Las mujeres hemos dado un salto de gigante desde mediados del siglo pasado. Las españolas, en particular, podemos mostrar una gran satisfacción por los logros alcanzados en libertad, recursos económicos, derechos sociales, prestigio y poder.
Pero no podemos contentarnos con esa mirada histórica; es necesaria una mirada al presente. No basta con compararnos con nuestras madres y abuelas, sino con los varones de nuestra misma edad y condición. Tenemos que evaluar la igualdad aquí y ahora. Pero la igualdad no es otra cosa que la manifestación de justicia: justicia distributiva –todos tenemos derecho a las mismas oportunidades– y justicia retributiva –se debe reconocer lo mismo por los mismos méritos–.
La mirada al presente refleja injusticia para las mujeres. No disfrutamos de las mismas oportunidades reales para trabajar que los hombres ni del mismo reconocimiento a nuestra aportación profesional. Hemos alcanzado un alto nivel de educación y altos niveles de rendimiento académico, pero nuestros trabajos están muy por debajo de nuestros méritos, y nuestras retribuciones siguen siendo inferiores que las de los varones con la misma formación.
La injusticia en el reparto de tareas familiares es evidente. Seguimos haciéndonos cargo de los niños, los enfermos, los ancianos y las actividades necesarias para el mantenimiento del hogar, que no reportan ingresos, ni recursos, ni protección laboral, pero sí mucha energía, tiempo y responsabilidad.
La violencia sexista no se trata con la debida justicia. No se sancionan los delitos de manera justa ni se atiende como corresponde a la protección de las víctimas. La distribución del poder político sigue siendo injusta, ya que la participación de las mujeres es muy inferior al 50%, como correspondería a un colectivo que ocupa la mitad de la población.
Pero no podemos contentarnos con esa mirada histórica; es necesaria una mirada al presente. No basta con compararnos con nuestras madres y abuelas, sino con los varones de nuestra misma edad y condición. Tenemos que evaluar la igualdad aquí y ahora. Pero la igualdad no es otra cosa que la manifestación de justicia: justicia distributiva –todos tenemos derecho a las mismas oportunidades– y justicia retributiva –se debe reconocer lo mismo por los mismos méritos–.
La mirada al presente refleja injusticia para las mujeres. No disfrutamos de las mismas oportunidades reales para trabajar que los hombres ni del mismo reconocimiento a nuestra aportación profesional. Hemos alcanzado un alto nivel de educación y altos niveles de rendimiento académico, pero nuestros trabajos están muy por debajo de nuestros méritos, y nuestras retribuciones siguen siendo inferiores que las de los varones con la misma formación.
La injusticia en el reparto de tareas familiares es evidente. Seguimos haciéndonos cargo de los niños, los enfermos, los ancianos y las actividades necesarias para el mantenimiento del hogar, que no reportan ingresos, ni recursos, ni protección laboral, pero sí mucha energía, tiempo y responsabilidad.
La violencia sexista no se trata con la debida justicia. No se sancionan los delitos de manera justa ni se atiende como corresponde a la protección de las víctimas. La distribución del poder político sigue siendo injusta, ya que la participación de las mujeres es muy inferior al 50%, como correspondería a un colectivo que ocupa la mitad de la población.
Destapar los mecanismos ocultos
Ninguna de esas conquistas nos ha asegurado la justicia comparativa. Hay que seguir luchando por la equidad. Luchando para avanzar pero también, para no perder lo que hemos conseguido.
Porque el progreso hacia la igualdad no florece espontáneamente, ni corre paralelo al progreso de la economía, la educación o la democracia. La igualdad de género es el producto de la redistribución del poder entre los grupos de hombres y mujeres. Y esa distribución es variable, dinámica y puede seguir manteniendo la injusticia comparativa cuando no redistribuye los avances del progreso.
La injusticia de género está sostenida, en gran parte, por mecanismos no explicitados sobre los que no podemos operar, precisamente, porque son ocultos. Estos mecanismos de discriminación ocultos están presentes incluso en la ciencia. La psicología ha contribuido a desvelar los estereotipos de género pero también, a mantenerlos. Y no solo en el pasado. Las ideologías innatistas que defienden la primacía de lo biológico y, en particular, el neurosexismo expresado en libros de dudoso valor científico como ”el cerebro masculino” o “el cerebro femenino” vuelven a intentar establecer la radical diferencia entre los géneros, con una clara intención de seguir reproduciendo la distribución injusta de tareas y del poder social.
Años y años de un proceso de socialización en el que se insiste en las diferencias de rasgos, que son interpretadas como diferencias de valía, de calidad, entre hombres y mujeres, han dado sus frutos. Muchas, aun las más jóvenes, han interiorizado su “posición desigual” y mantienen resistencias internas a reivindicar la justa igualdad a la que teóricamente tienen derecho.
A pesar de su estupenda formación, sus aptitudes y sus deseos, no ocupan, a veces ni aspiran a ocupar los lugares a los que tienen derecho. Las resistencias internas tienen un gran potencial inhibidor de libertades y culpabilizador de los logros no conseguidos, y un gran poder de justificar el injusto “estado de cosas” en el que viven.
El individualismo, junto con su valor complementario, la psicologización de los logros, contribuyen a la demora de la reivindicación de los derechos en las situaciones vitales cotidianas. El individualismo atribuye los logros a la capacidad la psicología de los individuos como si estuviesen libres de barreras sociales y divide a las mujeres interesadamente para que nunca se defiendan como grupo.
Cada vez que una mujer considera que el éxito que ha logrado en la vida depende solo de ella misma, está separándose de otras mujeres y dando un argumento para su derrota y para la derrota de las mujeres como grupo. No basta con las “salvaciones” individuales. Sigue siendo necesario una conciencia de grupo que permita una reivindicación de todo lo que nos falta.
Ninguna de esas conquistas nos ha asegurado la justicia comparativa. Hay que seguir luchando por la equidad. Luchando para avanzar pero también, para no perder lo que hemos conseguido.
Porque el progreso hacia la igualdad no florece espontáneamente, ni corre paralelo al progreso de la economía, la educación o la democracia. La igualdad de género es el producto de la redistribución del poder entre los grupos de hombres y mujeres. Y esa distribución es variable, dinámica y puede seguir manteniendo la injusticia comparativa cuando no redistribuye los avances del progreso.
La injusticia de género está sostenida, en gran parte, por mecanismos no explicitados sobre los que no podemos operar, precisamente, porque son ocultos. Estos mecanismos de discriminación ocultos están presentes incluso en la ciencia. La psicología ha contribuido a desvelar los estereotipos de género pero también, a mantenerlos. Y no solo en el pasado. Las ideologías innatistas que defienden la primacía de lo biológico y, en particular, el neurosexismo expresado en libros de dudoso valor científico como ”el cerebro masculino” o “el cerebro femenino” vuelven a intentar establecer la radical diferencia entre los géneros, con una clara intención de seguir reproduciendo la distribución injusta de tareas y del poder social.
Años y años de un proceso de socialización en el que se insiste en las diferencias de rasgos, que son interpretadas como diferencias de valía, de calidad, entre hombres y mujeres, han dado sus frutos. Muchas, aun las más jóvenes, han interiorizado su “posición desigual” y mantienen resistencias internas a reivindicar la justa igualdad a la que teóricamente tienen derecho.
A pesar de su estupenda formación, sus aptitudes y sus deseos, no ocupan, a veces ni aspiran a ocupar los lugares a los que tienen derecho. Las resistencias internas tienen un gran potencial inhibidor de libertades y culpabilizador de los logros no conseguidos, y un gran poder de justificar el injusto “estado de cosas” en el que viven.
El individualismo, junto con su valor complementario, la psicologización de los logros, contribuyen a la demora de la reivindicación de los derechos en las situaciones vitales cotidianas. El individualismo atribuye los logros a la capacidad la psicología de los individuos como si estuviesen libres de barreras sociales y divide a las mujeres interesadamente para que nunca se defiendan como grupo.
Cada vez que una mujer considera que el éxito que ha logrado en la vida depende solo de ella misma, está separándose de otras mujeres y dando un argumento para su derrota y para la derrota de las mujeres como grupo. No basta con las “salvaciones” individuales. Sigue siendo necesario una conciencia de grupo que permita una reivindicación de todo lo que nos falta.
El fermento de la justicia de género
Las mujeres, sobre todo las jóvenes que ya comparten todas las aulas y casi todos los contextos de trabajo con los varones, son el principal fermento de la justicia de género. Ellas son conscientes de sus cualidades porque las están contrastando continuamente con las de sus compañeros varones y desmontan los estereotipos antiguos que justifican el trato injusto que experimentan cada día.
Defienden su igualdad en capacidades, derechos y posibilidades y no permiten que se las identifique con imágenes desvalorizadas y negativas. La formación de las mujeres en el conocimiento científico les da legitimidad para defenderse y desmontar los estereotipos negativos que inhiben su empoderamiento.
También les confiere la responsabilidad de hacerlo, de luchar por la consideración objetiva y repito, justa, de sus cualidades. Y no debemos olvidar otro poderoso instrumento de progreso hacia la justicia y la igualdad: los relatos que las mujeres construimos sobre nosotras mismas, nuestra identidad, nuestro futuro, nuestra aportación a la sociedad. Estos relatos, que tienen enorme capacidad generadora de deseos de ser, se construyen en todas partes pero especialmente, en contextos críticos, en los cuales, los profesores, educadores o agentes que tienen poder de influencia social, son objetivos, serios, realistas y justos en la consideración de los géneros.
Hay que construir relatos, interpretaciones, libros, películas, que traspasen los viejos moldes y muestren las dimensiones verdaderas de las mujeres, sus capacidades objetivas, y las presenten en todos los espacios de poder, todas las actividades, todos los espacios de libertad, en relaciones igualitarias con los varones.
Los que impartimos conocimientos científicos tenemos la responsabilidad y el deber de contribuir a la creación y validación de estos nuevos relatos. De este modo contribuimos no solo al progreso de la igualdad sino, fundamentalmente, al progreso de la justicia.
Concepción Fernández Villanueva es profesora de Psicología Social de la facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid.
Las mujeres, sobre todo las jóvenes que ya comparten todas las aulas y casi todos los contextos de trabajo con los varones, son el principal fermento de la justicia de género. Ellas son conscientes de sus cualidades porque las están contrastando continuamente con las de sus compañeros varones y desmontan los estereotipos antiguos que justifican el trato injusto que experimentan cada día.
Defienden su igualdad en capacidades, derechos y posibilidades y no permiten que se las identifique con imágenes desvalorizadas y negativas. La formación de las mujeres en el conocimiento científico les da legitimidad para defenderse y desmontar los estereotipos negativos que inhiben su empoderamiento.
También les confiere la responsabilidad de hacerlo, de luchar por la consideración objetiva y repito, justa, de sus cualidades. Y no debemos olvidar otro poderoso instrumento de progreso hacia la justicia y la igualdad: los relatos que las mujeres construimos sobre nosotras mismas, nuestra identidad, nuestro futuro, nuestra aportación a la sociedad. Estos relatos, que tienen enorme capacidad generadora de deseos de ser, se construyen en todas partes pero especialmente, en contextos críticos, en los cuales, los profesores, educadores o agentes que tienen poder de influencia social, son objetivos, serios, realistas y justos en la consideración de los géneros.
Hay que construir relatos, interpretaciones, libros, películas, que traspasen los viejos moldes y muestren las dimensiones verdaderas de las mujeres, sus capacidades objetivas, y las presenten en todos los espacios de poder, todas las actividades, todos los espacios de libertad, en relaciones igualitarias con los varones.
Los que impartimos conocimientos científicos tenemos la responsabilidad y el deber de contribuir a la creación y validación de estos nuevos relatos. De este modo contribuimos no solo al progreso de la igualdad sino, fundamentalmente, al progreso de la justicia.
Concepción Fernández Villanueva es profesora de Psicología Social de la facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid.