En 1969, J. Richard Gott III, un matemático y astrofísico en la Universidad de Princeton, visitó el muro de Berlín. Como buen científico, mientras le sacaban una foto junto al muro, se hizo una pregunta: ¿Cuántos años se mantendrá en pie este muro?
Para responderla, Gott echó mano de sus conocimientos: como astrofísico sabía bien que cuando Copérnico demostró que la Tierra no era el centro del Universo, sino que giraba en torno al Sol, dio un paso de gigante.
Lejos de vivir -como imaginábamos- en un lugar privilegiado en el centro del universo, la posición de la Tierra, nuestro hogar, es de lo más mediocre. Vivimos -como quien dice- en los suburbios de una galaxia de lo más vulgar entre los muchos miles de millones de galaxias que existen.
El estudio de Copérnico aportó una conclusión mucho más profunda y relevante que la posición en el espacio de un pequeño planeta azul: aunque nos cuesta creerlo, no somos observadores privilegiados de los fenómenos que acontecen en el Universo, ni ocupamos un lugar especial en el espacio o en el tiempo.
La generalización de esta idea -que se llamó principio copernicano- permitió importantísimos avances en ciencia. En contra de lo que pueda parecernos, casi ningún fenómeno es especial: en su gran mayoría los fenómenos más diversos cumplen el principio de la mediocridad y son total y absolutamente normales, por más que a nosotros nos parezcan extraordinarios.
Así que Richard Gott pensó que ese día de 1969, mientras contemplaba el muro de Berlín, no tenía nada de especial. El muro llevaba ya unos cuantos años construido y duraría algún tiempo más en el futuro.
Pero se podía estimar cuánto podría durar el muro, basándose en que el momento en el que un observador cualquiera (como él mismo) contempla el muro de Berlín no tiene nada de especial. Científicamente hablando, la relación entre el tiempo que llevaba el muro construido cuando Gott lo observó, y el tiempo total de la duración del muro hasta su caída, es un valor continuo, comprendido entre 0 y 1.
A partir de aquí, Richard Gott empezó a hacer sus cálculos. Desarrolló un procedimiento, llamado el argumento Delta t, con el que predijo la fecha más probable de la caída del muro. Lo publicó. El artículo pasó sin pena ni gloria: aparte de algunos científicos, casi nadie le hizo caso. Politólogos, sociólogos y periodistas pensaban que el muro de Berlín podía ser de todo menos un evento mediocre.
Aproximaciones al principio copernicano
También tenían claro que el final de los 60 era una época especial. Pero, 20 años más tarde, el muro cayó, coincidiendo con la fecha predicha por el argumento Delta t del profesor Gott. Entonces se le empezó a hacer más caso.
Con el tiempo, The Washsington Post publicó algo inaudito en prensa: una explicación aproximada del procedimiento Delta t de Gott -por supuesto sin ecuaciones- pero nada menos que con 8 gráficas, que intentaban explicar intuitivamente lo que Gott describía precisamente en una sola ecuación.
Previamente, los militares americanos habían sido mucho más receptivos. El argumento Delta t podía predecir quién ganaría la Guerra Fría. Y las conclusiones les eran favorables: la ganarían los Estados Unidos, con una probabilidad del 95%, lo más probable antes de que terminase el siglo XX.
Para entonces la ciencia había desarrollado muchas más aproximaciones al principio copernicano que permitían hacer predicciones sobre el tiempo total que iba a durar un evento cualquiera: si no hay observadores privilegiados, una serie de herramientas matemáticas (como la inferencia Bayesiana, el argumento Delta t, el argumento del “juicio final”, la catástrofe de Carter…) permiten estimar el intervalo más probable de duración de un evento cualquiera.
Estos procedimientos se emplearon para predecir la duración más probable de eventos que preocupan a los científicos -en especial a los astrofísicos- y predecir la duración de acontecimientos relevantes como el futuro de la civilización o cuánto falta para nuestra extinción. El problema es que no vamos a estar ahí para saber si estas predicciones resultan acertadas.
Pero Richard Gott aplicó su procedimiento a predecir otras muchas cosas cuya duración si podía observarse. Por ejemplo, estimó el tiempo que estarían en cartel unas cuantas docenas de obras que se representaban en Broadway por aquel entonces. No tenía de ellas más conocimiento que la fecha de su estreno. Aun así, acertó.
Para responderla, Gott echó mano de sus conocimientos: como astrofísico sabía bien que cuando Copérnico demostró que la Tierra no era el centro del Universo, sino que giraba en torno al Sol, dio un paso de gigante.
Lejos de vivir -como imaginábamos- en un lugar privilegiado en el centro del universo, la posición de la Tierra, nuestro hogar, es de lo más mediocre. Vivimos -como quien dice- en los suburbios de una galaxia de lo más vulgar entre los muchos miles de millones de galaxias que existen.
El estudio de Copérnico aportó una conclusión mucho más profunda y relevante que la posición en el espacio de un pequeño planeta azul: aunque nos cuesta creerlo, no somos observadores privilegiados de los fenómenos que acontecen en el Universo, ni ocupamos un lugar especial en el espacio o en el tiempo.
La generalización de esta idea -que se llamó principio copernicano- permitió importantísimos avances en ciencia. En contra de lo que pueda parecernos, casi ningún fenómeno es especial: en su gran mayoría los fenómenos más diversos cumplen el principio de la mediocridad y son total y absolutamente normales, por más que a nosotros nos parezcan extraordinarios.
Así que Richard Gott pensó que ese día de 1969, mientras contemplaba el muro de Berlín, no tenía nada de especial. El muro llevaba ya unos cuantos años construido y duraría algún tiempo más en el futuro.
Pero se podía estimar cuánto podría durar el muro, basándose en que el momento en el que un observador cualquiera (como él mismo) contempla el muro de Berlín no tiene nada de especial. Científicamente hablando, la relación entre el tiempo que llevaba el muro construido cuando Gott lo observó, y el tiempo total de la duración del muro hasta su caída, es un valor continuo, comprendido entre 0 y 1.
A partir de aquí, Richard Gott empezó a hacer sus cálculos. Desarrolló un procedimiento, llamado el argumento Delta t, con el que predijo la fecha más probable de la caída del muro. Lo publicó. El artículo pasó sin pena ni gloria: aparte de algunos científicos, casi nadie le hizo caso. Politólogos, sociólogos y periodistas pensaban que el muro de Berlín podía ser de todo menos un evento mediocre.
Aproximaciones al principio copernicano
También tenían claro que el final de los 60 era una época especial. Pero, 20 años más tarde, el muro cayó, coincidiendo con la fecha predicha por el argumento Delta t del profesor Gott. Entonces se le empezó a hacer más caso.
Con el tiempo, The Washsington Post publicó algo inaudito en prensa: una explicación aproximada del procedimiento Delta t de Gott -por supuesto sin ecuaciones- pero nada menos que con 8 gráficas, que intentaban explicar intuitivamente lo que Gott describía precisamente en una sola ecuación.
Previamente, los militares americanos habían sido mucho más receptivos. El argumento Delta t podía predecir quién ganaría la Guerra Fría. Y las conclusiones les eran favorables: la ganarían los Estados Unidos, con una probabilidad del 95%, lo más probable antes de que terminase el siglo XX.
Para entonces la ciencia había desarrollado muchas más aproximaciones al principio copernicano que permitían hacer predicciones sobre el tiempo total que iba a durar un evento cualquiera: si no hay observadores privilegiados, una serie de herramientas matemáticas (como la inferencia Bayesiana, el argumento Delta t, el argumento del “juicio final”, la catástrofe de Carter…) permiten estimar el intervalo más probable de duración de un evento cualquiera.
Estos procedimientos se emplearon para predecir la duración más probable de eventos que preocupan a los científicos -en especial a los astrofísicos- y predecir la duración de acontecimientos relevantes como el futuro de la civilización o cuánto falta para nuestra extinción. El problema es que no vamos a estar ahí para saber si estas predicciones resultan acertadas.
Pero Richard Gott aplicó su procedimiento a predecir otras muchas cosas cuya duración si podía observarse. Por ejemplo, estimó el tiempo que estarían en cartel unas cuantas docenas de obras que se representaban en Broadway por aquel entonces. No tenía de ellas más conocimiento que la fecha de su estreno. Aun así, acertó.
Aplicado al procés
Inmersos en el hartazgo generalizado que para la mayoría de la gente supone el “procés” catalán, hemos hecho unas estimaciones científicas al estilo de Richard Gott. Para ello tan sólo tenemos que suponer que el momento actual desde el que observamos el procés no es un momento privilegiado. Es evidente que esto no se puede asegurar, y aquí está el punto débil de nuestro razonamiento. Es más, cualquier nacionalista, analista político, periodista etc., pensará justamente lo contrario.
Pero la historia nos ha revelado que los humanos tenemos una tendencia desmedida a pensar que vivimos y observamos los acontecimientos desde una posición privilegiada -una tendencia que la ciencia ha demostrado que es, en la gran mayoría de los casos errónea-. Así, hemos utilizado el argumento Delta t del Dr. Gott (y algunos otros semejantes) para hacer algunas estimaciones. A priori, antes de hacer nuestros cálculos, vamos a asumir un nivel de significación para nuestras predicciones: tal y como es habitual en los trabajos científicos, lo fijaremos en una P=0.95, esto es, nuestra predicción será correcta en el 95% de los casos.
De partida, uno ya se encuentra con un obstáculo: a diferencia del muro de Berlín en el que nadie duda sobre cuando fue construido, la interpretación de la “realidad catalana” es muy diferente. Por ejemplo, en el sentir de la mayoría de los independentistas, la nación catalana fue anexionada a España por Franco en 1939; en cambio la mayoría de españoles suponen que España es una nación por lo menos desde 1492.
Mínimo 14 años para la independencia
Aplicando el argumento Delta t, (que, recordemos, solo es válido a nivel probabilístico y acertará en el 95% de los casos si no somos observadores privilegiados en un momento especial-), hay la práctica certeza de que los nacionalistas no conseguirían la independencia durante los próximos 2 años y tendrán que esperar, como mínimo, hasta dentro de unos 14 años para empezar a tener probabilidades por encima del 5%.
Puede que este resultado guste, en principio a los nacionalistas. Pero la verdadera clave está en estimar qué pasará después de la independencia. Cualquier nacionalista inteligente debería plantearse dos preguntas verdaderamente relevantes:
1ª ¿Cuánto tiempo podrá mantenerse la identidad catalana antes de desaparecer? y
2º ¿Quién va a durar más en el tiempo la identidad catalana o la identidad española?
Resulta muy difícil definir lo que es la identidad catalana o la identidad española. A día de hoy, el progreso de la genética nos indica que se trata solamente de un evento cultural -pues no hay diferencias genéticas significativas entre catalanes y charnegos-.
Pero, sin duda, algo esencial en esas identidades son sus idiomas. Así tenemos una pregunta adecuada que puede ser respondida mediante el principio copernicano. A partir de la independencia de Cataluña, ¿cuánto tiempo más durará el idioma catalán y cuánto durará el idioma español antes de extinguirse?
El tema de la extinción de los idiomas es lo suficientemente interesante como para ser tratado aparte. Un idioma se extingue cuando ya no queda nadie que sea capaz de hablarlo. Según la UNESCO, en la actualidad se hablan en el mundo unos 6.000 idiomas. La mitad de ellos está en peligro de desaparecer. La tasa de extinción de idiomas es alarmante: se extinguen aproximadamente 2 idiomas al mes, perdiéndose así parte de la diversidad del acervo cultural de la humanidad. Por supuesto la globalización ha acelerado enormemente esta tendencia.
Es aquí cuando a partir de los diversos procedimientos estadísticos derivados del principio copernicano (probabilidad Bayesiana, argumento del juicio final, catástrofe de Carter…) se derivan unas probabilidades desoladoras para el catalán. En la mejor de las estimaciones su extensión futura será apenas 1/80 del castellano (¡ochenta veces menos!). Y sin duda la estimación sobre la duración futura de un idioma es más acertada, pues nada nos hace pensar que ahora sea un momento privilegiado para la observación del catalán o el castellano.
Inmersos en el hartazgo generalizado que para la mayoría de la gente supone el “procés” catalán, hemos hecho unas estimaciones científicas al estilo de Richard Gott. Para ello tan sólo tenemos que suponer que el momento actual desde el que observamos el procés no es un momento privilegiado. Es evidente que esto no se puede asegurar, y aquí está el punto débil de nuestro razonamiento. Es más, cualquier nacionalista, analista político, periodista etc., pensará justamente lo contrario.
Pero la historia nos ha revelado que los humanos tenemos una tendencia desmedida a pensar que vivimos y observamos los acontecimientos desde una posición privilegiada -una tendencia que la ciencia ha demostrado que es, en la gran mayoría de los casos errónea-. Así, hemos utilizado el argumento Delta t del Dr. Gott (y algunos otros semejantes) para hacer algunas estimaciones. A priori, antes de hacer nuestros cálculos, vamos a asumir un nivel de significación para nuestras predicciones: tal y como es habitual en los trabajos científicos, lo fijaremos en una P=0.95, esto es, nuestra predicción será correcta en el 95% de los casos.
De partida, uno ya se encuentra con un obstáculo: a diferencia del muro de Berlín en el que nadie duda sobre cuando fue construido, la interpretación de la “realidad catalana” es muy diferente. Por ejemplo, en el sentir de la mayoría de los independentistas, la nación catalana fue anexionada a España por Franco en 1939; en cambio la mayoría de españoles suponen que España es una nación por lo menos desde 1492.
Mínimo 14 años para la independencia
Aplicando el argumento Delta t, (que, recordemos, solo es válido a nivel probabilístico y acertará en el 95% de los casos si no somos observadores privilegiados en un momento especial-), hay la práctica certeza de que los nacionalistas no conseguirían la independencia durante los próximos 2 años y tendrán que esperar, como mínimo, hasta dentro de unos 14 años para empezar a tener probabilidades por encima del 5%.
Puede que este resultado guste, en principio a los nacionalistas. Pero la verdadera clave está en estimar qué pasará después de la independencia. Cualquier nacionalista inteligente debería plantearse dos preguntas verdaderamente relevantes:
1ª ¿Cuánto tiempo podrá mantenerse la identidad catalana antes de desaparecer? y
2º ¿Quién va a durar más en el tiempo la identidad catalana o la identidad española?
Resulta muy difícil definir lo que es la identidad catalana o la identidad española. A día de hoy, el progreso de la genética nos indica que se trata solamente de un evento cultural -pues no hay diferencias genéticas significativas entre catalanes y charnegos-.
Pero, sin duda, algo esencial en esas identidades son sus idiomas. Así tenemos una pregunta adecuada que puede ser respondida mediante el principio copernicano. A partir de la independencia de Cataluña, ¿cuánto tiempo más durará el idioma catalán y cuánto durará el idioma español antes de extinguirse?
El tema de la extinción de los idiomas es lo suficientemente interesante como para ser tratado aparte. Un idioma se extingue cuando ya no queda nadie que sea capaz de hablarlo. Según la UNESCO, en la actualidad se hablan en el mundo unos 6.000 idiomas. La mitad de ellos está en peligro de desaparecer. La tasa de extinción de idiomas es alarmante: se extinguen aproximadamente 2 idiomas al mes, perdiéndose así parte de la diversidad del acervo cultural de la humanidad. Por supuesto la globalización ha acelerado enormemente esta tendencia.
Es aquí cuando a partir de los diversos procedimientos estadísticos derivados del principio copernicano (probabilidad Bayesiana, argumento del juicio final, catástrofe de Carter…) se derivan unas probabilidades desoladoras para el catalán. En la mejor de las estimaciones su extensión futura será apenas 1/80 del castellano (¡ochenta veces menos!). Y sin duda la estimación sobre la duración futura de un idioma es más acertada, pues nada nos hace pensar que ahora sea un momento privilegiado para la observación del catalán o el castellano.
Predicciones de la ciencia
En general los políticos no creen -y no quieren creer- en las predicciones de la ciencia. Por supuesto los modelos copernicanos son probabilísticos: acertarán en el 95% de los casos en los que los no sean observadores privilegiados. Pero el 95% de los casos es mucho y los observadores privilegiados son muy pocos.
Así los soviéticos estaban convencidos de la superioridad del comunismo y en 1969 no podían pensar que los modelos copernicanos prediciendo su desmoronamiento en unos 20 años iban a ser ciertos. Si alguien en 1939, al principio de la guerra, hubiese aplicado el modelo copernicano a estimar cuánto durarían los nazis, encontraría que el límite máximo estaría a principios de 1947. Pese a estos argumentos, es improbable que los políticos nacionalistas vayan a reflexionar mucho sobre el principio copernicano.
Tampoco los científicos solemos pensar muchas veces con el rigor del método científico: Las mentes más brillantes del siglo pasado, que cambiaron para siempre el modo en el que entendemos el Universo y posibilitaron el progreso tecnológico actual (como Albert Einstein, Leó Szillárd, Bertrand Russell, Richard Feynmann y cientos de científicos de primera fila), estaban convencidos de que el avance de la ciencia y la tecnología cambiaría radicalmente el modo de pensar de la sociedad, consiguiendo que las viejas fronteras entre naciones se fuesen difuminando a medida que una idea integradora de la humanidad se abriese camino.
Predijeron una globalización organizada como una federación mundial que garantizaría unos mínimos derechos y oportunidades para todos los seres humanos, con independencia de su lugar de nacimiento. Desaparecería ¡por fin! el nacionalismo, al que consideraban una ideología egoísta, mezquina y reaccionaria, responsable de buena parte de los males y las guerras que asolaron a la humanidad.
Pero a tenor de lo que está ocurriendo en la Europa del primer cuarto del siglo XXI, no hay duda de que estos extraordinarios científicos se equivocaron. Lo curioso es que se equivocaron en algo elemental que todos ellos conocían muy bien: en su predicción de futuro no tuvieron en cuenta el principio copernicano que les permitió tener éxito en sus investigaciones.
Acababan de vivir el auge de los fascismos, el nazismo, la segunda Guerra Mundial, la bomba atómica, el inicio de la Guerra Fría… Estaban firmemente convencidos de que eran observadores privilegiados de la Historia. Pero sólo estaban en un momento donde el principio copernicano seguía siendo aplicable.
Hubo un tiempo en que Europa lideró el pensamiento y el progreso en el mundo. El auge de los nacionalismos que condujo a la primera guerra mundial, y la explosión del nacionalismo extremo de los nazis, nos condujo a perder nuestro liderazgo.
Ahora, un nacionalismo -que lleva en sí mismo la semilla de su propia extinción- nos hace ser cada vez más irrelevantes.
(*) Eduardo Costas y Victoria López Rodas son catedráticos de Genética en la Universidad Complutense de Madrid. Editores del blog Polvo de Estrellas de Tendencias21.
En general los políticos no creen -y no quieren creer- en las predicciones de la ciencia. Por supuesto los modelos copernicanos son probabilísticos: acertarán en el 95% de los casos en los que los no sean observadores privilegiados. Pero el 95% de los casos es mucho y los observadores privilegiados son muy pocos.
Así los soviéticos estaban convencidos de la superioridad del comunismo y en 1969 no podían pensar que los modelos copernicanos prediciendo su desmoronamiento en unos 20 años iban a ser ciertos. Si alguien en 1939, al principio de la guerra, hubiese aplicado el modelo copernicano a estimar cuánto durarían los nazis, encontraría que el límite máximo estaría a principios de 1947. Pese a estos argumentos, es improbable que los políticos nacionalistas vayan a reflexionar mucho sobre el principio copernicano.
Tampoco los científicos solemos pensar muchas veces con el rigor del método científico: Las mentes más brillantes del siglo pasado, que cambiaron para siempre el modo en el que entendemos el Universo y posibilitaron el progreso tecnológico actual (como Albert Einstein, Leó Szillárd, Bertrand Russell, Richard Feynmann y cientos de científicos de primera fila), estaban convencidos de que el avance de la ciencia y la tecnología cambiaría radicalmente el modo de pensar de la sociedad, consiguiendo que las viejas fronteras entre naciones se fuesen difuminando a medida que una idea integradora de la humanidad se abriese camino.
Predijeron una globalización organizada como una federación mundial que garantizaría unos mínimos derechos y oportunidades para todos los seres humanos, con independencia de su lugar de nacimiento. Desaparecería ¡por fin! el nacionalismo, al que consideraban una ideología egoísta, mezquina y reaccionaria, responsable de buena parte de los males y las guerras que asolaron a la humanidad.
Pero a tenor de lo que está ocurriendo en la Europa del primer cuarto del siglo XXI, no hay duda de que estos extraordinarios científicos se equivocaron. Lo curioso es que se equivocaron en algo elemental que todos ellos conocían muy bien: en su predicción de futuro no tuvieron en cuenta el principio copernicano que les permitió tener éxito en sus investigaciones.
Acababan de vivir el auge de los fascismos, el nazismo, la segunda Guerra Mundial, la bomba atómica, el inicio de la Guerra Fría… Estaban firmemente convencidos de que eran observadores privilegiados de la Historia. Pero sólo estaban en un momento donde el principio copernicano seguía siendo aplicable.
Hubo un tiempo en que Europa lideró el pensamiento y el progreso en el mundo. El auge de los nacionalismos que condujo a la primera guerra mundial, y la explosión del nacionalismo extremo de los nazis, nos condujo a perder nuestro liderazgo.
Ahora, un nacionalismo -que lleva en sí mismo la semilla de su propia extinción- nos hace ser cada vez más irrelevantes.
(*) Eduardo Costas y Victoria López Rodas son catedráticos de Genética en la Universidad Complutense de Madrid. Editores del blog Polvo de Estrellas de Tendencias21.
Referencias
Una buena idea de la aplicación del principio copernicano puede encontrarse en 2 artículos esenciales, muy interesantes y fáciles de comprender:
Implications of the Copernican principle for our future prospects. J. Richard Gott III
Nature 363, 315–319 (27 May 1993). doi:10.1038/363315a0
The anthropic principle and its implications for biological evolution. B. Carter, F. R. S. Philosophical Transactions of The Royal Society A, Published 20 December 1983. DOI:10.1098/rsta.1983.0096
Una buena idea de la aplicación del principio copernicano puede encontrarse en 2 artículos esenciales, muy interesantes y fáciles de comprender:
Implications of the Copernican principle for our future prospects. J. Richard Gott III
Nature 363, 315–319 (27 May 1993). doi:10.1038/363315a0
The anthropic principle and its implications for biological evolution. B. Carter, F. R. S. Philosophical Transactions of The Royal Society A, Published 20 December 1983. DOI:10.1098/rsta.1983.0096