ANTHONY LITTLE y DAVID PERRETT.
Cuanto más tiempo vive una persona en pareja con otra persona, más crecen las similitudes físicas entre ellos, según un estudio realizado por científicos de la Universidad de Liverpool, en colaboración con las universidades de Durham y de St Andrews.
El estudio pretendía analizar las razones por las que los miembros de una pareja tienden a parecerse el uno al otro y concluye que el desarrollo de parecidos comunes entre los dos miembros de una pareja podría derivarse del hecho de compartir y sentir numerosas experiencias comunes.
Pero también existe una razón añadida: no elegimos nuestras parejas porque sean diferentes a nosotros -siguiendo una ley de equilibrio- sino que, por el contrario, nos atraen aquellas personas en las que vemos puntos en común, tanto en la personalidad como genéticamente (en este sentido, con la intención biológica de perpetuar nuestros propios genes).
Los investigadores, dirigidos por Tony Little, de la School of Biological Science de la Universidad de Liverpool, pidieron a los participantes -11 hombres y 11 mujeres- que opinaran acerca de la edad, el atractivo y la personalidad que podían tener los miembros de 160 parejas de casados. Para ello, se les mostraron una serie de fotografías en las que aparecían las esposas y los maridos por separado, de manera que los participantes no supieran quién estaba casado con quién.
Realmente se parecen
Los resultados demostraron que la creencia popular de que los miembros de las parejas, sobre todo de las que han vivido durante muchos años juntas, se parecen, resultó ser cierta: los participantes en el estudio señalaron más similitudes entre aquellas personas que más tiempo llevaban unidas.
Según explica Little en un comunicado de dicha universidad, esto es debido a que la personalidad marca nuestras facciones faciales, por lo que el compartir experiencias y modos de ver la vida acaba por definir nuestros rasgos de manera similar.
Por otro lado, también se demostró que las personas eligen parejas con una personalidad parecida a la suya, basándose en rasgos faciales que marcan las características de la personalidad.
Si, por ejemplo, una mujer tiene un rostro que señala que es una persona “sociable”, lo más probable es que su marido tenga unos rasgos que denoten la misma característica. Es decir que, cuando elegimos con quien nos emparejarnos, ya nos parecemos a nuestro futuro compañero o compañera.
Cercanía genética
Existe una razón biológica para que nos gusten las personas que se nos parecen: buscamos a los que son genéticamente similares. Estudios científicos han demostrado al respecto que las parejas genéticamente parecidas tienden a vivir felizmente unidos. Las similitudes de la personalidad y de las características físicas reflejan el parecido que pueda haber entre nuestros genes.
En la atracción sexual, en el caso de los animales, actúan decodificadores genéticos que producen el intercambio de información que hace que el macho se acerque a una hembra determinada.
Según los psicólogos genetistas, esta ley también funciona en los humanos, lo que produce que en nuestros cerebros se disparen las sustancias químicas que generan la atracción y el anhelo de unirse. Este deseo tiene un fin subyacente e imperativo: el de la conservación y perpetuación de la especie.
Rasgos determinantes
El estudio de Tony Little ha indicado, por otra parte, que las personas se fijan ineludiblemente en determinados rasgos para definir la personalidad de alguien, tal y como se desprende de la observación que hicieron los participantes de las fotos de las 160 parejas. Los ojos y la sonrisa son los caracteres que más información aportan de una persona a este respecto.
La forma de la cara también es determinante. Por ejemplo, la combinación de rasgos masculinos, una barbilla larga y cejas prominentes, suele hacer pensar que la persona es desagradable y poco colaboradora, ha declarado Little a la revista LiveScience.
Little tiene en marcha ahora un nuevo estudio on line sobre la personalidad y la edad de los participantes, y sobre cómo éstos condicionan y definen su propio atractivo. El análisis incluye tests de preferencias faciales, y examinará si las características físicas y de personalidad de los individuos influyen en su elecciones de unos u otros rostros. También se quiere averiguar si la percepción de la información que nos dan los rasgos faciales varía si los individuos que la reciben está emparejados o no.
El estudio pretendía analizar las razones por las que los miembros de una pareja tienden a parecerse el uno al otro y concluye que el desarrollo de parecidos comunes entre los dos miembros de una pareja podría derivarse del hecho de compartir y sentir numerosas experiencias comunes.
Pero también existe una razón añadida: no elegimos nuestras parejas porque sean diferentes a nosotros -siguiendo una ley de equilibrio- sino que, por el contrario, nos atraen aquellas personas en las que vemos puntos en común, tanto en la personalidad como genéticamente (en este sentido, con la intención biológica de perpetuar nuestros propios genes).
Los investigadores, dirigidos por Tony Little, de la School of Biological Science de la Universidad de Liverpool, pidieron a los participantes -11 hombres y 11 mujeres- que opinaran acerca de la edad, el atractivo y la personalidad que podían tener los miembros de 160 parejas de casados. Para ello, se les mostraron una serie de fotografías en las que aparecían las esposas y los maridos por separado, de manera que los participantes no supieran quién estaba casado con quién.
Realmente se parecen
Los resultados demostraron que la creencia popular de que los miembros de las parejas, sobre todo de las que han vivido durante muchos años juntas, se parecen, resultó ser cierta: los participantes en el estudio señalaron más similitudes entre aquellas personas que más tiempo llevaban unidas.
Según explica Little en un comunicado de dicha universidad, esto es debido a que la personalidad marca nuestras facciones faciales, por lo que el compartir experiencias y modos de ver la vida acaba por definir nuestros rasgos de manera similar.
Por otro lado, también se demostró que las personas eligen parejas con una personalidad parecida a la suya, basándose en rasgos faciales que marcan las características de la personalidad.
Si, por ejemplo, una mujer tiene un rostro que señala que es una persona “sociable”, lo más probable es que su marido tenga unos rasgos que denoten la misma característica. Es decir que, cuando elegimos con quien nos emparejarnos, ya nos parecemos a nuestro futuro compañero o compañera.
Cercanía genética
Existe una razón biológica para que nos gusten las personas que se nos parecen: buscamos a los que son genéticamente similares. Estudios científicos han demostrado al respecto que las parejas genéticamente parecidas tienden a vivir felizmente unidos. Las similitudes de la personalidad y de las características físicas reflejan el parecido que pueda haber entre nuestros genes.
En la atracción sexual, en el caso de los animales, actúan decodificadores genéticos que producen el intercambio de información que hace que el macho se acerque a una hembra determinada.
Según los psicólogos genetistas, esta ley también funciona en los humanos, lo que produce que en nuestros cerebros se disparen las sustancias químicas que generan la atracción y el anhelo de unirse. Este deseo tiene un fin subyacente e imperativo: el de la conservación y perpetuación de la especie.
Rasgos determinantes
El estudio de Tony Little ha indicado, por otra parte, que las personas se fijan ineludiblemente en determinados rasgos para definir la personalidad de alguien, tal y como se desprende de la observación que hicieron los participantes de las fotos de las 160 parejas. Los ojos y la sonrisa son los caracteres que más información aportan de una persona a este respecto.
La forma de la cara también es determinante. Por ejemplo, la combinación de rasgos masculinos, una barbilla larga y cejas prominentes, suele hacer pensar que la persona es desagradable y poco colaboradora, ha declarado Little a la revista LiveScience.
Little tiene en marcha ahora un nuevo estudio on line sobre la personalidad y la edad de los participantes, y sobre cómo éstos condicionan y definen su propio atractivo. El análisis incluye tests de preferencias faciales, y examinará si las características físicas y de personalidad de los individuos influyen en su elecciones de unos u otros rostros. También se quiere averiguar si la percepción de la información que nos dan los rasgos faciales varía si los individuos que la reciben está emparejados o no.