UNESCO
Cuando Robert Peperell publica, en 1995, The Post- Human Condition, tras ese título, que es paráfrasis del libro fundacional de J. F. Lyotard, La condición posmoderna (1979), no sólo anuncia una provocadora filiación. También está proponiendo un cambio de énfasis.
A través de la aplicación de ciertos rasgos del espíritu y del estilo característicos del postmodernismo, el autor se propone explorar temas que desestabilizan las concepciones tradicionales sobre la naturaleza humana y su superioridad en el universo conocido.
Su libro debe leerse entonces como una crítica al humanismo clásico y un llamado a introducir nuevas consideraciones a partir de que “las posibilidades sugeridas por la inteligencia artificial, las computadoras, la modificación genética y otras tecnologías del siglo XXI, son un desafío profundo al sentido de la predominancia humana”. Él pretende sentar las bases de una mentalidad adecuada para aceptar los entornos futuros que ya se vienen diseñando desde ahora.
De un post al otro
En el orden del discurso, el impulso por “Deconstruir Sistemas” (Derrida) había sacrificado en el altar posmodernista casi la totalidad de los sentidos humanos. Michel Foucalt anunció “la Muerte del Hombre”. “La Muerte del Lenguaje” fue obra de Roland Barthes. Jean Baudrillard proclamó el arribo del simulacro tras “la abolición de la realidad”. “La Crisis de los Metarrelatos” era evidente según J.F.Lyotard. Y Francis Fukuyama hizo una despedida de duelo por “el Fin de la Historia”.
Peperell continúa en primera instancia esta negación al cargarse de un pistoletazo teórico al Ser Humano. Pero en The Post- Human Condition intenta ir más allá. Está la búsqueda de una salida al hombre tragado por el vacío y la incertidumbre, perdido en los claustrofóbicos callejones en los que el escepticismo, o el relativismo posmodernistas, lo dejaban. Y la salida la encuentra en las ventajas de una evolución hacia “la condición posthumana” merced a una mirada optimista respecto a los logros crecientes de la ciencia y la tecnología.
El posthumanismo trata de poner un signo más, de llevar la negación dialéctica hacia su momento positivo. Su propósito es satisfacer las ansias por un nuevo paradigma que contemple la capacidad humana para reorientarse y planificar su destino en pos de alcanzar el mañana.
No es nada casual entonces, ni gratuita reconversión espiritual, que Fukuyama, el mismo posmodernista tan criticado por dar sepultura a la historia (The End of de History and the Last Man, 1989), la haga renacer ahora en la nueva era (Our Posthuman Future, 2002).
Nueva fecha y escenario
Fueron las décadas de los 80 y los 90, aquellas en las que el panorama filosófico, adormilado por el sopor estupefaciente de las variantes del estructuralismo y de otras “teorías burguesas”, y por el conformismo de una legión de marxistas que no atinaban a encarar las deformaciones que el “socialismo real” hizo a la teoría, se despertara con los escandalosos alaridos del posmodernismo declarando el fin de la modernidad y la entrada en una nueva época.
Se encendió en ese momento la publicitada polémica “Modernidad vs. Posmodernidad”, que a la larga ha podido traducirse en algunos provechosos reacomodos de doctrina a las nuevas realidades y en las distintas modalidades de resistencia a un “pensamiento único” o a la dominación cultural “poscolonial”.
Sin embargo, en los inicios de este milenio, junto a la necesidad acuciante de reflexión sobre ataques terroristas y sus consiguientes respuestas agresivas y desmesuradas, que han puesto en peligro real la supervivencia de la humanidad; también el debate sobre los destinos de la ciencia y su aplicación en el diseño del futuro del hombre viene a ganarse un espacio importante.
Más allá de la Genética
La arista que le da más relevancia al asunto aparece al reconocer, de entrada, que sentidos tan altos como la dignidad y la libertad humanas se han puesto en juego. De ahí que vuelvan a formarse dos bandos pertrechados con agudas proposiciones: los posthumanistas y sus detractores.
El poshumanismo, en su cruzada por una ciencia que nos eleve más allá de las actuales limitaciones humanas, se hace partidario de las posibilidades de manipulación de los genes propiciadas por el descubrimiento, dentro de la estructura del ADN humano, de los segmentos de gen implicados en las distintas funciones y características humanas.
Sus rivales alegan que el hecho de la aleatoriedad, y no la intervención de otro ser, decidiendo sobre nuestra constitución genética, es todavía hoy una garantía de libertad. “No somos objetos, sino personas —amplían. Ello demanda no ser tratados como una cosa, como productos diseñados por una voluntad ajena”. Y encuentran aquí un significado preciso para la dignidad humana.
Tales divergencias justifican que al calor de la contienda se acerquen supercompletos del pensamiento mundial.
El escenario y los contendientes
El escenario no podía ser más evocador: la misma Alemania que parió a Hegel, Marx y Nietzche. Aquella en que los nazis declararon la superioridad de una raza y arrastraron al mundo entero a la guerra y la muerte. Los filósofos enfrentados son exquisitos.
Peter Sloterdijk (1947) estudió Filosofía, Germanística e Historia en las universidades de Munich y Hamburgo y en la actualidad es catedrático de Filosofía en la Hochschule für Gestaltung de Karlsruhe. Con la publicación en 1983 de Crítica de la razón cínica saltó a la fama universal, pues se convirtió en el libro de filosofía más leído y debatido. Extrañamiento del mundo, de 1993, le valió el Premio Ernst Robert Curtius.
Su contrario es nada menos que el último gran descendiente de la influyente Escuela de Frankfurt, Jürgen Habermas (1929), el hombre que mejor resistió al empuje de los posmodernistas con su tesis de “la modernidad como un proyecto inacabado”. Defensor de la Lógica como tarea de la Filosofía, acostumbra a practicar el “abstencionismo filosófico” cuando se trata de arbitrar sobre dilemas morales particulares.
A través de la aplicación de ciertos rasgos del espíritu y del estilo característicos del postmodernismo, el autor se propone explorar temas que desestabilizan las concepciones tradicionales sobre la naturaleza humana y su superioridad en el universo conocido.
Su libro debe leerse entonces como una crítica al humanismo clásico y un llamado a introducir nuevas consideraciones a partir de que “las posibilidades sugeridas por la inteligencia artificial, las computadoras, la modificación genética y otras tecnologías del siglo XXI, son un desafío profundo al sentido de la predominancia humana”. Él pretende sentar las bases de una mentalidad adecuada para aceptar los entornos futuros que ya se vienen diseñando desde ahora.
De un post al otro
En el orden del discurso, el impulso por “Deconstruir Sistemas” (Derrida) había sacrificado en el altar posmodernista casi la totalidad de los sentidos humanos. Michel Foucalt anunció “la Muerte del Hombre”. “La Muerte del Lenguaje” fue obra de Roland Barthes. Jean Baudrillard proclamó el arribo del simulacro tras “la abolición de la realidad”. “La Crisis de los Metarrelatos” era evidente según J.F.Lyotard. Y Francis Fukuyama hizo una despedida de duelo por “el Fin de la Historia”.
Peperell continúa en primera instancia esta negación al cargarse de un pistoletazo teórico al Ser Humano. Pero en The Post- Human Condition intenta ir más allá. Está la búsqueda de una salida al hombre tragado por el vacío y la incertidumbre, perdido en los claustrofóbicos callejones en los que el escepticismo, o el relativismo posmodernistas, lo dejaban. Y la salida la encuentra en las ventajas de una evolución hacia “la condición posthumana” merced a una mirada optimista respecto a los logros crecientes de la ciencia y la tecnología.
El posthumanismo trata de poner un signo más, de llevar la negación dialéctica hacia su momento positivo. Su propósito es satisfacer las ansias por un nuevo paradigma que contemple la capacidad humana para reorientarse y planificar su destino en pos de alcanzar el mañana.
No es nada casual entonces, ni gratuita reconversión espiritual, que Fukuyama, el mismo posmodernista tan criticado por dar sepultura a la historia (The End of de History and the Last Man, 1989), la haga renacer ahora en la nueva era (Our Posthuman Future, 2002).
Nueva fecha y escenario
Fueron las décadas de los 80 y los 90, aquellas en las que el panorama filosófico, adormilado por el sopor estupefaciente de las variantes del estructuralismo y de otras “teorías burguesas”, y por el conformismo de una legión de marxistas que no atinaban a encarar las deformaciones que el “socialismo real” hizo a la teoría, se despertara con los escandalosos alaridos del posmodernismo declarando el fin de la modernidad y la entrada en una nueva época.
Se encendió en ese momento la publicitada polémica “Modernidad vs. Posmodernidad”, que a la larga ha podido traducirse en algunos provechosos reacomodos de doctrina a las nuevas realidades y en las distintas modalidades de resistencia a un “pensamiento único” o a la dominación cultural “poscolonial”.
Sin embargo, en los inicios de este milenio, junto a la necesidad acuciante de reflexión sobre ataques terroristas y sus consiguientes respuestas agresivas y desmesuradas, que han puesto en peligro real la supervivencia de la humanidad; también el debate sobre los destinos de la ciencia y su aplicación en el diseño del futuro del hombre viene a ganarse un espacio importante.
Más allá de la Genética
La arista que le da más relevancia al asunto aparece al reconocer, de entrada, que sentidos tan altos como la dignidad y la libertad humanas se han puesto en juego. De ahí que vuelvan a formarse dos bandos pertrechados con agudas proposiciones: los posthumanistas y sus detractores.
El poshumanismo, en su cruzada por una ciencia que nos eleve más allá de las actuales limitaciones humanas, se hace partidario de las posibilidades de manipulación de los genes propiciadas por el descubrimiento, dentro de la estructura del ADN humano, de los segmentos de gen implicados en las distintas funciones y características humanas.
Sus rivales alegan que el hecho de la aleatoriedad, y no la intervención de otro ser, decidiendo sobre nuestra constitución genética, es todavía hoy una garantía de libertad. “No somos objetos, sino personas —amplían. Ello demanda no ser tratados como una cosa, como productos diseñados por una voluntad ajena”. Y encuentran aquí un significado preciso para la dignidad humana.
Tales divergencias justifican que al calor de la contienda se acerquen supercompletos del pensamiento mundial.
El escenario y los contendientes
El escenario no podía ser más evocador: la misma Alemania que parió a Hegel, Marx y Nietzche. Aquella en que los nazis declararon la superioridad de una raza y arrastraron al mundo entero a la guerra y la muerte. Los filósofos enfrentados son exquisitos.
Peter Sloterdijk (1947) estudió Filosofía, Germanística e Historia en las universidades de Munich y Hamburgo y en la actualidad es catedrático de Filosofía en la Hochschule für Gestaltung de Karlsruhe. Con la publicación en 1983 de Crítica de la razón cínica saltó a la fama universal, pues se convirtió en el libro de filosofía más leído y debatido. Extrañamiento del mundo, de 1993, le valió el Premio Ernst Robert Curtius.
Su contrario es nada menos que el último gran descendiente de la influyente Escuela de Frankfurt, Jürgen Habermas (1929), el hombre que mejor resistió al empuje de los posmodernistas con su tesis de “la modernidad como un proyecto inacabado”. Defensor de la Lógica como tarea de la Filosofía, acostumbra a practicar el “abstencionismo filosófico” cuando se trata de arbitrar sobre dilemas morales particulares.
Visión postmodernista. habermas.org
Esquina azul
Sloterdjik irrumpe con Normas para el parque humano (Siruela, España, 2000). Este libro, al que se le apuntan valores literarios junto al intelectual, desató el escándalo por declarar el fracaso del humanismo al que tilda de “utopía de la domesticación humana”. A la filosofía le impone entonces como tarea repensar la esencia de lo humano sin temor a separarse de esa “caduca” tradición humanística.
Con una visión ampliamente optimista respecto a las oportunidades de la nueva realidad tecnológica y partidaria de la selección genética, se le ha achacado cierto coqueteo con la fantasía nietzcheana del Superhombre y una analogía de la sociedad moderna con un parque zoológico humano en el que una elite de supuestos sabios planificara la vida de los demás con espíritu de empresa.
Esquina roja
Habermas llama a Peter un “John Wayne de los intelectuales” y responde con El futuro de la naturaleza humana (Paidós, Barcelona, 2002). Abandona así su postura habitual de no discurrir sobre Ética pues considera que el nuevo problema concierne a cuestiones que afectan a toda la especie humana. “Los que defienden formar una nueva elite mediante selección genética no son mejores que lo que quisieron crearla a partir de una raza” —declara.
Justifica que la nueva técnica intervenga solamente para evitar enfermedades graves; y considera como una amenaza para la sociedad que se establezca lo que en EE.UU. ya nombran “shopping in the genetic supermarket”, o sea que los padres puedan elegir, como en un mercado, las características genéticas de los futuros hijos: el sexo, la altura, el color de los ojos.
¿Qué sucedería —se pregunta— si el adolescente no está de acuerdo con los rasgos elegidos por sus padres? Además, ¿cómo alguien puede arrogarse el derecho de saber lo que es potencialmente bueno para otros?
Los hombres sólo son libres e iguales si no han sido predeterminados genéticamente —discurre.
Y se explica con la metáfora sagrada: "Dios determina al hombre en el sentido de que lo dota para ser libre y le obliga a serlo. No hay que creer en las premisas teológicas para ver que si un par sustituye a Dios, se altera algo fundamental: la simetría e igualdad entre seres humanos". Por lo que, cuando un hombre intervenga en la combinación casual de la secuencia cromosómica de otro, se estará dando el paso para "destruir aquellas libertades que aseguran la diversidad de las personas".
“La Ética no puede subordinarse a la Ciencia” —es su principal llamado.
Y el rinconcito neutral
Ellos, y también otros de renombre, continúan intercambiándose argumentos “pesados”. Mientras, resulta difícil para cualquier ser humano pelearse con la ciencia que aligera el trabajo, dispensa comodidades y cura enfermedades; aunque sea la misma que incorpora a la guerra sofisticados instrumentos para matar, o la que hace aumentar el desequilibrio entre las riquezas que atesoran los dueños de la tecnología y las carencias de los desposeídos.
“El Mal no está en la propia ciencia. Sino en quién o cómo la utiliza”. El viejo argumento de la neutralidad subsistirá aún, servido para nosotros, los que permanecemos humanos, los simples mortales.
Llega la parafilosofía
Una conclusión más puede sacarse de este combate con un desenlace aún por definir. Que un problema nuevo —aunque no tanto, pero sí fortalecido— ha entrado al discurrir filosófico, en el campo de la Ética y su relación con las ciencias particulares.
Lo que se discute a partir de este momento es sobre el impacto que los más modernos avances de la ciencia y la tecnología tendrán sobre los entornos físicos, sociales, biológicos y culturales del futuro humano. Y de los dilemas morales que estos portan consigo.
Comoquiera que esta vertiente de la especulación filosófica, en trámites de reafirmarse a lo largo del siglo XXI, tendrá que enredarse en fabulosas proyecciones futuristas —que al menos durante algún tiempo permanecerán distantes de ser confirmadas por los alcances progresivos de la ciencia y la sociedad—, podría establecerse un paralelo con otra disciplina que luchó a través del siglo XX por establecerse como ciencia: la parapsicología.
Aquella se ha empeñado en dignificar los fenómenos psi o paranormales, haciéndolos explicar mediante inauditas cualidades mentales como “la telepatía”, “la proyección del cuerpo astral” y “la telekinesis”.
La nueva, llamémosle entonces Parafilosofía, tendrá por delante la tarea de despejar el velo oscuro que cubre de incógnitas el mañana. Deberá contar para tal reto con la imaginación, el sentido común y la responsabilidad ética. Y quién sabe si hasta con una auténtica “precognición” del futuro, asumiendo que ésta fuera de veras posible.
Rafael Grillo es Periodista y psicólogo. Editor de la publicación digital cubana Cubahora
Sloterdjik irrumpe con Normas para el parque humano (Siruela, España, 2000). Este libro, al que se le apuntan valores literarios junto al intelectual, desató el escándalo por declarar el fracaso del humanismo al que tilda de “utopía de la domesticación humana”. A la filosofía le impone entonces como tarea repensar la esencia de lo humano sin temor a separarse de esa “caduca” tradición humanística.
Con una visión ampliamente optimista respecto a las oportunidades de la nueva realidad tecnológica y partidaria de la selección genética, se le ha achacado cierto coqueteo con la fantasía nietzcheana del Superhombre y una analogía de la sociedad moderna con un parque zoológico humano en el que una elite de supuestos sabios planificara la vida de los demás con espíritu de empresa.
Esquina roja
Habermas llama a Peter un “John Wayne de los intelectuales” y responde con El futuro de la naturaleza humana (Paidós, Barcelona, 2002). Abandona así su postura habitual de no discurrir sobre Ética pues considera que el nuevo problema concierne a cuestiones que afectan a toda la especie humana. “Los que defienden formar una nueva elite mediante selección genética no son mejores que lo que quisieron crearla a partir de una raza” —declara.
Justifica que la nueva técnica intervenga solamente para evitar enfermedades graves; y considera como una amenaza para la sociedad que se establezca lo que en EE.UU. ya nombran “shopping in the genetic supermarket”, o sea que los padres puedan elegir, como en un mercado, las características genéticas de los futuros hijos: el sexo, la altura, el color de los ojos.
¿Qué sucedería —se pregunta— si el adolescente no está de acuerdo con los rasgos elegidos por sus padres? Además, ¿cómo alguien puede arrogarse el derecho de saber lo que es potencialmente bueno para otros?
Los hombres sólo son libres e iguales si no han sido predeterminados genéticamente —discurre.
Y se explica con la metáfora sagrada: "Dios determina al hombre en el sentido de que lo dota para ser libre y le obliga a serlo. No hay que creer en las premisas teológicas para ver que si un par sustituye a Dios, se altera algo fundamental: la simetría e igualdad entre seres humanos". Por lo que, cuando un hombre intervenga en la combinación casual de la secuencia cromosómica de otro, se estará dando el paso para "destruir aquellas libertades que aseguran la diversidad de las personas".
“La Ética no puede subordinarse a la Ciencia” —es su principal llamado.
Y el rinconcito neutral
Ellos, y también otros de renombre, continúan intercambiándose argumentos “pesados”. Mientras, resulta difícil para cualquier ser humano pelearse con la ciencia que aligera el trabajo, dispensa comodidades y cura enfermedades; aunque sea la misma que incorpora a la guerra sofisticados instrumentos para matar, o la que hace aumentar el desequilibrio entre las riquezas que atesoran los dueños de la tecnología y las carencias de los desposeídos.
“El Mal no está en la propia ciencia. Sino en quién o cómo la utiliza”. El viejo argumento de la neutralidad subsistirá aún, servido para nosotros, los que permanecemos humanos, los simples mortales.
Llega la parafilosofía
Una conclusión más puede sacarse de este combate con un desenlace aún por definir. Que un problema nuevo —aunque no tanto, pero sí fortalecido— ha entrado al discurrir filosófico, en el campo de la Ética y su relación con las ciencias particulares.
Lo que se discute a partir de este momento es sobre el impacto que los más modernos avances de la ciencia y la tecnología tendrán sobre los entornos físicos, sociales, biológicos y culturales del futuro humano. Y de los dilemas morales que estos portan consigo.
Comoquiera que esta vertiente de la especulación filosófica, en trámites de reafirmarse a lo largo del siglo XXI, tendrá que enredarse en fabulosas proyecciones futuristas —que al menos durante algún tiempo permanecerán distantes de ser confirmadas por los alcances progresivos de la ciencia y la sociedad—, podría establecerse un paralelo con otra disciplina que luchó a través del siglo XX por establecerse como ciencia: la parapsicología.
Aquella se ha empeñado en dignificar los fenómenos psi o paranormales, haciéndolos explicar mediante inauditas cualidades mentales como “la telepatía”, “la proyección del cuerpo astral” y “la telekinesis”.
La nueva, llamémosle entonces Parafilosofía, tendrá por delante la tarea de despejar el velo oscuro que cubre de incógnitas el mañana. Deberá contar para tal reto con la imaginación, el sentido común y la responsabilidad ética. Y quién sabe si hasta con una auténtica “precognición” del futuro, asumiendo que ésta fuera de veras posible.
Rafael Grillo es Periodista y psicólogo. Editor de la publicación digital cubana Cubahora