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La energía entra en la Teoría de Juegos

El petróleo se acaba, pero las energías alternativas lo necesitan para consolidarse


A los dueños del petróleo no les va bien. Desde el momento en que apareció una limitación energética, el neoliberalismo, entendido como el mercado entregado a su propia inercia, se ha convertido en un juego de suma cero, una espada de Damocles que pende de un hilo cada vez más fino: el petróleo se acaba, pero las energías alternativas lo necesitan para consolidarse. Los países y las empresas poseedores de combustibles fósiles deberían exigir de forma conjunta a los países tecnológicamente más avanzados, y estos ofrecerles, un porcentaje en las fuentes de energía futuras. A cambio, deberían ofrecer un precio pactado por la energía presente, un precio razonable y sostenido durante los próximos, digamos, veinte años. Por Alfredo González Colunga.


Alfredo González Colunga
31/08/2006

La energía entra en la Teoría de Juegos
La energía no tiene únicamente un “valor objetivo” en julios, o en calorías. Para cada animal, para cada uno de nosotros, para cada empresa, el valor de cada energía consumida es, sobre todo, el valor de una oportunidad para consumir más energía futura. Si hoy me alimento, ese alimento tiene no sólo el valor energético que representa en calorías, sino también el de todas las futuras comidas que me permitirá obtener.

En otras palabras: cada uno de nosotros proyectamos sobre la energía disponible restante una sombra correspondiente a nuestras necesidades energéticas futuras. Una especie de cono. Creciente porque, si todo va bien, creceremos y nos multiplicaremos, y así nuestras necesidades energéticas y las de nuestros descendientes (con sus propios conos de necesidad energética futura) crecerán.

Sucede que si esas sombras se proyectan sobre un horizonte con apariencia de disponibilidad energética ilimitada, una especie de esfera con un radio realmente enorme, tan grande que aún no haya sido localizado, pueden convivir. Es decir, si hablamos de carne de pollo, y consideramos que podemos producir tanta como necesitemos, entonces no hay problema.

Las sombras de las necesidades energéticas futuras de los distintos productores de pollos son compatibles. Será el consumidor quien decida qué pollo comprará, y la eficiencia triunfará. En esta idea se fundan las diferentes teorías liberales, o neoliberales.
Pero si las sombras de la necesidad energética futura de los distintos agentes se proyectan sobre un horizonte energético de unas dimensiones conocidas, una esfera cuyo radio sabemos que no va a crecer, la proyección de esas sombras sobre la esfera comienzan a solaparse. Y cada solapamiento significará, antes o después, un "o tú, o yo".

Juegos de Suma no Nula

No es difícil distinguir entre productos que, al menos en apariencia, pueden obtenerse ilimitadamente, y otros que no. Son casos diferentes la carne de pollo y el petróleo. La carne de pollo se regenera. Podemos, en apariencia, producir tanta como necesitemos. El petróleo no.

En la Teoría de Juegos hay un nombre para cada cosa, un nombre para los pollos y otro para el petróleo. En el período comprendido entre 1945 y 1970 los descubrimientos de nuevos yacimientos eran constantes. El petróleo existente en el mundo, obviamente, era limitado, pero esa es una visión omnisciente que no tenía efectos, puesto que para cada uno de los agentes que participaban en el proceso lo único importante es que en apariencia su disponibilidad era creciente.

Mientras el petróleo parecía inacabable, los Jugadores, incluso los más pequeños, podían llegar, siempre que fueran eficientes, a acuerdos del tipo “yo me quedo con estos nuevos yacimientos, tú con aquellos”, “yo seguiré explotando por aquí, tu por allá”, con posibles incrementos futuros del consumo para los diferentes competidores.

Se denomina a estas situaciones “Juegos de Suma no Nula”, es decir, aquellos en las cuales ambos contendientes pueden salir beneficiados. En este caso, como en el descrito de los productores de pollo, sí, las reglas neoliberales tienen sentido.

Juego de Suma Cero

Pero hacia el año 1970 la situación cambió. La formación del cártel del petróleo en 1973 fue la manifestación evidente de que en el mundo se había instalado la percepción de que los recursos petrolíferos eran limitados. Y si se han encontrado los límites del objeto de competencia, entonces lo que yo aspire a consumir de más en el futuro será, necesariamente, algo que dejes de consumir tú. Si yo gano, tú pierdes. También la Teoría de Juegos tiene un nombre para esto. El Juego se habrá convertido en un Juego de Suma Cero.

Imaginemos que en el mercado del petróleo quedan diez empresas. Y un millón (o mil) de barriles por vender. Si cada empresa ya tiene asignados, aproximadamente, los barriles que puede vender, las reglas del juego cambiarán radicalmente, y pasarán a ser: cada empresa, si quiere crecer, no ha de ser más o menos eficiente. Esto pasa a ser, dentro de unos márgenes razonables, irrelevante, porque una empresa más eficiente aumentará sus beneficios pero no crecerá (si acaso, al contrario), porque el número de barriles que le quedan por extraer no crece. Al contrario: a mayor eficiencia en la extracción, menores reservas por explotar.

Así que una nueva regla se instala entre los competidores: si quiere crecer, una empresa deberá adquirir un rival. Todas las empresas quieren crecer. Es su razón de ser. Así que todas tratarán de adquirir a otros rivales. Si alguna no lo hace, peor para ella.

La mejor estrategia para cada empresa, y por tanto la estrategia prioritaria, será –o debería ser- la de absorber empresas más pequeñas con la intención de alcanzar un tamaño tal que le permita, posteriormente, absorber empresas que son, en ese momento, de mayor tamaño. Y esto antes de que lo hagan las demás. La empresa más pequeña, salvo que comience rápidamente un proceso de fusiones, no tendrá ninguna oportunidad de supervivencia, independientemente de su eficiencia o de su rentabilidad.

Juego de tamaños

Así que el juego deja de ser de eficiencias, y pasa a ser de tamaños. Y de velocidad, lo que conduce a una aceleración del proceso. Y aún una cosa más: la mejor estrategia para cada empresa, una vez descubiertos los límites en la disponibilidad del objeto de competencia, es idéntica, queden reservas para 20 años o para 100.

La definición misma de beneficio ha cambiado. Mientras el petróleo parecía inagotable beneficio suficiente era una diferencia entre ingresos y gastos que permitiese mantener la estructura de cada empresa. Que permitiese, en suma, su “saneado crecimiento”.

Ahora beneficio suficiente será adquirir un tamaño tal que impida la absorción por otros. No hay reglas de juego justas, no hay sana competencia por la eficiencia y, desde luego, no hay posibilidad de elección, ni beneficio, por parte del consumidor.

Tamaño y competitividad

El tamaño, y no la eficiencia, ha pasado a ser el motor de la competencia. La empresa que se concentre en la eficiencia, en el buen servicio, podrá ser competitiva, pero si no tiene el tamaño suficiente será eliminada.

Para colmo de males el proceso, que comienza con el petróleo, se extiende como una mancha de aceite por todos los procesos productivos. La limitación energética limita, a su vez, nuestra definición de materias primas, que no son otra cosa que las materias que necesitamos en los procesos productivos... y que cumplan la condición de ser accesibles en función de la energía disponible.

La aparición de una limitación en la disponibilidad energética significa una limitación en nuestra valoración de la disponibilidad de materias primas, por lo que estas –y sucesivamente sus derivados, etc- entran también en Juegos de Suma Cero.

Recapitulemos: una vez descubierta una limitación en la fuente disponibilidad de la fuente de energía, las variables económicas principales son tamaño y velocidad de absorción. Y NO SON eficiencia empresarial o beneficios para el consumidor. Una vez descubierta la limitación en la disponibilidad de la fuente energética, el liberalismo económico deja de funcionar.

El proceso es crecientemente acelerado, al ser de Suma Nula aboca al enfrentamiento, y es por completo independiente de si aún queda petróleo para diez o para doscientos años.

¿Le van bien las cosas a los dueños del petróleo?

El dueño del petróleo, por su parte, tiene sus propios problemas. Poseer petróleo o gas es algo muy distinto a poseer una fábrica, o unos terrenos para cultivar, o una ganadería. Si usted es dueño de una fábrica de barquillos o trabaja en ella le gustará pensar que, si se esmera, obtendrá ingresos y podrá seguir fabricando y vendiendo. Si trabaja un campo podrá, si dispone de los beneficios suficientes, invertir una parte de ellos en tecnología para producir más.

Una central eléctrica de cualquier tipo, incluso una que funcione con gas, está concebida como la inversión de una empresa, de la que se espera rentabilidad suficiente para erigir, en el futuro, nuevas centrales, estén basadas en el mismo o en otros procesos.

Pero el petróleo, simplemente, se gasta. Como no se regenera su dueño se encuentra sentado sobre una montaña de posibles beneficios y, no importa si dispone de reservas para cinco o cincuenta años, sometido a tensiones permanentes.

Cuanto más abre el grifo para vender, más gana, pero la montaña también disminuye más rápido. Si, a imitación de sus colegas empresarios, invierte en su negocio para vender más, gana más también, pero la montaña disminuye aún más rápido.

Si uno se pone en el lugar del dueño del petróleo observa que hay otros ofreciendo el mismo producto. Si los precios suben, ¿por qué no mejor guardar por el momento, vender más tarde... ?

Paradoja energética

Todavía más paradójico aún: poseer petróleo y venderlo a cambio de dólares o euros es un proceso enfrentado a una contradicción incluso mayor en un mundo que, sin el petróleo, es inviable: o bien el petróleo no es sustituido, y por lo tanto cuando el petróleo se acabe el dinero obtenido no valdrá nada, porque no habrá energía -¡petróleo!- con qué gastarlo, o bien, en algún momento, el negocio será sustituido por otro.

Usted no piensa en ello, pero el dueño del petróleo sí. El negocio del petróleo, a diferencia del de los pollos, se acabará más pronto que tarde. Su dueño sabe que el negocio del petróleo no tiene futuro.

Y esto lo convierte en un negocio singular porque ¿en qué se basa la configuración de las economías occidentales, la potencia de sus planificaciones, de sus leyes, de sus acuerdos laborales? Precisamente en la confianza en el futuro. Si una empresa pacta con un sindicato es sobre la base de que habrá un futuro, una continuidad. Si no fuese a cambio de futuro, ¿qué clase de pacto sería posible? A más incierto el futuro, más difíciles los pactos.

Resulta evidente que si a un fabricante de embutidos le va bien podrá abrir nuevas fábricas, y llegar a acuerdos con sus empleados. Pero si sabe que no tiene maquinaria para seguir produciendo, y que le quedan tres o trescientas toneladas de embutidos por vender antes de cerrar, todas sus cuentas irán dirigidas a reducir los gastos. Estará en otra fase: o para ti, o para mí.

Cuando una empresa va a cerrar, las reglas del juego cambian. Y las empresas petroleras son, por definición, “una empresa permanentemente a punto de cerrar”. ¿Les va bien las cosas a los amos del petróleo? ¡Que me pongan en su lugar!, pensaremos. Intentémoslo por un momento: cuando uno dice que le va bien, es que le va bien... y espera que mañana le vaya al menos igual de bien, y si puede ser mejor. Si no, nadie dice que le va bien. Incluso sentado sobre una montaña de petróleo.

Exigir energía por energía

Simplificando podemos decir que a día de hoy hay dos grandes grupos en el terreno de la energía. Por un lado están los dueños de la energía de hoy, por otro los constructores –y presuntamente dueños- de la energía de mañana. El dueño de la energía de hoy observa con evidente desconfianza las energías del mañana, que no le pertenecen. A la mínima oportunidad destejerá por las noches lo que en ese terreno otros tejen durante el día.

Los constructores de energía futura, ni más tontos ni más listos que el dueño del petróleo, saben de sus maniobras. Pero callan porque, hoy, necesitan de esa energía para sobrevivir.
¿Qué falta entonces? Si mientras Europa y Japón investigan en energías alternativas se pretende negar a los productores de petróleo el desarrollo de centrales nucleares, oportunidades de futuro, se les está mandando un mensaje nítido: provéenos de petróleo hoy, come arena mañana.

A este respecto, no es en absoluto azaroso que el ejército más poderos del planeta esté controlado por un conglomerado de intereses petrolíferos que son, sin ninguna duda, por su estrategia de intento de control de las reservas energéticas existentes –estrategias abocadas al conflicto- el mayor y más inmediato peligro para la humanidad.

Su única deuda es interna, referida a su electorado, pero es el sobrino de sus socios saudíes el encargado de alimentar y administrar el patriotismo que los sostiene. El descaro del proceso asombra: el hijo de un presidente de Estados Unidos y asesor del más grande conglomerado petrolero y militar, Hallyburton, es el presidente de Estados Unidos, y su hermano el presidente de un estado, Florida, donde acostumbran a decidirse las elecciones.

Visión de conjunto

Imaginemos por un momento a dos hijos de Felipe González, uno como flamante presidente del gobierno español, y el otro de la comunidad autónoma andaluza. ¿Democracia? No es difícil entender su lógica. Si nosotros hemos disfrutado hoy de una buena comida aunque mil millones de personas vivan en la pobreza... ¿qué les impide a ellos seguir disfrutando si son cinco mil?

Por su parte, los productores de petróleo tratan, cada uno por su lado, de desarrollar energías alternativas, pero es un esfuerzo aislado e irrazonable, sin perspectivas reales, pues por un lado sufren y sufrirán la presión permanente de este conglomerado, y por otro son los países más desarrollados los que disponen de las tecnologías más avanzadas, los dueños de la energía futura.

Falta una visión de conjunto: si además de dinero el poseedor de petróleo obtuviese una participación en la explotación de energías futuras, el dueño del negocio del petróleo se asegurará de que su negocio tenga fecha de caducidad: tendrá futuro. Y falta, también, una mínima visión de futuro de los responsables de aquellos países –léase Europa y Japón- que, en las actuales circunstancias, sólo pueden perder porque, como decía uno de los protagonistas de la película Siryana -por supuesto un magnate del petróleo-, “Hay muchas formas de iluminar Europa”.

La coartada utilizada es el Neoliberalismo, pero como espero haya quedado demostrado al comienzo de este artículo –y ruego a quien considere ese razonamiento erróneo que tenga a bien decir por qué- las reglas Neoliberales dejan de ser aplicables en el momento en que aparece una limitación energética.

Y sin embargo la solución existe

Los países y las empresas poseedores de combustibles fósiles deberían exigir de forma conjunta a los países tecnológicamente más avanzados, y estos ofrecerles, un porcentaje en las fuentes de energía futuras. Una cuota suficiente que asegure que, al menos, no perderán cuando la transición energética llegue. Una cuota en la investigación, en el desarrollo, en la producción comercial y en la distribución de esas energías. A cambio, deberían ofrecer un precio pactado por la energía presente, un precio razonable y sostenido durante los próximos, digamos, veinte años.

Esta es la única forma de mantener el desarrollo actual: pactos por el precio del petróleo a veinte o treinta años, garantizando a los países productores una continuidad futura de sus ingresos.

Por el mero hecho azaroso de que mi país, o mi empresa, posean petróleo, ¿tengo derecho a asegurarme una parte en los negocios futuros de energía? Si puedo exigirlo, claro que sí. Y con plazos. ¿Cuándo va a funcionar el ITER? Si me dices para cuándo estará, y me ofreces una parte, entonces acordaremos precios y yo te suministro. Sin problema, porque a mí también me interesará que ese día llegue Pero quiero, claramente, una participación en el desarrollo de esa energía futura y un porcentaje en los beneficios. Sólo de esta manera yo, productor, podré garantizar mi propio futuro.

Se habla en ocasiones de “la maldición de los países productores”, controlados por castas impermeables a la democracia. Pero es que la democracia tiene dos requisitos imprescindibles.

El primero es un mínimo nivel de riqueza. Si los ciudadanos dependen para sobrevivir de la generosidad de sus gobernantes no son ciudadanos, sino súbditos.

El segundo es la existencia de futuro: yo te cedo el poder, pero sé que en cuatro años tendré la oportunidad de recuperarlo, y lo mismo te sucederá a ti. Si no hay futuro, jamás renunciaré a él... y hemos visto que el negocio del petróleo, a día de hoy, no tiene futuro.

¿Cuántas alternativas?

¿De cuántas alternativas energéticas a medio plazo dispone la humanidad? ¿Una, dos, cincuenta? Si yo fuese el dueño del petróleo exigiría un porcentaje en cada una de ellas.

Si los productores de energía de ahora encuentran garantizado una parte de ese pastel, todos miraremos el futuro de otra manera. En vez de temerle, desearemos que llegue. Sin duda el pacto es complejo, y habrá de enfrentarse a enormes intereses. Pero beneficia al menos a los productores de hoy, a quienes les ofrece futuro, y a los del mañana, a aquellos que no disponen de energía presente. El objetivo, claro: establecer un estado de cosas que permita competir por el uso de la energía, no por su posesión.

Conviene recordarlo de nuevo: una vez localizados los límites energéticos desaparece la competencia y sólo queda el tamaño, la absorción de la competencia, en un proceso cada vez más acelerado y abocado al enfrentamiento.

Podríamos además definir el proceso, al menos teóricamente, como geométricamente decreciente, con tendencia a la unidad. Ese enfrentamiento está más próximo de lo que parece.

Juguemos a los números: si en 1973 hubiese un productor de petróleo por cada habitante de la tierra, digamos seis mil millones de productores, y todos los años dos productores se fusionasen... ¿cuántos años creen que tardaría toda la producción mundial en concentrarse en un único dueño? Exactamente 33. Para 2006 sólo existiría un único productor. Aunque antes, claro, habría estallado el conflicto por el control de esa producción.

Desde el momento en que apareció una limitación energética, el neoliberalismo, entendido como el mercado entregado a su propia inercia, se ha convertido en un juego de suma cero, una espada de Damocles que pende de un hilo cada vez más fino. El futuro de todos depende de unos pocos líderes políticos que comprendan el desafío y lo afronten.

Desde luego, no desaparecerá simplemente negando su existencia.



Alfredo González Colunga es autor de proyectos multimedia y ensayista.




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