La idea de instalar un telescopio sobre la cara oculta de la luna no es nueva, pero esta posibilidad aumenta ante las recientemente expresadas pretensiones norteamericanas de regresar a nuestro satélite. Por otro lado, los últimos avances en ingeniería espacial hacen cada vez más factibles los proyectos de instalación de telescopios en la luna.
Es el caso del proyecto de un equipo de científicos de la Laval University de Québec (Canadá) que, liderado por el astrofísico Ermanno Borra, planea construir una especie de “piscina” del tamaño de un campo de fútbol con un espejo líquido de 20 metros de alto por 100 de ancho en su interior.
Este espejo líquido y plateado, según publica esta semana la revista Scientific American, recogería la leve luz de las galaxias más antiguas del universo, lo que supondría un logro tecnológico sin precedentes.
En qué consiste
Los telescopios de espejos líquidos se diferencian de los tradicionales en que sus espejos primarios, que reúnen y centran la luz, están hechos con un fluido reflectante en lugar de con vidrio pulido. En este caso, los científicos utilizarían un líquido denominado “líquido iónico” capaz de permanecer en estado líquido incluso en las temperaturas extremadamente bajas de la luna, del orden de -143 ºC.
Los líquidos iónicos son sales con unas características especiales que cada vez llaman más la atención de los científicos: poseen una volatilidad prácticamente nula, con una presión de vapor casi cero ya que están compuestos completamente de iones; una inflamabilidad despreciable; y una alta estabilidad térmica y un bajo punto de fusión. Sobre el líquido iónico del telescopio en cuestión, se añadiría una fina capa de partículas de cromo y, finalmente, otra capa más de partículas de plata.
Y aunque aún quedan varios años para que la tecnología pueda llegar a construir este tipo de telescopios lunares, sus posibilidades son superiores a las de los telescopios convencionales, aseguran los expertos.
Observar las galaxias más antiguas
La idea de un telescopio líquido instalado en la luna es aún controvertida: requeriría de una inmensa inversión cuya eficiencia estaría sometida a interferencias como las del polvo que pudiera manchar la superficie del producto final o la de los rayos de la luz lunar.
Sin embargo, si pudiera llevarse a cabo, se resolvería el problema de la necesidad de fabricar telescopios cada vez más potentes, y que requieren de espejos de enfoque cada vez mayores.
Por ejemplo, el Telescopio Espacial Hubble (telescopio de gran potencia, que fue enviado al espacio por los EEUU en el año 1990 y que transmite imágenes de objetos espaciales), tiene un espejo de 2,5 metros de ancho. Su sucesor, el Telescopio Espacial James Webb de la NASA, que se espera entre en funcionamiento en 2013, tendrá un espejo de 6,5 metros. Los espejos más grandes, de los telescopios gemelos del obseratorio Hawaii’s Keck miden respectivamente 10 metros cada uno.
Pero, si se quieren observar galaxias surgidas hace unos 13 mil millones de años, se necesitarían espejos de 100 metros de ancho. Lanzar un objeto de este tamaño al espacio sería una obra monumental. Un espejo líquido, en cambio, podría instalarse, básicamente, en un contenedor que, al girar, produzca una curva similar a la de un cráter, permitiendo focalizar la luz.
Es el caso del proyecto de un equipo de científicos de la Laval University de Québec (Canadá) que, liderado por el astrofísico Ermanno Borra, planea construir una especie de “piscina” del tamaño de un campo de fútbol con un espejo líquido de 20 metros de alto por 100 de ancho en su interior.
Este espejo líquido y plateado, según publica esta semana la revista Scientific American, recogería la leve luz de las galaxias más antiguas del universo, lo que supondría un logro tecnológico sin precedentes.
En qué consiste
Los telescopios de espejos líquidos se diferencian de los tradicionales en que sus espejos primarios, que reúnen y centran la luz, están hechos con un fluido reflectante en lugar de con vidrio pulido. En este caso, los científicos utilizarían un líquido denominado “líquido iónico” capaz de permanecer en estado líquido incluso en las temperaturas extremadamente bajas de la luna, del orden de -143 ºC.
Los líquidos iónicos son sales con unas características especiales que cada vez llaman más la atención de los científicos: poseen una volatilidad prácticamente nula, con una presión de vapor casi cero ya que están compuestos completamente de iones; una inflamabilidad despreciable; y una alta estabilidad térmica y un bajo punto de fusión. Sobre el líquido iónico del telescopio en cuestión, se añadiría una fina capa de partículas de cromo y, finalmente, otra capa más de partículas de plata.
Y aunque aún quedan varios años para que la tecnología pueda llegar a construir este tipo de telescopios lunares, sus posibilidades son superiores a las de los telescopios convencionales, aseguran los expertos.
Observar las galaxias más antiguas
La idea de un telescopio líquido instalado en la luna es aún controvertida: requeriría de una inmensa inversión cuya eficiencia estaría sometida a interferencias como las del polvo que pudiera manchar la superficie del producto final o la de los rayos de la luz lunar.
Sin embargo, si pudiera llevarse a cabo, se resolvería el problema de la necesidad de fabricar telescopios cada vez más potentes, y que requieren de espejos de enfoque cada vez mayores.
Por ejemplo, el Telescopio Espacial Hubble (telescopio de gran potencia, que fue enviado al espacio por los EEUU en el año 1990 y que transmite imágenes de objetos espaciales), tiene un espejo de 2,5 metros de ancho. Su sucesor, el Telescopio Espacial James Webb de la NASA, que se espera entre en funcionamiento en 2013, tendrá un espejo de 6,5 metros. Los espejos más grandes, de los telescopios gemelos del obseratorio Hawaii’s Keck miden respectivamente 10 metros cada uno.
Pero, si se quieren observar galaxias surgidas hace unos 13 mil millones de años, se necesitarían espejos de 100 metros de ancho. Lanzar un objeto de este tamaño al espacio sería una obra monumental. Un espejo líquido, en cambio, podría instalarse, básicamente, en un contenedor que, al girar, produzca una curva similar a la de un cráter, permitiendo focalizar la luz.
Antecedentes
Los investigadores han fabricado ya varios telescopios líquidos en la superficie terrestre con mercurio, pero éstos absorben demasiada luz como para enfocar imágenes débiles de objetos celestes antiguos.
Para conseguir una versión más brillante, Borra y sus colegas cubrieron un disco de líquido iónico con una capa de plata de un grosor de 30 nanómetros. Aunque el líquido iónico empleado se helaba por debajo de los -98ºC, aún quedan otros muchos líquidos iónicos que probar, han explicado los científicos en la revista Nature.
Borra y sus colaboradores creen que un telescopio apropiado podría ser finalmente fabricado alrededor de 2020. Tendría algunas dificultades, como que sólo podría enfocar en una dirección. A pesar de todo, las imágenes que obtuviera resultarían revolucionarias, aseguran los científicos, que aspiran a que un instrumento de tal envergadura les permita incluso analizar las primeras etapas del universo antes del Big Bang.
Interés de la NASA
Este proyecto ha despertado ya el interés de la NASA, que parece dispuesta a imponer su presencia en la luna, con nuevos proyectos destinados a desarrollar nuevas oportunidades de investigación en el satélite.
El regreso de la Nasa a la luna se hará por etapas, pero el propósito final sería establecer allí las primeras colonias humanas, que servirán para la explotación de ciertos recursos lunares como el helio-3, isótopo ligero del elemento helio muy raro en la Tierra pero muy buscado para su aplicación en investigaciones sobre fusión nuclear. Este elemento procede del interior de las estrellas y lo produce el sol. Se cree que puede encontrarse en abundancia sobre la superficie de la luna.
Pero la luna también podría convertirse en lanzadera para otras misiones incluso más ambiciosas, como la llegada de los humanos a Marte. Según publica la revista Moon Daily, la NASA ha seleccionado ya sus propuestas para sus actividades científicas futuras en la luna, entre las que se consideran las destinadas a comprender mejor la historia de nuestro sistema solar.
Un telescopio líquido como el que pretenden fabricar los científicos canadienses de la universidad de Laval serviría muy bien para estos fines, considerando la cantidad de información sin precedentes que podría aportar y, también, que resultaría más barato de fabricar que los telescopios tradicionales, además de tener mucha mayor potencia.
Los investigadores han fabricado ya varios telescopios líquidos en la superficie terrestre con mercurio, pero éstos absorben demasiada luz como para enfocar imágenes débiles de objetos celestes antiguos.
Para conseguir una versión más brillante, Borra y sus colegas cubrieron un disco de líquido iónico con una capa de plata de un grosor de 30 nanómetros. Aunque el líquido iónico empleado se helaba por debajo de los -98ºC, aún quedan otros muchos líquidos iónicos que probar, han explicado los científicos en la revista Nature.
Borra y sus colaboradores creen que un telescopio apropiado podría ser finalmente fabricado alrededor de 2020. Tendría algunas dificultades, como que sólo podría enfocar en una dirección. A pesar de todo, las imágenes que obtuviera resultarían revolucionarias, aseguran los científicos, que aspiran a que un instrumento de tal envergadura les permita incluso analizar las primeras etapas del universo antes del Big Bang.
Interés de la NASA
Este proyecto ha despertado ya el interés de la NASA, que parece dispuesta a imponer su presencia en la luna, con nuevos proyectos destinados a desarrollar nuevas oportunidades de investigación en el satélite.
El regreso de la Nasa a la luna se hará por etapas, pero el propósito final sería establecer allí las primeras colonias humanas, que servirán para la explotación de ciertos recursos lunares como el helio-3, isótopo ligero del elemento helio muy raro en la Tierra pero muy buscado para su aplicación en investigaciones sobre fusión nuclear. Este elemento procede del interior de las estrellas y lo produce el sol. Se cree que puede encontrarse en abundancia sobre la superficie de la luna.
Pero la luna también podría convertirse en lanzadera para otras misiones incluso más ambiciosas, como la llegada de los humanos a Marte. Según publica la revista Moon Daily, la NASA ha seleccionado ya sus propuestas para sus actividades científicas futuras en la luna, entre las que se consideran las destinadas a comprender mejor la historia de nuestro sistema solar.
Un telescopio líquido como el que pretenden fabricar los científicos canadienses de la universidad de Laval serviría muy bien para estos fines, considerando la cantidad de información sin precedentes que podría aportar y, también, que resultaría más barato de fabricar que los telescopios tradicionales, además de tener mucha mayor potencia.