Las personas que a lo largo de la vida tienen un comportamiento antisocial tienen un cerebro diferente al de las personas integradas socialmente, ha descubierto una investigación desarrollada en el University College de Londres (UCL) y publicada en la revista The Lancet Psychiatry.
La diferencia se refiere por un lado a la extensión del cerebro, que es menor en estas personas: tienen 78 regiones cerebrales menos que las personas socialmente integradas.
Su corteza cerebral, que es la región en la que se procesa la percepción, la imaginación, el pensamiento, el juicio y la decisión, es también más delgada que la de las personas socialmente integradas.
Es decir, las personas que tienen un comportamiento antisocial, como el robo, la agresión, la violencia, el acoso escolar, la mentira o el incumplimiento reiterado de las responsabilidades laborales o escolares, tienen un cerebro más pequeño y delgado que las demás personas.
Esta investigación proporciona la primera evidencia sólida de que el comportamiento antisocial prolongado está relacionado con diferencias neuropsicológicas subyacentes.
El matiz es importante porque el estudio ha podido establecer que esta diferencia cerebral solo afecta a las personas que manifiestan un comportamiento antisocial a lo largo de su vida.
Sus conclusiones excluyen expresamente a los adolescentes, ya que en esta etapa de la vida es corriente que se produzcan comportamientos antisociales que no tienen relación alguna con la arquitectura cerebral, sino con el proceso de maduración psicológica.
Metodología
Para llegar a estas conclusiones, los investigadores utilizaron escáneres cerebrales obtenidos por resonancia magnética de 672 participantes, de 45 años de edad, involucrados el Estudio Dunedin en Nueva Zelanda, que han estado participando en la investigación desde su nacimiento.
El Estudio Dunedin empezó entre los años 1972 y 1973 en el hospital Queen Mary de la ciudad neozelandesa de Dunedin para investigar la salud humana, el desarrollo y comportamiento a lo largo de la vida de una persona.
Ha hecho un seguimiento longitudinal de una cohorte de 1.037 niños, con el objetivo de analizar si realmente se pueden predecir ciertas características físicas y psicológicas de un individuo o factores drogodependientes, teniendo en cuenta la transmisión genética y otros factores.
El nuevo estudio se centró solo en una parte de esa cohorte de participantes en función de su edad actual y tuvo en cuenta informes de padres, cuidadores y maestros, así como relatos de sus protagonistas, sobre problemas de conducta entre los siete y los 26 años de edad.
En función la información así obtenida, todos los participantes fueron divididos en tres grupos diferentes según su comportamiento.
El primer grupo estaba formado por 80 personas (el 12% del total) que manifestaban un comportamiento antisocial a lo largo de toda su vida.
El segundo grupo, integrado de 151 personas (el 23% del total), solo había manifestado comportamiento antisocial en la adolescencia.
El tercer grupo y más numeroso, formado por 441 personas (el 66% del total) no habían manifestado comportamiento social persistente en ningún momento de sus vidas.
La diferencia se refiere por un lado a la extensión del cerebro, que es menor en estas personas: tienen 78 regiones cerebrales menos que las personas socialmente integradas.
Su corteza cerebral, que es la región en la que se procesa la percepción, la imaginación, el pensamiento, el juicio y la decisión, es también más delgada que la de las personas socialmente integradas.
Es decir, las personas que tienen un comportamiento antisocial, como el robo, la agresión, la violencia, el acoso escolar, la mentira o el incumplimiento reiterado de las responsabilidades laborales o escolares, tienen un cerebro más pequeño y delgado que las demás personas.
Esta investigación proporciona la primera evidencia sólida de que el comportamiento antisocial prolongado está relacionado con diferencias neuropsicológicas subyacentes.
El matiz es importante porque el estudio ha podido establecer que esta diferencia cerebral solo afecta a las personas que manifiestan un comportamiento antisocial a lo largo de su vida.
Sus conclusiones excluyen expresamente a los adolescentes, ya que en esta etapa de la vida es corriente que se produzcan comportamientos antisociales que no tienen relación alguna con la arquitectura cerebral, sino con el proceso de maduración psicológica.
Metodología
Para llegar a estas conclusiones, los investigadores utilizaron escáneres cerebrales obtenidos por resonancia magnética de 672 participantes, de 45 años de edad, involucrados el Estudio Dunedin en Nueva Zelanda, que han estado participando en la investigación desde su nacimiento.
El Estudio Dunedin empezó entre los años 1972 y 1973 en el hospital Queen Mary de la ciudad neozelandesa de Dunedin para investigar la salud humana, el desarrollo y comportamiento a lo largo de la vida de una persona.
Ha hecho un seguimiento longitudinal de una cohorte de 1.037 niños, con el objetivo de analizar si realmente se pueden predecir ciertas características físicas y psicológicas de un individuo o factores drogodependientes, teniendo en cuenta la transmisión genética y otros factores.
El nuevo estudio se centró solo en una parte de esa cohorte de participantes en función de su edad actual y tuvo en cuenta informes de padres, cuidadores y maestros, así como relatos de sus protagonistas, sobre problemas de conducta entre los siete y los 26 años de edad.
En función la información así obtenida, todos los participantes fueron divididos en tres grupos diferentes según su comportamiento.
El primer grupo estaba formado por 80 personas (el 12% del total) que manifestaban un comportamiento antisocial a lo largo de toda su vida.
El segundo grupo, integrado de 151 personas (el 23% del total), solo había manifestado comportamiento antisocial en la adolescencia.
El tercer grupo y más numeroso, formado por 441 personas (el 66% del total) no habían manifestado comportamiento social persistente en ningún momento de sus vidas.
Comparativa cerebral
A continuación analizaron los escáneres cerebrales de todos ellos para medir y comparar el grosor medio de la corteza, así como la dimensión de la superficie cortical (de la materia gris), de los tres grupos catalogados.
Fue así como descubrieron la diferente arquitectura cerebral de las personas con comportamiento antisocial, así como que los adolescentes que tenían estos comportamientos no muestran diferencias significativas respecto a los antisociales.
El estudio confirma anteriores investigaciones, según las cuales el comportamiento antisocial es más frecuente en la adolescencia, antes de que las personas maduren, y confirma que sus cerebros no están diferenciados en esta etapa de la vida.
Corrobora también que las personas que mantienen un comportamiento antisocial a lo largo de la vida son una minoría (el 12% de la población, según este estudio).
La conclusión de los investigadores es que, debido a esta anatomía cerebral específica, este grupo de población tiene problemas para desarrollar las habilidades sociales que les permitirían integrarse y evitar comportamientos antisociales.
Nueva mirada sobre la delincuencia juvenil
Los investigadores consideran que sus hallazgos pueden tener implicaciones en la forma en que tratamos a los delincuentes juveniles.
Frecuentemente, el comportamiento antisocial en la adolescencia se diagnostica como trastorno de conducta y añade mayor riesgo de marginación social en las décadas siguientes.
La nueva investigación añade un nuevo elemento a tener en cuenta a la hora de valorar los comportamientos antisociales en la adolescencia: la arquitectura cerebral.
Advierte sin embargo que el mero uso de imágenes cerebrales para determinar el posible origen del comportamiento antisocial en la adolescencia no puede ser concluyente, ya que las diferencias en la estructura cerebral no son suficientemente sólidas todavía para aplicarse a nivel individual.
Diversos estudios anteriores han establecido asimismo que existiría un condicionamiento genético que predispone a desarrollar la agresividad o la tendencia al acoso, entre otras actitudes antisociales. Un factor a tener en cuenta también a la hora de analizar el problema.
A continuación analizaron los escáneres cerebrales de todos ellos para medir y comparar el grosor medio de la corteza, así como la dimensión de la superficie cortical (de la materia gris), de los tres grupos catalogados.
Fue así como descubrieron la diferente arquitectura cerebral de las personas con comportamiento antisocial, así como que los adolescentes que tenían estos comportamientos no muestran diferencias significativas respecto a los antisociales.
El estudio confirma anteriores investigaciones, según las cuales el comportamiento antisocial es más frecuente en la adolescencia, antes de que las personas maduren, y confirma que sus cerebros no están diferenciados en esta etapa de la vida.
Corrobora también que las personas que mantienen un comportamiento antisocial a lo largo de la vida son una minoría (el 12% de la población, según este estudio).
La conclusión de los investigadores es que, debido a esta anatomía cerebral específica, este grupo de población tiene problemas para desarrollar las habilidades sociales que les permitirían integrarse y evitar comportamientos antisociales.
Nueva mirada sobre la delincuencia juvenil
Los investigadores consideran que sus hallazgos pueden tener implicaciones en la forma en que tratamos a los delincuentes juveniles.
Frecuentemente, el comportamiento antisocial en la adolescencia se diagnostica como trastorno de conducta y añade mayor riesgo de marginación social en las décadas siguientes.
La nueva investigación añade un nuevo elemento a tener en cuenta a la hora de valorar los comportamientos antisociales en la adolescencia: la arquitectura cerebral.
Advierte sin embargo que el mero uso de imágenes cerebrales para determinar el posible origen del comportamiento antisocial en la adolescencia no puede ser concluyente, ya que las diferencias en la estructura cerebral no son suficientemente sólidas todavía para aplicarse a nivel individual.
Diversos estudios anteriores han establecido asimismo que existiría un condicionamiento genético que predispone a desarrollar la agresividad o la tendencia al acoso, entre otras actitudes antisociales. Un factor a tener en cuenta también a la hora de analizar el problema.
Referencia
Associations between life-course-persistent antisocial behaviour and brain structure in a population-representative longitudinal birth cohort. Christina O Carlisi et al. The Lancet Psychiatry, February 17, 2020. DOI:https://doi.org/10.1016/S2215-0366(20)30002-X
Associations between life-course-persistent antisocial behaviour and brain structure in a population-representative longitudinal birth cohort. Christina O Carlisi et al. The Lancet Psychiatry, February 17, 2020. DOI:https://doi.org/10.1016/S2215-0366(20)30002-X