Ante el aumento de enfermedades en especies marinas en los últimos años, un equipo de investigadores de la Universidad de Washington en Seattle (Estados Unidos) ha estudiado cómo han cambiado algunos parásitos con el tiempo, consultando registros antiguos y muestras de museos.
Este equipo, liderado por la profesora Chelsea Wood, descubrió que el número promedio de Anisakis por pez aumentó 90 veces en todo el mundo entre 1962 y 2015. Por su parte, la larva de Pseudoterranova lo hizo una vez y media entre 1978 y 2015.
Estos dos géneros de gusanos nematodos parásitos infectan a una variedad de criaturas marinas, incluidos peces, mariscos, ballenas y focas, lo que puede enfermar a los humanos si se consumen en pescados o calamares crudos o poco cocidos.
Brotes alarmantes de enfermedades, como la que causó la muerte masiva de estrellas marinas en el noreste del Pacífico desde 2013, han suscitado una preocupación por la salud pública. No estaba claro si este incremento en las enfermedades se debía a una aumento real en la cantidad de patógenos y parásitos, o si los científicos solo los detectaban con más frecuencia porque prestaban más atención.
Un método peculiar
Primero, Wood y su equipo revisaron artículos de revistas antiguas para rastrear el cambio a largo plazo del Anisakis y el Pseudoterranova. Su aumento en las últimas décadas implica que “en la actualidad, podría ser un poco más arriesgado consumir mariscos crudos que en la década de 1970”, explica Wood en un declaraciones a la revista Hakai. "Aún así, las medidas de salud pública en los países desarrollados son lo suficientemente buenas para “mantener estas exquisiteces a salvo”, añade.
Los gusanos son un problema mayor para sus huéspedes acuáticos: los peces infectados pueden sufrir daños en los órganos, y los peces debilitados tienen más probabilidades de enfermarse y morir.
Para remontarse a muestras más antiguas, el equipo se adentró en la colección de peces preservados en el Museo Burke de la Universidad de Washington, que Wood describe como una cápsula del tiempo de parásitos. “Se conservan junto con el espécimen y aún son detectables”, explica Wood. “Se puede ver cómo eran los parásitos en un pez de 1888”.
Al observar 306 lenguados de la especie platija limón (Parophrys vetulus) recolectados en Puget Sound, Washington, los investigadores encontraron un aumento de ocho veces del parásito nematodo Clavinema mariae desde la década de 1930, que no había sido reportado previamente. Si bien este parásito no afecta a los humanos, es una plaga importante.
Skylar Hopkins, ecologista de parásitos en Virginia Tech (Instituto Politécnico y Universidad Estatal de Virginia), afirma que la capacidad de estudiar las cargas históricas de parásitos con fines comparativos es un gran problema para los ecólogos. “Esto abre un mundo completamente nuevo para estudiar el pasado", explica.
Cambios en los ecosistemas
No está claro qué causó exactamente los cambios en las cargas de parásitos en los peces, pero es probable que los humanos hayan tenido algo que ver. En el caso del lenguado, la escorrentía agrícola en Puget Sound podría aumentar la población de copépodos que albergan los parásitos. Esta subclase de crustáceo es una importante fuente de alimento para los peces.
Wood señala que los diferentes parásitos podrían reaccionar a los cambios en su entorno de maneras distintas. Según ha descubierto, en las áreas con una la alta presión de pesca, los parásitos con ciclos de vida complejos y de múltiples huéspedes tienden a disminuir, mientras que los que tienen ciclos de vida más simples tienden a aumentar.
Según Hopkins, es importante comprender cómo los cambios ambientales afectan a los parásitos, incluso los que generalmente no afectan a los humanos, para predecir cómo podrían reaccionar a los cambios en el futuro y cómo esos cambios podrían repercutir en el ecosistema. “Los parásitos están arraigados a las redes alimentarias”, explica.
Referencia
Abundance of an economically important nematode parasite increased in Puget Sound between 1930 and 2016: Evidence from museum specimens confirms historical data. Howard I et al. Journal of Applied Ecology, 2018. DOI: 10.1111/1365-2664.13264.