En 1969, J. Richard Gott III, un graduado en matemáticas por la Universidad de Harvard, se encontraba paseando por Berlín Occidental. Llegó hasta el Muro que separaba a las 2 Alemanias. Se detuvo a contemplarlo. Y se le ocurrió una pregunta: ¿Cuánto tiempo tardaría en caer el Muro?
Gott, que había pasado su vida metido en su mundo matemático, no sabía mucho sobre “futurología” del Telón de Acero. Así que decidió emplear inferencia estadística para estimar el tiempo de vida que le quedaba al Muro de Berlín.
Para ello Gott se inspiró en el principio Copernicano. Durante mucho tiempo los humanos pensamos que la Tierra era un lugar privilegiado: el centro del Universo alrededor del cual daban vuelta todos los demás objetos del firmamento.
Copérnico demostró que la Tierra era un objeto más, para nada privilegiado, que también daba vueltas alrededor de su estrella (el Sol). A ese respecto, la Tierra era un lugar tan vulgar como cualquier otro.
Preguntando a la gente, Gott averiguó que, por aquel entonces, el Muro tenía 8 años de antigüedad. Aplicando el principio Copernicano, Gott pensó que estaba contemplando el Muro de Berlín en un momento más de su historia. Un momento corriente de la vida del muro.
Gott, que había pasado su vida metido en su mundo matemático, no sabía mucho sobre “futurología” del Telón de Acero. Así que decidió emplear inferencia estadística para estimar el tiempo de vida que le quedaba al Muro de Berlín.
Para ello Gott se inspiró en el principio Copernicano. Durante mucho tiempo los humanos pensamos que la Tierra era un lugar privilegiado: el centro del Universo alrededor del cual daban vuelta todos los demás objetos del firmamento.
Copérnico demostró que la Tierra era un objeto más, para nada privilegiado, que también daba vueltas alrededor de su estrella (el Sol). A ese respecto, la Tierra era un lugar tan vulgar como cualquier otro.
Preguntando a la gente, Gott averiguó que, por aquel entonces, el Muro tenía 8 años de antigüedad. Aplicando el principio Copernicano, Gott pensó que estaba contemplando el Muro de Berlín en un momento más de su historia. Un momento corriente de la vida del muro.
Argumento delta t
Entonces, empleó un razonamiento que llamó argumento delta t: se basó en la distribución de probabilidad de la relación entre el tiempo que ya tenía el Muro (tiempo anterior) y el tiempo de su duración total.
Así Gott calculó que lo más probable era que para el año 1993 el Muro de Berlín ya no se sostuviese en pie. El Muro cayó en 1989.
Gott también aplicó su argumento delta t a otras cosas: por ejemplo, predijo, para la revista The New Yorker, el tiempo que permanecerían en cartel las obras de teatro que se estaban representando en Brodway en aquel momento.
Efectuó sus estimaciones con un nivel de seguridad del 95%. Acertó en el 95% de sus previsiones.
Entonces Gott dio un paso más. Empleó el argumento delta t para su predicción más importante: en un trabajo publicado en la revista Nature en 1993 estimó que lo más probable era que los humanos desapareciésemos del mapa antes de que pasaran otros 5100 años.
Era una predicción sorprendente: hasta el momento actual, los seres humanos como nosotros llevamos más de 250.000 años sobre la Tierra.
Pero antes de Gott ya habían existido otras predicciones científicas que hacían pensar que a la humanidad no le quedaba mucho tiempo.
Entonces, empleó un razonamiento que llamó argumento delta t: se basó en la distribución de probabilidad de la relación entre el tiempo que ya tenía el Muro (tiempo anterior) y el tiempo de su duración total.
Así Gott calculó que lo más probable era que para el año 1993 el Muro de Berlín ya no se sostuviese en pie. El Muro cayó en 1989.
Gott también aplicó su argumento delta t a otras cosas: por ejemplo, predijo, para la revista The New Yorker, el tiempo que permanecerían en cartel las obras de teatro que se estaban representando en Brodway en aquel momento.
Efectuó sus estimaciones con un nivel de seguridad del 95%. Acertó en el 95% de sus previsiones.
Entonces Gott dio un paso más. Empleó el argumento delta t para su predicción más importante: en un trabajo publicado en la revista Nature en 1993 estimó que lo más probable era que los humanos desapareciésemos del mapa antes de que pasaran otros 5100 años.
Era una predicción sorprendente: hasta el momento actual, los seres humanos como nosotros llevamos más de 250.000 años sobre la Tierra.
Pero antes de Gott ya habían existido otras predicciones científicas que hacían pensar que a la humanidad no le quedaba mucho tiempo.
La paradoja de Fermi
En 1950 el premio Nobel Enrico Fermi (quien en 1942 había diseñado y construido Chicago Pile-1, el primer reactor nuclear hecho por el hombre) propuso su célebre paradoja: en el universo conocido hay unas 70.000.000.000.000.000.000.000 estrellas.
Según el principio copernicano, la Tierra no debe ser demasiado rara. Si alrededor de una estrella como el Sol hay una civilización tecnológica como la nuestra, en los setenta mil millones de trillones de estrellas de nuestro universo podrían existir millones de civilizaciones tecnológicas.
En algún momento de su desarrollo, una civilización tecnológica -por ejemplo, la nuestra-, emitirá mucha radiación en forma de ondas de radio, debido a la infinidad de radiotransmisiones que genera.
Si otra civilización observase nuestro sistema solar con un radiotelescopio, detectaría esa anómala cantidad de ondas de radio. Y deduciría que nuestro planeta alberga una civilización tecnológica.
La humanidad construyó su primer radiotelescopio en 1932. Y a partir de 1970 la NASA comenzó con el programa SETI (Search for Extra Terrestrial Intelligence) para buscar civilizaciones tecnológicas en nuestra galaxia.
Años después la Universidad de Berkeley implementó el SETI, consiguiendo que millones de personas de todo el mundo ayudasen en la búsqueda utilizando sus computadoras personales conectadas por Internet para procesar la información capturada por el gran radiotelescopio de Arecibo
Así que llevamos ya casi 90 años observando el Universo con radiotelescopios. Pero nunca hemos detectado una civilización tecnológica que emitiera ondas de radio. Eso es la Paradoja de Fermi.
El propio Enrico Fermi propuso una explicación: las civilizaciones tecnológicas suelen perecer en poco tiempo, debido a una guerra nuclear o al deterioro medioambiental.
Para muchos científicos una civilización adquiere el estatus de “civilización tecnológica” cuando construye su primer radiotelescopio.
A partir de ese momento, según Fermi, a esa civilización tecnológica le falta muy poco para desarrollar armas nucleares capaces de destruir su propio mundo. De hecho, los seres humanos desarrollaron la bomba atómica apenas 13 años más tarde que los radiotelescopios.
En 1950 el premio Nobel Enrico Fermi (quien en 1942 había diseñado y construido Chicago Pile-1, el primer reactor nuclear hecho por el hombre) propuso su célebre paradoja: en el universo conocido hay unas 70.000.000.000.000.000.000.000 estrellas.
Según el principio copernicano, la Tierra no debe ser demasiado rara. Si alrededor de una estrella como el Sol hay una civilización tecnológica como la nuestra, en los setenta mil millones de trillones de estrellas de nuestro universo podrían existir millones de civilizaciones tecnológicas.
En algún momento de su desarrollo, una civilización tecnológica -por ejemplo, la nuestra-, emitirá mucha radiación en forma de ondas de radio, debido a la infinidad de radiotransmisiones que genera.
Si otra civilización observase nuestro sistema solar con un radiotelescopio, detectaría esa anómala cantidad de ondas de radio. Y deduciría que nuestro planeta alberga una civilización tecnológica.
La humanidad construyó su primer radiotelescopio en 1932. Y a partir de 1970 la NASA comenzó con el programa SETI (Search for Extra Terrestrial Intelligence) para buscar civilizaciones tecnológicas en nuestra galaxia.
Años después la Universidad de Berkeley implementó el SETI, consiguiendo que millones de personas de todo el mundo ayudasen en la búsqueda utilizando sus computadoras personales conectadas por Internet para procesar la información capturada por el gran radiotelescopio de Arecibo
Así que llevamos ya casi 90 años observando el Universo con radiotelescopios. Pero nunca hemos detectado una civilización tecnológica que emitiera ondas de radio. Eso es la Paradoja de Fermi.
El propio Enrico Fermi propuso una explicación: las civilizaciones tecnológicas suelen perecer en poco tiempo, debido a una guerra nuclear o al deterioro medioambiental.
Para muchos científicos una civilización adquiere el estatus de “civilización tecnológica” cuando construye su primer radiotelescopio.
A partir de ese momento, según Fermi, a esa civilización tecnológica le falta muy poco para desarrollar armas nucleares capaces de destruir su propio mundo. De hecho, los seres humanos desarrollaron la bomba atómica apenas 13 años más tarde que los radiotelescopios.
La ecuación de Drake
11 años después de la paradoja de Fermi, el astrónomo Frank Drake desarrolló una ecuación destinada a calcular el número de civilizaciones tecnológicas que podría existir en nuestra propia galaxia (la Vía Láctea). La Vía Láctea tiene 250.000.000.000 estrellas, muchas de las cuales están a solo unos pocos años-luz de nosotros.
Basándose en la tasa de formación de estrellas en la Vía Láctea, en la fracción de esas estrellas que tuviesen planetas en su órbita, en la zona de habitabilidad, en los que se hubiese desarrollado la vida, que hubiese dado lugar a seres inteligentes, que llegasen a desarrollar una civilización tecnológica capaz de comunicarse con otras civilizaciones, y asumiendo que una civilización así duraría muchos miles de años, Frank Drake estimó que desde el inicio del programa SETI hubo tiempo de sobra para que hubiésemos recibido radiotransmisiones desde alguna otra civilización tecnológica.
En principio Drake sugirió que podría haber alrededor de 10 posibles civilizaciones detectables. Pero no hemos detectado ninguna.
La explicación a esto está en el parámetro L, el último término de la ecuación de Drake: L es lapso de tiempo en el que una civilización tecnológica capaz de comunicarse con otra es capaz de sobrevivir.
L debe ser muy pequeño para que no hubiésemos conseguido comunicar.
Si L es lo suficientemente pequeño (de solo centenares de años), la probabilidad de que dos civilizaciones tecnológicas se desarrollen al mismo tiempo en nuestra Galaxia es extremadamente baja.
Es probable que las civilizaciones tecnológicas se extingan rápido. ¿Qué tan rápido?
11 años después de la paradoja de Fermi, el astrónomo Frank Drake desarrolló una ecuación destinada a calcular el número de civilizaciones tecnológicas que podría existir en nuestra propia galaxia (la Vía Láctea). La Vía Láctea tiene 250.000.000.000 estrellas, muchas de las cuales están a solo unos pocos años-luz de nosotros.
Basándose en la tasa de formación de estrellas en la Vía Láctea, en la fracción de esas estrellas que tuviesen planetas en su órbita, en la zona de habitabilidad, en los que se hubiese desarrollado la vida, que hubiese dado lugar a seres inteligentes, que llegasen a desarrollar una civilización tecnológica capaz de comunicarse con otras civilizaciones, y asumiendo que una civilización así duraría muchos miles de años, Frank Drake estimó que desde el inicio del programa SETI hubo tiempo de sobra para que hubiésemos recibido radiotransmisiones desde alguna otra civilización tecnológica.
En principio Drake sugirió que podría haber alrededor de 10 posibles civilizaciones detectables. Pero no hemos detectado ninguna.
La explicación a esto está en el parámetro L, el último término de la ecuación de Drake: L es lapso de tiempo en el que una civilización tecnológica capaz de comunicarse con otra es capaz de sobrevivir.
L debe ser muy pequeño para que no hubiésemos conseguido comunicar.
Si L es lo suficientemente pequeño (de solo centenares de años), la probabilidad de que dos civilizaciones tecnológicas se desarrollen al mismo tiempo en nuestra Galaxia es extremadamente baja.
Es probable que las civilizaciones tecnológicas se extingan rápido. ¿Qué tan rápido?
Argumento del juicio final: la catástrofe de Carter
En 1983, Brandon Carter, un físico teórico del Laboratoire Univers et Théories del CNRS, propuso su Argumento del Juicio Final. Empleando el principio Copernicano (al igual que Gott), Carter empleó un razonamiento matemático para calcular cuántos seres humanos más nacerán antes de que se extinga nuestra especie.
Estimó que, con una probabilidad del 95%, el número total de seres humanos que van a existir en el futuro va a ser menor de 20 veces que el número total de seres humanos que ya han existido.
En función del tipo de asunciones que se hagan (por ejemplo, a qué nivel se estabilizará la población mundial), se obtienen estimaciones ligeramente diferentes.
El cálculo original de Brandon Carter fue que la humanidad desaparecerá dentro de poco más de 4500 años (con un nivel de confianza del 90%). Que nos quede tan poco es lo que se denomina la Catástrofe de Carter.
Es cierto que han existido cientos de agoreros que predijeron el fin del mundo en fechas concretas: por ejemplo, el Papa Clemente profetizó el fin del mundo para el año 90; San Hilario de Poitiers en el 365; San Martín de Tours en el 400; San Ireneo en el 500; el Beato de Liébana en 793 (incluso predijo el día exacto: el 6 de abril); San Gregorio en el 806; miles de clérigos cristianos lo profetizaron para el 1 de enero del año 1000…
Y así podemos seguir encontrando centenares de fechas para el fin del mundo inspiradas en supuestas revelaciones religiosas (recientemente, el profeta católico Joseph Kibweteere, advirtió que el fin del mundo llegaría el 17 de marzo del año 2000).
Tampoco han faltado iluminados de todo tipo que hicieron sus predicciones en función de todo tipo de supersticiones, desde la alineación de planetas, hasta la numerología o los calendarios de antiguas civilizaciones como la Maya o la Vikinga.
Pero en la actualidad, más de 1.000 trabajos realizados por diversos equipos científicos han desarrollado diferentes aspectos de la paradoja de Fermi, la ecuación de Drake, el argumento delta t de Gott o la catástrofe de Carter.
Según estos estudios, no hay lugar para el optimismo: una serie de astrónomos han estimado que una civilización inteligente como la nuestra tardaría 650.000 años en colonizar su galaxia, la única vía de escape, tal vez, en caso de colapso planetario.
Lo más probable, sin embargo, es que no dispongamos de ese tiempo: aunque el Homo erectus, el ancestro del que nos especiamos, tardó más de 1.800.000 años en extinguirse, sin embargo no desarrolló una civilización tecnológica. La tecnología es la variable que cuenta para acortar la duración en el tiempo de una especie inteligente.
Complementariamente a estos trabajos, más de 100.000 artículos científicos publicados sobre ecología, conservación, climatología, oceanografía, contaminación, cambio global, etc. indican también que la situación parece darle la razón a Fermi: una civilización tecnológica como la nuestra desaparecerá en poco tiempo.
En 1983, Brandon Carter, un físico teórico del Laboratoire Univers et Théories del CNRS, propuso su Argumento del Juicio Final. Empleando el principio Copernicano (al igual que Gott), Carter empleó un razonamiento matemático para calcular cuántos seres humanos más nacerán antes de que se extinga nuestra especie.
Estimó que, con una probabilidad del 95%, el número total de seres humanos que van a existir en el futuro va a ser menor de 20 veces que el número total de seres humanos que ya han existido.
En función del tipo de asunciones que se hagan (por ejemplo, a qué nivel se estabilizará la población mundial), se obtienen estimaciones ligeramente diferentes.
El cálculo original de Brandon Carter fue que la humanidad desaparecerá dentro de poco más de 4500 años (con un nivel de confianza del 90%). Que nos quede tan poco es lo que se denomina la Catástrofe de Carter.
Es cierto que han existido cientos de agoreros que predijeron el fin del mundo en fechas concretas: por ejemplo, el Papa Clemente profetizó el fin del mundo para el año 90; San Hilario de Poitiers en el 365; San Martín de Tours en el 400; San Ireneo en el 500; el Beato de Liébana en 793 (incluso predijo el día exacto: el 6 de abril); San Gregorio en el 806; miles de clérigos cristianos lo profetizaron para el 1 de enero del año 1000…
Y así podemos seguir encontrando centenares de fechas para el fin del mundo inspiradas en supuestas revelaciones religiosas (recientemente, el profeta católico Joseph Kibweteere, advirtió que el fin del mundo llegaría el 17 de marzo del año 2000).
Tampoco han faltado iluminados de todo tipo que hicieron sus predicciones en función de todo tipo de supersticiones, desde la alineación de planetas, hasta la numerología o los calendarios de antiguas civilizaciones como la Maya o la Vikinga.
Pero en la actualidad, más de 1.000 trabajos realizados por diversos equipos científicos han desarrollado diferentes aspectos de la paradoja de Fermi, la ecuación de Drake, el argumento delta t de Gott o la catástrofe de Carter.
Según estos estudios, no hay lugar para el optimismo: una serie de astrónomos han estimado que una civilización inteligente como la nuestra tardaría 650.000 años en colonizar su galaxia, la única vía de escape, tal vez, en caso de colapso planetario.
Lo más probable, sin embargo, es que no dispongamos de ese tiempo: aunque el Homo erectus, el ancestro del que nos especiamos, tardó más de 1.800.000 años en extinguirse, sin embargo no desarrolló una civilización tecnológica. La tecnología es la variable que cuenta para acortar la duración en el tiempo de una especie inteligente.
Complementariamente a estos trabajos, más de 100.000 artículos científicos publicados sobre ecología, conservación, climatología, oceanografía, contaminación, cambio global, etc. indican también que la situación parece darle la razón a Fermi: una civilización tecnológica como la nuestra desaparecerá en poco tiempo.
Camino de la destrucción
En la actualidad, somos muchos, nos hemos dispersado por toda la Tierra y manejamos más energía y tecnología de lo que lo hizo jamás cualquier otra de los más de 1.000 millones de especies que se estima existieron alguna vez sobre la Tierra. Tenemos un enorme poder.
Y, tal como predecían las ecuaciones sobre el futuro humano, lo estamos empleando para andar por un camino que nos conduce a la destrucción.
Como consecuencia de nuestras acciones, las tasas actuales de extinción de especies son las mayores que han existido jamás en la historia de la Tierra. Y el cambio global que estamos produciendo en nuestro planeta es más rápido de lo que nunca se ha visto. Se nos plantean desafíos tan ingentes que podrían costarnos, a corto plazo, nuestra supervivencia como especie.
Tanto es así que los científicos consideran que acabamos de entrar en una nueva era geológica: el Antropoceno, la era en la que ser humano ha alcanzado el poder de destruirse a sí mismo y de desatar una extinción capaz de llevarse por delante a la mayor parte de vida sobre la Tierra.
Ninguno de estos nuevos factores figuró en el argumento delta t, la paradoja de Fermi, la ecuación de Drake o la catástrofe de Carter.
La dimensión del impacto humano sobre la naturaleza ha sido un episodio inesperado en la historia natural de la especie que arroja mayor incertidumbre sobre su futuro y acorta los tiempos establecidos en las ecuaciones anteriores.
A medida que se han ido perfeccionando los modelos matemáticos, los perfiles del eventual futuro humano se han precisado mejor y puesto de manifiesto que lo que se avecina es mucho peor de lo que solemos pensar.
En la actualidad, somos muchos, nos hemos dispersado por toda la Tierra y manejamos más energía y tecnología de lo que lo hizo jamás cualquier otra de los más de 1.000 millones de especies que se estima existieron alguna vez sobre la Tierra. Tenemos un enorme poder.
Y, tal como predecían las ecuaciones sobre el futuro humano, lo estamos empleando para andar por un camino que nos conduce a la destrucción.
Como consecuencia de nuestras acciones, las tasas actuales de extinción de especies son las mayores que han existido jamás en la historia de la Tierra. Y el cambio global que estamos produciendo en nuestro planeta es más rápido de lo que nunca se ha visto. Se nos plantean desafíos tan ingentes que podrían costarnos, a corto plazo, nuestra supervivencia como especie.
Tanto es así que los científicos consideran que acabamos de entrar en una nueva era geológica: el Antropoceno, la era en la que ser humano ha alcanzado el poder de destruirse a sí mismo y de desatar una extinción capaz de llevarse por delante a la mayor parte de vida sobre la Tierra.
Ninguno de estos nuevos factores figuró en el argumento delta t, la paradoja de Fermi, la ecuación de Drake o la catástrofe de Carter.
La dimensión del impacto humano sobre la naturaleza ha sido un episodio inesperado en la historia natural de la especie que arroja mayor incertidumbre sobre su futuro y acorta los tiempos establecidos en las ecuaciones anteriores.
A medida que se han ido perfeccionando los modelos matemáticos, los perfiles del eventual futuro humano se han precisado mejor y puesto de manifiesto que lo que se avecina es mucho peor de lo que solemos pensar.
(*) Eduardo Costas y Victoria López Rodas son Catedráticos de Genética en la Universidad Complutense de Madrid, donde llevan casi 30 años investigando juntos en genética evolutiva y biotecnología. Miembros del Consejo Editorial de Tendencias21, dirigen asimismo el Comité Científico del Club Nuevo Mundo .
Referencias
Carter Brandon. The anthropic principle and its implications for biological evolution. Philosophical Transactions of the Royal Society of London. A310 (1512): 347–363. (1983). DOI: https://doi.org/10.1098/rsta.1983.0096
Gott, Richard, J III. Implications of the Copernican principle for our future prospects. Nature 363, 315 /1993. DOI:https://doi.org/10.1038/363315a0
Carter Brandon. The anthropic principle and its implications for biological evolution. Philosophical Transactions of the Royal Society of London. A310 (1512): 347–363. (1983). DOI: https://doi.org/10.1098/rsta.1983.0096
Gott, Richard, J III. Implications of the Copernican principle for our future prospects. Nature 363, 315 /1993. DOI:https://doi.org/10.1038/363315a0
¿Tenemos futuro?
Ante la gravedad que adquiere la crisis global, Tendencias21 ha convenido con un colectivo de científicos la publicación de una serie de artículos que expliquen con rigor y sencillez los diferentes elementos de la situación planetaria actual, con la finalidad de que la sociedad comprenda con claridad los peligros que nos acechan y reaccione en consecuencia. Esta serie de artículos se engloban en un canal llamado ¿Tenemos futuro? y sirve así a la comunidad científica en su compromiso de contar la verdad y de llamar a la responsabilidad de la población ante lo que está pasando. Algunos de los firmantes de estos artículos han suscrito los sucesivos llamamientos de grupos internacionales de científicos sobre la crisis climática y sus derivadas, que amenazan a la supervivencia de nuestra especie.