La riqueza y la clase social tienen un impacto mayor de lo que se creía en la salud y el bienestar de las personas mayores, revela un estudio realizado en el Reino Unido.
La investigación ha sido financiada por el Economic and Social Research Council y llevada a cabo por el profesor de sociología James Nazroo, de la Universidad de Manchester, en colaboración con investigadores de la University College London y del Instituto de Estudios Fiscales inglés.
Para el estudio, cuyos resultados han aparecido publicados bajo el título “Inequalities in Health in an Aging Population: Patterns, Causes and Consequences” (desigualdades en la salud de la población anciana: patrones, causas y consecuencias), los investigadores utilizaron datos del English Longitudinal Study of Ageing, que recoge información sobre la salud, la posición económica y la calidad de vida de la gente mayor del Reino Unido.
Los pobres mueren antes
A partir de esta información, los científicos examinaron las interrelaciones entre las circunstancias económicas, sociales, psicosociales y de salud de los ancianos.
El objetivo del estudio era comprender con claridad el alcance de las desigualdades en salud en este grupo de población, los elementos determinantes para dichas desigualdades, y sus implicaciones en la productividad y en la participación social general.
En concreto, los investigadores buscaban definir cómo las desigualdades en la salud de las personas mayores están relacionadas con su posición económica y cómo dichas desigualdades varían en función de la edad, el sexo, la jubilación o la participación social.
Así, se descubrió que las personas mayores que pertenecen a grupos socio-económicos bajos mueren, como media, antes que sus iguales más ricos.
Por otro lado, las personas que proceden de clases socio-económicas más bajas, y las que tienen menos educación y riqueza, tienden más a padecer depresiones, y también trastornos crónicos, como la hipertensión, la diabetes o la obesidad.
La investigación ha sido financiada por el Economic and Social Research Council y llevada a cabo por el profesor de sociología James Nazroo, de la Universidad de Manchester, en colaboración con investigadores de la University College London y del Instituto de Estudios Fiscales inglés.
Para el estudio, cuyos resultados han aparecido publicados bajo el título “Inequalities in Health in an Aging Population: Patterns, Causes and Consequences” (desigualdades en la salud de la población anciana: patrones, causas y consecuencias), los investigadores utilizaron datos del English Longitudinal Study of Ageing, que recoge información sobre la salud, la posición económica y la calidad de vida de la gente mayor del Reino Unido.
Los pobres mueren antes
A partir de esta información, los científicos examinaron las interrelaciones entre las circunstancias económicas, sociales, psicosociales y de salud de los ancianos.
El objetivo del estudio era comprender con claridad el alcance de las desigualdades en salud en este grupo de población, los elementos determinantes para dichas desigualdades, y sus implicaciones en la productividad y en la participación social general.
En concreto, los investigadores buscaban definir cómo las desigualdades en la salud de las personas mayores están relacionadas con su posición económica y cómo dichas desigualdades varían en función de la edad, el sexo, la jubilación o la participación social.
Así, se descubrió que las personas mayores que pertenecen a grupos socio-económicos bajos mueren, como media, antes que sus iguales más ricos.
Por otro lado, las personas que proceden de clases socio-económicas más bajas, y las que tienen menos educación y riqueza, tienden más a padecer depresiones, y también trastornos crónicos, como la hipertensión, la diabetes o la obesidad.
La jubilación obligatoria no ayuda
Al parecer, estas desigualdades en la salud y en la esperanza de vida fruto de las desigualdades socioeconómicas se mantienen en las personas más ancianas, pero en realidad son más amplias en los grupos de personas de entre 50 y 70 años.
El informe también ha revelado que la jubilación anticipada resulta en general buena para la salud y el bienestar de las personas mayores, a menos que dicha jubilación haya sido obligatoria.
En estos casos, la jubilación anticipada genera una salud mental más debilitada, en comparación con la de las personas que se han jubilado por la vía convencional o con aquéllos que voluntariamente han pedido la jubilación anticipada.
Por otra parte, señala el informe, la gente mayor que participa en actividades no remuneradas, como el voluntariado o el cuidado de otros, están mentalmente más sanos y gozan de mayor bienestar, pero sólo si se sienten apreciados y recompensados por su contribución.
En este aspecto, el informe coincide con los resultados de otro estudio reciente, dirigido por Sei Lee, profesor de geriatría de la Universidad de California, en San Francisco, que señalan que los jubilados mayores de 65 años que se hicieron voluntarios tienen menos de la mitad del riesgo de muerte, en comparación con sus iguales no-voluntarios.
Aprovechar el potencial
Según explica el profesor Nazroo en un comunicado emitido por la Universidad de Manchester: “estos hallazgos tienen importantes implicaciones para todos”.
La razón: el aumento de la esperanza de vida de la población genera grandes desafíos para las políticas públicas. Entre ellos está la necesidad de responder a las marcadas desigualdades económicas y de salud de las personas mayores.
Además, a pesar del hecho de que vivimos durante más tiempo, mucha gente deja ahora de trabajar antes de alcanzar la edad estipulada para la jubilación, por lo que una gran proporción de personas jubiladas aún tienen capacidad de aportar cosas a la sociedad, a la economía y a su propio bienestar.
“Nuestras conclusiones nos ayudarán a comprender cómo puede la sociedad ayudar a la gente a darse cuenta de ese potencial de los mayores”, afirma Nazroo.
Estas conclusiones serían, en primer lugar, que las desigualdades de la salud de las personas mayores se dan en todas las categorías socio-económicas, y que están presentes tanto en las personas maduras más ancianas como en las más jóvenes.
Sin embargo, los factores socioeconómicos parecen tener consecuencias más marcadas y negativas para las personas mayores más jóvenes, lo que explicaría que aquéllos con pocos recursos tienden a morir antes que los que son más ricos.
Asimismo, si se considera la posibilidad inversa –que los cambios en la salud puedan impactar en la posición social- parece que la jubilación anticipada, en cualquier circunstancia, puede ser buena para la salud. Pero sólo si es voluntaria.
Por último, hay que considerar siempre el impacto de la jubilación en los papeles que desempeñan las personas mayores en la sociedad, en sus relaciones y su identidad.
Al parecer, estas desigualdades en la salud y en la esperanza de vida fruto de las desigualdades socioeconómicas se mantienen en las personas más ancianas, pero en realidad son más amplias en los grupos de personas de entre 50 y 70 años.
El informe también ha revelado que la jubilación anticipada resulta en general buena para la salud y el bienestar de las personas mayores, a menos que dicha jubilación haya sido obligatoria.
En estos casos, la jubilación anticipada genera una salud mental más debilitada, en comparación con la de las personas que se han jubilado por la vía convencional o con aquéllos que voluntariamente han pedido la jubilación anticipada.
Por otra parte, señala el informe, la gente mayor que participa en actividades no remuneradas, como el voluntariado o el cuidado de otros, están mentalmente más sanos y gozan de mayor bienestar, pero sólo si se sienten apreciados y recompensados por su contribución.
En este aspecto, el informe coincide con los resultados de otro estudio reciente, dirigido por Sei Lee, profesor de geriatría de la Universidad de California, en San Francisco, que señalan que los jubilados mayores de 65 años que se hicieron voluntarios tienen menos de la mitad del riesgo de muerte, en comparación con sus iguales no-voluntarios.
Aprovechar el potencial
Según explica el profesor Nazroo en un comunicado emitido por la Universidad de Manchester: “estos hallazgos tienen importantes implicaciones para todos”.
La razón: el aumento de la esperanza de vida de la población genera grandes desafíos para las políticas públicas. Entre ellos está la necesidad de responder a las marcadas desigualdades económicas y de salud de las personas mayores.
Además, a pesar del hecho de que vivimos durante más tiempo, mucha gente deja ahora de trabajar antes de alcanzar la edad estipulada para la jubilación, por lo que una gran proporción de personas jubiladas aún tienen capacidad de aportar cosas a la sociedad, a la economía y a su propio bienestar.
“Nuestras conclusiones nos ayudarán a comprender cómo puede la sociedad ayudar a la gente a darse cuenta de ese potencial de los mayores”, afirma Nazroo.
Estas conclusiones serían, en primer lugar, que las desigualdades de la salud de las personas mayores se dan en todas las categorías socio-económicas, y que están presentes tanto en las personas maduras más ancianas como en las más jóvenes.
Sin embargo, los factores socioeconómicos parecen tener consecuencias más marcadas y negativas para las personas mayores más jóvenes, lo que explicaría que aquéllos con pocos recursos tienden a morir antes que los que son más ricos.
Asimismo, si se considera la posibilidad inversa –que los cambios en la salud puedan impactar en la posición social- parece que la jubilación anticipada, en cualquier circunstancia, puede ser buena para la salud. Pero sólo si es voluntaria.
Por último, hay que considerar siempre el impacto de la jubilación en los papeles que desempeñan las personas mayores en la sociedad, en sus relaciones y su identidad.