Nuestro aparato auditivo y el cerebro nos seleccionan los sonidos que escuchamos. Se estima que sólo escuchamos una millonésima parte de la información sensorial procedente de los ojos, la boca, nariz y piel que llegan a nuestro cerebro.
Más concretamente, la capacidad de oír un sonido supone recogerlo, procesarlo e interpretarlo y en cada uno de estos pasos el sistema auditivo amplifica algunas frecuencias y disminuye otras y convierte la energía acústica de las ondas sonoras originales en energía eléctrica, que es la que finalmente llega al cerebro.
La capacidad auditiva está condicionada por varios factores. En primer lugar, por el rango de sonidos que puede captar, en función de su frecuencia y volumen. En segundo lugar, por la adaptación, ya que cuando asumimos un sonido y lo reconocemos, nos olvidamos de él por tenerlo incorporado a nuestro “archivo” de sonidos reconocidos.
Finalmente, la capacidad auditiva está condicionada por la habituación, que sólo ocurre en el cerebro cuando dejamos de oír los sonidos repetitivos y monótonos. Por ejemplo, si nos vamos a vivir al lado del mar, al principio el ruido de las olas nos resulta molesto, pero luego sencillamente lo ignoramos y pasa a formar parte del paisaje auditivo cotidiano.
Fines terapéuticos
Esta capacidad del cerebro de filtrar sonidos molestos puede ser utilizada con fines terapéuticos, señala la profesora Susanne Schmid, de la Schulich School of Medecine & Dentistry, de la Western University en Ontario, que ha estudiado la posibilidad de aplicarla en tratamientos médicos.
Para ello ha procedido a identificar los mecanismos moleculares implicados en el control de la habituación. Schmid explica que sus investigaciones posibilitan tratamientos para las personas que sufren problemas de integración sensorial, como la esquizofrencia. Los trastornos de integración sensorial ya han sido identificados como marcadores para diagnosticar problemas de trastornos del espectro acústico.
La habituación acústica es la forma más básica de aprendizaje que tenemos, que por así decirlo viene de fábrica, ya que no es necesario aprenderla. Está incorporada desde el nacimiento, explica Schimd en un comunicado.
Nuestro cerebro es capaz de decidir qué es importante escuchar y qué cosas podemos ignorar, añade. Descubrimos la importancia de esta capacidad cuando no le funciona a otra persona, que se queja de sonidos que a los demás dejan indiferentes. Es un síntoma de la atrofia de esta facultad.
Más concretamente, la capacidad de oír un sonido supone recogerlo, procesarlo e interpretarlo y en cada uno de estos pasos el sistema auditivo amplifica algunas frecuencias y disminuye otras y convierte la energía acústica de las ondas sonoras originales en energía eléctrica, que es la que finalmente llega al cerebro.
La capacidad auditiva está condicionada por varios factores. En primer lugar, por el rango de sonidos que puede captar, en función de su frecuencia y volumen. En segundo lugar, por la adaptación, ya que cuando asumimos un sonido y lo reconocemos, nos olvidamos de él por tenerlo incorporado a nuestro “archivo” de sonidos reconocidos.
Finalmente, la capacidad auditiva está condicionada por la habituación, que sólo ocurre en el cerebro cuando dejamos de oír los sonidos repetitivos y monótonos. Por ejemplo, si nos vamos a vivir al lado del mar, al principio el ruido de las olas nos resulta molesto, pero luego sencillamente lo ignoramos y pasa a formar parte del paisaje auditivo cotidiano.
Fines terapéuticos
Esta capacidad del cerebro de filtrar sonidos molestos puede ser utilizada con fines terapéuticos, señala la profesora Susanne Schmid, de la Schulich School of Medecine & Dentistry, de la Western University en Ontario, que ha estudiado la posibilidad de aplicarla en tratamientos médicos.
Para ello ha procedido a identificar los mecanismos moleculares implicados en el control de la habituación. Schmid explica que sus investigaciones posibilitan tratamientos para las personas que sufren problemas de integración sensorial, como la esquizofrencia. Los trastornos de integración sensorial ya han sido identificados como marcadores para diagnosticar problemas de trastornos del espectro acústico.
La habituación acústica es la forma más básica de aprendizaje que tenemos, que por así decirlo viene de fábrica, ya que no es necesario aprenderla. Está incorporada desde el nacimiento, explica Schimd en un comunicado.
Nuestro cerebro es capaz de decidir qué es importante escuchar y qué cosas podemos ignorar, añade. Descubrimos la importancia de esta capacidad cuando no le funciona a otra persona, que se queja de sonidos que a los demás dejan indiferentes. Es un síntoma de la atrofia de esta facultad.
Canal NK, la clave
Utilizando herramientas de la de la electrofisiología y de la farmacología, Schmid ha demostrado que un canal potásico, más concretamente el canal NK, que está localizado en el sistema nervioso central, puede ser regulado con medicamentos para aumentar o disminuir las perturbaciones sonoras siguiendo modelos animales, lo que implica mejorar su capacidad de habituación.
A través de la estimulación, Schmid ha estudiado las conexiones neuronales implicadas en la transmisión de la información al sistema auditivo y ha descubierto que, cuando una persona se habitúa a los ruidos del entorno, las conexiones neuronales disminuyen, haciendo la transmisión de la señal sonora más eficaz para el equilibrio del sujeto.
La señal se hiperpolariza, explica Schmid y por ende disminuye la intensidad del sonido molesto. Y esta hiperpolarización dura de 10 a 15 minutos antes de anularse.
A largo plazo, considera Schmid, los medicamentos pueden mejorar la habituación en las personas que no tienen esta capacidad, lo que aumentaría la posibilidad de funcionar y de reaccionar con su entorno. “Lo que podemos hacer, dice Schmid, es ayudarles a gestionar estas informaciones sensoriales”.
Añade que este aumento de la habituación no sólo mejora la hiper y la hipo sensibilidad a los sonidos, sino que también aumenta las funciones cognitivas.
Utilizando herramientas de la de la electrofisiología y de la farmacología, Schmid ha demostrado que un canal potásico, más concretamente el canal NK, que está localizado en el sistema nervioso central, puede ser regulado con medicamentos para aumentar o disminuir las perturbaciones sonoras siguiendo modelos animales, lo que implica mejorar su capacidad de habituación.
A través de la estimulación, Schmid ha estudiado las conexiones neuronales implicadas en la transmisión de la información al sistema auditivo y ha descubierto que, cuando una persona se habitúa a los ruidos del entorno, las conexiones neuronales disminuyen, haciendo la transmisión de la señal sonora más eficaz para el equilibrio del sujeto.
La señal se hiperpolariza, explica Schmid y por ende disminuye la intensidad del sonido molesto. Y esta hiperpolarización dura de 10 a 15 minutos antes de anularse.
A largo plazo, considera Schmid, los medicamentos pueden mejorar la habituación en las personas que no tienen esta capacidad, lo que aumentaría la posibilidad de funcionar y de reaccionar con su entorno. “Lo que podemos hacer, dice Schmid, es ayudarles a gestionar estas informaciones sensoriales”.
Añade que este aumento de la habituación no sólo mejora la hiper y la hipo sensibilidad a los sonidos, sino que también aumenta las funciones cognitivas.
Referencia
BK Channels Mediate Synaptic Plasticity Underlying Habituation in Rats. Journal of Neuroscience 26 April 2017, 37 (17) 4540-4551; DOI:https://doi.org/10.1523/JNEUROSCI.3699-16.2017
BK Channels Mediate Synaptic Plasticity Underlying Habituation in Rats. Journal of Neuroscience 26 April 2017, 37 (17) 4540-4551; DOI:https://doi.org/10.1523/JNEUROSCI.3699-16.2017