Las cosquillas son un recurso de la naturaleza que permite estrechar vínculos con otras personas.
La ciencia que rodea a estas reacciones, que activan la corteza somatosensorial y relajan y fortalecen los músculos, es bastante compleja.
Sin embargo, siempre ha sido un enigma comprender por qué no podemos hacernos cosquillas a nosotros mismos, sino solo a los demás.
Cuando intentamos hacernos cosquillas, sencillamente la programación neurológica no funciona. Ahora acabamos de descubrir por qué.
El origen es importante
La explicación está relacionada con otro fenómeno generalizado según el cual los humanos, así como otros animales, responden de manera diferente al tacto o al oído.
La diferencia se establece dependiendo del origen del estímulo sensorial: si procede de otra persona, reaccionamos de una manera, pero si procede de nosotros mismos, respondemos de otra forma.
Un ejemplo de esta constatación es el aplauso: si una persona aplaude después de nosotros, siempre pensamos que aplaude mejor, aunque en realidad no sea así.
En 2003, un estudio descubrió que a los grillos les pasa lo mismo: perciben sus conocidos “cantos” un nivel mucho más bajo que los cantos emitidos por otros grillos.
Se trata de una habilidad natural que se ha desarrollado a nivel evolutivo, explica Konstantina Kilteni, del Instituto Karolinska en Estocolmo, Suecia, que investiga estos procesos.
Saber si una sensación táctil proviene de nosotros mismos o de algún objeto extraño determina nuestra reacción al estímulo.
Por ello, nuestro tacto nos deja indiferentes, pero se nos eriza la piel si un mosquito se nos posa en un brazo.
Confirmación experimental
La nueva investigación ha confirmado experimentalmente lo que ya sabíamos, al mismo tiempo que ha averiguado el proceso cerebral asociado.
Realizó un experimento con 30 voluntarios sometidos a diferentes pruebas sensoriales mientras escaneaban sus cerebros con un dispositivo de resonancia magnética.
Y descubrió que el cerebelo, encargado de la coordinación muscular y otros movimientos no controlados por la voluntad, es la clave de esta misteriosa relación con nuestros propios estímulos sensoriales.
Cuando intentamos hacernos cosquillas, el encargado de la percepción de calidad (el cerebelo) interviene y reduce la percepción de las señales provocadas por nuestros dedos.
Sin embargo, cuando otra persona nos hace cosquillas, el cerebelo intensifica las conexiones con la corteza somatosensorial y no podemos parar de reír.
Cosa del cerebro
Según los investigadores, el efecto de las cosquillas autoinducidas se reduce por una sencilla razón: las ha planificado el cerebro.
Quiere decir que el efecto sorpresa, que siempre acompaña a las cosquillas (no sabemos por dónde van a producirse, ni cuándo, ni su intensidad), no existe cuando es cosa solo nuestra.
Por lo tanto, no tiene sentido experimentar la misma reacción que si las cosquillas nos las aplica otra persona. Como el estímulo ha sido planeado por cerebro, no es posible la sorpresa asociada a la risa subsiguiente.
La ciencia que rodea a estas reacciones, que activan la corteza somatosensorial y relajan y fortalecen los músculos, es bastante compleja.
Sin embargo, siempre ha sido un enigma comprender por qué no podemos hacernos cosquillas a nosotros mismos, sino solo a los demás.
Cuando intentamos hacernos cosquillas, sencillamente la programación neurológica no funciona. Ahora acabamos de descubrir por qué.
El origen es importante
La explicación está relacionada con otro fenómeno generalizado según el cual los humanos, así como otros animales, responden de manera diferente al tacto o al oído.
La diferencia se establece dependiendo del origen del estímulo sensorial: si procede de otra persona, reaccionamos de una manera, pero si procede de nosotros mismos, respondemos de otra forma.
Un ejemplo de esta constatación es el aplauso: si una persona aplaude después de nosotros, siempre pensamos que aplaude mejor, aunque en realidad no sea así.
En 2003, un estudio descubrió que a los grillos les pasa lo mismo: perciben sus conocidos “cantos” un nivel mucho más bajo que los cantos emitidos por otros grillos.
Se trata de una habilidad natural que se ha desarrollado a nivel evolutivo, explica Konstantina Kilteni, del Instituto Karolinska en Estocolmo, Suecia, que investiga estos procesos.
Saber si una sensación táctil proviene de nosotros mismos o de algún objeto extraño determina nuestra reacción al estímulo.
Por ello, nuestro tacto nos deja indiferentes, pero se nos eriza la piel si un mosquito se nos posa en un brazo.
Confirmación experimental
La nueva investigación ha confirmado experimentalmente lo que ya sabíamos, al mismo tiempo que ha averiguado el proceso cerebral asociado.
Realizó un experimento con 30 voluntarios sometidos a diferentes pruebas sensoriales mientras escaneaban sus cerebros con un dispositivo de resonancia magnética.
Y descubrió que el cerebelo, encargado de la coordinación muscular y otros movimientos no controlados por la voluntad, es la clave de esta misteriosa relación con nuestros propios estímulos sensoriales.
Cuando intentamos hacernos cosquillas, el encargado de la percepción de calidad (el cerebelo) interviene y reduce la percepción de las señales provocadas por nuestros dedos.
Sin embargo, cuando otra persona nos hace cosquillas, el cerebelo intensifica las conexiones con la corteza somatosensorial y no podemos parar de reír.
Cosa del cerebro
Según los investigadores, el efecto de las cosquillas autoinducidas se reduce por una sencilla razón: las ha planificado el cerebro.
Quiere decir que el efecto sorpresa, que siempre acompaña a las cosquillas (no sabemos por dónde van a producirse, ni cuándo, ni su intensidad), no existe cuando es cosa solo nuestra.
Por lo tanto, no tiene sentido experimentar la misma reacción que si las cosquillas nos las aplica otra persona. Como el estímulo ha sido planeado por cerebro, no es posible la sorpresa asociada a la risa subsiguiente.
Posible aplicación al autismo
La clave está en que, como el cerebro sabe que va a llegar el estímulo con todos sus parámetros, reduce el impacto de los dedos sobre las zonas sencillas y no experimentamos cosquillas.
Esta investigación no es algo baladí. No solo nos permite comprender mejor cómo el cerebro humano predice los estímulos sensoriales que generan nuestras acciones y cómo esto afecta nuestra percepción.
También puede ayudar a personas con el trastorno del espectro autista, según los investigadores.
Las personas que tienen una lesión en el cerebelo poco después del nacimiento tienen una probabilidad 36 veces mayor de desarrollar autismo más adelante en la vida.
Aunque no entendemos todavía por qué, los investigadores consideran que esta investigación tal vez pueda aclararlo y proporcionarles algún tratamiento en el futuro.
La clave está en que, como el cerebro sabe que va a llegar el estímulo con todos sus parámetros, reduce el impacto de los dedos sobre las zonas sencillas y no experimentamos cosquillas.
Esta investigación no es algo baladí. No solo nos permite comprender mejor cómo el cerebro humano predice los estímulos sensoriales que generan nuestras acciones y cómo esto afecta nuestra percepción.
También puede ayudar a personas con el trastorno del espectro autista, según los investigadores.
Las personas que tienen una lesión en el cerebelo poco después del nacimiento tienen una probabilidad 36 veces mayor de desarrollar autismo más adelante en la vida.
Aunque no entendemos todavía por qué, los investigadores consideran que esta investigación tal vez pueda aclararlo y proporcionarles algún tratamiento en el futuro.
Referencia
Functional Connectivity between the Cerebellum and Somatosensory Areas Implements the Attenuation of Self-Generated Touch. Konstantina Kilteni and H. Henrik Ehrsson. Journal of Neuroscience, 22 January 2020, 40 (4) 894-906. DOI:https://doi.org/10.1523/JNEUROSCI.1732-19.2019
Functional Connectivity between the Cerebellum and Somatosensory Areas Implements the Attenuation of Self-Generated Touch. Konstantina Kilteni and H. Henrik Ehrsson. Journal of Neuroscience, 22 January 2020, 40 (4) 894-906. DOI:https://doi.org/10.1523/JNEUROSCI.1732-19.2019