El decrecimiento implica desacelerar la vida a todos los niveles. Fuente: www.flickr.com. Autor: Herr Olsen.
Decrecer, reducir la velocidad, reflexionar antes de actuar, cuestionar si es necesario un objeto o no; parar a leer o simplemente a contemplar...
Estos conceptos son difíciles de interiorizar y de poner en práctica cuando el tiempo se mide en términos de rentabilidad, y pasa factura a aquel que no es capaz de sacarle el máximo rendimiento.
A este hecho se une el que la tecnología y las modas cambian a una velocidad de vértigo. Por lo tanto, el paradigma que impera en la actualidad es: "si no te adaptas, te quedas obsoleto".
Frente a este modelo de crecimiento ilimitado a partir de recursos limitados, surge el movimiento del decrecimiento en el que confluye la crítica ecológica y la crítica de la sociedad de consumo. Esta iniciativa clama contra la cultura de usar y tirar, la obsolescencia programada, el crédito fácil y la explotación de los recursos naturales, que amenazan el futuro del planeta.
La teoría del decrecimiento podría resumirse en la siguiente frase del filósofo y periodista austriaco André Gorz : “Intenten imaginar una sociedad fundada en estos criterios. La producción de tejidos muy resistentes, de zapatos que duren años, de máquinas fáciles de reparar y capaces de funcionar un siglo, todo ello está, desde hace tiempo, al alcance de la técnica y de la ciencia, de la misma forma que la multiplicación de instalaciones y de servicios colectivos (de transporte, de lavado, etc.) que nos libren de la compra individual de máquinas caras, frágiles y devoradoras de energía".
"La civilización del desperdicio"
El divulgador científico español Manuel Toharia recoge en un artículo una sinopsis de la obra "La civilización del desperdicio", del periodista y sociólogo pionero de las preocupaciones ambientales en España, Juan Ignacio Saénz Díaz.
Este libro se centra en cómo los ciudadanos de los países del norte, los individuos y no sólo las grandes corporaciones o gobiernos se comportaban como los nuevos ricos a la hora de usar y malgastar los recursos que están a disposición de todos.
En los países ricos no existen topes ni al consumo ni a la producción. Y, si los casi 7.200 millones de personas que habitan el planeta viviesen como los ciudadanos de los países desarrollados, el mundo sería totalmente insostenible a causa del consumo per cápita de agua, energía, minerales y suelo para cultivos o viviendas.
La otra faceta a la que alude en su libro el periodista y sociólogo Saénz Díaz es la preocupación por los desechos que producimos, y por las desigualdades del mundo, ya que en ocasiones la sociedad industrializada que fomenta una economía de mercado con intención de conseguir cada año mejores ratios de crecimiento anual (al menos eran los objetivos hasta la crisis de 2008), no fomenta la reutilización de lo producido, y prefiere la huida hacia delante del creciente consumo de materias primas, en vez de reciclar las utilizadas.
Orígenes del decrecimiento
El crecimiento económico está unido a los principios de la economía convencional y hace referencia exclusivamente a parámetros estrictamente económicos. Así, las economías que estén en situación de crecer deben de hacerlo al menos aumentando su PIB al menos un 3% anual, y así se mantiene el bienestar, el empleo...
La idea concreta del decrecimiento nace de pensadores críticos con la idea de desarrollo y con la sociedad de consumo, entre ellos Ivan Illich, André Gorz o Cornelius Castoriadus. Dentro del campo estrictamente de la economía, tras el informe del Club de Roma de 1972 aparecen voces críticas como la del economista, Herman Daly, un norteamericano que recibió el Nobel Alternativo en 1996, y que propuso la tesis del crecimiento 0.
Aunque fue Georgescu Roegen, un economista rumano y padre de la bioeconomía el que introdujo el concepto de decrecimiento, tal y como se entiende ahora mismo. Roegen realizó en la década de los 70 algunas propuestas en esta dirección como: dejar de fabricar armamento para matarnos, ajustar la población mundial a la cantidad de personas que podrían alimentarse en el planeta con agricultura ecológica o permitir la libre circulación de personas entre países sin restricción.
Sin embargo, fue en la década de los 90 cuando se sentaron las bases teóricas que consolidarían y armarían el movimiento por el decrecimiento con autores como Latouche y Schneider, entre otros. Entre las voces mundialmente conocidas está la del profesor Latouche, que afirma que no hay que entender el decrecimiento como una alternativa concreta al modelo actual, sino como una llamada de atención a los riesgos de la situación que vivimos, un slogan que agita conciencias, un grito por el cambio.
Estos conceptos son difíciles de interiorizar y de poner en práctica cuando el tiempo se mide en términos de rentabilidad, y pasa factura a aquel que no es capaz de sacarle el máximo rendimiento.
A este hecho se une el que la tecnología y las modas cambian a una velocidad de vértigo. Por lo tanto, el paradigma que impera en la actualidad es: "si no te adaptas, te quedas obsoleto".
Frente a este modelo de crecimiento ilimitado a partir de recursos limitados, surge el movimiento del decrecimiento en el que confluye la crítica ecológica y la crítica de la sociedad de consumo. Esta iniciativa clama contra la cultura de usar y tirar, la obsolescencia programada, el crédito fácil y la explotación de los recursos naturales, que amenazan el futuro del planeta.
La teoría del decrecimiento podría resumirse en la siguiente frase del filósofo y periodista austriaco André Gorz : “Intenten imaginar una sociedad fundada en estos criterios. La producción de tejidos muy resistentes, de zapatos que duren años, de máquinas fáciles de reparar y capaces de funcionar un siglo, todo ello está, desde hace tiempo, al alcance de la técnica y de la ciencia, de la misma forma que la multiplicación de instalaciones y de servicios colectivos (de transporte, de lavado, etc.) que nos libren de la compra individual de máquinas caras, frágiles y devoradoras de energía".
"La civilización del desperdicio"
El divulgador científico español Manuel Toharia recoge en un artículo una sinopsis de la obra "La civilización del desperdicio", del periodista y sociólogo pionero de las preocupaciones ambientales en España, Juan Ignacio Saénz Díaz.
Este libro se centra en cómo los ciudadanos de los países del norte, los individuos y no sólo las grandes corporaciones o gobiernos se comportaban como los nuevos ricos a la hora de usar y malgastar los recursos que están a disposición de todos.
En los países ricos no existen topes ni al consumo ni a la producción. Y, si los casi 7.200 millones de personas que habitan el planeta viviesen como los ciudadanos de los países desarrollados, el mundo sería totalmente insostenible a causa del consumo per cápita de agua, energía, minerales y suelo para cultivos o viviendas.
La otra faceta a la que alude en su libro el periodista y sociólogo Saénz Díaz es la preocupación por los desechos que producimos, y por las desigualdades del mundo, ya que en ocasiones la sociedad industrializada que fomenta una economía de mercado con intención de conseguir cada año mejores ratios de crecimiento anual (al menos eran los objetivos hasta la crisis de 2008), no fomenta la reutilización de lo producido, y prefiere la huida hacia delante del creciente consumo de materias primas, en vez de reciclar las utilizadas.
Orígenes del decrecimiento
El crecimiento económico está unido a los principios de la economía convencional y hace referencia exclusivamente a parámetros estrictamente económicos. Así, las economías que estén en situación de crecer deben de hacerlo al menos aumentando su PIB al menos un 3% anual, y así se mantiene el bienestar, el empleo...
La idea concreta del decrecimiento nace de pensadores críticos con la idea de desarrollo y con la sociedad de consumo, entre ellos Ivan Illich, André Gorz o Cornelius Castoriadus. Dentro del campo estrictamente de la economía, tras el informe del Club de Roma de 1972 aparecen voces críticas como la del economista, Herman Daly, un norteamericano que recibió el Nobel Alternativo en 1996, y que propuso la tesis del crecimiento 0.
Aunque fue Georgescu Roegen, un economista rumano y padre de la bioeconomía el que introdujo el concepto de decrecimiento, tal y como se entiende ahora mismo. Roegen realizó en la década de los 70 algunas propuestas en esta dirección como: dejar de fabricar armamento para matarnos, ajustar la población mundial a la cantidad de personas que podrían alimentarse en el planeta con agricultura ecológica o permitir la libre circulación de personas entre países sin restricción.
Sin embargo, fue en la década de los 90 cuando se sentaron las bases teóricas que consolidarían y armarían el movimiento por el decrecimiento con autores como Latouche y Schneider, entre otros. Entre las voces mundialmente conocidas está la del profesor Latouche, que afirma que no hay que entender el decrecimiento como una alternativa concreta al modelo actual, sino como una llamada de atención a los riesgos de la situación que vivimos, un slogan que agita conciencias, un grito por el cambio.
Ser más feliz con menos
El pasado mes de enero, el profesor emérito de Economía de la Universidad París-Sud, Serge Latouche, referente mundial del movimiento por el decrecimiento ofreció en el Colegio Mayor Larraona de Pamplona una conferencia titulada "El decrecimiento, ¿una alternativa al capitalismo?". En ella, Latouche pidió que la sociedad establezca una autolimitación de su consumo y de la explotación ambiental.
Además Latouche asegura, en una declaración recogida en ecoportal, que "vivimos fagotizados por la economía de la acumulación, que conlleva a la frustración y a querer lo que no tenemos y ni necesitamos". Esto, añade, "conduce a estados de infelicidad". Para el profesor Latouche, "la gente feliz no suele consumir".
En la misma línea está el ingeniero técnico forestal, fundador de Aviat que fue la primera asociación ecologista de Valencia y miembro de ecologistas en acción, Julio García Camarero, quién ha escrito varios libros en los que promueve la teoría del decrecimiento feliz.
En una entrevista para el diario El País, García Camarero asegura que "seríamos más felices si dejáramos de caer en el consumismo, porque contaminaríamos menos, agotaríamos menos recursos, trabajaríamos menos y tendríamos más tiempo para divertirnos y para las relaciones humanas".
Además, Camarero señala que el único decrecimiento negativo es el de los recortes y afirma, que "el problema no son los puestos de trabajo sino las horas de trabajo. Si en lugar de tener 40 horas laborales se redujeran a 12, y se repartieran entre todos, todos tendrían trabajo y habría más tiempo para relacionarnos".
Del desarrollo sostenible al decrecimiento sostenible
Aunque ya el Club de Roma hablase en el año 1972 de los límites del crecimiento, es ahora, cuando la crisis energética y ambiental parece estar más asumida, cuando parece que el concepto de desarrollo sostenible permitiría que siguiéramos viviendo como hasta ahora sin dañar al planeta.
El concepto de desarrollo sostenible aparece por primera vez en el llamado Informe Brundtland de 1987. Este concepto se consolidaría años más tarde en la Cumbre de Río de 1992, momento en el que se crearon las llamadas Agendas 21, que son planes concretos para llevar a la práctica acciones que persiguen de manera directa la sostenibilidad.
Sin embargo, muchos autores ven como el desarrollo sostenible está sirviendo para mantener la fe en el crecimiento en los países industrializados. Otros autores van más allá y piensan directamente que el desarrollo sostenible es una conjunción imposible y contradictoria.
El hecho es que el término sostenible se ha generalizado y se aplica ahora a cualquier proyecto, además aparece cada vez con más frecuencia en boca de gestores, políticos, constructores... y se precisa por lo tanto de un contexto más concreto y de una definición más precisa a la hora de hablar de sostenibilidad.
En el artículo Decrecimiento: camino hacia la sostenibilidad, la bióloga, Pepa Gisbert Aguilar explica cómo la palabra decrecimiento parece más adecuada que el concepto extendido de desarrollo sostenible, porque su significado es claro. Gisbert Aguilar dice así: "sólo hay un camino posible, vivir con menos, y el reto es este ahora mismo, en vivir mejor con menos".
El pasado mes de enero, el profesor emérito de Economía de la Universidad París-Sud, Serge Latouche, referente mundial del movimiento por el decrecimiento ofreció en el Colegio Mayor Larraona de Pamplona una conferencia titulada "El decrecimiento, ¿una alternativa al capitalismo?". En ella, Latouche pidió que la sociedad establezca una autolimitación de su consumo y de la explotación ambiental.
Además Latouche asegura, en una declaración recogida en ecoportal, que "vivimos fagotizados por la economía de la acumulación, que conlleva a la frustración y a querer lo que no tenemos y ni necesitamos". Esto, añade, "conduce a estados de infelicidad". Para el profesor Latouche, "la gente feliz no suele consumir".
En la misma línea está el ingeniero técnico forestal, fundador de Aviat que fue la primera asociación ecologista de Valencia y miembro de ecologistas en acción, Julio García Camarero, quién ha escrito varios libros en los que promueve la teoría del decrecimiento feliz.
En una entrevista para el diario El País, García Camarero asegura que "seríamos más felices si dejáramos de caer en el consumismo, porque contaminaríamos menos, agotaríamos menos recursos, trabajaríamos menos y tendríamos más tiempo para divertirnos y para las relaciones humanas".
Además, Camarero señala que el único decrecimiento negativo es el de los recortes y afirma, que "el problema no son los puestos de trabajo sino las horas de trabajo. Si en lugar de tener 40 horas laborales se redujeran a 12, y se repartieran entre todos, todos tendrían trabajo y habría más tiempo para relacionarnos".
Del desarrollo sostenible al decrecimiento sostenible
Aunque ya el Club de Roma hablase en el año 1972 de los límites del crecimiento, es ahora, cuando la crisis energética y ambiental parece estar más asumida, cuando parece que el concepto de desarrollo sostenible permitiría que siguiéramos viviendo como hasta ahora sin dañar al planeta.
El concepto de desarrollo sostenible aparece por primera vez en el llamado Informe Brundtland de 1987. Este concepto se consolidaría años más tarde en la Cumbre de Río de 1992, momento en el que se crearon las llamadas Agendas 21, que son planes concretos para llevar a la práctica acciones que persiguen de manera directa la sostenibilidad.
Sin embargo, muchos autores ven como el desarrollo sostenible está sirviendo para mantener la fe en el crecimiento en los países industrializados. Otros autores van más allá y piensan directamente que el desarrollo sostenible es una conjunción imposible y contradictoria.
El hecho es que el término sostenible se ha generalizado y se aplica ahora a cualquier proyecto, además aparece cada vez con más frecuencia en boca de gestores, políticos, constructores... y se precisa por lo tanto de un contexto más concreto y de una definición más precisa a la hora de hablar de sostenibilidad.
En el artículo Decrecimiento: camino hacia la sostenibilidad, la bióloga, Pepa Gisbert Aguilar explica cómo la palabra decrecimiento parece más adecuada que el concepto extendido de desarrollo sostenible, porque su significado es claro. Gisbert Aguilar dice así: "sólo hay un camino posible, vivir con menos, y el reto es este ahora mismo, en vivir mejor con menos".