A día de hoy, no es complicado situarse ante una buena pantalla de ordenador y disfrutar de gran parte de la obra artística de Marina Abramović.
Esta ventana al universo virtual nos da la oportunidad de acceder a vídeos, fotografías e instalaciones que ninguna exposición (por muy magna que fuera) podría recoger en el espacio real.
Eso sí, como bien dice Abramović, la performance es un arte que no siempre se puede enlatar, porque sucede en el instante y luego desaparece. Tal vez por eso, la artista serbia ha optado por registrar sus efímeras acciones.
La palabra "performance" tiene tantas traducciones como versiones. Puede significar "exhibición", "acción", "prestación", "aparición", "actuación", "realización", "celebración", "ejecución" y, en fin, todo aquello que pueda suscitar controversia entre teóricos y prácticos.
En este sentido, resulta tan paradójico como enriquecedor que ni siquiera los que se llaman a sí mismos performers, lleguen a un entendimiento sobre lo que están haciendo.
Por supuesto que hay quien se rige por axiomas, y niega el pan y la sal a quienes saltan a la palestra con la intención de expresarse libremente. ¿Qué obra humana no ha estado sometida al efecto de la contradicción?
Una utópica serie de fotografías
Después de soportar largos discursos sobre la esencia del arte, tuve el privilegio de escuchar de viva voz la concepción sobre arte del músico Jordi Savall.
El arte, opina Savall, es la capacidad de emocionar mediante la belleza. Así de sencillo. Pero, cuidado, la belleza no siempre es "bonita". Las obras de Abramovic siempre han estado relacionadas con la belleza (no siempre bonita) y con la sugestión. Incluso con su propia belleza.
Una belleza que lucha por conservarse -ahora a golpe de bisturí- para seguir expresando su versión extática de la acción como forma de arte.
Podríamos disertar largo y tendido sobre la utópica serie de fotografías, dibujos y vídeos que da título (Holding Emptiness) a esta exposición de la autoproclamada "abuela de la performance". Es notorio que la nada no se puede atrapar, y sin embargo, también lo es que el arte nos da la oportunidad de realizar lo irrealizable.
Abramović toma en sus manos lo que no es, lo lleva a su interior y lo vuelve a expulsar. Todo ello con los ojos cerrados. La magia de algo tan sencillo radica en la interpretación de cada observador. Unos proclaman que la serie es una versión del tai-chi, otros creen que todo lo que han visto es una apología de la lentitud, otros ven un ejercicio estético sin alma, otros no ven nada... y la mayoría de los asistentes al acto inaugural dan la espalda a las obras y esperan la aparición de la artista.
La versión mediática de la artista
En realidad, en este acto multitudinario, no interesa el arte, lo que interesa es el culto a la personalidad de la artista. Una artista que, en los últimos años, se ha unido al privilegiado Olimpo de los dioses mediáticos.
Que la creadora tenga algo especial o no, es secundario; lo prioritario es que Abramović es una estrella. Abramović actúa, se mueve y respira en sus acciones y en sus fotografías, como una estrella. Digamos que ella no es la fotógrafa, sino la fotografía.
Marina Abramović llegó a la sala a las ocho y media de la tarde, saludó al alcalde y a las autoridades, se dejó fotografiar por un ejército de cámaras, teléfonos móviles, tabletas y demás artefactos, firmó autógrafos, besó a alguna conocida, recorrió la exposición, y se marchó por donde había venido.
La multitud aplaudió a la persona (¿o tal vez a la personalidad?) se despachó a empujones y comentarios variopintos, y no hubo más. Eso al menos era lo que parecía ser. En realidad no fue así.
Esta ventana al universo virtual nos da la oportunidad de acceder a vídeos, fotografías e instalaciones que ninguna exposición (por muy magna que fuera) podría recoger en el espacio real.
Eso sí, como bien dice Abramović, la performance es un arte que no siempre se puede enlatar, porque sucede en el instante y luego desaparece. Tal vez por eso, la artista serbia ha optado por registrar sus efímeras acciones.
La palabra "performance" tiene tantas traducciones como versiones. Puede significar "exhibición", "acción", "prestación", "aparición", "actuación", "realización", "celebración", "ejecución" y, en fin, todo aquello que pueda suscitar controversia entre teóricos y prácticos.
En este sentido, resulta tan paradójico como enriquecedor que ni siquiera los que se llaman a sí mismos performers, lleguen a un entendimiento sobre lo que están haciendo.
Por supuesto que hay quien se rige por axiomas, y niega el pan y la sal a quienes saltan a la palestra con la intención de expresarse libremente. ¿Qué obra humana no ha estado sometida al efecto de la contradicción?
Una utópica serie de fotografías
Después de soportar largos discursos sobre la esencia del arte, tuve el privilegio de escuchar de viva voz la concepción sobre arte del músico Jordi Savall.
El arte, opina Savall, es la capacidad de emocionar mediante la belleza. Así de sencillo. Pero, cuidado, la belleza no siempre es "bonita". Las obras de Abramovic siempre han estado relacionadas con la belleza (no siempre bonita) y con la sugestión. Incluso con su propia belleza.
Una belleza que lucha por conservarse -ahora a golpe de bisturí- para seguir expresando su versión extática de la acción como forma de arte.
Podríamos disertar largo y tendido sobre la utópica serie de fotografías, dibujos y vídeos que da título (Holding Emptiness) a esta exposición de la autoproclamada "abuela de la performance". Es notorio que la nada no se puede atrapar, y sin embargo, también lo es que el arte nos da la oportunidad de realizar lo irrealizable.
Abramović toma en sus manos lo que no es, lo lleva a su interior y lo vuelve a expulsar. Todo ello con los ojos cerrados. La magia de algo tan sencillo radica en la interpretación de cada observador. Unos proclaman que la serie es una versión del tai-chi, otros creen que todo lo que han visto es una apología de la lentitud, otros ven un ejercicio estético sin alma, otros no ven nada... y la mayoría de los asistentes al acto inaugural dan la espalda a las obras y esperan la aparición de la artista.
La versión mediática de la artista
En realidad, en este acto multitudinario, no interesa el arte, lo que interesa es el culto a la personalidad de la artista. Una artista que, en los últimos años, se ha unido al privilegiado Olimpo de los dioses mediáticos.
Que la creadora tenga algo especial o no, es secundario; lo prioritario es que Abramović es una estrella. Abramović actúa, se mueve y respira en sus acciones y en sus fotografías, como una estrella. Digamos que ella no es la fotógrafa, sino la fotografía.
Marina Abramović llegó a la sala a las ocho y media de la tarde, saludó al alcalde y a las autoridades, se dejó fotografiar por un ejército de cámaras, teléfonos móviles, tabletas y demás artefactos, firmó autógrafos, besó a alguna conocida, recorrió la exposición, y se marchó por donde había venido.
La multitud aplaudió a la persona (¿o tal vez a la personalidad?) se despachó a empujones y comentarios variopintos, y no hubo más. Eso al menos era lo que parecía ser. En realidad no fue así.
La llegada como performance
La simple aparición de la estrella, la llegada de la gran señora del arte en acción, era ya de por sí una acción: una performance.
Vestida de riguroso negro, moviéndose lentamente, agradeciendo aplausos y cumplidos, satisfaciendo las imperiosas necesidades de los mitómanos, Marina Abramović realizó una de sus mejores performances: ser, estar y parecer. Todo ello por el módico precio de una hora de espera.
Era la ocasión perfecta para el petardeo y el menudeo de posmodernos de cuarta generación, freaks, devotos del manga, usuarios del agua oxigenada, chirigóticos de rostro macilento e incondicionales del ambiente plumífero.
Había que estar allí, en la cola de entrada, porque hacer cola es sinónimo de colarse. Y eso que, una vez en el sarao, no hubo ni el menor atisbo de catering, donde la aparición de un camarero, bandeja en ristre, suele provocar alguna que otra estampida de bisontes ataviados con modelo exclusivo.
Pero la obra gráfica y efímera de la creadora servia resiste toda controversia igual que genera ejércitos de imitadores. Es difícil no ver a Abramović en la inmensa mayoría de los performers que pueblan el universo de los autoproclamados artistas en acción. En el arte, igual que en la literatura, aquel que abre la puerta a un campo inexplorado, acaba dejando huellas indelebles a lo largo del camino.
La vida entera de Marina Abramović ha sido, es y será una constante performance. Igual que lo serán sus exequias fúnebres, pues la artista ha previsto que se hagan tres entierros simultáneos en tres localidades diferentes.
Habrá, por supuesto, un sólo cadáver, pero el entierro será triple. Los mitómanos que deseen peregrinar a la tumba de la gran performer, tendrán que darse unos cuantos viajes para estar seguros de que aciertan con la ausencia correcta.
Un debate necesario
De un tiempo a esta parte aparecen en la prensa gloriosas instantáneas de las colas que se forman en las entradas de museos y salas de exposiciones. Las administraciones se vanaglorian de este afán cultural (¿o cultureta?) de buena parte de la población.
Sucedió así con Holding Emptiness y sigue sucediendo con otras muestras, conciertos y festivales de carácter presuntamente gratuito. Digo presuntamente, porque a esto de "lo gratis" habría que ponerlo en cuarentena.
En primer lugar, porque todas estas jornadas de puertas abiertas se patrocinan fundamentalmente con dinero público: el dinero del contribuyente. Y en segundo lugar, porque este afán de provocar el penoso espectáculo de unas colas donde siempre habrá problemas, responde a un dudoso ejercicio de demagogia política.
Lo gratuito nada tiene que ver con la democratización del arte y sí mucho, muchísimo, con esta hola de menosprecio al trabajo de los creadores. En España -no así en otros países- se da por hecho que el artista vive del aire.
El usuario medio está convencido de que es moralmente lícito adquirir el producto de un trabajo de creación sin contraprestación alguna. Eso sí, ese hipotético descargador de música, cine, literatura y arte en general, pondría el grito en el cielo si no se le pagara dignamente por su trabajo.
Lo gratis ha ido generando un concepto sarcástico de la propiedad intelectual. Hemos acostumbrado a toda una sociedad a infravalorar el talento, o mejor dicho, el arduo oficio de los creadores.
Pero cuidado: nadie habla de restringir el arte al dudoso espacio de lo elitista. Ni mucho menos. Para este problema que ya es estructural siempre habrá soluciones. Es cuestión de poner un poco de imaginación y dejar a un lado la hipocresía.
La simple aparición de la estrella, la llegada de la gran señora del arte en acción, era ya de por sí una acción: una performance.
Vestida de riguroso negro, moviéndose lentamente, agradeciendo aplausos y cumplidos, satisfaciendo las imperiosas necesidades de los mitómanos, Marina Abramović realizó una de sus mejores performances: ser, estar y parecer. Todo ello por el módico precio de una hora de espera.
Era la ocasión perfecta para el petardeo y el menudeo de posmodernos de cuarta generación, freaks, devotos del manga, usuarios del agua oxigenada, chirigóticos de rostro macilento e incondicionales del ambiente plumífero.
Había que estar allí, en la cola de entrada, porque hacer cola es sinónimo de colarse. Y eso que, una vez en el sarao, no hubo ni el menor atisbo de catering, donde la aparición de un camarero, bandeja en ristre, suele provocar alguna que otra estampida de bisontes ataviados con modelo exclusivo.
Pero la obra gráfica y efímera de la creadora servia resiste toda controversia igual que genera ejércitos de imitadores. Es difícil no ver a Abramović en la inmensa mayoría de los performers que pueblan el universo de los autoproclamados artistas en acción. En el arte, igual que en la literatura, aquel que abre la puerta a un campo inexplorado, acaba dejando huellas indelebles a lo largo del camino.
La vida entera de Marina Abramović ha sido, es y será una constante performance. Igual que lo serán sus exequias fúnebres, pues la artista ha previsto que se hagan tres entierros simultáneos en tres localidades diferentes.
Habrá, por supuesto, un sólo cadáver, pero el entierro será triple. Los mitómanos que deseen peregrinar a la tumba de la gran performer, tendrán que darse unos cuantos viajes para estar seguros de que aciertan con la ausencia correcta.
Un debate necesario
De un tiempo a esta parte aparecen en la prensa gloriosas instantáneas de las colas que se forman en las entradas de museos y salas de exposiciones. Las administraciones se vanaglorian de este afán cultural (¿o cultureta?) de buena parte de la población.
Sucedió así con Holding Emptiness y sigue sucediendo con otras muestras, conciertos y festivales de carácter presuntamente gratuito. Digo presuntamente, porque a esto de "lo gratis" habría que ponerlo en cuarentena.
En primer lugar, porque todas estas jornadas de puertas abiertas se patrocinan fundamentalmente con dinero público: el dinero del contribuyente. Y en segundo lugar, porque este afán de provocar el penoso espectáculo de unas colas donde siempre habrá problemas, responde a un dudoso ejercicio de demagogia política.
Lo gratuito nada tiene que ver con la democratización del arte y sí mucho, muchísimo, con esta hola de menosprecio al trabajo de los creadores. En España -no así en otros países- se da por hecho que el artista vive del aire.
El usuario medio está convencido de que es moralmente lícito adquirir el producto de un trabajo de creación sin contraprestación alguna. Eso sí, ese hipotético descargador de música, cine, literatura y arte en general, pondría el grito en el cielo si no se le pagara dignamente por su trabajo.
Lo gratis ha ido generando un concepto sarcástico de la propiedad intelectual. Hemos acostumbrado a toda una sociedad a infravalorar el talento, o mejor dicho, el arduo oficio de los creadores.
Pero cuidado: nadie habla de restringir el arte al dudoso espacio de lo elitista. Ni mucho menos. Para este problema que ya es estructural siempre habrá soluciones. Es cuestión de poner un poco de imaginación y dejar a un lado la hipocresía.
Sobre la artista y la exposición
Marina Abramović es una de las artistas contemporáneas más importantes de la actualidad, según el CAC. Holding Emptiness es una exposición comisariada por Fernando Francés, en la que Abramović invita a los espectadores a que interactúen con su obra a través de las sensaciones que experimenten en algunas de sus instalaciones.
Además, la exposición está compuesta por fotografías y vídeos, divididos en las diferentes etapas creativas de la artista, y dibujos.
Marina Abramović es precursora de la performance y a lo largo de su trayectoria ha llevado hasta el extremo su inquietud artística experimentando con métodos, técnicas e instrumentos para conseguir transmitir su obra al espectador. Recientemente, ha sido incluida en el ranking de las 100 personas más influyentes del mundo por la revista TIME. En esta exposición han colaborado el Festival de Cine de Málaga y Bang & Olufsen. La muestra estará abierta hasta el próximo 31 de agosto.
Fuente: CAC de Málaga.
Marina Abramović es una de las artistas contemporáneas más importantes de la actualidad, según el CAC. Holding Emptiness es una exposición comisariada por Fernando Francés, en la que Abramović invita a los espectadores a que interactúen con su obra a través de las sensaciones que experimenten en algunas de sus instalaciones.
Además, la exposición está compuesta por fotografías y vídeos, divididos en las diferentes etapas creativas de la artista, y dibujos.
Marina Abramović es precursora de la performance y a lo largo de su trayectoria ha llevado hasta el extremo su inquietud artística experimentando con métodos, técnicas e instrumentos para conseguir transmitir su obra al espectador. Recientemente, ha sido incluida en el ranking de las 100 personas más influyentes del mundo por la revista TIME. En esta exposición han colaborado el Festival de Cine de Málaga y Bang & Olufsen. La muestra estará abierta hasta el próximo 31 de agosto.
Fuente: CAC de Málaga.