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La violencia escolar daña por igual a víctimas y testigos

Deja secuelas psicológicas, sociales y escolares que se manifiestan dos años después


Los alumnos que presencian actos de violencia en el colegio padecen dos años después los mismos efectos psicológicos, sociales y escolares que las víctimas de esas agresiones. Esos efectos se traducen en drogas, delincuencia, depresión, ansiedad social y menor rendimiento escolar. La responsabilidad colectiva y la intolerancia son claves para impedirlo.


Redacción T21
19/09/2018

Foto: Laura Lewis.
Foto: Laura Lewis.
Los alumnos que presencian actos de violencia en el colegio a los 13 años corren el riesgo de encontrar dificultades psicosociales y escolares a los 15 años, según una investigación en la que han participado científicos canadienses, belgas y franceses publicada en la revista Epidemiology and Community Health.

Los investigadores analizaron a un colectivo de 4.000 alumnos a lo largo de sus estudios de secundaria y testado estadísticamente la relación entre el hecho de ser testigo de algún episodio de violencia en la escuela en el segundo curso, y los comportamientos antisociales (consumo de drogas, delincuencia), el estrés emocional (ansiedad social, depresión) y el rendimiento y compromiso escolar dos años más tarde.

Asimismo, analizaron la contribución relativa de las diferentes formas de violencia escolar que los alumnos pueden presenciar y las han comparado con el hecho de ser directamente víctima de violencia en el colegio.

Los investigadores explican en un comunicado que para el desarrollo de este trabajo disponían de información previa sobre el estado de salud psicológica de los alumnos antes de que fueran testigos de un episodio de violencia en el colegio.

Mismo efecto

Esta información les permitió aislar los casos en los que pudiera haber otros factores que influyeran en el comportamiento de los alumnos tras presenciar un episodio de violencia escolar, así como compararlos al observar los efectos años más tarde.

Según explica una de las autoras de la investigación, Linda Pagani, “ser testigo de un acto de violencia en el segundo curso de secundaria anuncia dificultades escolares y psicosociales en cuarto año de secundaria, al mismo tiempo que las consecuencias vividas por estos testigos son muy parecidas a las que viven los alumnos que han sido víctimas de esa violencia”.

Los investigadores pudieron precisar incluso los efectos de las diferentes formas de violencia. Si un alumno es testigo de un episodio de violencia grave, como una agresión física con arma, esa vivencia está asociada, dos años más tarde, con un aumento en el consumo de drogas y de la delincuencia. El efecto es el mismo ya se trate de robo o vandalismo.

Por otro lado, ser testigo de una violencia menor, como amenazas e insultos, provocará años más tarde en el alumno no sólo un aumento en el consumo de drogas, sino también ansiedad social y depresión, así como una disminución en el rendimiento y la participación escolar.

Responsabilidad e intolerancia

El profesor Janosz, otro de los autores de esta investigación, señala que “es evidente que los esfuerzos en materia de prevención y de intervención (en los casos de acoso escolar) deben incluir los testimonios, tanto de las víctimas como de los agresores, así como abarcar a cualquier forma de violencia escolar”.

Y añade: “es evidente que las relaciones familiares y comunitarias sólidas representan recursos importantes para facilitar las estrategias de adaptación en los alumnos expuestos a episodios que implican daños psicológicos o físicos. Estas relaciones previenen asimismo una desensibilización emocional de la violencia, elemento susceptible de engendrar comportamientos agresivos en los jóvenes.”

Insiste en la importancia de utilizar los resultados de este estudio para ayudar a los jóvenes: “creemos que los programas de intervención mejorarían una aproximación universal que aliente y generalice la preocupación por los demás y la intolerancia hacia la falta de respeto. Y más importante todavía: las escuelas deben alentar a los alumnos que presencian violencia a reaccionar y no sentirse impotentes ante estas situaciones. Callarse no sólo puede ser nefasto para el testigo, sino que además anima a los agresores. La mejor manera de ofrecer ayuda a los que la necesitan, de evitar alimentar un individualismo y egocentrismo que minan el bienestar colectivo, es desarrollar en los alumnos un sentimiento de responsabilidad colectiva. Nadie debería sentirse impotente”, concluye.

Referencia

Witnessing violence in early secondary school predicts subsequent student impairment. Michel Janosz et al. J Epidemiol Community Health doi: 10.1136/jech-2018-211203



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