Imagen: Jaime Olmo. Fuente: Flickr.
«…La globalización no sólo provoca su propia crisis. Su dinamismo acarrea crisis múltiples y variadas a escala planetaria. La crisis de la economía mundial aparecida en 2008 (…) la crisis ecológica (…) la crisis de las sociedades tradicionales (…) la crisis demográfica (…) la crisis urbana (…) la crisis del mundo rural (…) la crisis política (…) la crisis del desarrollo (…) la crisis de la humanidad que no logra acceder a la humanidad…» Edgar Morin, 2011.
En una conferencia pronunciada en septiembre de 2009 por el prestigioso y reconocido economista Manfred Max-Neef, Premio Nobel Alternativo de Economía, nos informaba de que en el mismo momento en que la la FAO (La Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación) anunciaba en octubre de 2008 que eran necesarios 30.000 millones de dólares anuales para acabar con el hambre en el mundo (FAO: 2008), la cantidad destinada por los bancos centrales de Estados Unidos, Unión Europea, Japón, Canadá, Inglaterra y Suiza para rescatar a los bancos privados de la crisis financiera, ascendía a 17 billones (millones de millones) de dólares.
Una cantidad, que si la comparamos con los cálculos de la FAO, significaría garantizar un mundo sin hambre y desnutrición, al menos durante 600 años (Max-Neef, M.; 2009). Algo verdaderamente repugnante, escandaloso y criminal cuando sabemos también que los gastos militares en el mundo durante el periodo 2007-2011 ascendieron a 7’702 billones de dólares) (1), unas cifras que escarnecidamente marcan un cruel hito histórico de inhumanidad, insolidaridad y ausencia de compasión.
Estamos pues ante una crisis que es al mismo tiempo una crisis del estar y una crisis del ser. Una crisis del estar en cuanto afecta a las condiciones materiales de nuestra existencia y de la vida en el planeta, y una crisis del ser porque se relaciona estrechamente con nuestra naturaleza humana y nuestra forma de construir conocimiento y sentido.
Una crisis del estar porque el impacto producido en la naturaleza y en las sociedades de todo el planeta por el modelo económico-productivo dominante, no sólo está destruyendo nuestras posibilidades de supervivencia como especie, sino que está sometiendo a millones de personas a la pobreza, al hambre y a la desnutrición, ampliando y consolidando así en todo el planeta, la brecha de la desigualdad en la distribución de la riqueza. Pero también, una crisis del ser porque el modelo de relaciones sociales dominante basado en el hiperconsumo, el individualismo y la reducción de todo lo humano a mercancía, nos conduce por un camino oscuro y vacío de sensibilidad.
Una crisis del estar en suma porque, como nos señala Max-Neef, el mundo está en rumbo de colisión; y una crisis del ser porque la razón económica y tecnológica está eclipsando la razón ética basada en la responsabilidad, la solidaridad y la compasión.
Los datos confirman las peores previsiones
«Estamos en presencia de la crisis terminal de un patrón civilizatorio antropocéntrico, monocultural y patriarcal, de crecimiento sin fin y de guerra sistemática contra las condiciones que hacen posible la vida en el planeta Tierra. La civilización de dominio científico tecnológico sobre el conjunto de la llamada “naturaleza”, que identifica el bienestar humano con la acumulación de objetos materiales y el crecimiento económico sin límite -que tiene al capitalismo como su máxima expresión histórica- está llegando al límite…», Edgardo Lander.
Hace ya casi dos décadas, concretamente en enero de 1995, J.R. Graham, presidente de una importante empresa estadounidense de gestión y marketing y nada sospechoso de izquierdismo, nos alertaba sobre las nuevas tendencias mundiales de empleo y actividad económica, tendencias que constituyen hoy los rasgos que caracterizan las condiciones materiales de existencia en las que viven las grandes mayorías de seres humanos del planeta.
Refiriéndose al comercio y la venta al pormenor, Graham señalaba que el pequeño comercio sería sustituido por la comercialización en masa de grandes establecimientos y cadenas de distribución y efectivamente así ha ocurrido. Las grandes empresas comerciales y multinacionales controlan absolutamente el mercado, de tal forma que no sólo deciden lo que debemos consumir, sino que imponen las condiciones de compra a los productores, someten a sus trabajadores mediante contrataciones precarias y bajos salarios, al mismo tiempo que determinan los precios y la importancia de las mercancías.
Este es el caso por ejemplo de la empresa multinacional Wal-Mart, la compañía estadounidense de comercio minorista más grande del mundo que opera en quince países induciendo una competencia desleal con los pequeños comercios y provocando el desempleo, la pobreza, la dependencia económica e incluso la introducción de productos transgénicos en los territorios y países en los que se asienta. Sus salarios son los más bajos y su expansión se ha visto facilitada por medidas privilegiadas de los gobiernos y presuntamente corruptas, además de variados procedimientos de explotación de sus trabajadores, como así ha ocurrido por ejemplo en México, uno de los países con mayor presencia de Wal-Mart en todo el mundo (2).
En relación al empleo, Graham profetizaba que habría una reducción de personal continuada en todos los sectores económicos y que los despidos masivos se irían produciendo de forma regular cada cierto tiempo, algo de viva y descarnada actualidad en Europa en la que el desempleo, para los 17 países de la zona euro, se situó el pasado mes de marzo de 2012 en el 10,9 % (3), un nivel récord que superó en un punto los datos de marzo de 2011 y que supone en cifras brutas un total de 24.772.000 personas en la Europa de los 27 y que para España en abril del presente año 2012, significa el desgraciado record de ostentar la cifra más alta de toda su historia, con un 24,1 % con un total de 5.636.500 desempleados siendo el número de hogares con todos sus miembros activos en desempleo de 1.728.400 (4).
Graham también apuntaba que la sociedad cambiaría de configuración, de forma que las clases medias disminuirían, aumentando al mismo tiempo las clases populares de bajos ingresos, detallando que aproximadamente el 30% de la población se encontraría a nivel de subsistencia, fruto de los empleos precarios y mal remunerados, situándose en la cumbre socioeconómica el 2% de la población constituida por los más ricos. Una profecía hecha realidad cuando constatamos que en España la renta disponible por persona cayó en términos reales cerca de un 9% entre 2007 y 2010 lo que ha supuesto que el índice Gini (indicador estadístico de desigualdad de riqueza), haya pasado de 0,313 en 2007 a 0,339 en 2010 algo que no había sucedido en los últimos 25 años.
Concretamente, la distancia entre el 20 % más rico y el 20 % más pobre pasó del 2007 a 2010 de 5,3 a 6,9 que es el crecimiento mayor de los 27 países de la Unión Europea siendo la proporción de hogares por debajo del umbral de la pobreza del 22%, umbral que se sitúa en 7.800 euros en 2010 lo que supuso un descenso de 200 € respecto a 2009.(FOESSA-Cáritas, 2012).
Por último, en el referenciado artículo de J.R. Graham, se profetizaba igualmente que los gobiernos irían reduciendo poco a poco los gastos sociales. Las coberturas sanitarias, educativas, de pensiones, etc., irían disminuyendo o cuando no, se irían privatizando obligando así a todas las personas a ser más ahorradoras en previsión de una seguridad para el futuro, con lo cual aumentarán considerablemente los fondos de pensiones y los beneficios de las empresas financieras.
Y nuevamente la realidad, casi veinte años más tarde de aquel esclarecedor artículo, ha venido a demostrarnos la exactitud de sus previsiones. Así hoy, bastaría con analizar brevemente cualquiera de los presupuestos generales del estado de países como España, Portugal, Italia, Irlanda o Grecia, para verificar como se ha producido un significativo retroceso de las conquistas sociales durante largos años conseguidas, que aunque no llegaron a ser nunca comparables a los niveles los países del norte de Europa, si al menos constituían un avance positivo hacia cotas de mayor bienestar social.
En definitiva, todos los ajustes y recortes económicos y de derechos sociales que se están produciendo en Europa, están afectando gravemente a las condiciones de vida de millones de ciudadanos, que no sólo se ven desposeídos de su trabajo sino que también son destinados a engrosar las capas de pobreza, unas capas que a su vez están más desprotegidas que nunca al haberse recortado y disminuido significativamente las garantías de protección antes de la crisis, es decir, los pobres ahora, no sólo son más en número, como así refleja el Informe FOESSA-Cáritas para España, sino que son más intensivamente pobres al haber disminuido las subvenciones a los servicios sociales, educativos y sanitarios.
En una conferencia pronunciada en septiembre de 2009 por el prestigioso y reconocido economista Manfred Max-Neef, Premio Nobel Alternativo de Economía, nos informaba de que en el mismo momento en que la la FAO (La Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación) anunciaba en octubre de 2008 que eran necesarios 30.000 millones de dólares anuales para acabar con el hambre en el mundo (FAO: 2008), la cantidad destinada por los bancos centrales de Estados Unidos, Unión Europea, Japón, Canadá, Inglaterra y Suiza para rescatar a los bancos privados de la crisis financiera, ascendía a 17 billones (millones de millones) de dólares.
Una cantidad, que si la comparamos con los cálculos de la FAO, significaría garantizar un mundo sin hambre y desnutrición, al menos durante 600 años (Max-Neef, M.; 2009). Algo verdaderamente repugnante, escandaloso y criminal cuando sabemos también que los gastos militares en el mundo durante el periodo 2007-2011 ascendieron a 7’702 billones de dólares) (1), unas cifras que escarnecidamente marcan un cruel hito histórico de inhumanidad, insolidaridad y ausencia de compasión.
Estamos pues ante una crisis que es al mismo tiempo una crisis del estar y una crisis del ser. Una crisis del estar en cuanto afecta a las condiciones materiales de nuestra existencia y de la vida en el planeta, y una crisis del ser porque se relaciona estrechamente con nuestra naturaleza humana y nuestra forma de construir conocimiento y sentido.
Una crisis del estar porque el impacto producido en la naturaleza y en las sociedades de todo el planeta por el modelo económico-productivo dominante, no sólo está destruyendo nuestras posibilidades de supervivencia como especie, sino que está sometiendo a millones de personas a la pobreza, al hambre y a la desnutrición, ampliando y consolidando así en todo el planeta, la brecha de la desigualdad en la distribución de la riqueza. Pero también, una crisis del ser porque el modelo de relaciones sociales dominante basado en el hiperconsumo, el individualismo y la reducción de todo lo humano a mercancía, nos conduce por un camino oscuro y vacío de sensibilidad.
Una crisis del estar en suma porque, como nos señala Max-Neef, el mundo está en rumbo de colisión; y una crisis del ser porque la razón económica y tecnológica está eclipsando la razón ética basada en la responsabilidad, la solidaridad y la compasión.
Los datos confirman las peores previsiones
«Estamos en presencia de la crisis terminal de un patrón civilizatorio antropocéntrico, monocultural y patriarcal, de crecimiento sin fin y de guerra sistemática contra las condiciones que hacen posible la vida en el planeta Tierra. La civilización de dominio científico tecnológico sobre el conjunto de la llamada “naturaleza”, que identifica el bienestar humano con la acumulación de objetos materiales y el crecimiento económico sin límite -que tiene al capitalismo como su máxima expresión histórica- está llegando al límite…», Edgardo Lander.
Hace ya casi dos décadas, concretamente en enero de 1995, J.R. Graham, presidente de una importante empresa estadounidense de gestión y marketing y nada sospechoso de izquierdismo, nos alertaba sobre las nuevas tendencias mundiales de empleo y actividad económica, tendencias que constituyen hoy los rasgos que caracterizan las condiciones materiales de existencia en las que viven las grandes mayorías de seres humanos del planeta.
Refiriéndose al comercio y la venta al pormenor, Graham señalaba que el pequeño comercio sería sustituido por la comercialización en masa de grandes establecimientos y cadenas de distribución y efectivamente así ha ocurrido. Las grandes empresas comerciales y multinacionales controlan absolutamente el mercado, de tal forma que no sólo deciden lo que debemos consumir, sino que imponen las condiciones de compra a los productores, someten a sus trabajadores mediante contrataciones precarias y bajos salarios, al mismo tiempo que determinan los precios y la importancia de las mercancías.
Este es el caso por ejemplo de la empresa multinacional Wal-Mart, la compañía estadounidense de comercio minorista más grande del mundo que opera en quince países induciendo una competencia desleal con los pequeños comercios y provocando el desempleo, la pobreza, la dependencia económica e incluso la introducción de productos transgénicos en los territorios y países en los que se asienta. Sus salarios son los más bajos y su expansión se ha visto facilitada por medidas privilegiadas de los gobiernos y presuntamente corruptas, además de variados procedimientos de explotación de sus trabajadores, como así ha ocurrido por ejemplo en México, uno de los países con mayor presencia de Wal-Mart en todo el mundo (2).
En relación al empleo, Graham profetizaba que habría una reducción de personal continuada en todos los sectores económicos y que los despidos masivos se irían produciendo de forma regular cada cierto tiempo, algo de viva y descarnada actualidad en Europa en la que el desempleo, para los 17 países de la zona euro, se situó el pasado mes de marzo de 2012 en el 10,9 % (3), un nivel récord que superó en un punto los datos de marzo de 2011 y que supone en cifras brutas un total de 24.772.000 personas en la Europa de los 27 y que para España en abril del presente año 2012, significa el desgraciado record de ostentar la cifra más alta de toda su historia, con un 24,1 % con un total de 5.636.500 desempleados siendo el número de hogares con todos sus miembros activos en desempleo de 1.728.400 (4).
Graham también apuntaba que la sociedad cambiaría de configuración, de forma que las clases medias disminuirían, aumentando al mismo tiempo las clases populares de bajos ingresos, detallando que aproximadamente el 30% de la población se encontraría a nivel de subsistencia, fruto de los empleos precarios y mal remunerados, situándose en la cumbre socioeconómica el 2% de la población constituida por los más ricos. Una profecía hecha realidad cuando constatamos que en España la renta disponible por persona cayó en términos reales cerca de un 9% entre 2007 y 2010 lo que ha supuesto que el índice Gini (indicador estadístico de desigualdad de riqueza), haya pasado de 0,313 en 2007 a 0,339 en 2010 algo que no había sucedido en los últimos 25 años.
Concretamente, la distancia entre el 20 % más rico y el 20 % más pobre pasó del 2007 a 2010 de 5,3 a 6,9 que es el crecimiento mayor de los 27 países de la Unión Europea siendo la proporción de hogares por debajo del umbral de la pobreza del 22%, umbral que se sitúa en 7.800 euros en 2010 lo que supuso un descenso de 200 € respecto a 2009.(FOESSA-Cáritas, 2012).
Por último, en el referenciado artículo de J.R. Graham, se profetizaba igualmente que los gobiernos irían reduciendo poco a poco los gastos sociales. Las coberturas sanitarias, educativas, de pensiones, etc., irían disminuyendo o cuando no, se irían privatizando obligando así a todas las personas a ser más ahorradoras en previsión de una seguridad para el futuro, con lo cual aumentarán considerablemente los fondos de pensiones y los beneficios de las empresas financieras.
Y nuevamente la realidad, casi veinte años más tarde de aquel esclarecedor artículo, ha venido a demostrarnos la exactitud de sus previsiones. Así hoy, bastaría con analizar brevemente cualquiera de los presupuestos generales del estado de países como España, Portugal, Italia, Irlanda o Grecia, para verificar como se ha producido un significativo retroceso de las conquistas sociales durante largos años conseguidas, que aunque no llegaron a ser nunca comparables a los niveles los países del norte de Europa, si al menos constituían un avance positivo hacia cotas de mayor bienestar social.
En definitiva, todos los ajustes y recortes económicos y de derechos sociales que se están produciendo en Europa, están afectando gravemente a las condiciones de vida de millones de ciudadanos, que no sólo se ven desposeídos de su trabajo sino que también son destinados a engrosar las capas de pobreza, unas capas que a su vez están más desprotegidas que nunca al haberse recortado y disminuido significativamente las garantías de protección antes de la crisis, es decir, los pobres ahora, no sólo son más en número, como así refleja el Informe FOESSA-Cáritas para España, sino que son más intensivamente pobres al haber disminuido las subvenciones a los servicios sociales, educativos y sanitarios.
Fuente: es.paperblog.com
¿Fin del Estado del Bienestar, final del Estado moderno?
De esta forma nos encaminamos a una situación en la que hay muchas probabilidades de que todo quedará privatizado y el Estado dejará de cumplir su función esencial de compensador de desigualdades y redistribuidor de la riqueza. Por diversos caminos estamos llegando a un descontrol y una flexibilización tal de las relaciones socioeconómicas y laborales que eternizará y aumentará considerablemente las difíciles condiciones de vida de las grandes mayorías del planeta.
Seguirán disminuyendo velozmente los trabajos estables a jornada completa y aumentarán la precarización, el desempleo, el subempleo y el pluriempleo, todo en nombre de una flexibilización laboral universal que destruirá cualquier tipo de compromiso contractual basado en derechos laborales conquistados en largos y dolorosos procesos históricos. Y nuevamente las clases trabajadoras continuarán sufriendo, bajo diferentes y sutiles formas, inhumanos y crueles procedimientos de explotación, servidumbre y esclavitud, pero ahora en nombre de unos misteriosos mercados financieros que se han convertido en las al parecer incurables plagas y epidemias de la posmodernidad.
Sin embargo, lo que hasta aquí hemos descrito como impacto de la crisis económica en países de Europa como España, no tiene comparación con la escandalosa e injusta situación en la que se encuentran miles de millones de personas en el mundo como consecuencia de la crónica situación de hambre que se verá agravada también por el impacto de la crisis económica y las políticas europeas que además de recortar las ayudas al desarrollo continúan subvencionando el cultivo de biocombustibles como señala OXFAM en su último informe.
Tal y como señala el Informe OXFAM: «…El año 2008 marcó el comienzo de una nueva era de crisis]i. Lehman Brothers i[quebró , el petróleo alcanzó los 147 dólares por barril, y el precio de los alimentos subió bruscamente, precipitando protestas en 61 países, con disturbios o manifestaciones violentas en otros 23. En el año 2009, el número de personas hambrientas rebasó por primera vez los mil millones.
Los gobiernos de los países ricos respondieron de forma hipócrita, expresando su alarma mientras continuaban arrojando miles de millones de dólares del dinero de los contribuyentes a sus infladas industrias de biocombustibles, desviando los alimentos desde las bocas hacia los tanques de petróleo. En un vacío de confianza, un gobierno tras otro impuso prohibiciones a las exportaciones, empujando aun más los precios al alza. Mientras, los beneficios de las transnacionales agrícolas subieron vertiginosamente, los rendimientos de los especuladores se dispararon, y comenzó una nueva ola de acaparamiento de tierras en el mundo en desarrollo, a medida que los inversores privados y estatales buscaban aprovecharse o asegurar el suministro.
Mientras el cambio climático nos empuja hacia nuestra segunda crisis de precios de los alimentos en tres años, poco ha cambiado que sugiera que ahora el sistema mundial podrá gestionarla algo mejor. El poder continúa concentrado en manos de unos pocos egoístas…»
Todas las crisis una crisis
Todas las crisis están pues complejamente interrelacionadas como acertadamente nos señala Edgar Morin. Crisis económica y crisis alimentaria que vinculadas en su origen y efectos por un sistema productivo depredador e insostenible, provoca a su vez una crisis ecológica sin precedentes en la historia de nuestro pequeño planeta produciendo alteraciones irreversibles e irreparables en la vida y en la naturaleza. Así por ejemplo hoy sabemos que además del cambio climático, la pérdida de diversidad biológica y de suelos fértiles, el aumento de las desforestación y la contaminación de las aguas constituyen impactos tremendamente dolorosos para nuestro medio ambiente provocando sequías e inundaciones, así como costosas pérdidas de cosechas que junto a otros factores condenan a millones de personas a situaciones de penuria y miseria irreparables.
Y este es el caso por ejemplo de Haití, un país asolado por un terrible terremoto en el que dos años después hay cerca de 600.000 desplazados que viven en 895 campamentos y en el que se han producido 6749 muertes como consecuencia del cólera en una población cuyo 45 % vive en una grave situación de inseguridad alimentaria que representa un aumento del 30 % antes del terremoto (5).
Al mismo tiempo, después de 20 años de la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro de 1992 y a pesar de la crisis económica, para el año 2010 el Departamento de Energía de los Estados Unidos ha calculado que se emitieron a la atmósfera 564 millones de toneladas de gases de efecto invernadero. Un incremento de un 6 % que en sólo un año, es el mayor del que se tenga registro, lo cual ha llevado al Panel Intergubernamental del Cambio Climático a afirmar que parte de los acontecimientos climáticos extremos que han afectado a millones de personas en los últimos años, como sequías, inundaciones y huracanes son consecuencia del cambio climático (Lander, E; 2012:4).
Estamos pues ante una crisis global que es al mismo tiempo económica y ecológica, pero sobre todo es también una crisis de justicia, solidaridad y derechos humanos, porque la desigualdad sigue siendo generalizada en todo el mundo tanto a nivel micro, como en el caso de la violencia contra las mujeres, como a nivel macro que se manifiesta en el maltrato a minorías, la corrupción, el acaparamiento de tierras, las diferencias de ingresos y consumo, así como las escandalosas diferencias de oportunidades tanto entre países como dentro de cada país.
Así por ejemplo, un niño que naciese hoy en el Japón puede esperar vivir 37 años más que un niño que nazca en Zimbabue. O en Inglaterra, las personas que viven en los barrios más pobres morirán, de media, siete años antes que aquellas que viven en los barrios más ricos (OXFAM: 2012). En este punto, según los cálculos del grupo financiero suizo Credit Suisse, la mitad más pobre de la población adulta global del planeta es dueña únicamente del 1 % de la riqueza global. En su contrario, el 10 % de la población mundial más rica es dueña del 84 % de la toda la riqueza mundial de tal forma que el 1 % y 0,5 % de la misma poseen respectivamente el 44 % y el 38,5 % de la riqueza de todo el planeta (Lander, E; 2012:5).
De esta forma nos encaminamos a una situación en la que hay muchas probabilidades de que todo quedará privatizado y el Estado dejará de cumplir su función esencial de compensador de desigualdades y redistribuidor de la riqueza. Por diversos caminos estamos llegando a un descontrol y una flexibilización tal de las relaciones socioeconómicas y laborales que eternizará y aumentará considerablemente las difíciles condiciones de vida de las grandes mayorías del planeta.
Seguirán disminuyendo velozmente los trabajos estables a jornada completa y aumentarán la precarización, el desempleo, el subempleo y el pluriempleo, todo en nombre de una flexibilización laboral universal que destruirá cualquier tipo de compromiso contractual basado en derechos laborales conquistados en largos y dolorosos procesos históricos. Y nuevamente las clases trabajadoras continuarán sufriendo, bajo diferentes y sutiles formas, inhumanos y crueles procedimientos de explotación, servidumbre y esclavitud, pero ahora en nombre de unos misteriosos mercados financieros que se han convertido en las al parecer incurables plagas y epidemias de la posmodernidad.
Sin embargo, lo que hasta aquí hemos descrito como impacto de la crisis económica en países de Europa como España, no tiene comparación con la escandalosa e injusta situación en la que se encuentran miles de millones de personas en el mundo como consecuencia de la crónica situación de hambre que se verá agravada también por el impacto de la crisis económica y las políticas europeas que además de recortar las ayudas al desarrollo continúan subvencionando el cultivo de biocombustibles como señala OXFAM en su último informe.
Tal y como señala el Informe OXFAM: «…El año 2008 marcó el comienzo de una nueva era de crisis]i. Lehman Brothers i[quebró , el petróleo alcanzó los 147 dólares por barril, y el precio de los alimentos subió bruscamente, precipitando protestas en 61 países, con disturbios o manifestaciones violentas en otros 23. En el año 2009, el número de personas hambrientas rebasó por primera vez los mil millones.
Los gobiernos de los países ricos respondieron de forma hipócrita, expresando su alarma mientras continuaban arrojando miles de millones de dólares del dinero de los contribuyentes a sus infladas industrias de biocombustibles, desviando los alimentos desde las bocas hacia los tanques de petróleo. En un vacío de confianza, un gobierno tras otro impuso prohibiciones a las exportaciones, empujando aun más los precios al alza. Mientras, los beneficios de las transnacionales agrícolas subieron vertiginosamente, los rendimientos de los especuladores se dispararon, y comenzó una nueva ola de acaparamiento de tierras en el mundo en desarrollo, a medida que los inversores privados y estatales buscaban aprovecharse o asegurar el suministro.
Mientras el cambio climático nos empuja hacia nuestra segunda crisis de precios de los alimentos en tres años, poco ha cambiado que sugiera que ahora el sistema mundial podrá gestionarla algo mejor. El poder continúa concentrado en manos de unos pocos egoístas…»
Todas las crisis una crisis
Todas las crisis están pues complejamente interrelacionadas como acertadamente nos señala Edgar Morin. Crisis económica y crisis alimentaria que vinculadas en su origen y efectos por un sistema productivo depredador e insostenible, provoca a su vez una crisis ecológica sin precedentes en la historia de nuestro pequeño planeta produciendo alteraciones irreversibles e irreparables en la vida y en la naturaleza. Así por ejemplo hoy sabemos que además del cambio climático, la pérdida de diversidad biológica y de suelos fértiles, el aumento de las desforestación y la contaminación de las aguas constituyen impactos tremendamente dolorosos para nuestro medio ambiente provocando sequías e inundaciones, así como costosas pérdidas de cosechas que junto a otros factores condenan a millones de personas a situaciones de penuria y miseria irreparables.
Y este es el caso por ejemplo de Haití, un país asolado por un terrible terremoto en el que dos años después hay cerca de 600.000 desplazados que viven en 895 campamentos y en el que se han producido 6749 muertes como consecuencia del cólera en una población cuyo 45 % vive en una grave situación de inseguridad alimentaria que representa un aumento del 30 % antes del terremoto (5).
Al mismo tiempo, después de 20 años de la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro de 1992 y a pesar de la crisis económica, para el año 2010 el Departamento de Energía de los Estados Unidos ha calculado que se emitieron a la atmósfera 564 millones de toneladas de gases de efecto invernadero. Un incremento de un 6 % que en sólo un año, es el mayor del que se tenga registro, lo cual ha llevado al Panel Intergubernamental del Cambio Climático a afirmar que parte de los acontecimientos climáticos extremos que han afectado a millones de personas en los últimos años, como sequías, inundaciones y huracanes son consecuencia del cambio climático (Lander, E; 2012:4).
Estamos pues ante una crisis global que es al mismo tiempo económica y ecológica, pero sobre todo es también una crisis de justicia, solidaridad y derechos humanos, porque la desigualdad sigue siendo generalizada en todo el mundo tanto a nivel micro, como en el caso de la violencia contra las mujeres, como a nivel macro que se manifiesta en el maltrato a minorías, la corrupción, el acaparamiento de tierras, las diferencias de ingresos y consumo, así como las escandalosas diferencias de oportunidades tanto entre países como dentro de cada país.
Así por ejemplo, un niño que naciese hoy en el Japón puede esperar vivir 37 años más que un niño que nazca en Zimbabue. O en Inglaterra, las personas que viven en los barrios más pobres morirán, de media, siete años antes que aquellas que viven en los barrios más ricos (OXFAM: 2012). En este punto, según los cálculos del grupo financiero suizo Credit Suisse, la mitad más pobre de la población adulta global del planeta es dueña únicamente del 1 % de la riqueza global. En su contrario, el 10 % de la población mundial más rica es dueña del 84 % de la toda la riqueza mundial de tal forma que el 1 % y 0,5 % de la misma poseen respectivamente el 44 % y el 38,5 % de la riqueza de todo el planeta (Lander, E; 2012:5).
Fuente: elpuercoespin.com.ar
En qué se gasta el dinero y cuáles son sus consecuencias
A todo esto hay que unir además, el escandaloso hecho de los gastos militares y el mortífero negocio de las armas, una de las más inmorales y crueles contradicciones de nuestro tiempo, un tiempo repleto de guerras y conflictos armados de diverso tipo que son alimentadas y mantenidas por el necrófilo comercio de la industria militar, sembrando así de muerte y destrucción las zonas más pobres del planeta.
En este sentido, según muestra el último Informe 2012 de Amnistía Internacional , mientras la comunidad internacional arma a estados opresivos y los provee de todo tipo de artefactos bélicos a costa de desatender y disminuir servicios sociales básicos:
• A causa de la violencia armada mueren al año 500.000 personas, además de que millones resultan heridas, siendo reprimidas con brutalidad sufriendo violaciones o siendo forzadas a abandonar sus hogares.
• Al menos 55 grupos armados y fuerzas gubernamentales utilizan a niños y niñas como soldados o tropas auxiliares.
• Al menos el 60 % de las violaciones de derechos humanos en el mundo documentadas por AI, están relacionadas o han tenido que ver con el uso de armas pequeñas y ligeras.
• Al finalizar 2011 había al menos 18.750 personas condenadas a muerte, siendo China el país que ejecutó a miles de ciudadanos y ciudadanas, mientras que en países como Arabia Saudí, Corea del Norte, Irán y Somalia siguen llevando a cabo ejecuciones públicas.
Pero además de las consecuencias en vidas y destrucción de este cruel e inhumano panorama, hay que sumar también los efectos que estos gastos tienen en la desatención y disminución de gastos sociales como el de la educación básica. En este punto, el Informe 2011 de seguimiento de la Educación Para Todos (EPT) (6) en el mundo señala que existen 28 millones de niños privados de su derecho a la educación, niños que a su vez viven conflictos armados en sus países, estando sometidos además al riesgo de ser víctimas de violaciones, ataques contra las escuelas y atentados contra los derechos humanos (UNESCO, 2011) (7).
En el Informe EPT citado, se dice además que la mayoría de los seis grandes objetivos establecidos y comprometidos por los estados miembros de la ONU no se podrán alcanzar debido a que:
• En los países en desarrollo, uno de cada tres niños –esto es, 195 millones en total– padecen de malnutrición, con los consiguientes daños irreparables que esto entraña para su desarrollo cognitivo y sus perspectivas educativas a largo plazo.
• Los progresos hacia la escolarización universal se han desacelerado de forma que si persisten las tendencias actuales, en 2015 el número de niños sin escuela podría ser superior al actual.
•Muchos niños desertan de la escuela antes de finalizar el ciclo completo de la enseñanza primaria. Tan sólo en el África Subsahariana unos diez millones de niños abandonan cada año las aulas de primaria.
• Un 17% de la población adulta del mundo –esto es, 796 millones de personas– siguen sin poseer competencias básicas en lectura, escritura y aritmética. Dos tercios aproximadamente de esas personas son mujeres.
• La amplitud de las desigualdades disminuye gravemente la igualdad de oportunidades. Así por ejemplo, en Pakistán, casi la mitad de los hijos de las familias más pobres con edades comprendidas entre 7 y 16 años están sin escolarizar, mientras que ese porcentaje sólo se cifra en un 5% entre los hijos de las familias más ricas.
• Las diferencias entre los sexos se cobran vidas ya que las mujeres que han cursado la enseñanza secundaria tienen más probabilidades de saber cómo prevenir la transmisión del VIH de la madre al niño, algo cuya ignorancia ha causado 260.000 fallecimientos relacionados con esta enfermedad en 2009.
• La calidad de la educación se sigue situando a un nivel muy bajo en muchos países. Millones de niños salen de la escuela primaria con conocimientos de lectura, escritura y aritmética que se hallan muy por debajo de los niveles previstos.
• Los países donantes no han cumplido las promesas de aumentar la ayuda formuladas en 2005. Según estimaciones de la OCDE, el déficit global de financiación previsto se cifra en 20.000 millones de dólares anuales.
• La crisis económica está haciendo estragos en los presupuestos de educación de los países de bajos ingresos como, no sólo en los países de bajos ingresos. En 2009, siete de los dieciocho países de ingresos bajos recortaron su gasto educación, países en los que existen 3,7 millones de niños sin escolarizar.
• Las tendencias actuales de la ayuda son inquietantes. La ayuda a la educación básica suministrada a título de la asistencia para el desarrollo se halla estancada desde 2007. En 2008, la ayuda a la educación básica para el África Subsahariana disminuyó en un 6% aproximadamente por cada niño en edad de cursar la enseñanza primaria.
Nuestro momento actual, es pues un momento de profundo desasosiego e incertidumbre. Un momento en el que necesariamente debemos y tenemos que cambiar de rumbo abriendo y construyendo, como dice Morin, nuevas vías para el futuro de la humanidad, asumiendo que nuestra crisis, no es algo pasajero y mecánicamente reversible, sino que afecta a toda la civilización. Una civilización cognitivamente ciega porque aísla, separa, especializa y burocratiza, pero también emocionalmente miope y carente de sensibilidad, porque deshumaniza, desvincula, descontextualiza y no considera los lazos afectivos y el desarrollo interior del sujeto como fuente de vida y racionalidad.
Una crisis de civilización
«…Lo peor vendrá de cinco características esenciales de la globalización: una máquina no igualitaria que socava los cimientos sociales y atiza las tensiones protectoras; una caldera que quema los recursos escasos, favorece las políticas de acaparamiento y acelera el calentamiento del planeta; un aparato que inunda el mundo con liquidez y estimula la irresponsabilidad bancaria; un casino en el que se expresan todos los excesos del capitalismo financiero; una centrifugadora que puede hacer explotar a Europa…» (P. Artus y M.P. Virard).
Según el Diccionario de la Real Academia Española, el significado de la palabra crisis hace referencia a una «mutación importante en el desarrollo de procesos o situación de un asunto o proceso cuando está en duda la continuación, modificación o cese. ». El término crisis se asocia por tanto al concepto de cambio, alteración, transformación, metamorfosis y posee más bien un carácter de duda, incertidumbre, de peligro de supervivencia. En nuestro caso, al referirnos a nuestra civilización, intentamos describir que la misma presenta evidentes síntomas de agotamiento o muestra signos que la conducen a profundas transformaciones que pueden inducir incluso a su progresiva y definitiva destrucción o sustitución.
Este carácter de incertidumbre, peligro o negatividad que percibimos en toda crisis, viene también acompañado de aspectos contradictorios y complejos en los que se mezclan orden y desorden, reacciones y recursiones, emergencias y azares, de forma que la imprevisibilidad de efectos y resultados y la repercusión de estos en nuevos procesos críticos son por lo general impredecibles. Esto ha llevado a muchos teóricos, entre ellos a Edgar Morin a decir, que todas las crisis, ya sean referidas a estructuras biológicas, psicosociales o socioculturales encierran en su interior, tanto aspectos negativos, como aspectos positivos. Positivos en cuanto las crisis pueden evolucionar hacia cambios cualitativos e integradores de viejas contradicciones e insuficiencias del sistema, dando lugar incluso a sistemas nuevos. Negativos porque toda crisis supone perturbaciones funcionales, procesos de desgaste, carencias, contradicciones que se presentan como insalvables y que originan ostensibles daños en las estructuras de conservación y mantenimiento de los sistemas, dando lugar en su caso, a la muerte del propio sistema.
No obstante, aunque la naturaleza de toda crisis nos remita al concepto de riesgo y oportunidad, sus impactos y resultados son siempre asimétricos. Así por ejemplo, en la actual crisis económico-financiera de 2008 los poderosos y enriquecidos salen de ella con más poder y riqueza del que tenían antes de la crisis, mientras que los débiles y empobrecidos aumentan cuantitativa y cualitativamente su pauperización y debilidad, multiplicando exponencialmente el caudal de dolor y sufrimiento humano en todo el planeta.
Sin embargo las crisis no son necesariamente el preludio de una catástrofe, ni mucho menos la apocalipsis que anuncia la destrucción total, como algunas veces se nos presenta de forma interesada por aquellos que intentan matar la historia y reducirla a neoliberalismo o fundamentalismo. Por el contrario, toda crisis puede servir para crear el clima o las condiciones necesarias para el surgimiento de elementos y estructuras nuevas capaces de generar respuestas originales para hacer frente a las patologías o disfunciones que el organismo o sistema presenta. Y este es el caso de la metamorfosis, ese proceso biológico que tan acertadamente utiliza Edgar Morin como metáfora para mostrar que la esperanza nace en el seno de la desesperanza y que la creación nace en el interior de la destrucción porque nada hay irreversible. En sus propias palabras:
«…Yo hablo de los procesos actuales, que son procesos de muerte, de descomposición y de desintegración. De este estado de descomposición debe salir una recomposición, un nuevo nacimiento. Tomemos el caso del gusano: el gusano en un momento va a encerrarse en una crisálida. Cuando se encierra, todo su sistema inmunológico -hecho para rechazar a los enemigos exteriores- se vuelve contra sí mismo y empieza un proceso de autodestrucción. No se destruye el sistema nervioso, pero sí el sistema alimentario, porque la mariposa va a comer cosas diferentes que el gusano. Pero el proceso de la destrucción es el proceso de construcción de otro. Otro que es el mismo y al mismo tiempo totalmente diverso. Diferente. La mariposa es una cosa extraordinaria. Al terminar de salir de la crisálida, existe un instante eterno: es el momento de la espera hasta que la mariposa puede abrir sus alas (ya que hay una gran humedad en las alas de las mariposas). Ese proceso de metamorfosis que se repite desde hace millones de años, nosotros lo estamos viviendo por primera vez, y no sabemos qué va a salir. Estamos esperando nuestra mariposa…» (Morin, E; 1999a).
¿Acaso hay algo en la naturaleza o en la sociedad que permanezca inmóvil? La vida, la estructura de la materia, la sociedad, el ser humano y el universo entero son movimiento, dinamismo, cambio. Creer que la historia ha finalizado con la civilización industrial o que sencillamente ha muerto porque no hay otro sistema civilizatorio que no sea el que se asienta en el modelo liberal-capitalista, es en principio, ignorar una obviedad: que naturaleza, sociedad, cultura y seres humanos son algo vivo, algo que se construye, destruye y reconstruye continuamente.
A todo esto hay que unir además, el escandaloso hecho de los gastos militares y el mortífero negocio de las armas, una de las más inmorales y crueles contradicciones de nuestro tiempo, un tiempo repleto de guerras y conflictos armados de diverso tipo que son alimentadas y mantenidas por el necrófilo comercio de la industria militar, sembrando así de muerte y destrucción las zonas más pobres del planeta.
En este sentido, según muestra el último Informe 2012 de Amnistía Internacional , mientras la comunidad internacional arma a estados opresivos y los provee de todo tipo de artefactos bélicos a costa de desatender y disminuir servicios sociales básicos:
• A causa de la violencia armada mueren al año 500.000 personas, además de que millones resultan heridas, siendo reprimidas con brutalidad sufriendo violaciones o siendo forzadas a abandonar sus hogares.
• Al menos 55 grupos armados y fuerzas gubernamentales utilizan a niños y niñas como soldados o tropas auxiliares.
• Al menos el 60 % de las violaciones de derechos humanos en el mundo documentadas por AI, están relacionadas o han tenido que ver con el uso de armas pequeñas y ligeras.
• Al finalizar 2011 había al menos 18.750 personas condenadas a muerte, siendo China el país que ejecutó a miles de ciudadanos y ciudadanas, mientras que en países como Arabia Saudí, Corea del Norte, Irán y Somalia siguen llevando a cabo ejecuciones públicas.
Pero además de las consecuencias en vidas y destrucción de este cruel e inhumano panorama, hay que sumar también los efectos que estos gastos tienen en la desatención y disminución de gastos sociales como el de la educación básica. En este punto, el Informe 2011 de seguimiento de la Educación Para Todos (EPT) (6) en el mundo señala que existen 28 millones de niños privados de su derecho a la educación, niños que a su vez viven conflictos armados en sus países, estando sometidos además al riesgo de ser víctimas de violaciones, ataques contra las escuelas y atentados contra los derechos humanos (UNESCO, 2011) (7).
En el Informe EPT citado, se dice además que la mayoría de los seis grandes objetivos establecidos y comprometidos por los estados miembros de la ONU no se podrán alcanzar debido a que:
• En los países en desarrollo, uno de cada tres niños –esto es, 195 millones en total– padecen de malnutrición, con los consiguientes daños irreparables que esto entraña para su desarrollo cognitivo y sus perspectivas educativas a largo plazo.
• Los progresos hacia la escolarización universal se han desacelerado de forma que si persisten las tendencias actuales, en 2015 el número de niños sin escuela podría ser superior al actual.
•Muchos niños desertan de la escuela antes de finalizar el ciclo completo de la enseñanza primaria. Tan sólo en el África Subsahariana unos diez millones de niños abandonan cada año las aulas de primaria.
• Un 17% de la población adulta del mundo –esto es, 796 millones de personas– siguen sin poseer competencias básicas en lectura, escritura y aritmética. Dos tercios aproximadamente de esas personas son mujeres.
• La amplitud de las desigualdades disminuye gravemente la igualdad de oportunidades. Así por ejemplo, en Pakistán, casi la mitad de los hijos de las familias más pobres con edades comprendidas entre 7 y 16 años están sin escolarizar, mientras que ese porcentaje sólo se cifra en un 5% entre los hijos de las familias más ricas.
• Las diferencias entre los sexos se cobran vidas ya que las mujeres que han cursado la enseñanza secundaria tienen más probabilidades de saber cómo prevenir la transmisión del VIH de la madre al niño, algo cuya ignorancia ha causado 260.000 fallecimientos relacionados con esta enfermedad en 2009.
• La calidad de la educación se sigue situando a un nivel muy bajo en muchos países. Millones de niños salen de la escuela primaria con conocimientos de lectura, escritura y aritmética que se hallan muy por debajo de los niveles previstos.
• Los países donantes no han cumplido las promesas de aumentar la ayuda formuladas en 2005. Según estimaciones de la OCDE, el déficit global de financiación previsto se cifra en 20.000 millones de dólares anuales.
• La crisis económica está haciendo estragos en los presupuestos de educación de los países de bajos ingresos como, no sólo en los países de bajos ingresos. En 2009, siete de los dieciocho países de ingresos bajos recortaron su gasto educación, países en los que existen 3,7 millones de niños sin escolarizar.
• Las tendencias actuales de la ayuda son inquietantes. La ayuda a la educación básica suministrada a título de la asistencia para el desarrollo se halla estancada desde 2007. En 2008, la ayuda a la educación básica para el África Subsahariana disminuyó en un 6% aproximadamente por cada niño en edad de cursar la enseñanza primaria.
Nuestro momento actual, es pues un momento de profundo desasosiego e incertidumbre. Un momento en el que necesariamente debemos y tenemos que cambiar de rumbo abriendo y construyendo, como dice Morin, nuevas vías para el futuro de la humanidad, asumiendo que nuestra crisis, no es algo pasajero y mecánicamente reversible, sino que afecta a toda la civilización. Una civilización cognitivamente ciega porque aísla, separa, especializa y burocratiza, pero también emocionalmente miope y carente de sensibilidad, porque deshumaniza, desvincula, descontextualiza y no considera los lazos afectivos y el desarrollo interior del sujeto como fuente de vida y racionalidad.
Una crisis de civilización
«…Lo peor vendrá de cinco características esenciales de la globalización: una máquina no igualitaria que socava los cimientos sociales y atiza las tensiones protectoras; una caldera que quema los recursos escasos, favorece las políticas de acaparamiento y acelera el calentamiento del planeta; un aparato que inunda el mundo con liquidez y estimula la irresponsabilidad bancaria; un casino en el que se expresan todos los excesos del capitalismo financiero; una centrifugadora que puede hacer explotar a Europa…» (P. Artus y M.P. Virard).
Según el Diccionario de la Real Academia Española, el significado de la palabra crisis hace referencia a una «mutación importante en el desarrollo de procesos o situación de un asunto o proceso cuando está en duda la continuación, modificación o cese. ». El término crisis se asocia por tanto al concepto de cambio, alteración, transformación, metamorfosis y posee más bien un carácter de duda, incertidumbre, de peligro de supervivencia. En nuestro caso, al referirnos a nuestra civilización, intentamos describir que la misma presenta evidentes síntomas de agotamiento o muestra signos que la conducen a profundas transformaciones que pueden inducir incluso a su progresiva y definitiva destrucción o sustitución.
Este carácter de incertidumbre, peligro o negatividad que percibimos en toda crisis, viene también acompañado de aspectos contradictorios y complejos en los que se mezclan orden y desorden, reacciones y recursiones, emergencias y azares, de forma que la imprevisibilidad de efectos y resultados y la repercusión de estos en nuevos procesos críticos son por lo general impredecibles. Esto ha llevado a muchos teóricos, entre ellos a Edgar Morin a decir, que todas las crisis, ya sean referidas a estructuras biológicas, psicosociales o socioculturales encierran en su interior, tanto aspectos negativos, como aspectos positivos. Positivos en cuanto las crisis pueden evolucionar hacia cambios cualitativos e integradores de viejas contradicciones e insuficiencias del sistema, dando lugar incluso a sistemas nuevos. Negativos porque toda crisis supone perturbaciones funcionales, procesos de desgaste, carencias, contradicciones que se presentan como insalvables y que originan ostensibles daños en las estructuras de conservación y mantenimiento de los sistemas, dando lugar en su caso, a la muerte del propio sistema.
No obstante, aunque la naturaleza de toda crisis nos remita al concepto de riesgo y oportunidad, sus impactos y resultados son siempre asimétricos. Así por ejemplo, en la actual crisis económico-financiera de 2008 los poderosos y enriquecidos salen de ella con más poder y riqueza del que tenían antes de la crisis, mientras que los débiles y empobrecidos aumentan cuantitativa y cualitativamente su pauperización y debilidad, multiplicando exponencialmente el caudal de dolor y sufrimiento humano en todo el planeta.
Sin embargo las crisis no son necesariamente el preludio de una catástrofe, ni mucho menos la apocalipsis que anuncia la destrucción total, como algunas veces se nos presenta de forma interesada por aquellos que intentan matar la historia y reducirla a neoliberalismo o fundamentalismo. Por el contrario, toda crisis puede servir para crear el clima o las condiciones necesarias para el surgimiento de elementos y estructuras nuevas capaces de generar respuestas originales para hacer frente a las patologías o disfunciones que el organismo o sistema presenta. Y este es el caso de la metamorfosis, ese proceso biológico que tan acertadamente utiliza Edgar Morin como metáfora para mostrar que la esperanza nace en el seno de la desesperanza y que la creación nace en el interior de la destrucción porque nada hay irreversible. En sus propias palabras:
«…Yo hablo de los procesos actuales, que son procesos de muerte, de descomposición y de desintegración. De este estado de descomposición debe salir una recomposición, un nuevo nacimiento. Tomemos el caso del gusano: el gusano en un momento va a encerrarse en una crisálida. Cuando se encierra, todo su sistema inmunológico -hecho para rechazar a los enemigos exteriores- se vuelve contra sí mismo y empieza un proceso de autodestrucción. No se destruye el sistema nervioso, pero sí el sistema alimentario, porque la mariposa va a comer cosas diferentes que el gusano. Pero el proceso de la destrucción es el proceso de construcción de otro. Otro que es el mismo y al mismo tiempo totalmente diverso. Diferente. La mariposa es una cosa extraordinaria. Al terminar de salir de la crisálida, existe un instante eterno: es el momento de la espera hasta que la mariposa puede abrir sus alas (ya que hay una gran humedad en las alas de las mariposas). Ese proceso de metamorfosis que se repite desde hace millones de años, nosotros lo estamos viviendo por primera vez, y no sabemos qué va a salir. Estamos esperando nuestra mariposa…» (Morin, E; 1999a).
¿Acaso hay algo en la naturaleza o en la sociedad que permanezca inmóvil? La vida, la estructura de la materia, la sociedad, el ser humano y el universo entero son movimiento, dinamismo, cambio. Creer que la historia ha finalizado con la civilización industrial o que sencillamente ha muerto porque no hay otro sistema civilizatorio que no sea el que se asienta en el modelo liberal-capitalista, es en principio, ignorar una obviedad: que naturaleza, sociedad, cultura y seres humanos son algo vivo, algo que se construye, destruye y reconstruye continuamente.
Fuente: plataformasab.org
Los rasgos de la civilización moderna
De acuerdo con Alain Touraine, el paradigma civilizatorio dominante ha llegado a su máxima expresión mediante el fenómeno de la globalización, que básicamente es el triunfo del ultraliberalismo y/o del capitalismo salvaje que comienza su andadura con lo que conocemos como “Modernidad”. Un triunfo universalizado y planetario que fragmenta y despolitiza sociedades e instituciones, individualiza las relaciones humanas de interdependencia y vinculación, destruyendo al mismo tiempo el planeta y dificultando sus posibilidades de regeneración y sostenibilidad.
La Modernidad y los avances tecnológicos asociados, consolida una forma de relación con la Naturaleza que no sólo se hace dominante, sino que se convierte en completamente legítima, normal y/o natural. A partir del siglo XV, el planeta se concibe definitivamente como un pastel infinito que es necesario ser conquistado y apropiado, para ser convenientemente consumido y supuestamente civilizado.
Como bien nos recuerda Edgar Morin, la Modernidad nace en Europa, en un territorio muy determinado constituido por jóvenes y pequeñas naciones como España y Portugal, que se lanzan a la aventura de la conquista del globo y a través de la guerra terminan por dominarlo por completo. Es a partir de 1492, con la dominación de Europa occidental sobre el resto del planeta, cuando se instaura el nuevo proyecto civilizatorio, a base de destrucciones culturales irremediables y de masacres y esclavitudes terribles. (Morin, E).
La civilización moderna, desde sus comienzos, se abrió paso como un proyecto totalitario e intolerante, un proyecto que se presentó como el único y verdadero y que basándose en la creencia de una Razón omnipotente y en la superioridad militar, condujo al exterminio de civilizaciones enteras en Asía, África y América (8).
La Modernidad, además de un proyecto civilizatorio basado en la conquista, la guerra, el deterioro del medio ambiente y el crecimiento tecnoindustrial, significa también el triunfo del pensamiento científico, una nueva forma de concebir, de enfocar y de tratar la realidad natural y social que sustituye a las verdades reveladas de la teología y a los intolerantes dogmas religiosos de la Edad Media. Una nueva forma, que paradójicamente y a la postre, llegará a convertirse también en fuente de intolerancia y de dogmatismo puesto que a partir de ahora no será Dios el que justifique las acciones humanas, sino la Ciencia y el desarrollo científico-técnico como supuesta fuente inagotable de sabiduría y bienestar.
La Modernidad es por tanto un proyecto civilizatorio dominador de carácter etnocéntrico, eurocéntrico y androcéntrico. Etnocéntrico porque surge de seres humanos que se consideran a sí mismos como raza superior, como grupo social superior llamado a extender por los confines de la tierra su dominio e influencia. Eurocéntrico, porque nace en Europa, la tierra a partir de la cual puede surgir el que supuestamente se cree como mejor y único proyecto de civilización viable. Y androcéntrico porque se desarrolla sin el concurso de la mujer, un ser humano al que no se le concede la categoría de tal y al que todavía en pleno siglo XXI se sigue sometiendo a invisibilidad y discriminación, cuando no a vejaciones.
Así pues, el moderno paradigma civilizatorio industrial al que pertenecemos, no habría alcanzado tal grado de desarrollo si no hubiese sido por la acción ideológica ejercida gracias a la presencia y dominancia de unos supuestos míticos que paradójicamente, en una sociedad que se presenta como laica, tolerante y democrática, se consideran como axiomáticos y ante los cuales no cabe otra respuesta que la aceptación incondicional. Unos supuestos que constituyen el dogma que necesariamente tienen que interiorizar la mayoría de los individuos para lo cual son obviamente muy útiles las organizaciones e instituciones de la industria de la conciencia y de los aparatos ideológicos del Estado, entre los que se encuentra sin duda la Escuela.
Estos supuestos o postulados míticos y dogmáticos que fundan el paradigma civilizatorio industrial, que es al mismo tiempo mercantil y patriarcal son a nuestro juicio los siguientes:
Consumismo y depredación: la naturaleza un objeto
La civilización industrial concibe la Naturaleza como un objeto, como materia inerte, como recurso a ser explotado, consumido, conquistado o dominado. La misión del ser humano moderno consiste en dominar la Naturaleza y aprovechar al máximo lo que se considera que son inagotables fuentes de energía y de recursos. Su posición frente a la Naturaleza es estar por encima de ella, como si no formase parte de la misma. El individuo moderno, se considera a sí mismo como el rey, y en esa lógica se cree el propietario con derecho a hacer de la Naturaleza lo que estime más oportuno sin ningún tipo de limitaciones.
El sistema depredador de nuestra civilización técnico-instrumental ha configurado un modelo de ser humano mercantilizado y consumista cuyo objetivo fundamental ya no consiste tanto en poseer cosas y bienes materiales conforme al modelo de la vieja sociedad industrial. Ahora su finalidad radica en consumir frenéticamente productos con el fin de compensar una vacuidad interior originada por la ausencia de motivaciones plenamente humanas.
Estamos ante un ser humano cuyo bienestar reside en la satisfacción de las necesidades que el sistema tecno-industrial y mercantil le crea. Cuanto más consume más se esclaviza y así el sentido de su vida cotidiana radica en incesante necesidad de satisfacer sus apetitos, produciéndose en su interior una doble confusión, al identificar alegría con felicidad y comodidad material con vitalidad, convierte la esencia de su libertad humana en mero procedimiento para elegir y consumir mercancías.
Nuestra civilización ha creado un modelo de ser humano manejado por las necesidades que el sistema económico y productivo establece y con las que se siente permanentemente subyugado y excitado. La personalidad del ser humano del siglo XXI, como ya nos alertara Erich Fromm, está modelada por un carácter social específico, el carácter mercantil, un modo de ser y de comportarse manejado y dirigido por las necesidades que el sistema económico crea y en el que el ser humano mismo es también un producto de consumo.
Su valor, su naturaleza, aquello que lo hace ser genuinamente un ser vivo único dotado de razón, conciencia, afectos y capacidad de amar, se mide por las reglas del mercado de los bienes de consumo. Su ser se ha transformado en el tener, de tal modo que ya "es", siendo tenido por los usos, costumbres y normas que el propio mercado impone. Se valora así al ser humano por lo que tiene y no por lo que es, se antepone el valor de cambio frente al valor de uso consistiendo de este modo su desarrollo y su educación, en la adquisición de habilidades y automatismos que sean fácilmente intercambiables en el mercado de trabajo. (Fromm, 1953).
Una persona que necesita del consumo de productos y que se percibe a sí misma como producto, necesariamente está abocada a la voracidad permanente y a la creencia en la resurrección infinita de las cosas. Un ser humano de estas características, necesariamente contribuye a fundar un nuevo orden: el de la cultura de la depredación, del individualismo, del envoltorio, de la iglesia del “shoping center”, de la inevitabilidad del despilfarro. Un ser humano de esta naturaleza necesariamente se verá obligado a competir, a definirse frente a los demás pero no con los demás, se verá impelido a rivalizar y a entender que el valor supremo reside en la eficacia, en la minimización del costo, en la maximización del beneficio y que para progresar la ética no es necesaria, ya que las ciencias, sobre todo las económicas, son independientes de la voluntad humana.
Este nuevo (des)orden provocado por una sistema económico-productivo depredador y despilfarrador, paradójicamente ha provocado también sufrimiento psíquico, en la creencia de que nos provee de bienestar y felicidad. El ser humano de nuestros días, sufre de alienación porque al experimentarse a sí mismo como vendedor y como mercancía, su yo, su autoconcepto y su autoestima dependerán siempre de factores que están fuera de su control y de este modo en la apariencia de que obra libremente, de que hace lo desea, está en realidad subordinado a intereses y a fuerzas que no puede gobernar. En la apariencia de que es libre porque es capaz de desobedecer para realizar sus deseos, es en realidad un esclavo porque está obedeciendo a fuerzas impersonales que escapan a su control.
Son estas creencias las que nos han conducido, no sólo a problemas microsociales y personales, sino también a gravísimos problemas macro como el calentamiento global que al mismo tiempo que siembra huracanes, tempestades y hace subir el nivel de los mares, desertifica irreversiblemente zonas cada vez más amplias, haciéndonos perder suelos productivos y originando problemas gravísimos de alimentación y supervivencia en las regiones más pobres del planeta. Un problema que se agravará aun más conforme se vayan agotando las reservas de combustibles fósiles, lo cual producirá impactos imprevisibiles en los sistemas industriales de alimentos y muchos de los bienes a los que nuestra civilización se ha acostumbrado, como automóviles, refrigeración, utilización de plásticos, etc. que dependen precisamente de la depredación y esquilmación de los limitados recursos del planeta que sostienen y alimentan la vida de todos los seres.
Frente a esta civilización depredadora es ya una necesidad de suma urgencia poner en marcha «…nuevos modelos que comiencen sobre todo por aceptar los límites de la capacidad de descarga de la tierra y de ese modo pasar de la eficiencia a la suficiencia y al bienestar, igualmente urgente es la necesaria solución a la existente de inequidad, por qué sin equidad las soluciones pacíficas son imposibles. Debemos reemplazar los valores dominantes de codicia, competencia y acumulación por los de solidaridad, cooperación y compasión. El nuevo paradigma requiere alejarnos del crecimiento económico a cualquier costo y superar la codicia y la acumulación como metas centrales del presunto bienestar social y la transición debe ser hacia sociedades que puedan ajustarse a menores niveles de producción y de consumo, favoreciendo sobre todo a las economías locales y regionales, dicho en otras palabras: volver a mirar hacia adentro…» (Max-Neef, M.; 2009).
De acuerdo con Alain Touraine, el paradigma civilizatorio dominante ha llegado a su máxima expresión mediante el fenómeno de la globalización, que básicamente es el triunfo del ultraliberalismo y/o del capitalismo salvaje que comienza su andadura con lo que conocemos como “Modernidad”. Un triunfo universalizado y planetario que fragmenta y despolitiza sociedades e instituciones, individualiza las relaciones humanas de interdependencia y vinculación, destruyendo al mismo tiempo el planeta y dificultando sus posibilidades de regeneración y sostenibilidad.
La Modernidad y los avances tecnológicos asociados, consolida una forma de relación con la Naturaleza que no sólo se hace dominante, sino que se convierte en completamente legítima, normal y/o natural. A partir del siglo XV, el planeta se concibe definitivamente como un pastel infinito que es necesario ser conquistado y apropiado, para ser convenientemente consumido y supuestamente civilizado.
Como bien nos recuerda Edgar Morin, la Modernidad nace en Europa, en un territorio muy determinado constituido por jóvenes y pequeñas naciones como España y Portugal, que se lanzan a la aventura de la conquista del globo y a través de la guerra terminan por dominarlo por completo. Es a partir de 1492, con la dominación de Europa occidental sobre el resto del planeta, cuando se instaura el nuevo proyecto civilizatorio, a base de destrucciones culturales irremediables y de masacres y esclavitudes terribles. (Morin, E).
La civilización moderna, desde sus comienzos, se abrió paso como un proyecto totalitario e intolerante, un proyecto que se presentó como el único y verdadero y que basándose en la creencia de una Razón omnipotente y en la superioridad militar, condujo al exterminio de civilizaciones enteras en Asía, África y América (8).
La Modernidad, además de un proyecto civilizatorio basado en la conquista, la guerra, el deterioro del medio ambiente y el crecimiento tecnoindustrial, significa también el triunfo del pensamiento científico, una nueva forma de concebir, de enfocar y de tratar la realidad natural y social que sustituye a las verdades reveladas de la teología y a los intolerantes dogmas religiosos de la Edad Media. Una nueva forma, que paradójicamente y a la postre, llegará a convertirse también en fuente de intolerancia y de dogmatismo puesto que a partir de ahora no será Dios el que justifique las acciones humanas, sino la Ciencia y el desarrollo científico-técnico como supuesta fuente inagotable de sabiduría y bienestar.
La Modernidad es por tanto un proyecto civilizatorio dominador de carácter etnocéntrico, eurocéntrico y androcéntrico. Etnocéntrico porque surge de seres humanos que se consideran a sí mismos como raza superior, como grupo social superior llamado a extender por los confines de la tierra su dominio e influencia. Eurocéntrico, porque nace en Europa, la tierra a partir de la cual puede surgir el que supuestamente se cree como mejor y único proyecto de civilización viable. Y androcéntrico porque se desarrolla sin el concurso de la mujer, un ser humano al que no se le concede la categoría de tal y al que todavía en pleno siglo XXI se sigue sometiendo a invisibilidad y discriminación, cuando no a vejaciones.
Así pues, el moderno paradigma civilizatorio industrial al que pertenecemos, no habría alcanzado tal grado de desarrollo si no hubiese sido por la acción ideológica ejercida gracias a la presencia y dominancia de unos supuestos míticos que paradójicamente, en una sociedad que se presenta como laica, tolerante y democrática, se consideran como axiomáticos y ante los cuales no cabe otra respuesta que la aceptación incondicional. Unos supuestos que constituyen el dogma que necesariamente tienen que interiorizar la mayoría de los individuos para lo cual son obviamente muy útiles las organizaciones e instituciones de la industria de la conciencia y de los aparatos ideológicos del Estado, entre los que se encuentra sin duda la Escuela.
Estos supuestos o postulados míticos y dogmáticos que fundan el paradigma civilizatorio industrial, que es al mismo tiempo mercantil y patriarcal son a nuestro juicio los siguientes:
Consumismo y depredación: la naturaleza un objeto
La civilización industrial concibe la Naturaleza como un objeto, como materia inerte, como recurso a ser explotado, consumido, conquistado o dominado. La misión del ser humano moderno consiste en dominar la Naturaleza y aprovechar al máximo lo que se considera que son inagotables fuentes de energía y de recursos. Su posición frente a la Naturaleza es estar por encima de ella, como si no formase parte de la misma. El individuo moderno, se considera a sí mismo como el rey, y en esa lógica se cree el propietario con derecho a hacer de la Naturaleza lo que estime más oportuno sin ningún tipo de limitaciones.
El sistema depredador de nuestra civilización técnico-instrumental ha configurado un modelo de ser humano mercantilizado y consumista cuyo objetivo fundamental ya no consiste tanto en poseer cosas y bienes materiales conforme al modelo de la vieja sociedad industrial. Ahora su finalidad radica en consumir frenéticamente productos con el fin de compensar una vacuidad interior originada por la ausencia de motivaciones plenamente humanas.
Estamos ante un ser humano cuyo bienestar reside en la satisfacción de las necesidades que el sistema tecno-industrial y mercantil le crea. Cuanto más consume más se esclaviza y así el sentido de su vida cotidiana radica en incesante necesidad de satisfacer sus apetitos, produciéndose en su interior una doble confusión, al identificar alegría con felicidad y comodidad material con vitalidad, convierte la esencia de su libertad humana en mero procedimiento para elegir y consumir mercancías.
Nuestra civilización ha creado un modelo de ser humano manejado por las necesidades que el sistema económico y productivo establece y con las que se siente permanentemente subyugado y excitado. La personalidad del ser humano del siglo XXI, como ya nos alertara Erich Fromm, está modelada por un carácter social específico, el carácter mercantil, un modo de ser y de comportarse manejado y dirigido por las necesidades que el sistema económico crea y en el que el ser humano mismo es también un producto de consumo.
Su valor, su naturaleza, aquello que lo hace ser genuinamente un ser vivo único dotado de razón, conciencia, afectos y capacidad de amar, se mide por las reglas del mercado de los bienes de consumo. Su ser se ha transformado en el tener, de tal modo que ya "es", siendo tenido por los usos, costumbres y normas que el propio mercado impone. Se valora así al ser humano por lo que tiene y no por lo que es, se antepone el valor de cambio frente al valor de uso consistiendo de este modo su desarrollo y su educación, en la adquisición de habilidades y automatismos que sean fácilmente intercambiables en el mercado de trabajo. (Fromm, 1953).
Una persona que necesita del consumo de productos y que se percibe a sí misma como producto, necesariamente está abocada a la voracidad permanente y a la creencia en la resurrección infinita de las cosas. Un ser humano de estas características, necesariamente contribuye a fundar un nuevo orden: el de la cultura de la depredación, del individualismo, del envoltorio, de la iglesia del “shoping center”, de la inevitabilidad del despilfarro. Un ser humano de esta naturaleza necesariamente se verá obligado a competir, a definirse frente a los demás pero no con los demás, se verá impelido a rivalizar y a entender que el valor supremo reside en la eficacia, en la minimización del costo, en la maximización del beneficio y que para progresar la ética no es necesaria, ya que las ciencias, sobre todo las económicas, son independientes de la voluntad humana.
Este nuevo (des)orden provocado por una sistema económico-productivo depredador y despilfarrador, paradójicamente ha provocado también sufrimiento psíquico, en la creencia de que nos provee de bienestar y felicidad. El ser humano de nuestros días, sufre de alienación porque al experimentarse a sí mismo como vendedor y como mercancía, su yo, su autoconcepto y su autoestima dependerán siempre de factores que están fuera de su control y de este modo en la apariencia de que obra libremente, de que hace lo desea, está en realidad subordinado a intereses y a fuerzas que no puede gobernar. En la apariencia de que es libre porque es capaz de desobedecer para realizar sus deseos, es en realidad un esclavo porque está obedeciendo a fuerzas impersonales que escapan a su control.
Son estas creencias las que nos han conducido, no sólo a problemas microsociales y personales, sino también a gravísimos problemas macro como el calentamiento global que al mismo tiempo que siembra huracanes, tempestades y hace subir el nivel de los mares, desertifica irreversiblemente zonas cada vez más amplias, haciéndonos perder suelos productivos y originando problemas gravísimos de alimentación y supervivencia en las regiones más pobres del planeta. Un problema que se agravará aun más conforme se vayan agotando las reservas de combustibles fósiles, lo cual producirá impactos imprevisibiles en los sistemas industriales de alimentos y muchos de los bienes a los que nuestra civilización se ha acostumbrado, como automóviles, refrigeración, utilización de plásticos, etc. que dependen precisamente de la depredación y esquilmación de los limitados recursos del planeta que sostienen y alimentan la vida de todos los seres.
Frente a esta civilización depredadora es ya una necesidad de suma urgencia poner en marcha «…nuevos modelos que comiencen sobre todo por aceptar los límites de la capacidad de descarga de la tierra y de ese modo pasar de la eficiencia a la suficiencia y al bienestar, igualmente urgente es la necesaria solución a la existente de inequidad, por qué sin equidad las soluciones pacíficas son imposibles. Debemos reemplazar los valores dominantes de codicia, competencia y acumulación por los de solidaridad, cooperación y compasión. El nuevo paradigma requiere alejarnos del crecimiento económico a cualquier costo y superar la codicia y la acumulación como metas centrales del presunto bienestar social y la transición debe ser hacia sociedades que puedan ajustarse a menores niveles de producción y de consumo, favoreciendo sobre todo a las economías locales y regionales, dicho en otras palabras: volver a mirar hacia adentro…» (Max-Neef, M.; 2009).
Fuente: gestionurbana.es
Desarrollismo: un dogma cuantitativo
Vivimos en sociedades tecnocéntricas y cuando hablamos de crecimiento, siempre lo hacemos en sentido cuantitativo, siempre nos referimos al aumento de tamaño, al aumento de las dimensiones físicas, del volumen, de la superficie, de la altura. Y así la riqueza se entiende simplemente como un aumento de la producción, sobre la base de la acumulación de bienes materiales, lo que trasladado a la realidad supone asumir algunas creencias falaces:
• Que el aumento de la producción genera bienestar y empleo.
• Que el aumento del Producto Interior Bruto o de la renta per capita, necesariamente se traduce en desarrollo económico.
• Que el aumento de la tecnología produce bienestar.
• Que el aumento del consumo genera desarrollo.
Creencias falaces que fundamentan, legitiman e incrementan el estado de desigualdad existente en nuestro planeta, en cuanto que en términos económicos, se ignora que la traducción del crecimiento en riqueza, únicamente tiene efectos en los países que han alcanzado ya un cierto nivel de desarrollo y que por tanto para hacer frente a este estado de cosas tenemos que partir de presupuestos y de valores diferentes.
Por el contrario, cuando hablamos de desarrollo lo hacemos siempre en un sentido cualitativo de conseguir hacer emerger las potencialidades de algo, o de alcanzar un estado o una naturaleza mejor, más completa, más equilibrada y armónica, más buena en suma. Desarrollarse, tanto a nivel material como a nivel social, cultural o psicológico, significa trabajar e intervenir sobre la base de procesos complejos de transformación interrelacionados y múltiples, supone en definitiva partir de perspectivas y de fundamentos completamente diferentes. Y esta distinción, que actualmente se plantea como absolutamente necesaria para resolver el problema de la pobreza o del cambio climático en nuestro planeta, es también completamente válida para plantearnos las soluciones de los problemas del ser humano de las sociedades tecnocéntricas.
Estamos pues ante una crisis del desarrollo, que nos ha llevado a creer que el bienestar consiste en el hiperconsumo, el lucro y la satisfacción de todo tipo de deseos orientados a la posesión, al tener o a la satisfacción de necesidades puramente materiales y en la mayoría de los casos, exclusivamente artificiales y superfluas: «¡La idea del desarrollo es una idea subdesarrollada! …» (Morin E.; 2011: 27). Una idea que ha entronizado y sacralizado la racionalidad instrumental práctico-técnica asfixiando y despreciando la racionalidad moral.
Felicidad, bien, bondad, belleza, verdad y en general todo aquello que fundamenta universalmente lo que es realmente bueno para los seres humanos parece que han perdido todo sentido. La libertad se sustituye por la oportunidad de elegir o de comprar en el mercado de los productos materiales o de las ideologías políticas. La igualdad se transforma en el derecho a consumir y hacer uso de productos estandarizados ya sean estos materiales o culturales y la solidaridad y fraternidad del género humano acaba por convertirse en en una sensiblería romántica amplificada por los grandes medios de comunicación de masas, ocultando y exculpando una vida cotidiana ferozmente individualista.
Darwinismo: máscara que sonríe a los poderosos y niega la miseria que justifica
Para la Modernidad y su hija, la globalización, la evolución biológica es un principio que se extiende también al ámbito social. Si el ser humano es el dueño y señor de la Naturaleza, es porque representa el triunfo de los seres mejores, los más fuertes y los mejor preparados para sobrevivir. En consecuencia, el caso de los débiles, los torpes, los pobres, los miserables, los inadaptados y los enfermos, se considera un caso absolutamente inevitable y natural porque solamente los más fuertes son los que logran sobrevivir. De este modo, esclavitud, explotación, pobreza o diversidad de capacidades son también hechos naturales e inevitables dado que representan la otra cara de la evolución, cara que es necesaria para que sobrevivan los selectos, los mejor preparados, los más fuertes.
Y así se instala en las conciencias una suerte de darwinismo social, una ideología pseudocientífica y destinada a justificar y legitimar cualquier tropelía contra la Naturaleza o contra nuestros semejantes, darwinismo social, por cierto que constituye la raíz de todo el pensamiento y el ejercicio selectivo de nuestras escuelas e instituciones.
Como nos señala Bruce Lipton, si no cooperamos no tendremos posibilidades de sobrevivir, porque la vieja constatación de Darwin que enfatiza la importancia de los individuos ha sido completada por las numerosas observaciones realizadas en los procesos de desarrollo celular que han evidenciado que la vida emerge, evoluciona y se desarrolla gracias a los procesos de interacción, cooperación y socialización: «…la evolución es una cuestión supervivencia de los grupos más adaptados y no de los individuos más adaptados y en lugar de concentrarnos en los individuos y en su papel en la evolución deberíamos considerar la totalidad de la Tierra y todas sus especies que conforman en conjunto un organismo vivo e interactivo (…) deberíamos predicar con el ejemplo de nuestras células comprendiendo la “nueva biología” que deja por los suelos tanto al derrotismo genético y a la programación paternal como a la supervivencia darwiniana de los más aptos…» (Lipton, B.; 2007: 62 y 65)
Curiosamente la biología celular viene a demostrarnos ahora aquel viejo lema de la década de los sesenta del pasado siglo, “socialismo o barbarie”, haciéndonos saber que sólo mediante la cooperación, la colaboración, la socialización y el compartir, junto a todas las formas de generosidad, solidaridad y compasión serán las fuerzas que nos conducirán a un cambio de paradigma civilizatorio. Y en este punto es necesario también tomar conciencia, como nos recuerda Lipton, que nuestra supervivencia como especie no sólo depende de nuestras conductas de crecimiento y protección, porque las respuestas protectoras inhiben la producción de las energías necesarias para la vida provocando estrés, miedo e indefensiones aprendidas. Por ello no podemos madurar como personas y como sociedades utilizando todas nuestras fuerzas para protegernos, no podemos conquistar nuestra propia humanidad a partir del miedo, sino que necesariamente debemos aprender a asumir riesgos e incertidumbres pero sin dejar de «…buscar de modo activo la alegría y el amor, y llenar nuestra vida de estímulos que desencadenen procesos de crecimiento…» (Lipton, B.; 2007: 200)
Cientifismo: la religión que explica unilateralmente la realidad
El cientifismo es la actitud resultante de creer en una supuesta omnipotencia de la ciencia. Es la concepción que considera la verdad científica como la única y verdadera forma de comprender y conocer con certeza la realidad, como si nuestras mentes no estuviesen sometidas a numerosas fuentes de error y nuestra razón no pudiese incurrir en falacias de racionalidad.
Nuestro paradigma civilizatorio se asienta en un modelo mecanicista basado en causas simples y lineales del que ha surgido el racionalismo, pero el racionalismo, como nos recuerda Edgar Morin opera una reducción epistemológica incapaz de captar la realidad en sus multidimensiones y complejidades. Los cambios nunca son simples, mecánicos y unidimensionales, sino que por el contrario, son siempre complejos y sujetos a retroacciones y recursiones en las que la causa ya no precede necesariamente al efecto, sino que es el propio efecto el que provoca nuevas causas que a su vez provocan nuevos e insospechados efectos.
Dice Edgar Morin que la civilización industrial se basa en el gran paradigma de occidente señalado por Descartes y que ha sido impuesto a todas las civilizaciones desde el siglo XVII, un paradigma que es ante todo separador, en cuanto que aísla la reflexión, la filosofía, lo subjetivo y lo afectivo de la ciencia, lo objetivo, la razón y la lógica. Es una separación que no solamente se ha reducido a problemas de conocimiento sino que ha afectado también y de manera muy profunda a los seres humanos, instalándolos en una visión dual del mundo: Sujeto/Objeto; Alma/Cuerpo; Espíritu/Materia; Calidad/Cantidad; Finalidad/Causalidad; Sentimiento/Razón; Libertad/Determinación; Existencia/Esencia, etc. (Morin, E.; 1999: 8).
En consecuencia una ciencia y una razón que ignora a los seres humanos y sus dimensiones subjetivas, afectivas y personales no es una verdadera ciencia ya que desconoce sus límites y no comprende la compleja naturaleza humana. El cientifismo es pues una actitud mental que establece la separación entre teoría y práctica, entre conocimiento y acción y por tanto ignora la posibilidad de obtener conocimiento de la práctica y de la acción.
Para el cientifismo no es posible obtener conocimiento a partir de la acción, ya que ésta depende de decisiones psicológicas subjetivas, un argumento que justifica el hecho de que ciencias como la economía o la sociología deseen siempre eliminar cualquier tipo de valoración y definirse como axiológicamente neutrales. Y esta racionalización argumental, es la que nos ha conducido a legitimar el divorcio entre vida pública y vida privada, entre ciencia y conciencia o entre razón técnico-instrumental y razón ética.
De este modo, lo público estaría gobernado por el ámbito de la racionalidad técnico-instrumental-objetiva y lo privado por la racionalidad ético-moral-subjetiva, como si lo público o lo social fuesen realidades que pudiesen abstraerse del sujeto que las estudia, o estuviesen gobernadas o dirigidas por realidades o decisiones ajenas y más allá de los seres humanos.
Vivimos en sociedades tecnocéntricas y cuando hablamos de crecimiento, siempre lo hacemos en sentido cuantitativo, siempre nos referimos al aumento de tamaño, al aumento de las dimensiones físicas, del volumen, de la superficie, de la altura. Y así la riqueza se entiende simplemente como un aumento de la producción, sobre la base de la acumulación de bienes materiales, lo que trasladado a la realidad supone asumir algunas creencias falaces:
• Que el aumento de la producción genera bienestar y empleo.
• Que el aumento del Producto Interior Bruto o de la renta per capita, necesariamente se traduce en desarrollo económico.
• Que el aumento de la tecnología produce bienestar.
• Que el aumento del consumo genera desarrollo.
Creencias falaces que fundamentan, legitiman e incrementan el estado de desigualdad existente en nuestro planeta, en cuanto que en términos económicos, se ignora que la traducción del crecimiento en riqueza, únicamente tiene efectos en los países que han alcanzado ya un cierto nivel de desarrollo y que por tanto para hacer frente a este estado de cosas tenemos que partir de presupuestos y de valores diferentes.
Por el contrario, cuando hablamos de desarrollo lo hacemos siempre en un sentido cualitativo de conseguir hacer emerger las potencialidades de algo, o de alcanzar un estado o una naturaleza mejor, más completa, más equilibrada y armónica, más buena en suma. Desarrollarse, tanto a nivel material como a nivel social, cultural o psicológico, significa trabajar e intervenir sobre la base de procesos complejos de transformación interrelacionados y múltiples, supone en definitiva partir de perspectivas y de fundamentos completamente diferentes. Y esta distinción, que actualmente se plantea como absolutamente necesaria para resolver el problema de la pobreza o del cambio climático en nuestro planeta, es también completamente válida para plantearnos las soluciones de los problemas del ser humano de las sociedades tecnocéntricas.
Estamos pues ante una crisis del desarrollo, que nos ha llevado a creer que el bienestar consiste en el hiperconsumo, el lucro y la satisfacción de todo tipo de deseos orientados a la posesión, al tener o a la satisfacción de necesidades puramente materiales y en la mayoría de los casos, exclusivamente artificiales y superfluas: «¡La idea del desarrollo es una idea subdesarrollada! …» (Morin E.; 2011: 27). Una idea que ha entronizado y sacralizado la racionalidad instrumental práctico-técnica asfixiando y despreciando la racionalidad moral.
Felicidad, bien, bondad, belleza, verdad y en general todo aquello que fundamenta universalmente lo que es realmente bueno para los seres humanos parece que han perdido todo sentido. La libertad se sustituye por la oportunidad de elegir o de comprar en el mercado de los productos materiales o de las ideologías políticas. La igualdad se transforma en el derecho a consumir y hacer uso de productos estandarizados ya sean estos materiales o culturales y la solidaridad y fraternidad del género humano acaba por convertirse en en una sensiblería romántica amplificada por los grandes medios de comunicación de masas, ocultando y exculpando una vida cotidiana ferozmente individualista.
Darwinismo: máscara que sonríe a los poderosos y niega la miseria que justifica
Para la Modernidad y su hija, la globalización, la evolución biológica es un principio que se extiende también al ámbito social. Si el ser humano es el dueño y señor de la Naturaleza, es porque representa el triunfo de los seres mejores, los más fuertes y los mejor preparados para sobrevivir. En consecuencia, el caso de los débiles, los torpes, los pobres, los miserables, los inadaptados y los enfermos, se considera un caso absolutamente inevitable y natural porque solamente los más fuertes son los que logran sobrevivir. De este modo, esclavitud, explotación, pobreza o diversidad de capacidades son también hechos naturales e inevitables dado que representan la otra cara de la evolución, cara que es necesaria para que sobrevivan los selectos, los mejor preparados, los más fuertes.
Y así se instala en las conciencias una suerte de darwinismo social, una ideología pseudocientífica y destinada a justificar y legitimar cualquier tropelía contra la Naturaleza o contra nuestros semejantes, darwinismo social, por cierto que constituye la raíz de todo el pensamiento y el ejercicio selectivo de nuestras escuelas e instituciones.
Como nos señala Bruce Lipton, si no cooperamos no tendremos posibilidades de sobrevivir, porque la vieja constatación de Darwin que enfatiza la importancia de los individuos ha sido completada por las numerosas observaciones realizadas en los procesos de desarrollo celular que han evidenciado que la vida emerge, evoluciona y se desarrolla gracias a los procesos de interacción, cooperación y socialización: «…la evolución es una cuestión supervivencia de los grupos más adaptados y no de los individuos más adaptados y en lugar de concentrarnos en los individuos y en su papel en la evolución deberíamos considerar la totalidad de la Tierra y todas sus especies que conforman en conjunto un organismo vivo e interactivo (…) deberíamos predicar con el ejemplo de nuestras células comprendiendo la “nueva biología” que deja por los suelos tanto al derrotismo genético y a la programación paternal como a la supervivencia darwiniana de los más aptos…» (Lipton, B.; 2007: 62 y 65)
Curiosamente la biología celular viene a demostrarnos ahora aquel viejo lema de la década de los sesenta del pasado siglo, “socialismo o barbarie”, haciéndonos saber que sólo mediante la cooperación, la colaboración, la socialización y el compartir, junto a todas las formas de generosidad, solidaridad y compasión serán las fuerzas que nos conducirán a un cambio de paradigma civilizatorio. Y en este punto es necesario también tomar conciencia, como nos recuerda Lipton, que nuestra supervivencia como especie no sólo depende de nuestras conductas de crecimiento y protección, porque las respuestas protectoras inhiben la producción de las energías necesarias para la vida provocando estrés, miedo e indefensiones aprendidas. Por ello no podemos madurar como personas y como sociedades utilizando todas nuestras fuerzas para protegernos, no podemos conquistar nuestra propia humanidad a partir del miedo, sino que necesariamente debemos aprender a asumir riesgos e incertidumbres pero sin dejar de «…buscar de modo activo la alegría y el amor, y llenar nuestra vida de estímulos que desencadenen procesos de crecimiento…» (Lipton, B.; 2007: 200)
Cientifismo: la religión que explica unilateralmente la realidad
El cientifismo es la actitud resultante de creer en una supuesta omnipotencia de la ciencia. Es la concepción que considera la verdad científica como la única y verdadera forma de comprender y conocer con certeza la realidad, como si nuestras mentes no estuviesen sometidas a numerosas fuentes de error y nuestra razón no pudiese incurrir en falacias de racionalidad.
Nuestro paradigma civilizatorio se asienta en un modelo mecanicista basado en causas simples y lineales del que ha surgido el racionalismo, pero el racionalismo, como nos recuerda Edgar Morin opera una reducción epistemológica incapaz de captar la realidad en sus multidimensiones y complejidades. Los cambios nunca son simples, mecánicos y unidimensionales, sino que por el contrario, son siempre complejos y sujetos a retroacciones y recursiones en las que la causa ya no precede necesariamente al efecto, sino que es el propio efecto el que provoca nuevas causas que a su vez provocan nuevos e insospechados efectos.
Dice Edgar Morin que la civilización industrial se basa en el gran paradigma de occidente señalado por Descartes y que ha sido impuesto a todas las civilizaciones desde el siglo XVII, un paradigma que es ante todo separador, en cuanto que aísla la reflexión, la filosofía, lo subjetivo y lo afectivo de la ciencia, lo objetivo, la razón y la lógica. Es una separación que no solamente se ha reducido a problemas de conocimiento sino que ha afectado también y de manera muy profunda a los seres humanos, instalándolos en una visión dual del mundo: Sujeto/Objeto; Alma/Cuerpo; Espíritu/Materia; Calidad/Cantidad; Finalidad/Causalidad; Sentimiento/Razón; Libertad/Determinación; Existencia/Esencia, etc. (Morin, E.; 1999: 8).
En consecuencia una ciencia y una razón que ignora a los seres humanos y sus dimensiones subjetivas, afectivas y personales no es una verdadera ciencia ya que desconoce sus límites y no comprende la compleja naturaleza humana. El cientifismo es pues una actitud mental que establece la separación entre teoría y práctica, entre conocimiento y acción y por tanto ignora la posibilidad de obtener conocimiento de la práctica y de la acción.
Para el cientifismo no es posible obtener conocimiento a partir de la acción, ya que ésta depende de decisiones psicológicas subjetivas, un argumento que justifica el hecho de que ciencias como la economía o la sociología deseen siempre eliminar cualquier tipo de valoración y definirse como axiológicamente neutrales. Y esta racionalización argumental, es la que nos ha conducido a legitimar el divorcio entre vida pública y vida privada, entre ciencia y conciencia o entre razón técnico-instrumental y razón ética.
De este modo, lo público estaría gobernado por el ámbito de la racionalidad técnico-instrumental-objetiva y lo privado por la racionalidad ético-moral-subjetiva, como si lo público o lo social fuesen realidades que pudiesen abstraerse del sujeto que las estudia, o estuviesen gobernadas o dirigidas por realidades o decisiones ajenas y más allá de los seres humanos.
Fuente: apmex.mx
El Capitalismo y la globalización ponen en riesgo el futuro de la especie
El capitalismo, ya sea en sus formas imperialista, monopolista, mercantil, industrial o financiera ha instaurado un nuevo concepto de economía que ya no se centra en garantizar la supervivencia de la especie humana y en dotarla de lo necesario para su desarrollo, sino en acumular beneficios maximizando ganancias sin límites.
A estas alturas del siglo XXI, la economía productiva, la que nos provee de bienes materiales, incluyendo incluso mercancías superfluas e innecesarias, sólo representa una décima parte del volumen total de capitales que circulan en el mundo. Hoy vivimos en el reino de la especulación y de la obtención de ganancias a partir de operaciones financieras altamente sofisticadas y auxiliadas de la informática que multiplican exponencialmente en segundos los beneficios del 10 % de la población mundial condenando a la quiebra, a la recesión, al desempleo estructural y a la pobreza a países enteros.
Como dice Manfred Max-Neef, el mundo está dominado por un modelo económico de una fuerza y un poder descomunal basado en el neoliberalismo, es decir, en una teoría económica que pretende resolver problemas del siglo XXI con conceptos y teorías del siglo XIX. Unas teorías que se han convertido en sagradas y con un poder demiúrgico y religioso tal que nos ha hecho creer que fuera de ellas no hay salvación o que no hay otra salida para nuestra situación que la de seguir rindiendo culto, devoción y adoración al catecismo neoliberal que se presenta universalmente como el único camino para llegar al paraíso del bienestar y la felicidad humana en la tierra.
El capitalismo y su doctrina neoliberal, se nutre pues, como toda creencia dogmática y fundamentalista, de mitos, entre los que se encuentra en primer lugar el mito de que la globalización es el único camino hacia el desarrollo humano y de que cuanta mayor integración en la economía global haya mucho mejor será para los pobres, cuando sabemos por ejemplo que «…entre 1960 y 1980 la mayoría de los países llamados en desarrollo adoptaron el principio de la sustitución de importaciones, ¿qué significaba eso?, no importar lo que uno es capaz de producir y ello permitió en ese entonces y significativo desarrollo industrial, que permitió que el ingreso per cápita de América Latina creciese el73% en esas dos décadas y el de África 34%.
En cambio, a partir de 1980 el crecimiento económico de América Latina tendió a estancarse y el de África declinó en 23%, pero el período 1980-2000 aniquila la sustitución de importaciones para reemplazarla por la desregulación, privatizaciones, eliminación de las barreras comerciales internacionales y plena apertura a inversiones extranjeras. Una economía que mira hacia fuera en lugar de la anterior que miraba hacia adentro, los resultados constatados indican que en el primer período 60-80 los países más pobres del mundo tuvieron un crecimiento anual per cápita del 2%, en el segundo período 80-2000 tuvieron un declinación anual de 0,5%...» (Max-Neef, M.; 2009).
Así pues, la globalización no es solamente un fenómeno económico, sino también ideológico y político, tanto en el sentido de haber propagado dogmas y creencias irracionales e insostenibles, como por el hecho de que todos los pueblos del mundo han cedido poder y competencias en beneficio de las fuerzas oscuras y antidemocráticas de los mercados financieros. La ciudadanía apenas tiene espacio ya para ejercer sus derechos y las instituciones políticas representativas se han convertido un apéndice más de los mercados cuya misión exclusiva es gestionar y administrar las decisiones de las grandes corporaciones e instituciones financieras. Estamos ante la política como circo, espectáculo y representación; ante la democracia como pura formalidad electoral, como liturgia vacía de contenido, cada vez más incapaz de hacer frente a las necesidades económicas y sociales que son las que realmente están en la base de la efectiva realización de los derechos humanos universales.
El pensamiento único impedido para adoptar las salidas posibles
Con la globalización económica se ha instalado en nuestras mentes una suerte de pensamiento único ultraliberal que niega cualquier posibilidad de alternativas a una situación mundial, no sólo escandalosa e injusta, sino también insostenible en cuanto que provoca crisis alimentarias, sociales, políticas, demográficas, climáticas, etc. Estamos incluso ante un “capitalismo de desastre” en la expresión de Naomi Klein que utiliza las catástrofes y las crisis para aumentar exponencialmente los beneficios, como así ha sucedido por ejemplo con grandes bancos rescatados financieramente por los estados o grandes empresas de lujo, que como la Rolls Royce o la Bentley han aumentado más que nunca en toda su historia, sus beneficios.
Como fenómeno ideológico la globalización está dando lugar a lo que se ha venido en llamar «Pensamiento único», una nueva ideología que traduce a términos culturales y conceptuales los intereses del capitalismo internacional (Ramonet, I; 1995: 58 ). Se trata también de un idioma específico en el que los conocidos conceptos de capitalismo, clase, dominación, explotación, desigualdad y muchos otros están siendo sustituidos por otros nuevos, más refinados, más dulcificados, como son los de globalización, flexibilidad, gobernabilidad, tolerancia, nueva economía, modernización, etc.
A nivel mundial se ha instalado una especie de imperialismo cultural, o violencia simbólica que bajo la coartada de la “modernización” pretende construir un mundo nuevo, haciendo tabla rasa de los derechos y conquistas sociales logrados a través de largos procesos de lucha, que ahora son vistos como productos anticuados y obsoletos que en nada contribuyen al nacimiento de una nueva sociedad. Se trata pues de una especie de totalitarismo cultural, mediante el cual los individuos nos vemos cada vez más incapacitados para generar pensamiento alternativo. Cada vez más obligados a aceptar como únicas y universales las supuestas verdades y creencias de un sistema socioeconómico que aunque genera bienestar para una minoría, produce para las grandes mayorías del planeta gigantescas cotas de hambre, guerra y destrucción de la Naturaleza.
El pensamiento único pretende en realidad que los individuos no piensen y acepten como inevitable las injusticias, las desigualdades y el actual orden social. Su finalidad principal reside en instalar en nuestras conciencias una especie de nueva religión trinitaria en la que el dios padre se nos aparece en forma de mercado o de neoliberalismo, el dios hijo como el desarrollismo que nos conducirá a un bienestar indefinido mediante el consumo incesante y por último un espíritu santo que se nos aparece por doquier en forma de revolución científico-técnica. Una religión que además de presentarse como única verdadera lo hace utilizando las más modernas técnicas de divulgación y persuasión, llegando por diversos y muy eficaces medios a la conciencia de cada uno de los individuos.
Todo forma parte de un complejo conglomerado socioeconómico y sociocultural en el que cada vez es más difícil articular un pensamiento alternativo capaz de hacer valer las conquistas sociales que tantos sufrimientos han costado a millones de seres humanos a lo largo de la historia. Todo está sometido a la mano invisible del mercado y a una especie de imperialismo cultural, que no es otra cosa que violencia simbólica.
Una violencia simbólica que se apoya en una relación y comunicación coercitivas consistentes en no reconocer como universales las conquistas en derechos humanos debidas a experiencias históricas singulares, imponiendo así a todo el mundo las categorías de percepción que se corresponden con las estructuras socioeconómicas del liberalismo o de la sociedad norteamericana. (Bordieu, Py Wacquant, L.; 2000).
Pero ¿Cuáles son esas categorías de percepción, esas ideas preconcebidas que se propagan al amparo del conservadurismo y el liberalismo y que penetran incluso en las clásicas formaciones políticas de izquierda, en los sindicatos asentándose en las instituciones educativas? Sin ánimo de ser exhaustivos creemos que son las que siguen:
1. La competencia y la competitividad son la base de cualquier iniciativa y actividad económica y por ende de cualquier otra ya sea social, cultural o educativa. La competitividad es el motor que impulsa la economía y mueve las instituciones, el que crea las condiciones para obtener mayor eficacia y garantizar el éxito. No importa lo que haya que sacrificar con el fin de ser más competitivo, es decir, de obtener el primer puesto en los beneficios.
2. Si no importa lo que hay que sacrificar con el fin de reducir costos y maximizar beneficios, el impacto personal, social y ecológico resultante de la aplicación de las nuevas tecnologías y nuevos modos de gestión económica no es un asunto del mercado o de las exigencias organizativas. Es necesario pues asumir sacrificios darwinistas aceptando exclusiones, discriminaciones, irregularidades y cualquier tipo de condición con tal de obtener beneficios o puestos de privilegio.
3. Lo importante es la libertad absoluta para los intercambios comerciales independientemente de las posiciones de partida de los intercambiantes. Lo fundamental es la ausencia de restricciones o de condiciones compensadoras de los desastres ecológicos, sociales y personales. Lo fundamental es asegurar resultados sin necesidad de contemplar requisitos, condiciones o normas de equidad ya que a menor cantidad de limitaciones mayores posibilidades de competividad.
4. Confianza ciega en la “mano invisible” del mercado: la división internacional del trabajo es beneficiosa en cuanto que modera las exigencias sindicales y abarata los costos salariales. Siempre habrá un ejército de reserva de desempleados o de personas que no tienen nada que perder aceptando cualquier tipo de condiciones laborales. Siempre será más rentable individualmente obedecer, resignarse, doblegarse y someterse a las reglas establecidas de la organización independientemente de que sean justas o inmorales. Es el propio sistema de competición el que se encarga de autorregular las disfunciones haciendo siempre triunfar a los más fuertes y mejor preparados, en eso consiste la excelencia y la eficiencia.
5. Cuanto menos Estado tanto mejor para la sociedad y la civilización: a mayor liberalismo mayor democracia, mayor capacidad de elegir. Cuanto menos instancias, comisiones o departamentos encargados de compensar las desigualdades garantizando posibilidades a los más débiles o a los que partieron con desventaja, mayores posibilidades de asegurar la libre concurrencia y la competitividad.
6. El Estado del Bienestar es un producto del pasado, al igual que las viejas ideas redentoristas y emancipadoras. Siempre han existido y existirán desigualdades y pobreza porque eso forma parte de la naturaleza humana, por tanto nada puede hacerse. Siempre han existido injusticia y corrupción por tanto acabar con ellas es una pura quimera.
7. Las privatizaciones y las inversiones extranjeras son una garantía sólida de progreso económico y social ya que lo fundamental es crecer y crecer para después distrivuir y repartir. Sólo la globalización y el desarrollo a escala mundial permitirá atender todas las necesidades humanas. Sólo los grandes megacentros y las voluminosas instituciones serán las que podrán satisfacer las demandas de los individuos.
Desarrollo tecnológico: sus posibilidades se imponen como fines que nos subordinan
El aumento incontrolado de los medios de producción, la desregulación total de las relaciones económicas, la ausencia de responsabilidades por los efectos en la vida humana y natural de los impactos del desarrollismo depredador se basan en gran medida en la creencia en el mito tecnológico. Un mito que se funda en el dogma de que la tecnología y su desarrollo son fines en sí mismos y que por tanto nuestra misión en la tierra es subordinarse y someterse sin restricciones ni precauciones a las exigencias de la permanente revolución tecnológica.
La tecnocracia, es un efecto colateral del desarrollismo que obnubila y ensombrece nuestra conciencia haciéndonos perder capacidad crítica para discriminar entre lo fundamental y lo accesorio, entre lo sustancial y lo superficial, entre fines y medios en suma. Una confusión que nos hace creer que estamos llegando a los más altos niveles de una superhumanidad como consecuencia de la permanente revolución científico-tecnológica, cuando en realidad estamos sumidos en el miedo, la inseguridad, la insatisfacción, la infelicidad y el sufrimiento.
La tecnocracia o la permanente sustitución de los fines por los medios, ha sido la que ha colocado en los altares a la ideología de la eficacia, una ideología que sustituye el valor de lo artesanal, de la serenidad y la paciencia por el de la rapidez; el valor de la reflexión y de la autosatisfacción del trabajo bien hecho por el del éxito y el prestigio; el valor de los procesos, de los matices, de la pluralidad, por el de la necesidad de rendimientos, de productos y de mercancías.
La eficacia como valor dominante de las sociedades tecnocéntricas nos ha traído también una enfermedad moderna, el inmediatismo, o la necesidad imperiosa que posee el ser humano moderno, de satisfacer cualquier deseo o de hacer frente a cualquier dificultad, de forma inmediata, o la incapacidad de soportar cualquier sacrificio, o cualquier tropiezo en el camino de consecución de nuestros deseos, enfermedad que posee consecuencias funestas para la maduración y el desarrollo emocional de los individuos.
El desarrollo tan extraordinario que han alcanzado hoy los medios para almacenar y distribuir información no se ha traducido en la posibilidad de que los conocimientos nos hagan a los seres humanos más sabios. La información se ha convertido en un cuarto poder al servicio de los grupos sociales dominantes, con lo cual el individuo, no solamente ha perdido toda su individualidad sino lo que es más grave, se enfrenta al peligro de que su vida cotidiana sea dirigida por los que poseen el control de los medios de información. De esta manera, si el individuo no tiene posibilidades de gestionar, usar y participar en la distribución de la información, no solamente se hace ignorante, sino que en la creencia de que está bien informado es en realidad dependiente de datos, que han seleccionado o filtrado otros por él y que en gran medida resultan irrelevantes, cuando no perjudiciales, para su desarrollo personal.
Actualmente pertenecemos a sociedades de información. Tenemos acceso a unos medios extraordinariamente eficaces para elaborar y producir conocimiento, sin embargo no puede obviarse el hecho de que estos medios contribuyen también a contaminar el espacio informacional no sólo por ausencia de información, dado el poder de selección de las grandes industrias de comunicación, sino también por sobreinformación.
El capitalismo, ya sea en sus formas imperialista, monopolista, mercantil, industrial o financiera ha instaurado un nuevo concepto de economía que ya no se centra en garantizar la supervivencia de la especie humana y en dotarla de lo necesario para su desarrollo, sino en acumular beneficios maximizando ganancias sin límites.
A estas alturas del siglo XXI, la economía productiva, la que nos provee de bienes materiales, incluyendo incluso mercancías superfluas e innecesarias, sólo representa una décima parte del volumen total de capitales que circulan en el mundo. Hoy vivimos en el reino de la especulación y de la obtención de ganancias a partir de operaciones financieras altamente sofisticadas y auxiliadas de la informática que multiplican exponencialmente en segundos los beneficios del 10 % de la población mundial condenando a la quiebra, a la recesión, al desempleo estructural y a la pobreza a países enteros.
Como dice Manfred Max-Neef, el mundo está dominado por un modelo económico de una fuerza y un poder descomunal basado en el neoliberalismo, es decir, en una teoría económica que pretende resolver problemas del siglo XXI con conceptos y teorías del siglo XIX. Unas teorías que se han convertido en sagradas y con un poder demiúrgico y religioso tal que nos ha hecho creer que fuera de ellas no hay salvación o que no hay otra salida para nuestra situación que la de seguir rindiendo culto, devoción y adoración al catecismo neoliberal que se presenta universalmente como el único camino para llegar al paraíso del bienestar y la felicidad humana en la tierra.
El capitalismo y su doctrina neoliberal, se nutre pues, como toda creencia dogmática y fundamentalista, de mitos, entre los que se encuentra en primer lugar el mito de que la globalización es el único camino hacia el desarrollo humano y de que cuanta mayor integración en la economía global haya mucho mejor será para los pobres, cuando sabemos por ejemplo que «…entre 1960 y 1980 la mayoría de los países llamados en desarrollo adoptaron el principio de la sustitución de importaciones, ¿qué significaba eso?, no importar lo que uno es capaz de producir y ello permitió en ese entonces y significativo desarrollo industrial, que permitió que el ingreso per cápita de América Latina creciese el73% en esas dos décadas y el de África 34%.
En cambio, a partir de 1980 el crecimiento económico de América Latina tendió a estancarse y el de África declinó en 23%, pero el período 1980-2000 aniquila la sustitución de importaciones para reemplazarla por la desregulación, privatizaciones, eliminación de las barreras comerciales internacionales y plena apertura a inversiones extranjeras. Una economía que mira hacia fuera en lugar de la anterior que miraba hacia adentro, los resultados constatados indican que en el primer período 60-80 los países más pobres del mundo tuvieron un crecimiento anual per cápita del 2%, en el segundo período 80-2000 tuvieron un declinación anual de 0,5%...» (Max-Neef, M.; 2009).
Así pues, la globalización no es solamente un fenómeno económico, sino también ideológico y político, tanto en el sentido de haber propagado dogmas y creencias irracionales e insostenibles, como por el hecho de que todos los pueblos del mundo han cedido poder y competencias en beneficio de las fuerzas oscuras y antidemocráticas de los mercados financieros. La ciudadanía apenas tiene espacio ya para ejercer sus derechos y las instituciones políticas representativas se han convertido un apéndice más de los mercados cuya misión exclusiva es gestionar y administrar las decisiones de las grandes corporaciones e instituciones financieras. Estamos ante la política como circo, espectáculo y representación; ante la democracia como pura formalidad electoral, como liturgia vacía de contenido, cada vez más incapaz de hacer frente a las necesidades económicas y sociales que son las que realmente están en la base de la efectiva realización de los derechos humanos universales.
El pensamiento único impedido para adoptar las salidas posibles
Con la globalización económica se ha instalado en nuestras mentes una suerte de pensamiento único ultraliberal que niega cualquier posibilidad de alternativas a una situación mundial, no sólo escandalosa e injusta, sino también insostenible en cuanto que provoca crisis alimentarias, sociales, políticas, demográficas, climáticas, etc. Estamos incluso ante un “capitalismo de desastre” en la expresión de Naomi Klein que utiliza las catástrofes y las crisis para aumentar exponencialmente los beneficios, como así ha sucedido por ejemplo con grandes bancos rescatados financieramente por los estados o grandes empresas de lujo, que como la Rolls Royce o la Bentley han aumentado más que nunca en toda su historia, sus beneficios.
Como fenómeno ideológico la globalización está dando lugar a lo que se ha venido en llamar «Pensamiento único», una nueva ideología que traduce a términos culturales y conceptuales los intereses del capitalismo internacional (Ramonet, I; 1995: 58 ). Se trata también de un idioma específico en el que los conocidos conceptos de capitalismo, clase, dominación, explotación, desigualdad y muchos otros están siendo sustituidos por otros nuevos, más refinados, más dulcificados, como son los de globalización, flexibilidad, gobernabilidad, tolerancia, nueva economía, modernización, etc.
A nivel mundial se ha instalado una especie de imperialismo cultural, o violencia simbólica que bajo la coartada de la “modernización” pretende construir un mundo nuevo, haciendo tabla rasa de los derechos y conquistas sociales logrados a través de largos procesos de lucha, que ahora son vistos como productos anticuados y obsoletos que en nada contribuyen al nacimiento de una nueva sociedad. Se trata pues de una especie de totalitarismo cultural, mediante el cual los individuos nos vemos cada vez más incapacitados para generar pensamiento alternativo. Cada vez más obligados a aceptar como únicas y universales las supuestas verdades y creencias de un sistema socioeconómico que aunque genera bienestar para una minoría, produce para las grandes mayorías del planeta gigantescas cotas de hambre, guerra y destrucción de la Naturaleza.
El pensamiento único pretende en realidad que los individuos no piensen y acepten como inevitable las injusticias, las desigualdades y el actual orden social. Su finalidad principal reside en instalar en nuestras conciencias una especie de nueva religión trinitaria en la que el dios padre se nos aparece en forma de mercado o de neoliberalismo, el dios hijo como el desarrollismo que nos conducirá a un bienestar indefinido mediante el consumo incesante y por último un espíritu santo que se nos aparece por doquier en forma de revolución científico-técnica. Una religión que además de presentarse como única verdadera lo hace utilizando las más modernas técnicas de divulgación y persuasión, llegando por diversos y muy eficaces medios a la conciencia de cada uno de los individuos.
Todo forma parte de un complejo conglomerado socioeconómico y sociocultural en el que cada vez es más difícil articular un pensamiento alternativo capaz de hacer valer las conquistas sociales que tantos sufrimientos han costado a millones de seres humanos a lo largo de la historia. Todo está sometido a la mano invisible del mercado y a una especie de imperialismo cultural, que no es otra cosa que violencia simbólica.
Una violencia simbólica que se apoya en una relación y comunicación coercitivas consistentes en no reconocer como universales las conquistas en derechos humanos debidas a experiencias históricas singulares, imponiendo así a todo el mundo las categorías de percepción que se corresponden con las estructuras socioeconómicas del liberalismo o de la sociedad norteamericana. (Bordieu, Py Wacquant, L.; 2000).
Pero ¿Cuáles son esas categorías de percepción, esas ideas preconcebidas que se propagan al amparo del conservadurismo y el liberalismo y que penetran incluso en las clásicas formaciones políticas de izquierda, en los sindicatos asentándose en las instituciones educativas? Sin ánimo de ser exhaustivos creemos que son las que siguen:
1. La competencia y la competitividad son la base de cualquier iniciativa y actividad económica y por ende de cualquier otra ya sea social, cultural o educativa. La competitividad es el motor que impulsa la economía y mueve las instituciones, el que crea las condiciones para obtener mayor eficacia y garantizar el éxito. No importa lo que haya que sacrificar con el fin de ser más competitivo, es decir, de obtener el primer puesto en los beneficios.
2. Si no importa lo que hay que sacrificar con el fin de reducir costos y maximizar beneficios, el impacto personal, social y ecológico resultante de la aplicación de las nuevas tecnologías y nuevos modos de gestión económica no es un asunto del mercado o de las exigencias organizativas. Es necesario pues asumir sacrificios darwinistas aceptando exclusiones, discriminaciones, irregularidades y cualquier tipo de condición con tal de obtener beneficios o puestos de privilegio.
3. Lo importante es la libertad absoluta para los intercambios comerciales independientemente de las posiciones de partida de los intercambiantes. Lo fundamental es la ausencia de restricciones o de condiciones compensadoras de los desastres ecológicos, sociales y personales. Lo fundamental es asegurar resultados sin necesidad de contemplar requisitos, condiciones o normas de equidad ya que a menor cantidad de limitaciones mayores posibilidades de competividad.
4. Confianza ciega en la “mano invisible” del mercado: la división internacional del trabajo es beneficiosa en cuanto que modera las exigencias sindicales y abarata los costos salariales. Siempre habrá un ejército de reserva de desempleados o de personas que no tienen nada que perder aceptando cualquier tipo de condiciones laborales. Siempre será más rentable individualmente obedecer, resignarse, doblegarse y someterse a las reglas establecidas de la organización independientemente de que sean justas o inmorales. Es el propio sistema de competición el que se encarga de autorregular las disfunciones haciendo siempre triunfar a los más fuertes y mejor preparados, en eso consiste la excelencia y la eficiencia.
5. Cuanto menos Estado tanto mejor para la sociedad y la civilización: a mayor liberalismo mayor democracia, mayor capacidad de elegir. Cuanto menos instancias, comisiones o departamentos encargados de compensar las desigualdades garantizando posibilidades a los más débiles o a los que partieron con desventaja, mayores posibilidades de asegurar la libre concurrencia y la competitividad.
6. El Estado del Bienestar es un producto del pasado, al igual que las viejas ideas redentoristas y emancipadoras. Siempre han existido y existirán desigualdades y pobreza porque eso forma parte de la naturaleza humana, por tanto nada puede hacerse. Siempre han existido injusticia y corrupción por tanto acabar con ellas es una pura quimera.
7. Las privatizaciones y las inversiones extranjeras son una garantía sólida de progreso económico y social ya que lo fundamental es crecer y crecer para después distrivuir y repartir. Sólo la globalización y el desarrollo a escala mundial permitirá atender todas las necesidades humanas. Sólo los grandes megacentros y las voluminosas instituciones serán las que podrán satisfacer las demandas de los individuos.
Desarrollo tecnológico: sus posibilidades se imponen como fines que nos subordinan
El aumento incontrolado de los medios de producción, la desregulación total de las relaciones económicas, la ausencia de responsabilidades por los efectos en la vida humana y natural de los impactos del desarrollismo depredador se basan en gran medida en la creencia en el mito tecnológico. Un mito que se funda en el dogma de que la tecnología y su desarrollo son fines en sí mismos y que por tanto nuestra misión en la tierra es subordinarse y someterse sin restricciones ni precauciones a las exigencias de la permanente revolución tecnológica.
La tecnocracia, es un efecto colateral del desarrollismo que obnubila y ensombrece nuestra conciencia haciéndonos perder capacidad crítica para discriminar entre lo fundamental y lo accesorio, entre lo sustancial y lo superficial, entre fines y medios en suma. Una confusión que nos hace creer que estamos llegando a los más altos niveles de una superhumanidad como consecuencia de la permanente revolución científico-tecnológica, cuando en realidad estamos sumidos en el miedo, la inseguridad, la insatisfacción, la infelicidad y el sufrimiento.
La tecnocracia o la permanente sustitución de los fines por los medios, ha sido la que ha colocado en los altares a la ideología de la eficacia, una ideología que sustituye el valor de lo artesanal, de la serenidad y la paciencia por el de la rapidez; el valor de la reflexión y de la autosatisfacción del trabajo bien hecho por el del éxito y el prestigio; el valor de los procesos, de los matices, de la pluralidad, por el de la necesidad de rendimientos, de productos y de mercancías.
La eficacia como valor dominante de las sociedades tecnocéntricas nos ha traído también una enfermedad moderna, el inmediatismo, o la necesidad imperiosa que posee el ser humano moderno, de satisfacer cualquier deseo o de hacer frente a cualquier dificultad, de forma inmediata, o la incapacidad de soportar cualquier sacrificio, o cualquier tropiezo en el camino de consecución de nuestros deseos, enfermedad que posee consecuencias funestas para la maduración y el desarrollo emocional de los individuos.
El desarrollo tan extraordinario que han alcanzado hoy los medios para almacenar y distribuir información no se ha traducido en la posibilidad de que los conocimientos nos hagan a los seres humanos más sabios. La información se ha convertido en un cuarto poder al servicio de los grupos sociales dominantes, con lo cual el individuo, no solamente ha perdido toda su individualidad sino lo que es más grave, se enfrenta al peligro de que su vida cotidiana sea dirigida por los que poseen el control de los medios de información. De esta manera, si el individuo no tiene posibilidades de gestionar, usar y participar en la distribución de la información, no solamente se hace ignorante, sino que en la creencia de que está bien informado es en realidad dependiente de datos, que han seleccionado o filtrado otros por él y que en gran medida resultan irrelevantes, cuando no perjudiciales, para su desarrollo personal.
Actualmente pertenecemos a sociedades de información. Tenemos acceso a unos medios extraordinariamente eficaces para elaborar y producir conocimiento, sin embargo no puede obviarse el hecho de que estos medios contribuyen también a contaminar el espacio informacional no sólo por ausencia de información, dado el poder de selección de las grandes industrias de comunicación, sino también por sobreinformación.
Fuente: rosateresa.wordpress.com.
Domina quien posee la información
Superado el umbral de asimilación de información del que somos capaces los humanos, sobrepasado el límite de nuestras capacidades de discriminación, la información en exceso se transforma en desinformación. Y así, una vez más aparece el problema del control: quien posee la información o quien posee los medios para acceder a ella, distribuirla y dosificarla, es quien realmente posee el poder de decidir sobre otros y determinar qué es lo más conveniente o lo más oportuno de conocer y consecuentemente de creer o no creer. Con las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, con el control monopólico de las mismas, una mentira mil veces repetida puede transformarse en una verdad.
El conocimiento comprensivo, el pensamiento contextualizado y complejo como capacidad de aprehender y comprender las relaciones que existen entre los fenómenos naturales y sociales y de descubrir lo sustancial de los mismos, así como el pensamiento crítico-constructivo como habilidad para percibir desequilibrios y diseñar alternativas, está siendo sustituido por una ingente cantidad de datos que aunque siendo gestionados con eficacia por los nuevos medios, no producen en los hombres mayor desarrollo humano.
Tener la posibilidad de acceder y de usar muchos datos, no significa poder obtener de ellos mucho conocimiento y paralelamente, disponer de muchos conocimientos especializados y separados no significa tampoco estar en disposición de crecer interiormente, de ser capaz de desarrollo moral y espiritual, de ser depositario de valores y virtudes.
El “Mundo Feliz” de Huxley ha hecho su aparición. Controlados, dirigidos, manipulados por las grandes corporaciones de la industria de la conciencia y de las instituciones financieras, seducidos y subyugados por las nuevas tecnologías y los efímeros placeres virtuales de un consumo incesante cada vez nos resulta más lejano captar y comprender cuáles son los caminos para que nuestros conocimientos se transformen en sabiduría. Nos bastan simplemente ciertas dosis de realidad virtual y de placeres adictivos para que quedemos paralizados y sometidos ante los riesgos que comporta el pleno ejercicio de la libertad en la construcción de proyectos sociales más justos y solidarios.
Burocracia: las normas y los reglamentos pretenden controlar el devenir humano
El ser humano actual de las sociedades tecnocéntricas es también un ser humano burocratizado, sometido al imperio de la jerarquización, del reglamentismo y del carrerismo o la ambición permanente de ascender en la escala social de éxito y poder. Es un ser que vive en sociedades burocráticas, enajenantes y despersonalizadas, en las que las relaciones humanas de afecto, colaboración y solidaridad se subordinan o someten a la división técnica y social del trabajo.
Todo se sacrifica a la creencia en la neutralidad de las normas y a la objetividad de las técnicas, quedando así la persona, un ser que piensa, siente, se expresa o sufre, radicalmente marginada y fragmentada, ya que en última instancia lo único que interesa de ellas es su productividad y su capacidad de consumo.
En las sociedades tecno-burocráticas la división técnica del trabajo y la necesidad de especialización para incrementar la producción está legitimada ideológicamente. El valor del trabajo va más allá del que se obtiene por la producción de mercancías porque al viejo concepto marxista de plusvalía económica habría sumar el de plusvalía ideológica. Cuando se compra la fuerza de trabajo no solamente se paga para producir sino también y fundamentalmente para obedecer. Los valores de autonomía, creatividad y originalidad únicamente pueden expresarse dentro de las reglas de los valores de cambio y las reglas burocráticas establecidas por el propio sistema.
Los proletarios de la posmodernidad, no solamente vendemos obediencia a cambio de mayor capacidad de consumir, sino que además aceptamos implícitamente que la economía es una ciencia exacta, objetiva e independiente de las personas. En las sociedades tecno-burocráticas los nuevos sectores productivos asociados a la información juegan un papel fundamental en la producción y distribución de ideología ya sea en estado puro a base de dogmas incuestionables o mixtificada y combinada con rutinas de especialización. Y este es el caso por ejemplo de los profesionales de la educación y la formación.
Si las funciones que desempeñan los profesores como agentes de producción y reproducción cultural únicamente son guiadas por proyectos rutinarios basados en costumbres y creencias irracionales resulta muy difícil crear condiciones y espacios de pensamiento alternativo y transformador. Si los trabajadores de la cultura y de la educación se ven imposibilitados para ejercer desde su autonomía profesional, una nueva función de agentes de cambio al servicio de los seres humanos, la educación se convierte entonces en adaptación domesticadora y el aprendizaje en puro credencialismo.
En las burocracias, cualquier situación de conflicto, de cambio se expresa siempre en variables administrativas, en la creencia de que cambiando normas y reglamentos es posible cambiar situaciones y resolver conflictos sin tocar las condiciones y factores que los originan.
Una sociedad reglamentista produce seres humanos incapaces de tomar decisiones y de asumir responsabilidades. Necesitados permanentemente del auxilio que proporciona la dependencia a la autoridad de la jerarquía o de la aparente seguridad de la norma objetiva, no solamente se atrofian las capacidades de creatividad, sino que se pierde además autonomía, con lo cual se hace imposible hacer frente a problemas complejos e imprevistos.
Este es el caso por ejemplo de nuestras instituciones escolares. Anquilosadas en prácticas rutinarias que no responden a las necesidades educativas actuales e integradas por profesionales anclados a culturas profesionales individualistas, únicamente sobreviven como grandes maquinarias prehistóricas reguladas por la burocracia de las normas y sometidas a una gigantesca y enmarañada administración incapaz de hacer frente, no sólo ya a los problemas concretos, sino a aquellos que son comunes y de responsabilidad social. Al estar sometida la educación al peso de la rutina y de las cada vez más numerosas normas y reglamentos, nuestras instituciones acaban por convertirse en simples puestos de venta de acreditaciones.
Las sociedades tecnoburocráticas configuran y modelan un ser humano obediente, acrítico, controlado, manipulado y conformista. Al no poder pensar contextualizada y globalmente, al no tener en cuenta que los problemas se expresan y manifiestan de forma compleja y sometidos a multitud de variables, las soluciones que se proponen para resolver los problemas no van más allá del estrecho margen que los acontecimientos cotidianos y los marcos burocráticos establecen. Las soluciones se convierten así en la causa del problema que se pretende resolver y en el factor desencadenante de nuevos y más difíciles problemas.
Aprisionados en las estructuras burocráticas y encerrados en sus jaulas epistemológicas, los funcionarios especializados se sienten incapaces de asumir riesgos para responder a problemas nuevos y necesidades futuras, desconociendo que cualquier exigencia de cambio, necesariamente requiere asumir conflictos, peligros y compromisos para los que el posibilismo burocrático no puede ofrecer el soporte. Se instaura así un nuevo tipo de racionalidad posibilista cuya forma de proceder es ciega a otros tipos de racionalidad, como la afectiva o la ética. Un nuevo tipo de racionalidad o de lógica burocrática que únicamente se mueve en los márgenes de lo dado objetivamente y en consecuencia el interés por la persona, la satisfacción de sus necesidades, el protagonismo del sujeto, son elementos distorsionadores, por ser considerados subjetivos.
Como dice Edgar Morin, necesitamos de una desburocratización generalizada que incluya «…la restauración o la instauración del sentido de la responsabilidad y de la solidaridad y esto plantea un problema para el Estado, porque implica una reforma de la sociedad ya que la verdadera reforma de la administración pública no puede darse aisladamente. Exige responsabilidad y solidaridad no sólo entre sus agentes y funcionarios, sino también en toda la ciudadanía. En otros términos: la reforma de las administraciones no se puede realizar plenamente si no es dentro de un complejo de transformaciones humanas, sociales e históricas que incluyen las demás reformas (políticas, del pensamiento, de la educación, de la sanidad, de la democracia, económicas etc…) sin olvidar que la regeneración de la ética es la regeneración del civismo…» (Morin, E.; 2011: 128).
Y para esta tarea es preciso concebir nuevos modelos y estilos organizativos basados en principios comunicativos, dialógicos, participativos, colaborativos, cooperativos y afectivos, algo que resulta esencial en las instituciones educativas porque hay ya suficientes evidencias de que gran parte del fracaso de todas las reformas educativas reside en la rigidez y el burocratismo de las organizaciones escolares.
Superado el umbral de asimilación de información del que somos capaces los humanos, sobrepasado el límite de nuestras capacidades de discriminación, la información en exceso se transforma en desinformación. Y así, una vez más aparece el problema del control: quien posee la información o quien posee los medios para acceder a ella, distribuirla y dosificarla, es quien realmente posee el poder de decidir sobre otros y determinar qué es lo más conveniente o lo más oportuno de conocer y consecuentemente de creer o no creer. Con las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, con el control monopólico de las mismas, una mentira mil veces repetida puede transformarse en una verdad.
El conocimiento comprensivo, el pensamiento contextualizado y complejo como capacidad de aprehender y comprender las relaciones que existen entre los fenómenos naturales y sociales y de descubrir lo sustancial de los mismos, así como el pensamiento crítico-constructivo como habilidad para percibir desequilibrios y diseñar alternativas, está siendo sustituido por una ingente cantidad de datos que aunque siendo gestionados con eficacia por los nuevos medios, no producen en los hombres mayor desarrollo humano.
Tener la posibilidad de acceder y de usar muchos datos, no significa poder obtener de ellos mucho conocimiento y paralelamente, disponer de muchos conocimientos especializados y separados no significa tampoco estar en disposición de crecer interiormente, de ser capaz de desarrollo moral y espiritual, de ser depositario de valores y virtudes.
El “Mundo Feliz” de Huxley ha hecho su aparición. Controlados, dirigidos, manipulados por las grandes corporaciones de la industria de la conciencia y de las instituciones financieras, seducidos y subyugados por las nuevas tecnologías y los efímeros placeres virtuales de un consumo incesante cada vez nos resulta más lejano captar y comprender cuáles son los caminos para que nuestros conocimientos se transformen en sabiduría. Nos bastan simplemente ciertas dosis de realidad virtual y de placeres adictivos para que quedemos paralizados y sometidos ante los riesgos que comporta el pleno ejercicio de la libertad en la construcción de proyectos sociales más justos y solidarios.
Burocracia: las normas y los reglamentos pretenden controlar el devenir humano
El ser humano actual de las sociedades tecnocéntricas es también un ser humano burocratizado, sometido al imperio de la jerarquización, del reglamentismo y del carrerismo o la ambición permanente de ascender en la escala social de éxito y poder. Es un ser que vive en sociedades burocráticas, enajenantes y despersonalizadas, en las que las relaciones humanas de afecto, colaboración y solidaridad se subordinan o someten a la división técnica y social del trabajo.
Todo se sacrifica a la creencia en la neutralidad de las normas y a la objetividad de las técnicas, quedando así la persona, un ser que piensa, siente, se expresa o sufre, radicalmente marginada y fragmentada, ya que en última instancia lo único que interesa de ellas es su productividad y su capacidad de consumo.
En las sociedades tecno-burocráticas la división técnica del trabajo y la necesidad de especialización para incrementar la producción está legitimada ideológicamente. El valor del trabajo va más allá del que se obtiene por la producción de mercancías porque al viejo concepto marxista de plusvalía económica habría sumar el de plusvalía ideológica. Cuando se compra la fuerza de trabajo no solamente se paga para producir sino también y fundamentalmente para obedecer. Los valores de autonomía, creatividad y originalidad únicamente pueden expresarse dentro de las reglas de los valores de cambio y las reglas burocráticas establecidas por el propio sistema.
Los proletarios de la posmodernidad, no solamente vendemos obediencia a cambio de mayor capacidad de consumir, sino que además aceptamos implícitamente que la economía es una ciencia exacta, objetiva e independiente de las personas. En las sociedades tecno-burocráticas los nuevos sectores productivos asociados a la información juegan un papel fundamental en la producción y distribución de ideología ya sea en estado puro a base de dogmas incuestionables o mixtificada y combinada con rutinas de especialización. Y este es el caso por ejemplo de los profesionales de la educación y la formación.
Si las funciones que desempeñan los profesores como agentes de producción y reproducción cultural únicamente son guiadas por proyectos rutinarios basados en costumbres y creencias irracionales resulta muy difícil crear condiciones y espacios de pensamiento alternativo y transformador. Si los trabajadores de la cultura y de la educación se ven imposibilitados para ejercer desde su autonomía profesional, una nueva función de agentes de cambio al servicio de los seres humanos, la educación se convierte entonces en adaptación domesticadora y el aprendizaje en puro credencialismo.
En las burocracias, cualquier situación de conflicto, de cambio se expresa siempre en variables administrativas, en la creencia de que cambiando normas y reglamentos es posible cambiar situaciones y resolver conflictos sin tocar las condiciones y factores que los originan.
Una sociedad reglamentista produce seres humanos incapaces de tomar decisiones y de asumir responsabilidades. Necesitados permanentemente del auxilio que proporciona la dependencia a la autoridad de la jerarquía o de la aparente seguridad de la norma objetiva, no solamente se atrofian las capacidades de creatividad, sino que se pierde además autonomía, con lo cual se hace imposible hacer frente a problemas complejos e imprevistos.
Este es el caso por ejemplo de nuestras instituciones escolares. Anquilosadas en prácticas rutinarias que no responden a las necesidades educativas actuales e integradas por profesionales anclados a culturas profesionales individualistas, únicamente sobreviven como grandes maquinarias prehistóricas reguladas por la burocracia de las normas y sometidas a una gigantesca y enmarañada administración incapaz de hacer frente, no sólo ya a los problemas concretos, sino a aquellos que son comunes y de responsabilidad social. Al estar sometida la educación al peso de la rutina y de las cada vez más numerosas normas y reglamentos, nuestras instituciones acaban por convertirse en simples puestos de venta de acreditaciones.
Las sociedades tecnoburocráticas configuran y modelan un ser humano obediente, acrítico, controlado, manipulado y conformista. Al no poder pensar contextualizada y globalmente, al no tener en cuenta que los problemas se expresan y manifiestan de forma compleja y sometidos a multitud de variables, las soluciones que se proponen para resolver los problemas no van más allá del estrecho margen que los acontecimientos cotidianos y los marcos burocráticos establecen. Las soluciones se convierten así en la causa del problema que se pretende resolver y en el factor desencadenante de nuevos y más difíciles problemas.
Aprisionados en las estructuras burocráticas y encerrados en sus jaulas epistemológicas, los funcionarios especializados se sienten incapaces de asumir riesgos para responder a problemas nuevos y necesidades futuras, desconociendo que cualquier exigencia de cambio, necesariamente requiere asumir conflictos, peligros y compromisos para los que el posibilismo burocrático no puede ofrecer el soporte. Se instaura así un nuevo tipo de racionalidad posibilista cuya forma de proceder es ciega a otros tipos de racionalidad, como la afectiva o la ética. Un nuevo tipo de racionalidad o de lógica burocrática que únicamente se mueve en los márgenes de lo dado objetivamente y en consecuencia el interés por la persona, la satisfacción de sus necesidades, el protagonismo del sujeto, son elementos distorsionadores, por ser considerados subjetivos.
Como dice Edgar Morin, necesitamos de una desburocratización generalizada que incluya «…la restauración o la instauración del sentido de la responsabilidad y de la solidaridad y esto plantea un problema para el Estado, porque implica una reforma de la sociedad ya que la verdadera reforma de la administración pública no puede darse aisladamente. Exige responsabilidad y solidaridad no sólo entre sus agentes y funcionarios, sino también en toda la ciudadanía. En otros términos: la reforma de las administraciones no se puede realizar plenamente si no es dentro de un complejo de transformaciones humanas, sociales e históricas que incluyen las demás reformas (políticas, del pensamiento, de la educación, de la sanidad, de la democracia, económicas etc…) sin olvidar que la regeneración de la ética es la regeneración del civismo…» (Morin, E.; 2011: 128).
Y para esta tarea es preciso concebir nuevos modelos y estilos organizativos basados en principios comunicativos, dialógicos, participativos, colaborativos, cooperativos y afectivos, algo que resulta esencial en las instituciones educativas porque hay ya suficientes evidencias de que gran parte del fracaso de todas las reformas educativas reside en la rigidez y el burocratismo de las organizaciones escolares.
Fuente: blocjoanpi.blogspot.com
El Patriarcado: principio negador de la otra presencia diferente
El patriarcado, es el modelo cultural y de relaciones sociales que constituido por un conjunto de creencias, costumbres y normas interiorizadas, legitiman la apropiación y el ejercicio del poder masculino, así como la subordinación, marginación e invisibilización femenina.
El patriarcado coloca a los hombres en el centro (androcentrismo) y los provee de una especial situación de privilegio y de poder, legitimando y naturalizando la secular discriminación y violencia contra las mujeres, ya sea explícita o implícita, fáctica o simbólica.
Por su origen y desarrollo histórico, el patriarcado sirve en gran medida de legitimación a nuestro paradigma civilizatorio industrial y mercantil, un paradigma que niega la vida de nuestro planeta, así como la interconexión biopsicosociosistémica de todos los seres humanos entre sí y con la madre naturaleza. Depredación, despilfarro, insostenibilidad, conquista, dominio, lucha, explotación humana y de recursos, guerras, industria bélica, armamentismo, muerte, autoritarismo, dogmatismo, agresión, machismo, violencia doméstica, discriminación de la mujer, etc. tienen sin duda un caldo de cultivo común en el patriarcado.
Con estas características y creencias hemos llegado al siglo XXI a una crisis civilizatoria, planetaria, social, cultural, ideológica y también psicológica, en la que hemos perdido las seguridades de antaño y en la que a pesar de contar con ingentes cantidades de conocimientos y de datos, estamos cada vez más inseguros y desorientados. Una crisis que se manifiesta en:
1. El sobredimensionamiento de los problemas que adquieren ya una dimensión universal, tanto porque afectan cada vez a un mayor número de personas, como porque su solución ya no puede concebirse de forma individual y aislada del resto: pobreza, desempleo, corrupción, guerras, violencia social e institucional, deterioro del medio ambiente, hambre y miseria, explosión demográfica, migraciones, etc., exigen además de voluntades políticas conscientes, valientes y comprometidas, una reforma del pensamiento, una nueva forma de considerar, analizar y resolver los problemas, una “nueva vía” como dice Edgar Morín que exige una reforma paradigmática, más que una reforma programática.
2. Agotamiento de los sistemas y recursos naturales, así como de las fuentes de energía que hasta ahora habíamos venido utilizando, y por consiguiente una puesta en peligro de nuestras posibilidades de supervivencia como especie. La vieja creencia de que la Naturaleza es una fuente inagotable de recursos, no sólo es obsoleta, sino ecológicamente insostenible y mortal para nuestra especie y la vida en el planeta.
3. Esclerosis, disfunciones, patologías, nuevos problemas surgidos en el seno de las organizaciones e instituciones de la era industrial: la familia, el partido, el sindicato, la empresa, la escuela, la iglesia, todo parece estar en crisis porque ya no cumplen las funciones para las que habían sido creadas. Asistimos por tanto a una sociedad cada vez más descohesionada en la que ha triunfado el más feroz y cotidiano individualismo, que coloca en la más angustiosa exclusión a casi un tercio de la población mundial.
4. Muerte de las ideologías redentoristas que prometían paraísos terrenales y fracaso de los proyectos políticos y sociales emancipadores, así como debilitamiento y/o destrucción del Estado del Bienestar. Todo ello sin embargo, unido al reforzamiento y consolidación de un sistema civilizatorio que no sólo esquilma y deteriora la Naturaleza sino que distribuye a los seres humanos en un cada vez más minoritario grupo de individuos que controlan la mayor parte de la riqueza del planeta y en una cada vez más mayoritaria población que carece de lo más básico, de agua, vestido, alimentación y salud. Por tanto la crisis actual es también una crisis de desconfianza, de incredulidad e incluso de esperanza en la posibilidad de construir un mundo más justo, más habitable y más humano.
La incierta realidad del futuro de la sociedad humana
Hemos llegado así en el siglo XXI a una peculiar situación en la que al estamos huérfanos de las certidumbres y seguridades del pasado ya que el futuro se ha hecho ahora muchísimo más imprevisible. Por un lado y de cara garantizar unos derechos humanos universales han quedado cuestionados los pilares en los que se fundamentaron tanto la revolución francesa de finales del XVIII, los cambios socioeconómicos del XIX, y el papel de la economía de libre mercado, dado que las nuevas realidades sociales ponen de manifiesto mayores desequilibrios y desigualdades. Por otro, se han desvanecido todas las esperanzas sociales despertadas por las revoluciones políticas del siglo XX, revoluciones que como la rusa terminaron por constituir uno de los más tremendos fracasos históricos de la época que nos ha tocado vivir.
Casi sin darnos cuenta, hemos entrado en una de las etapas de cambio económico, tecnológico, comunicacional y cultural de mayor impacto en la vida privada de individuos, grupos y pueblos de todo el mundo. Las nuevas tecnologías de la información, la robotización y la comunicación juntas, se han constituido en la primera revolución informacional de nuestro tiempo.
Una revolución que posee unas características muy singulares ya que si el sujeto histórico de la revolución francesa fue la burguesía y el de la revolución socialista soviética, el proletariado, ahora en esta nueva revolución informacional el sujeto histórico aparece difuminado en un horizonte de impersonalidad y anonimato que no se corresponde con ningún tipo de revolución política ni social. Es más bien al contrario: se asocia a un imparable distanciamiento de las diferencias económicas y sociales no sólo para acceder a las nuevas tecnologías, sino sobre todo para hacer frente a las más elementales necesidades de supervivencia. Únicamente los habitantes de los países ricos y poderosos, podrán situarse al nivel necesario para poder beneficiarse de las ventajas de la nueva revolución informacional, lo cual en última instancia vendrá a aumentar la pobreza y la exclusión social de partes enteras de la humanidad.
Si el problema del siglo XX podría considerarse que ha sido el de la explotación del hombre por el hombre, el que ya ha nacido en el XXI es el de la exclusión de amplísimos sectores sociales. Como diría Dom Hélder Camara: el problema ya no es sólo la pobreza que se mantiene dentro de unos ciertos límites marcados por unas relaciones económicas capitalistas tradicionales y que puede más o menos controlarse, sino que el auténtico problema va mucho más allá que eso y consiste en el aumento de grandes masas de personas que viven en un estadio mucho más inferior que el de la pobreza, es el estado de “miseria”, estado que aparece y se extiende adoptando nuevas formas, en lugares en los que antes jamás se había conocido y como consecuencia de los nuevos cambios económicos iniciados en las últimas décadas del siglo XX. (Camara, H.; 1989).
Es por todo esto por lo que al referirnos a nuestra época, podemos hablar de “crisis de civilización” como un cambio de gigantescas proporciones que no se reduce a límites continentales, ni se asemeja a las transiciones de siglo hasta ahora conocidas. Un cambio que afecta tanto a nuestro medio ambiente biológico como al social, pero también a los usos y hábitos de nuestra vida cotidiana, a la percepción que tenemos de nosotros mismos, al espacio psicosocial en que nos desarrollamos.
Cambios cuya base se encuentran en la occidentalización y estandarización cultural que homogeneíza a todos los pueblos del mundo, pero sobre todo en la insostenibilidad de un sistema de producción que nos arroja a un futuro de supervivencia completamente incierto y que no está en absoluto garantizado. (Fernández Buey, F; 2009 ). Cambios que se presentan del tal manera, que los peligros resultantes de los nuevos conflictos y problemas surgidos, ya no están circunscritos o limitados geográficamente, sino que afectan a todo el planeta, al modo de producción y a las formas de vida y convivencia.
Aunque se expresen de forma diferenciada según su gravedad y características de forma local, en realidad, todos los problemas están cada vez más interconectados, son más interdependientes, afectan a cantidades gigantescas de personas, es decir, se expresan en términos de especie, en cuanto que una vez superados los límites del crecimiento nuestra capacidad de supervivencia como humanidad está seriamente amenazada.
El patriarcado, es el modelo cultural y de relaciones sociales que constituido por un conjunto de creencias, costumbres y normas interiorizadas, legitiman la apropiación y el ejercicio del poder masculino, así como la subordinación, marginación e invisibilización femenina.
El patriarcado coloca a los hombres en el centro (androcentrismo) y los provee de una especial situación de privilegio y de poder, legitimando y naturalizando la secular discriminación y violencia contra las mujeres, ya sea explícita o implícita, fáctica o simbólica.
Por su origen y desarrollo histórico, el patriarcado sirve en gran medida de legitimación a nuestro paradigma civilizatorio industrial y mercantil, un paradigma que niega la vida de nuestro planeta, así como la interconexión biopsicosociosistémica de todos los seres humanos entre sí y con la madre naturaleza. Depredación, despilfarro, insostenibilidad, conquista, dominio, lucha, explotación humana y de recursos, guerras, industria bélica, armamentismo, muerte, autoritarismo, dogmatismo, agresión, machismo, violencia doméstica, discriminación de la mujer, etc. tienen sin duda un caldo de cultivo común en el patriarcado.
Con estas características y creencias hemos llegado al siglo XXI a una crisis civilizatoria, planetaria, social, cultural, ideológica y también psicológica, en la que hemos perdido las seguridades de antaño y en la que a pesar de contar con ingentes cantidades de conocimientos y de datos, estamos cada vez más inseguros y desorientados. Una crisis que se manifiesta en:
1. El sobredimensionamiento de los problemas que adquieren ya una dimensión universal, tanto porque afectan cada vez a un mayor número de personas, como porque su solución ya no puede concebirse de forma individual y aislada del resto: pobreza, desempleo, corrupción, guerras, violencia social e institucional, deterioro del medio ambiente, hambre y miseria, explosión demográfica, migraciones, etc., exigen además de voluntades políticas conscientes, valientes y comprometidas, una reforma del pensamiento, una nueva forma de considerar, analizar y resolver los problemas, una “nueva vía” como dice Edgar Morín que exige una reforma paradigmática, más que una reforma programática.
2. Agotamiento de los sistemas y recursos naturales, así como de las fuentes de energía que hasta ahora habíamos venido utilizando, y por consiguiente una puesta en peligro de nuestras posibilidades de supervivencia como especie. La vieja creencia de que la Naturaleza es una fuente inagotable de recursos, no sólo es obsoleta, sino ecológicamente insostenible y mortal para nuestra especie y la vida en el planeta.
3. Esclerosis, disfunciones, patologías, nuevos problemas surgidos en el seno de las organizaciones e instituciones de la era industrial: la familia, el partido, el sindicato, la empresa, la escuela, la iglesia, todo parece estar en crisis porque ya no cumplen las funciones para las que habían sido creadas. Asistimos por tanto a una sociedad cada vez más descohesionada en la que ha triunfado el más feroz y cotidiano individualismo, que coloca en la más angustiosa exclusión a casi un tercio de la población mundial.
4. Muerte de las ideologías redentoristas que prometían paraísos terrenales y fracaso de los proyectos políticos y sociales emancipadores, así como debilitamiento y/o destrucción del Estado del Bienestar. Todo ello sin embargo, unido al reforzamiento y consolidación de un sistema civilizatorio que no sólo esquilma y deteriora la Naturaleza sino que distribuye a los seres humanos en un cada vez más minoritario grupo de individuos que controlan la mayor parte de la riqueza del planeta y en una cada vez más mayoritaria población que carece de lo más básico, de agua, vestido, alimentación y salud. Por tanto la crisis actual es también una crisis de desconfianza, de incredulidad e incluso de esperanza en la posibilidad de construir un mundo más justo, más habitable y más humano.
La incierta realidad del futuro de la sociedad humana
Hemos llegado así en el siglo XXI a una peculiar situación en la que al estamos huérfanos de las certidumbres y seguridades del pasado ya que el futuro se ha hecho ahora muchísimo más imprevisible. Por un lado y de cara garantizar unos derechos humanos universales han quedado cuestionados los pilares en los que se fundamentaron tanto la revolución francesa de finales del XVIII, los cambios socioeconómicos del XIX, y el papel de la economía de libre mercado, dado que las nuevas realidades sociales ponen de manifiesto mayores desequilibrios y desigualdades. Por otro, se han desvanecido todas las esperanzas sociales despertadas por las revoluciones políticas del siglo XX, revoluciones que como la rusa terminaron por constituir uno de los más tremendos fracasos históricos de la época que nos ha tocado vivir.
Casi sin darnos cuenta, hemos entrado en una de las etapas de cambio económico, tecnológico, comunicacional y cultural de mayor impacto en la vida privada de individuos, grupos y pueblos de todo el mundo. Las nuevas tecnologías de la información, la robotización y la comunicación juntas, se han constituido en la primera revolución informacional de nuestro tiempo.
Una revolución que posee unas características muy singulares ya que si el sujeto histórico de la revolución francesa fue la burguesía y el de la revolución socialista soviética, el proletariado, ahora en esta nueva revolución informacional el sujeto histórico aparece difuminado en un horizonte de impersonalidad y anonimato que no se corresponde con ningún tipo de revolución política ni social. Es más bien al contrario: se asocia a un imparable distanciamiento de las diferencias económicas y sociales no sólo para acceder a las nuevas tecnologías, sino sobre todo para hacer frente a las más elementales necesidades de supervivencia. Únicamente los habitantes de los países ricos y poderosos, podrán situarse al nivel necesario para poder beneficiarse de las ventajas de la nueva revolución informacional, lo cual en última instancia vendrá a aumentar la pobreza y la exclusión social de partes enteras de la humanidad.
Si el problema del siglo XX podría considerarse que ha sido el de la explotación del hombre por el hombre, el que ya ha nacido en el XXI es el de la exclusión de amplísimos sectores sociales. Como diría Dom Hélder Camara: el problema ya no es sólo la pobreza que se mantiene dentro de unos ciertos límites marcados por unas relaciones económicas capitalistas tradicionales y que puede más o menos controlarse, sino que el auténtico problema va mucho más allá que eso y consiste en el aumento de grandes masas de personas que viven en un estadio mucho más inferior que el de la pobreza, es el estado de “miseria”, estado que aparece y se extiende adoptando nuevas formas, en lugares en los que antes jamás se había conocido y como consecuencia de los nuevos cambios económicos iniciados en las últimas décadas del siglo XX. (Camara, H.; 1989).
Es por todo esto por lo que al referirnos a nuestra época, podemos hablar de “crisis de civilización” como un cambio de gigantescas proporciones que no se reduce a límites continentales, ni se asemeja a las transiciones de siglo hasta ahora conocidas. Un cambio que afecta tanto a nuestro medio ambiente biológico como al social, pero también a los usos y hábitos de nuestra vida cotidiana, a la percepción que tenemos de nosotros mismos, al espacio psicosocial en que nos desarrollamos.
Cambios cuya base se encuentran en la occidentalización y estandarización cultural que homogeneíza a todos los pueblos del mundo, pero sobre todo en la insostenibilidad de un sistema de producción que nos arroja a un futuro de supervivencia completamente incierto y que no está en absoluto garantizado. (Fernández Buey, F; 2009 ). Cambios que se presentan del tal manera, que los peligros resultantes de los nuevos conflictos y problemas surgidos, ya no están circunscritos o limitados geográficamente, sino que afectan a todo el planeta, al modo de producción y a las formas de vida y convivencia.
Aunque se expresen de forma diferenciada según su gravedad y características de forma local, en realidad, todos los problemas están cada vez más interconectados, son más interdependientes, afectan a cantidades gigantescas de personas, es decir, se expresan en términos de especie, en cuanto que una vez superados los límites del crecimiento nuestra capacidad de supervivencia como humanidad está seriamente amenazada.
Fuente: pinturayartista.com.
Hacia la metamorfosis
«…La globalización, la occidentalización y el desarrollo alimentan la misma dinámica que produce una pluralidad de crisis interdependientes, intrincadas, incluidas la crisis cognitiva, las políticas, las económicas y las sociales, que, a su vez, producen la crisis de la globalización, la de la occidentalización y la del desarrollo. La gigantesca crisis planetaria es la crisis de la humanidad que no logra acceder a la humanidad (…) ¿Cómo no sentir que en esta crisis y a causa de ella, se recrudece la formidable lucha entre las fuerzas de la muerte y de la vida?...»
Edgar Morin
Ante una crisis como ésta ¿Podemos atisbar en nuestro horizonte transformaciones sociales al estilo de las conocidas en las transiciones de siglo del XIX y del XX? ¿Sigue siendo válido el concepto de progreso social que hasta hoy hemos conocido? ¿Podemos hablar de sujeto social para el cambio? ¿De qué forma hacer frente a las nuevas situaciones que afectan a tan grandes mayorías y están modificando patológicamente la estructura de nuestro carácter? ¿Cómo podemos desenmascarar e identificar a las fuerzas que parapetadas tras los cambios tecnológicos impiden abiertamente cambios sociales orientados a conseguir mayores cotas de justicia y solidaridad? ¿Qué papel debe y puede jugar la educación en todo esto? ¿Podremos enfrentar los riesgos y la cruel inhumanidad de una crisis que se ceba sobre las capas sociales más débiles y empobrecidas recortando y detrayendo recursos a la educación o dejando intactas sus estructuras y sus funciones sociales?
Si el siglo XX fue la más mortífera de todas las épocas históricas en la que murieron más de 110 millones de personas en conflictos bélicos (16 millones en la 1ª guerra mundial y 36 millones en la segunda). Si el dominante modelo bélico-industrial de desarrollo ha producido efectos desastrosos en nuestro planeta y en vidas humanas, que a su vez se transforman en causas ramificadas e imprevistas de nuevos desastres que aun todavía desconocemos.
Si las soluciones hasta ahora conocidas han provocado nuevas fuentes de conflictos, problemas y dificultades y si además las estrategias y programas desarrollados para el afrontamiento no dan los resultados esperados. Si se constata la escasa y débil voluntad política mundial de afrontar el extraordinario reto de un transformación global de la humanidad, cuya máxima responsabilidad corresponde a los países enriquecidos, es obvio que necesitamos de metaestrategias, es decir de caminos que vayan más allá del alcance de lo local y de lo nacional.
Necesitamos de caminos y vías, como señala Morin, en las que que hay que tejer complementaria y diversificadamente las dimensiones personales y vitales junto a las dimensiones locales, nacionales, continentales y planetarias. Y para la construcción de este tejido metaestratégico y multidimensional necesariamente tenemos que cambiar, no sólo de perspectivas y enfoques, sino también de visiones y concepciones capaces de integrar orden y desorden, conocimiento y error, posibilidad y probabilidad, incertidumbre e inseguridad, visiones y concepciones que al mismo tiempo que fundan y refundan una forma nueva de ver el mundo, sean capaces de restaurar y reconstruir valores éticos estratégicos y esenciales.
Necesitamos, como nos dice Morin, que el pensamiento humano y específicamente el pensamiento político se complejice, de forma que pueda ver la historia, la realidad presente y el acontecer diario en sus contextos, interacciones, retroacciones y recursiones, siendo capaces de asumir riesgos que conduzcan, no tanto a fórmulas tecno-burocráticas especializadas, cerradas y estancas, sino a estrategias generales que son al mismo tiempo de conocimiento, comprensión, solidaridad y responsabilidad.
Necesitamos de un cambio paradigmático, de una metamorfosis capaz de ver la realidad en sus multidimensiones, capaz de proporcionarnos comprensión sobre nuestra condición humana paradójica y contradictoria, pero sobre todo capaz de construir «…un nuevo fundamento que debería ser ético, una ética mínima a partir de la cual se abrirían posibilidades de solución y de salvación de la Tierra, de la humanidad y de los parados estructurales... se debería establecer un pacto ético, fundado, no tanto en la razón ilustrada, cuanto en el pathos, es decir en la sensibilidad humanitaria y en la inteligencia emocional, expresadas por el cuidado, la responsabilidad social y ecológica, por la solidaridad generacional y por la compasión, actitudes estas capaces de conmover a las personas y moverlas a una nueva práctica histórico-social liberadora.
Urge una revolución ética mundial...» (Boff, L; 2001: 17). Y obviamente en la construcción de este nuevo fundamento ético basado en el pathos, la educación no solamente juega un papel absolutamente imprescindible, sino que se constituye en su propia naturaleza, es decir, o el pacto ético es educativo, en sentido de crear, aprender, disfrutar y amar o no podrá hacerse visible en lo cotidiano.
A partir de esta convicción, la educación tendrá que convertirse en un proceso permanente de acción transformadora que es al mismo tiempo social e individual. Un proceso por el cual las personas al enfrentarse a las injusticias, a las desigualdades y a los problemas de la realidad en la que viven, están al mismo tiempo contribuyendo a mejorarla y a mejorarse a sí mismas. En esto consiste básicamente la educación, en vivir y convivir con el compromiso de compartir, de dar, ofrecer, regalar y sembrar atendiendo a los principios de solidaridad y responsabilidad. La educación forma parte sustancial de esa metaestrategia civilizadora y humanizadora formada de diversas y numerosas vías de transformación, porque la educación es un proceso permanente e interminable de humanización y socialización.
Por mucho que nos empeñemos en ser autosuficientes, autodidactas, autónomos o independientes siempre nos encontraremos con la necesidad de los demás, tanto en el sentido de su intervención para ayudarnos a satisfacer nuestras necesidades fundamentales para llegar a ser plenamente humanos (9), como en el sentido de su presencia y existencia para poder expresar y ofrecer lo que llevamos dentro de capacidades, poderes creativos y necesidades de expresión y realización. Es necesario por tanto afirmar la necesidad de concretar un desarrollo a escala humana, como nos enseña Manfred Max-Neef, haciendo del protagonismo de las personas no solo el centro de la educación sino también del bienestar individual y colectivo.
Para concebir y establecer una política educativa de civilización es necesario pues el requisito de complejizar nuestro pensamiento y nuestra acción en el sentido de contextualizar, integrar, multidimensionalizar y sobre todo de humanizar nuestra existencia fundándola en la ética y en el pathos como fuente de afecto, confianza y amor. Esto evidentemente significa que no sólo debemos complejizar nuestro pensamiento político, como nos propone Morin, sino también nuestro pensamiento educativo todavía aprisionado en jaulas epistemológicas, rutinas pedagógicas, subordinaciones economicistas y burocracias institucionales que obstaculizan e impiden el desarrollo de la responsabilidad social de la educación y de su misión transcendental de ampliar los niveles de conciencia de los individuos en aras a una mayor integración y maduración humana.
Pero además una política educativa de civilización de esta naturaleza, será la encargada de alumbrar la creación, configuración y formalización de las diferentes políticas locales, nacionales, continentales y planetarias, lo cual exige tomar permanentemente en consideración los cuatro grandes ejes de política civilizatoria que nos ofrece Edgar Morin: política de solidaridad; política de calidad de vida; política de regeneración y política de resistencia, de restauración ética y esperanza (Morin, E.; 2009: 65-105).
Corresponde pues a la educación formal e informal en todos sus espacios institucionales y sociales, desde la familia a la escuela, o desde la universidad al mundo laboral, activar todos aquellos procesos y acondicionar todos aquellos ambientes capaces de estimular y hacer posible una regeneración multidimensional de nuestra humanidad planetaria que abarque e integre al mismo tiempo lo personal y lo social, junto a lo político, lo económico y lo ecológico. Y en esta tarea de regeneración integral que es al mismo tiempo de revolución ética, será también la educación en todos sus ámbitos la que permita alimentar el tejido de nuevas crisálidas capaces de alumbrar un porvenir de vida y esperanza fundada en compromisos efectivos que necesariamente requerirán de nuevos saberes, nuevos métodos, nuevos sentidos de la profesión de educar pero sobre todo nuevos espacios de justicia y solidaridad.
Juan Miguel Batalloso Navas es doctor en Ciencias de la Educación y miembro del Grupo ECOTRANSD.
«…La globalización, la occidentalización y el desarrollo alimentan la misma dinámica que produce una pluralidad de crisis interdependientes, intrincadas, incluidas la crisis cognitiva, las políticas, las económicas y las sociales, que, a su vez, producen la crisis de la globalización, la de la occidentalización y la del desarrollo. La gigantesca crisis planetaria es la crisis de la humanidad que no logra acceder a la humanidad (…) ¿Cómo no sentir que en esta crisis y a causa de ella, se recrudece la formidable lucha entre las fuerzas de la muerte y de la vida?...»
Edgar Morin
Ante una crisis como ésta ¿Podemos atisbar en nuestro horizonte transformaciones sociales al estilo de las conocidas en las transiciones de siglo del XIX y del XX? ¿Sigue siendo válido el concepto de progreso social que hasta hoy hemos conocido? ¿Podemos hablar de sujeto social para el cambio? ¿De qué forma hacer frente a las nuevas situaciones que afectan a tan grandes mayorías y están modificando patológicamente la estructura de nuestro carácter? ¿Cómo podemos desenmascarar e identificar a las fuerzas que parapetadas tras los cambios tecnológicos impiden abiertamente cambios sociales orientados a conseguir mayores cotas de justicia y solidaridad? ¿Qué papel debe y puede jugar la educación en todo esto? ¿Podremos enfrentar los riesgos y la cruel inhumanidad de una crisis que se ceba sobre las capas sociales más débiles y empobrecidas recortando y detrayendo recursos a la educación o dejando intactas sus estructuras y sus funciones sociales?
Si el siglo XX fue la más mortífera de todas las épocas históricas en la que murieron más de 110 millones de personas en conflictos bélicos (16 millones en la 1ª guerra mundial y 36 millones en la segunda). Si el dominante modelo bélico-industrial de desarrollo ha producido efectos desastrosos en nuestro planeta y en vidas humanas, que a su vez se transforman en causas ramificadas e imprevistas de nuevos desastres que aun todavía desconocemos.
Si las soluciones hasta ahora conocidas han provocado nuevas fuentes de conflictos, problemas y dificultades y si además las estrategias y programas desarrollados para el afrontamiento no dan los resultados esperados. Si se constata la escasa y débil voluntad política mundial de afrontar el extraordinario reto de un transformación global de la humanidad, cuya máxima responsabilidad corresponde a los países enriquecidos, es obvio que necesitamos de metaestrategias, es decir de caminos que vayan más allá del alcance de lo local y de lo nacional.
Necesitamos de caminos y vías, como señala Morin, en las que que hay que tejer complementaria y diversificadamente las dimensiones personales y vitales junto a las dimensiones locales, nacionales, continentales y planetarias. Y para la construcción de este tejido metaestratégico y multidimensional necesariamente tenemos que cambiar, no sólo de perspectivas y enfoques, sino también de visiones y concepciones capaces de integrar orden y desorden, conocimiento y error, posibilidad y probabilidad, incertidumbre e inseguridad, visiones y concepciones que al mismo tiempo que fundan y refundan una forma nueva de ver el mundo, sean capaces de restaurar y reconstruir valores éticos estratégicos y esenciales.
Necesitamos, como nos dice Morin, que el pensamiento humano y específicamente el pensamiento político se complejice, de forma que pueda ver la historia, la realidad presente y el acontecer diario en sus contextos, interacciones, retroacciones y recursiones, siendo capaces de asumir riesgos que conduzcan, no tanto a fórmulas tecno-burocráticas especializadas, cerradas y estancas, sino a estrategias generales que son al mismo tiempo de conocimiento, comprensión, solidaridad y responsabilidad.
Necesitamos de un cambio paradigmático, de una metamorfosis capaz de ver la realidad en sus multidimensiones, capaz de proporcionarnos comprensión sobre nuestra condición humana paradójica y contradictoria, pero sobre todo capaz de construir «…un nuevo fundamento que debería ser ético, una ética mínima a partir de la cual se abrirían posibilidades de solución y de salvación de la Tierra, de la humanidad y de los parados estructurales... se debería establecer un pacto ético, fundado, no tanto en la razón ilustrada, cuanto en el pathos, es decir en la sensibilidad humanitaria y en la inteligencia emocional, expresadas por el cuidado, la responsabilidad social y ecológica, por la solidaridad generacional y por la compasión, actitudes estas capaces de conmover a las personas y moverlas a una nueva práctica histórico-social liberadora.
Urge una revolución ética mundial...» (Boff, L; 2001: 17). Y obviamente en la construcción de este nuevo fundamento ético basado en el pathos, la educación no solamente juega un papel absolutamente imprescindible, sino que se constituye en su propia naturaleza, es decir, o el pacto ético es educativo, en sentido de crear, aprender, disfrutar y amar o no podrá hacerse visible en lo cotidiano.
A partir de esta convicción, la educación tendrá que convertirse en un proceso permanente de acción transformadora que es al mismo tiempo social e individual. Un proceso por el cual las personas al enfrentarse a las injusticias, a las desigualdades y a los problemas de la realidad en la que viven, están al mismo tiempo contribuyendo a mejorarla y a mejorarse a sí mismas. En esto consiste básicamente la educación, en vivir y convivir con el compromiso de compartir, de dar, ofrecer, regalar y sembrar atendiendo a los principios de solidaridad y responsabilidad. La educación forma parte sustancial de esa metaestrategia civilizadora y humanizadora formada de diversas y numerosas vías de transformación, porque la educación es un proceso permanente e interminable de humanización y socialización.
Por mucho que nos empeñemos en ser autosuficientes, autodidactas, autónomos o independientes siempre nos encontraremos con la necesidad de los demás, tanto en el sentido de su intervención para ayudarnos a satisfacer nuestras necesidades fundamentales para llegar a ser plenamente humanos (9), como en el sentido de su presencia y existencia para poder expresar y ofrecer lo que llevamos dentro de capacidades, poderes creativos y necesidades de expresión y realización. Es necesario por tanto afirmar la necesidad de concretar un desarrollo a escala humana, como nos enseña Manfred Max-Neef, haciendo del protagonismo de las personas no solo el centro de la educación sino también del bienestar individual y colectivo.
Para concebir y establecer una política educativa de civilización es necesario pues el requisito de complejizar nuestro pensamiento y nuestra acción en el sentido de contextualizar, integrar, multidimensionalizar y sobre todo de humanizar nuestra existencia fundándola en la ética y en el pathos como fuente de afecto, confianza y amor. Esto evidentemente significa que no sólo debemos complejizar nuestro pensamiento político, como nos propone Morin, sino también nuestro pensamiento educativo todavía aprisionado en jaulas epistemológicas, rutinas pedagógicas, subordinaciones economicistas y burocracias institucionales que obstaculizan e impiden el desarrollo de la responsabilidad social de la educación y de su misión transcendental de ampliar los niveles de conciencia de los individuos en aras a una mayor integración y maduración humana.
Pero además una política educativa de civilización de esta naturaleza, será la encargada de alumbrar la creación, configuración y formalización de las diferentes políticas locales, nacionales, continentales y planetarias, lo cual exige tomar permanentemente en consideración los cuatro grandes ejes de política civilizatoria que nos ofrece Edgar Morin: política de solidaridad; política de calidad de vida; política de regeneración y política de resistencia, de restauración ética y esperanza (Morin, E.; 2009: 65-105).
Corresponde pues a la educación formal e informal en todos sus espacios institucionales y sociales, desde la familia a la escuela, o desde la universidad al mundo laboral, activar todos aquellos procesos y acondicionar todos aquellos ambientes capaces de estimular y hacer posible una regeneración multidimensional de nuestra humanidad planetaria que abarque e integre al mismo tiempo lo personal y lo social, junto a lo político, lo económico y lo ecológico. Y en esta tarea de regeneración integral que es al mismo tiempo de revolución ética, será también la educación en todos sus ámbitos la que permita alimentar el tejido de nuevas crisálidas capaces de alumbrar un porvenir de vida y esperanza fundada en compromisos efectivos que necesariamente requerirán de nuevos saberes, nuevos métodos, nuevos sentidos de la profesión de educar pero sobre todo nuevos espacios de justicia y solidaridad.
Juan Miguel Batalloso Navas es doctor en Ciencias de la Educación y miembro del Grupo ECOTRANSD.
Notas
(1) Según los datos proporcionados por el SIPRI (Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo) los gastos mundiales en armas durante el periodo 2007-2011, representaron respectivamente 1’339, 1’464, 1,531, 1’630 y 1’738 billones de dólares (millones de millones), lo que hacen un total para dicho periodo de 7’702 billones. Casi el 75 % de dicho gasto está constituido por los 10 principales presupuestos militares del mundo, que en 2011 fueron EEUU, China, Rusia, Reino Unido, Francia, Japón, Arabia Saudí, India, Alemania y Brasil, siendo Estados Unidos el responsable del 41 % del gasto total.
(2) Ver “PGR y SFP indagan el caso Wal-Mart” Diario Universal. México. Ver también Camacho, Fernando (2012) “Wal-Mart ha basado su crecimiento económico en explotación laboral”“ Diario La Jornada . Jalisco (México)
(3) EUROSTAT.
(4) Encuesta de Población Activa 2012. Instituto Nacional de Estadística. España.
(5) OCHA. United Nations Office for the Coordination of Humanitarian Affairs.
(6) La iniciativa Educación Para Todos (EPT) es un compromiso mundial creado y promovido por la UNESCO para conseguir seis grandes objetivos de política educativa mundial para el año 2015. Esos seis grandes objetivos de la EPT son: 1) Extender y mejorar la protección y educación integrales de la primera infancia, especialmente para los niños más vulnerables y desfavorecidos. 2) Velar por que antes del año 2015 todos los niños, y sobre todo las niñas y los niños que se encuentran en situaciones difíciles, tengan acceso a una enseñanza primaria gratuita y obligatoria de buena calidad y la terminen. 3) Velar por que las necesidades de aprendizaje de todos los jóvenes y adultos se satisfagan mediante un acceso equitativo a un aprendizaje adecuado y a programas de preparación para la vida activa. 4) Aumentar de aquí al año 2015 el número de adultos alfabetizados en un 50%, en particular tratándose de mujeres, y facilitar a todos los adultos un acceso equitativo a la educación básica y la educación permanente. 5) Suprimir las disparidades entre los géneros en la enseñanza primaria y secundaria de aquí al año 2005 y lograr antes del año 2015 la igualdad entre los géneros en relación con la educación, en particular garantizando a las jóvenes un acceso pleno y equitativo a una educación básica de buena calidad, así como un buen rendimiento. 6) Mejorar todos los aspectos cualitativos de la educación, garantizando los parámetros más elevados, para conseguir resultados de aprendizaje reconocidos y mensurables, especialmente en lectura, escritura, aritmética y competencias prácticas. UNESCO.
(7) Ver también: Torres, Rosa María. Mitos de la educación para todos (EPT).
(8) En México, ciudades como Tecnochtitlán que poseían un nivel de desarrollo civilizatorio cualitativamente superior a muchas ciudades de Europa, fueron enteramente arrasadas. En Tecnochtitlán se gozaba de un sistema de canales de la misma categoría que los de Venecia o Ámsterdam, sus viviendas contaban con cuartos de aseo y baños públicos desconocidos en Europa; poseían un sistema de distribución que satisfacía equilibradamente las necesidades básicas de cada uno de sus habitantes y también contaba con una educación profundamente arraigada en valores éticos muy semejantes a los de la cultura judeo-cristiana. (Blanco, J.A.; 1999: 52).
(9) Para la conceptualización y categorización de las necesidades fundamentales de los seres humanos, adoptamos la clasificación realizada por Manfred Max-Neef, que combina y cruza las necesidades procedentes de categorías existenciales (ser, tener, hacer, estar) con las necesidades basadas en categorías axiológicas (subsistencia, protección, afecto, entendimiento, participación, ocio, creación, identidad, libertad), distinguiendo además entre “necesidades” (fines comunes en todos los tiempos y culturas) y “satisfactores” (medios concretos, diferentes y variados que históricamente se han utilizado por las diferentes culturas para satisfacer las necesidades). Para Max-Neef, existen también “violadores o destructores” (aquellos medios que impiden la satisfacción de necesidades o que aplicados supuestamente para la satisfacción, provocan efectos colaterales destructores de las posibilidades de satisfacción: armamentismo, censura, burocracia, etc,) y “pseudo-satisfactores” (los medios que obstaculizan la satisfacción de necesidades con menor fuerza que los destructores y que se aplican mediante las diferentes estrategias de seducción de la industria de la conciencia: productivismo, tecnocratismo, nacionalismo chauvinista, caritativismo, etc,) (Max Neef, M.A.; 1998: 37-82).
(1) Según los datos proporcionados por el SIPRI (Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo) los gastos mundiales en armas durante el periodo 2007-2011, representaron respectivamente 1’339, 1’464, 1,531, 1’630 y 1’738 billones de dólares (millones de millones), lo que hacen un total para dicho periodo de 7’702 billones. Casi el 75 % de dicho gasto está constituido por los 10 principales presupuestos militares del mundo, que en 2011 fueron EEUU, China, Rusia, Reino Unido, Francia, Japón, Arabia Saudí, India, Alemania y Brasil, siendo Estados Unidos el responsable del 41 % del gasto total.
(2) Ver “PGR y SFP indagan el caso Wal-Mart” Diario Universal. México. Ver también Camacho, Fernando (2012) “Wal-Mart ha basado su crecimiento económico en explotación laboral”“ Diario La Jornada . Jalisco (México)
(3) EUROSTAT.
(4) Encuesta de Población Activa 2012. Instituto Nacional de Estadística. España.
(5) OCHA. United Nations Office for the Coordination of Humanitarian Affairs.
(6) La iniciativa Educación Para Todos (EPT) es un compromiso mundial creado y promovido por la UNESCO para conseguir seis grandes objetivos de política educativa mundial para el año 2015. Esos seis grandes objetivos de la EPT son: 1) Extender y mejorar la protección y educación integrales de la primera infancia, especialmente para los niños más vulnerables y desfavorecidos. 2) Velar por que antes del año 2015 todos los niños, y sobre todo las niñas y los niños que se encuentran en situaciones difíciles, tengan acceso a una enseñanza primaria gratuita y obligatoria de buena calidad y la terminen. 3) Velar por que las necesidades de aprendizaje de todos los jóvenes y adultos se satisfagan mediante un acceso equitativo a un aprendizaje adecuado y a programas de preparación para la vida activa. 4) Aumentar de aquí al año 2015 el número de adultos alfabetizados en un 50%, en particular tratándose de mujeres, y facilitar a todos los adultos un acceso equitativo a la educación básica y la educación permanente. 5) Suprimir las disparidades entre los géneros en la enseñanza primaria y secundaria de aquí al año 2005 y lograr antes del año 2015 la igualdad entre los géneros en relación con la educación, en particular garantizando a las jóvenes un acceso pleno y equitativo a una educación básica de buena calidad, así como un buen rendimiento. 6) Mejorar todos los aspectos cualitativos de la educación, garantizando los parámetros más elevados, para conseguir resultados de aprendizaje reconocidos y mensurables, especialmente en lectura, escritura, aritmética y competencias prácticas. UNESCO.
(7) Ver también: Torres, Rosa María. Mitos de la educación para todos (EPT).
(8) En México, ciudades como Tecnochtitlán que poseían un nivel de desarrollo civilizatorio cualitativamente superior a muchas ciudades de Europa, fueron enteramente arrasadas. En Tecnochtitlán se gozaba de un sistema de canales de la misma categoría que los de Venecia o Ámsterdam, sus viviendas contaban con cuartos de aseo y baños públicos desconocidos en Europa; poseían un sistema de distribución que satisfacía equilibradamente las necesidades básicas de cada uno de sus habitantes y también contaba con una educación profundamente arraigada en valores éticos muy semejantes a los de la cultura judeo-cristiana. (Blanco, J.A.; 1999: 52).
(9) Para la conceptualización y categorización de las necesidades fundamentales de los seres humanos, adoptamos la clasificación realizada por Manfred Max-Neef, que combina y cruza las necesidades procedentes de categorías existenciales (ser, tener, hacer, estar) con las necesidades basadas en categorías axiológicas (subsistencia, protección, afecto, entendimiento, participación, ocio, creación, identidad, libertad), distinguiendo además entre “necesidades” (fines comunes en todos los tiempos y culturas) y “satisfactores” (medios concretos, diferentes y variados que históricamente se han utilizado por las diferentes culturas para satisfacer las necesidades). Para Max-Neef, existen también “violadores o destructores” (aquellos medios que impiden la satisfacción de necesidades o que aplicados supuestamente para la satisfacción, provocan efectos colaterales destructores de las posibilidades de satisfacción: armamentismo, censura, burocracia, etc,) y “pseudo-satisfactores” (los medios que obstaculizan la satisfacción de necesidades con menor fuerza que los destructores y que se aplican mediante las diferentes estrategias de seducción de la industria de la conciencia: productivismo, tecnocratismo, nacionalismo chauvinista, caritativismo, etc,) (Max Neef, M.A.; 1998: 37-82).
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