Nuestro cerebro asigna significados adicionales a las frases y gestos de la persona con la que hablamos para que la entendamos correctamente, según han determinado dos estudios, uno en lingüística y otro en psicología experimental, publicados, respectivamente, en Natural Language & Linguistic Theory y en Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS).
"Estos resultados sugieren que las palabras codifican muchos menos significados de lo que se pensaba originalmente", explica Philippe Schlenker, investigador principal del Instituto Jean-Nicod en el Centro Nacional de Investigación Científica (CNRS) de Francia y profesor en la Universidad de Nueva York, autor del primer estudio y coautor del segundo, en un comunicado.
“Más bien, nuestro cerebro tiene un motor de significados que puede aplicarse tanto al material lingüístico como al no lingüístico”, añade Jean-Nicod. "Tomados en conjunto, estos hallazgos proporcionan nuevos conocimientos sobre los orígenes cognitivos del significado lingüístico".
Inferencias para comprender
La lingüística contemporánea ha establecido que el lenguaje transmite información a través de una tipología de inferencias altamente articulada. Es decir, el lenguaje se basa en derivar conclusiones a partir de premisas.
Por ejemplo, si afirmo “tengo un perro”, asumimos que tengo un perro, pero también sugiero (o "implica") que no tengo más de uno, ya que si tuviera más de uno, habría dicho “tengo dos” o más perros. El oyente, sobre la primera premisa, deduce que solo tengo un perro.
De la misma forma, cuando negamos algo, existe también un proceso de inferencia a partir de premisas. Si digo “no tengo perro”, el lenguaje revela que no tengo perro, pero no excluye que pueda llegar a tenerlo en el futuro.
Hay más tipos de inferencias lingüísticas basadas en otras propiedades: por ejemplo, si afirmo “yo no maltrato a mi perro”, transmito que tengo un perro, pero el oyente debe deducirlo. No es una afirmación cerrada. Es además una afirmación negativa, pero implica una suposición positiva: tengo un perro. Las inferencias, por tanto, nos permiten percibir la realidad con todos sus matices, tanto implícitos como explícitos.
"Estos resultados sugieren que las palabras codifican muchos menos significados de lo que se pensaba originalmente", explica Philippe Schlenker, investigador principal del Instituto Jean-Nicod en el Centro Nacional de Investigación Científica (CNRS) de Francia y profesor en la Universidad de Nueva York, autor del primer estudio y coautor del segundo, en un comunicado.
“Más bien, nuestro cerebro tiene un motor de significados que puede aplicarse tanto al material lingüístico como al no lingüístico”, añade Jean-Nicod. "Tomados en conjunto, estos hallazgos proporcionan nuevos conocimientos sobre los orígenes cognitivos del significado lingüístico".
Inferencias para comprender
La lingüística contemporánea ha establecido que el lenguaje transmite información a través de una tipología de inferencias altamente articulada. Es decir, el lenguaje se basa en derivar conclusiones a partir de premisas.
Por ejemplo, si afirmo “tengo un perro”, asumimos que tengo un perro, pero también sugiero (o "implica") que no tengo más de uno, ya que si tuviera más de uno, habría dicho “tengo dos” o más perros. El oyente, sobre la primera premisa, deduce que solo tengo un perro.
De la misma forma, cuando negamos algo, existe también un proceso de inferencia a partir de premisas. Si digo “no tengo perro”, el lenguaje revela que no tengo perro, pero no excluye que pueda llegar a tenerlo en el futuro.
Hay más tipos de inferencias lingüísticas basadas en otras propiedades: por ejemplo, si afirmo “yo no maltrato a mi perro”, transmito que tengo un perro, pero el oyente debe deducirlo. No es una afirmación cerrada. Es además una afirmación negativa, pero implica una suposición positiva: tengo un perro. Las inferencias, por tanto, nos permiten percibir la realidad con todos sus matices, tanto implícitos como explícitos.
Lenguaje y cerebro
La cuestión que se han planteado los lingüistas es si estas inferencias que usamos cotidianamente proceden de significados implícitos, contenidos en las palabras que tenemos guardadas en la memoria, o si son el resultado de procesos cognitivos adicionales.
Lo que vienen a revelar los dos estudios señalados es que casi todas las inferencias que hacemos del lenguaje proceden de procesos cognitivos adicionales, no solo lingüísticos. Es decir, que el cerebro hace una aportación extra, una especie de función de autocompletado, para que los significados del lenguaje sean interpretados correctamente.
Esta conclusión se basa en un tipo de oración poco estudiada que implica gestos, además de palabras. La oración es la siguiente: “Deberías desenroscar la bombilla”. Cuando usamos esta frase no sólo estamos evocando una acción, sino también un gesto (desenroscar). En este caso, el gesto lo infiere el cerebro por su contenido visual.
Según los investigadores, esta frase implica que entendemos que la bombilla está enroscada en un portalámparas o casquillo. Interpretamos además varias cosas: que puede estar en el techo, que tenemos una bombilla y por último descarta que no tengamos bombilla alguna.
Analizando todas estas implicaciones, los lingüistas concluyen que casi todos los tipos posibles de inferencias lingüísticas, que son ocho en total, se deben a procesos cognitivos no implícitos en la naturaleza del lenguaje.
Es decir, no podríamos comprender el lenguaje sólo con su significado. Es preciso el concurso adicional del cerebro, el llamado motor de significados, para comunicarnos con los demás.
El segundo estudio confirma
El segundo estudio (PNAS) ha investigado cuatro de estos tipos de inferencias con métodos experimentales y confirma los resultados del primer estudio, de naturaleza puramente lingüística.
Incluso va más allá en sus conclusiones, basadas en experimentos con 100 personas: el cerebro consigue que un estímulo visual desconocido (un gesto determinado) pueda ser reproducido por el lenguaje. Además, este material no lingüístico (el gesto) se estructura en el cerebro mediante los mismos procesos del lenguaje.
En resumen, el concurso del cerebro es necesario para que podamos entender correctamente lo que nos comunica otra persona: completa lo que le falta al lenguaje para que lo interpretemos en el sentido pretendido por el interlocutor.
Además, el cerebro aporta también algo a los gestos que usamos como forma de comunicación (lenguaje visual): ayuda a entender su significado con la información asociada que recuerda, siguiendo un proceso similar al que usa el lenguaje.
Aliado cerebral
Tal como explicamos en otro artículo, una función parecida de autocompletado ya la realiza el cerebro para fabricar la imagen del mundo que percibimos, así como para perfeccionar recuerdos: añade sensaciones imaginarias para dar más realismo a la experiencia.
Ahora sabemos que no sólo procesa el lenguaje, sino que también le añade contenidos adicionales para que lo entendamos mejor.
Se confirma por tanto no sólo que las palabras no transmiten todo lo que significan, sino también que el cerebro hace más funciones de lo que hasta ahora pensábamos, sin informarnos de ello.
Es un aliado inesperado y discreto que nos permite percibir el mundo, recordarlo y comunicarnos con los demás, más allá de lo que nos aportan los sentidos.
La cuestión que se han planteado los lingüistas es si estas inferencias que usamos cotidianamente proceden de significados implícitos, contenidos en las palabras que tenemos guardadas en la memoria, o si son el resultado de procesos cognitivos adicionales.
Lo que vienen a revelar los dos estudios señalados es que casi todas las inferencias que hacemos del lenguaje proceden de procesos cognitivos adicionales, no solo lingüísticos. Es decir, que el cerebro hace una aportación extra, una especie de función de autocompletado, para que los significados del lenguaje sean interpretados correctamente.
Esta conclusión se basa en un tipo de oración poco estudiada que implica gestos, además de palabras. La oración es la siguiente: “Deberías desenroscar la bombilla”. Cuando usamos esta frase no sólo estamos evocando una acción, sino también un gesto (desenroscar). En este caso, el gesto lo infiere el cerebro por su contenido visual.
Según los investigadores, esta frase implica que entendemos que la bombilla está enroscada en un portalámparas o casquillo. Interpretamos además varias cosas: que puede estar en el techo, que tenemos una bombilla y por último descarta que no tengamos bombilla alguna.
Analizando todas estas implicaciones, los lingüistas concluyen que casi todos los tipos posibles de inferencias lingüísticas, que son ocho en total, se deben a procesos cognitivos no implícitos en la naturaleza del lenguaje.
Es decir, no podríamos comprender el lenguaje sólo con su significado. Es preciso el concurso adicional del cerebro, el llamado motor de significados, para comunicarnos con los demás.
El segundo estudio confirma
El segundo estudio (PNAS) ha investigado cuatro de estos tipos de inferencias con métodos experimentales y confirma los resultados del primer estudio, de naturaleza puramente lingüística.
Incluso va más allá en sus conclusiones, basadas en experimentos con 100 personas: el cerebro consigue que un estímulo visual desconocido (un gesto determinado) pueda ser reproducido por el lenguaje. Además, este material no lingüístico (el gesto) se estructura en el cerebro mediante los mismos procesos del lenguaje.
En resumen, el concurso del cerebro es necesario para que podamos entender correctamente lo que nos comunica otra persona: completa lo que le falta al lenguaje para que lo interpretemos en el sentido pretendido por el interlocutor.
Además, el cerebro aporta también algo a los gestos que usamos como forma de comunicación (lenguaje visual): ayuda a entender su significado con la información asociada que recuerda, siguiendo un proceso similar al que usa el lenguaje.
Aliado cerebral
Tal como explicamos en otro artículo, una función parecida de autocompletado ya la realiza el cerebro para fabricar la imagen del mundo que percibimos, así como para perfeccionar recuerdos: añade sensaciones imaginarias para dar más realismo a la experiencia.
Ahora sabemos que no sólo procesa el lenguaje, sino que también le añade contenidos adicionales para que lo entendamos mejor.
Se confirma por tanto no sólo que las palabras no transmiten todo lo que significan, sino también que el cerebro hace más funciones de lo que hasta ahora pensábamos, sin informarnos de ello.
Es un aliado inesperado y discreto que nos permite percibir el mundo, recordarlo y comunicarnos con los demás, más allá de lo que nos aportan los sentidos.
Referencias
Linguistic inferences without words. Lyn Tieu, Philippe Schlenker, Emmanuel Chemla. PNAS, April 24, 2019. DOI: https://doi.org/10.1073/pnas.1821018116
Gestural semantics. Replicating the typology of linguistic inferences with pro- and post-speech gestures. Philippe Schlenker. Nat Lang Linguist Theory (2018). DOI:https://doi.org/10.1007/s11049-018-9414-3
Linguistic inferences without words. Lyn Tieu, Philippe Schlenker, Emmanuel Chemla. PNAS, April 24, 2019. DOI: https://doi.org/10.1073/pnas.1821018116
Gestural semantics. Replicating the typology of linguistic inferences with pro- and post-speech gestures. Philippe Schlenker. Nat Lang Linguist Theory (2018). DOI:https://doi.org/10.1007/s11049-018-9414-3