A medida que se van conociendo las peculiares ideas de Donald Trump, se generaliza la preocupación. No es para menos: este curioso personaje parece tener una opinión simplista, exaltada y dogmática sobre casi todo, no muestra el menor recato a la hora de expresarla de manera radical -bordeando a menudo lo obsceno- y únicamente sus propios prejuicios avalan su verdad de iluminado.
Pero, aunque hasta ahora apenas se haya tenido en cuenta, probablemente, lo peor del peor Trump sea su profundo desprecio por la ciencia.
Con el desarrollo de la ciencia moderna –basada en la razón y el experimento- la humanidad vivió la mayor aventura intelectual de su historia, dando el paso mas importante hacia la modernidad y el progreso. Y para dar este paso tuvimos que prescindir de buena parte de nuestras creencias, dogmas, preconcepciones y, sobretodo, de nuestra arrogancia. En definitiva hubo que hacer justo lo contrario de lo que hace Donald Trump. En particular, una parte de la ciencia, la genética, incomoda especialmente a Trump.
La genética se desarrolló como ciencia tras miles de experimentos con plantas, moscas Drosophila, ganado, animales de compañía, bacterias, virus, levaduras y humanos. Y sus resultados, en contra de nuestros deseos, nos dieron una extraordinaria lección de humildad, permitiéndonos explicar quienes somos, aunque esta explicación no gustó a muchos políticos, religiosos, sociólogos y psicólogos que, no teniendo la mas elemental idea de cómo funcionan los mecanismos de la herencia biológica, no estaban dispuestos a permitir que la genética echase por tierra sus prejuicios.
Lógicamente la polémica entre naturaleza y crianza (cuánto de lo que somos es el resultado ineludible de la herencia y cuánto es fruto del ambiente) cobró una extraordinaria relevancia.
Para quienes defienden la visión mas conservadora de la sociedad, la herencia resulta ideal para justificar la desigualdad: los mas desfavorecidos lo son porque tienen genes defectuosos; todo lo que se haga para ayudarlos a superar su situación será tirar esfuerzo y dinero, ya que su anómala genética les condena, inexorablemente, a la marginación.
El mito de la familia Kallikak
La principal prueba científica de este argumento conservador es la peculiar historia de Martin Kallikak, quintaesencia del pensamiento conservador norteamericano para justificar la desigualdad.
Martin Kallikak era un hombre de buena familia, a quien sus nobles ideales lo llevaron hasta la Guerra de Independencia de los Estados Unidos, donde luchó como un valiente. Pero ya se sabe: en ese ambiente bélico la rectitud moral se relaja y el bueno de Martin terminó tonteando durante algún tiempo con una malvada moza de taberna un tanto corta de entendimiento. Como resultado de sus ardores tuvo un hijo, Harry, que desde bien pequeño mostró una irresistible atracción por el mal. En su juventud ya era un taimado delincuente que, por sus muchas fechorías llegó a ser conocido como Harry 'el Terror'.
Para colmo, Harry 'el Terror' fue promiscuo y a su vez engendró numerosos hijos, que fueron tan malos como él, pues eran portadores de los malvados genes de la moza de taberna. Y estos infames hijos de Harry 'el Terror' siguieron con la afición a procrear y originaron nuevos descendientes a los que transmitieron los genes de su malvada abuela, lo que inexorablemente los volvió malvados y retrasados. Y así a lo largo de las generaciones.
Por lo visto, a día de hoy los numerosos Kallikak descendientes de la moza de taberna siguen siendo malvados y tontos, simple carne de presidio, o, en el mejor de los casos, de instituciones para discapacitados mentales. En todo caso ocupan los mas bajos puestos de la sociedad americana.
Pero una vez olvidado el ambiente de costumbres depravadas de la guerra, Martin Kallikak volvió al buen camino. Sus excelentes orígenes se impusieron y le arrastraron de regreso a Nueva Inglaterra. Allí se casó con una cuáquera de muy buena familia. Tuvo hijos listos, honestos y piadosos que heredaron sus buenos genes y los también magníficos genes de su piadosa madre cuáquera.
Por supuesto tras casarse con parejas de genealogía impecable, le dieron nietos igualmente capaces y bondadosos. A lo largo de las generaciones, los Kallikak descendientes de la buena rama familiar, siguieron progresando por el buen camino. La almibarada historia de esta rama de los Kallikak no pudo acabar mejor: a día de hoy estos Kallikak son ilustres ciudadanos que ocupan lo más alto de la escala social norteamericana.
La lección de las dos ramas contrapuestas de la familia Kallikak está clara: la inteligencia y la bondad se heredan inexorablemente. Los hombres están hechos de genes buenos o de genes malos. Y los genes son los únicos responsables del éxito o del fracaso social. Nada se puede hacer para modificar este irremediable destino. Y nunca hay que olvidar que la mezcla entre genes siempre es pésima: los buenos genes de Martin Kallikak se malograron al mezclarse con los infames genes de la moza de taberna corta de entendimiento.
Pero, aunque hasta ahora apenas se haya tenido en cuenta, probablemente, lo peor del peor Trump sea su profundo desprecio por la ciencia.
Con el desarrollo de la ciencia moderna –basada en la razón y el experimento- la humanidad vivió la mayor aventura intelectual de su historia, dando el paso mas importante hacia la modernidad y el progreso. Y para dar este paso tuvimos que prescindir de buena parte de nuestras creencias, dogmas, preconcepciones y, sobretodo, de nuestra arrogancia. En definitiva hubo que hacer justo lo contrario de lo que hace Donald Trump. En particular, una parte de la ciencia, la genética, incomoda especialmente a Trump.
La genética se desarrolló como ciencia tras miles de experimentos con plantas, moscas Drosophila, ganado, animales de compañía, bacterias, virus, levaduras y humanos. Y sus resultados, en contra de nuestros deseos, nos dieron una extraordinaria lección de humildad, permitiéndonos explicar quienes somos, aunque esta explicación no gustó a muchos políticos, religiosos, sociólogos y psicólogos que, no teniendo la mas elemental idea de cómo funcionan los mecanismos de la herencia biológica, no estaban dispuestos a permitir que la genética echase por tierra sus prejuicios.
Lógicamente la polémica entre naturaleza y crianza (cuánto de lo que somos es el resultado ineludible de la herencia y cuánto es fruto del ambiente) cobró una extraordinaria relevancia.
Para quienes defienden la visión mas conservadora de la sociedad, la herencia resulta ideal para justificar la desigualdad: los mas desfavorecidos lo son porque tienen genes defectuosos; todo lo que se haga para ayudarlos a superar su situación será tirar esfuerzo y dinero, ya que su anómala genética les condena, inexorablemente, a la marginación.
El mito de la familia Kallikak
La principal prueba científica de este argumento conservador es la peculiar historia de Martin Kallikak, quintaesencia del pensamiento conservador norteamericano para justificar la desigualdad.
Martin Kallikak era un hombre de buena familia, a quien sus nobles ideales lo llevaron hasta la Guerra de Independencia de los Estados Unidos, donde luchó como un valiente. Pero ya se sabe: en ese ambiente bélico la rectitud moral se relaja y el bueno de Martin terminó tonteando durante algún tiempo con una malvada moza de taberna un tanto corta de entendimiento. Como resultado de sus ardores tuvo un hijo, Harry, que desde bien pequeño mostró una irresistible atracción por el mal. En su juventud ya era un taimado delincuente que, por sus muchas fechorías llegó a ser conocido como Harry 'el Terror'.
Para colmo, Harry 'el Terror' fue promiscuo y a su vez engendró numerosos hijos, que fueron tan malos como él, pues eran portadores de los malvados genes de la moza de taberna. Y estos infames hijos de Harry 'el Terror' siguieron con la afición a procrear y originaron nuevos descendientes a los que transmitieron los genes de su malvada abuela, lo que inexorablemente los volvió malvados y retrasados. Y así a lo largo de las generaciones.
Por lo visto, a día de hoy los numerosos Kallikak descendientes de la moza de taberna siguen siendo malvados y tontos, simple carne de presidio, o, en el mejor de los casos, de instituciones para discapacitados mentales. En todo caso ocupan los mas bajos puestos de la sociedad americana.
Pero una vez olvidado el ambiente de costumbres depravadas de la guerra, Martin Kallikak volvió al buen camino. Sus excelentes orígenes se impusieron y le arrastraron de regreso a Nueva Inglaterra. Allí se casó con una cuáquera de muy buena familia. Tuvo hijos listos, honestos y piadosos que heredaron sus buenos genes y los también magníficos genes de su piadosa madre cuáquera.
Por supuesto tras casarse con parejas de genealogía impecable, le dieron nietos igualmente capaces y bondadosos. A lo largo de las generaciones, los Kallikak descendientes de la buena rama familiar, siguieron progresando por el buen camino. La almibarada historia de esta rama de los Kallikak no pudo acabar mejor: a día de hoy estos Kallikak son ilustres ciudadanos que ocupan lo más alto de la escala social norteamericana.
La lección de las dos ramas contrapuestas de la familia Kallikak está clara: la inteligencia y la bondad se heredan inexorablemente. Los hombres están hechos de genes buenos o de genes malos. Y los genes son los únicos responsables del éxito o del fracaso social. Nada se puede hacer para modificar este irremediable destino. Y nunca hay que olvidar que la mezcla entre genes siempre es pésima: los buenos genes de Martin Kallikak se malograron al mezclarse con los infames genes de la moza de taberna corta de entendimiento.
Estudio fallido
Aunque la historia de los Kallikak puede sonar a una burda patraña inventada por el mas ultramontano de los republicanos, la realidad siempre supera a la ficción: de hecho esta historia es el resultado de un sesudo estudio titulado The Kallikak Family: A Study in the Heredity of Feeble-Mindedness, cuyo autor fue Henry H. Goddard, uno de los más influyentes psicólogos norteamericanos, un hombre que consiguió esterilizar e internar en instituciones mentales y en muchos casos someter a crueles mutilaciones cerebrales (lobotomías prefrontales) a “idiotas e imbéciles”, esto es a personas que no conseguían sacar mas de 70 puntos en los test de IQ que Goddard les aplicaba.
Goddard argumentó que había seguido cuidadosamente el rastro de los Kallikak durante todas las generaciones hasta llegar a Martin Kallikak, documentando cuidadosamente esas enormes diferencias entre las dos ramas de la familia.
Pero las cosas no cuadraban. Otros investigadores se interesaron por la historia. Y, aparte de Goddard, nadie encontró jamás datos fiables sobre la existencia de algún Kallikak. Las presiones aumentaron y al final Goddard tuvo que confesar que la historia de la familia Kallikak no era más que una imaginativa invención. Y estalló uno de los mayores escándalos de su tiempo. A fin de cuentas, en ciencia resulta esencial efectuar experimentos cuyos resultados sean repetibles por cualquier otro científico. Y los Kallikak solo existían en la prejuiciosa imaginación de Henry Goddard.
Parecía que la carrera de Goddard estaba acabada y los Kallikak caerían en la fosa común del olvido. Pero lejos de caer en el desprestigio, la falacia de la familia Kalikat arraigó con mucha más fuerza. Porque la historia de los Kallikak no tiene por qué ser cierta para resultar creíble entre su público. Y es que Goddard acertó con el mito canónico que los conservadores mas radicales buscaban: vivimos en el único mundo posible, pues la fuerza inexorable de los genes hace que unos individuos -de buenas familias- triunfen, mientras otros -de malas familias- fracasan. Y la familia Kallikak es la prueba irrefutable.
Así, la historia de los Kallikak sigue renaciendo una y otra vez como el ave Fénix. Ronald Reagan la utilizó ampliamente en su campaña electoral. Y el Tea Party también la emplea a menudo. Incluso en nuestro país un importante líder de la CEOE contó la edificante historia de la familia Kallikak.
Trump, los latinos son como los Kallikak
Como no podía ser menos, Donald Trump es fan acérrimo de los Kallikak. Pero Trump le introduce una significativa variante: a día de hoy los emigrantes hispanos, mucho mas que las mozas de taberna, son la fuente de los malos genes de los que los que las buenas familias WAPs (blancos, anglosajones, protestantes) deben protegerse si no quieren que los Estados Unidos desaparezcan diluidos en la estulticia genética.
Con la facilidad actual para acceder a la información científica, sorprende que los ultraconservadores fans de la familia Kallikak sigan siendo tan ignorantes en sus creencias: a grandes rasgos (sin entrar en la herencia materna mitocondrial y en la herencia paterna del cromosoma Y), cada uno de nosotros recibe la mitad de sus genes de su padre y la otra mitad de su madre.
Así, remontándonos en nuestro árbol genealógico tenemos la cuarta parte de los genes de cada uno de nuestros abuelos, la octava parte de cada uno de nuestros bisabuelos... y así sucesivamente. De este modo, tras las ocho generaciones transcurridas, un Kallikak de hoy en día apenas tendría un 0.39% de los genes de Martin Kallikak. Si es de la rama familiar malvada apenas tendría un 0.39% de los genes de la malvada moza de taberna corta de entendimiento, mientras que si es de la buena rama solo tendría un 0.39% de los genes de la piadosa cuáquera.
De existir, cualquier Kallikak actual tendría mucho menos del 1% de sus genes procedentes de sus notables ancestros. Resulta difícil que estos pocos genes sigan condicionándole la vida.
Lo peor del caso es que con sus esfuerzos por revivir la falacia de los Kallikak, Donald Trump muestra su profundo desprecio por la ciencia. Pero no sólo. También muestra su incultura en humanidades.
Sócrates -mucho mas inteligente que Goddard- desarrolló una falacia más hermosa que la de la familia Kallikak. El insigne filosofo se preguntó si sería posible engañar a los ciudadanos atenienses: convencerlos de que los dioses habrían creado tres clases sociales diferentes a las que se pertenecía por nacimiento.
La primera de ellas sería la de los gobernantes, que habrían sido fabricados con oro; la segunda la de los administrativos, fabricados con plata y la tercera la de los artesanos, agricultores y soldados, hechos con hierro. Esta invención daría estabilidad a la vieja Atenas: cada uno ocuparía el lugar que le corresponde en la jerarquía social, condicionado desde el nacimiento. Y finalmente parece que Sócrates pensó que una falacia así jamás engañaría a los atenienses.
Trump está seguro –y su victoria electoral le da la razón- de que sus simplistas argumentos van a ser mas creídos que las rigurosas pruebas científicas. Pero debería recordar las palabras de Richard Lewontin, uno de los mejores genéticos norteamericanos: “Tenemos genes que condicionan la forma de nuestras cabezas, pero no tenemos genes para la forma de nuestras ideas”.
Artículo publicado originalmente en el blog de Tendencias21 "Polvo de estrellas", de Eduardo Costas y Victoria López Rodas, Catedráticos de Genética de la Universidad Complutense de Madrid.
Aunque la historia de los Kallikak puede sonar a una burda patraña inventada por el mas ultramontano de los republicanos, la realidad siempre supera a la ficción: de hecho esta historia es el resultado de un sesudo estudio titulado The Kallikak Family: A Study in the Heredity of Feeble-Mindedness, cuyo autor fue Henry H. Goddard, uno de los más influyentes psicólogos norteamericanos, un hombre que consiguió esterilizar e internar en instituciones mentales y en muchos casos someter a crueles mutilaciones cerebrales (lobotomías prefrontales) a “idiotas e imbéciles”, esto es a personas que no conseguían sacar mas de 70 puntos en los test de IQ que Goddard les aplicaba.
Goddard argumentó que había seguido cuidadosamente el rastro de los Kallikak durante todas las generaciones hasta llegar a Martin Kallikak, documentando cuidadosamente esas enormes diferencias entre las dos ramas de la familia.
Pero las cosas no cuadraban. Otros investigadores se interesaron por la historia. Y, aparte de Goddard, nadie encontró jamás datos fiables sobre la existencia de algún Kallikak. Las presiones aumentaron y al final Goddard tuvo que confesar que la historia de la familia Kallikak no era más que una imaginativa invención. Y estalló uno de los mayores escándalos de su tiempo. A fin de cuentas, en ciencia resulta esencial efectuar experimentos cuyos resultados sean repetibles por cualquier otro científico. Y los Kallikak solo existían en la prejuiciosa imaginación de Henry Goddard.
Parecía que la carrera de Goddard estaba acabada y los Kallikak caerían en la fosa común del olvido. Pero lejos de caer en el desprestigio, la falacia de la familia Kalikat arraigó con mucha más fuerza. Porque la historia de los Kallikak no tiene por qué ser cierta para resultar creíble entre su público. Y es que Goddard acertó con el mito canónico que los conservadores mas radicales buscaban: vivimos en el único mundo posible, pues la fuerza inexorable de los genes hace que unos individuos -de buenas familias- triunfen, mientras otros -de malas familias- fracasan. Y la familia Kallikak es la prueba irrefutable.
Así, la historia de los Kallikak sigue renaciendo una y otra vez como el ave Fénix. Ronald Reagan la utilizó ampliamente en su campaña electoral. Y el Tea Party también la emplea a menudo. Incluso en nuestro país un importante líder de la CEOE contó la edificante historia de la familia Kallikak.
Trump, los latinos son como los Kallikak
Como no podía ser menos, Donald Trump es fan acérrimo de los Kallikak. Pero Trump le introduce una significativa variante: a día de hoy los emigrantes hispanos, mucho mas que las mozas de taberna, son la fuente de los malos genes de los que los que las buenas familias WAPs (blancos, anglosajones, protestantes) deben protegerse si no quieren que los Estados Unidos desaparezcan diluidos en la estulticia genética.
Con la facilidad actual para acceder a la información científica, sorprende que los ultraconservadores fans de la familia Kallikak sigan siendo tan ignorantes en sus creencias: a grandes rasgos (sin entrar en la herencia materna mitocondrial y en la herencia paterna del cromosoma Y), cada uno de nosotros recibe la mitad de sus genes de su padre y la otra mitad de su madre.
Así, remontándonos en nuestro árbol genealógico tenemos la cuarta parte de los genes de cada uno de nuestros abuelos, la octava parte de cada uno de nuestros bisabuelos... y así sucesivamente. De este modo, tras las ocho generaciones transcurridas, un Kallikak de hoy en día apenas tendría un 0.39% de los genes de Martin Kallikak. Si es de la rama familiar malvada apenas tendría un 0.39% de los genes de la malvada moza de taberna corta de entendimiento, mientras que si es de la buena rama solo tendría un 0.39% de los genes de la piadosa cuáquera.
De existir, cualquier Kallikak actual tendría mucho menos del 1% de sus genes procedentes de sus notables ancestros. Resulta difícil que estos pocos genes sigan condicionándole la vida.
Lo peor del caso es que con sus esfuerzos por revivir la falacia de los Kallikak, Donald Trump muestra su profundo desprecio por la ciencia. Pero no sólo. También muestra su incultura en humanidades.
Sócrates -mucho mas inteligente que Goddard- desarrolló una falacia más hermosa que la de la familia Kallikak. El insigne filosofo se preguntó si sería posible engañar a los ciudadanos atenienses: convencerlos de que los dioses habrían creado tres clases sociales diferentes a las que se pertenecía por nacimiento.
La primera de ellas sería la de los gobernantes, que habrían sido fabricados con oro; la segunda la de los administrativos, fabricados con plata y la tercera la de los artesanos, agricultores y soldados, hechos con hierro. Esta invención daría estabilidad a la vieja Atenas: cada uno ocuparía el lugar que le corresponde en la jerarquía social, condicionado desde el nacimiento. Y finalmente parece que Sócrates pensó que una falacia así jamás engañaría a los atenienses.
Trump está seguro –y su victoria electoral le da la razón- de que sus simplistas argumentos van a ser mas creídos que las rigurosas pruebas científicas. Pero debería recordar las palabras de Richard Lewontin, uno de los mejores genéticos norteamericanos: “Tenemos genes que condicionan la forma de nuestras cabezas, pero no tenemos genes para la forma de nuestras ideas”.
Artículo publicado originalmente en el blog de Tendencias21 "Polvo de estrellas", de Eduardo Costas y Victoria López Rodas, Catedráticos de Genética de la Universidad Complutense de Madrid.