José Manuel Ribera Casado.
José Manuel Ribera Casado es Catedrático Emérito de Geriatría de la Universidad Complutense, ha sido jefe del Servicio de Geriatría del Hospital Clínico San Carlos de Madrid, y ha presidido la Comisión Nacional de la Especialidad de Geriatría (CNEG).
Además, ha ostentado diversos cargos en sociedades científicas, como la presidencia de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología entre 1995 y 2001. Cuenta en su haber con 53 libros como autor único y ha colaborado en 182 capítulos en obras colectivas. Ha participado con 305 artículos en diferentes publicaciones científicas y ha presentado más de medio millar de comunicaciones a Congresos.
A principios de 2012, fue nombrado Académico Numerario de la Real Academia Nacional de Medicina. En la siguiente entrevista, Ribera Casado nos habla del estado de la investigación actual en geriatría, así como de cuestiones vinculadas con el envejecimiento de la población, el efecto de las desigualdades sociales en la tercera edad y las perspectivas de futuro para este sector de la población en España.
¿Es la geriatría una ciencia médica aparte? ¿Por qué?
La geriatría es una especialidad médica desarrollada en Europa y América a lo largo del siglo XX, especialmente a partir de los años 40, y reconocida como tal a día de hoy en unos 70-80 países en todo el mundo. En España existe una sociedad científica con ese nombre desde 1948 y la especialidad médica está reconocida oficialmente en paralelo a cualquier otra por los Ministerios de Educación y de Sanidad desde 1978. Desde entonces se vienen formando especialistas vía MIR como en el resto de las especialidades médicas.
Desde hace unos pocos años existe también como especialidad reconocida en enfermería. Forma parte del concepto más amplio de “gerontología” (estudio de todo lo relativo al envejecimiento en cualquiera de sus formas) y se ocupa de los problemas de salud de las personas mayores en todo lo que tiene que ver con sus aspectos preventivos, curativos y rehabilitadores. Parte de un conocimiento real de los cambios que tienen lugar en el curso del envejecimiento y, a partir de ahí, toma en consideración las consecuencias de ello a la hora de la valoración (diagnóstico) y de la aplicación de medidas terapéuticas (tratamiento).
Hay que tener en cuenta que al igual que el niño no es meramente un adulto en pequeñito, tampoco el viejo se comporta sin más como un adulto en edades más precoces. El envejecimiento conlleva una pérdida de los mecanismos de reserva, un aumento de la vulnerabilidad del individuo y da lugar a modificaciones muy importantes en el comportamiento clínico de las diferentes enfermedades.
¿De qué modo la investigación geriátrica puede afectar o influir a otras ramas de la medicina?
En la medida que muchas especialidades médicas, incluidas las quirúrgicas, manejan pacientes de edad avanzada, las aportaciones específicas que se pueden hacer desde la geriatría suponen un apoyo muy importante para el trabajo diario de los compañeros que deben atender población anciana en sus especialidades correspondientes. Nuestras aportaciones son especialmente útiles en los campos de la valoración integral del anciano, así como en el del manejo terapéutico tomando en cuenta las peculiaridades que incorporan los cambios derivados de la edad.
Un ejemplo de esto último sería el empleo más racional de los fármacos en el anciano. Igualmente somos profesionales con una visión muy integradora que engloba la problemática social y su incidencia sobre la salud, una incidencia tanto mayor cuanto más elevada es la edad del sujeto. También la geriatría ha supuesto una aportación importante a la medicina a través de la puesta en escena de problemas relacionados con la salud que antes del desarrollo de la especialidad no eran tomados en consideración. Me refiero a lo que se conoce como “los grandes síndromes geriátricos”, uno de cuyos ejemplos más representativos podrían ser las caídas.
En otro orden de cosas, cabría hablar de las aportaciones hechas desde la biogerontología, rama científica muy próxima a la geriatría, cuyos avances vinculados al estudio básico de los mecanismos que determinan el proceso de envejecer están permitiendo conocer mejor los sistemas implicados en este proceso y a través de ello profundizar en aspectos preventivos y curativos de alto interés práctico actual y futuro.
¿En qué situación se encuentra la investigación geriátrica en España actualmente?
La investigación básica, más relacionada con lo que he denominado biogerontología, se está desarrollando a través de diferentes laboratorios de fisiología, bioquímica, farmacología, genética, inmunología, etc. extendidos por universidades y centros de investigación de toda España. Son centros de investigación que en algunos casos trabajan en colaboración con servicios clínicos de geriatría y en otros con departamentos muy variados de diferentes ramas del saber.
Además de las facultades de medicina están implicadas otros muchos laboratorios en centros de biología, farmacia, veterinaria, CSIC, química, etc. Su producción científica es alta y perfectamente homologable a la que puede encontrarse en otros países de características similares al nuestro.
La investigación clínica se lleva a cabo, sobre todo, en servicios hospitalarios de la especialidad. Muchas veces en colaboración con servicios de otras especialidades clínicas y con cierta frecuencia, también, abierta a atención primaria o a centros residenciales, sobre todo en el campo de la epidemiología. Su producción también es perfectamente comparable a la que existe en otros lugares, tal y como se pone de manifiesto a través del análisis de las revistas científicas de la especialidad o en las aportaciones presentadas en los congresos internacionales.
¿Hasta qué punto esta investigación es importante en nuestro país, si tenemos en consideración el envejecimiento en marcha de la población?
Dejando al margen previsiones futuras que pueden ser más o menos especulativas, ya que dependen de factores que, evidentemente, no controlamos (tasas de natalidad, corrientes migratorias, etc.), lo cierto es que hoy en España la población de más de 65 años supera el 17% cuando hace un siglo estaba en el 5%.
Como es lógico, ello implica la necesidad de afrontar el reto que supone este envejecimiento poblacional tanto en términos de salud como en cuestiones íntimamente relacionadas con ella, como pueden ser la racionalización no discriminatoria de los recursos económicos o los retos sociales.
Además, ha ostentado diversos cargos en sociedades científicas, como la presidencia de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología entre 1995 y 2001. Cuenta en su haber con 53 libros como autor único y ha colaborado en 182 capítulos en obras colectivas. Ha participado con 305 artículos en diferentes publicaciones científicas y ha presentado más de medio millar de comunicaciones a Congresos.
A principios de 2012, fue nombrado Académico Numerario de la Real Academia Nacional de Medicina. En la siguiente entrevista, Ribera Casado nos habla del estado de la investigación actual en geriatría, así como de cuestiones vinculadas con el envejecimiento de la población, el efecto de las desigualdades sociales en la tercera edad y las perspectivas de futuro para este sector de la población en España.
¿Es la geriatría una ciencia médica aparte? ¿Por qué?
La geriatría es una especialidad médica desarrollada en Europa y América a lo largo del siglo XX, especialmente a partir de los años 40, y reconocida como tal a día de hoy en unos 70-80 países en todo el mundo. En España existe una sociedad científica con ese nombre desde 1948 y la especialidad médica está reconocida oficialmente en paralelo a cualquier otra por los Ministerios de Educación y de Sanidad desde 1978. Desde entonces se vienen formando especialistas vía MIR como en el resto de las especialidades médicas.
Desde hace unos pocos años existe también como especialidad reconocida en enfermería. Forma parte del concepto más amplio de “gerontología” (estudio de todo lo relativo al envejecimiento en cualquiera de sus formas) y se ocupa de los problemas de salud de las personas mayores en todo lo que tiene que ver con sus aspectos preventivos, curativos y rehabilitadores. Parte de un conocimiento real de los cambios que tienen lugar en el curso del envejecimiento y, a partir de ahí, toma en consideración las consecuencias de ello a la hora de la valoración (diagnóstico) y de la aplicación de medidas terapéuticas (tratamiento).
Hay que tener en cuenta que al igual que el niño no es meramente un adulto en pequeñito, tampoco el viejo se comporta sin más como un adulto en edades más precoces. El envejecimiento conlleva una pérdida de los mecanismos de reserva, un aumento de la vulnerabilidad del individuo y da lugar a modificaciones muy importantes en el comportamiento clínico de las diferentes enfermedades.
¿De qué modo la investigación geriátrica puede afectar o influir a otras ramas de la medicina?
En la medida que muchas especialidades médicas, incluidas las quirúrgicas, manejan pacientes de edad avanzada, las aportaciones específicas que se pueden hacer desde la geriatría suponen un apoyo muy importante para el trabajo diario de los compañeros que deben atender población anciana en sus especialidades correspondientes. Nuestras aportaciones son especialmente útiles en los campos de la valoración integral del anciano, así como en el del manejo terapéutico tomando en cuenta las peculiaridades que incorporan los cambios derivados de la edad.
Un ejemplo de esto último sería el empleo más racional de los fármacos en el anciano. Igualmente somos profesionales con una visión muy integradora que engloba la problemática social y su incidencia sobre la salud, una incidencia tanto mayor cuanto más elevada es la edad del sujeto. También la geriatría ha supuesto una aportación importante a la medicina a través de la puesta en escena de problemas relacionados con la salud que antes del desarrollo de la especialidad no eran tomados en consideración. Me refiero a lo que se conoce como “los grandes síndromes geriátricos”, uno de cuyos ejemplos más representativos podrían ser las caídas.
En otro orden de cosas, cabría hablar de las aportaciones hechas desde la biogerontología, rama científica muy próxima a la geriatría, cuyos avances vinculados al estudio básico de los mecanismos que determinan el proceso de envejecer están permitiendo conocer mejor los sistemas implicados en este proceso y a través de ello profundizar en aspectos preventivos y curativos de alto interés práctico actual y futuro.
¿En qué situación se encuentra la investigación geriátrica en España actualmente?
La investigación básica, más relacionada con lo que he denominado biogerontología, se está desarrollando a través de diferentes laboratorios de fisiología, bioquímica, farmacología, genética, inmunología, etc. extendidos por universidades y centros de investigación de toda España. Son centros de investigación que en algunos casos trabajan en colaboración con servicios clínicos de geriatría y en otros con departamentos muy variados de diferentes ramas del saber.
Además de las facultades de medicina están implicadas otros muchos laboratorios en centros de biología, farmacia, veterinaria, CSIC, química, etc. Su producción científica es alta y perfectamente homologable a la que puede encontrarse en otros países de características similares al nuestro.
La investigación clínica se lleva a cabo, sobre todo, en servicios hospitalarios de la especialidad. Muchas veces en colaboración con servicios de otras especialidades clínicas y con cierta frecuencia, también, abierta a atención primaria o a centros residenciales, sobre todo en el campo de la epidemiología. Su producción también es perfectamente comparable a la que existe en otros lugares, tal y como se pone de manifiesto a través del análisis de las revistas científicas de la especialidad o en las aportaciones presentadas en los congresos internacionales.
¿Hasta qué punto esta investigación es importante en nuestro país, si tenemos en consideración el envejecimiento en marcha de la población?
Dejando al margen previsiones futuras que pueden ser más o menos especulativas, ya que dependen de factores que, evidentemente, no controlamos (tasas de natalidad, corrientes migratorias, etc.), lo cierto es que hoy en España la población de más de 65 años supera el 17% cuando hace un siglo estaba en el 5%.
Como es lógico, ello implica la necesidad de afrontar el reto que supone este envejecimiento poblacional tanto en términos de salud como en cuestiones íntimamente relacionadas con ella, como pueden ser la racionalización no discriminatoria de los recursos económicos o los retos sociales.
¿Qué opina de la privatización de la sanidad pública, y qué efecto podría tener esta sobre la geriatría en nuestro país?
Mi opinión al respecto es totalmente negativa y sus efectos, no ya sobre la geriatría, sino sobre el conjunto de la población de más edad en cualquiera de las esferas que se analicen pueden ser demoledores. En una sociedad competitiva al máximo como la nuestra dejar al arbitrio del más fuerte la gestión de los temas de salud (en el fundo eso es la privatización) supone un riesgo altísimo para sus sectores más vulnerables. Y la población anciana es, evidentemente, uno de esos colectivos.
La discriminación por edad en cualquiera de las esferas sociales constituye un hecho muy extendido, aunque la sociedad viva, en gran medida, ajena a ello. Esto también ocurre en el campo de la salud, y cuanto mayor sea la privatización mayor el riesgo de que se acentúe esta discriminación.
¿Qué avances científicos de los últimos tiempos le parecen los más relevantes para la geriatría?
Respuesta difícil de concretar porque hay muchos. Destacaría aquellos que tienen que ver con la prevención, sobre todo en campos como la alimentación y nutrición, la actividad física o el manejo de fármacos. También la profundización en conceptos novedosos como los de fragilidad o sarcopenia. Y, muy importante, la asunción de que en estas edades problemas de salud y problemas sociales van de la mano y, consecuentemente, la búsqueda de soluciones también debe hacerse de una manera conjunta. Este punto es especialmente relevante a la hora de abordar los problemas del paciente crónico.
El paciente crónico constituyó en origen una de las razones por las que nació la geriatría en la Inglaterra de los años 30-40 del siglo pasado. Fuimos quienes en primer lugar nos preocupamos por ellos, luchando contra el concepto de “paciente desahuciado”, sacándolos de los hospitales-asilos y buscando medidas que permitieran alguna forma de recuperación o al menos la mejora de eso que llamamos calidad de vida.
Ahora se habla mucho de los crónicos, sobre todo en términos económicos, y parece que muchos han descubierto un mediterráneo que lleva ahí más de medio siglo. En todo caso bien está que así sea.
En investigación geriátrica hemos conocido recientemente las ideas y propuestas del afamado biogerontólogo británico Aubrey de Grey cuya obra le mereció un doctorado por la Universidad de Cambridge. ¿Qué opinión le merecen a usted los siete tipos de daño del envejecimiento y las estrategias para tratarlos propuestos por este investigador?
La primera precisión es que este señor ni es geriatra ni habla de geriatría. Lo hace desde la biogerontología que, al parecer, es a lo que se dedica. Está claro que en la medida en la que se van conociendo los mecanismos biológicos implicados en el proceso de envejecer las posibilidades a afrontarlos con más o menos éxito aumentan. Sin embargo, estamos muy lejos de ser efectivos en este terreno en los términos de ganancias en expectativa de vida que mide en décadas e incluso cientos de años, tal y como nos dice esta persona (yo le he oído por TV decir que podríamos alcanzar los 500 años).
Son ideas que se venden bien por lo espectaculares ante el conjunto de la población pero que no se corresponden con la realidad actual y ante las que se debe ser extraordinariamente cauto. Las sociedades internacionales de gerontología y los expertos más serios en estas materias lanzan permanentemente alertas sobre el riesgo que representan este tipo de afirmaciones basadas mucho más en voluntarismos exhibicionistas que en realidades contrastadas.
Quiero recalcar que en el proceso de envejecer, además de los factores que podemos llamar intrínsecos y que tiene que ver con la programación genética y los cambios que ella determina a nivel molecular y tisular, existen los llamados factores extrínsecos, derivados de las secuelas de enfermedades o del tipo de vida que uno lleva.
El peso de este tipo de factores en la prolongación de la longevidad es altísimo y la corrección o mejora generalizada en muchos de ellos (potabilización del agua, mejoras en la alimentación, lucha con los factores de riesgo que se van conociendo, vacunaciones, avances terapéuticos directos, etc.) es la principal vía a cuyo través debemos el hecho de que la esperanza de vida al nacer se haya multiplicado por 2.5 en el último siglo. Este campo, la lucha contra el envejecimiento secundario, sigue siendo el más razonable para seguir actuando y del que podemos esperar mejores resultados. Al menos a corto plazo.
¿Cree usted, como De Grey, que alcanzaremos la capacidad de prolongar significativamente la vida humana, sin que esta pierda su calidad?
No es un problema de fe. A la luz de la situación actual estoy completamente convencido de que, al menos en el plazo de 3-4 generaciones, no se va a prolongar significativamente la vida humana. Al menos la esperanza de vida máxima. Sí creo que va a continuar al alza el aumento de esperanza de vida media aunque lo sea con una cadencia inferior a la del último siglo. El tema de la calidad va por otro camino.
En caso de conseguirse nuevos e importantes avances en la prolongación de la vida, ¿cree usted que estos se implantarían de manera igualitaria en la población?
A partir de la respuesta a las anteriores preguntas creo que la discriminación por edad existe y que afrontar a fondo este tema es uno de los retos más importantes, tanto para el conjunto de la sociedad como para quienes trabajamos en el campo de la salud.
Mi opinión al respecto es totalmente negativa y sus efectos, no ya sobre la geriatría, sino sobre el conjunto de la población de más edad en cualquiera de las esferas que se analicen pueden ser demoledores. En una sociedad competitiva al máximo como la nuestra dejar al arbitrio del más fuerte la gestión de los temas de salud (en el fundo eso es la privatización) supone un riesgo altísimo para sus sectores más vulnerables. Y la población anciana es, evidentemente, uno de esos colectivos.
La discriminación por edad en cualquiera de las esferas sociales constituye un hecho muy extendido, aunque la sociedad viva, en gran medida, ajena a ello. Esto también ocurre en el campo de la salud, y cuanto mayor sea la privatización mayor el riesgo de que se acentúe esta discriminación.
¿Qué avances científicos de los últimos tiempos le parecen los más relevantes para la geriatría?
Respuesta difícil de concretar porque hay muchos. Destacaría aquellos que tienen que ver con la prevención, sobre todo en campos como la alimentación y nutrición, la actividad física o el manejo de fármacos. También la profundización en conceptos novedosos como los de fragilidad o sarcopenia. Y, muy importante, la asunción de que en estas edades problemas de salud y problemas sociales van de la mano y, consecuentemente, la búsqueda de soluciones también debe hacerse de una manera conjunta. Este punto es especialmente relevante a la hora de abordar los problemas del paciente crónico.
El paciente crónico constituyó en origen una de las razones por las que nació la geriatría en la Inglaterra de los años 30-40 del siglo pasado. Fuimos quienes en primer lugar nos preocupamos por ellos, luchando contra el concepto de “paciente desahuciado”, sacándolos de los hospitales-asilos y buscando medidas que permitieran alguna forma de recuperación o al menos la mejora de eso que llamamos calidad de vida.
Ahora se habla mucho de los crónicos, sobre todo en términos económicos, y parece que muchos han descubierto un mediterráneo que lleva ahí más de medio siglo. En todo caso bien está que así sea.
En investigación geriátrica hemos conocido recientemente las ideas y propuestas del afamado biogerontólogo británico Aubrey de Grey cuya obra le mereció un doctorado por la Universidad de Cambridge. ¿Qué opinión le merecen a usted los siete tipos de daño del envejecimiento y las estrategias para tratarlos propuestos por este investigador?
La primera precisión es que este señor ni es geriatra ni habla de geriatría. Lo hace desde la biogerontología que, al parecer, es a lo que se dedica. Está claro que en la medida en la que se van conociendo los mecanismos biológicos implicados en el proceso de envejecer las posibilidades a afrontarlos con más o menos éxito aumentan. Sin embargo, estamos muy lejos de ser efectivos en este terreno en los términos de ganancias en expectativa de vida que mide en décadas e incluso cientos de años, tal y como nos dice esta persona (yo le he oído por TV decir que podríamos alcanzar los 500 años).
Son ideas que se venden bien por lo espectaculares ante el conjunto de la población pero que no se corresponden con la realidad actual y ante las que se debe ser extraordinariamente cauto. Las sociedades internacionales de gerontología y los expertos más serios en estas materias lanzan permanentemente alertas sobre el riesgo que representan este tipo de afirmaciones basadas mucho más en voluntarismos exhibicionistas que en realidades contrastadas.
Quiero recalcar que en el proceso de envejecer, además de los factores que podemos llamar intrínsecos y que tiene que ver con la programación genética y los cambios que ella determina a nivel molecular y tisular, existen los llamados factores extrínsecos, derivados de las secuelas de enfermedades o del tipo de vida que uno lleva.
El peso de este tipo de factores en la prolongación de la longevidad es altísimo y la corrección o mejora generalizada en muchos de ellos (potabilización del agua, mejoras en la alimentación, lucha con los factores de riesgo que se van conociendo, vacunaciones, avances terapéuticos directos, etc.) es la principal vía a cuyo través debemos el hecho de que la esperanza de vida al nacer se haya multiplicado por 2.5 en el último siglo. Este campo, la lucha contra el envejecimiento secundario, sigue siendo el más razonable para seguir actuando y del que podemos esperar mejores resultados. Al menos a corto plazo.
¿Cree usted, como De Grey, que alcanzaremos la capacidad de prolongar significativamente la vida humana, sin que esta pierda su calidad?
No es un problema de fe. A la luz de la situación actual estoy completamente convencido de que, al menos en el plazo de 3-4 generaciones, no se va a prolongar significativamente la vida humana. Al menos la esperanza de vida máxima. Sí creo que va a continuar al alza el aumento de esperanza de vida media aunque lo sea con una cadencia inferior a la del último siglo. El tema de la calidad va por otro camino.
En caso de conseguirse nuevos e importantes avances en la prolongación de la vida, ¿cree usted que estos se implantarían de manera igualitaria en la población?
A partir de la respuesta a las anteriores preguntas creo que la discriminación por edad existe y que afrontar a fondo este tema es uno de los retos más importantes, tanto para el conjunto de la sociedad como para quienes trabajamos en el campo de la salud.
“Las medidas preventivas contra los efectos del envejecimiento deben ponerse en marcha cuanto antes mejor (desde niños)”, explica Ribera Casado. Imagen: Victor B. Fuente: PhotoXpress.
Usted ha declarado que “estamos genéticamente preparados para vivir 120 años”, ¿cómo se puede hacer ese cálculo? ¿Está nuestra edad posible en los genes?
La respuesta la dan los demógrafos. Desde que existe registro civil, inicialmente en Francia a inicios del siglo XIX, y, en seguida, de manera progresiva, en el resto de países la persona que más ha vivido lo ha hecho 122 años y 7 meses. Han nacido y muerto en este tiempo miles de millones de personas como para que no sea necesario especular sobre el tema. El registro civil que recoge con rigor las fechas de nacimiento y muerte de los individuos es la única manera de saber a ciencia cierta cuanto vivimos.
Por otra parte, se conoce bien que cada especie animal tiene unas previsiones de vida máxima bastante bien establecidas, comunes para todos los individuos de la especie, por más que estas previsiones sean alcanzadas tan solo por unos pocos individuos. También se sabe que estas previsiones no se han modificado sustancialmente a lo largo del tiempo
¿Contempla la geriatría la prevención del daño por envejecimiento como parte de sus estrategias? ¿Cómo puede practicar el ciudadano medio esa prevención?
Por supuesto. La mejor manera para actuar en ese sentido viene de la mano de la prevención. Las medidas preventivas deben ponerse en marcha cuanto antes mejor (desde niños), pero ninguna edad contraindica su aplicación. En este sentido, las medidas preventivas más eficaces son aquellas que tienen que ver con los hábitos de vida, especialmente con la higiene, la alimentación y la nutrición; la actividad física y la evitación de hábitos tóxicos.
Medidas dirigidas a actuar sobre mecanismos más básicos como la aplicación de antioxidantes, actuaciones a nivel del telómero, posibles formas de manipulación genética, etc. no pasan de ser en estos momentos estudios de laboratorio cuya traslación a la vida real no es previsible a corto plazo.
En España, se cuentan por miles las personas que tienen más de 90 e incluso más de 100 años, ¿mira hacia ellas la geriatría como objeto de estudio o fuente de aprendizaje? ¿Cuál diría usted que es el secreto de esa longevidad?
El número de centenarios se ha multiplicado por más de veinte en España en el último medio siglo y las expectativas son al alza tanto en éste como en otros parámetros similares. Se habla del envejecimiento del envejecimiento. Cada vez habrá más personas que se vayan aproximando al tope actual de esperanza de vida máxima. Evidentemente, aprendemos de ellas. Los estudios sobre centenarios desde perspectivas muy diferentes son bastante habituales en España y en el mundo.
No existe un secreto sobre la longevidad. En todo caso es un secreto abierto. A partir de una buena carga genética, haber vivido lo más libre posible de enfermedades que hipotequen el futuro y haber sido cuidadoso en las medidas preventivas a las que he aludido. A eso cabe añadir algún factor menos sistematizable, dentro del capítulo de lo que podríamos llamar suerte: evitar accidentes, situaciones muy estresantes y cuestiones parecidas.
La respuesta la dan los demógrafos. Desde que existe registro civil, inicialmente en Francia a inicios del siglo XIX, y, en seguida, de manera progresiva, en el resto de países la persona que más ha vivido lo ha hecho 122 años y 7 meses. Han nacido y muerto en este tiempo miles de millones de personas como para que no sea necesario especular sobre el tema. El registro civil que recoge con rigor las fechas de nacimiento y muerte de los individuos es la única manera de saber a ciencia cierta cuanto vivimos.
Por otra parte, se conoce bien que cada especie animal tiene unas previsiones de vida máxima bastante bien establecidas, comunes para todos los individuos de la especie, por más que estas previsiones sean alcanzadas tan solo por unos pocos individuos. También se sabe que estas previsiones no se han modificado sustancialmente a lo largo del tiempo
¿Contempla la geriatría la prevención del daño por envejecimiento como parte de sus estrategias? ¿Cómo puede practicar el ciudadano medio esa prevención?
Por supuesto. La mejor manera para actuar en ese sentido viene de la mano de la prevención. Las medidas preventivas deben ponerse en marcha cuanto antes mejor (desde niños), pero ninguna edad contraindica su aplicación. En este sentido, las medidas preventivas más eficaces son aquellas que tienen que ver con los hábitos de vida, especialmente con la higiene, la alimentación y la nutrición; la actividad física y la evitación de hábitos tóxicos.
Medidas dirigidas a actuar sobre mecanismos más básicos como la aplicación de antioxidantes, actuaciones a nivel del telómero, posibles formas de manipulación genética, etc. no pasan de ser en estos momentos estudios de laboratorio cuya traslación a la vida real no es previsible a corto plazo.
En España, se cuentan por miles las personas que tienen más de 90 e incluso más de 100 años, ¿mira hacia ellas la geriatría como objeto de estudio o fuente de aprendizaje? ¿Cuál diría usted que es el secreto de esa longevidad?
El número de centenarios se ha multiplicado por más de veinte en España en el último medio siglo y las expectativas son al alza tanto en éste como en otros parámetros similares. Se habla del envejecimiento del envejecimiento. Cada vez habrá más personas que se vayan aproximando al tope actual de esperanza de vida máxima. Evidentemente, aprendemos de ellas. Los estudios sobre centenarios desde perspectivas muy diferentes son bastante habituales en España y en el mundo.
No existe un secreto sobre la longevidad. En todo caso es un secreto abierto. A partir de una buena carga genética, haber vivido lo más libre posible de enfermedades que hipotequen el futuro y haber sido cuidadoso en las medidas preventivas a las que he aludido. A eso cabe añadir algún factor menos sistematizable, dentro del capítulo de lo que podríamos llamar suerte: evitar accidentes, situaciones muy estresantes y cuestiones parecidas.