Autor: Jellaluna. Fuente: flickr Licencia: Creative Commons Attribution 2.0 Generic
7:30 a.m. Suena el despertador. Alicia ya está despierta. Le dio tiempo a asearse y vestirse. Apaga el despertador mientras estira las sábanas de su cama. Sus cuadernos y libros preparados en el escritorio. La persiana levantada y la atmósfera de la habitación aireada.
7:45 a.m. Suena el reloj. Gema se esconde debajo de las sábanas. Vuelve a sonar. ¿En qué lugar estará? El escritorio, desordenado: revistas, libros y apuntes amontonados. Por el suelo, ropa. Desde el otro lado de la puerta, se oye una voz: “Gema, por favor, levántate. ¡Llegarás tarde una vez más!”
Alicia responde al tipo de persona matutina. Gema, a la tipología vespertina. Ambas representan los extremos de una tendencia o preferencia por la realización de tareas durante la mañana o la tarde. En parte, porque su reloj biológico se ajusta (Alicia) o se retrasa (Gema) con respecto a ese otro reloj incansable, el físico, el encargado del ciclo luz/oscuridad, y a aquel otro reloj social, empeñado en imponer tiempos y horarios.
La gran mayoría de la población no tiene una tendencia tan marcada: algunas veces y para ciertas cosas, se prefiere la mañana, mientras que para otras actividades, la tarde-noche. Y además, con la edad, tales preferencias cambian. Los niños/as tienden a la matutinidad en grado extremo, lo que corroboran cada fin de semana aquellos padres que desean dormir un poco más de lo habitual. En cambio, los adolescentes, a partir de los 12 años, suelen ser vespertinos. Lo que también constatan aquellos padres quienes desvelados, desesperan viendo luz en el dormitorio de sus hijos/as hasta bien entrada la madrugada: “¿cómo podrá estudiar a estas horas?, ¡tendría que estar durmiendo ya!”.
Tal preferencia por “ir retrasado” con respecto al reloj físico/social, parece ser consecuencia de los cambios hormonales propios de la pubertad (factores biológicos), así como del estilo de vida y vivencias en el entorno social y familiar (factores psicológicos y sociales). Investigaciones realizadas en diversos países indican que los adolescentes vespertinos obtienen un peor rendimiento académico. Dos son, entre otras, las posibles explicaciones: un menor tiempo de sueño y un mayor desajuste con los ritmos sociales (escolares y familiares).
Si los adolescentes vespertinos tienden a acostarse más tarde pero no pueden demorar su hora de levantarse porque han de ir a clase entre las 8:00 y 8:30 horas, es posible que no duerman un número suficiente de horas y su rendimiento se vea mermado. Pero también, aquellos más vespertinos pueden experimentar un desajuste entre sus ritmos (retrasados) y los ritmos del entorno escolar y familiar (más sincronizados con reloj físico/social matutino). Tal asincronía, que recuerda a la que se experimenta tras un vuelo transoceánico, se ha denominado como jet-lag social. Pero a diferencia del jet-lag del viajero, este otro jet-lag social, es diario, o si se quiere, permanente. Los síntomas son, entre otros, somnolencia a primeras horas del día, y un mejor momento a nivel físico y psicológico por la tarde-noche.
Tales aspectos han sido estudiados por el grupo de investigación “Estilos Psicológicos, Género y Salud” de la Universidad Complutense de Madrid (UCM).
Cambio crítico hacia la vespertinidad durante la adolescencia
En el estudio participaron más de mil adolescentes entre 12 y 16 años, que cursaban Educación Secundaria Obligatoria (ESO). Parte de los resultados han sido ya publicados en la revista Learning and Individual Differences. Los estudiantes cumplimentaron la Escala de Matutinidad/Vespertinidad, en la que se preguntaba por la hora preferida para realizar actividades tales como ejercicio físico, tareas exigentes (examen) o el momento ideal de acostarse y levantarse. Además, los adolescentes informaron de sus hábitos de sueño, así como de las notas obtenidas en diversas asignaturas (lengua castellana y literatura, ciencias sociales, geografía e historia, matemáticas e inglés).
Los resultados indicaron que los adolescentes vespertinos informaban haber obtenido peores notas, independientemente del tiempo de sueño nocturno. Estos resultados confirman la relación encontrada en otros países: mayor vespertinidad, menor rendimiento académico. Curiosamente, tal relación es más clara entre los adolescentes de 12 a 14 años, cuando se produce un mayor cambio hacia la vespertinidad. Se dispone, pues, de más evidencia empírica sobre la importancia de considerar la tipología circadiana (matutinos/as vs. vespertinos/as) del alumnado a la hora de planificar y distribuir el nivel de exigencia de las tareas a lo largo del día.
7:45 a.m. Suena el reloj. Gema se esconde debajo de las sábanas. Vuelve a sonar. ¿En qué lugar estará? El escritorio, desordenado: revistas, libros y apuntes amontonados. Por el suelo, ropa. Desde el otro lado de la puerta, se oye una voz: “Gema, por favor, levántate. ¡Llegarás tarde una vez más!”
Alicia responde al tipo de persona matutina. Gema, a la tipología vespertina. Ambas representan los extremos de una tendencia o preferencia por la realización de tareas durante la mañana o la tarde. En parte, porque su reloj biológico se ajusta (Alicia) o se retrasa (Gema) con respecto a ese otro reloj incansable, el físico, el encargado del ciclo luz/oscuridad, y a aquel otro reloj social, empeñado en imponer tiempos y horarios.
La gran mayoría de la población no tiene una tendencia tan marcada: algunas veces y para ciertas cosas, se prefiere la mañana, mientras que para otras actividades, la tarde-noche. Y además, con la edad, tales preferencias cambian. Los niños/as tienden a la matutinidad en grado extremo, lo que corroboran cada fin de semana aquellos padres que desean dormir un poco más de lo habitual. En cambio, los adolescentes, a partir de los 12 años, suelen ser vespertinos. Lo que también constatan aquellos padres quienes desvelados, desesperan viendo luz en el dormitorio de sus hijos/as hasta bien entrada la madrugada: “¿cómo podrá estudiar a estas horas?, ¡tendría que estar durmiendo ya!”.
Tal preferencia por “ir retrasado” con respecto al reloj físico/social, parece ser consecuencia de los cambios hormonales propios de la pubertad (factores biológicos), así como del estilo de vida y vivencias en el entorno social y familiar (factores psicológicos y sociales). Investigaciones realizadas en diversos países indican que los adolescentes vespertinos obtienen un peor rendimiento académico. Dos son, entre otras, las posibles explicaciones: un menor tiempo de sueño y un mayor desajuste con los ritmos sociales (escolares y familiares).
Si los adolescentes vespertinos tienden a acostarse más tarde pero no pueden demorar su hora de levantarse porque han de ir a clase entre las 8:00 y 8:30 horas, es posible que no duerman un número suficiente de horas y su rendimiento se vea mermado. Pero también, aquellos más vespertinos pueden experimentar un desajuste entre sus ritmos (retrasados) y los ritmos del entorno escolar y familiar (más sincronizados con reloj físico/social matutino). Tal asincronía, que recuerda a la que se experimenta tras un vuelo transoceánico, se ha denominado como jet-lag social. Pero a diferencia del jet-lag del viajero, este otro jet-lag social, es diario, o si se quiere, permanente. Los síntomas son, entre otros, somnolencia a primeras horas del día, y un mejor momento a nivel físico y psicológico por la tarde-noche.
Tales aspectos han sido estudiados por el grupo de investigación “Estilos Psicológicos, Género y Salud” de la Universidad Complutense de Madrid (UCM).
Cambio crítico hacia la vespertinidad durante la adolescencia
En el estudio participaron más de mil adolescentes entre 12 y 16 años, que cursaban Educación Secundaria Obligatoria (ESO). Parte de los resultados han sido ya publicados en la revista Learning and Individual Differences. Los estudiantes cumplimentaron la Escala de Matutinidad/Vespertinidad, en la que se preguntaba por la hora preferida para realizar actividades tales como ejercicio físico, tareas exigentes (examen) o el momento ideal de acostarse y levantarse. Además, los adolescentes informaron de sus hábitos de sueño, así como de las notas obtenidas en diversas asignaturas (lengua castellana y literatura, ciencias sociales, geografía e historia, matemáticas e inglés).
Los resultados indicaron que los adolescentes vespertinos informaban haber obtenido peores notas, independientemente del tiempo de sueño nocturno. Estos resultados confirman la relación encontrada en otros países: mayor vespertinidad, menor rendimiento académico. Curiosamente, tal relación es más clara entre los adolescentes de 12 a 14 años, cuando se produce un mayor cambio hacia la vespertinidad. Se dispone, pues, de más evidencia empírica sobre la importancia de considerar la tipología circadiana (matutinos/as vs. vespertinos/as) del alumnado a la hora de planificar y distribuir el nivel de exigencia de las tareas a lo largo del día.