La educación para todos que trata de garantizar la democracia,
no garantiza la plena educación desde lo que hemos considerado que es ésta.
La intervención del Estado en la educación,
intenta asegurar en teoría un mismo nivel para todos,
pero esta pretensión tiene un lado perverso:
anula las posibilidades del espíritu de cada uno
cuando persigue la igualdad en base a un patrón prefijado.
Alexis de Tocqueville
“La democracia en América” (1835)
no garantiza la plena educación desde lo que hemos considerado que es ésta.
La intervención del Estado en la educación,
intenta asegurar en teoría un mismo nivel para todos,
pero esta pretensión tiene un lado perverso:
anula las posibilidades del espíritu de cada uno
cuando persigue la igualdad en base a un patrón prefijado.
Alexis de Tocqueville
“La democracia en América” (1835)
Las razones que justifican la reflexión y la elaboración de una propuesta sobre la acción educativa del siglo XXI, vienen dadas por las propias dinámicas escolares. Pensamos que los resultados no deseados que se obtienen hoy en la enseñanza son propiciados (aunque sin conciencia de ello) por los mismos objetivos prioritarios que sobrevuelan la educación de las nuevas generaciones hoy: competencia, competitividad, mercado laboral (instruir para una utilidad práctica), etc., los cuales oscurecen su sentido.
La educación está instrumentalizada por intereses ajenos a la misma que le alejan de su carácter propio y que la encauzan hacia la adquisición de conocimientos y habilidades que la reducen por su exceso de pragmatismo. Considerada desde las teorías de la reproducción, por un lado, como instrumento para perpetuar los valores que no se cuestionan; por otro, como medio para revolucionar los principios mismos del orden establecido o, por último, como espacio para la inversión en capital humano, todas esas teorías parecen reducirla a un ser-para: el crecimiento económico, la modificación de la estructura de clases, la tradición, etc.
Los intereses y las teorías, que condicionan los procesos educativos, parecen obviar el conocimiento alcanzado hasta hoy sobre la complejidad humana y la importancia que tiene la acción educativa para que la persona pueda encontrarse consigo misma, saber quién es, de dónde viene y a dónde va, y, de esta manera, asumir valores, iniciativas y responsabilidades en sus decisiones individuales, y a la hora de su integración en la comunidad.
La enseñanza está abocada a una revisión, no sólo por los resultados preocupantes que todos acusan, sino porque, como toda la realidad social, está siendo atravesada por la emergencia de un nuevo paradigma que exige una nueva mirada.
Una mirada más amplia y más profunda, donde estén integrados los aspectos físicos, mentales, espirituales y anímicos de todos los sujetos implicados en la acción educativa (alumnos, maestros, comunidad), junto a sus procesos vitales y a las condiciones externas. Estas condiciones externas han de servir como elementos para el despertar del potencial interno y para el desarrollo de las propias experiencias individuales.
Crisis de sentido
El problema fundamental de la educación se encuentra en una crisis de sentido y de prácticas que demanda su reformulación. Las reformas educativas que se han diseñado y aplicado en toda la modernidad, a pesar de los esfuerzos y de las inversiones, parecen no haber llegado a responder a los “qué”, los “para qué” y los “cómo” en la práctica educativa. Sin embargo, dicho proceso nos ha traído hasta aquí, con un patrimonio experiencial importante, en el momento justo en el que nos despierta la conciencia de la incertidumbre, del caos creador y de la diversidad como los pilares básicos del universo.
Ahora bien, la emergencia del nuevo paradigma que se desprende de un nuevo sentido de lo real, no cuenta con fórmulas sociales sobre las que soportarse y a través de las cuales poder manejar la complejidad que nos lleva a un nuevo modo de conocer y de decir, de relacionarnos y de educar.
En la actualidad nos situamos, por un lado, ante nuevos retos para la educación en su proceso de clarificación interna, proceso que está siendo impulsado por las perspectivas nuevas y por el agotamiento de las fórmulas para educar del pasado. Estos retos requieren nuevos enfoques en la educación y nuevos medios para despertar el espíritu de los niños y los jóvenes. Por otro lado, hay que contar con las inercias que se arrastran y que se resisten a desaparecer, dificultando la adopción de una perspectiva más profunda.
En resumen: nos encontramos en la necesidad de establecer las bases, los fundamentos de la educación, orientar la mirada en la búsqueda de su sentido filosófico, establecer el objeto de la educación en el pleno desarrollo del niño, un sujeto definido por un cuerpo, una mente, un espíritu y un alma, aspectos integrales que han de ser atendido integralmente. De esta manera, las prioridades a establecer en la educación serán fijadas desde el propio sujeto, desde su adentro y en su afuera.
Síntomas actuales y preocupaciones viejas
En todo el mundo occidental existe una preocupación generalizada sobre la educación de las nuevas generaciones. Esta preocupación está producida por el síntoma de que algo marcha mal cuando no sólo no se alcanzan, en la generalidad de los alumnos, los objetivos pedagógicos y de instrucción que los programas nacionales tienen marcados, sino que, además, la escuela es un lugar tan cargado de conflictos que llega a ser escenario de altos índices de violencia.
Muchos son los estudios e informes que se elaboran, dando pie a debates en la opinión pública que terminan siendo sólo manifestaciones de opinión en uno u otro sentido, pero que dejan entrever la desesperanza, cuando no la renuncia, de los actores educativos.
En los países desarrollados, el informe “PISA 2003”, publicado en diciembre del 2004 por la OCDE, renovó el debate sin introducir variaciones en el discurso tradicional que arrastran los estudios de este tipo. Este estudio compara los resultados educativos de dichos países y pone de manifiesto algunos datos importantes de las realidades que se están dando en los centros educativos de segunda enseñanza, en España.
Sin entrar a valorar la validez, o no, de la comparación que se hace entre tantas diversidades culturales de los distintos países incluidos en el estudio; de las distintas concepciones educativas que se soslayan como si no fueran determinantes, así como de los distintos modelos y objetivos en la educación que corresponde a cada uno de ellos, los datos son preocupantes.
Por otra parte, constatamos que la propia naturaleza de la educación la lleva a ser un barómetro: las características de la educación de una comunidad pone de manifiesto el momento que atraviesa su realidad social y es el espejo donde se reflejan los valores que en ésta se defienden.
Aquellos valores que están predominando y condicionándolo todo, desde los procesos internos de los individuos hasta las acciones en política educativa que diseña el propio Estado. En general, los informes sobre la situación de la educación tienden a fijar los horizontes que la propia educación ha de cubrir a partir de un modelo predominante, cuyos parámetros están fijados por el modelo económico, político y democrático occidental.
La educación está instrumentalizada por intereses ajenos a la misma que le alejan de su carácter propio y que la encauzan hacia la adquisición de conocimientos y habilidades que la reducen por su exceso de pragmatismo. Considerada desde las teorías de la reproducción, por un lado, como instrumento para perpetuar los valores que no se cuestionan; por otro, como medio para revolucionar los principios mismos del orden establecido o, por último, como espacio para la inversión en capital humano, todas esas teorías parecen reducirla a un ser-para: el crecimiento económico, la modificación de la estructura de clases, la tradición, etc.
Los intereses y las teorías, que condicionan los procesos educativos, parecen obviar el conocimiento alcanzado hasta hoy sobre la complejidad humana y la importancia que tiene la acción educativa para que la persona pueda encontrarse consigo misma, saber quién es, de dónde viene y a dónde va, y, de esta manera, asumir valores, iniciativas y responsabilidades en sus decisiones individuales, y a la hora de su integración en la comunidad.
La enseñanza está abocada a una revisión, no sólo por los resultados preocupantes que todos acusan, sino porque, como toda la realidad social, está siendo atravesada por la emergencia de un nuevo paradigma que exige una nueva mirada.
Una mirada más amplia y más profunda, donde estén integrados los aspectos físicos, mentales, espirituales y anímicos de todos los sujetos implicados en la acción educativa (alumnos, maestros, comunidad), junto a sus procesos vitales y a las condiciones externas. Estas condiciones externas han de servir como elementos para el despertar del potencial interno y para el desarrollo de las propias experiencias individuales.
Crisis de sentido
El problema fundamental de la educación se encuentra en una crisis de sentido y de prácticas que demanda su reformulación. Las reformas educativas que se han diseñado y aplicado en toda la modernidad, a pesar de los esfuerzos y de las inversiones, parecen no haber llegado a responder a los “qué”, los “para qué” y los “cómo” en la práctica educativa. Sin embargo, dicho proceso nos ha traído hasta aquí, con un patrimonio experiencial importante, en el momento justo en el que nos despierta la conciencia de la incertidumbre, del caos creador y de la diversidad como los pilares básicos del universo.
Ahora bien, la emergencia del nuevo paradigma que se desprende de un nuevo sentido de lo real, no cuenta con fórmulas sociales sobre las que soportarse y a través de las cuales poder manejar la complejidad que nos lleva a un nuevo modo de conocer y de decir, de relacionarnos y de educar.
En la actualidad nos situamos, por un lado, ante nuevos retos para la educación en su proceso de clarificación interna, proceso que está siendo impulsado por las perspectivas nuevas y por el agotamiento de las fórmulas para educar del pasado. Estos retos requieren nuevos enfoques en la educación y nuevos medios para despertar el espíritu de los niños y los jóvenes. Por otro lado, hay que contar con las inercias que se arrastran y que se resisten a desaparecer, dificultando la adopción de una perspectiva más profunda.
En resumen: nos encontramos en la necesidad de establecer las bases, los fundamentos de la educación, orientar la mirada en la búsqueda de su sentido filosófico, establecer el objeto de la educación en el pleno desarrollo del niño, un sujeto definido por un cuerpo, una mente, un espíritu y un alma, aspectos integrales que han de ser atendido integralmente. De esta manera, las prioridades a establecer en la educación serán fijadas desde el propio sujeto, desde su adentro y en su afuera.
Síntomas actuales y preocupaciones viejas
En todo el mundo occidental existe una preocupación generalizada sobre la educación de las nuevas generaciones. Esta preocupación está producida por el síntoma de que algo marcha mal cuando no sólo no se alcanzan, en la generalidad de los alumnos, los objetivos pedagógicos y de instrucción que los programas nacionales tienen marcados, sino que, además, la escuela es un lugar tan cargado de conflictos que llega a ser escenario de altos índices de violencia.
Muchos son los estudios e informes que se elaboran, dando pie a debates en la opinión pública que terminan siendo sólo manifestaciones de opinión en uno u otro sentido, pero que dejan entrever la desesperanza, cuando no la renuncia, de los actores educativos.
En los países desarrollados, el informe “PISA 2003”, publicado en diciembre del 2004 por la OCDE, renovó el debate sin introducir variaciones en el discurso tradicional que arrastran los estudios de este tipo. Este estudio compara los resultados educativos de dichos países y pone de manifiesto algunos datos importantes de las realidades que se están dando en los centros educativos de segunda enseñanza, en España.
Sin entrar a valorar la validez, o no, de la comparación que se hace entre tantas diversidades culturales de los distintos países incluidos en el estudio; de las distintas concepciones educativas que se soslayan como si no fueran determinantes, así como de los distintos modelos y objetivos en la educación que corresponde a cada uno de ellos, los datos son preocupantes.
Por otra parte, constatamos que la propia naturaleza de la educación la lleva a ser un barómetro: las características de la educación de una comunidad pone de manifiesto el momento que atraviesa su realidad social y es el espejo donde se reflejan los valores que en ésta se defienden.
Aquellos valores que están predominando y condicionándolo todo, desde los procesos internos de los individuos hasta las acciones en política educativa que diseña el propio Estado. En general, los informes sobre la situación de la educación tienden a fijar los horizontes que la propia educación ha de cubrir a partir de un modelo predominante, cuyos parámetros están fijados por el modelo económico, político y democrático occidental.
Nasa
Reflejo social
Así que, cuando focalizamos la mirada sobre la educación, nos encontramos con que es el reflejo de los avances sociales, pero también de las distorsiones que provoca la andadura colectiva, a causa de una visión excesivamente pragmática de la educación que olvida o desconoce la propia naturaleza del hecho educativo.
La educación, desnaturalizada de su propio objeto, es hoy objeto de manipulación política, de instrumentalización económica y tecnológica. Condicionamientos que impiden centrar la perspectiva y observar lo que sucede en ella sin ansiedad ni dramatismos.
Porque no es otra cosa lo que desprende las opiniones de los que están implicados en ella. Unas opiniones que les llevan a observar las conductas de los alumnos con cierta sorpresa, cuando no con una buena dosis de desaliento.
Sus actores explican la realidad en la que se desenvuelven, con afirmaciones tales como que los alumnos no tienen interés por los estudios; que hay una pérdida de la cultura del esfuerzo e incapacidad para el trabajo diario, para enfrentarse a los retos; que carecen de hábitos y de disciplina porque no los adquieren en casa; que no hay interés por la lectura, no se entiende ni se interpreta bien lo que se lee, manifestando el alumno un grave empobrecimiento en el lenguaje que emplea; que el estudiar lo viven como un castigo; que sólo buscan lograr un trabajo en el que obtener un buen dinero a corto plazo; que tanto los padres como los chicos tienen una baja tolerancia a la frustración; que en las familias hay desinterés o despreocupación por los estudios de los hijos; que es poco el tiempo que los padres le dedican a los hijos; que se da demasiada permisividad; que se desautoriza la labor pedagógica, etc.
Síntomas, pero...
A todos estos factores se le añaden la llegada masiva de emigrantes a la escuela, sobre todo a la escuela pública, y las reformas educativas con leyes que no terminan de dar solución a los problemas que se están detectando. Unas leyes de educación que pretendiendo alcanzar, dicen los maestros, la igualdad logran la mediocridad en sus resultados.
Podríamos seguir enumerando los síntomas y quedarnos atrapados por el vórtice del huracán que azota la educación, pero los síntomas no son el objetivo, ellos sólo sirven para despertarnos y desentrañar lo que realmente significan: hay que encontrar, hoy, el sentido de la educación y esto se logra despojándonos de la tela de araña que ha tejido, alrededor de ella, los dogmas de la modernidad.
Se trata de volver a pensar en el sujeto de la educación, el ser humano, y en las potencialidades que ha de desarrollar conociéndose y alcanzando la suficiente comprensión de sentido. Después de este encuentro consigo mismo, su socialización le llevará hacia la búsqueda de formas para proyectarse socialmente, a través de los recursos que la sociedad de su época le ofrece.
Los retos
¿Puede la educación librarse de condicionamientos sociales, económicos y políticos, para centrarse únicamente en un solo objetivo: el despertar las potencialidades de los niños y de los jóvenes? ¿Puede un planteamiento individualista despertar en los sujetos los valores sociales? ¿Es la educación la llamada a asumir ambos retos?
El adentro y el afuera, lo implicado y lo desplegado. El adentro, objetivo de la educación, y el afuera herramienta para la educación. El adentro misterioso, inspirador de búsquedas, esperanza de nuevos encuentros y descubrimientos, mensaje por descifrar, esencia individual, chispa de lo real.
El afuera, misterio descubierto, experiencias materializadas, soportes de realidad sobre los que asentarse para abrir nuevos horizontes, realidades imperfectas, códigos temporales, producto social, sugerencia de nuevas necesidades y perfecciones.
Pensamos que, si la educación está orientada por y hacia lo oculto, lo no desplegado, lo espiritual, la educación será renovadora para la sociedad, fortalecedora de los valores, permanentemente estimulada por el aprendizaje, asumiendo cada uno, educandos y educadores, sus propios procesos, su propio momento, su propia responsabilidad. Abriéndose, de esta manera, un eterno enriquecimiento en todos los órdenes.
Si la educación está sólo orientada a la reproducción y a la repetición de lo que ya se ha desplegado, acaba por dejar de tener sentido, pesará más lo materializado, será menor la innovación a causa del empecinamiento institucionalizado en recrear lo ya logrado. El no observar críticamente las bases sobre las que se sostienen el modelo establecido, buscando sus carencias y sus contradicciones, como obra humana que es, nos aleja del espíritu inspirador, manantial inagotable que sugiere, permanentemente, con su contacto nuevas perspectiva y nuevas realizaciones a partir de lo ya desplegado.
Así que, cuando focalizamos la mirada sobre la educación, nos encontramos con que es el reflejo de los avances sociales, pero también de las distorsiones que provoca la andadura colectiva, a causa de una visión excesivamente pragmática de la educación que olvida o desconoce la propia naturaleza del hecho educativo.
La educación, desnaturalizada de su propio objeto, es hoy objeto de manipulación política, de instrumentalización económica y tecnológica. Condicionamientos que impiden centrar la perspectiva y observar lo que sucede en ella sin ansiedad ni dramatismos.
Porque no es otra cosa lo que desprende las opiniones de los que están implicados en ella. Unas opiniones que les llevan a observar las conductas de los alumnos con cierta sorpresa, cuando no con una buena dosis de desaliento.
Sus actores explican la realidad en la que se desenvuelven, con afirmaciones tales como que los alumnos no tienen interés por los estudios; que hay una pérdida de la cultura del esfuerzo e incapacidad para el trabajo diario, para enfrentarse a los retos; que carecen de hábitos y de disciplina porque no los adquieren en casa; que no hay interés por la lectura, no se entiende ni se interpreta bien lo que se lee, manifestando el alumno un grave empobrecimiento en el lenguaje que emplea; que el estudiar lo viven como un castigo; que sólo buscan lograr un trabajo en el que obtener un buen dinero a corto plazo; que tanto los padres como los chicos tienen una baja tolerancia a la frustración; que en las familias hay desinterés o despreocupación por los estudios de los hijos; que es poco el tiempo que los padres le dedican a los hijos; que se da demasiada permisividad; que se desautoriza la labor pedagógica, etc.
Síntomas, pero...
A todos estos factores se le añaden la llegada masiva de emigrantes a la escuela, sobre todo a la escuela pública, y las reformas educativas con leyes que no terminan de dar solución a los problemas que se están detectando. Unas leyes de educación que pretendiendo alcanzar, dicen los maestros, la igualdad logran la mediocridad en sus resultados.
Podríamos seguir enumerando los síntomas y quedarnos atrapados por el vórtice del huracán que azota la educación, pero los síntomas no son el objetivo, ellos sólo sirven para despertarnos y desentrañar lo que realmente significan: hay que encontrar, hoy, el sentido de la educación y esto se logra despojándonos de la tela de araña que ha tejido, alrededor de ella, los dogmas de la modernidad.
Se trata de volver a pensar en el sujeto de la educación, el ser humano, y en las potencialidades que ha de desarrollar conociéndose y alcanzando la suficiente comprensión de sentido. Después de este encuentro consigo mismo, su socialización le llevará hacia la búsqueda de formas para proyectarse socialmente, a través de los recursos que la sociedad de su época le ofrece.
Los retos
¿Puede la educación librarse de condicionamientos sociales, económicos y políticos, para centrarse únicamente en un solo objetivo: el despertar las potencialidades de los niños y de los jóvenes? ¿Puede un planteamiento individualista despertar en los sujetos los valores sociales? ¿Es la educación la llamada a asumir ambos retos?
El adentro y el afuera, lo implicado y lo desplegado. El adentro, objetivo de la educación, y el afuera herramienta para la educación. El adentro misterioso, inspirador de búsquedas, esperanza de nuevos encuentros y descubrimientos, mensaje por descifrar, esencia individual, chispa de lo real.
El afuera, misterio descubierto, experiencias materializadas, soportes de realidad sobre los que asentarse para abrir nuevos horizontes, realidades imperfectas, códigos temporales, producto social, sugerencia de nuevas necesidades y perfecciones.
Pensamos que, si la educación está orientada por y hacia lo oculto, lo no desplegado, lo espiritual, la educación será renovadora para la sociedad, fortalecedora de los valores, permanentemente estimulada por el aprendizaje, asumiendo cada uno, educandos y educadores, sus propios procesos, su propio momento, su propia responsabilidad. Abriéndose, de esta manera, un eterno enriquecimiento en todos los órdenes.
Si la educación está sólo orientada a la reproducción y a la repetición de lo que ya se ha desplegado, acaba por dejar de tener sentido, pesará más lo materializado, será menor la innovación a causa del empecinamiento institucionalizado en recrear lo ya logrado. El no observar críticamente las bases sobre las que se sostienen el modelo establecido, buscando sus carencias y sus contradicciones, como obra humana que es, nos aleja del espíritu inspirador, manantial inagotable que sugiere, permanentemente, con su contacto nuevas perspectiva y nuevas realizaciones a partir de lo ya desplegado.
La distorsión tecnológica
Al quedarse anclado con el último artilugio entre las manos, al dejar que las tecnologías ocupen el espacio que le corresponde a la inspiración del alma del niño o del adulto, todos corren el riesgo de pensar que ya no hay nada más que hacer.
Por eso se inhiben de cualquier protagonismo, porque son otros los que inventan: se acepta sólo lo que unos pocos son capaces de crear; se empobrece las visiones de la vida; se supone que hay límites en la creatividad humana; se pelea por lo que otros tienen al no reconocerse con posibilidades propias. A partir de estos presupuestos, las salidas naturales son la irresponsabilidad, la anomia, la falta de ilusión, la desesperanza, el desencanto y el conformismo, tan presentes en las nuevas generaciones, y en las menos nuevas
Ni la vuelta a la naturaleza, ni la espontaneidad del salvaje, ni la reproducción social de los valores tradicionales, ni las inversiones en capital humano, ni tan siquiera la mezcla de todo ello, nos lleva a reorientar la educación, a causa de la nueva noción de la complejidad.
Una nueva conciencia que integra en un mismo universo lo vivo y lo inerte, los procesos del ser humano y de su entorno, el movimiento del átomo y de los astros, todos unificados por unas leyes y por un sentido que hoy la ciencia empieza a intuir, solamente.
De lo implicado a lo desplegado
El camino es, pues, el de la conciencia mística de toda la realidad, la implicada y la desplegada, que forman un solo universo, y que hoy camina hacia una explicación única desde la ciencia, la filosofía y la religión.
Por todo eso, hay, también, que abandonar los prejuicios que se tienen sobre el educando. Nuestra mirada sobre él ha de tener en cuenta su potencial interno. Las dificultades o las facilidades para llegar hasta él nos las dará, entonces, sus condicionantes externos. Estos condicionantes son su marco experiencial, que no implica determinismo alguno.
Sus circunstancias son su arcilla con la que tiene que trabajar, el entorno que necesita para madurar. La educación ha de despertar en el educando su amor hacia ella, un amor activo que le ha de llevar a conocerlas, a entenderlas e interpretarlas para superarlas, pues no está condenado a llevarlas eternamente a la espalda, como si de una mochila infernal se tratara.
Tampoco hay que partir de un modelo cultural que tiene unas determinadas expresiones, y esas únicas. Repetir para aprender puede convertirse en una acción frustrante. El aprendizaje ha de contar con las posibilidades que los nuevos creadores, los educandos en este caso, van a generar, gracias a las cualidades que las nuevas generaciones aportan a la cultura social. La cultura de la innovación es una cultura de la creación permanente, de la conciencia de los procesos de la vida, en su eterna expansión.
Alicia Montesdeoca es socióloga.
Al quedarse anclado con el último artilugio entre las manos, al dejar que las tecnologías ocupen el espacio que le corresponde a la inspiración del alma del niño o del adulto, todos corren el riesgo de pensar que ya no hay nada más que hacer.
Por eso se inhiben de cualquier protagonismo, porque son otros los que inventan: se acepta sólo lo que unos pocos son capaces de crear; se empobrece las visiones de la vida; se supone que hay límites en la creatividad humana; se pelea por lo que otros tienen al no reconocerse con posibilidades propias. A partir de estos presupuestos, las salidas naturales son la irresponsabilidad, la anomia, la falta de ilusión, la desesperanza, el desencanto y el conformismo, tan presentes en las nuevas generaciones, y en las menos nuevas
Ni la vuelta a la naturaleza, ni la espontaneidad del salvaje, ni la reproducción social de los valores tradicionales, ni las inversiones en capital humano, ni tan siquiera la mezcla de todo ello, nos lleva a reorientar la educación, a causa de la nueva noción de la complejidad.
Una nueva conciencia que integra en un mismo universo lo vivo y lo inerte, los procesos del ser humano y de su entorno, el movimiento del átomo y de los astros, todos unificados por unas leyes y por un sentido que hoy la ciencia empieza a intuir, solamente.
De lo implicado a lo desplegado
El camino es, pues, el de la conciencia mística de toda la realidad, la implicada y la desplegada, que forman un solo universo, y que hoy camina hacia una explicación única desde la ciencia, la filosofía y la religión.
Por todo eso, hay, también, que abandonar los prejuicios que se tienen sobre el educando. Nuestra mirada sobre él ha de tener en cuenta su potencial interno. Las dificultades o las facilidades para llegar hasta él nos las dará, entonces, sus condicionantes externos. Estos condicionantes son su marco experiencial, que no implica determinismo alguno.
Sus circunstancias son su arcilla con la que tiene que trabajar, el entorno que necesita para madurar. La educación ha de despertar en el educando su amor hacia ella, un amor activo que le ha de llevar a conocerlas, a entenderlas e interpretarlas para superarlas, pues no está condenado a llevarlas eternamente a la espalda, como si de una mochila infernal se tratara.
Tampoco hay que partir de un modelo cultural que tiene unas determinadas expresiones, y esas únicas. Repetir para aprender puede convertirse en una acción frustrante. El aprendizaje ha de contar con las posibilidades que los nuevos creadores, los educandos en este caso, van a generar, gracias a las cualidades que las nuevas generaciones aportan a la cultura social. La cultura de la innovación es una cultura de la creación permanente, de la conciencia de los procesos de la vida, en su eterna expansión.
Alicia Montesdeoca es socióloga.