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La guerra del Golfo puede provocar una catástrofe ecológica sin precedentes en Oriente Próximo

Irak podría destruir sus pozos petrolíferos, al igual que hizo en 1991 con los de Kuwait


La otra cara de la guerra es la dimensión medioambiental, que amenaza con tener consecuencias mucho más graves que las económicas, las políticas y las sociales, según un coronel norteamericano. Si 1991 supuso ya la mayor contaminación petrolífera de la historia, la eventual destrucción iraquí de sus reservas de petróleo, las segundas del mundo, abriría las puertas a una catástrofe sin precedentes en Oriente Próximo de difícil recuperación. Por Vanessa Marsh.


Vanessa Marsh
02/02/2003

La guerra del Golfo puede provocar una catástrofe ecológica sin precedentes en Oriente Próximo
La segunda guerra contra Irak podría desencadenar una catástrofe ecológica sin precedentes en el Próximo Oriente, si se tienen en cuenta los antecedentes de la guerra del Golfo en 1991.

Según recuerda un artículo de la revista norteamericana Seattle Weekly, las tropas de Sadam Hussein prendieron fuego a los pozos de petróleo kuwaitíes en su retirada, provocando la mayor contaminación petrolífera de la historia.

En aquel entonces ardieron el equivalente a 60 millones de barriles de petróleo, una cantidad que multiplica por 150 la marea negra desatada por el petrolero Exxon Valdéz en Alaska.

Los vertidos del petróleo kuwaití inundaron 46 kilómetros cuadrados y formaron 246 lagos desprovistos de vida. Fueron necesarios nueve meses para apagar completamente los 613 pozos incendiados y diluir las nubes que cubrieron la región en todo ese período, provocando un descenso de 10 grados en la temperatura local.

Contaminación marina

Los soldados iraquíes también vertieron decenas de millones de barriles de petróleo en las aguas del Golfo Pérsico, con la finalidad de impedir un eventual ataque por mar. La marea negra cubrió 1.600 kilómetros de costa.

Esta contaminación provocó que el 40% de las reservas de agua de Kuwait resultaran inservibles para el consumo humano, así como la desaparición de numerosas especies privadas de oxígeno para respirar.

Irak, sin embargo, no fue el único agente contaminante, ya que los bombardeos aliados se centraron también en objetivos petrolíferos iraquíes, al mismo tiempo que la presencia de vehículos pesados transformó completamente el frágil ecosistema del desierto: desaparecieron la mitad de las dunas y las tormentas de arena alcanzaron récords desconocidos en la región.

En Estados Unidos, por otra parte, perduran todavía los síntomas que afectan a 100.000 soldados americanos que participaron en la guerra del Golfo, como consecuencia de la utilización de obuses fabricados con uranio empobrecido que les afectaron irremediablemente.

Antecedentes históricos

La historia está llena de ejemplos de la otra cara de la tragedia de la guerra, además de la humana. Todavía están muriendo en Camboya y Angola, entre otros países, víctimas de minas dejadas por antiguos conflictos, mientras en Vietnam hoy siguen naciendo niños deformes como consecuencia del “agente naranja” empleado por el ejército de Estados Unidos sobre las selvas del país hace ya treinta años.

La política de tierra quemada practicada por Irak en su huída también ha sido frecuente en la historia, ya que por lo general los perdedores intentan que los vencedores de una contienda no puedan disfrutar de los recursos perdidos.

La diferencia del 2003 respecto a 1991 es que los medios de destrucción de la naturaleza son hoy mucho más importantes y diversos. Irak tiene arsenales de armas químicas y biológicas y, en caso extremo, puede destruir sus pozos de petróleo, que representan la segunda reserva conocida.

Por lo que respecta a Estados Unidos, el medio ambiente preocupa cada vez menos al ejército porque el Pentágono ha manifestado que las leyes que protegen la naturaleza perturban la capacidad operacional de sus tropas y reivindica manos libres para actuar.

El Congreso interviene

Una comisión del Congreso va a investigar en qué medida las leyes medioambientales perjudican la actuación y la preparación del ejército, mientras la Marina hace maniobras con obuses de uranio empobrecido en aguas del Estado de Washington donde se pesca el salmón y otras especies, tal como han denunciado pescadores locales.

De todas formas, en el seno del ejército de Estados Unidos existen figuras que reclaman que el Pentágono contemple siempre los efectos ambientales de cualquier conflicto.

Es el caso del coronel Richard Fisher, quien en un artículo publicado el año pasado en Aerospace Power Chronicles, quien considera que el aspecto medioambiental de una guerra terminará pesando mucho más que cualquier otro a la hora de valorar las consecuencias de una guerra.



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