Un ejemplar de lobo euroasiático (Canis lupus lupus) acecha en la zona afectada por la radiación en Chernóbil. Imagen: Sergei Gaschak.
Con la ya famosa frase “la vida se abre camino”, el personaje de Jeff Goldblum en la película Parque Jurásico se hacía eco de una realidad contrastada por los biólogos desde el nacimiento de la disciplina: si se le deja la libertad para ello, las formas y los caminos que va a tomar la vida, no solo en el terreno evolutivo, sino en los mismos individuos, son impredecibles.
Es precisamente eso lo que han demostrado las poblaciones de mamíferos salvajes que han vuelto a habitar la zona de Chernóbil, en Ucrania. La región, que en 1986 sufriera el mayor accidente nuclear de la historia de la humanidad, parecía condenada a ser un lugar yermo y exento de vida; ahora, sin embargo, la naturaleza ha dado pruebas de su adaptabilidad a los entornos más hostiles.
Unos inicios poco prometedores
Los datos recogidos por un equipo internacional y publicados en la revista Current Biology el pasado 5 de octubre parecían difíciles de prever hace 29 años. Cuando se produjo el incendio y la posterior explosión en el reactor de la central nuclear de Chernóbil, la zona se convirtió en un cementerio: la falta de una reacción rápida, tras el intento de los soviéticos por ocultar el accidente, llevó a una contaminación radioactiva de la zona que se extendió varios kilómetros.
El efecto más inmediato, como sucedería muchos años más tarde en Fukushima, fue la evacuación de la zona, por parte de personas que, en este caso, jamás volvieron. Sin embargo, la radiación tuvo numerosas víctimas, tanto entre los seres humanos de las poblaciones cercanas, como entre las plantas y animales de la zona, cuya mortalidad aumentó.
Como añadido, el llamado “Bosque Rojo” mostró desde entonces, y aún hasta nuestros días, una incapacidad para cerrar su cadena trófica, al provocar la radiación que desaparecieran las bacterias descomponedoras de detritos. La acumulación de estos aumentó el riesgo de incendios, dificultando aún más la permanencia de vida en la zona.
Es precisamente eso lo que han demostrado las poblaciones de mamíferos salvajes que han vuelto a habitar la zona de Chernóbil, en Ucrania. La región, que en 1986 sufriera el mayor accidente nuclear de la historia de la humanidad, parecía condenada a ser un lugar yermo y exento de vida; ahora, sin embargo, la naturaleza ha dado pruebas de su adaptabilidad a los entornos más hostiles.
Unos inicios poco prometedores
Los datos recogidos por un equipo internacional y publicados en la revista Current Biology el pasado 5 de octubre parecían difíciles de prever hace 29 años. Cuando se produjo el incendio y la posterior explosión en el reactor de la central nuclear de Chernóbil, la zona se convirtió en un cementerio: la falta de una reacción rápida, tras el intento de los soviéticos por ocultar el accidente, llevó a una contaminación radioactiva de la zona que se extendió varios kilómetros.
El efecto más inmediato, como sucedería muchos años más tarde en Fukushima, fue la evacuación de la zona, por parte de personas que, en este caso, jamás volvieron. Sin embargo, la radiación tuvo numerosas víctimas, tanto entre los seres humanos de las poblaciones cercanas, como entre las plantas y animales de la zona, cuya mortalidad aumentó.
Como añadido, el llamado “Bosque Rojo” mostró desde entonces, y aún hasta nuestros días, una incapacidad para cerrar su cadena trófica, al provocar la radiación que desaparecieran las bacterias descomponedoras de detritos. La acumulación de estos aumentó el riesgo de incendios, dificultando aún más la permanencia de vida en la zona.
La vuelta de las poblaciones
A pesar de los dificultades, eso no impidió que las poblaciones animales fueran regresando a una zona antaño habitada por humanos y que, libre ahora de su ocupación, suponía una inesperada reserva natural para ellas. La tendencia de la reducción de las poblaciones inmediatamente después del accidente se invirtió poco tiempo más tarde, en un período de entre 1 y 10 años, si bien es ahora cuando se ha confirmado ya de manera clara.
“Estoy encantada de que nuestro trabajo esté consiguiendo reconocimiento internacional”, declara Tatiana Deryabina, de la Reserva Radioecológica de Polesia (Bielorrusia), que ha estudiado los movimientos de estas poblaciones en los últimos 20 años.
La resistencia a la radiación
Lo primero que sorprende a los investigadores es la capacidad de los animales para adaptarse a los efectos de una radiación que sigue presente en la zona, y que tampoco parece afectar de manera negativa a las plantas del lugar del accidente, que se han adaptado al nuevo entorno.
Así, Chernóbil es testigo nuevamente de la presencia de jabalíes, corzos, ciervos comunes, uapitíes, lobos, e incluso especies de linces, zorros, osos o caballos. Los números de las primeras cuatro especies son semejantes a los de las cuatro reservas naturales que existen en la región; en el caso de los lobos, sin embargo, el número de individuos en Chernóbil podría ser hasta siete veces mayor que en dichas reservas.
Mientras esto sucede en la región afectada tras el accidente, las poblaciones de los mismos animales se están reduciendo en otras zonas de lo que fuera la antigua Unión Soviética. La causa parece evidente y demuestra, en palabras de Jim Beasley, co-autor del estudio de la Universidad de Georgia, “la resistencia de las poblaciones salvajes cuando no se ven afectadas por la presión de la ocupación humana”.
“Esto no significa que la radiación sea buena para la vida salvaje, sino que los efectos de la vida humana, incluyendo la caza, la agricultura y la silvicultura, son mucho peores”, afirma Jim Smith, de la Universidad de Portsmouth en Reino Unido, que concluye que “es muy probable que las poblaciones salvajes en Chernóbil sean considerablemente mayores que antes del accidente”.
A pesar de los dificultades, eso no impidió que las poblaciones animales fueran regresando a una zona antaño habitada por humanos y que, libre ahora de su ocupación, suponía una inesperada reserva natural para ellas. La tendencia de la reducción de las poblaciones inmediatamente después del accidente se invirtió poco tiempo más tarde, en un período de entre 1 y 10 años, si bien es ahora cuando se ha confirmado ya de manera clara.
“Estoy encantada de que nuestro trabajo esté consiguiendo reconocimiento internacional”, declara Tatiana Deryabina, de la Reserva Radioecológica de Polesia (Bielorrusia), que ha estudiado los movimientos de estas poblaciones en los últimos 20 años.
La resistencia a la radiación
Lo primero que sorprende a los investigadores es la capacidad de los animales para adaptarse a los efectos de una radiación que sigue presente en la zona, y que tampoco parece afectar de manera negativa a las plantas del lugar del accidente, que se han adaptado al nuevo entorno.
Así, Chernóbil es testigo nuevamente de la presencia de jabalíes, corzos, ciervos comunes, uapitíes, lobos, e incluso especies de linces, zorros, osos o caballos. Los números de las primeras cuatro especies son semejantes a los de las cuatro reservas naturales que existen en la región; en el caso de los lobos, sin embargo, el número de individuos en Chernóbil podría ser hasta siete veces mayor que en dichas reservas.
Mientras esto sucede en la región afectada tras el accidente, las poblaciones de los mismos animales se están reduciendo en otras zonas de lo que fuera la antigua Unión Soviética. La causa parece evidente y demuestra, en palabras de Jim Beasley, co-autor del estudio de la Universidad de Georgia, “la resistencia de las poblaciones salvajes cuando no se ven afectadas por la presión de la ocupación humana”.
“Esto no significa que la radiación sea buena para la vida salvaje, sino que los efectos de la vida humana, incluyendo la caza, la agricultura y la silvicultura, son mucho peores”, afirma Jim Smith, de la Universidad de Portsmouth en Reino Unido, que concluye que “es muy probable que las poblaciones salvajes en Chernóbil sean considerablemente mayores que antes del accidente”.
Referencia bibliográfica:
T.G. Deryabina, S.V. Kuchmel, L.L. Nagorskaya, T.G. Hinton, J.C. Beasley, A. Lerebours, J.T. Smith. Long-term census data reveal abundant wildlife populations at Chernobyl. Current Biology (2015). DOI: 10.1016/j.cub.2015.08.017.
T.G. Deryabina, S.V. Kuchmel, L.L. Nagorskaya, T.G. Hinton, J.C. Beasley, A. Lerebours, J.T. Smith. Long-term census data reveal abundant wildlife populations at Chernobyl. Current Biology (2015). DOI: 10.1016/j.cub.2015.08.017.