El registro oficial de las series meteorológicas en España comenzó alrededor de 1850, pero antes ya se habían anotado medidas puntuales en algunas zonas de la península ibérica.
Las primeras las remitió en 1724 el médico portugués Isaac Sequeira al físico británico James Jurin, que intentaba formar una red europea de meteorólogos, según recogen documentos guardados en la Royal Society de Londres.
“Esas observaciones, que cubren el periodo entre noviembre de 1724 y enero 1725, son las más antiguas que se conocen en la Península”, destaca a Sinc el investigador Fernando Domínguez de la Universidad de Extremadura, “pero lo más curioso no es eso, sino lo que cuentan”.
Las anotaciones del médico portugués registran una de las tormentas más fuertes de las que se tiene constancia en territorio peninsular. Pasó por Lisboa el 19 de noviembre de 1724 y afectó a todo el centro y norte de Portugal, causando daños en palacios, iglesias y edificios, además de hundir o inutilizar numerosas embarcaciones en la costa y el río Tajo.
“Los efectos que causó esta bomba meteorológica el día anterior –18 de noviembre– en Madeira, nos hacen pensar que se trató de una tormenta tropical”, señala Domínguez. Tormentas de este tipo, que se asocian a huracanes en el Atlántico, solo se conocen otras dos en España: “Una del año 1842 y la más reciente de Vince en 2005, que también se desarrolló en el entorno de Madeira y llegó hasta nuestras costas”.
Los resultados de este estudio han aparecido en la revista Climatic Change, aunque los autores también han analizado la variabilidad climática en la península ibérica en fechas posteriores, durante el periodo entre 1750-1850. Junto a investigadores de otras universidades han revisado documentos de los siglos XVIII y XIX, como los periódicos, que en su cabecera solían mostrar medidas barométricas, de temperatura, viento y estado del tiempo diario.
Se han digitalizado más de 100.000 observaciones de aquella época tomadas en 16 localidades –como Cádiz, Madrid, Badajoz, Palma de Mallorca, Valencia, Zaragoza, Bilbao, Palencia o La Coruña–.
De esta forma se han detectado anomalías de alta precipitación, como la que ocurrió en la década de 1780, o el enfriamiento estival que se sintió en toda Europa después de la gran erupción del volcán de Tambora, en Indonesia, en 1815.
Pero las investigaciones meteorológicas han llegado mucho más atrás en el tiempo. En concreto, se ha efectuado “el primer intento serio de obtener información climática a partir de fuentes árabes en la península Ibérica”, subraya José Manuel Vaquero, otro de los autores, que recalca: “¡Estamos hablando de noticias del clima en España hace mil años!”.
Las primeras las remitió en 1724 el médico portugués Isaac Sequeira al físico británico James Jurin, que intentaba formar una red europea de meteorólogos, según recogen documentos guardados en la Royal Society de Londres.
“Esas observaciones, que cubren el periodo entre noviembre de 1724 y enero 1725, son las más antiguas que se conocen en la Península”, destaca a Sinc el investigador Fernando Domínguez de la Universidad de Extremadura, “pero lo más curioso no es eso, sino lo que cuentan”.
Las anotaciones del médico portugués registran una de las tormentas más fuertes de las que se tiene constancia en territorio peninsular. Pasó por Lisboa el 19 de noviembre de 1724 y afectó a todo el centro y norte de Portugal, causando daños en palacios, iglesias y edificios, además de hundir o inutilizar numerosas embarcaciones en la costa y el río Tajo.
“Los efectos que causó esta bomba meteorológica el día anterior –18 de noviembre– en Madeira, nos hacen pensar que se trató de una tormenta tropical”, señala Domínguez. Tormentas de este tipo, que se asocian a huracanes en el Atlántico, solo se conocen otras dos en España: “Una del año 1842 y la más reciente de Vince en 2005, que también se desarrolló en el entorno de Madeira y llegó hasta nuestras costas”.
Los resultados de este estudio han aparecido en la revista Climatic Change, aunque los autores también han analizado la variabilidad climática en la península ibérica en fechas posteriores, durante el periodo entre 1750-1850. Junto a investigadores de otras universidades han revisado documentos de los siglos XVIII y XIX, como los periódicos, que en su cabecera solían mostrar medidas barométricas, de temperatura, viento y estado del tiempo diario.
Se han digitalizado más de 100.000 observaciones de aquella época tomadas en 16 localidades –como Cádiz, Madrid, Badajoz, Palma de Mallorca, Valencia, Zaragoza, Bilbao, Palencia o La Coruña–.
De esta forma se han detectado anomalías de alta precipitación, como la que ocurrió en la década de 1780, o el enfriamiento estival que se sintió en toda Europa después de la gran erupción del volcán de Tambora, en Indonesia, en 1815.
Pero las investigaciones meteorológicas han llegado mucho más atrás en el tiempo. En concreto, se ha efectuado “el primer intento serio de obtener información climática a partir de fuentes árabes en la península Ibérica”, subraya José Manuel Vaquero, otro de los autores, que recalca: “¡Estamos hablando de noticias del clima en España hace mil años!”.
Canibalismo
Los musulmanes ocuparon la península durante varios siglos, aunque el equipo se ha centrado en las crónicas disponibles entre los años 711 y 1010.
En esos textos los historiadores árabes describían acontecimientos políticos y sociales, pero de vez en cuando se colaba algún evento climático con relevancia para la comunidad.
“Recopilando estos eventos podemos decir que ocurrieron importantes sequías en Al-Ándalus entre 748-754, 812-823 y 867-879, unos periodos en los que encontramos muchas referencias a sequías y hambrunas asociadas, que incluso hicieron que la gente emigrara hacia el norte de África”, apunta Domínguez.
El científico destaca la referencia más llamativa: “En el año 898 una sequía, probablemente corta pero muy severa, llevó a los andalusíes a practicar el canibalismo para poder sobrevivir, según algunas crónicas, aunque seguramente también influyeran otros factores socioeconómicos o epidemias”.
Otros datos revelan que el clima en Córdoba, una de las ciudades más importantes del mundo por entonces, mostró una mayor frecuencia de nieve y granizo en el período 971-975 respecto a las medias actuales. Este otro estudio se ha publicado en la revista The Holocene.
“Conocer el clima del pasado es importante para entender la variabilidad de todo el sistema climático, que tiene subsistemas interactuando entre sí a escalas diversas y va mucho más allá de los registros meteorológicos oficiales de los últimos 150 años, que además están afectados por la quema de combustibles fósiles y no reflejan la variabilidad climática natural”, dicen los autores, que recuerdan: “Muchas de las observaciones que hicieron nuestros antepasados están esperando en los archivos y bibliotecas a ser rescatadas”.
Los musulmanes ocuparon la península durante varios siglos, aunque el equipo se ha centrado en las crónicas disponibles entre los años 711 y 1010.
En esos textos los historiadores árabes describían acontecimientos políticos y sociales, pero de vez en cuando se colaba algún evento climático con relevancia para la comunidad.
“Recopilando estos eventos podemos decir que ocurrieron importantes sequías en Al-Ándalus entre 748-754, 812-823 y 867-879, unos periodos en los que encontramos muchas referencias a sequías y hambrunas asociadas, que incluso hicieron que la gente emigrara hacia el norte de África”, apunta Domínguez.
El científico destaca la referencia más llamativa: “En el año 898 una sequía, probablemente corta pero muy severa, llevó a los andalusíes a practicar el canibalismo para poder sobrevivir, según algunas crónicas, aunque seguramente también influyeran otros factores socioeconómicos o epidemias”.
Otros datos revelan que el clima en Córdoba, una de las ciudades más importantes del mundo por entonces, mostró una mayor frecuencia de nieve y granizo en el período 971-975 respecto a las medias actuales. Este otro estudio se ha publicado en la revista The Holocene.
“Conocer el clima del pasado es importante para entender la variabilidad de todo el sistema climático, que tiene subsistemas interactuando entre sí a escalas diversas y va mucho más allá de los registros meteorológicos oficiales de los últimos 150 años, que además están afectados por la quema de combustibles fósiles y no reflejan la variabilidad climática natural”, dicen los autores, que recuerdan: “Muchas de las observaciones que hicieron nuestros antepasados están esperando en los archivos y bibliotecas a ser rescatadas”.
Referencias bibliográficas:
F. Domínguez-Castro, J. M. Vaquero, F. S. Rodrigo, A. M. M. Farrona, M. C. Gallego, R. García-Herrera, Barriendos, A. Sanchez-Lorenzo. Early Spanish meteorological records (1780–1850). International Journal of Climatology (2014). DOI: 10.1002/joc.3709.
Fernando Domínguez-Castro, Juan C de Miguel, José M Vaquero, María C Gallego, Ricardo García-Herrera. Climatic potential of Islamic chronicles in Iberia: Extreme droughts (ad 711-1010). The Holocene (2014). DOI: 10.1177/0959683613518591.
F. Domínguez-Castro, R. M. Trigo, J. M. Vaquero. The first meteorological measurements in the Iberian Peninsula: evaluating the storm of November 1724. Climatic Change (2013). DOI: 10.1007/s10584-012-0628-9
F. Domínguez-Castro, J. M. Vaquero, F. S. Rodrigo, A. M. M. Farrona, M. C. Gallego, R. García-Herrera, Barriendos, A. Sanchez-Lorenzo. Early Spanish meteorological records (1780–1850). International Journal of Climatology (2014). DOI: 10.1002/joc.3709.
Fernando Domínguez-Castro, Juan C de Miguel, José M Vaquero, María C Gallego, Ricardo García-Herrera. Climatic potential of Islamic chronicles in Iberia: Extreme droughts (ad 711-1010). The Holocene (2014). DOI: 10.1177/0959683613518591.
F. Domínguez-Castro, R. M. Trigo, J. M. Vaquero. The first meteorological measurements in the Iberian Peninsula: evaluating the storm of November 1724. Climatic Change (2013). DOI: 10.1007/s10584-012-0628-9