En 2011, un estudio de la Universidad de Bristol, en el Reino Unido, reveló la importancia de la dieta en la infancia para el desarrollo de la inteligencia: en él se constató que niños que consumían más alimentos procesados (no frescos) durante sus tres primeros años de vida presentaban cocientes intelectuales (CIs) más bajos que niños que habían seguido una dieta más saludable durante ese mismo periodo.
La investigación constató, además, que esos efectos cognitivos derivados de los hábitos de alimentación durante la más tierna infancia persistían posteriormente, aunque dichos hábitos fueran modificados más tarde.
Ahora, un nuevo estudio realizado en EEUU, en la Universidad Estatal de Oregón (OSU), señala que una dieta con un alto contenido tanto en grasa como en azúcares puede causar cambios en determinadas bacterias intestinales vinculadas a una pérdida significativa de la "flexibilidad cognitiva" (capacidad de adaptación a situaciones cambiantes), en comparación con una dieta normal.
Este efecto resultaría más acentuado con la dieta de alto contenido en azúcar, que mostró que además provocaba un deterioro del aprendizaje temprano, tanto a largo plazo como en la memoria a corto plazo, informa la OSU en un comunicado.
Los hallazgos son consistentes con los de otros estudios sobre el impacto de las grasas y los azúcares sobre la función cognitiva y el comportamiento. Todos ellos han sugerido que estos problemas estarían relacionados con la alteración de la microbioma, que es el ecosistema que habita en el sistema digestivo humano y que se calcula está compuesto por unos cien billones de bacterias.
La investigación constató, además, que esos efectos cognitivos derivados de los hábitos de alimentación durante la más tierna infancia persistían posteriormente, aunque dichos hábitos fueran modificados más tarde.
Ahora, un nuevo estudio realizado en EEUU, en la Universidad Estatal de Oregón (OSU), señala que una dieta con un alto contenido tanto en grasa como en azúcares puede causar cambios en determinadas bacterias intestinales vinculadas a una pérdida significativa de la "flexibilidad cognitiva" (capacidad de adaptación a situaciones cambiantes), en comparación con una dieta normal.
Este efecto resultaría más acentuado con la dieta de alto contenido en azúcar, que mostró que además provocaba un deterioro del aprendizaje temprano, tanto a largo plazo como en la memoria a corto plazo, informa la OSU en un comunicado.
Los hallazgos son consistentes con los de otros estudios sobre el impacto de las grasas y los azúcares sobre la función cognitiva y el comportamiento. Todos ellos han sugerido que estos problemas estarían relacionados con la alteración de la microbioma, que es el ecosistema que habita en el sistema digestivo humano y que se calcula está compuesto por unos cien billones de bacterias.
Lo más afectado: la flexibilidad cognitiva
La presente investigación fue realizada con ratones de laboratorio a los que se les suministraron diversos tipos de dietas.
Posteriormente, los animales fueron sometidos a distintas pruebas -como la prueba del laberinto de agua, con la que se mide la capacidad de orientación espacial-, para registrar posibles cambios en sus funciones mentales y físicas y la relación de estos con el impacto de las dietas en las bacterias intestinales.
Se constató así que, tras solo cuatro semanas de dieta con un alto contenido en grasas o azúcares, el desempeño de los ratones en varias pruebas comenzó a decaer, en comparación con el de animales que habían seguido una dieta normal.
Uno de los cambios más pronunciados fue registrado en lo que los investigadores llaman "flexibilidad cognitiva", que es esa capacidad que nos permite, por ejemplo, encontrar el camino a casa a pesar de que la ruta que siempre usamos esté cortada por obras.
Aunque realizado en ratones, los resultados obtenidos podrían trasladarse a nuestra especie, puesto que está demostrado que estos animales son un modelo particularmente bueno para el conocimiento de aspectos humanos como el envejecimiento, la memoria espacial o la obesidad.
Por otra parte, los ratones sometidos a la investigación eran jóvenes, es decir, tenían un sistema biológico más saludable y capaz de resistir influencias patológicas sobre su microbiota que ratones ancianos. Por eso, señalan los investigadores, es posible que los resultados obtenidos fueran aún más pronunciados con animales de más edad o con seres humanos con sistemas intestinales afectados por otras causas.
Por qué sucede
Los científicos explican el efecto del estado de la microbiota en la inteligencia de la siguiente forma: "Cada vez está más claro que las bacterias intestinales pueden comunicarse con el cerebro humano: Esas bacterias pueden liberar compuestos que actúan como neurotransmisores, estimulan los nervios sensoriales o el sistema inmune, y afectan a una amplia gama de funciones biológicas", afirman. "Aún no estamos seguros exactamente de cómo se envían esos mensajes, pero los estamos siguiendo por sus efectos".
La presente investigación fue realizada con ratones de laboratorio a los que se les suministraron diversos tipos de dietas.
Posteriormente, los animales fueron sometidos a distintas pruebas -como la prueba del laberinto de agua, con la que se mide la capacidad de orientación espacial-, para registrar posibles cambios en sus funciones mentales y físicas y la relación de estos con el impacto de las dietas en las bacterias intestinales.
Se constató así que, tras solo cuatro semanas de dieta con un alto contenido en grasas o azúcares, el desempeño de los ratones en varias pruebas comenzó a decaer, en comparación con el de animales que habían seguido una dieta normal.
Uno de los cambios más pronunciados fue registrado en lo que los investigadores llaman "flexibilidad cognitiva", que es esa capacidad que nos permite, por ejemplo, encontrar el camino a casa a pesar de que la ruta que siempre usamos esté cortada por obras.
Aunque realizado en ratones, los resultados obtenidos podrían trasladarse a nuestra especie, puesto que está demostrado que estos animales son un modelo particularmente bueno para el conocimiento de aspectos humanos como el envejecimiento, la memoria espacial o la obesidad.
Por otra parte, los ratones sometidos a la investigación eran jóvenes, es decir, tenían un sistema biológico más saludable y capaz de resistir influencias patológicas sobre su microbiota que ratones ancianos. Por eso, señalan los investigadores, es posible que los resultados obtenidos fueran aún más pronunciados con animales de más edad o con seres humanos con sistemas intestinales afectados por otras causas.
Por qué sucede
Los científicos explican el efecto del estado de la microbiota en la inteligencia de la siguiente forma: "Cada vez está más claro que las bacterias intestinales pueden comunicarse con el cerebro humano: Esas bacterias pueden liberar compuestos que actúan como neurotransmisores, estimulan los nervios sensoriales o el sistema inmune, y afectan a una amplia gama de funciones biológicas", afirman. "Aún no estamos seguros exactamente de cómo se envían esos mensajes, pero los estamos siguiendo por sus efectos".
Referencia bibliográfica:
K.R. Magnusson, L. Hauck, B.M. Jeffrey, V. Elias, A. Humphrey, R. Nath, A. Perrone, L.E. Bermudez. Relationships between diet-related changes in the gut microbiome and cognitive flexibility. Neuroscience (2015). DOI: 10.1016/j.neuroscience.2015.05.016.
K.R. Magnusson, L. Hauck, B.M. Jeffrey, V. Elias, A. Humphrey, R. Nath, A. Perrone, L.E. Bermudez. Relationships between diet-related changes in the gut microbiome and cognitive flexibility. Neuroscience (2015). DOI: 10.1016/j.neuroscience.2015.05.016.