los sentimientos antirreligiosos salieron a flote. Pero, en todo caso, lo religioso estaba ahí, aunque sólo fuera para criticarlo negativamente.
La ciencia promueve una nueva racionalidad de lo religioso
Joseph Priestley (1733-1804), químico inglés, descubridor del oxígeno, fue Pastor disidente de la Iglesia Anglicana y uno de los fundadores de la química; pero escribió, además de sobre otras numerosas temáticas, de teología, esforzándose por hallar una síntesis entre el materialismo y el cristianismo, entre la racionalidad científica y la razonabilidad teológica.
Priestley es un precedente de las dos tendencias que consideramos predominantes en el siglo XX: “Cree que, si parecen incompatibles, es porque el verdadero cristianismo se corrompió al admitir el dualismo materia-espíritu, por influencia de la filosofía griega y en contra de la tradición bíblica”. Siempre estuvo en contra de la opresión política y de las prácticas supersticiosas. Postula, consecuentemente, un “Dios que actúa mediante cadenas causales generadas por poderes que no son ni materiales ni inmateriales, en el sentido usual de la palabra.
Cree posible atribuir esos poderes a la materia, pero a condición de cambiar la idea de materia (…)”. (Véanse las citas en la p.169 de C y D). Ciertamente lo que trató de evitar con este planteamiento fue la ininteligibilidad de la interacción de materia y espíritu. Pero le llevó al rechazo de la doctrina del alma inmortal, pues creyó que el alma moría con el cuerpo, aunque Dios, mediante la gracia, la podía resucitar. Pienso que estamos ante una postulación de un Dios como Primera Causa Eficiente.
También por estos tiempos, el geólogo inglés J. Hutton (1726-1797) publica una obra titulada “Una investigación de los principios del conocimiento”, con claras inclinaciones deístas. Considera a Dios como la mente supervisora, un Ser con un conocimiento perfecto y sabiduría absoluta.
Como escribe Fernández-Rañada, “realmente era un hombre muy religioso, si bien fuera de cualquier ortodoxia”, (168, C y D), pues discrepaba de la Biblia en cuanto al origen y fin de la Tierra, de los que no encontraba vestigios. Postulaba un Dios omnisciente, sabio y providente, al que llega mediante una razonalidad, inducida desde la racionalidad de sus conocimientos científicos.
El siglo XIX: grandes científicos creyentes en el siglo del darwinismo
También la religión fue importante en la vida del físico inglés Michael Faraday (1791-1867), como en la del físico escocés James Clerk Maxwell (1831-1879), uno de los fundadores del electromagnetismo, que estaba convencido de que el cristianismo no resistía un análisis racional, y mantuvo la tesis de la continua reinterpretación de la doctrina, huyendo del dogmatismo, ya que pensaba que lo relevante era establecer el Reino de Dios en la Tierra y para eso era menester acercarse a cada época.
No hay que desechar la posibilidad de que, en el fondo, tuviese una inquietud por la “trágica existencia de la humanidad”, advirtiendo una ruptura entre la interpretación dogmática y las exigibles desde la realidad de su entorno. En este supuesto, en lo religioso, concuerda con una tendencia intelectual de los teólogos más avanzados de nuestros días.
Asimismo el físico francés Charles Agustin Coulomb (1736-1806) era un creyente incorporado a la Iglesia Católica, al igual que aquel escocés, también físico, que prodigaba los argumentos teológicos, Lord Kelvin (1824-1907), y que siempre se declaró creyente. Otro físico alemán, Heinrich Hertz (1857-1891), que logró producir las ondas hertzianas, mantuvo la misma actitud de creyente, pero como miembro practicante de la Iglesia Luterana.
El siglo XIX fue el gran siglo del darwinismo. Las ideas evolucionistas chocaron pronto con una teología conservadora que, simplemente, no se había planteado aquellas ideas y necesitaba tiempo para asimilarlas. El evolucionismo de Carlos Roberto Darwin (1809-1882), naturalista inglés, fue pronto defendido y discutido. Hubo teólogos que atacaron a Darwin y teólogos que lo defendieron con fuerza.
Darwin, cuya esposa era profundamente cristiana, se movió incómodo ante los ataques religiosos. Su posición religiosa personal no está clara, pero siempre fue respetuoso con la religión. En el fondo Darwin parece un hombre que se limitó a las evidencias científicas y no quiso ser un problema para lo religioso, pero que constata con sorpresa los furibundos ataques de que fue objeto.
Thomas Henry Huxley (1825-1895), biólogo inglés, defensor activo del darwinismo. Era agnóstico (inventó esta palabra). Sin embargo, parece que todos sus discursos atacando las iglesias tenían simbologías cristianas. Dice Fernández-Rañada que sus peleas tenían un “indiscutible aire de familia”, con expresiones como “sermones laicos”, “iglesia de la ciencia”…
Luis Boltzmann (1825-1895), físico austriaco, dejó escrito lo siguiente: “es cierto que sólo un loco puede negar la existencia de Dios, pero es igualmente cierto que todas nuestras representaciones de Dios son antropomorfismos insuficientes”, y, aunque dice que pueden explicarse los conceptos de verdad y belleza en términos mecánicos, piensa que los conceptos religiosos tienen otra base sólida, hasta el extremo de que las explicaciones mecanicistas acabarán siendo irrelevantes para lo religioso. Y quiero pensar que volvemos a estar en presencia, en lo religioso, de la implícita invitación a la renuncia de las explicaciones meramente racionales.
De todo lo dicho, se puede concluir que hay una clara e indiscutible tendencia teísta y deísta, en el ámbito científico, y que, en el siglo XIX, los contenidos alcanzados por la ciencia, el electromagnetismo, la evolución biológica y la mecánica estadística, no avalan el ateísmo, y, en algunos casos, incluso puede afirmarse una huída a las explicaciones razonalizadas, aunque reciban un impulso racional. Ahora vamos a ocuparnos del siglo XX.
Joseph Priestley (1733-1804), químico inglés, descubridor del oxígeno, fue Pastor disidente de la Iglesia Anglicana y uno de los fundadores de la química; pero escribió, además de sobre otras numerosas temáticas, de teología, esforzándose por hallar una síntesis entre el materialismo y el cristianismo, entre la racionalidad científica y la razonabilidad teológica.
Priestley es un precedente de las dos tendencias que consideramos predominantes en el siglo XX: “Cree que, si parecen incompatibles, es porque el verdadero cristianismo se corrompió al admitir el dualismo materia-espíritu, por influencia de la filosofía griega y en contra de la tradición bíblica”. Siempre estuvo en contra de la opresión política y de las prácticas supersticiosas. Postula, consecuentemente, un “Dios que actúa mediante cadenas causales generadas por poderes que no son ni materiales ni inmateriales, en el sentido usual de la palabra.
Cree posible atribuir esos poderes a la materia, pero a condición de cambiar la idea de materia (…)”. (Véanse las citas en la p.169 de C y D). Ciertamente lo que trató de evitar con este planteamiento fue la ininteligibilidad de la interacción de materia y espíritu. Pero le llevó al rechazo de la doctrina del alma inmortal, pues creyó que el alma moría con el cuerpo, aunque Dios, mediante la gracia, la podía resucitar. Pienso que estamos ante una postulación de un Dios como Primera Causa Eficiente.
También por estos tiempos, el geólogo inglés J. Hutton (1726-1797) publica una obra titulada “Una investigación de los principios del conocimiento”, con claras inclinaciones deístas. Considera a Dios como la mente supervisora, un Ser con un conocimiento perfecto y sabiduría absoluta.
Como escribe Fernández-Rañada, “realmente era un hombre muy religioso, si bien fuera de cualquier ortodoxia”, (168, C y D), pues discrepaba de la Biblia en cuanto al origen y fin de la Tierra, de los que no encontraba vestigios. Postulaba un Dios omnisciente, sabio y providente, al que llega mediante una razonalidad, inducida desde la racionalidad de sus conocimientos científicos.
El siglo XIX: grandes científicos creyentes en el siglo del darwinismo
También la religión fue importante en la vida del físico inglés Michael Faraday (1791-1867), como en la del físico escocés James Clerk Maxwell (1831-1879), uno de los fundadores del electromagnetismo, que estaba convencido de que el cristianismo no resistía un análisis racional, y mantuvo la tesis de la continua reinterpretación de la doctrina, huyendo del dogmatismo, ya que pensaba que lo relevante era establecer el Reino de Dios en la Tierra y para eso era menester acercarse a cada época.
No hay que desechar la posibilidad de que, en el fondo, tuviese una inquietud por la “trágica existencia de la humanidad”, advirtiendo una ruptura entre la interpretación dogmática y las exigibles desde la realidad de su entorno. En este supuesto, en lo religioso, concuerda con una tendencia intelectual de los teólogos más avanzados de nuestros días.
Asimismo el físico francés Charles Agustin Coulomb (1736-1806) era un creyente incorporado a la Iglesia Católica, al igual que aquel escocés, también físico, que prodigaba los argumentos teológicos, Lord Kelvin (1824-1907), y que siempre se declaró creyente. Otro físico alemán, Heinrich Hertz (1857-1891), que logró producir las ondas hertzianas, mantuvo la misma actitud de creyente, pero como miembro practicante de la Iglesia Luterana.
El siglo XIX fue el gran siglo del darwinismo. Las ideas evolucionistas chocaron pronto con una teología conservadora que, simplemente, no se había planteado aquellas ideas y necesitaba tiempo para asimilarlas. El evolucionismo de Carlos Roberto Darwin (1809-1882), naturalista inglés, fue pronto defendido y discutido. Hubo teólogos que atacaron a Darwin y teólogos que lo defendieron con fuerza.
Darwin, cuya esposa era profundamente cristiana, se movió incómodo ante los ataques religiosos. Su posición religiosa personal no está clara, pero siempre fue respetuoso con la religión. En el fondo Darwin parece un hombre que se limitó a las evidencias científicas y no quiso ser un problema para lo religioso, pero que constata con sorpresa los furibundos ataques de que fue objeto.
Thomas Henry Huxley (1825-1895), biólogo inglés, defensor activo del darwinismo. Era agnóstico (inventó esta palabra). Sin embargo, parece que todos sus discursos atacando las iglesias tenían simbologías cristianas. Dice Fernández-Rañada que sus peleas tenían un “indiscutible aire de familia”, con expresiones como “sermones laicos”, “iglesia de la ciencia”…
Luis Boltzmann (1825-1895), físico austriaco, dejó escrito lo siguiente: “es cierto que sólo un loco puede negar la existencia de Dios, pero es igualmente cierto que todas nuestras representaciones de Dios son antropomorfismos insuficientes”, y, aunque dice que pueden explicarse los conceptos de verdad y belleza en términos mecánicos, piensa que los conceptos religiosos tienen otra base sólida, hasta el extremo de que las explicaciones mecanicistas acabarán siendo irrelevantes para lo religioso. Y quiero pensar que volvemos a estar en presencia, en lo religioso, de la implícita invitación a la renuncia de las explicaciones meramente racionales.
De todo lo dicho, se puede concluir que hay una clara e indiscutible tendencia teísta y deísta, en el ámbito científico, y que, en el siglo XIX, los contenidos alcanzados por la ciencia, el electromagnetismo, la evolución biológica y la mecánica estadística, no avalan el ateísmo, y, en algunos casos, incluso puede afirmarse una huída a las explicaciones razonalizadas, aunque reciban un impulso racional. Ahora vamos a ocuparnos del siglo XX.
Werner Heisenberg en 1933. Fuente: Wikimedia Commons.
El siglo XX: persiste la presencia del teísmo pero crece el ateísmo
Max Planck (1858-1947), el físico alemán de la hipótesis cuántica, y Albert Einstein (1879-1955), físico alemán, pero nacionalizado en EE.UU., se sentían afines a la religión. Einstein dijo que “tras las relaciones causales discernibles queda algo sutil intangible e inexplicable que está más allá de lo que podemos comprender. En este sentido soy de hecho religioso”, 191 (C y D). Sin duda, se hace eco de un plus en la realidad que le lleva al sentimiento religioso. Comparó a los ateos fanáticos, con los religiosos fanáticos.
Max Planck no veía contradicción entre la ciencia y la religión. En su “Autobiografía científica y últimos escritos” nos habla del Absoluto, de lo General, lo Invariante, que se ocultan detrás de los datos obtenibles. No me parece, pues, aventurado afirmar que, en el fondo y con otras categorías, está presente el poder de lo real, que les religa, consecutivamente a sus análisis de la realidad. Como no cultivan la filosofía ni la teología, no hay motivos para pensar que fueran conscientes del problema de Dios, pero es evidente que no les era ajeno.
Louis de Broglie (1892-1960) físico francés, se negó a sustituir lo religioso por lo científico, porque se le imponía con fuerza el misterio que hay en el fondo de las cosas. Llama la atención lo cerca que está esto del fundamento del poder de lo real zubiriano. En todo caso, considera que lo meramente racional no es lo adecuado para dar luz a otra realidad que se escapa a su ámbito, aunque ese misterio que hay en el fondo de las cosas, en mi opinión, es la “referencia” para incoar la razonalización de una intelección en profundidad.
Werner Heinsenberg (1901-1976), físico alemán, contribuyó a la física cuántica con su principio de incertidumbre. Sostuvo que el campo de lo “objetivable”, que conocemos merced a la ciencia, es sólo una pequeña parte de la realidad. Se ocupó también de la razón y fundamento último del cosmos. Para él, el rechazo del sentimiento religioso nunca le pareció posible.
En una línea parecida, pero con matizaciones, está el físico austriaco, Erwin Schrödinger (1887-1961), que contribuyó a la física cuántica con la ecuación que lleva su nombre. Sin embargo, no se atrevió a pronunciarse sobre lo religioso, debido a las limitaciones de la ciencia, aunque le preocupaba lo que pudiera ocurrirles a los yoes después de la muerte. Wolfgang Pauli (1900-1958), otro físico austriaco, que aportó a la física cuántica su principio de exclusión y descubrió el neutrino. Se esforzó por comprender la estructura unitaria del mundo, naturalmente, dentro del nuevo paradigma de la física, del que siempre se espera buenos resultados, que, cuando menos, vienen inducidos por una cierta fe científica, que parece le tuvo alejado del ateísmo.
Sabido es que fue también en el siglo XX cuando se descubrió la estructura de la molécula del ADN, que se debió al bioquímico inglés Francis Crick (1916-2004) y al bioquímico norteamericano, James Watson (nacido en 1928). El primero no era favorable a una visión religiosa de la vida y del segundo carezco de información al respecto. En el escepticismo religioso agnóstico, siempre respetuoso, es oportuno incluir también al bioquímico español, Severo Ochoa (1905-1993), que consiguió la síntesis del ARN m, de igual modo que lo había hecho con el ADN, Arthur Kornberg.
Con estos hallazgos, las bases de la vida pudieron ser expresadas mediante leyes físicas y químicas, y se desencadenó un mecanicismo biológico: Severo Ochoa no era creyente y solía decir: “Zubiri y yo coincidíamos en casi todo, pero él veía a Dios en la creación de la materia, yo no lo sé” (207, C y D).
Tampoco era creyente Ramon y Cajal (1852-1934), aunque, según información de Pedro Laín Entralgo en su obra “Idea del hombre” (Círculo de Lectores, Barcelona, 1.996, p.73) parece que, a pesar de haberse apartado de la fe cristiana, “había salvado dos altos principios: la existencia de un alma inmortal y la de un Ser Supremo, rector del mundo y de la vida”.
Jacques Monod (1910-1976), bioquímico francés, autor de la famosa obra “El azar y la necesidad”, rechaza toda interpretación de la naturaleza en clave teleológica, porque el método científico tiene una referencia indiscutible, el postulado de la objetividad. Para él los mitos y religiones son producto de la evolución para defenderse, y lo de encontrar sentido a la vida es una cuestión de la evolución biológica, incardinada en la herencia genética; no obstante, como destaca Fernández-Rañada, “admite que la ciencia surge de una decisión ética” (209, C y D).
Steven Weinberg (n.1933, no en 1928, como dicen algunas fuentes), físico norteamericano, que con el paquistaní Abdus Salam (1926-1996), compartió el Premio Nobel de Física de 1979, por su teoría sobre la unificación de las fuerzas fundamentales de la naturaleza, la electromagnética y la débil. En referencia electrónica se dice que “es un defensor del materialismo científico duro, alineado con Richard Dawkins en su ataque frontal al relativismo cultural y el constructivismo.
Como consecuencia, se ha convertido en un célebre activista del racionalismo científico ateo y contra la religión. Quizá su cita más famosa fue la siguiente, pronunciada en el año 1.999, durante un discurso en Washington D. C.:
“La religión es un insulto a la dignidad humana. Con o sin religión siempre habrá buena gente haciendo cosas buenas y mala gente haciendo cosas malas. Pero para que la buena gente haga cosas malas hace falta la religión”.
Abdus Salam, sin embargo, con quien compartió el Premio Nobel, era un creyente musulmán, que mantuvo siempre sus creencias religiosas.
El físico inglés Nevill Mott (1905-1995) y el neurólogo australiano John Eccles (1903-1997), atribuyen un papel importante a la conciencia, que, según el primero, nunca podrá explicarse por la ciencia, y el segundo establece la relación mente-cerebro apoyándose en los tres mundos popperianos. Mott fue creyente anglicano y dice que cada ser humano debe encontrar las creencias que mejor le ayuden a acercarse a Dios. Ambos son dualistas. Eccles defiende un concepto religioso de la autoconciencia, porque, “en el núcleo de nuestro mundo mental (…) existe un alma creada por la divinidad” (229, E.C.).
Richard Feyman (1918-1988), físico norteamericano, contribuyó a la teoría de la superfluidez y a la electrodinámica cuántica, que describe como interacción entre electrones y fotones. Era agnóstico, pero estaba abierto a todo lo religioso, porque sentía como una experiencia religiosa el hecho de descubrir la naturaleza desde sus leyes. El también físico norteamericano
Charldes Hard Townes (1915), descubridor del máser y del láser, afirma creer en el concepto de Dios y en su existencia, y que ello tiene un papel muy importante en su vida. “La mayoría de las religiones – dice – ven un origen unificador de ese sentido (el del universo); es esta fuerza suprema cargada de propósito a la que llamamos Dios”. Rechaza que la ciencia pueda explicarlo todo., pp. 223-224 (C y D). Postula un Dios personal y unificador del Universo: Personal, porque esa fuerza está “cargada de propósito”. Con Townes fue coinventor del láser Arthur Schawlow (1921-1999), también físico norteamericano, dedicado a estudios interdisciplinares de la ciencia y la religión.
Stephen Gould (1941-2004), paleontólogo norteamericano con su compañero, en la misma nacionalidad, Niles Eldrege (1943), propuso la teoría del “equilibrio puntuado”, en la temática evolucionista. El primero se declaró agnóstico. Sin embargo, defendió un respeto mutuo entre la ciencia –que explica cómo van los cielos– y la religión, que nos instruye de como se va a ellos.
El también estadounidense, Francis S. Collins (1950), genetista, y director del Proyecto Genoma Humano, quien viendo la muerte y el sufrimiento de sus pacientes se replanteó su visión sobre el mundo y la religión: Dios y la evolución darwiniana son perfectamente compatibles. Rechaza el agnosticismo, el ateísmo, el creacionismo y el diseño inteligente. En esto último coincide con Ayala.
George Smoot (1947), astrofísico estadounidense que ha compartido con John Mather, el Nobel de Física en 2006, por sus investigaciones sobre los primeros instantes del Universo. Arno Penzias (1933), físico alemán, nacionalizado norteamericano, descubrió la radiación cósmica de fondo, que se supone es el residuo del Big Bang. Dijo: “Si no tuviera otros datos que los primeros capítulos del Génesis, algunos de los Salmos y otros pasajes de las Escrituras, habría llegado esencialmente a la misma conclusión en cuanto al origen del Universo que la que nos aportan los datos científicos”.
Cerramos aquí la relación de científicos con sus opiniones sobre lo religioso, conscientes de que quedan en el tintero muchos otros científicos creyentes y no creyentes. Pero que ésta es una representación suficiente, pienso, para marcar tendencia y acusar el impacto del poder de lo real y obrar, consciente o inconscientemente, consecuentes con su dimensión teologal, propia de todo hombre.
Ahora aventuremos algunas conclusiones:
1ª.- En científicos relevantes hay un predominio del rechazo del cientificismo y se abren con respeto, al menos, al reconocimiento de que la respuesta a la condición teologal del hombre que impulsa a responder la gran cuestión del fundamento del poder de lo real, deja abierta la posibilidad viable de Dios o de lo religioso, se comparta o no se comparta. .
2ª.- Epistemológicamente, la ciencia parte de principios y postulados que no se demuestran, que pertenecen al ámbito de la razonabilidad, aunque den fundamento a teorías verificables empíricamente. (El mismo Monod afirma que la ciencia se basa en un postulado ético).
3ª.- Se utiliza la razonabilidad para cuestionar lo meramente racional: “La ciencia por sí sola nunca podrá dar solución a los graves problemas de la humanidad, pero sin ella tampoco se podrán resolver” (Fernández-Rañada). Abunda en este criterio Evandro Agazzi: “Ellos (los debates acerca de derivar de la ciencia cuestiones filosóficas y religiosas), de hecho, forman parte de esa exigencia de buscar la razonabilidad de la propia fe que, una vez más, caracteriza la cultura de Occidente y, desde el momento en que la ciencia es expresión conspicua de tal racionalidad (esta bastardilla, mía), aun cuando no siendo su monopolizadora, no es solamente justo, sino también culturalmente inevitable que asimismo las fes (sic) religiosas se conmensuren con la ciencia” (337-338, C y A de O).
4ª.- Hemos ampliado el campo de los cómos, pero, sin embargo, no hemos estrechado proporcionalmente el de los porqués, ya que, como dice E. Agazzi, “si especialización significa conocer ´siempre más` a propósito de ´siempre menos`, está claro que llevando al límite este programa, el resultado ideal sería un conocer todo a propósito de nada” (342, C y A de O).
5ª.- Está claro que la ciencia, previsiblemente, nunca podrá eliminar lo misterioso y lo religioso, porque no puede apoyarse en los resultados de lo racional, que no llega al fondo de las cosas. Necesita referirse a la razonabilidad (filosófica). El mismo Max Planck pensó que lo que la ciencia hacía era descubrir nuevos misterios, porque el conocimiento adquirido siempre plantea cuestiones nuevas. (Véase su obra “A dónde va la ciencia”, Losada, Buenos Aires, 1.961)
.
6ª.- El problema de Dios, que Zubiri inserta en la humanidad por el descubrimiento de la dimensión teologal del hombre, velis nolis, se revela de muchas maneras a través de los tiempos, y explica toda clase de postulaciones de carácter intelectual. Teístas y ateas. El problema metafísico, del fundamento del poder de lo real, lo que Zubiri llama la “condición teologal del hombre” es el ámbito en el que nace la inquietud ante lo Último, tal como de manifiesta en la pura ciencia y en la filosofía.
En un artículo introductorio presentamos ya qué es para Zubiri la condición teologal del hombre. En este artículo hemos comprobado cómo el problema de Dios, en la forma de creencia o increencia, ha estado presente en los grandes científicos. Nadie ha podido evadirse a la problemática teologal que hace necesario tomar una posición ante Dios.
En un próximo artículo explicaremos cómo esta inquietud teologal ha estado presente en la historia de la filosofía, especialmente en los últimos siglos. Podríamos decir que la inquietud ante el fundamento último de lo real es la razón de ser de la filosofía. Pero, además, en un cuarto artículo, concluiremos mostrando de qué forma es previsible que esta misma inquietud teologal siga estando presente en el pensamiento, ciencia y filosofía, del siglo XXI.
Max Planck (1858-1947), el físico alemán de la hipótesis cuántica, y Albert Einstein (1879-1955), físico alemán, pero nacionalizado en EE.UU., se sentían afines a la religión. Einstein dijo que “tras las relaciones causales discernibles queda algo sutil intangible e inexplicable que está más allá de lo que podemos comprender. En este sentido soy de hecho religioso”, 191 (C y D). Sin duda, se hace eco de un plus en la realidad que le lleva al sentimiento religioso. Comparó a los ateos fanáticos, con los religiosos fanáticos.
Max Planck no veía contradicción entre la ciencia y la religión. En su “Autobiografía científica y últimos escritos” nos habla del Absoluto, de lo General, lo Invariante, que se ocultan detrás de los datos obtenibles. No me parece, pues, aventurado afirmar que, en el fondo y con otras categorías, está presente el poder de lo real, que les religa, consecutivamente a sus análisis de la realidad. Como no cultivan la filosofía ni la teología, no hay motivos para pensar que fueran conscientes del problema de Dios, pero es evidente que no les era ajeno.
Louis de Broglie (1892-1960) físico francés, se negó a sustituir lo religioso por lo científico, porque se le imponía con fuerza el misterio que hay en el fondo de las cosas. Llama la atención lo cerca que está esto del fundamento del poder de lo real zubiriano. En todo caso, considera que lo meramente racional no es lo adecuado para dar luz a otra realidad que se escapa a su ámbito, aunque ese misterio que hay en el fondo de las cosas, en mi opinión, es la “referencia” para incoar la razonalización de una intelección en profundidad.
Werner Heinsenberg (1901-1976), físico alemán, contribuyó a la física cuántica con su principio de incertidumbre. Sostuvo que el campo de lo “objetivable”, que conocemos merced a la ciencia, es sólo una pequeña parte de la realidad. Se ocupó también de la razón y fundamento último del cosmos. Para él, el rechazo del sentimiento religioso nunca le pareció posible.
En una línea parecida, pero con matizaciones, está el físico austriaco, Erwin Schrödinger (1887-1961), que contribuyó a la física cuántica con la ecuación que lleva su nombre. Sin embargo, no se atrevió a pronunciarse sobre lo religioso, debido a las limitaciones de la ciencia, aunque le preocupaba lo que pudiera ocurrirles a los yoes después de la muerte. Wolfgang Pauli (1900-1958), otro físico austriaco, que aportó a la física cuántica su principio de exclusión y descubrió el neutrino. Se esforzó por comprender la estructura unitaria del mundo, naturalmente, dentro del nuevo paradigma de la física, del que siempre se espera buenos resultados, que, cuando menos, vienen inducidos por una cierta fe científica, que parece le tuvo alejado del ateísmo.
Sabido es que fue también en el siglo XX cuando se descubrió la estructura de la molécula del ADN, que se debió al bioquímico inglés Francis Crick (1916-2004) y al bioquímico norteamericano, James Watson (nacido en 1928). El primero no era favorable a una visión religiosa de la vida y del segundo carezco de información al respecto. En el escepticismo religioso agnóstico, siempre respetuoso, es oportuno incluir también al bioquímico español, Severo Ochoa (1905-1993), que consiguió la síntesis del ARN m, de igual modo que lo había hecho con el ADN, Arthur Kornberg.
Con estos hallazgos, las bases de la vida pudieron ser expresadas mediante leyes físicas y químicas, y se desencadenó un mecanicismo biológico: Severo Ochoa no era creyente y solía decir: “Zubiri y yo coincidíamos en casi todo, pero él veía a Dios en la creación de la materia, yo no lo sé” (207, C y D).
Tampoco era creyente Ramon y Cajal (1852-1934), aunque, según información de Pedro Laín Entralgo en su obra “Idea del hombre” (Círculo de Lectores, Barcelona, 1.996, p.73) parece que, a pesar de haberse apartado de la fe cristiana, “había salvado dos altos principios: la existencia de un alma inmortal y la de un Ser Supremo, rector del mundo y de la vida”.
Jacques Monod (1910-1976), bioquímico francés, autor de la famosa obra “El azar y la necesidad”, rechaza toda interpretación de la naturaleza en clave teleológica, porque el método científico tiene una referencia indiscutible, el postulado de la objetividad. Para él los mitos y religiones son producto de la evolución para defenderse, y lo de encontrar sentido a la vida es una cuestión de la evolución biológica, incardinada en la herencia genética; no obstante, como destaca Fernández-Rañada, “admite que la ciencia surge de una decisión ética” (209, C y D).
Steven Weinberg (n.1933, no en 1928, como dicen algunas fuentes), físico norteamericano, que con el paquistaní Abdus Salam (1926-1996), compartió el Premio Nobel de Física de 1979, por su teoría sobre la unificación de las fuerzas fundamentales de la naturaleza, la electromagnética y la débil. En referencia electrónica se dice que “es un defensor del materialismo científico duro, alineado con Richard Dawkins en su ataque frontal al relativismo cultural y el constructivismo.
Como consecuencia, se ha convertido en un célebre activista del racionalismo científico ateo y contra la religión. Quizá su cita más famosa fue la siguiente, pronunciada en el año 1.999, durante un discurso en Washington D. C.:
“La religión es un insulto a la dignidad humana. Con o sin religión siempre habrá buena gente haciendo cosas buenas y mala gente haciendo cosas malas. Pero para que la buena gente haga cosas malas hace falta la religión”.
Abdus Salam, sin embargo, con quien compartió el Premio Nobel, era un creyente musulmán, que mantuvo siempre sus creencias religiosas.
El físico inglés Nevill Mott (1905-1995) y el neurólogo australiano John Eccles (1903-1997), atribuyen un papel importante a la conciencia, que, según el primero, nunca podrá explicarse por la ciencia, y el segundo establece la relación mente-cerebro apoyándose en los tres mundos popperianos. Mott fue creyente anglicano y dice que cada ser humano debe encontrar las creencias que mejor le ayuden a acercarse a Dios. Ambos son dualistas. Eccles defiende un concepto religioso de la autoconciencia, porque, “en el núcleo de nuestro mundo mental (…) existe un alma creada por la divinidad” (229, E.C.).
Richard Feyman (1918-1988), físico norteamericano, contribuyó a la teoría de la superfluidez y a la electrodinámica cuántica, que describe como interacción entre electrones y fotones. Era agnóstico, pero estaba abierto a todo lo religioso, porque sentía como una experiencia religiosa el hecho de descubrir la naturaleza desde sus leyes. El también físico norteamericano
Charldes Hard Townes (1915), descubridor del máser y del láser, afirma creer en el concepto de Dios y en su existencia, y que ello tiene un papel muy importante en su vida. “La mayoría de las religiones – dice – ven un origen unificador de ese sentido (el del universo); es esta fuerza suprema cargada de propósito a la que llamamos Dios”. Rechaza que la ciencia pueda explicarlo todo., pp. 223-224 (C y D). Postula un Dios personal y unificador del Universo: Personal, porque esa fuerza está “cargada de propósito”. Con Townes fue coinventor del láser Arthur Schawlow (1921-1999), también físico norteamericano, dedicado a estudios interdisciplinares de la ciencia y la religión.
Stephen Gould (1941-2004), paleontólogo norteamericano con su compañero, en la misma nacionalidad, Niles Eldrege (1943), propuso la teoría del “equilibrio puntuado”, en la temática evolucionista. El primero se declaró agnóstico. Sin embargo, defendió un respeto mutuo entre la ciencia –que explica cómo van los cielos– y la religión, que nos instruye de como se va a ellos.
El también estadounidense, Francis S. Collins (1950), genetista, y director del Proyecto Genoma Humano, quien viendo la muerte y el sufrimiento de sus pacientes se replanteó su visión sobre el mundo y la religión: Dios y la evolución darwiniana son perfectamente compatibles. Rechaza el agnosticismo, el ateísmo, el creacionismo y el diseño inteligente. En esto último coincide con Ayala.
George Smoot (1947), astrofísico estadounidense que ha compartido con John Mather, el Nobel de Física en 2006, por sus investigaciones sobre los primeros instantes del Universo. Arno Penzias (1933), físico alemán, nacionalizado norteamericano, descubrió la radiación cósmica de fondo, que se supone es el residuo del Big Bang. Dijo: “Si no tuviera otros datos que los primeros capítulos del Génesis, algunos de los Salmos y otros pasajes de las Escrituras, habría llegado esencialmente a la misma conclusión en cuanto al origen del Universo que la que nos aportan los datos científicos”.
Cerramos aquí la relación de científicos con sus opiniones sobre lo religioso, conscientes de que quedan en el tintero muchos otros científicos creyentes y no creyentes. Pero que ésta es una representación suficiente, pienso, para marcar tendencia y acusar el impacto del poder de lo real y obrar, consciente o inconscientemente, consecuentes con su dimensión teologal, propia de todo hombre.
Ahora aventuremos algunas conclusiones:
1ª.- En científicos relevantes hay un predominio del rechazo del cientificismo y se abren con respeto, al menos, al reconocimiento de que la respuesta a la condición teologal del hombre que impulsa a responder la gran cuestión del fundamento del poder de lo real, deja abierta la posibilidad viable de Dios o de lo religioso, se comparta o no se comparta. .
2ª.- Epistemológicamente, la ciencia parte de principios y postulados que no se demuestran, que pertenecen al ámbito de la razonabilidad, aunque den fundamento a teorías verificables empíricamente. (El mismo Monod afirma que la ciencia se basa en un postulado ético).
3ª.- Se utiliza la razonabilidad para cuestionar lo meramente racional: “La ciencia por sí sola nunca podrá dar solución a los graves problemas de la humanidad, pero sin ella tampoco se podrán resolver” (Fernández-Rañada). Abunda en este criterio Evandro Agazzi: “Ellos (los debates acerca de derivar de la ciencia cuestiones filosóficas y religiosas), de hecho, forman parte de esa exigencia de buscar la razonabilidad de la propia fe que, una vez más, caracteriza la cultura de Occidente y, desde el momento en que la ciencia es expresión conspicua de tal racionalidad (esta bastardilla, mía), aun cuando no siendo su monopolizadora, no es solamente justo, sino también culturalmente inevitable que asimismo las fes (sic) religiosas se conmensuren con la ciencia” (337-338, C y A de O).
4ª.- Hemos ampliado el campo de los cómos, pero, sin embargo, no hemos estrechado proporcionalmente el de los porqués, ya que, como dice E. Agazzi, “si especialización significa conocer ´siempre más` a propósito de ´siempre menos`, está claro que llevando al límite este programa, el resultado ideal sería un conocer todo a propósito de nada” (342, C y A de O).
5ª.- Está claro que la ciencia, previsiblemente, nunca podrá eliminar lo misterioso y lo religioso, porque no puede apoyarse en los resultados de lo racional, que no llega al fondo de las cosas. Necesita referirse a la razonabilidad (filosófica). El mismo Max Planck pensó que lo que la ciencia hacía era descubrir nuevos misterios, porque el conocimiento adquirido siempre plantea cuestiones nuevas. (Véase su obra “A dónde va la ciencia”, Losada, Buenos Aires, 1.961)
.
6ª.- El problema de Dios, que Zubiri inserta en la humanidad por el descubrimiento de la dimensión teologal del hombre, velis nolis, se revela de muchas maneras a través de los tiempos, y explica toda clase de postulaciones de carácter intelectual. Teístas y ateas. El problema metafísico, del fundamento del poder de lo real, lo que Zubiri llama la “condición teologal del hombre” es el ámbito en el que nace la inquietud ante lo Último, tal como de manifiesta en la pura ciencia y en la filosofía.
En un artículo introductorio presentamos ya qué es para Zubiri la condición teologal del hombre. En este artículo hemos comprobado cómo el problema de Dios, en la forma de creencia o increencia, ha estado presente en los grandes científicos. Nadie ha podido evadirse a la problemática teologal que hace necesario tomar una posición ante Dios.
En un próximo artículo explicaremos cómo esta inquietud teologal ha estado presente en la historia de la filosofía, especialmente en los últimos siglos. Podríamos decir que la inquietud ante el fundamento último de lo real es la razón de ser de la filosofía. Pero, además, en un cuarto artículo, concluiremos mostrando de qué forma es previsible que esta misma inquietud teologal siga estando presente en el pensamiento, ciencia y filosofía, del siglo XXI.
Notas bibliográficas:
IS: Inteligencia Sentiente, X. Zubiri, Alianza Ed., Madrid, 1981;
NHD: Naturaleza, Historia, Dios, Zubiri, Ed. Nacional, Madrid, 1963;
HD: El hombre y Dios, Zubiri, Alianza Ed., Madrid, 1985;
IR: Inteligencia y Razón, Alianza Ed., Madrid, 1983;
TF: Transcendencia y Física, Gran Enc. Del Mundo, V.19 (419-424), Durvan, Bilbao;
C y D: Los científico y Dios, Fernández-Rañada, Ed. Trotta, Madrid, 2008;
C y A de O: La Ciencia y el Alma de Occidente, Evandro Agazzi, Tecnos, Madrid, 2011:
ED: ¿Existe Dios?, Hans Küng. Ediciones Cristiandad, Madrid, 1979;
DH: El drama del humanismo ateo, Henri de Lubac, Ed.Encuentro, Madrid, 2012;
B y H: Correspondencia 1925-1975. Rudolf Bultmann / Matín Heidegger, Herder, Barcelona, 2011;
T-XX: La teología del siglo XX, Rosino Gibellini, Sal Terrae, Maliaño (Cantabria), 1998;
FF: La física del futuro, Michio Kaku, Raandom House Mondadori, Barcelona, 2012;
PF: Lo que piensan los filósofos, Juliuan Baggini y Jeremy Stangroom, Paidós, Madrid, 2011;
PTHC: El problema teologal del hombre, Zubiri, Alianza Ed., Madrid, 1997;
Ii: Imposturas intelectuales, Alan Sokal y Jean Bresicmont, Paidós, Barcelona, 2006.
IS: Inteligencia Sentiente, X. Zubiri, Alianza Ed., Madrid, 1981;
NHD: Naturaleza, Historia, Dios, Zubiri, Ed. Nacional, Madrid, 1963;
HD: El hombre y Dios, Zubiri, Alianza Ed., Madrid, 1985;
IR: Inteligencia y Razón, Alianza Ed., Madrid, 1983;
TF: Transcendencia y Física, Gran Enc. Del Mundo, V.19 (419-424), Durvan, Bilbao;
C y D: Los científico y Dios, Fernández-Rañada, Ed. Trotta, Madrid, 2008;
C y A de O: La Ciencia y el Alma de Occidente, Evandro Agazzi, Tecnos, Madrid, 2011:
ED: ¿Existe Dios?, Hans Küng. Ediciones Cristiandad, Madrid, 1979;
DH: El drama del humanismo ateo, Henri de Lubac, Ed.Encuentro, Madrid, 2012;
B y H: Correspondencia 1925-1975. Rudolf Bultmann / Matín Heidegger, Herder, Barcelona, 2011;
T-XX: La teología del siglo XX, Rosino Gibellini, Sal Terrae, Maliaño (Cantabria), 1998;
FF: La física del futuro, Michio Kaku, Raandom House Mondadori, Barcelona, 2012;
PF: Lo que piensan los filósofos, Juliuan Baggini y Jeremy Stangroom, Paidós, Madrid, 2011;
PTHC: El problema teologal del hombre, Zubiri, Alianza Ed., Madrid, 1997;
Ii: Imposturas intelectuales, Alan Sokal y Jean Bresicmont, Paidós, Barcelona, 2006.
Pedro Rubal es filósofo, profesor de Filosofía y colaborador de la Cátedra CTR en Tendencias21. Entre otras obras ha publicado en 2010 “Evolución y Complejidad”.