Mujeres trabajando en el sector de la confección en malas condiciones. Fuente: http://www.verkami.com.
Las estrategias de captación al cliente son varias y muy atractivas. Desde la música personalizada de cada tienda, a otra serie de estrategias como el uso de perfumes exóticos, llamativos y pegadizos a los sentidos de los consumidores.
Sin embargo, entre las estrategias más interesantes está la de tener casi todo lo que se pueda demandar, y tenerlo ya. Así, las dependientas de las grandes marcas mandan si es necesario, en medio de la conversación con un cliente, un mensaje a la oficina central para pedir el color de la prenda por la que se está preguntando en ese momento. Si la respuesta de la multinacional es que ese color aún no está en el mercado, se hace a toda velocidad a un coste bajo y se envía si es necesario de forma low cost.
Este hecho provoca que ya no es sólo la industria textil la que genera las modas pasajeras, sino que son los propios clientes los que aceleran este proceso. Esta operación de dar y recibir, de tener un deseo y poder satisfacerlo inmediatamente de un modo cómodo y barato, puede llegar a ser, si se piensa un poco, motivo de sospecha. ¿Se han parado a pensar cuál es el origen de la ropa que llevan?
Una moda mortal
El pasado mes de abril un total de 1.133 trabajadoras textiles de Bangladesch murieron tras el derrumbe del edificio de Rana Plaza. Esta historia nos queda más cerca de lo que se puede pensar. Algunas de las prendas que utilizamos de manera diaria puede que se hayan fabricado allí.
La tragedia ha abierto de nuevo el debate sobre el papel que juegan las principales multinacionales de ropa, los derechos de los trabajadores, y esa sed consumista de los países más desarrollados.
La Campaña Ropa Limpia coordinada por SETEM (federación de 10 ONG de solidaridad internacional que centra su trabajo independiente en concienciar a la sociedad de las desigualdades entre el Norte y el Sur) estaba cerrando la edición de su "guía para no vestir como un esclavo ", a través del crowdfunfing, cuando ya se habían contabilizado 1.000 muertes en los últimos 10 años en el sector de la confección de Bangladesh. Cuando el documento llegó a la imprenta, la cifra se duplicó, por la muerte de las trabajadoras de la industria textil del Rana Plaza.
Sin embargo, entre las estrategias más interesantes está la de tener casi todo lo que se pueda demandar, y tenerlo ya. Así, las dependientas de las grandes marcas mandan si es necesario, en medio de la conversación con un cliente, un mensaje a la oficina central para pedir el color de la prenda por la que se está preguntando en ese momento. Si la respuesta de la multinacional es que ese color aún no está en el mercado, se hace a toda velocidad a un coste bajo y se envía si es necesario de forma low cost.
Este hecho provoca que ya no es sólo la industria textil la que genera las modas pasajeras, sino que son los propios clientes los que aceleran este proceso. Esta operación de dar y recibir, de tener un deseo y poder satisfacerlo inmediatamente de un modo cómodo y barato, puede llegar a ser, si se piensa un poco, motivo de sospecha. ¿Se han parado a pensar cuál es el origen de la ropa que llevan?
Una moda mortal
El pasado mes de abril un total de 1.133 trabajadoras textiles de Bangladesch murieron tras el derrumbe del edificio de Rana Plaza. Esta historia nos queda más cerca de lo que se puede pensar. Algunas de las prendas que utilizamos de manera diaria puede que se hayan fabricado allí.
La tragedia ha abierto de nuevo el debate sobre el papel que juegan las principales multinacionales de ropa, los derechos de los trabajadores, y esa sed consumista de los países más desarrollados.
La Campaña Ropa Limpia coordinada por SETEM (federación de 10 ONG de solidaridad internacional que centra su trabajo independiente en concienciar a la sociedad de las desigualdades entre el Norte y el Sur) estaba cerrando la edición de su "guía para no vestir como un esclavo ", a través del crowdfunfing, cuando ya se habían contabilizado 1.000 muertes en los últimos 10 años en el sector de la confección de Bangladesh. Cuando el documento llegó a la imprenta, la cifra se duplicó, por la muerte de las trabajadoras de la industria textil del Rana Plaza.
Lo que hay detrás
Frente al silencio mediático, numerosas organizaciones y plataformas vienen denunciando la explotación laboral de la confección textil.
Sin embargo, a pesar de estos esfuerzos, el número de firmas que deslocalizan su producción siguen aumentando. El "glamour" que venden, entre otros, famosos, modelos, deportistas y diseñadores hace que estas marcas sean una referencia.
Las jornadas de la industria de la confección se alargan hasta las 12 y 14 horas diarias con salarios que no llegan al sueldo mínimo.
Las habitaciones en las que se trabaja son pequeñas, mal iluminadas; no tienen ventilación, en ellas se respira polvo y partículas en suspensión que dañan lentamente los pulmones, además, las largas horas de trabajo se acompañan de posturas poco saludables; y los empleados sufren fatiga visual, lesiones musculares y desarrollan numerosas enfermedades.
La técnica del sandblasting
Desde el año 2010, diferentes movimientos internacionales luchan en bloque para denunciar el impacto de la técnica del sandblasting, que consiste básicamente en aplicar arena y agua a alta presión para desgastar los vaqueros y hacer formas y dibujos sobre la tela. El problema es que durante el proceso se generan grandes cantidades de polvo de sílice que, al ser respirado, causa daños irreparables en los pulmones.
En el año 2009, Turquía consiguió denunciar con éxito esta técnica hasta prohibirla porque se consiguió demostrar que provocaba silicosis, una enfermedad pulmonar mortal relacionada directamente con la minería. En el estudio se documentaron más de 5.000 casos que relacionaban de manera directa la técnica del sandblasting con la silicosis.
Frente al silencio mediático, numerosas organizaciones y plataformas vienen denunciando la explotación laboral de la confección textil.
Sin embargo, a pesar de estos esfuerzos, el número de firmas que deslocalizan su producción siguen aumentando. El "glamour" que venden, entre otros, famosos, modelos, deportistas y diseñadores hace que estas marcas sean una referencia.
Las jornadas de la industria de la confección se alargan hasta las 12 y 14 horas diarias con salarios que no llegan al sueldo mínimo.
Las habitaciones en las que se trabaja son pequeñas, mal iluminadas; no tienen ventilación, en ellas se respira polvo y partículas en suspensión que dañan lentamente los pulmones, además, las largas horas de trabajo se acompañan de posturas poco saludables; y los empleados sufren fatiga visual, lesiones musculares y desarrollan numerosas enfermedades.
La técnica del sandblasting
Desde el año 2010, diferentes movimientos internacionales luchan en bloque para denunciar el impacto de la técnica del sandblasting, que consiste básicamente en aplicar arena y agua a alta presión para desgastar los vaqueros y hacer formas y dibujos sobre la tela. El problema es que durante el proceso se generan grandes cantidades de polvo de sílice que, al ser respirado, causa daños irreparables en los pulmones.
En el año 2009, Turquía consiguió denunciar con éxito esta técnica hasta prohibirla porque se consiguió demostrar que provocaba silicosis, una enfermedad pulmonar mortal relacionada directamente con la minería. En el estudio se documentaron más de 5.000 casos que relacionaban de manera directa la técnica del sandblasting con la silicosis.
Un niño realizando la técnica del sandblasting sin la protección adecuada. Fuente: http://www.miguelgarciavega.com
En el origen
Tradicionalmente, la producción de ropa ha estado sujeta a unas condiciones extremadamente duras. Estas condiciones sólo mejoraron en el periodo comprendido desde 1945 hasta los años 70, por la lucha de las obreras de la confección.
A partir de esta fecha, la industria textil comienza a ser un sector muy importante en los países más desarrollados. En los años 80 se consolidaron las medidas neoliberales y la fiebre del libre comercio. Así comienza la deslocalización masiva de la producción de ropa.
La primera oleada de deslocalizaciones del sector de la confección tuvo lugar en los años 70, en lugares como Corea del Sur, Taiwan, Singapur, Hong Kong y Túnez. En los años 80 se inicia una segunda fase de deslocalización y la producción textil se instala en Skri Lanka, Filipinas, Banglasdesh, Tailandia e Indonesia. Así, América central y méxico se convierten en áreas clave para proveer de ropa a tiendas estadounidenses, y Turquía, Tunez y Marruecos se convierten en los talleres de costura del mundo europeo.
El éxito de las firmas internacionales no se entendería sin el abaratamiento de los costes de sus productos a partir de la deslocalización de buena parte del proceso de manufactura.
Vestir libremente
Cuando los consumidores se enteran por primera vez de las condiciones laborales que soportan las personas que se ganan la vida en la industria textil lo que hacen es pedir una lista de marcas blancas.
Sin embargo, la Campaña Ropa Limpia y otras organizaciones, tanto a nivel nacional como internacional, creen que esta lista de marcas o de certificaciones no es suficiente. Sus objetivos se centran especialmente en convencer y educar para conseguir un modelo de consumo y de producción más sostenible.
Así han surgido los conceptos de moda ética o de moda sostenible; y se han puesto a disposición de los consumidores información sobre productos respetuosos con el medio ambiente, y con las personas implicadas en las cadenas de suministro.
Los diseñadores, por su parte, comienzan a tener en cuenta criterios ambientales a la hora de confeccionar sus modelos. Ya han tenido lugar numerosos encuentros tanto virtuales como físicos en los que se dan cita productores de tejidos, creadores, empresas de la confección, y de comercialización, para intentar encontrar formas creativas de llegar al público, sin las economías de escala que caracterizan a los grandes de la moda convencional.
Tradicionalmente, la producción de ropa ha estado sujeta a unas condiciones extremadamente duras. Estas condiciones sólo mejoraron en el periodo comprendido desde 1945 hasta los años 70, por la lucha de las obreras de la confección.
A partir de esta fecha, la industria textil comienza a ser un sector muy importante en los países más desarrollados. En los años 80 se consolidaron las medidas neoliberales y la fiebre del libre comercio. Así comienza la deslocalización masiva de la producción de ropa.
La primera oleada de deslocalizaciones del sector de la confección tuvo lugar en los años 70, en lugares como Corea del Sur, Taiwan, Singapur, Hong Kong y Túnez. En los años 80 se inicia una segunda fase de deslocalización y la producción textil se instala en Skri Lanka, Filipinas, Banglasdesh, Tailandia e Indonesia. Así, América central y méxico se convierten en áreas clave para proveer de ropa a tiendas estadounidenses, y Turquía, Tunez y Marruecos se convierten en los talleres de costura del mundo europeo.
El éxito de las firmas internacionales no se entendería sin el abaratamiento de los costes de sus productos a partir de la deslocalización de buena parte del proceso de manufactura.
Vestir libremente
Cuando los consumidores se enteran por primera vez de las condiciones laborales que soportan las personas que se ganan la vida en la industria textil lo que hacen es pedir una lista de marcas blancas.
Sin embargo, la Campaña Ropa Limpia y otras organizaciones, tanto a nivel nacional como internacional, creen que esta lista de marcas o de certificaciones no es suficiente. Sus objetivos se centran especialmente en convencer y educar para conseguir un modelo de consumo y de producción más sostenible.
Así han surgido los conceptos de moda ética o de moda sostenible; y se han puesto a disposición de los consumidores información sobre productos respetuosos con el medio ambiente, y con las personas implicadas en las cadenas de suministro.
Los diseñadores, por su parte, comienzan a tener en cuenta criterios ambientales a la hora de confeccionar sus modelos. Ya han tenido lugar numerosos encuentros tanto virtuales como físicos en los que se dan cita productores de tejidos, creadores, empresas de la confección, y de comercialización, para intentar encontrar formas creativas de llegar al público, sin las economías de escala que caracterizan a los grandes de la moda convencional.