La expansión del cultivo de palma africana de aceite (Elaeis guineensis) está generando un enorme impacto ambiental a nivel mundial, muy agudizado en países del Sudeste Asiático y América Latina, donde estas plantaciones están substituyendo en un 40% a los bosques tropicales y en un 32% a los pastos naturales y las áreas de cultivo de grano básico.
Así se desprende de una investigación realizada por el Institut de Ciència i Tecnologia Ambientals de la Universitat Autònoma de Barcelona (ICTA-UAB) que establece que, en países como Guatemala, la expansión de la palma aceitera ha aumentado en un 600% en la última década. Los científicos alertan que este tipo de cultivos genera consecuencias devastadoras en los suelos transformando grandes hectáreas de tierras en infértiles y, en algunos casos, inutilizables.
La pérdida de biodiversidad, la desaparición del hábitat de especies como los gorilas y la contaminación de las aguas y del aire por los grandes incendios, son algunos de los impactos ambientales más controvertidos y conocidos hasta ahora provocados por las plantaciones de la palma aceitera, que también tiene efectos nocivos para la salud de las personas.
No obstante, un estudio realizado por la investigadora ICTA-UAB, Sara Mingorría, en Valle de Polochic, en Guatemala, pone en evidencia que una de las grandes consecuencias ambientales de estos cultivos es la infertilidad que provocan en los suelos.
Según Mingorría, este monocultivo demanda una gran cantidad de nutrientes, y elimina la capa orgánica del suelo.
25 años de vida útil
Análisis comparativos del estado de los suelos realizados por Mingorría tras la producción de distintos tipos de cultivo, demuestran que se requieren 25 años para lograr que la zona en la que se plantó palma aceitera vuelva a ser fértil, ya que “el suelo queda tan debilitado que por más que se abone, los componentes se pierden y desaparecen, y los suelos de la palma resultan tan fértiles como los suelos de una casa”, comenta Mingorría.
Añade que estas plantaciones son conocidas como “desiertos verdes” porque “este tipo de árbol hace mucha sombra, lo que no permite que se forme vegetación a su alrededor. Tres años después de ser plantada, bajo la palma no crece ni vegetación”. A su vez, la intensidad productiva provoca un agotamiento devastador del suelo.
La palma tiene una vida útil de 25 años. Pasado su ciclo es necesario matar la plantación para poder extraerla y fertilizar el suelo para luego volver a plantar. Según la investigadora, esta acción no es económicamente rentable, dado a que el costo es muy elevado y el suelo apenas vuelve a recuperarse. Es por ello que las empresas buscan nuevos bosques o terrenos baldíos y fértiles para poder generar nuevas plantaciones de palma de aceite a gran escala.
“Hay quienes defienden la existencia de plantaciones de palma porque, según dicen pueden ser plantadas de manera sostenible y genera puestos de trabajo, pero el impacto ambiental es en muchos casos casi irreversible y en muchos casos generan grandes desastres ecológicos”, advierte Mingorría.
Afirma que este tipo de monocultivos atraen epidemias, pestes y muchos tipos de insectos que terminan perjudicando a los trabajadores de la zona y a las comunidades cercanas. “En el Valle de Polochic se ha denunciado la aparición de culebras que causan picaduras en los trabajadores”, añade.
Así se desprende de una investigación realizada por el Institut de Ciència i Tecnologia Ambientals de la Universitat Autònoma de Barcelona (ICTA-UAB) que establece que, en países como Guatemala, la expansión de la palma aceitera ha aumentado en un 600% en la última década. Los científicos alertan que este tipo de cultivos genera consecuencias devastadoras en los suelos transformando grandes hectáreas de tierras en infértiles y, en algunos casos, inutilizables.
La pérdida de biodiversidad, la desaparición del hábitat de especies como los gorilas y la contaminación de las aguas y del aire por los grandes incendios, son algunos de los impactos ambientales más controvertidos y conocidos hasta ahora provocados por las plantaciones de la palma aceitera, que también tiene efectos nocivos para la salud de las personas.
No obstante, un estudio realizado por la investigadora ICTA-UAB, Sara Mingorría, en Valle de Polochic, en Guatemala, pone en evidencia que una de las grandes consecuencias ambientales de estos cultivos es la infertilidad que provocan en los suelos.
Según Mingorría, este monocultivo demanda una gran cantidad de nutrientes, y elimina la capa orgánica del suelo.
25 años de vida útil
Análisis comparativos del estado de los suelos realizados por Mingorría tras la producción de distintos tipos de cultivo, demuestran que se requieren 25 años para lograr que la zona en la que se plantó palma aceitera vuelva a ser fértil, ya que “el suelo queda tan debilitado que por más que se abone, los componentes se pierden y desaparecen, y los suelos de la palma resultan tan fértiles como los suelos de una casa”, comenta Mingorría.
Añade que estas plantaciones son conocidas como “desiertos verdes” porque “este tipo de árbol hace mucha sombra, lo que no permite que se forme vegetación a su alrededor. Tres años después de ser plantada, bajo la palma no crece ni vegetación”. A su vez, la intensidad productiva provoca un agotamiento devastador del suelo.
La palma tiene una vida útil de 25 años. Pasado su ciclo es necesario matar la plantación para poder extraerla y fertilizar el suelo para luego volver a plantar. Según la investigadora, esta acción no es económicamente rentable, dado a que el costo es muy elevado y el suelo apenas vuelve a recuperarse. Es por ello que las empresas buscan nuevos bosques o terrenos baldíos y fértiles para poder generar nuevas plantaciones de palma de aceite a gran escala.
“Hay quienes defienden la existencia de plantaciones de palma porque, según dicen pueden ser plantadas de manera sostenible y genera puestos de trabajo, pero el impacto ambiental es en muchos casos casi irreversible y en muchos casos generan grandes desastres ecológicos”, advierte Mingorría.
Afirma que este tipo de monocultivos atraen epidemias, pestes y muchos tipos de insectos que terminan perjudicando a los trabajadores de la zona y a las comunidades cercanas. “En el Valle de Polochic se ha denunciado la aparición de culebras que causan picaduras en los trabajadores”, añade.
Fuerte demanda
El crecimiento de las plantaciones de palma africana de aceite se debe a la gran demanda por parte de los países del Norte para la producción de biocombustibles, lubricantes, cosméticos y alimentación.
Según estudios, el consumo excesivo de ácido palmítico (que compone el 44% del aceite de palma), aumenta los niveles de colesterol y puede contribuir al desarrollo de problemas cardiovasculares, por lo que la OMS aconseja limitar su consumo.
Según datos del Atlas de Justicia Ambiental (EJAtlas) del ICTA-UAB, que recoge los conflictos ambientales a nivel mundial, el Sudeste Asiático concentra la mayor extensión de cultivo de palma con 8 millones de hectáreas sembradas en Indonesia y 4 millones de hectáreas en Malasia. En América Latina las mayores extensiones se encuentran en Colombia, con 400 mil hectáreas, seguido por Ecuador con 280 mil y Honduras con 250 mil.
Debido a su versatilidad y su uso tan diversificado, su expansión está creciendo con mucha velocidad y se estima que la producción se triplicará de aquí a tres años, generando daños irreversibles al medio ambiente.
Según el EJAtlas, en la actualidad existen 72 casos mundiales registrados de conflictos relacionados con la producción de palma. Un ejemplo es el “ecocidio” en el río la Pasión en Guatemala, donde se produjo la muerte generalizada de más de 1.000 peces tras la instalación de una empresa procesadora del aceite de palma en las cercanías del rio afectando a más de 11.000 personas.
Según el Laboratorio de Toxicología de la Universidad de San Carlos (USAC), el motivo de esta muerte masiva de peces en más de 150 kilómetros del río, se debió al alto grado de contaminación causada por el malatión, un plaguicida utilizado para eliminar moscas en la fruta de la palma.
El crecimiento de las plantaciones de palma africana de aceite se debe a la gran demanda por parte de los países del Norte para la producción de biocombustibles, lubricantes, cosméticos y alimentación.
Según estudios, el consumo excesivo de ácido palmítico (que compone el 44% del aceite de palma), aumenta los niveles de colesterol y puede contribuir al desarrollo de problemas cardiovasculares, por lo que la OMS aconseja limitar su consumo.
Según datos del Atlas de Justicia Ambiental (EJAtlas) del ICTA-UAB, que recoge los conflictos ambientales a nivel mundial, el Sudeste Asiático concentra la mayor extensión de cultivo de palma con 8 millones de hectáreas sembradas en Indonesia y 4 millones de hectáreas en Malasia. En América Latina las mayores extensiones se encuentran en Colombia, con 400 mil hectáreas, seguido por Ecuador con 280 mil y Honduras con 250 mil.
Debido a su versatilidad y su uso tan diversificado, su expansión está creciendo con mucha velocidad y se estima que la producción se triplicará de aquí a tres años, generando daños irreversibles al medio ambiente.
Según el EJAtlas, en la actualidad existen 72 casos mundiales registrados de conflictos relacionados con la producción de palma. Un ejemplo es el “ecocidio” en el río la Pasión en Guatemala, donde se produjo la muerte generalizada de más de 1.000 peces tras la instalación de una empresa procesadora del aceite de palma en las cercanías del rio afectando a más de 11.000 personas.
Según el Laboratorio de Toxicología de la Universidad de San Carlos (USAC), el motivo de esta muerte masiva de peces en más de 150 kilómetros del río, se debió al alto grado de contaminación causada por el malatión, un plaguicida utilizado para eliminar moscas en la fruta de la palma.
Referencia
Violence and visibility in oil palm and sugarcane conflicts: the case of Polochic Valley, Guatemala. The Journal of Peasant Studies, http://dx.doi.org/10.1080/03066150.2017.1293046
Violence and visibility in oil palm and sugarcane conflicts: the case of Polochic Valley, Guatemala. The Journal of Peasant Studies, http://dx.doi.org/10.1080/03066150.2017.1293046