Cerebro. Nathan Griffit. Cordis
Las personas no tienen la misma sensibilidad hacia el dolor, ya que a igual traumatismo la reacción dolorosa varía de un individuo a otro, según acaba de confirmar un estudio del Centro Médico Baptista de la Universidad Wake Forest, publicado en los Anales de la Academia Nacional de Ciencias (PNAS) de Estados Unidos.
Este estudio confirma lo descubierto hace unos meses por investigadores de la Universidad de Michigan, que identificaron un gen implicado en la sensibilidad hacia el dolor: una ligera variación genética determina una percepción diferente del sufrimiento.
Asimismo, complementa también lo descubierto por investigadores de la Universidad de Montreal, para quienes una gran parte de la sensación dolorosa la fabrica el sujeto a partir de su experiencia, independientemente del efecto real que un episodio doloroso tenga sobre su cuerpo.
El estudio de la Universidad Wake Forest analizó el cerebro de 17 personas voluntarias a través de un sofisticado escáner denominado resonancia magnética nuclear o NDLR. La piel de la pierna derecha de cada una de ellas estaba conectada a un circuito eléctrico.
Diferencias cerebrales
A cada descarga eléctrica, los voluntarios debían definir la intensidad del dolor sobre una escala de 0 a 10. Luego se compararon los resultados obtenidos por la resonancia magnética con esta evaluación subjetiva del dolor.
El estudio desveló que la zona del cerebro implicada en los circuitos del dolor se activa realmente cuando se produce una descarga eléctrica en la pierna del voluntario, y que esta actividad es más intensa en las personas que se declaraban sensibles al dolor.
En estas personas, la actividad cerebral aumentó al nivel del córtex somato-sensorial, una zona que desempeña un papel fundamental en la localización de la intensidad del dolor. La actividad crece igualmente en una parte del córtex anterior, que canaliza las sensaciones dolorosas.
Sin embargo, la diferencia era mínima al nivel del tálamo, una región del cerebro que permite la transmisión de las sensaciones dolorosas desde la médula espinal hasta el cerebro.
Percepción subjetiva
Este descubrimiento parece indicar que las señales dolorosas son emitidas por la médula espinal según la sensibilidad de cada sujeto, por lo que las señales que nos indican cuando debemos sufrir ante una agresión son diferentes según cada persona.
En el caso de las personas menos sensibles al dolor, el escáner cerebral mostró la secreción de una mayor cantidad de endorfina, una sustancia química con efectos analgésicos, en el momento de la agresión, por lo que la medida de intensidad del dolor era en consecuencia más débil.
Es decir, la reacción biológica al dolor no es única y universal para cada persona, sino que tiene una relación con la sensibilidad o receptividad del individuo hacia el dolor. Ya se ha establecido por un lado que en parte la sensibilidad al dolor depende de la arquitectura genética del individuo y por otro lado que la experiencia influye en la percepción del sufrimiento.
El análisis de la actividad cerebral realizado ahora por la Universidad de Wake Forest revela que la diferencia en la percepción que del dolor tiene cada una de las personas es real y que además esta percepción no tiene nada que ver con el sexo del individuo que sufre.
Hasta ahora se sabía que había personas más fuertes y otras más débiles, pero no se había conseguido una prueba objetiva de este fenómeno natural.
Este estudio confirma lo descubierto hace unos meses por investigadores de la Universidad de Michigan, que identificaron un gen implicado en la sensibilidad hacia el dolor: una ligera variación genética determina una percepción diferente del sufrimiento.
Asimismo, complementa también lo descubierto por investigadores de la Universidad de Montreal, para quienes una gran parte de la sensación dolorosa la fabrica el sujeto a partir de su experiencia, independientemente del efecto real que un episodio doloroso tenga sobre su cuerpo.
El estudio de la Universidad Wake Forest analizó el cerebro de 17 personas voluntarias a través de un sofisticado escáner denominado resonancia magnética nuclear o NDLR. La piel de la pierna derecha de cada una de ellas estaba conectada a un circuito eléctrico.
Diferencias cerebrales
A cada descarga eléctrica, los voluntarios debían definir la intensidad del dolor sobre una escala de 0 a 10. Luego se compararon los resultados obtenidos por la resonancia magnética con esta evaluación subjetiva del dolor.
El estudio desveló que la zona del cerebro implicada en los circuitos del dolor se activa realmente cuando se produce una descarga eléctrica en la pierna del voluntario, y que esta actividad es más intensa en las personas que se declaraban sensibles al dolor.
En estas personas, la actividad cerebral aumentó al nivel del córtex somato-sensorial, una zona que desempeña un papel fundamental en la localización de la intensidad del dolor. La actividad crece igualmente en una parte del córtex anterior, que canaliza las sensaciones dolorosas.
Sin embargo, la diferencia era mínima al nivel del tálamo, una región del cerebro que permite la transmisión de las sensaciones dolorosas desde la médula espinal hasta el cerebro.
Percepción subjetiva
Este descubrimiento parece indicar que las señales dolorosas son emitidas por la médula espinal según la sensibilidad de cada sujeto, por lo que las señales que nos indican cuando debemos sufrir ante una agresión son diferentes según cada persona.
En el caso de las personas menos sensibles al dolor, el escáner cerebral mostró la secreción de una mayor cantidad de endorfina, una sustancia química con efectos analgésicos, en el momento de la agresión, por lo que la medida de intensidad del dolor era en consecuencia más débil.
Es decir, la reacción biológica al dolor no es única y universal para cada persona, sino que tiene una relación con la sensibilidad o receptividad del individuo hacia el dolor. Ya se ha establecido por un lado que en parte la sensibilidad al dolor depende de la arquitectura genética del individuo y por otro lado que la experiencia influye en la percepción del sufrimiento.
El análisis de la actividad cerebral realizado ahora por la Universidad de Wake Forest revela que la diferencia en la percepción que del dolor tiene cada una de las personas es real y que además esta percepción no tiene nada que ver con el sexo del individuo que sufre.
Hasta ahora se sabía que había personas más fuertes y otras más débiles, pero no se había conseguido una prueba objetiva de este fenómeno natural.