Han crecido, se han graduado. (Fuente: Instituto Juan de Herrera)
Desde hace unos años, celebramos actos como éste, una vez terminado segundo de bachillerato. Es el único momento de vuestro paso por el Instituto en que nos reunimos toda la comunidad educativa y es la ocasión en que volvemos la vista atrás evocando juntos lo que han sido los cursos que habéis pasado con nosotros.
Estabais aún en sexto el día en que pisasteis por primera vez el instituto. Veníais con mucho miedo: imponía el cambio de etapa, el cambio de centro, de compañeros, de profesores. Veníais aún de la mano de vuestros maestros del colegio Antonio Robles o del colegio San Lorenzo, del colegio Rural Sierra Oeste de Zarzalejo, de pueblos tan pequeños como Robledondo, Santa María de la Alameda o Valdemaqueda.
El centro, un proyecto acogedor que invita a convivir
Os presentó el centro nuestro equipo directivo, y con ellos encontrasteis a chicos y chicas casi de vuestra edad, los alumnos ayudantes, una de las señas distintivas del Juan de Herrera. Pronto muchos de vosotros os integrasteis en ese mismo equipo. Os formasteis primero como ayudantes y aún recuerdan, por ejemplo, en Becerril de la Sierra, el día aquel en que fuisteis a hablarles de vuestra función y los convencisteis para que siguieran vuestro ejemplo. Luego en tercero, como mediadores, poco a poco adquiristeis habilidades para convertir los conflictos, que surgen a diario, en aprendizaje para la vida.
Detrás de este proyecto de convivencia está el Departamento de Orientación, con Carmelo a la cabeza, cuando estaba en activo, e incluso ahora, ya jubilado, y Teresa, que ya no está aquí, y actualmente Ángela, con un departamento tan recortado que ha tenido que hacer equilibrios para atenderos este curso. A ellos habéis acudido en busca de orientación académica y profesional, pero también, yo lo he visto, de consejo y sosiego.
Su departamento es clave para uno de nuestros objetivos más queridos: que os sintierais acogidos. Llegasteis niños y habéis pasado con nosotros una etapa fundamental de vuestra vida, la adolescencia, en la que habéis requerido de escucha, de comprensión, de ayuda en vuestros agobios, en vuestras frustraciones. Para algunos sólo ha sido desaliento ante el fracaso académico o frente a un contratiempo. Para otros, verdadera desesperación ante situaciones muy duras, vapuleos que os ha dado ya la vida.
En esos trances, en que a veces ni siquiera la familia podía auxiliaros, yo he visto a vuestros profesores, pero sobre todo, a los tutores que habéis tenido durante estos seis años, ayudaros a levantaros, a que no perdierais de vista la meta, a daros el ánimo que no teníais, el abrazo que necesitabais. A conseguir vuestros sueños. ¡Qué importante es la tutoría! Los que ya peinamos canas sabemos lo que costó en los años ochenta conseguir la hora semanal para que el tutor se reúna con su grupo. No nos movimos, sin embargo, cuando se eliminó de un plumazo en bachillerato. Pero ¡qué desaliento cuando este año la Administración ha querido que desaparezca incluso en la ESO! Afortunadamente, nuestro claustro tiene claro que es esencial mantenerla, y así lo hemos hecho.
Estabais aún en sexto el día en que pisasteis por primera vez el instituto. Veníais con mucho miedo: imponía el cambio de etapa, el cambio de centro, de compañeros, de profesores. Veníais aún de la mano de vuestros maestros del colegio Antonio Robles o del colegio San Lorenzo, del colegio Rural Sierra Oeste de Zarzalejo, de pueblos tan pequeños como Robledondo, Santa María de la Alameda o Valdemaqueda.
El centro, un proyecto acogedor que invita a convivir
Os presentó el centro nuestro equipo directivo, y con ellos encontrasteis a chicos y chicas casi de vuestra edad, los alumnos ayudantes, una de las señas distintivas del Juan de Herrera. Pronto muchos de vosotros os integrasteis en ese mismo equipo. Os formasteis primero como ayudantes y aún recuerdan, por ejemplo, en Becerril de la Sierra, el día aquel en que fuisteis a hablarles de vuestra función y los convencisteis para que siguieran vuestro ejemplo. Luego en tercero, como mediadores, poco a poco adquiristeis habilidades para convertir los conflictos, que surgen a diario, en aprendizaje para la vida.
Detrás de este proyecto de convivencia está el Departamento de Orientación, con Carmelo a la cabeza, cuando estaba en activo, e incluso ahora, ya jubilado, y Teresa, que ya no está aquí, y actualmente Ángela, con un departamento tan recortado que ha tenido que hacer equilibrios para atenderos este curso. A ellos habéis acudido en busca de orientación académica y profesional, pero también, yo lo he visto, de consejo y sosiego.
Su departamento es clave para uno de nuestros objetivos más queridos: que os sintierais acogidos. Llegasteis niños y habéis pasado con nosotros una etapa fundamental de vuestra vida, la adolescencia, en la que habéis requerido de escucha, de comprensión, de ayuda en vuestros agobios, en vuestras frustraciones. Para algunos sólo ha sido desaliento ante el fracaso académico o frente a un contratiempo. Para otros, verdadera desesperación ante situaciones muy duras, vapuleos que os ha dado ya la vida.
En esos trances, en que a veces ni siquiera la familia podía auxiliaros, yo he visto a vuestros profesores, pero sobre todo, a los tutores que habéis tenido durante estos seis años, ayudaros a levantaros, a que no perdierais de vista la meta, a daros el ánimo que no teníais, el abrazo que necesitabais. A conseguir vuestros sueños. ¡Qué importante es la tutoría! Los que ya peinamos canas sabemos lo que costó en los años ochenta conseguir la hora semanal para que el tutor se reúna con su grupo. No nos movimos, sin embargo, cuando se eliminó de un plumazo en bachillerato. Pero ¡qué desaliento cuando este año la Administración ha querido que desaparezca incluso en la ESO! Afortunadamente, nuestro claustro tiene claro que es esencial mantenerla, y así lo hemos hecho.
Descubriendo los micromundos en el laboratorio. (Fuente: Instituto Juan de Herrera)
Un complejo mundo lleno de conocimiento vivo
Junto a los tutores, los profesores y profesoras que os hemos impartido clase. No sé si sois conscientes de la maravilla que se produce cada septiembre cuando Jefatura de Estudios confecciona el horario anual: durante treinta y una horas semana a semana, decenas de profesores están entregados a vosotros.
Imaginad que podéis obtener una panorámica de lo que sucede simultáneamente: en el gimnasio, uno enseña a su grupo a hacer deporte, mientras otro experimenta en los laboratorios de Biología y de Física y Química; a la vez ¡maravilla de maravillas! otros extraen notas armónicas de un instrumento, sólo leyendo garabatos en una partitura; en unas clases se lee un poema o se comenta un fragmento filosófico, o se lleva a un puñado de niños o adolescentes a un viaje virtual por los mapas del mundo; en el pabellón de Bosnia desentrañan las claves de una obra del renacimiento italiano arriba; componen una maqueta en el piso inferior; en el pabellón de Ignacio Campal, con bufanda y forro polar, eso sí, se intentan desentrañar los arcanos económicos, mientras en otro aula hacen un montaje eléctrico.
A la vez se habla de religión y de religiones, del valor de la palabra “libertad”, se debate sobre la pena de muerte, en español y en inglés, se prepara con expectación un viaje a París. Se monta una cooperativa, se resuelve una ecuación, se traslada a una pared insulsa una fiesta de espirales de Van Gogh…
El prodigio se produce: nueve profesores cada curso dedicados a ayudar a vuestras mentes a responder a todos esos impulsos, a acompañaros en el camino de llegar a ser no mejores que otros, sino todo lo mejores que cada uno según vuestras capacidades pudierais llegar a ser.
Y a fe que yo os he visto progresar.
En primero ya algunos os apuntasteis al Concurso de Lectura en Público y, recreo tras recreo, con la ayuda de Sagrario y de algún otro, ibais aprendiendo a dar un sentido al texto, a proyectar la voz, a estar en un escenario. De ahí, al curso pasado, en que un par de vosotros disertabais como óptimos oradores sobre Cervantes y la Cueva de Montesinos.
A quienes he tenido en clase de cultura clásica y de latín, os vi apasionaros por la mitología, reconocer una divinidad en las esculturas heladas de los jardines de La Granja o en los cuadros que habíais hecho propios, cada uno el vuestro, en el Museo del Prado.
No sé si recordáis cómo descubristeis por la Castellana cada pequeño detalle clásico, ya fuera un capitel, una escultura o un número romano y se lo mostrabais a los demás cual verdaderos guías. Y cómo, sentados en las gradas milenarias del teatro de Segóbriga, asistíais con respeto admirable a la representación de una obra trágica de más de veinticinco siglos.
A los que cursabais 4º en el Juan de Herrera cuando afrontamos el estudio del Monasterio, os recuerdo manejando libros antiguos en la biblioteca, a la vez que algunos creabais un blog, Biblio Project, que aún anda en la Red.
Descodificasteis las pinturas de la sala de batallas, las imágenes de santos de la basílica, los tesoros de la biblioteca y llegasteis al extremo de dar vida a los sepultados en los panteones a partir de su inscripción en latín. ¡Memorable, el infante Don Gabriel!
Y sentisteis el placer de poder ofrecérselo a los alumnos de Totana, de quienes llegasteis a ser amigos. ¡Ay, el grupo de veinte que nos embarcasteis a Carmelo y a mí en el viaje a tierras murcianas! No quiero que os vayáis sin oírme que, quitando algún incidente, la experiencia (albergue incluido, con sus noches) fue espléndida: los debates para comentar incidencias, para llegar a acuerdos, vuestra atención a las explicaciones de los de allí, vuestra simpatía, nos hacían sentirnos orgullosos de vosotros.
Junto a los tutores, los profesores y profesoras que os hemos impartido clase. No sé si sois conscientes de la maravilla que se produce cada septiembre cuando Jefatura de Estudios confecciona el horario anual: durante treinta y una horas semana a semana, decenas de profesores están entregados a vosotros.
Imaginad que podéis obtener una panorámica de lo que sucede simultáneamente: en el gimnasio, uno enseña a su grupo a hacer deporte, mientras otro experimenta en los laboratorios de Biología y de Física y Química; a la vez ¡maravilla de maravillas! otros extraen notas armónicas de un instrumento, sólo leyendo garabatos en una partitura; en unas clases se lee un poema o se comenta un fragmento filosófico, o se lleva a un puñado de niños o adolescentes a un viaje virtual por los mapas del mundo; en el pabellón de Bosnia desentrañan las claves de una obra del renacimiento italiano arriba; componen una maqueta en el piso inferior; en el pabellón de Ignacio Campal, con bufanda y forro polar, eso sí, se intentan desentrañar los arcanos económicos, mientras en otro aula hacen un montaje eléctrico.
A la vez se habla de religión y de religiones, del valor de la palabra “libertad”, se debate sobre la pena de muerte, en español y en inglés, se prepara con expectación un viaje a París. Se monta una cooperativa, se resuelve una ecuación, se traslada a una pared insulsa una fiesta de espirales de Van Gogh…
El prodigio se produce: nueve profesores cada curso dedicados a ayudar a vuestras mentes a responder a todos esos impulsos, a acompañaros en el camino de llegar a ser no mejores que otros, sino todo lo mejores que cada uno según vuestras capacidades pudierais llegar a ser.
Y a fe que yo os he visto progresar.
En primero ya algunos os apuntasteis al Concurso de Lectura en Público y, recreo tras recreo, con la ayuda de Sagrario y de algún otro, ibais aprendiendo a dar un sentido al texto, a proyectar la voz, a estar en un escenario. De ahí, al curso pasado, en que un par de vosotros disertabais como óptimos oradores sobre Cervantes y la Cueva de Montesinos.
A quienes he tenido en clase de cultura clásica y de latín, os vi apasionaros por la mitología, reconocer una divinidad en las esculturas heladas de los jardines de La Granja o en los cuadros que habíais hecho propios, cada uno el vuestro, en el Museo del Prado.
No sé si recordáis cómo descubristeis por la Castellana cada pequeño detalle clásico, ya fuera un capitel, una escultura o un número romano y se lo mostrabais a los demás cual verdaderos guías. Y cómo, sentados en las gradas milenarias del teatro de Segóbriga, asistíais con respeto admirable a la representación de una obra trágica de más de veinticinco siglos.
A los que cursabais 4º en el Juan de Herrera cuando afrontamos el estudio del Monasterio, os recuerdo manejando libros antiguos en la biblioteca, a la vez que algunos creabais un blog, Biblio Project, que aún anda en la Red.
Descodificasteis las pinturas de la sala de batallas, las imágenes de santos de la basílica, los tesoros de la biblioteca y llegasteis al extremo de dar vida a los sepultados en los panteones a partir de su inscripción en latín. ¡Memorable, el infante Don Gabriel!
Y sentisteis el placer de poder ofrecérselo a los alumnos de Totana, de quienes llegasteis a ser amigos. ¡Ay, el grupo de veinte que nos embarcasteis a Carmelo y a mí en el viaje a tierras murcianas! No quiero que os vayáis sin oírme que, quitando algún incidente, la experiencia (albergue incluido, con sus noches) fue espléndida: los debates para comentar incidencias, para llegar a acuerdos, vuestra atención a las explicaciones de los de allí, vuestra simpatía, nos hacían sentirnos orgullosos de vosotros.
El Día del Libro les convoca en el patio. (Fuente: Instituto Juan de Herrera)
Un alumnado premiado que es en sí mismo un premio
Igual de orgullo que nos han hecho sentir vuestros éxitos en todos los campos, ya sea en el deporte, en la Olimpíada matemática, en la competición de física y química, ya cuando algunos fuisteis seleccionados para viajar con Madrid rumbo al Sur; ya, recientemente, cuando, a un equipo dirigido por vuestro profesor de economía, grandes firmas os han reconocido la pericia en la simulación de empresas.
Hablando de premios, vuestras tutoras me han encargado este discurso, entre otras cosas, para dar valor al premio nacional que han otorgado de nuevo a la biblioteca, esta vez por sus buenas prácticas. Me gusta especialmente este premio, porque con él se reconoce el trabajo ilusionado y compartido de muchos profesores, y de muchos de vosotros.
Nos lo han dado por el equipo de Ayudantes de Biblioteca, al que muchos habéis pertenecido. La biblioteca ha cobrado un sentido especial con vuestra colaboración en los recreos y se ha convertido en otra seña de nuestra identidad. Los profesores nuevos se admiran cuando os ven encargaros del préstamo, pero también estudiar en silencio en los recreos e intervenir en nuestro maravilloso Día del Libro, que un año nos acerca al mundo del terror, otro al fin del mundo, otro transforma el Instituto en el continente africano y os hace dignos representantes de Madagascar, Somalia, Ghana o Kenia; hace sólo un mes, ¡cómo nos gustó veros como fieros vikingos velando por que los alumnos más pequeños pasaran un día feliz! Lograsteis que os vieran como a hermanos mayores.
Nos han premiado también por prácticas como el Concurso de relato histórico, La tira y La mar de palabras, a las que tanta emoción habéis aportado los representantes de esta promoción en estos dos últimos cursos.
¡Ocurren tantas buenas cosas en este centro…!
Igual de orgullo que nos han hecho sentir vuestros éxitos en todos los campos, ya sea en el deporte, en la Olimpíada matemática, en la competición de física y química, ya cuando algunos fuisteis seleccionados para viajar con Madrid rumbo al Sur; ya, recientemente, cuando, a un equipo dirigido por vuestro profesor de economía, grandes firmas os han reconocido la pericia en la simulación de empresas.
Hablando de premios, vuestras tutoras me han encargado este discurso, entre otras cosas, para dar valor al premio nacional que han otorgado de nuevo a la biblioteca, esta vez por sus buenas prácticas. Me gusta especialmente este premio, porque con él se reconoce el trabajo ilusionado y compartido de muchos profesores, y de muchos de vosotros.
Nos lo han dado por el equipo de Ayudantes de Biblioteca, al que muchos habéis pertenecido. La biblioteca ha cobrado un sentido especial con vuestra colaboración en los recreos y se ha convertido en otra seña de nuestra identidad. Los profesores nuevos se admiran cuando os ven encargaros del préstamo, pero también estudiar en silencio en los recreos e intervenir en nuestro maravilloso Día del Libro, que un año nos acerca al mundo del terror, otro al fin del mundo, otro transforma el Instituto en el continente africano y os hace dignos representantes de Madagascar, Somalia, Ghana o Kenia; hace sólo un mes, ¡cómo nos gustó veros como fieros vikingos velando por que los alumnos más pequeños pasaran un día feliz! Lograsteis que os vieran como a hermanos mayores.
Nos han premiado también por prácticas como el Concurso de relato histórico, La tira y La mar de palabras, a las que tanta emoción habéis aportado los representantes de esta promoción en estos dos últimos cursos.
¡Ocurren tantas buenas cosas en este centro…!
Otros niños, otras circunstancias. (Fuente: Instituto Juan de Herrera)
Con la atención puesta en el mundo que descubren poco a poco
Buenas como la de vuestros afanes en la Asociación de Alumnos Involucrados, con los que habéis conseguido fondos año a año para una ONG o habéis celebrado el amor en San Valentín…
Buenísimas como la de formar parte del Grupo Escolar de Amnistía Internacional. Con él os habéis proyectado fuera de los muros del Juan de Herrera. Habéis conocido la miseria del mundo, os habéis conmovido por la trasgresión grave de derechos humanos elementales, os habéis mezclado con los adultos, dándonos ejemplo muchas veces con vuestro sentido crítico, vuestra empatía con el dolor, vuestra confianza en que es posible romper barreras y cambiar el mundo. Habéis puesto vuestro granito de arena en causas desesperadas, habéis sido ejemplo para muchos, no sólo de nosotros, sino de quienes, cargados de emoción, os han conocido en convenciones nacionales de la organización.
Sois una promoción viajera, que ha volado a otros países. De Dinamarca, de Finlandia, habéis vuelto con el convencimiento de que otras formas escolares son posibles, de que no podemos apoltronarnos en la rutina, ni vosotros, ni nosotros; nos habéis transmitido que tenemos que buscar otras formas de abordar el aprendizaje.
Vuestra inquietud ha cundido. Decía al principio que el acto de despedida de bachillerato es el único en que la comunidad educativa solía encontrarse. Pero este curso no ha sido así. Ante las circunstancias durísimas a que nos llevaron las instrucciones de principio de curso, la comunidad educativa del Juan de Herrera se ha visto la cara con regularidad. Desde septiembre nos venimos reuniendo lunes tras lunes, y hemos realizado numerosas acciones: marchas, encierros, fiestas, mesas redondas, debates sobre la escuela que queremos,…
Este ha sido un año muy difícil. Muchos profesores hemos vivido con angustia, con tristeza, la pérdida de compañeros indispensables para la tarea que afrontamos cada día. No damos abasto para atender todas las necesidades, para acercarnos personalmente a cada uno de nuestros alumnos, como hasta ahora podíamos hacer. Nos hemos sumado a la llamada Marea verde, nos hemos manifestado, hemos perdido días de sueldo con las huelgas, mientras, preocupados por que no perdierais clase, hemos recuperado horas fuera de la jornada.
La educación es cosa de todos, de padres, madres y profesorado, pero sobre todo es asunto vuestro, de los estudiantes. Os enfrentáis a una realidad nueva que no sabemos dónde va a llevarnos. La catástrofe económica requiere del esfuerzo de todos, pero sois los jóvenes los que tenéis que luchar con responsabilidad por una vida digna, por unos logros sociales que están desmoronándose. Eso es lo que esperamos de vosotros.
El profesorado, un puente hacia el saber acumulado
Yo también espero que vosotros hayáis encontrado en vuestros profesores ejemplos de responsabilidad. De hecho, yo acepté encargarme de este discurso porque pensé que iba a aprovechar la ocasión para descubriros a una docente que pocos conocéis y que encarna los valores que todos deberíamos tener.
Es Marta Cobos, la profesora de griego. No va a perdonarme nunca que la aluda, pero quiero, necesito hacerlo. Desde antes incluso de llegar yo al instituto, me habían hablado de ella, y fue de las primeras personas que conocí al incorporarme al claustro. Desde entonces, la he tenido a mi lado y he compartido con ella durante tres décadas el privilegio de impartir unas asignaturas que nos apasionan, yo el latín, ella el griego. ¡Qué extravagancia dirán algunos, en estos tiempos que corren!
Me ha dado una extraordinaria seguridad saber que Marta estaba en el departamento de al lado, como yo, dedicando cuatro horas semanales a desmenuzar con los alumnos que compartimos, las lenguas de las que procede la que hablamos; a establecer relaciones, a descubrir el sentido de las palabras que usamos; a evocar a los grandes clásicos, la fuerza de la oratoria de Demóstenes, la sensibilidad de Safo, la grandeza de Homero; los mitos, las tragedias que han servido durante siglos para que el hombre se conociera a sí mismo, el pensamiento antiguo que es nuestro propio pensamiento, los logros de aquellas civilizaciones clásicas de las que somos deudores en tantas facetas de nuestra vida moderna.
Las generaciones a quienes ha cabido la fortuna de tenerla como profesora, guardan de ella un recuerdo entrañable que les perdura para siempre: no es profesora de griego, es profesora de vida. Para ellos y para mí.
Admiro su sentido del deber; me impresiona su seriedad, su rigor intelectual, su humanidad. Es una mujer sabia. Cuando yo llegué al instituto, inmediatamente supe que aquí quería quedarme: lo había dirigido ella el curso anterior y se dejó la salud en la dirección, por lo que tuvo que abandonarla. Pero su impronta y la de su equipo permanecen en infinidad de pequeños detalles de nuestro Instituto.
Desde 1982, año tras año trabaja en doble jornada, en Diurno y en Nocturno: ningún Jefe de Estudios la habrá oído quejarse de los huecos de su horario.
Buenas como la de vuestros afanes en la Asociación de Alumnos Involucrados, con los que habéis conseguido fondos año a año para una ONG o habéis celebrado el amor en San Valentín…
Buenísimas como la de formar parte del Grupo Escolar de Amnistía Internacional. Con él os habéis proyectado fuera de los muros del Juan de Herrera. Habéis conocido la miseria del mundo, os habéis conmovido por la trasgresión grave de derechos humanos elementales, os habéis mezclado con los adultos, dándonos ejemplo muchas veces con vuestro sentido crítico, vuestra empatía con el dolor, vuestra confianza en que es posible romper barreras y cambiar el mundo. Habéis puesto vuestro granito de arena en causas desesperadas, habéis sido ejemplo para muchos, no sólo de nosotros, sino de quienes, cargados de emoción, os han conocido en convenciones nacionales de la organización.
Sois una promoción viajera, que ha volado a otros países. De Dinamarca, de Finlandia, habéis vuelto con el convencimiento de que otras formas escolares son posibles, de que no podemos apoltronarnos en la rutina, ni vosotros, ni nosotros; nos habéis transmitido que tenemos que buscar otras formas de abordar el aprendizaje.
Vuestra inquietud ha cundido. Decía al principio que el acto de despedida de bachillerato es el único en que la comunidad educativa solía encontrarse. Pero este curso no ha sido así. Ante las circunstancias durísimas a que nos llevaron las instrucciones de principio de curso, la comunidad educativa del Juan de Herrera se ha visto la cara con regularidad. Desde septiembre nos venimos reuniendo lunes tras lunes, y hemos realizado numerosas acciones: marchas, encierros, fiestas, mesas redondas, debates sobre la escuela que queremos,…
Este ha sido un año muy difícil. Muchos profesores hemos vivido con angustia, con tristeza, la pérdida de compañeros indispensables para la tarea que afrontamos cada día. No damos abasto para atender todas las necesidades, para acercarnos personalmente a cada uno de nuestros alumnos, como hasta ahora podíamos hacer. Nos hemos sumado a la llamada Marea verde, nos hemos manifestado, hemos perdido días de sueldo con las huelgas, mientras, preocupados por que no perdierais clase, hemos recuperado horas fuera de la jornada.
La educación es cosa de todos, de padres, madres y profesorado, pero sobre todo es asunto vuestro, de los estudiantes. Os enfrentáis a una realidad nueva que no sabemos dónde va a llevarnos. La catástrofe económica requiere del esfuerzo de todos, pero sois los jóvenes los que tenéis que luchar con responsabilidad por una vida digna, por unos logros sociales que están desmoronándose. Eso es lo que esperamos de vosotros.
El profesorado, un puente hacia el saber acumulado
Yo también espero que vosotros hayáis encontrado en vuestros profesores ejemplos de responsabilidad. De hecho, yo acepté encargarme de este discurso porque pensé que iba a aprovechar la ocasión para descubriros a una docente que pocos conocéis y que encarna los valores que todos deberíamos tener.
Es Marta Cobos, la profesora de griego. No va a perdonarme nunca que la aluda, pero quiero, necesito hacerlo. Desde antes incluso de llegar yo al instituto, me habían hablado de ella, y fue de las primeras personas que conocí al incorporarme al claustro. Desde entonces, la he tenido a mi lado y he compartido con ella durante tres décadas el privilegio de impartir unas asignaturas que nos apasionan, yo el latín, ella el griego. ¡Qué extravagancia dirán algunos, en estos tiempos que corren!
Me ha dado una extraordinaria seguridad saber que Marta estaba en el departamento de al lado, como yo, dedicando cuatro horas semanales a desmenuzar con los alumnos que compartimos, las lenguas de las que procede la que hablamos; a establecer relaciones, a descubrir el sentido de las palabras que usamos; a evocar a los grandes clásicos, la fuerza de la oratoria de Demóstenes, la sensibilidad de Safo, la grandeza de Homero; los mitos, las tragedias que han servido durante siglos para que el hombre se conociera a sí mismo, el pensamiento antiguo que es nuestro propio pensamiento, los logros de aquellas civilizaciones clásicas de las que somos deudores en tantas facetas de nuestra vida moderna.
Las generaciones a quienes ha cabido la fortuna de tenerla como profesora, guardan de ella un recuerdo entrañable que les perdura para siempre: no es profesora de griego, es profesora de vida. Para ellos y para mí.
Admiro su sentido del deber; me impresiona su seriedad, su rigor intelectual, su humanidad. Es una mujer sabia. Cuando yo llegué al instituto, inmediatamente supe que aquí quería quedarme: lo había dirigido ella el curso anterior y se dejó la salud en la dirección, por lo que tuvo que abandonarla. Pero su impronta y la de su equipo permanecen en infinidad de pequeños detalles de nuestro Instituto.
Desde 1982, año tras año trabaja en doble jornada, en Diurno y en Nocturno: ningún Jefe de Estudios la habrá oído quejarse de los huecos de su horario.
En la biblioteca conociendo, también, a los clásicos. (Fuente: Instituto Juan de Herrera)
Con ella emprendí, en 2002, la apasionante aventura de hacernos cargo de la biblioteca: le dimos la vuelta de arriba abajo. Varias veces. Minuciosamente lleva desde entonces digitalizando el fichero manual y ocupándose del préstamo. Y va detrás de mí recogiendo lo que dejo en desorden, avisándome de cada libro que falta, de cada detalle que aprecia que deberíamos mejorar. Es como un hada: donde está ella hay limpieza, las normas están claras, todo funciona.
Su trabajo ha sido fundamental para los dos premios nacionales que ha merecido nuestro proyecto Biblioteca entre todos, Biblioteca para todos. Necesitaba que la conocierais.
Y no me alargo más, que ya va bastante.
Habéis llegado hasta aquí, la mayoría con éxito, en lo personal y en lo intelectual, de la mano de vuestras familias y de los profesores de todas las etapas. Algunos habéis tardado más, otros han quedado en el camino, y han dejado los estudios. Otros ya llegarán, porque tuvieron que repetir algún curso.
Unos cuantos, como los de Robledo, habéis cambiado de centro, otros, de opción; alguno ha pasado por el nocturno y ha vuelto a la mañana; hay quienes aún tenéis que volver en septiembre para recuperar lo pendiente. Todos os marcharéis algún día, y nosotros, los profesores, seguiremos aquí, queriendo saber de vosotros, conocer qué rumbo habéis tomado y cómo os ha ido en él.
Por último, quiero dedicaros vuestro último Texto de la semana. No es nada original, pero, como buena castellana que soy, quiero conmemorar que estos días se cumplen cien años de la publicación del poema de Machado, Campos de Castilla, dedicándoos unas estrofas de dos de sus poemas, Soledades XI y Proverbios y cantares XXIX, que hablan de caminos, como el que vosotros vais a emprender:
Yo voy soñando caminos
de la tarde.
¿Adónde el camino irá?
Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Carmen Cuesta es profesora de latín en el Instituto Juan de Herrera de San Lorenzo de El Escorial.
Su trabajo ha sido fundamental para los dos premios nacionales que ha merecido nuestro proyecto Biblioteca entre todos, Biblioteca para todos. Necesitaba que la conocierais.
Y no me alargo más, que ya va bastante.
Habéis llegado hasta aquí, la mayoría con éxito, en lo personal y en lo intelectual, de la mano de vuestras familias y de los profesores de todas las etapas. Algunos habéis tardado más, otros han quedado en el camino, y han dejado los estudios. Otros ya llegarán, porque tuvieron que repetir algún curso.
Unos cuantos, como los de Robledo, habéis cambiado de centro, otros, de opción; alguno ha pasado por el nocturno y ha vuelto a la mañana; hay quienes aún tenéis que volver en septiembre para recuperar lo pendiente. Todos os marcharéis algún día, y nosotros, los profesores, seguiremos aquí, queriendo saber de vosotros, conocer qué rumbo habéis tomado y cómo os ha ido en él.
Por último, quiero dedicaros vuestro último Texto de la semana. No es nada original, pero, como buena castellana que soy, quiero conmemorar que estos días se cumplen cien años de la publicación del poema de Machado, Campos de Castilla, dedicándoos unas estrofas de dos de sus poemas, Soledades XI y Proverbios y cantares XXIX, que hablan de caminos, como el que vosotros vais a emprender:
Yo voy soñando caminos
de la tarde.
¿Adónde el camino irá?
Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Carmen Cuesta es profesora de latín en el Instituto Juan de Herrera de San Lorenzo de El Escorial.