Potencia militar
Jacques Blamont es astrofísico, miembro de la Academia de las Ciencias de Francia, consejero del presidente del Centro Nacional de Estudios Espaciales (CNES) y profesor emérito de la Universidad Pierre et Marie Curie.
Ha sido uno de los protagonistas de los programas espaciales franceses y ha colaborado estrechamente con la NASA, el Laboratorio de Propulsión a Chorro (JPL) del Instituto Tecnológico de California, y con los centros espaciales de la antigua URSS.
Ahora ha publicado un libro, Introducción al siglo de las amenazas en el que, parodiando a Nietzsche, quien había predicho un siglo XX sacudido por grandes guerras, señala los horrores que se avecinan a nuestro mundo en el siglo XXI, al que llama la “máquina infernal” que estamos legando a las generaciones futuras.
Identifica las tres amenazas que pesan sobre nuestro siglo: los conflictos armados, en la perspectiva del recurso inevitable a las armas de destrucción masiva, la expansión de las epidemias, favorecida por la mundialización, y el agotamiento de los recursos naturales, consecuencia del pillaje y la sobrepoblación del planeta. Y se pregunta: ¿no es suficiente para provocar una deflagración inédita en la historia humana?
Escenario bélico
En el escenario bélico, Blamont se plantea no sólo la redefinición del modelo de la guerra que aporta la experiencia de Irak (sin frente definido, contra enemigos no identificados y redes terroristas organizadas), sino que evoca también otras posibilidades no menos dantescas.
Se refiere a las guerras de mañana entre los países ricos y pobres (donde unos tienen una renta de 50 dólares por día y otros de 1 dólar por día), que derivan en potencias tecnológicas enfrentadas a armas artesanales, en conflictos quirúrgicos contra armas más o menos limpias (atómicas de nueva generación, químicas, bacteriológicas, informáticas).
Y escribe al respecto: Si el enfrentamiento entre ricos y pobres, como el de Caín y Abel, se remonta a la noche de los tiempos, hoy toma un aspecto más destructivo con la creación de la ciudad global por efecto de la tecnología. El asombroso progreso de los medios de comunicación de los últimos treinta años ha permitido la formación de unas redes múltiples que se han convertido en la nueva arma de los más desfavorecidos, que llevan su combate al ciberespacio y adquieren un poder formidable. Frente a sus ataques, los países ricos sólo ofrecen una respuesta militar que se inscribe en el empobrecimiento universal del pensamiento político y en la creciente obsolescencia de las estructuras de seguridad colectiva.
Blamont se refiere explícitamente al riesgo de conflictos armados entre Estados, alimentados por la política hegemónica de Estados Unidos y que podrán provocar guerras catastróficas, como sería el caso entre India y Pakistán, sin que ello excluya otros posibles escenarios.
Ha sido uno de los protagonistas de los programas espaciales franceses y ha colaborado estrechamente con la NASA, el Laboratorio de Propulsión a Chorro (JPL) del Instituto Tecnológico de California, y con los centros espaciales de la antigua URSS.
Ahora ha publicado un libro, Introducción al siglo de las amenazas en el que, parodiando a Nietzsche, quien había predicho un siglo XX sacudido por grandes guerras, señala los horrores que se avecinan a nuestro mundo en el siglo XXI, al que llama la “máquina infernal” que estamos legando a las generaciones futuras.
Identifica las tres amenazas que pesan sobre nuestro siglo: los conflictos armados, en la perspectiva del recurso inevitable a las armas de destrucción masiva, la expansión de las epidemias, favorecida por la mundialización, y el agotamiento de los recursos naturales, consecuencia del pillaje y la sobrepoblación del planeta. Y se pregunta: ¿no es suficiente para provocar una deflagración inédita en la historia humana?
Escenario bélico
En el escenario bélico, Blamont se plantea no sólo la redefinición del modelo de la guerra que aporta la experiencia de Irak (sin frente definido, contra enemigos no identificados y redes terroristas organizadas), sino que evoca también otras posibilidades no menos dantescas.
Se refiere a las guerras de mañana entre los países ricos y pobres (donde unos tienen una renta de 50 dólares por día y otros de 1 dólar por día), que derivan en potencias tecnológicas enfrentadas a armas artesanales, en conflictos quirúrgicos contra armas más o menos limpias (atómicas de nueva generación, químicas, bacteriológicas, informáticas).
Y escribe al respecto: Si el enfrentamiento entre ricos y pobres, como el de Caín y Abel, se remonta a la noche de los tiempos, hoy toma un aspecto más destructivo con la creación de la ciudad global por efecto de la tecnología. El asombroso progreso de los medios de comunicación de los últimos treinta años ha permitido la formación de unas redes múltiples que se han convertido en la nueva arma de los más desfavorecidos, que llevan su combate al ciberespacio y adquieren un poder formidable. Frente a sus ataques, los países ricos sólo ofrecen una respuesta militar que se inscribe en el empobrecimiento universal del pensamiento político y en la creciente obsolescencia de las estructuras de seguridad colectiva.
Blamont se refiere explícitamente al riesgo de conflictos armados entre Estados, alimentados por la política hegemónica de Estados Unidos y que podrán provocar guerras catastróficas, como sería el caso entre India y Pakistán, sin que ello excluya otros posibles escenarios.
Eliminando antrax
Las pandemias acechan
Por si no fuera suficiente, las epidemias, de las que se han producido ya algunos casos precursores, pueden diezmar a la población humana. Estas pandemias serían provocadas por la industria humana (manipulaciones genéticas incontroladas) y por la mutación de los virus, que se extenderían por todos los países al amparo de la mundialización y de la libre circulación de personas.
El tercer ingrediente del Apocalipsis es la amenaza de asfixia que pesa sobre las sociedades humanas por efecto de la contaminación, la sobrepoblación, el agotamiento de las riquezas naturales y el pillaje sobre el recursos.
Nada ha sido olvidado en este ensayo, que lejos de deslizarse por la pendiente del discurso fácil, se presenta con solidez argumental, abundantes cuadros y proyecciones que constituyen una nueva llamada de atención sobre el polvorín en el que nuestra civilización se ha asentado, casi sin darse cuenta.
En una entrevista concedida al boletín del Centro Nacional de Investigación Cienfíca de Francia (CNRS), Blamont señala que los conflictos no son la amenaza principal. Considera que las advertencias señaladas por el Club de Roma en 1972 sobre los límites del crecimiento, han sido ridiculizadas y olvidadas.
Añade que es imposible que todo el mundo tenga el mismo nivel de vida de los países desarrollados y que esta constatación convierte en una quimera el discurso del desarrollo sostenible.
A la amenaza que pesa sobre la explotación de los recursos hay que añadir el riesgo de epidemias que, al igual que la del sida, emergen como una consecuencia directa de los comportamientos humanos en una sociedad globalizada.
Conjunción peligrosa
El mayor peligro reside en la eventualidad de una conjunción de los tres peligros: los conflictos, las penurias y las enfermedades. Esta sería la singularidad de nuestro siglo, la cual revela que la sociedad no puede continuar por este camino, con curvas exponenciales de consumo, población y desastres sociales.
El problema radica en que la rapidez de estos procesos dificulta la concepción y aplicación de soluciones, desde nuevos medicamentos hasta nuevas reglas sociales, mientras está claro que no se puede huir de esta realidad porque no hay sitio donde ir: todo está contaminado por la crisis.
En la parte final del libro, Blamont adopta la posición de un médico que revela a un paciente que le quedan tres meses de vida para advertir que el mundo, tal como está actualmente, sólo tiene años de vida.
Un discurso que puede parecer catastrofista pero que no deja de ser representativo del pensamiento de un nutrido grupo de científicos que han retomado la bandera levantada en los años setenta por el Club de Roma, y continuada luego por otras instituciones como el Worldwatch Institute, para señalar que los problemas evocados entonces se han agravado aún más y que los plazos para reaccionar prácticamente ya se han agotado. Algunos, como Jean-Claude Guillebaud, han hablado incluso de la refundación del mundo.
Más visiones
A la crisis global se refería también el año pasado Martin Rees, Royal Society Professor en la Universidad de Cambridge y premio en 2001 de Cosmología de la Fundación Peter Gruber, en su libro Our final Hour.
Para Rees, estamos ciertamente en las horas finales porque en los próximos 50 años vamos a correr los mayores riesgos de la historia de la especie. Los riesgos que evoca son diferentes a los de Blamont: diseminación de armas nucleares y productos de bio-ingeniería, aparición de nano organismos capaces de autoreplicarse, tal como hacen los virus informáticos.
Rees teme además que las máquinas pensantes y conscientes que en las próximas décadas aparecerán en la vida de las personas, terminen siendo autónomas y escapen al control humano. Asimismo, destaca como peligros el consumismo de nuestras sociedades, la destrucción de la biodiversidad y los desequilibrios climáticos.
Argumentos para el desaliento no faltan, pero no debemos confundir prospectiva con profecía. Nadie desde el mundo científico habla de acertar o equivocarse respecto a sus previsiones. Sólo intentan ayudarnos a tomar conciencia de la realidad que vivimos porque siempre somos los artífices de nuestro destino.
Además, tal como nos ha enseñado Einstein, la relatividad podemos aplicarla también a los peores escenarios y asumir en consecuencia que las más sólidas proyecciones, ya sean óptimas o fatídicas, nos trascienden por su complejidad, dejando así un espacio para la reflexión y la acción.
Por si no fuera suficiente, las epidemias, de las que se han producido ya algunos casos precursores, pueden diezmar a la población humana. Estas pandemias serían provocadas por la industria humana (manipulaciones genéticas incontroladas) y por la mutación de los virus, que se extenderían por todos los países al amparo de la mundialización y de la libre circulación de personas.
El tercer ingrediente del Apocalipsis es la amenaza de asfixia que pesa sobre las sociedades humanas por efecto de la contaminación, la sobrepoblación, el agotamiento de las riquezas naturales y el pillaje sobre el recursos.
Nada ha sido olvidado en este ensayo, que lejos de deslizarse por la pendiente del discurso fácil, se presenta con solidez argumental, abundantes cuadros y proyecciones que constituyen una nueva llamada de atención sobre el polvorín en el que nuestra civilización se ha asentado, casi sin darse cuenta.
En una entrevista concedida al boletín del Centro Nacional de Investigación Cienfíca de Francia (CNRS), Blamont señala que los conflictos no son la amenaza principal. Considera que las advertencias señaladas por el Club de Roma en 1972 sobre los límites del crecimiento, han sido ridiculizadas y olvidadas.
Añade que es imposible que todo el mundo tenga el mismo nivel de vida de los países desarrollados y que esta constatación convierte en una quimera el discurso del desarrollo sostenible.
A la amenaza que pesa sobre la explotación de los recursos hay que añadir el riesgo de epidemias que, al igual que la del sida, emergen como una consecuencia directa de los comportamientos humanos en una sociedad globalizada.
Conjunción peligrosa
El mayor peligro reside en la eventualidad de una conjunción de los tres peligros: los conflictos, las penurias y las enfermedades. Esta sería la singularidad de nuestro siglo, la cual revela que la sociedad no puede continuar por este camino, con curvas exponenciales de consumo, población y desastres sociales.
El problema radica en que la rapidez de estos procesos dificulta la concepción y aplicación de soluciones, desde nuevos medicamentos hasta nuevas reglas sociales, mientras está claro que no se puede huir de esta realidad porque no hay sitio donde ir: todo está contaminado por la crisis.
En la parte final del libro, Blamont adopta la posición de un médico que revela a un paciente que le quedan tres meses de vida para advertir que el mundo, tal como está actualmente, sólo tiene años de vida.
Un discurso que puede parecer catastrofista pero que no deja de ser representativo del pensamiento de un nutrido grupo de científicos que han retomado la bandera levantada en los años setenta por el Club de Roma, y continuada luego por otras instituciones como el Worldwatch Institute, para señalar que los problemas evocados entonces se han agravado aún más y que los plazos para reaccionar prácticamente ya se han agotado. Algunos, como Jean-Claude Guillebaud, han hablado incluso de la refundación del mundo.
Más visiones
A la crisis global se refería también el año pasado Martin Rees, Royal Society Professor en la Universidad de Cambridge y premio en 2001 de Cosmología de la Fundación Peter Gruber, en su libro Our final Hour.
Para Rees, estamos ciertamente en las horas finales porque en los próximos 50 años vamos a correr los mayores riesgos de la historia de la especie. Los riesgos que evoca son diferentes a los de Blamont: diseminación de armas nucleares y productos de bio-ingeniería, aparición de nano organismos capaces de autoreplicarse, tal como hacen los virus informáticos.
Rees teme además que las máquinas pensantes y conscientes que en las próximas décadas aparecerán en la vida de las personas, terminen siendo autónomas y escapen al control humano. Asimismo, destaca como peligros el consumismo de nuestras sociedades, la destrucción de la biodiversidad y los desequilibrios climáticos.
Argumentos para el desaliento no faltan, pero no debemos confundir prospectiva con profecía. Nadie desde el mundo científico habla de acertar o equivocarse respecto a sus previsiones. Sólo intentan ayudarnos a tomar conciencia de la realidad que vivimos porque siempre somos los artífices de nuestro destino.
Además, tal como nos ha enseñado Einstein, la relatividad podemos aplicarla también a los peores escenarios y asumir en consecuencia que las más sólidas proyecciones, ya sean óptimas o fatídicas, nos trascienden por su complejidad, dejando así un espacio para la reflexión y la acción.