No es necesario ser un especialista o un melómano para distinguir los cambios en los movimientos de una pieza musical, aseguran expertos de la universidad canadiense de la Stanford Universtity School of Medicine de Estados Unidos, y de la universidad McGill de Montreal, en Canadá.
Diversos especialistas, entre ellos Daniel Levitin, profesor de psicología y director del Laboratory of Music, Perception, Cognition and Expertise, de la universidad McGill, aseguran que nuestro cerebro es capaz de distinguir entre el comienzo y el fin de un episodio musical, segmentando la información auditiva que recibe, y desentrañándola.
En un artículo que acaba de publicar la revista Neuron, estos científicos han detallado los resultados de un experimento en el que se estudiaron cerebros humanos durante la audición de piezas musicales poco conocidas, utilizando un escáner.
Se trataba de una serie de sinfonías del músico William Boyce, compositor británico del siglo XVIII, cuyo estilo musical resulta más o menos conocido, pero cuyas piezas no son demasiado famosas. Boyce fue elegido para evitar una predisposición en el conocimiento de los participantes en el experimento.
Trabajo conjunto
Cada vez que éstos percibían una transición entre dos movimientos dentro de las composiciones, debían apretar un botón. Ya se conocía que un área cerebral que se corresponde con la región 47 del cerebro, de las definidas por el neurólogo alemán del siglo XIX, Korbinian Brodmann, situada en el lóbulo frontal, es sensible a la estructura tanto del lenguaje como de la música.
Brodmann definió un total de 52 áreas en la corteza cerebral, que posteriormente han sido a su vez subdivididas a medida que las investigaciones en este campo han ido avanzando. El estudio realizado con escáner por Levitin y sus colegas de la universidad de Standford confirmó que esta área 47 sufría cambios cuando el proceso musical cambiaba, y especialmente en los momentos de silencio, como si el cerebro aprovechara las pausas musicales para codificar las transiciones de las piezas.
Pero, según los científicos, los análisis técnicos han proporcionado además evidencias de actividad cerebral en dos redes funcionales del cerebro distintas: en una red fronto-temporal ventral asociada con la detección de acontecimientos emergentes y, posteriormente en el tiempo, en una red fronto-parietal frontal asociada con el mantenimiento de la atención y con la actualización de recuerdos. Esto supondría que existe un trabajo conjunto de diversas partes del cerebro en el procesamiento de la información musical.
Conocimiento musical innato
Tal y como explica la revista de la universidad de Stanford en un artículo, esta última investigación de Daniel Levitin y sus colaboradores, se enmarca en un largo proceso de estudio llevado a cabo por Levitin, cuyos primeros experimentos demostraron ya que los cerebros de los profanos de la música cuentan con conceptos musicales innatos, como el ritmo, el timbre o el tono, aunque seamos incapaces incluso de definir dichos conceptos. Por esta razón, y según defiende Levitin, la música, como el lenguaje, sería un elemento innato del conocimiento de nuestra especie.
Durante años, este investigador ha explorado la relación del cerebro humano con la música a través del campo de la neurociencia, disciplina que estudia cuestiones como la operación de los neurotransmisores en la sinapsis, los mecanismos biológicos responsables del aprendizaje o el funcionamiento de las redes neuronales.
Diversos experimentos realizados por el científico con imágenes de resonancia magnética, por ejemplo, han revelado que los sonidos que escuchamos están directamente relacionados con la amígdala cerebral, situada en el lóbulo frontal del cerebro, y que sería el núcleo del procesamiento emocional.
Los resultados de años de estudio han aparecido en un reciente libro de Levitin, titulado This Is Your Brain on Music: The Science of a Human Obsession, en el que el autor ha tratado de sintetizar la co-evolución de la música y del cerebro humano, así como la relación entre ambos, intentando explicar cómo la música afecta a nuestras vidas, así como comprender mejor el cerebro desde la música y la música desde el cerebro.
Estados emocionales condicionados
En esta línea de interrelaciones entre música y biología, recientemente fueron publicados los resultados de otro estudio realizado por Levitin, en este caso en colaboración con la compañía Philips, que vinculan directamente nuestro estado de ánimo con la música gracias al efecto de ésta en la química natural del cerebro.
Se trata del estudio titulado “Life Soundtrack”, que señala que la música condiciona y modifica nuestros niveles de excitación, nuestra animosidad e, incluso, nuestra capacidad de concentración. Crear una “banda sonora” para nuestra vida cotidiana nos permitiría reforzar aquellos estados de ánimo que nos interese reforzar, de la misma forma que la banda sonora de cualquier película refuerza el efecto de sus imágenes en nosotros.
Según este estudio, la música puede ayudarnos a cambiar las pulsaciones del corazón, nuestro ritmo de respiración, la presión sanguínea, el pulso, las ondas cerebrales, las respuestas de la piel y los niveles de sustancias neuroquímicas como al dopamina, la adrenalina, la noradrenalina y la serotonina, todas ellas relacionadas con nuestra forma de enfrentarnos al mundo con un determinado estado de ánimo.
Diversos especialistas, entre ellos Daniel Levitin, profesor de psicología y director del Laboratory of Music, Perception, Cognition and Expertise, de la universidad McGill, aseguran que nuestro cerebro es capaz de distinguir entre el comienzo y el fin de un episodio musical, segmentando la información auditiva que recibe, y desentrañándola.
En un artículo que acaba de publicar la revista Neuron, estos científicos han detallado los resultados de un experimento en el que se estudiaron cerebros humanos durante la audición de piezas musicales poco conocidas, utilizando un escáner.
Se trataba de una serie de sinfonías del músico William Boyce, compositor británico del siglo XVIII, cuyo estilo musical resulta más o menos conocido, pero cuyas piezas no son demasiado famosas. Boyce fue elegido para evitar una predisposición en el conocimiento de los participantes en el experimento.
Trabajo conjunto
Cada vez que éstos percibían una transición entre dos movimientos dentro de las composiciones, debían apretar un botón. Ya se conocía que un área cerebral que se corresponde con la región 47 del cerebro, de las definidas por el neurólogo alemán del siglo XIX, Korbinian Brodmann, situada en el lóbulo frontal, es sensible a la estructura tanto del lenguaje como de la música.
Brodmann definió un total de 52 áreas en la corteza cerebral, que posteriormente han sido a su vez subdivididas a medida que las investigaciones en este campo han ido avanzando. El estudio realizado con escáner por Levitin y sus colegas de la universidad de Standford confirmó que esta área 47 sufría cambios cuando el proceso musical cambiaba, y especialmente en los momentos de silencio, como si el cerebro aprovechara las pausas musicales para codificar las transiciones de las piezas.
Pero, según los científicos, los análisis técnicos han proporcionado además evidencias de actividad cerebral en dos redes funcionales del cerebro distintas: en una red fronto-temporal ventral asociada con la detección de acontecimientos emergentes y, posteriormente en el tiempo, en una red fronto-parietal frontal asociada con el mantenimiento de la atención y con la actualización de recuerdos. Esto supondría que existe un trabajo conjunto de diversas partes del cerebro en el procesamiento de la información musical.
Conocimiento musical innato
Tal y como explica la revista de la universidad de Stanford en un artículo, esta última investigación de Daniel Levitin y sus colaboradores, se enmarca en un largo proceso de estudio llevado a cabo por Levitin, cuyos primeros experimentos demostraron ya que los cerebros de los profanos de la música cuentan con conceptos musicales innatos, como el ritmo, el timbre o el tono, aunque seamos incapaces incluso de definir dichos conceptos. Por esta razón, y según defiende Levitin, la música, como el lenguaje, sería un elemento innato del conocimiento de nuestra especie.
Durante años, este investigador ha explorado la relación del cerebro humano con la música a través del campo de la neurociencia, disciplina que estudia cuestiones como la operación de los neurotransmisores en la sinapsis, los mecanismos biológicos responsables del aprendizaje o el funcionamiento de las redes neuronales.
Diversos experimentos realizados por el científico con imágenes de resonancia magnética, por ejemplo, han revelado que los sonidos que escuchamos están directamente relacionados con la amígdala cerebral, situada en el lóbulo frontal del cerebro, y que sería el núcleo del procesamiento emocional.
Los resultados de años de estudio han aparecido en un reciente libro de Levitin, titulado This Is Your Brain on Music: The Science of a Human Obsession, en el que el autor ha tratado de sintetizar la co-evolución de la música y del cerebro humano, así como la relación entre ambos, intentando explicar cómo la música afecta a nuestras vidas, así como comprender mejor el cerebro desde la música y la música desde el cerebro.
Estados emocionales condicionados
En esta línea de interrelaciones entre música y biología, recientemente fueron publicados los resultados de otro estudio realizado por Levitin, en este caso en colaboración con la compañía Philips, que vinculan directamente nuestro estado de ánimo con la música gracias al efecto de ésta en la química natural del cerebro.
Se trata del estudio titulado “Life Soundtrack”, que señala que la música condiciona y modifica nuestros niveles de excitación, nuestra animosidad e, incluso, nuestra capacidad de concentración. Crear una “banda sonora” para nuestra vida cotidiana nos permitiría reforzar aquellos estados de ánimo que nos interese reforzar, de la misma forma que la banda sonora de cualquier película refuerza el efecto de sus imágenes en nosotros.
Según este estudio, la música puede ayudarnos a cambiar las pulsaciones del corazón, nuestro ritmo de respiración, la presión sanguínea, el pulso, las ondas cerebrales, las respuestas de la piel y los niveles de sustancias neuroquímicas como al dopamina, la adrenalina, la noradrenalina y la serotonina, todas ellas relacionadas con nuestra forma de enfrentarnos al mundo con un determinado estado de ánimo.